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Fábulas


Miguel Agustín Príncipe




El lavatorio del cerdo


   En agua de colonia
bañaba a su marrano doña Antonia
con empeño ya tal, que daba en terco;
pero, a pesar de afán tan obstinado,
no consiguió jamás verle aseado,
y el marrano en cuestión fue siempre puerco.

   Es luchar contra el sino
con que vienen al mundo ciertas gentes
querer hacerlas pulcras y decentes:
el que nace lechón, muere cochino.




Francisco Añón




El maestro


   «Enseña lengua española
en una sola lección
Don Felipe de Mendiola»,
anunciaba un cartelón.

   Y a la turba que le espera
dice el charlatán risueño,
echando la lengua fuera:
«Esta misma que os enseño,
¡juro a bríos!, que es lengua ibera».



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Carlos Mesía de la Cerda



   Por no sé qué accidente
murió uno de repente.
Pero lo que sí sé yo del asunto
es que, ya muerto, se quedó difunto.

   Esto prueba, y es cierto,
que para ser difunto, hay que estar muerto.




Narciso Serra



   A un santo le tocó la lotería
y a Dios le daba gracias noche y día.

   Pero un ladrón que halló la puerta franca,
le robó con auxilio de una tranca.

   Dios premia al bueno, pero viene el malo,
le quita el premio, y le sacude un palo.




Leopoldo Alas308




Moraleja (como hay muchas)


    Estando de visita Don Antero
se le cayó el sombrero,
y el niño de la casa, que allí estaba,
cogió el sombrero y lo llenó de baba.

   Esto nos prueba, amigo don José...
a mí nada, y ¿a usté?



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Fernando Martín Redondo




El diputado electo309


(La lechera, de Samaniego)


   Llevaba en la cartera
el acta de elección un diputado:
su mirada altanera,
aire de presunción y desenfado,
iban diciendo a voces a la gente:
«Aquí va un personaje prominente».
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que risueño le abría
horizontes políticos sin cuento.
Pasaba por la calle de Barbieri,
y así decía el diputado in fieri310:
«Una vez aprobada
el acta y yo sentado en el Congreso,
no me detiene nada
y lanzaré de mi elocuencia el peso
en un soberbio escultural discurso
que asombrará al gobierno y al concurso.
Del efecto logrado
con mi oración se ocupará la prensa;
seré el niño mimado
y obtendré la debida recompensa:
gobernador o regio comisario,
director general, subsecretario...
A otra legislatura
habrá en el ministerio alteraciones,
y si, como se augura,
atendiendo a económicas razones,
se parte en dos aquel departamento,
seré medio ministro de Fomento.
Abriré una campaña
de reformas, proyectos y mejoras
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y me daré tal maña
para implantar medidas salvadoras
que, si me ayuda Dios, lograr espero
la regeneración del pueblo ibero.
Y, sin vanidad fatua,
daré a mi nombre esplendoroso brillo;
me alzarán una estatua,
cosa que no logró Bravo Murillo311,
y constaré en la historia que se espera
comenzará a escribir don Juan Valera312».

   Así entró entusiasmado
en el Congreso el diputado electo,
mas se quedó aterrado
al decirle un amigo predilecto:
«Se han disuelto las Cortes, conque, chico,
trajiste un acta y te llevaste un mico313».





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Benito Pérez Galdós


El amigo manso314

Hablando con el italiano, con otros músicos, con algunos de mis amigos, me distraje de las partes siguientes del programa; pero hasta donde estábamos venían, como olores errantes de un próximo sahumerio315, algunas emanaciones retóricas de los versos que leía Sainz del Bardal. Su declamación hinchada iba lanzando al aire bolas de jabón que admiraban las mujeres y los necios. Las bombillas estallaban, resonando de diversos modos, ya en tono grave, ya en el plañidero y sermonario; y entre el rumor de la cháchara que en derredor mío zumbaba, oíamos: «Creed y esperad... inmensidad sublime... místicos ensueños... salve, creencia santa...». De varios vocablos sueltos y de frasecillas volantes colegimos316 que el señor Del Bardal se guarecía bajo el manto de la religión; que bogaba en el mar de la vida; que su alma rasgaba pujante el velo del misterio, y que el muy pillín iba a romper la cadena que le ataba a la humana impureza. También oímos mucho de faros de esperanza, de puertos de refugio, de vientos bramadores y del golfo de la duda, lo que no significaba que Bardal se hubiera metido a patrón de lanchas, sino que le daba por ahí, por embarcarse en la nave de su inspiración sin rumbo, y todo eran naufragios retóricos y chubascos retóricos.

-¡Si encallará de una vez este hombre!...

-Dejadle que le dé al remo... ¡Lástima que ya no tengamos galeras!



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Lo prohibido317

-Tengo un principio de enfermedad grave. ¿Sabes lo que es? Reblandecimiento de la médula.

-¿Has consultado algún médico?

-No; no es preciso. He estudiado esa enfermedad, y conozco bien su proceso, sus síntomas y su tratamiento. [...]

-¿Sabes -me dijo de súbito, contestando a mis preguntas- cuál es uno de los principales síntomas del reblandecimiento? La afasia, o sea, pérdida de la palabra. Empieza por inseguridad, por torpeza en la emisión de algunas sílabas. Las que primero se resisten a ser pronunciadas fácilmente y de un golpe son las de r líquida después de t, es decir, las sílabas tra, tre, tri, tro, tru...

Observé que Raimundo, haciendo visajes como los tartamudos, se expresaba con dificultad. Tenía su rostro palidez cadavérica. De súbito se marchó sin decirme adiós, pronunciando entre dientes no sé qué conceptos oscuros en una jerga ininteligible. Acostumbrado ya a sus extravagancias, no me ocupé más de él. Al día siguiente entró en mi cuarto con apariencia de estar muy avergonzado. Se frotaba las manos y su semblante tenía mucha animación.

-Hoy estoy muy bien... muy bien... al pelo -me dijo-. Mira, para comprobar el estado de los músculos de mi lengua y cerciorarme de que funcionan bien, he compuesto un trozo gimnástico-lingüístico. Recitándolo, puedo sintomatizar la afasia, y también prevenirla, porque fortalezco el órgano con el ejercicio. Si lo digo con dificultad, es que estoy malo; si lo digo bien... Escucha.

Y con la seriedad más cómica del mundo, con asombrosa rapidez y seguridad de dicción, cual si estuviera imitando el chisporroteo de una rueda de fuegos artificiales, me lanzó de un tirón, de un resuello, este incalificable trozo literario:

-Sobre el triple trapecio de Trípoli trabajaban trigonométricamente trastocados tres tristes triunviros trogloditas tropezando atribulados contra trípodes triclinios y otros trastos triturados por el tremento Tetrarca trapense.

Y lo volvió a decir una vez y otra, sin poner punto ni coma, hasta que, cansado de reírme y de oír aquel traqueteo insufrible, le rogué por Dios que se callara.





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