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ArribaAbajoActo segundo


Escena I

 

D. GONZALO, el MARQUÉS y D.ª AMBROSIA.

 
D. GONZALO
También es fuerte rigor.
¿No han de permitir siquiera
que cuando vienen al campo
cuatro amigos, se diviertan?
Sobre que me han puesto ya
de mal humor... Y es empresa 5
que pocos han conseguido.
MARQUÉS
No conocen las maneras
de la buena sociedad,
no saben vivir. ¡Si vieran
qué deliciosas partidas 10
de campaña, qué soberbias
vilechaturas se forman
en Italia, en Inglaterra!
Es otro método aquél.
Animada una asamblea 15
con los nobles sentimientos
que la inspira una docena
de botellas de champaña...
D. GONZALO
No; por acá bien alegra.
el de Jerez. Pero, amigo, 20
todo se vuelve hoy reyertas
aquí. ¡Vea usted mi hermana
qué seria está! Más valiera
no habernos reconciliado,
ni pensar en tener fiesta. 25
Desazona desde luego
a la chica. Entonces ella,
como sufre pocas chanzas,
toma el portante, y se queda
sin almorzar. Esos majos 30
bailarines, que pudieran
alegrar esto, se marchan.
Don Eugenio con sentencias
nos muele; y usted ahora
traba con él en la mesa 35
cuestiones sobre los viajes,
sobre el idioma. Se alteran
los ánimos, y así damos
con la diversión en tierra.
Soy amante de la paz; 40
y por huir de pendencias,
allá los dejo, y me iré
por ahí con mi escopeta.
D.ª AMBROSIA
Siempre toma don Eugenio
por pretexto esas materias 45
para oponerse al marqués;
pero, amigo, otra es la guerra
que él quisiera hacerle...
D. GONZALO
Ya.
Resentido de que Pepa
no se inclina...
D.ª AMBROSIA
Ése es el pique.
50
Mas ¡qué pretensión tan necia!
¡Querer que ame una mujer
por reflexión! A bien que ella
no es tonta. Elige a su gusto,
y no es regular que atienda 55
al filósofo que exhorta
más que al galán que la obsequia.
MARQUÉS
Usted no es padre tirano.
D. GONZALO
Y ella ajustará sus cuentas,
que a mí...


Escena II

 

Los dichos y el TÍO PEDRO con una carta en la mano.

 
D. GONZALO
¿Qué es eso?
TÍO PEDRO
Una carta.
60
D. GONZALO
¡Hombre! ¿Ni aun aquí me dejan
respirar? Cierto que estamos
hoy para correspondencias.
TÍO PEDRO

 (Mientras D. GONZALO abre y lee la carta.)  

La trujo un hombre de capa,
y no ha espera[d]o respuesta. 65
Diz que vinía de parte
de uno que no se me acuerda
el nombre...
D. GONZALO
No tiene marca
del correo en la cubierta.
D.ª AMBROSIA
Será de Madrid.
D. GONZALO
No tal.
70
MARQUÉS
La habrán enviado de fuera
inclusa en otra, encargando
la comisión de su entrega.
D. GONZALO
Así será... Pero aquí
se me dan noticias...
D.ª AMBROSIA
¿Buenas?
75
D. GONZALO
Diabólicas. Oiga usted.

 (Lee:) 

«Muy señor mío: Aunque no tengo el honor de conocer a usted sino de reputación, la probidad me exhorta a comunicarle un aviso importante. [En] El correo último hice saber a D. Eugenio de Lara que los que le administran la fábrica o manufactura que ha establecido en esta villa le han malversado una suma enorme; y que viéndose ya en un descubierto que no puede tardar en hacerse público, están preparando secretamente su fuga fuera de España, y dejarán arruinado al propietario. Vengo de saber que es usted uno de los principales interesados en los fondos de la fábrica en cuestión; y sensible a una tan desagradable catástrofe de que está amenazado, le doy reservadamente la misma noticia para su gobierno. Bien entendido que éste es un secreto que nadie sino yo ha penetrado hasta ahora.»

Firma: don Víctor de Sierra.
¡Adiós! Voló mi dinero.
D.ª AMBROSIA
Que a un hombre de bien suceda
cualquier contratiempo, vaya. 80
Pero ¡usar tanta reserva
con usted! De don Eugenio
digo que no lo creyera.
MARQUÉS
¿Conque estos que aun no se juzgan
susceptibles de pequeñas 85
faltas, y secan al mundo
con su gran moral...?
D. GONZALO
La pegan
lo mismo que todos.
MARQUÉS
Yo
le presentaré la queja
la más amarga.
D. GONZALO
Sí, amarga,
90
agria y con sal y pimienta.
D.ª AMBROSIA
Sobre mi dinero voces.
D. GONZALO
¡Ahí es una friolera!
¡Oh! Nos veremos las caras.
D.ª AMBROSIA
Por eso he notado señas 95
de tristeza en don Eugenio.
MARQUÉS
¿Quién duda que su conciencia
le habrá estado reprochando
esta falta de franqueza
con un amigo?
D.ª AMBROSIA
Usted saque
100
con la mayor diligencia
de poder del señor mío
todo su caudal. Las pruebas
que da usted de generoso
son loables, pero llegan 105
las cosas a cierto punto...
D. GONZALO
Ya tomaré providencia.
Tío Pedro, ¿está don Eugenio
adentro?
TÍO PEDRO
Qu'hacia la huerta
le he visto con la señora 110
doña Clara.
D.ª AMBROSIA
Muy estrecha
se va haciendo esa amistad.
MARQUÉS
También tienen sus flaquezas
los filósofos. Prodigan
sublimes rasgos, condenan 115
todo capricho amoroso,
declaman; pero se dejan
seducir del bello sexo.
D.ª AMBROSIA
Conviene que usted se vea
con don Eugenio cuanto antes. 120
Marqués, el señor se queda.
Vamos a nuestra partida
de tresillo.
TÍO PEDRO
Ya está puesta
la mesa.
D.ª AMBROSIA
¿En dónde?
TÍO PEDRO
En la sala.
125
MARQUÉS
Debajo de la glorieta
estaríamos mejor
situados.
D.ª AMBROSIA
Llevar la mesa
allá, tío Pedro, y barajas.
 

(Vase el TÍO PEDRO, y sale D. BASILIO.)

 


Escena III

 

D. GONZALO, D.ª AMBROSIA, el MARQUÉS y D. BASILIO.

 
D.GONZALO
Adiós, hermano.

 (A D.ª AMBROSIA.) 

