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La retirada ¿definitiva? de Alfonso Sastre

Jerónimo López Mozo





Acostumbra Alfonso Sastre incluir en la edición de sus textos dramáticos algunas páginas extraídas de los cuadernos que redacta a lo largo del proceso creativo. Ilustran, por lo general, sobre los orígenes del proyecto y recogen algunas de las notas que va acumulando antes y durante la redacción de la pieza. Se sabe por ellas que rara vez el esquema primero se mantiene tal cual a lo largo de la escritura. Se conoce también cuáles son sus fuentes documentales o por dónde le vino la inspiración, algo que con frecuencia otros autores suelen ocultar celosamente. Y, de paso, el lector recibe puntual información sobre otras actividades desarrolladas por el autor y hasta alguna que otra confidencia sobre sus planes futuros.

Así, pudo saberse hace algunos meses, a propósito de la publicación de la tragedia de aventuras Demasiado tarde para Filoctetes, concluida en agosto de 1989, que según sus proyectos esa obra -obrilla la llama él- sería la última que escribiría para el teatro. Se estaba representando por entonces en el María Guerrero Los últimos días de Emmanuel Kant, una de las piezas más importantes del teatro español de estos años, pero que, por razones seguramente complejas, no fue suficientemente apreciada. Era fácil relacionar el anuncio con un cierto desencanto producido por el resultado de esa aventura teatral. De haber sido así, bien se podía confiar en que la obra que estaba gestando -una especie de Noche de Walpurgis en torno a la muerte de Edgar Allan Poe- no sería la última, sino que luego vendría otra y otras más después, de modo que la decisión quedara en agua de borrajas. Pero el hecho de que el propio Sastre calificara la experiencia del Kantde interensante aunque contradictoria y asegurara que salía de ella con renovados deseos de escribir el «Poe», apuntaba hacia otros motivos menos coyunturales que obligaban a conceder mayor crédito a la amenaza.

En las notas que acompañan la edición, recientemente aparecida, de esa obra sobre el autor de El cuervo, cuyo título definitivo es ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, aparecen palabras que hay que poner en lugar de las conjeturas.

Concluida el 12 de junio pasado, dos días después, Sastre, escribió: «Por lo que se ve, uno ha sido un autor modesto, aunque su vanidad lo llevara a reclamarse, en el colmo de sus locuras, entre los cincuenta mil mejores autores (pocos más o menos) de esta segunda mitad del siglo XX. ¡Se quedó uno por debajo de sus temas! ¡Qué se le va a hacer! Para terminar ahora, digamos que esto no tiene ya vuelta de hoja o, lo que es lo mismo, que se acabó lo que se daba: lo que uno ofrecía al teatro español, el cual, a su vez, no vamos a negarlo, también ha estado muy por debajo de estas escrituras que hoy acaban y de las tentativas que aún pueda hacer alguien, entre la media docena de personas que, a lo largo de estos años, han apostado por mí con mucha fuerza y jugándose ya sus dineros, ya la felicidad de su carrera, ya su seguridad personal. ¡Oh, gracias, gracias! [...] ¡Ahí te quedas, teatro español, y que te zurzan! ¡Adiós!».

Apenas tres semanas más tarde ahondaba, por si no había quedado clara, en la cuestión. Lo hacía de esta guisa: «Se me ha ocurrido matizar un poco la anterior [nota], que parece terminar con un exabrupto: con una interrupción inesperada. ¿Tan mal me ha tratado el teatro español para que así acabe mandándole a la porra? ¿Y ello después de un estreno rutilante y de varias reposiciones que se han hecho en la temporada 1989-90? ¿Cuándo parecían respirarse aires de reconciliación y casi de triunfo? La verdad es que estos últimos episodios son incidentes felices en un cuadro que no ha cambiado, en el cual el escritor es el último mono a la hora de determinar el quehacer de los escenarios. Otra vez habrá que decir que el teatro español sigue siendo una institución muy reaccionaria, y que en el haber de algunos escritores, desde Valle-Inclán a nosotros, hay que anotar que hemos querido hacer algo por cambiar las cosas».

«Efectivamente -continuaba Sastre-, he decidido clausurar mi escritura teatral, lo cual encierra, quizá, un gesto vanidoso y no de cansancio y de resentimiento. Al caer el telón sobre este "Poe" he experimentado una alegría muy especial, que se diría la de toda una obra terminada, en el sentido de que esto es lo que yo deseaba hacer, ni más ni menos; de que este corpus me parece suficiente para mantenerse en el futuro como un notable desafío al teatro español y a sus inercias e ignorancias. Queda aquí, como una prueba elocuente de lo que puede hacerse, una colección de sesenta y ocho obras para el teatro (cuarenta y cuatro originales y veinticuatro versiones). ¿Sumar y seguir? No, no: ya estoy diciendo que esta obra que ahora termino es... el acabóse».

¿Cuántos, con los matices que se quiera, suscribirían esta sonora bofetada?






Referencias bibliográficas

  • Alfonso Sastre, Demasiado tarde para Filoctetes, Argitaletxe HIRU, S.L., Bilbao, 1990, 154 págs.
  • ——¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, Argitaletxe HIRU, S.L., Bilbao, 1990, 124 págs.


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