¿Alteraría estas consideraciones negativas la
apelación al concepto de farsa, apelación que
desrealizaría, sin duda, la improbable trama de La
soltera rebelde? A decir verdad, no hay mucha mayor
inverosimilitud en el argumento de esta obra que en los de las
farsas. Lo cierto es que, como recuerda Víctor García
Ruiz (173), el autor presenta la obra como una comedia y
no como una farsa. El problema, quizá, radica en
que los aspectos más estrictamente humanos y, por tanto,
menos farsescos y dramáticos de la obra no aparecen ante el
espectador suficientemente razonados. Hay en ella, al margen de los
lógicos elementos humorísticos, que seguramente
fueron los más evidentes para el público del tiempo
de su estreno, un profundo drama humano, de soledad y tristeza, que
es el representado por la soltería de Guadalupe. No es una
soltería asumida, como lo demuestra el hecho de que acepte
inicialmente el matrimonio propuesto por su hermana. Si ella
rechaza el compromiso es porque termina pensando que el tiempo de
aceptarlo ya pasó y que realmente no está enamorada
del hombre para quien la han destinado. La justificación de
su renuncia existe, y está en el propio texto: el amor, como
quizá todo en la vida, tiene su tiempo, y para ella ya
está olvidado. Lo explica Lupe al final: «No se puede
vivir sin amor toda la juventud. Hay que acudir cuando el amor nos
llama». El amor es cosa de jóvenes y ella ya no lo es.
Su explicación resulta tardía para el espectador,
pero no por ello menos convincente desde el punto de vista
psicológico.
Hay, sin embargo,
un problema que el espectador acaso no llega a entender: el
relevante papel que se le concede al beso. El autor podría
haber planteado la cuestión de otra manera, dado que en boca
de Mónica dejó caer la idea del complejo freudiano,
pero entonces habría entrado en el terreno del drama, y ese
no era el espacio por el que se interesaba Ruiz Iriarte. Es cierto
que las explicaciones de Guadalupe, por sí solas, no ayudan
a desentrañar la madeja psicológica: quiere volver a
Montalbán, donde ha soñado con un amor puro, sin unos
besos que parecen pecado ante sus ojos. Luego ¿sí
puede hablarse de un complejo, freudiano o no, aunque ella traspase
a su sobrina el problema, dándole finalmente el enfoque de
comedia deseado por el público?
¿Por
qué Guadalupe ha permitido que la situación llegue
hasta la víspera de la boda? Naturalmente que cabe hablar de
un truco teatral, pero no deja de ser una bala más,
proporcionada al amigo de la verosimilitud escénica.
¿Quizá el personaje aplica la máxima de que
«la felicidad es como una sensación de estar en
peligro»? No sería mala respuesta si recordamos las
melancólicas lágrimas de Cándida en el
último tramo de Juego de niños, porque
también ella se sintió en peligro... y casi feliz por
un tiempo.
¿Qué
es la soledad de la soltería para Guadalupe? Tampoco lo
sabemos, aunque es dudoso que resulte necesaria o conveniente una
explicación. La soltera rebelde es una comedia, no
un drama, y quizá ello explique que se refiera a su soledad
casi con cariño, con más melancolía que
tristeza, cuando la evoca en mezcolanza con «mis risas, mis
llantos, mis pensamientos, mis imaginaciones».
La querencia de
Guadalupe por su terruño es otro aspecto que tampoco queda
enteramente resuelto, aunque el conocedor del teatro de Ruiz
Iriarte no necesite más referencias sobre el cariño
(irónico) tomado por el autor hacia las
«provincias», a las que recurre tan a menudo.
Aquí el espacio provinciano es Montalbán, donde
«nunca ocurre nada», y quizá por eso Guadalupe
lo recuerda sin asomo de sarcasmo, con verdadero afecto, «con
una tierna nostalgia».