¿Y quién tercia?
130
D.ª AMBROSIA
Pepita, eso ya se sabe.
D. GONZALO
¿Dónde andará la tal Pepa?
D. BASILIO
Tanto disgusto parece
la causa nuestra presencia,
que por huir de nosotros, 135
según Bartolo nos cuenta,
se ha ido en una borrica
a corretear por las eras,
escoltada de los mozos
de la labor.
D. GONZALO
Es traviesa
140
como ella sola.
D.ª AMBROSIA
Pues bien,
dejarla que se divierta.
Si volviere por aquí,
decirla que allá la espera
el marqués. Hasta la vista. 145
MARQUÉS
Andiamo.
 

(Vase con D.ª AMBROSIA por la izquierda. El TÍO PEDRO y BARTOLO salen por la puerta del frente llevando una mesa de juego. BARTOLO vuelve la cara como para escuchar, y se va deteniendo.)

 
TÍO PEDRO
Acá por la izquierda.
Menéate.
BARTOLO
Poco a poco.
TÍO PEDRO
Vas volviendo la cabeza
y despacito, por si oyes
lo que los amos conversan. 150
BARTOLO
¿Quién? ¿Yo?
TÍO PEDRO
Sí, tú. Ya te entiendo.
Anda, hombre.
BARTOLO
Si en esta pierna
me ha da[d]o como un calambre.
No arrempuje usted.
TÍO PEDRO
Arrea.

 (Vanse por la izquierda.)  

D. BASILIO
Hermano, escucha un momento. 155
D. GONZALO
Estoy de prisa.
D. BASILIO
Quisiera
consultar algunas dudas
contigo.
D. GONZALO
Bien, como sean
brevecitas...
D. BASILIO
Sólo haré
cuatro preguntas ligeras. 160
D. GONZALO
Pues a la quinta no aguardo.
Despachemos.
D. BASILIO
La primera:
¿Por qué te dejas mandar
de esta viuda tan a ciegas?
D. GONZALO
Porque es mis pies y mis manos, 165
porque mi casa sin ella
se perdería, porque es
ella quien me la gobierna,
y pudiera gobernar
una monarquía entera; 170
porque no es aya, ni amiga,
ni compañera de Pepa,
sino una segunda madre...
D. BASILIO
Y excelente consejera.
D. GONZALO
Como que tiene talento. 175
D. BASILIO
Lo dirán las consecuencias.
¿Y por qué te pagas tanto
del marqués?
D. GONZALO
Porque sus prendas
han agradado a la chica;
y en estando ella contenta, 180
lo estoy yo. Van dos preguntas.
Tercera...
D. BASILIO
¿Y cómo se empeña
doña Ambrosia en proteger
a un forastero que apenas
conocemos?
D. GONZALO
Es que ciertos
185
sujetos tienen estrella
con las damas.
D. BASILIO
¿Y por qué?
D. GONZALO
¿Por qué? ¿Quieres que lo sepan
los hombres si muchas veces
tampoco lo saben ellas? 190
D. BASILIO
¿Y es posible que debiendo
tu hija por su nobleza,
gallarda persona y dote
emplearse bien, consientas
que un capricho...
D. GONZALO
¿Qué capricho?
195
¿El de querer ser marquesa?
Pues muchas lo tomarían
a dos manos.
D. BASILIO
Considera
que tiene muchos resabios,
y no procuras su enmienda. 200
D. GONZALO
Porque no hallo qué enmendar,
y porque quiero que sea
franca, alegre, sacudida,
no sosa ni zalamera,
y que al lucero del alba 205
responda, cuando se ofrezca,
una claridad. ¿Estamos?
D. BASILIO
Ya, pero no me hace fuerza.
D. GONZALO
¿Tienes más que preguntar?
D. BASILIO
Nada; y según tus respuestas, 210
aun de lo que he preguntado
te aseguro que me pesa.
D. GONZALO
Pues adiós.
D. BASILIO
Hermano, allá
lo verás.
D. GONZALO
Enhorabuena.
 

(Vase por la derecha. El TÍO PEDRO y BARTOLO llegan de vuelta al tiempo de concluirse esta conversación.)

 


Escena IV

 

D. BASILIO, el TÍO PEDRO y BARTOLO.

 
TÍO PEDRO
Ya te lo [d]igo. Algún chasco 215
pue[d]e ser que te suceda
por esa maldita maña.
D. BASILIO
Vaya, ¿por qué es la pendencia?
TÍO PEDRO
Porque este Bartolo to[d]o
lo parla y to[d]o lo acecha, 220
curioso y mormuraor.
BARTOLO
¿Curioso? Si no lo juera,
no sabría algunas cosas
que otros quisieran saberlas.
D. BASILIO
¿Qué cosas?
BARTOLO
Con estos ojos,
225
que se han de comer la tierra,
vi yo...
D. BASILIO
¿Qué viste?
BARTOLO
Y oí
con estas mesmas orejas...
D. BASILIO
¿Qué oíste?
BARTOLO
Pero más vale
callar, porque no haiga gresca. 230
D. BASILIO
No la habrá. Di.
BARTOLO
Estaba yo
compuniendo unas macetas
allí [d]etrás; y el marqués,
sí señor, en gran conversa
con doña Ambrosia... Y dirán 235
que uno tiene mala lengua,
pero las cosas de que ellos
platicaban no eran güenas.
Y dempués aquella acción
que les vi hacer... ¡Ah! Vergüenza 240
me diera a mí, aunque soy probe...
Ea, dejémoslo.
D. BASILIO
Espera.
BARTOLO
Voy a coger unas pocas
de lechugas y unas brevas
para meodía. Luego 245
le daré a su mercé cuenta
de toíco; que estas cosas
no es menester que las sepa
naide sino cuatro u cinco
u seis personas de aquellas 250
de satisfacción.

 (Vase.)  

TÍO PEDRO
Por poco
no añide hasta dos docenas.
Señor, usté no haga caso.
D. BASILIO
Tal vez será una simpleza,
o tal vez cosa que importe. 255
Lo seguro es que usted vea
cómo puede sonsacarle,
y traerme la respuesta.
TÍO PEDRO
No habrá menester tenazas;
y de aquí a una hora u media, 260
trairé yo la razón de eso,
y mucho más que él supiera.
¡Poquito le gusta al mozo
meterse en vías ajenas!
Voy tras él.

 (Vase.)  



Escena V

 

D.ª CLARA, D. EUGENIO y D.ª PEPITA, que salen por la izquierda; y D. BASILIO.

