Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  -[112]-     -113-  
ArribaAbajo

Siglo XVIII

  -[114]-     -115-  
ArribaAbajo

Francisco José de Isla


Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes246

-De estas veinte y cuatro letras, unas se llaman vocales y otras consonantes. Las vocales son cinco: a, e, i, o, u. Llámanse vocales porque se pronuncian con la boca.

-Pues, ¿acaso las otras, señor maestro -le interrumpió Gerundico con su natural viveza-, se pronuncian con el cu...? -y díjolo por entero.

Los muchachos se rieron mucho; el cojo247 se corrió un poco; pero, tomándolo a gracia, se contentó con ponerse un poco serio, diciéndole:

-No seas intrépido, y déjame acabar lo que iba a decir. Digo, pues, que las vocales se llaman así, porque se pronuncian con la boca, y puramente con la voz, pero las consonantes se pronuncian con otras vocales. Esto se explica mejor con los ejemplos. A, primera vocal, se pronuncia abriendo mucho la boca: a.

Luego que oyó esto Gerundico, abrió su boquita, y mirando a todas partes, repetía muchas veces:

-A, a, a; tiene razón el señor maestro.

Y este prosiguió:

-La e se pronuncia acercando la mandíbula inferior a la superior, esto es, la quijada de abajo a la de arriba: e.

-A ver, a ver cómo lo hago yo, señor maestro -dijo el niño-: e, e, e, a, a, a, e. ¡Jesús, y qué cosa tan buena!

  -116-  

-La i se pronuncia acercando más las quijadas una a otra, y retirando igualmente las dos extremidades de la boca hacia las orejas: i, i.

-Deje usted, a ver si yo sé hacerlo: i, i, i.

-Ni más ni menos, hijo mío, y pronuncias la i a la perfección. La o se forma abriendo las quijadas, y después juntando los labios por los extremos, sacándolos un poco hacia afuera, y formando la misma figura de ellos como una cosa redonda, que representa una o.

Gerundillo, con su acostumbrada intrepidez, luego comenzó a hacer la prueba y a gritar: o, o, o. El maestro quiso saber si los demás muchachos habían aprendido también las importantísimas lecciones que les acababa de enseñar, y mandó que todos a un tiempo y en voz alta pronunciasen las letras que les había explicado. Al punto se oyó una gritería, una confusión y una algarabía de todos los diantres248. Unos gritaban a, a; otros i, i; otros o, o. El cojo andaba de banco en banco, mirando a unos, observando a otros y enmendando a todos: a este le abría más las mandíbulas; a aquel se las cerraba un poco; a uno le plegaba los labios; a otro se los descosía; y en fin, era tal la gritería, la confusión y la zambra249, que parecía la escuela ni más ni menos el coro de la Santa Iglesia de Toledo en las vísperas de la Expectación250.

Bien atestada la cabeza de estas impertinencias, y muy aprovechado en necedades y en extravagancias, leyendo mal y escribiendo peor, se volvió nuestro Gerundio a Campazas251, porque el maestro había dicho a sus padres que ya era cargo de conciencia tenerle más tiempo en la escuela, siendo un muchacho que se perdía de vista252, y encargándoles que no dejasen de ponerle luego a la gramática, porque había de ser la honra de la tierra. La misma noche que llegó hizo nuestro escolín253 ostentación de sus habilidades y de lo mucho que había aprendido en la escuela, delante de sus padres, del cura del lugar y de un fraile que iba con obediencia a otro convento, porque de estos apenas se limpiaba la casa. Gerundico preguntó al cura:

-¿A que no sabe usted cuántas son las letras de la cartilla?

El cura se cortó oyendo una pregunta que jamás se la habían hecho, y respondió:

-Hijo, yo nunca las he contado.

-Pues cuéntelas usted -prosiguió el chico- ¿y va un ochavo254 a que, aun después de haberlas contado, no sabe cuántas son?

  -117-  

Contó el cura veinte y cinco, después de haberse errado dos veces en el a, b, c, y el niño, dando muchas palmadas, decía:

-¡Ay, ay!, que lo cogí, que le gané, porque cuenta por las letras las dos A a primeras, y no es más que una letra escrita de dos modos diferentes.