Posiblemente ante
la crítica no ayudó demasiado que varios de los
personajes de la obra evocaran con excesiva claridad los de
Juegos de niños. La pareja enredadora formada por
Mónica y Maty se parece demasiado a su equivalente de
Juego de niños, de la misma manera que el organista
Esteban había tenido ya un predecesor en Marcelo, el
tímido profesor de francés. Ambos representan una
posibilidad de amor ideal que no llega a concretarse, sencillamente
porque es imposible.
Al final, solo al
final, asoma el drama. Es la angustia de una solterona que quiere
evitar que Mónica repita los errores que ella
cometió. El desenlace, dado que La soltera rebelde
no es una farsa, dificulta la aceptación del papel de los
personajes jóvenes, Maty, que tanto éxito tiene con
los chicos, y Mónica, la intelectual a quien no parecen
interesarle. Por cierto que la competencia entre hermanos es motivo
argumental presente también en El pobrecito
embustero, la siguiente obra de Ruiz Iriarte. En La
soltera Mónica aparca su ego y termina aceptando como
novio a Pepito, poco más que un saco de músculos, no
sin antes hacerse portavoz de ideas como la siguiente:
«¡Soy una intelectual! El matrimonio sería un
estorbo para mí». Y es que después de esta
frase termina interiorizando los pensamientos de su tía
Lupe: «Tú eres como todas... ¡Todas somos
iguales!». El consejo de su tía es el siguiente:
«¡Lánzate a la conquista del primer muchacho que
pase ante tus ojos». La muchacha sigue la
recomendación: se interesa por el saco de
músculos.
Para justificar la
conducta de Lupe, resultaba más aceptable la
explicación del complejo, freudiano o no, que el brusco
cambio de opinión de la sobrina. La explicación de
Lupe puede considerarse tópica o teatral, a gusto del
consumidor: su hermana tiene éxito con los chicos y ella no,
lo que la ha obligado a refugiarse en el rechazo al otro sexo y,
casi peor, en la lectura de Steinbeck, Joyce y Sartre. Este
último nombre enlaza con las referencias al existencialismo,
identificado aquí, como no podía ser menos en la
España de principios de los años cincuenta, con la
angustia y el desaliño indumentario. Menos mal que para
combatirla estaba el teatro de Ruiz Iriarte y el de otros como
él.
Este personaje es
la víctima inocente habitual en las obras de Ruiz Iriarte.
Esteban está muy probablemente enamorado, sin esperanza, de
Adelaida. La solterona, paradójicamente, ha ido dejando por
el camino damnificados en sus cortas relaciones con Cupido. El otro
herido es el hombre con quien iba a casarse, Joaquín, un
personaje bastante parecido al Lorenzo de El pobrecito
embustero. El motivo de la mentira, tan activo en Juego de
niños, toma cuerpo en este hombre que se convierte,
después del desengaño, en otro individuo distinto,
noctámbulo y gamberro: es otro, se miente a
sí mismo. Igualmente, Lupe, por motivos no muy comprensibles
para el espectador, se transforma en otra mujer, que de manera
inverosímil deambula por la noche madrileña en busca
de aventuras que puedan darle una experiencia de que carece. Los
dos se mienten a sí mismos al travestirse en personas
distintas de quienes realmente son. El engaño, una vez
más, es en Ruiz Iriarte, una alternativa a la vida real.
Esta comedia se
estrenó en el Teatro Reina Victoria de Madrid, la noche del
19 de septiembre de 1952, con el siguiente reparto:
Decorado: Emilio
Burgos.
Acto I
|
|
Saloncito muy confortable y muy alegre en una casa
madrileña habitada por gentes de buena posición.