 
D. BASILIO
¡Ah! Sobrinita
265
mía, bienvenida seas.
D.ª PEPITA
Vamos, tío; usted también
entrará en la conferencia,
y de una vez para siempre
trataremos la materia 270
con toda formalidad.
Despacito y buena letra.
Sentémonos.

 (Siéntanse los cuatro.)  

D. BASILIO
El asunto
parece que va de veras.
D.ª PEPITA
Tendremos aquí los cuatro 275
una junta; y en presencia
de mis tíos, que me están
tratando de calavera,
se explicará don Eugenio.
Sabremos todos qué piensa 280
de mí. Sabrá lo que pienso
yo de él. Se dará sentencia.
A ver si quedando en una
cosa fija, dentro u fuera,
consigo que ni él ni ustedes 285
me rompan más la cabeza.
D.ª CLARA
Me gusta esa claridad.
Ahora sí que das pruebas
de tener juicio.
D. EUGENIO
Empecemos
a examinar con prudencia 290
tan importante negocio.
Yo, señorita...
D.ª PEPITA
Mi arenga
es antes que la de usted.
D. BASILIO
Sí, que hable primero.
D.ª PEPITA
Atiendan.
Este caballero ha días 295
que con solemnes protestas
afirma gustar de mí,
pero no sé cómo entienda
esta afición. Unas veces
se muestra fino, pondera 300
mi tal cual mérito; y pasa
a mi lado horas enteras,
acreditando que está
contento, y que se interesa
en mi bien. Mas otras veces 305
se disgusta; vitupera
mis palabras, mis acciones;
y en tono de que aconseja,
me va poniendo unas tachas
fatalísimas. Me alega 310
ejemplitos; y en hallando
ocasión, no hay indirecta
que no me suelte al descuido,
y siempre en cabeza ajena.
Pues que nota en mí defectos 315
(que yo no sé cuáles sean),
o no me quiere y me engaña,
o sólo me quiere a medias;
y en uno u en otro caso
me resiento de la ofensa. 320
Si tengo las nulidades
que supone, nada cuesta
decírmelas cara a cara
sin rodeos ni zalemas;
pues aun cuando las demuestre, 325
le probaré que con esas
doscientas imperfecciones
y dos mil más que tuviera,
como él me quisiera en forma,
me diera una preferencia 330
absoluta, sin pararse
en tales delicadezas.
Si son escrúpulos suyos,
otras hallará que tengan
más gracia para curarlos 335
o más dosis de paciencia
para sufrir a un galán
que tan suavemente mezcla
entre caricia y caricia
un párrafo de fraterna. 340
He dicho. Ustedes verán
si es bien fundada mi queja.
Hable don Eugenio ahora,
y salga por donde pueda.
D. EUGENIO
Ese mismo proceder 345
mío con que usted contempla
la agravio, es un testimonio
de inclinación verdadera.
¿Puede una dama juiciosa
figurarse que merezca 350
su favor quien no procura
su felicidad completa?
Señorita, dos especies
hay de pasión: una, ciega,
que aspira al objeto amado 355
sin examen, sin cautela.
La satisfacción presente
la incita con tal violencia
que sólo anhela una dicha,
y en su duración no piensa. 360
Otra pasión hay prudente,
reflexiva...
D.ª PEPITA
La primera,
si la tiene usted, tal cual;
la segunda, recogerla.
Quien ama es el corazón, 365
amigo; no la cabeza.
D.ª CLARA
Pero él debe siempre hacer
la elección a gusto de ella.
D. BASILIO
Si no, el placer luego pasa;
y el desabrimiento queda. 370
D.ª PEPITA
¿Por qué me habré yo metido
en conversación tan seria?
D. EUGENIO
La que desea adquirir
estimación duradera,
no confía en atractivos 375
de juventud y belleza,
que no suelen ser la finca
más segura.
D.ª PEPITA
Pues si feas
y talluditas las quiere
usted, famosa cosecha 380
hay de unas y otras.
D. EUGENIO
Señora,
lo que digo es que las prendas
del ánimo, las virtudes
y el entendimiento engendran
cariño más racional, 385
y de mayor permanencia.
D.ª PEPITA
¡Qué antigualla! Ya el amor
se escoge como una tela.
No se repara en que dure
poco, si la vista es buena. 390
D. EUGENIO
Piensa usted como muy joven.
D.ª PEPITA
¡Oiga! Pues a los cincuenta
pensaré del mismo modo.
D.ª CLARA
Otras no llegan a treinta,
cuando ya las desengaña 395
alguna triste experiencia.
D.ª PEPITA
¿Cómo?
D. EUGENIO
Yo lo explicaré.
Durante la primavera
de la edad logran ustedes
aplauso en las concurrencias, 400
atenciones, rendimientos;
cualquier dicho es agudeza,
cualquier ademán es gracia,
todo se admira y celebra;
y en el corro de aspirantes 405
que embelesados las cercan,
el que menos encarece
su pasión la llama eterna.
Entonces casi no hay una
que para ser feliz crea 410
necesitar otras dotes
que las de naturaleza.
La flor de la juventud
es rosa al fin. No es perpetua,
y apenas se ha marchitado 415
cuando toda la ligera
bandada de mariposas,
que giraba en torno de ella,
desaparece, volando
a buscar flores más frescas. 420
D.ª PEPITA
¡Ay, ay! ¡Pobre don Eugenio!
¡Se nos ha vuelto poeta
del siglo pasado! ¡Vaya!
¿Sabremos de qué comedia
se sacó esa relación? 425
Siga usted, que está discreta.
D. EUGENIO
¿Me pregunta usted de dónde
la saqué? De una tragedia
que en el teatro del mundo
sin cesar se representa, 430
y que siempre finaliza
con la escena más funesta.
D.ª PEPITA
¿Cuándo?
D. EUGENIO
Cuando una beldad
que tuvo séquito llega
a verse desamparada. 435
¿Y qué recursos la quedan
entonces? ¿Adoradores?
Ya ninguno se la acerca.
¿Amigos fieles? ¿Y cómo
los ganó? ¿Cuáles conserva? 440
¿Supo acaso cultivar
su ingenio, adquirir ideas
capaces de fomentar
la conversación amena?
¿Arraigó en su corazón 445
las virtudes que alimentan
el trato social y afable?
¿Aprendió la diferencia
que hay de la franqueza libre
a la ingenuidad modesta? 450
D.ª PEPITA
Y supongamos que en nada
de eso ha pensado.
D. EUGENIO
Pues sepa
que vivirá sin amigos;
que será víctima cierta
de una infeliz soledad, 455
de la inacción y tristeza.
D.ª PEPITA
Que se divierta, si quiere,
en hilar, o hacer calceta.
¡Bravo cuidado! ¿Y por qué
me da esa gran reprimenda 460
usted, que no es nada mío,
ni me manda, ni me cela?
D. EUGENIO
Porque en este mundo todos
somos de todos. Quisiera
que usted cobrase aversión 465
al tiránico sistema
de los que según estilo
musulmán, no consideran
a las mujeres nacidas
sino para esclavas necias 470
del hombre, y las privan casi
del uso de las potencias.
Emplee usted bien las suyas;
verá cuánto la deleitan
ciertos estudios...
D.ª PEPITA
Y luego
475
que me llamen bachillera.
D. EUGENIO
Sólo pensarán así
los que ignoren que hay tareas
no menos propias de un sexo
que de otro. ¿Quién no se prenda 480
de una dama que reúne
a la natural viveza
el útil conocimiento
de la historia, de la recta
moral, de geografía 485
y de las más cultas lenguas,
como disfrute los buenos
libros escritos en ellas?
La afición a poesía,
dibujo, música...
D.ª PEPITA
¡Aprieta!
490
Botánica, anatomía,
química y toda la jerga
de médicos y abogados,
y después la Biblioteca
del Escorial enterita 495
metida en esta cabeza...