Después preguntó al padre:

-¿Vago otro ochavo a que no me dice usted cómo se escribe burro, con b pequeña, o con B grande?

-Hijo -respondió el buen religioso-, yo siempre lo he visto escrito con b pequeña.

-¡No, señor! ¡No, señor! -le replicó el muchacho-. Si el burro es pequeñito y anda todavía a la escuela, se escribe con b pequeña; pero si es un burro grande, como el burro de mi padre, se escribe con B grande; por que dice señor maestro que las cosas se han de escribir como ellas son, y que por eso una pierna de vaca se ha de escribir con una P mayor que una pierna de carnero.

A todos les hizo gran fuerza la razón, y no quedaron menos admirados de la profunda sabiduría del maestro, que del adelantamiento del discípulo; y el buen padre confesó que, aunque había cursado en las dos Universidades de Salamanca y Valladolid, jamás había oído en ellas cosa semejante. Y vuelto a Antón Zotes y a su mujer, les dijo muy ponderado:

-Señores hermanos, no tienen que arrepentirse de lo que han gastado con el maestro de Villaornate, porque lo han empleado bien.

Cuando el niño oyó arrepentirse, comenzó a hacer grandes aspavientos, y a decir:

-¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué mala palabra, arrepentirse! ¡No, señor! ¡No, señor! No se dice arrepentirse, ni cosa que lleve arre; que eso dice señor maestro que es bueno para los burros, o para las ruecas.

-Recuas, querrás decir, hijo -le interrumpió Antón Zotes, cayéndole la baba.

-Sí, señor, para las recuas, y no para los cristianos, las cuales debemos decir enrepentir, enremangar, enreglar el papel, y cosas semejantes.

El cura estaba aturdido, el religioso se hacía cruces, la buena de la Catanla lloraba de gozo, y Antón Zotes no se pudo contener sin exclamar:

-¡Vaya, que es una bobada! -que es la frase con que se pondera en Campos una cosa nunca vista ni oída.

Como Gerundico vio el aplauso con que se celebraron sus agudezas, quiso echar todos los registros; y volviéndose segunda vez al cura, le dijo:

-Señor cura, pregúnteme usted de las vocales y de las consonantes.

El cura, que no entendía palabra de lo que el niño quería decir, le respondió:

-¿De qué brocales, hijo? ¿Del brocal del pozo del Humilladero, y del otro que está junto a la ermita de San Blas?

  -118-  

-No, señor, de las letras consonantes y de las letras vocales.

Cortose el bueno del cura, confesando que a él nunca le habían enseñado cosas tan hondas.

-Pues a mí, sí -continuó el niño.

Y de rabo a oreja, sin faltarle punto ni coma, les encajó toda la ridícula arenga que había oído al cojo de su maestro sobre las letras vocales y consonantes; y en acabando, para ver si la habían entendido, dijo a su madre:

-Madrica, ¿cómo se pronuncia la letra a?

-Hijo, ¿cómo se ha de pronunciar? Así: a, abriendo la boca.

-No, madre; pero, ¿cómo se abre la boca?

-¿Cómo se ha de abrir, hijo? De esta manera: a.

-Que no es eso, señora; pero cuando usted la abre para pronunciar la a ¿qué es lo que hace?

-Abrirla, hijo mío -respondió la bonísima Catanla.

-¡Abrirla! Eso cualquiera lo dice. También se abre para pronunciar e, y para pronunciar i, o, u, y entonces no se pronuncia a. Mire usté, para pronunciar a, se baja una quijada y se levanta otra, de esta manera.