Predomina en todo, en muebles y colores, un sentido de lo
confortable muy de hoy, pero muy femenino y delicado. Al fondo, un
poco hacia la derecha -se entienden, siempre, términos del
espectador-, una puerta de dos hojas herméticamente cerrada
en el momento de alzarse el telón. A la derecha, dos puertas
iguales: una lleva al vestíbulo y la otra conduce a las
habitaciones del interior del piso. A la izquierda, formando
rotonda con parte del fondo, y un poco avanzado hacia primer
término, un gran ventanal apaisado. Debajo del ventanal,
siguiendo la curva de la pared, un amplísimo diván
cuajado de almohadas y algún sillón. A la derecha, en
primer término, dos sillones y una mesita redonda. Hay
cuadros, libros y flores. La luz corresponde a la media tarde de un
día de octubre.
|
|
(Se hallan en escena ADELAIDA, MÓNICA, MATY y LOLITA. ADELAIDA es una distinguidísima
señora que lleva con notable éxito su encantador
otoño. Es viuda desde hace bastantes años y es la
madre de MÓNICA y
MATY. Tiene un perpetuo y
graciosísimo aire de estar en la luna. MÓNICA, que acaba de cumplir
los veinte años, es una muchacha cuyo aspecto, la
energía de sus ademanes, y una rara firmeza en el tono de su
voz le dan una precoz seriedad. Es bonita, desde luego, pero lo
disimula todo lo que puede. Lleva el rostro apenas maquillado. Un
peinado sencillísimo, sin el menor alarde de
coquetería. Estudia en la Universidad. MATY es todo lo contrario; muy
femenina, muy despierta. Un poco más joven. A ratos, como se
irá viendo, luce un irreprimible desparpajo. También
asiste a la Universidad. Pero, francamente, parece que no le
importa eso demasiado. Diremos, por último, que LOLITA es una doncella de la casa, muy
agradable. Al levantarse el telón, las cuatro mujeres, con
la más viva angustia reflejada en el semblante, están
agrupadas ante la puerta cerrada del fondo, atendiendo a algo que
sucede en el interior. MATY, que tiene el oído pegado
a la puerta, y a veces mira por el ojo de la cerradura, es la que
facilita información a las demás. Las cuatro, por
igual, están asustadísimas.)
|
ADELAIDA.- ¿Qué?
|
MÓNICA.- ¿Qué?
|
LOLITA.- ¿Qué?
|
MATY.- ¡Chiss! Callad...
|
ADELAIDA.- Pero, ¿qué hace?
|
MATY.- (Después de mirar
otra vez.) Se ha echado en el sofá y...
|
TODAS.- ¿Qué?
¿Qué?
|
MATY.- ¡Está llorando!
|
TODAS.- ¡Oh!
|
|
(ADELAIDA, muy
nerviosa, comienza a pasear de un lado para otro. MÓNICA también, pero en
sentido inverso. MATY
continúa firme en su puesto de espionaje. LOLITA queda junto a la
pequeña.)
|
ADELAIDA.- ¡Dios mío!
¡Llorando!
|
MÓNICA.- ¡Pobre tía
Lupe!
|
LOLITA.- ¡La pobre señorita!
|
ADELAIDA.- ¡Ay! ¡Ay, qué
disgusto tan grande! Y precisamente hoy, ¡en la
víspera! Y precisamente a las cinco de la tarde, cuando
tengo citados al «maître» del Ritz
para ponernos de acuerdo sobre la música que se va a tocar
en la iglesia y al organista de la parroquia para ponernos de
acuerdo sobre el menú que se va a servir en el Ritz...
|
MÓNICA.- (Muy excitada:
casi gritando.) ¡Mamá! ¡No
empieces a confundirlo todo, que me pongo
nerviosísima...
|
ADELAIDA.- ¡Ay, hija mía, es que no
sé lo que digo! Pero, Señor, ¿qué mosca
le ha picado a mi pobre hermana? Estábamos aquí las
dos charlando, cuando, de pronto, vuestra tía se ha echado a
llorar, se ha metido en esa habitación dando gritos y ha
empezado a romper cosas...