 (Levántase atropelladamente.)  

Dígole a usted que no quiero;
y que en su vida se atreva
a dar lecciones, ni piense
que ha de ganar la prebenda 500
por oposición, luciendo
la sabiduría.

 (Levántanse todos.)  

D.ª CLARA
Pepa,
modérate.
D. BASILIO
¿Y eras tú
la que sobre esta materia
ibas a hablar formalmente? 505
D.ª CLARA
Falta que oigas la sentencia
que esperabas. Don Eugenio
te estima, y quiere tu enmienda.
Dale oídos, y serás
feliz. Atiende a finezas 510
interesadas y falsas
de ese marqués y a indiscretas
lisonjas de doña Ambrosia,
y pagarás tu imprudencia.
No te digo más.
D.ª PEPITA
Ni aun tanto
515
era menester.


Escena VI

 

D. GONZALO, D.ª CLARA, D. EUGENIO, D.ª PEPITA y D. BASILIO.

 
D. GONZALO
¡Pendencias,
y más pendencias! ¿Querrán
dejar un momento quieta
a la muchacha? Pepita,
en el cenador te esperan 520
el marqués y doña Ambrosia.
D.ª PEPITA
Voy corriendo. Ahí les queda
el Séneca de estos tiempos,
que les meterá por fuerza
la erudición en los cascos. 525
Adiós, adiós. Cuando él vuelva
a embocarme otra misión,
que me emplumen. Pocas de éstas.

 (Vase.) 

D. GONZALO
Ahora bien. Llega el caso

 (A D. EUGENIO.) 

de ajustar aquí unas cuentas. 530
D. EUGENIO
¿Conmigo?
D. GONZALO
Sí, con usted.
No hay reparo en que lo sepan
mis hermanos. ¿Cómo estamos
en cuanto a las dependencias
de la fábrica?
D. EUGENIO
Muy bien.
535
No sé qué misterio encierra
esa pregunta.
D. GONZALO
¿Le pagan
a usted el producto entera
y puntualmente?
D. EUGENIO
Ninguno
tiene más constantes pruebas 540
de ello que usted, pues percibe
siempre muy cabal su renta.
D. GONZALO
Cierto, y aun adelantada.
Pero ¿los que allá gobiernan
la fábrica en Cataluña 545
son sujetos de conciencia
y buen proceder?
D. EUGENIO
Lo son,
y ni la menor sospecha
tengo en contra.
D. GONZALO
Sin embargo,
según don Víctor de Sierra 550
avisó a usted el correo
anterior, ellos saquean
su caudal de usted y el mío.
D. EUGENIO
¡Cómo!
D. GONZALO
Y la fuga secreta
que meditan...
D. EUGENIO
¡Don Gonzalo!
555
¿Qué fuga? ¿Habla usted de veras?
D. GONZALO
Más que usted conmigo. Puedo
disimular la reserva
con que usted me lo ocultaba;
mas ahora que lo niega 560
tan redondamente, digo
que eso es jugarme una pieza
atroz; y aquí está la carta
que lo declara. Usted lea.

 (Entrega una carta a D. EUGENIO, y mientras éste lee con sobresalto, continúa D. GONZALO:)  

Hoy he recibido aquí 565
este aviso. Que le tenga
usted callado hace días,
me causa mucha extrañeza.
D. EUGENIO
Ni conozco a este don Víctor,
ni he visto jamás su letra. 570
D. GONZALO
Pues ése nos quiere bien,
y a fe que no es carta ciega,
que el hombre bien claro firma.

 (Vuelve D. EUGENIO la carta a D. GONZALO.) 

D. EUGENIO
Será carta verdadera,
mas la noticia no lo es; 575
porque sé con evidencia
que aquel establecimiento
hoy, más que nunca, prospera.
D. GONZALO
Así lo aparentarán
los mismos que le manejan. 580
D. EUGENIO
Las cartas que últimamente
he recibido, comprueban
lo contrario. A bien que todas
las traigo en las faltriqueras.
 

(Empieza a sacar varias cartas que va mostrando a D. GONZALO. D. BASILIO ayuda a desdoblar algunas de ellas, y las examina mientras D. GONZALO hace lo mismo.)

 
D.ª CLARA
Basta que el señor afirme 585
que no conoce tal Sierra
sin que exhiba testimonios
de su verdad.
D. BASILIO
No se encuentra
aquí firma parecida
a la de ese hombre.
D. GONZALO
A ver ésta.
590
Me parece... cabalmente...
la misma, la misma letra.
D. EUGENIO
¿Es posible?
D. GONZALO
Vea usted.
 

(D. EUGENIO lee para sí la carta. D. BASILIO se acerca y pasa la vista por ella al mismo tiempo que D. EUGENIO.)

