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El
maestro
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Moraleja (como hay
muchas)
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(La lechera, de Samaniego)
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Hablando con el italiano, con otros músicos, con algunos de mis amigos, me distraje de las partes siguientes del programa; pero hasta donde estábamos venían, como olores errantes de un próximo sahumerio315, algunas emanaciones retóricas de los versos que leía Sainz del Bardal. Su declamación hinchada iba lanzando al aire bolas de jabón que admiraban las mujeres y los necios. Las bombillas estallaban, resonando de diversos modos, ya en tono grave, ya en el plañidero y sermonario; y entre el rumor de la cháchara que en derredor mío zumbaba, oíamos: «Creed y esperad... inmensidad sublime... místicos ensueños... salve, creencia santa...». De varios vocablos sueltos y de frasecillas volantes colegimos316 que el señor Del Bardal se guarecía bajo el manto de la religión; que bogaba en el mar de la vida; que su alma rasgaba pujante el velo del misterio, y que el muy pillín iba a romper la cadena que le ataba a la humana impureza. También oímos mucho de faros de esperanza, de puertos de refugio, de vientos bramadores y del golfo de la duda, lo que no significaba que Bardal se hubiera metido a patrón de lanchas, sino que le daba por ahí, por embarcarse en la nave de su inspiración sin rumbo, y todo eran naufragios retóricos y chubascos retóricos.
-¡Si encallará de una vez este hombre!...
-Dejadle que le dé al remo... ¡Lástima que ya no tengamos galeras!
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-Tengo un principio de enfermedad grave. ¿Sabes lo que es? Reblandecimiento de la médula.
-¿Has consultado algún médico?
-No; no es preciso. He estudiado esa enfermedad, y conozco bien su proceso, sus síntomas y su tratamiento. [...]
-¿Sabes -me dijo de súbito, contestando a mis preguntas- cuál es uno de los principales síntomas del reblandecimiento? La afasia, o sea, pérdida de la palabra. Empieza por inseguridad, por torpeza en la emisión de algunas sílabas. Las que primero se resisten a ser pronunciadas fácilmente y de un golpe son las de r líquida después de t, es decir, las sílabas tra, tre, tri, tro, tru...
Observé que Raimundo, haciendo visajes como los tartamudos, se expresaba con dificultad. Tenía su rostro palidez cadavérica. De súbito se marchó sin decirme adiós, pronunciando entre dientes no sé qué conceptos oscuros en una jerga ininteligible. Acostumbrado ya a sus extravagancias, no me ocupé más de él. Al día siguiente entró en mi cuarto con apariencia de estar muy avergonzado. Se frotaba las manos y su semblante tenía mucha animación.
-Hoy estoy muy bien... muy bien... al pelo -me dijo-. Mira, para comprobar el estado de los músculos de mi lengua y cerciorarme de que funcionan bien, he compuesto un trozo gimnástico-lingüístico. Recitándolo, puedo sintomatizar la afasia, y también prevenirla, porque fortalezco el órgano con el ejercicio. Si lo digo con dificultad, es que estoy malo; si lo digo bien... Escucha.
Y con la seriedad más cómica del mundo, con asombrosa rapidez y seguridad de dicción, cual si estuviera imitando el chisporroteo de una rueda de fuegos artificiales, me lanzó de un tirón, de un resuello, este incalificable trozo literario:
-Sobre el triple trapecio de Trípoli trabajaban trigonométricamente trastocados tres tristes triunviros trogloditas tropezando atribulados contra trípodes triclinios y otros trastos triturados por el tremento Tetrarca trapense.
Y lo volvió a decir una vez y otra, sin poner punto ni coma, hasta que, cansado de reírme y de oír aquel traqueteo insufrible, le rogué por Dios que se callara.