(Transición.) A
propósito, ¿cuántas invitaciones se han
enviado?
|
MÓNICA.- Doscientas diez.
|
ADELAIDA.- (Muy
impresionada.) ¡Qué barbaridad!
Calculando que por cada invitación se consideren invitadas
cuatro personas, que es lo normal, resulta que serán
más de ochocientas... ¡Huy! Eso no es una boda. Es una
manifestación.
(Transición.) Mónica,
hijita. ¿Por qué hemos invitado a tanta gente?
|
MÓNICA.- Pero, mamá. Si la lista
de invitados la hiciste tú misma...
|
ADELAIDA.- ¿Estás segura?
|
MÓNICA.- ¡Segurísima!
Dijiste que la boda de tía Lupe había de ser un
acontecimiento...
|
ADELAIDA.- ¿Eso dije?
|
MÓNICA.-
(Furiosa.) ¡Sí!
|
ADELAIDA.- (Muy
natural.) No me extraña.
|
MÓNICA.- (Casi
desesperada.) ¡Oh, mamá!
¡Mamá!
|
ADELAIDA.- Tengo mis razones, hijita. Todo el
mundo creía que mi hermana no se casaría
jamás. Ya era para todos la solterona incansable, la
parienta provinciana que se moría de soledad y de
aburrimiento en nuestra vieja casa de Montalbán. Pero no
contaban conmigo, claro. Me empeñé en casarla y mi
trabajo me ha costado, pero mañana la caso delante de
ochocientas personas.
(Transición.) Porque,
después de todo, ochocientas personas se meten en cualquier
parte, Mónica. Bien mirado, eso es lo que ahora se llama una
fiesta íntima...
|
|
(De pronto, en este momento, suena en la pieza inmediata
del fondo el estrépito que produce un objeto que se hace
añicos contra el suelo. ADELAIDA y las muchachas gritan y
retroceden al tiempo.)
|
TODAS.- ¡Ay!
|
ADELAIDA.-
(Aterrada.) ¿Qué ha sido
eso?
|
MATY.- La tía Lupe...
|
TODAS.- (Con
ansiedad.) ¿Qué?
|
MATY.- ¡Se ha cargado el jarroncito
chino!
|
TODAS.-
(Consternadas.) ¡Oh!
|
ADELAIDA.- (Con hondo
desconsuelo.) ¿El que trajo el abuelito de la
guerra de Cuba?
|
MATY.-
(Contentísima.) Sí,
sí, Ese.
|
ADELAIDA.- ¡Qué horror! ¡Un
jarrón que era una reliquia histórica!
|
LOLITA.- ¿De veras, señora?
|
ADELAIDA.- Sí, hija, sí. Como el
pobre abuelito era tan patriota, al volver de Cuba quiso traer un
recuerdo del país y se compró un jarroncito chino...
(Transición.) Es horrible. Esta
hermana mía lo romperá todo. ¡Nos dejará
sin casa!
|
LOLITA.-
(Solícita.) ¿Quiere la
señora que prepare una taza de tila para ver si la
señorita Lupe se tranquiliza?
|
ADELAIDA.- Sí, hija. Pero date prisa.
|
LOLITA.- ¡Volando!
|
|
(Sale LOLITA.
ADELAIDA continúa
paseando de aquí para allá, casi hablando para
sí.)
|
ADELAIDA.- Es la misma, la misma de siempre. No
ha cambiado con los años. ¡Dios mío, qué
genio! Cuando éramos niñas, ella era el terror del
internado. ¡Digo! Pero si todavía la recuerdan las
monjitas. (Transición.) Maty,
nena. ¿Por qué estás tan callada?
¿Quieres decirnos lo que hace tu tía Lupe en estos
momentos?
|
MATY.- ¡Chiss! Me parece que está
hablando sola...
|
ADELAIDA.- ¿Oyes algo?
|
MATY.- Casi
nada. (Transición.)