Y cogiendo con sus manos las mandíbulas de la madre, le bajaba la inferior y le subía la superior, diciéndole que, cuanto más abriese la boca, mayor sería la a que pronunciaría. Hizo después que el padre pronunciase la e, el cura la i, el fraile la o, y él escogió por la más dificultosa de todas la pronunciación de la u, encargándoles que todos a un tiempo pronunciasen la letra que tocaba a cada uno, levantando la voz todo cuanto pudiesen y observando unos a otros la postura de la boca, para que viesen la puntualidad de las reglas que le había enseñado el señor maestro. El metal de las voces era muy diferente: porque la tía Catanla la tenía hombruna y carraspeña; Antón Zotes, clueca y algo aternerada; el cura, gangosa y tabacuna; el padre, que estaba ya aperdigado255 para vicario de coro, corpulenta y becerril; Gerundico, atiplada y de chillido. Comenzó cada uno a representar su papel y a pronunciar su letra, levantando el grito a cuál más podía: hundíase el cuarto, atronábase la casa. Era noche de verano, y todo el lugar estaba tomando el fresco a las puertas de la calle. Al estruendo y a la algazara de la casa de Antón Zotes, acudieron todos los vecinos, creyendo que se quemaba, o que había sucedido alguna desgracia: entran en la sala, prosiguen los gritos descompasados, ven aquellas figuras, y como ignoraban lo que había pasado, juzgan que todos se han vuelto locos. Ya iban a atarlos, cuando sucedió una cosa nunca creída ni imaginada, que hizo cesar de repente la gritería y por poco no convirtió la música en responsos. Como la buena de   -119-   la Catanla abría tanto la boca para pronunciar su a, y naturaleza liberal la había proveído de este órgano abundantísimamente, siendo mujer que de un bocado se engullía una pera de donguindo256 hasta el pezón, quiso su desgracia que se le desencajó la mandíbula inferior tan descompasadamente, que se quedó hecha un mascarón de retablo, viéndosele toda la entrada del esófago y de la traquiarteria257, con los conductos salivales, tan clara y distintamente que el barbero dijo descubría hasta los vasos linfáticos, donde excretaba la respiración. Cesaron las voces, asustáronse todos, hiciéronse mil diligencias para restituir la mandíbula a su lugar; pero todas sin fruto, hasta que al barbero se le ocurrió cogerla de repente y darle por debajo de la barba un cachete tan furioso que se la volvió a encajar en su sitio natural, bien que, como estaba desprevenida, se mordió un poco la lengua y escupió algo de sangre. Con esto paró en risa la función; y habiéndose instruido los concurrentes del motivo de ella, quedaron pasmados de lo que sabía el niño Gerundio, y todos dijeron a su padre que le diese estudios, porque sin duda había de ser obispo.





  -120-  
ArribaAbajo

Tomás de Iriarte




Tres potencias258 bien empleadas en un caballerito de estos tiempos


   Levántome a las mil, como quien soy.
Me lavo. Que me vengan a afeitar.
Traigan el chocolate y a peinar.
Un libro... Ya leí. Basta por hoy.

   Si me buscan, que digan que no estoy...
Polvos... Venga el vestido verdemar...
¿Si estará ya la misa en el altar?...
¿Han puesto la berlina259? Pues me voy.

   Hice ya tres visitas. A comer...
Traigan barajas. Ya jugué. Perdí...
Pongan el tiro260. Al campo, y a correr...

   Ya doña Eulalia esperará por mí...
Dio la una. A cenar, y a recoger...
«¿Y es este un racional261?». «Dicen que sí».

  -121-  
Epigramas

Juguete, respondiendo con las mismas palabras de la pregunta



    «He reñido a un hostelero».
«¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?».
«Porque donde cuando como
sirven mal, me desespero».


   Al pasar por la puerta
dijo el marido:
«O la puerta ha bajado o yo he crecido»262.


   Escribano263, que inmediata
tienes tu casa a un platero,
pon en ella este letrero:
«Todos limpiamos la plata».


   Dos credos por penitencia
daba un confesor a un tuno,
y él dijo con insolencia:
«Récelos su reverencia,
que yo no sé más de uno».



   Una mañana de agosto,
a su balcón asomada,
un cuenco de fresca leche
la bella Anarda tomaba.
El cuenco era blanca china;
blanca plata la cuchara;
carne muy blanca la mano;
la leche casi tan blanca.
-122-

   Quedé, con tanta blancura,
más deslumbrado que estaba,
porque hasta el traje la niña
llevaba de blanca holanda264.
Estábamela mirando;
en esto volvió la espalda,
y más blanco que un papel
me dejó la blanca Anarda265.





  -123-  
ArribaAbajo

Félix María de Samaniego




La zorra y el busto266


   Dijo la Zorra al Busto,
después de olerlo:
«Tu cabeza es hermosa,
pero sin seso».
   Como este hay muchos,
que aunque parecen hombres,
sólo son bustos.