 
D. EUGENIO
¡Qué es esto!
D. GONZALO
No se tolera
entre hombres de bien y amigos 595
tal ficción. ¡Y qué torpeza!
Disimularlo primero,
luego negarlo, y nos muestra
él mismo ahora la carta
que con frescura protesta 600
no haber recibido.
D. EUGENIO
¡Cierto
que es terrible mi sorpresa!
Este aviso bien conviene
con el otro.
D. BASILIO
Sí, y la fecha
es del correo pasado. 605
D. GONZALO
¿Necesitamos más pruebas?
D.ª CLARA
Seguramente hay aquí
alguna trama encubierta,
pues no cabe en don Eugenio
falsedad ni estratagema. 610
D. GONZALO
Yo de nadie fío. El chasco
es muy pesado; y mi queja
es tan grave, que no admite
satisfacción ni respuesta.
D. EUGENIO
Amigo...
D. BASILIO
Hermano...
D.ª CLARA
Gonzalo...
615
D. GONZALO
Que venga el señor, que venga
a congraciarse conmigo.
Adiós. Como si no hubiera
habido amistad jamás
entre nosotros.
D.ª CLARA
Sosiega.
620
D. GONZALO
Ya se aclarará el asunto
en forma, y pague quien deba.
 

 (Vase.)  

D. EUGENIO
¡En qué confusión me ha puesto!
A menos que recibiera
yo esta carta, y la guardara 625
con las otras sin leerla...
D. BASILIO
Todo puede ser.
D. EUGENIO
Lo cierto
es que ya las apariencias,
a pesar de mi inculpable
integridad, me condenan. 630
Pero, al fin, medios habrá
de vindicar mi inocencia
si me escucha don Gonzalo
con más espacio. Intercedan
ustedes.
D. BASILIO
Vamos a estar
635
con él y hacer la más seria
averiguación de todo.
D.ª CLARA
¿Y no debiera estar hecha
antes de insultar así
a un hombre honrado?
D. BASILIO
Aquí llega
640
Pepita. Y viene riñendo
con su amada compañera.
D.ª CLARA
Vámonos por este lado,
no sea que nos detengan.
 

(Vanse por la derecha D.ª CLARA, D. EUGENIO y D. BASILIO.)

 


Escena VII

 

D.ª PEPITA, con unos naipes en la mano, y D.ª AMBROSIA, que salen por la izquierda.

 
D.ª PEPITA
Esto no se hace conmigo; 645
no, señora. Es insolencia
del marqués. ¡Pues! ¡Disputarme
que es codillo, siendo puesta!
Aquí está la baza, mira.
D.ª AMBROSIA
Cierto, la baza tercera. 650
Él hizo cuatro, yo dos.
D.ª PEPITA

 (Arrojando las cartas con enfado.)  