¡Ay!
|
ADELAIDA.- ¿Qué?
|
MATY.- Dice que es muy desgraciada...
|
ADELAIDA.- ¡Oh!
(Indignadísima.) ¡Dice
que es muy desgraciada en la víspera de su boda! Pero si
cualquier mujer en su caso estaría loca de
alegría...
|
MATY.- Eso digo yo. ¿Cómo estabas
tú la víspera de tu boda, mamá?
|
ADELAIDA.- ¿Yo? Tan fresca.
(Nostálgica.) En cambio, ya
veis: vuestro padre, que en paz descanse, estaba muy preocupado...
Le daban vahídos.
|
MÓNICA.- Se comprende. ¡Pobre
papá!
|
MATY.- (Un
suspiro.) ¡Ay! ¡Qué poquita cosa
son los hombres!
|
ADELAIDA.- ¡Niña! No seas
descarada.
|
|
(Entra BERTA. Otra
doncella, también joven, ataviada como LOLITA.)
|
BERTA.- ¡Señora! Acaba de llegar el
organista de la parroquia. Dice que le ha llamado la
señora... Está en el vestíbulo...
|
ADELAIDA.-
(Excitadísima.) ¡Déjame
en paz!
|
BERTA.- ¡Ay, sí! ¡Sí,
señora! (Sale BERTA, muy de prisa y muy
asustada.)
|
ADELAIDA.- ¡El organista!
¿Qué os parece? Para músicas estoy yo en estos
momentos...
|
|
(Entra LOLITA.
Lleva una taza en una bandejita.)
|
LOLITA.- Aquí está la tila...
|
MÓNICA.- ¿Te atreves a entrar?
|
ADELAIDA.- ¿No tienes miedo?
|
MATY.- ¿Serás capaz?
|
LOLITA.- Por probar...
|
ADELAIDA.- Pues anda, hija. ¡Y suerte!
|
|
(LOLITA va a la
puerta del fondo. Llama suavemente con los nudillos y habla
bajito.)
|
LOLITA.- Señorita, señorita
Guadalupe. Soy yo, Lolita.
|
|
(Nadie contesta. LOLITA sonríe, empuja una de
las hojas de la puerta y entra. La puerta vuelve a cerrarse tras
ella.)
|
ADELAIDA.- (Con franca
admiración.) ¡Qué valiente es
esta Lolita!
|
MÓNICA.- (De
pronto.) ¡Mamá!
|
ADELAIDA.- ¡Ay, hija! Me has asustado.
|
MÓNICA.- ¿De qué hablabais
tía Lupe y tú cuando a ella le dio ese ataque de
nervios?
|
ADELAIDA.-
(Sorprendidísima.) ¿De
qué hablábamos? Pues no lo sé. ¡Ah,
sí, ya caigo!
(Transición.) Hijita:
hablábamos de lo natural... Ten en cuenta que yo soy una
mujer casada, viuda desde hace años, ¿entiendes? Y
vuestra tía, aunque no sea una muchacha, ni mucho menos, la
pobrecita es una solterona inocente. Con decirte que era la
más virtuosa de Montalbán, y eso que en
Montalbán todas las mujeres son muy virtuosas...
|
MÓNICA.- ¿Todas?
|
ADELAIDA.- Todas. La que no lo es se tiene que
ir a vivir al pueblo de al lado porque la echan.
|
MÓNICA.- ¿Las mujeres?
|
ADELAIDA.- No, hija. Los hombres... Son muy
mirados. (Un hondísimo
suspiro.) ¿Comprendes ahora, hijita? Tu pobre
tía ha vivido siempre sola en una provincia y, por su
carácter, ni siquiera ha tenido un novio... Me
pareció que mi deber de hermana mayor era prepararla para
ciertas experiencias del matrimonio. En fin, pequeñas,
hablamos de cosas de las que vosotras no tenéis aún
ni la menor idea...