  -124-  
ArribaAbajo

José Iglesias de la Casa



   Hízome señas Teodora
ayer desde su balcón,
y dije: «¡Qué tentación
de risa tan a deshora!».

   Subí a ver lo que quería,
salí a su balcón; y luego...
Se puso a la puerta un ciego
a tocar la mandolina.



   Díjele a Inés: «Tus mejillas
dulces, tus dulces ojuelos
y labios de caramelos
me sacan de mis casillas».

   Ella, echándose a reír,
dio cierto en un disparate,
que fue... pero tate, tate;
no todo se ha de decir.



  -125-  
ArribaAbajo

Nicolás Fernández de Moratín




Epigramas


   Ayer convidé a Torcuato.
Comió sopas y puchero,
media pierna de carnero,
dos gazapillos267 y un pato.

   Doyle vino y respondió:
«Tomadlo por vuestra vida,
que hasta mitad de comida
no acostumbro a beber yo».




Saber sin estudiar


   Admirose un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños de Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es
-dijo, torciendo el mostacho-
que para hablar en gabacho
un hidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».



  -126-  
ArribaAbajo

Leandro Fernández de Moratín




A un mal bicho


    ¿Veis esa repugnante criatura,
chato, pelón, sin dientes, y estevado268,
gangoso y sucio y tuerto y jorobado?
Pues lo mejor que tiene es la figura.




A un escritor cuyo libro nadie quiso leer


   En un cartelón leí
que tu obrilla baladí
la vende Navamorcuende...
No ha de decir que la vende,
sino que la tiene allí.



  -127-  
ArribaAbajo

Ramón de la Cruz


Manolo. Tragedia para reír o sainete para llorar269

 

Los dichos; y al verso Avanza infantería, salen unos MUCHACHOS que a pedradas derriban el puesto de castañas, y andan a la rebatiña. MANOLO y los TUNOS entran en la taberna y suena ruido de vasos rotos. La CHIRIPA anda a patadas con los MUCHACHOS y luego se agarra con la POTAJERA. El TÍO tiene a la REMILGADA desmayada en sus brazos; SEBASTIÁN está bailando al son de la gaita y luego salen dándose cachetes MANOLO y MEDIODIENTE; y a su tiempo, cuando le da la navajada, se levantan las TRES VERDULERAS y van saliendo TUNOS y MUCHACHOS y forman un semicírculo, haciendo que lloran, con sendos pañuelos, etc.

 
MANOLO
¡Ay de mí! Muerto soy.
MEDIODIENTE
Me alegro mucho.
REMILGADA
Ya respirar podemos.
TÍA CHIRIPA
¿Quién se queja?
TÍO MATUTE
No te asustes; no es más que a tu hijo
le atravesaron la tetilla izquierda.
MANOLO
Yo muero... no hay remedio. ¡Ay madre mía!
Aquesto fue mi sino... Las estrellas...
Yo debía morir en alto puesto,
según la heoricidá de mis empresas;
pero, ¿qué hemos de hacer? No quiso el cielo:
me moriré y después tendré paciencia.
Ya no veo los bultos... aunque veo
las horribles visiones que me cercan.
¡Ah, tirano! ¡Ah, perjura! ¡Ay, madre mía!
Ya caigo... ya me tengo... vaya de esta.

 (Cae.) 

TÍA CHIRIPA
¡Ay hijo de mi vida! ¿Para esto
-128-
tantos años lloré tu triste ausencia?
¡Ojalá que murieses en la plaza
que, al fin, era mejor que en la plazuela!
Pero aguarda, que voy a acompañarte
para servirte en cuanto se te ofrezca.
¡Oh Manolo, el mejor de los mortales!
¿Cómo sin ti es posible que viviera
tu triste madre? ¡Ay! Allá va eso.

 (Cae.) 

TÍO MATUTE
Aguarda, mujer, y no te mueras...
Ya murió, y yo también quiero morirme
por no hacer duelo ni pagar exequias.
REMILGADA
¡Ay, padre mío!
MEDIODIENTE
Escúchame.
REMILGADA
No puedo,
que voy a morir a toda prisa.