No hay tal codillo.
D.ª AMBROSIA
No sea.
Pero ven acá. ¿Te irritas
por esa gran bagatela
con quien te complace en todo? 655
D.ª PEPITA
Bastaba que lo dijera
yo para no replicarme.
Y en fin, tengan o no tengan
razón las damas, los hombres
deben dársela por fuerza. 660
D.ª AMBROSIA
Pero has tratado al marqués
malamente. Eso quisiera
don Eugenio, que riñéseis
los dos.
D.ª PEPITA
Aunque él me impacienta
con sus amonestaciones, 665
tiene otro modo; y sus prendas,
si he de hablar con claridad,
merecerían que hiciera
más caso de él.
D.ª AMBROSIA
¡Que tal digas!
D.ª PEPITA
Una cosa es que por tema, 670
por despique, por venganza
de que me enamora a medias
y anda buscando defectos
que tildarme, yo conceda
mis favores al marqués, 675
y otra es que no comprehenda
lo que vale cada uno.
D.ª AMBROSIA
¿Conque tu correspondencia
al que eliges por esposo
sólo se funda en que intentas 680
castigar con un desaire
al competidor?
D.ª PEPITA
Lo aciertas.
D.ª AMBROSIA
Pero ¿no le amas?
D.ª PEPITA
Conforme.
Si el amor es sentir penas,
ansias, desvelos, fatigas 685
y toda aquella caterva
de lástimas que he leído
en comedias y novelas,
yo no tengo tal amor;
ni entiendo cómo hay quien pierda 690
el sueño y el apetito
por semejantes simplezas.
Pero si es amor gustar
de su aire, de su viveza,
de su petimetrería 695
y buen pico, yo estoy ciega
por él.
D.ª AMBROSIA
Eso basta y sobra.
Con tal que no se aborrezca
a un hombre, es muy suficiente
para marido cualquiera; 700
que bodas de enamorados
no son las que mejor prueban.
Lo cierto es que por un ojo
de la cara no se encuentra
un novio. (En lo que consiste 705
no lo sé.) La grande empresa
es salir del infeliz
estado. Después se arregla
cada una como puede,
sobre todo cuando acierta 710
con un hombre racional,
dócil, franco y de experiencia
del mundo, como el marqués.
Si te le alabo, es por esta
razón muy principalmente; 715
pues en la hora que dieras
a don Eugenio la mano,
¡pobre Pepita! Hazte cuenta
que ibas a ser una esclava.
¿Aquél? No te permitiera 720
ni un desahogo inocente.
Con sus máximas añejas,
su indigesta condición
y sus cansadas leyendas
pasaras buen noviciado. 725
¡Dios nos libre! Te midiera
los pasos con un compás.
El marqués, ¡qué diferencia!
Ya verás qué bien te trata.
Aunque en casándose piensa 730
llevarte a Italia, le haremos
que desista de esa idea;
y viviendo tú en Madrid,
figúrate qué perfecta
vida nos podremos dar, 735
unidas en tan estrecha
confianza como ahora.
Sí, nos tiene mucha cuenta
esta boda a ti y a mí.
Pero temo que no sepas 740
manejarte con el pulso
necesario en la carrera
que vas a emprender.
D.ª PEPITA
Confieso
que tengo poca reserva
para esas cosas.
D.ª AMBROSIA
Pues, hija,
745
es menester que la tengas;
porque te aseguro que hoy
sin un poco de trastienda
está una mujer vendida.
Tiempo llegará en que pueda 750
yo, pues que soy veterana,
hacerte unas advertencias
muy útiles; porque, mira,
como en casa y fuera de ella
los hombres todo lo mandan, 755
a nosotras no nos queda
más recurso que mandarlos
a ellos. De esta manera
también lo mandamos todo.
He aquí la primera ciencia 760
de una mujer. No es muy fácil,
mas no hay remedio. Aprenderla,
o resolverse a vivir
perpetuamente sujeta.
D.ª PEPITA
¡Vaya! Como yo me aplique 765
cuatro días, con tus reglas
y mi tal cual travesura
seré el honor de tu escuela.
D.ª AMBROSIA
¡Ah! Gobernar a los hombres
es arte de mucha tecla, 770
y no se adquiere tan pronto.
A cada cual se le lleva
con método muy diverso.
Por más que ellos se envanezcan
de lo que pueden y saben, 775
pregonando a boca llena
que nuestro sexo es el débil,
todos tienen sus flaquezas
y tanto u acaso más
deplorables que las nuestras. 780
Descubrir a cada uno
la suya y darle por ella,
ése, amiga, es el secreto,
ésa es la llave maestra.
Desde luego se supone 785
que la cobarde que no entra
poniéndose en el buen pie
de mandar con prepotencia
los primeros quince días,
por siempre jamás se queda 790
hecha una monja en el siglo,
hija humilde de obediencia.
Es menester habituarlos.
Si el recién casado empieza
a ceder, cederá siempre, 795
y la mujer triunfa y reina.
Pero algunos que al principio
son dóciles, se rebelan
después. Aquí es necesario
recurrir a las cautelas 800
más delicadas del arte.
A veces, indiferencia,
oír serena los cargos,
y como que se desprecian;
a veces, abatimiento 805
de dolor y de vergüenza.
Y si no basta, acudir
con cuatro caricias hechas
a tiempo; pero no usarlas
con demasiada frecuencia, 810
porque si llegan a hacerse
muy triviales, ya no pegan.
Cuando el caso apriete mucho,
declamar con entereza
y con furor que amenace 815
resoluciones violentas
y de tal publicidad,
que el pobrecillo las tema.
Sobre todo, negar siempre;
y nunca echarse por tierra. 820
En fin... Pero me dejaba
lo mejor. Una jaqueca
de quita y pon, un buen flato
manejado con prudencia,
son un bálsamo, querida; 825
porque no sólo libertan
a una mujer del apuro
y ahorran muchas respuestas,
sino que todos entonces
la cuidan y la contemplan; 830
y lo que antes fue reñirla,
es luego compadecerla.
Por la mañana: «¡Dios mío!
Estoy fatal, casi muerta.»
Pero a la tarde vestirse 835
como si tal cosa fuera.
Parchecitos en las sienes,
y al paseo, a la comedia,
al baile, o a lo que salga.
D.ª PEPITA
Según eso ¿se remedan 840
los flatos?
D.ª AMBROSIA
Muy a lo vivo;
o si no, un dolor de muelas.
Con cualquier enjuagatorio
se tiene la boca llena;
y entonces, aunque la estrechen 845
a una, no se contesta.
D.ª PEPITA
Bien fáciles de aprender
me parecen esas tretas.
Mucho más dificultoso
es llorar cuando una quiera, 850
y eso ya lo sé yo hacer.
D.ª AMBROSIA
¿Sí? Pues tú saldrás experta.
D.ª PEPITA
Y hacerme la vergonzosa
cuando oigo cosas no buenas,
para que los hombres queden 855
prendados de la inocencia.
D.ª AMBROSIA
¡Ingenio feliz! Por donde
muchas acaban, tú empiezas.
D.ª PEPITA
Con todo, quiero me enseñes
nuestras máximas secretas. 860
D.ª AMBROSIA
Sólo aquí que no nos oyen
los hombres, las descubriera.
Hay otras muchas, y todas
contribuyen al sistema
de que hagan su voluntad, 865
gasten siempre y se diviertan
las carísimas esposas
que carísimo les cuestan.
D.ª PEPITA
Es menester que lo aguanten
al fin, quieran o no quieran; 870
que para eso son maridos.
Bastantes impertinencias
sufrimos con criaturas,
con amas y otras cincuenta
pensiones que ellos no sufren. 875
Les toca cuidar la hacienda;
luego el gastarlo con todo
lucimiento es cuenta nuestra,
o verán lo que les pasa
si no nos tienen contentas. 880
D.ª AMBROSIA
Sin duda ya ellos conocen
algo de esto; porque apenas
se les habla de consorcio,
huyen el cuerpo y nos tiemblan.
D.ª PEPITA
Prosigue, amiguita mía, 885
que me gustan esas reglas.
D.ª AMBROSIA
De paso he dicho esto. El uso
te enseñará otras cosuelas.
D.ª PEPITA
Pues más despacio hablaremos.
D.ª AMBROSIA
Sí, que es larga la materia. 890
Vamos, discípula.
D.ª PEPITA
Vamos,
incomparable maestra.
D.ª AMBROSIA
Volvamos a la partida...
Pero aguarda. Aquí se acerca
tu padre. Puedes ahora 895
echarle una especie suelta
sobre eso que hemos tratado.
D.ª PEPITA
¿De mi tía?
D.ª AMBROSIA
Y que la obsequia
don Eugenio. A ver si es dable
deshacernos de él y de ella. 900


Escena VIII

 

D.ª PEPITA, D.ª AMBROSIA, el MARQUÉS y D. GONZALO.

 
MARQUÉS
Es deshonorante el crimen.
¿Puede estar más descubierta
la traición de don Eugenio?
D. GONZALO
Pero mi hermana se empeña
en disculpar a su amigo. 905
Suyo; porque si antes lo era
mío, ya no lo es.
D.ª AMBROSIA
¿Y usted
se admira de que defienda
doña Clara a don Eugenio?
MARQUÉS
Ignora la inteligencia 910
amorosa que mantienen.
D. GONZALO
¿Mi hermana y él?
D.ª PEPITA
Como suena.
D. GONZALO
¿Qué dices, muchacha?
D.ª PEPITA
Digo
lo que sé. Pues ¿soy yo ciega?
D. GONZALO
Aunque los tres me lo afirmen, 915
no concibo tal sospecha
contra Clara, que no ha dado
jamás que decir.
D.ª PEPITA
Es diestra
en ocultar con la capa
de santidad las miserias 920
humanas; mas yo la entiendo.
D. GONZALO
Es frágil como cualquiera;
pero suspendo mi juicio
hasta que tenga unas pruebas...
D.ª PEPITA
Yo las daré muy de bulto. 925
Verbigracia: su doncella
me cuenta que don Eugenio
ni un día siquiera deja
pasar sin ver a mi tía.
D. GONZALO
Eso es porque, como piensan 930
a lo filósofo, gustan
uno de otro.
D.ª AMBROSIA

 (En tono de malicia.) 

Ya; congenian,
que es lo principal.
D.ª PEPITA
Y si andan
regalándose finezas
como dos enamorados, 935
¿qué dirá usted?
D. GONZALO
De manera
que pueden ellas ser tales...
D.ª PEPITA
¡Pero cómo! ¿Usted se acuerda
del reloj que dio a la tía
cuando se casó? Pues sepa 940
que le tiene don Eugenio,
ponderando que la aprecia.
D. GONZALO
¿Y ella se le ha regalado?
D.ª PEPITA
¿Pues quería usted que él fuera
a hurtarle?
D. GONZALO
Yo necesito
945
verlo.
D.ª PEPITA
Luego que parezca
por aquí, se le haré yo
sacar. Y cuando usted vea
un bolsillo de oro y plata
con un pasador de piedras 950
finas y, lo que denota
más estrechez, con las letras
del nombre de don Eugenio...
Él le tiene: obra estupenda
de las primorosas manos 955
de mi tía y manifiesta
memoria de su cariño.
D. GONZALO
¿Y eso es cierto?
D.ª PEPITA
Usted no crea
en gazmoñadas. Las que
son así, mosquitas muertas... 960
¡Dios me libre! Y dan consejos
a las demás. ¡Zalameras!
Yo digo: sí, sí; no, no;
y quiero la gente ingenua;
pero esas hipocresías... 965
D. GONZALO
Calla, niña.
D.ª PEPITA
Me degüellan.
D. GONZALO
¿Es posible que mi hermana...?
Pero allá se las avenga
con su marido.
D.ª AMBROSIA
Aquél sí.
Es hombre de mucha espera, 970
un bendito.
MARQUÉS
Él tomará
paciencia. Al fin, siempre es ésta
la suerte de mil maridos;
y no obstante que los juegan
sobre el teatro a la cara 975
del parterre, ellos no dejan
de seguir su tren de vida,
ni toman una gran pena.
D.ª PEPITA
Y usted, padre, ¿qué me dice
del don Eugenio, que mientras 980
públicamente pretende
a la sobrina, festeja
a la tía callandico?
Parece que el hombre es pieza.
D.ª AMBROSIA
¡Oh! Yo no sé con qué cara 985
solicita le prefieras
al marqués.
MARQUÉS
Si él me pudiese
suplantar, para mí fuera
un golpe mortificante.
No lo temo... Mas él llega. 990


Escena IX

 

Los dichos y D. EUGENIO.

 
D. EUGENIO
Mi señora doña Clara
y su digno esposo esperan
que usted, señor don Gonzalo,
por breve rato venga
conmigo a la sala. Allí 995
daré a usted la más completa
satisfacción que es posible
por ahora; pero resta
que mañana o esta noche,
luego que estemos de vuelta 1000
en Madrid...
D. GONZALO
Bien. Todos esos
quebraderos de cabeza
dejémoslos para allá,
y veremos por quién queda.
D.ª PEPITA
Don Eugenio, ¿qué tal anda 1005
su reloj de usted? Quisiera
poner el mío a la hora.
A ver.
D. EUGENIO

 (Sacando el reloj.) 

Las nueve y cuarenta.
D. GONZALO

 (Acercándose a mirar el reloj.)  

Nueve y cuarenta... En efecto.
¡Vaya, que no lo creyera! 1010
D. EUGENIO
¿Que fuese esta hora?
D. GONZALO
Pues,
hubo aquí una duda.
D.ª PEPITA

 (A D. GONZALO.) 

No era
yo la que estaba atrasada
de noticias... Por la tema,
¿se ha desengañado usted? 1015
D. GONZALO
Tienes razón. ¿Quién me trueca
este doblón de ocho?
D. EUGENIO

 (Sacando un bolsillo.) 

Yo.
D. GONZALO
Para pagar una cuenta
al tío Pedro.
D.ª PEPITA
¡Qué bolsillo
tan lindo! Pues en las tiendas 1020
no los hay de éstos.
D. EUGENIO
Perdone
usted que no se le ofrezca,
porque es dádiva estimable
de otra dama.
D.ª PEPITA
¿Y se pudiera
saber quién es?
D. EUGENIO
Su señora
1025
tía de usted.
D.ª PEPITA
¿Sí? ¿De veras?
Está muy bien empleado.
D. GONZALO

 (Mirando con atención el bolsillo.) 

Celebro que se entretenga
mi hermana en buenas labores
propias de su sexo. En ciertas 1030
especies de habilidades
la que menos corre, vuela.
D.ª PEPITA
Marqués, a jugar; que estoy
picada de aquella apuesta.
MARQUÉS
¿Y querrá usted desquitarse? 1035
D.ª PEPITA
Sí, pero de otra manera.
Esos juegos carteados
son tan insulsos... Si fueran
de apunte o de envite fuerte...
MARQUÉS
¿Al quince?
D.ª PEPITA
Al quince me lleva
1040
la inclinación. Sí, envidado.
Vamos, amiguita. ¿Juega
usted, don Eugenio?
D. EUGENIO
¿Yo?
Sólo por condescendencia;
por afición, nunca.
D.ª PEPITA
¿Y qué?
1045
Si lo toma o si lo deja,
para mí es lo mismo.
D. EUGENIO
Ahora
voy a dar una respuesta
a doña Clara, mas luego...
D.ª PEPITA
Pues vaya usted, y no vuelva. 1050
¡Ea! Piérdase de vista.
D. EUGENIO
Lo que he dicho es...
D.ª PEPITA
¡Si la tierra
tuviera un escotillón
por que desapareciera
de aquí más pronto!
D. EUGENIO
Señora...
1055
D.ª PEPITA
¿No hago yo mayor fineza
en convidarle, que usted
en admitir?
D. EUGENIO
¿Quién lo niega?
Obedeceré al instante.
D.ª PEPITA
No me gustan obediencias 1060
forzadas. ¿Marqués?
MARQUÉS
¡Madama!
D.ª PEPITA
Vámonos.

 (Coge del brazo al MARQUÉS como para irse con él.)  

D. EUGENIO
Si mi presencia
es la causa del enojo,
ya queda usted libre de ella.

 (Vase.)  

D.ª PEPITA
Agur. La ida del humo. 1065
D. GONZALO
Chica, ¿y conmigo no cuentas?
También soy aficionado
un poco a tirar la oreja.
D.ª PEPITA
Pues venga usted.
D.ª AMBROSIA
Ve delante.
Tenemos cierta materia 1070
pendiente tu padre y yo.
Ya vamos.
D.ª PEPITA
No te detengas.
Al quince, marqués, al quince.
MARQUÉS
A todo lo que usted quiera.