 (Cae.) 

POTAJERA
Y yo también, pues si murió Manolo,
a llamar al doctor me voy derecha
y a meterme en la cama bien mullida,
que me quiero morir con conveniencia.

Escena última

 

SEBASTIÁN, MEDIODIENTE, las COMPARSAS y los DIFUNTOS.

 
SEBASTIÁN
¿Nosotros, nos morimos, o qué hacemos?
MEDIODIENTE
Amigo, o es trigedia, o no es trigedia;
es preciso morir; y sólo deben
perdonarle la vida los poetas
al que tenga la cara más adusta
para decir la última sentencia.
SEBASTIÁN
Pues dila tú y haz cuenta que yo he muerto
de risa.
MEDIODIENTE
Voy allá. ¿De qué aprovechan
todos vuestros afanes, jornaleros,
y pasar las semanas con miseria,
si después los domingos o los lunes
disipáis el jornal en la taberna270?



  -129-  
ArribaAbajo

José Cadalso


Cartas marruecas271

-Los canales -dijo el proyectista272 interrumpiendo a Nuño- son de tan alta utilidad, que el hecho solo de negarlo acreditaría a cualquiera de necio. Tengo un proyecto para hacer uno en España, el cual se ha de llamar canal de San Andrés, porque ha de tener la figura de las aspas de aquel bendito mártir. Desde La Coruña ha de llegar a Cartagena, y desde el cabo de Rosas al de San Vicente. Se han de cortar estas dos líneas en Castilla la Nueva, formando una isla, a la que se pondrá mi nombre para inmortalizar al protoproyectista. En ella se me levantará un monumento cuando muera, y han de venir en romería todos los proyectistas del mundo para pedir al cielo los ilumine (perdónese esta corta disgresión a un hombre ansioso de fama póstuma). Ya tenemos, a más de las ventajas civiles y políticas de este archicanal, una división geográfica de España, muy cómodamente hecha, en septentrional, meridional, occidental y oriental. Llamo meridional la parte comprendida desde la isla hasta Gibraltar; occidental la que se contiene desde el citado paraje hasta la orilla del mar Océano por la costa de Portugal y Galicia; oriental, la de Cataluña; y septentrional la cuarta parte restante. Hasta aquí lo material de mi proyecto. Ahora entra lo sublime de mis especulaciones, dirigido al mejor expediente de las providencias dadas, más fácil administración de la justicia, y mayor felicidad de los pueblos. Quiero que en cada una de estas partes se hable un idioma y se estile un traje. En la septentrional ha de hablarse precisamente vizcaíno; en la meridional, andaluz cerrado; en la oriental, catalán; y en la occidental gallego. El traje en la septentrional ha de ser como el de los maragatos, ni más ni menos; en la segunda, montera   -130-   granadina muy alta, capote de dos faldas y ajustador de ante; en la tercera, gambeto273 catalán y gorro encarnado; en la cuarta, calzones blancos largos, con todo el restante del equipaje que traen los segadores gallegos. Ítem274 en cada una de las dichas, citadas, mencionadas y referidas cuatro partes integrantes de la península, quiero que haya su iglesia patriarcal, su universidad mayor, su capitanía general, su chancillería, su intendencia, su casa de contratación, su seminario de nobles, su hospicio general, su departamento de marina, su tesorería, su casa de moneda, sus fábricas de lanas, sedas y lienzos, su aduana general275. Ítem, la corte irá mudándose según las cuatro estaciones del año por las cuatro partes, el invierno en la meridional, el verano en la septentrional, et sic de caeteris276.

Fue tanto lo que aquel hombre iba diciendo sobre su proyecto, que sus secos labios iban padeciendo notable perjuicio, como se conocía en las contorsiones de boca, convulsiones de cuerpo, vueltas de ojos, movimiento de lengua y todas las señales de verdadero frenético. Nuño se levantó por no dar más pábulo al frenesí del pobre delirante, y sólo le dijo al despedirse: «¿Sabéis lo que falta en cada parte de vuestra España cuatripartita? Una casa de locos para los proyectistas de Norte, Sur, Poniente y Levante».







Arriba
Anterior Indice Siguiente