Escena X

 

D. GONZALO y D.ª AMBROSIA.

 
D.ª AMBROSIA
¿Va usted conociendo ya 1075
las gentes que le rodean?
D. GONZALO
Sí, señora, y descubriendo
más terreno que quisiera.
Me fiaba de un amigo
a quien entregué mi hacienda, 1080
y él me callaba que estoy
en términos de perderla.
Muy prendado de mi hija,
y conservando secreta
intimidad con mi hermana. 1085
Todos son unos. La buena
señora, después de hacerse
la impecable... También ellas
deben de ser todas unas.
D.ª AMBROSIA
Todas no. Yo bien pudiera 1090
citar alguna de quien
es regular que usted tenga
buen concepto, y que le debe
la mejor correspondencia;
que mirando por su casa 1095
de usted, tanto se desvela
en cuidarla que se olvida
de la propia por la ajena
-leve muestra del afecto
sólido que le profesa-, 1100
que para evitar los muchos
riesgos a que vive expuesta
una señorita joven,
huérfana de madre, cela
con esmero su conducta, 1105
la acompaña y la aconseja.
Y en fin...
D. GONZALO
¡Ah, vecina mía!
Basta. No me reconvenga
usted con los beneficios
que su bondad me dispensa. 1110
Sé cómo se sacrifica
por servirme, y que está hecha
perennemente una esclava
sin apartarse de Pepa.
Sé también, y lo agradezco, 1115
que a no ser porque gobierna
lo económico una amiga
juiciosa, yo no tuviera
ni camisa.
D.ª AMBROSIA
Pues quien sabe
todo eso, conviene sepa 1120
igualmente cuán injusta,
cuán amarga recompensa
logra ya de sus afanes
la que tan bien los emplea.
¡Ay, amigo don Gonzalo! 1125
Los cuatro años de frecuencia
continua en casa de usted,
y nuestra cordial y estrecha
unión, que a nadie se oculta,
son causa de que hoy padezca 1130
el honor suyo y el mío.
Ya mi opinión anda en lenguas
de las gentes. Los que más
nos favorecen, sospechan
que estamos secretamente 1135
desposados. Otros siembran
voces más perjudiciales
a mi notoria decencia.
No hay que decir más a un hombre
que justamente se precia 1140
de caballero. En sus manos
con gran confianza entrega
su crédito una señora,
para que según conciencia
y pundonor le restaure. 1145
Y si el mérito que alega
de fiel amiga no basta,
baste saber que encomienda
una dama el noble y digno
desagravio de esta ofensa 1150
al mismo que, aunque inocente,
ha dado lugar a ella.
Me explico así precisada.
Perdone usted mi franqueza.
D. GONZALO
Sentiría que persona 1155
a quien debo las finezas
que a usted, llegase a tener
hoy de mí la menor queja.
Pero esos murmuradores
maliciosos se desprecian. 1160
D.ª AMBROSIA
Acá los despreciaremos
nosotros, enhorabuena.
Mas el público, juzgando
por todas las apariencias,
les da asenso; y en usted 1165
consiste el desvanecerlas.
D. GONZALO
Jamás podré yo faltar
a una amiga verdadera.
Pero, señora, mis años...
D.ª AMBROSIA
¡Los años! ¿Qué? ¿Soy yo de estas 1170
calaverillas que pierden
las mejores conveniencias
sólo porque el novio gasta
peluca, y luego se prendan
de un tupé muy bien rizado 1175
y una cabeza muy hueca?
No hay desproporción tampoco.
Usted tendrá los cincuenta...
D. GONZALO
Sí tal. Cumplidos.
D.ª AMBROSIA
Y yo
alrededor de los treinta. 1180
D. GONZALO
Ya usted sabe que mi genio...
D.ª AMBROSIA
No le hay en toda la tierra
tan cortado para el mío.
Ambos somos de una escuela:
alegres, sin pataratas, 1185
siempre iguales, y la prueba
es no haber tenido un sí
ni un no.
D. GONZALO
¡Ta! Ni Dios lo quiera.
Sólo que amo demasiado
mi libertad, y el sistema 1190
de vida a que estoy tan hecho...
D.ª AMBROSIA
¡Qué inconveniente! Eso fuera
bueno cuando yo imitara
a la difunta en lo seria,
en lo encogida, celosa 1195
y amiga de tomar cuentas
que fue, según me ha contado
usted mismo.
D. GONZALO
Todo eso era.
D.ª AMBROSIA
Conmigo no tendrá usted
ninguna de esas molestias. 1200
Entrará, saldrá. Temprano,
tarde. Que se divierta
a su modo. Haré lo propio.
Viviremos en perfecta
concordia. Pues lo demás 1205
no es matrimonio, es galera.
Yo tengo bastante mundo.
A usted ya nadie le lleva
de los andadores.
D. GONZALO
Ambos
comemos pan con corteza. 1210
D.ª AMBROSIA
Unidos, mas no sujetos,
haremos buena pareja.
D. GONZALO
Está bien... Pero cuidado,
vecina, que ha de ser ésa
la principal condición. 1215
D.ª AMBROSIA
Y yo quiero que lo sea.
D. GONZALO
Así, ya nos convendremos.
D.ª AMBROSIA
Basta la mutua promesa.
D. GONZALO
Rabiará mi hermana.
D.ª AMBROSIA
Rabie.
¿Qué necesitamos de ella? 1220
Pepita con el marqués,
yo con usted... Demos priesa
a estas dos bodas. La dicha
de los cuatro ya es completa.


Escena XI

 

Los dichos y BARTOLO.

 
D. GONZALO
¿Qué traes de bueno?
BARTOLO
Dice
1225
la señorita que espera
a sus merce[d]es.
D.ª AMBROSIA
Ya vamos.
D. GONZALO
Di: ¿se han marchado de veras
los majos? Me ha parecido
que sonaban allá fuera 1230
las guitarras.
BARTOLO
La verdá,
señor. Están en la huerta
de enfrente. Yo les [he] icho
que tan presto no se jueran,
porque aunque la señorita 1235
los despachó, me hice cuenta
de que aquello era un arranque,
y que a la postre...
D. GONZALO
¡Ocurrencia
muy feliz! Anda, Bartolo,
y diles que al punto vuelvan. 1240

 (A D.ª AMBROSIA.) 

Se les llamará a su tiempo
para celebrar la fiesta.
BARTOLO
¡Miren qué bien hice yo
en guardar las castañuelas!

 (Vase.) 

D.ª AMBROSIA
¿Venturoso día! Vamos, 1245
esposo.
D. GONZALO
Vamos, parienta.
¡Viva la alegría!
D.ª AMBROSIA
¡Viva!
¡Y muera la envidia!
D. GONZALO
¡Muera!