|
MATY.- (Tan
campante.) ¡Ay, qué graciosa eres,
mamá!
|
ADELAIDA.- (Con un
escalofrío.) ¡Niña!
|
MÓNICA.- (Muy
severa.) ¡Mamá! Si nos hubieras dejado
que nosotras se lo explicáramos todo a tía Lupe
seguramente lo habríamos hecho con más delicadeza que
tú...
|
MATY.- (Con mucha
naturalidad.) Eso mismo estaba pensando yo.
|
ADELAIDA.- (Mirándolas con
espanto.) ¿Vosotras? Pero, Dios mío,
¿qué estoy oyendo?
|
|
(En ese momento se oye un ruido de cacharros rotos y, al
mismo tiempo, un grito de LOLITA. En escena, ADELAIDA, MÓNICA y MATY se dan un susto enorme.
Gritan.)
|
LAS
TRES.- ¡Ay!
|
|
(Se abre súbitamente la puerta del fondo y aparece
LOLITA, como lanzada.
Viene despavorida. ADELAIDA, MÓNICA y MATY acuden y la rodean.)
|
ADELAIDA.- ¡Lolita!
|
MÓNICA.- ¿Qué ha
pasado?
|
MATY.- ¿Te... ha pegado?
|
LOLITA.- (Llorosa.)
Pues, al principio, todo iba bien. Hasta parecía más
tranquila. (Se echa a llorar.) Pero,
cuando la he dicho que tiene mucha suerte porque se casa
mañana, ha soltado un grito, y me ha tirado del pelo...
|
TODAS.- ¡Oh!
|
LOLITA.- ¡Vamos! (Llorando
ya desgarradoramente.) Y todo porque una se mete en
lo que no le importa con la mejor voluntad...
|
|
(Sale secándose las lágrimas. ADELAIDA, MÓNICA y MATY se miran,
consternadas.)
|
MÓNICA.- ¡Pobre Lolita!
|
MATY.- ¡Pobrecita!
|
ADELAIDA.- (En un
grito.) ¡Basta! Esta situación no puede
continuar ni un minuto. Yo misma haré comprender a mi
hermana que su actitud es improcedente...
|
MATY.-
(Asustada.) ¡No, mamá!
|
ADELAIDA.- ¡Dejadme! Cumpliré con
mi deber... (Y con la más firme
decisión, empuja la puerta del fondo y
entra.)
|
MÓNICA.- ¡No entres!
|
MATY.- ¡Cuidado, mamá!
|
MÓNICA.- ¡Ay, ay, ay!
|
|
(Y las dos, a un tiempo, escapan hacia el fondo. Al llegar,
se abre de par en par la puerta y aparece ADELAIDA, con el semblante muy
trastornado. Da la sensación de que le ha ocurrido algo
inaudito.)
|
MÓNICA y MATY.- ¡Mamá!
|
ADELAIDA.- Es inútil. Está furiosa
conmigo. ¡Y me ha dado una bofetada!
|
MATY y
MÓNICA.- ¡Oh!
|
|
(En el umbral de la puerta del fondo surge con violencia
GUADALUPE. Es una mujer de
algunos más de treinta años. Lleva un vestido oscuro
y recatadísimo. En el rostro, un noble rostro, ahora un poco
descompuesto por la irritación que sufre, hay algo hermoso y
atractivo. En los ojos le brillan unas lágrimas furiosas e
incontenibles. Tiene el peinado deshecho. Grita con coraje entre
sollozos.)
|
GUADALUPE.- ¡Vete!
|
TODAS.-
(Retrocediendo.) ¡Ayyy!
|
GUADALUPE.- ¡Vete, Adelaida! ¡Vete!
No quiero verte. ¿Por qué me has traído a
Madrid? ¿Por qué no me has dejado en Montalbán
para siempre? ¿Por qué, Dios mío? ¿Por
qué?
|
ADELAIDA.- (Muy
asustada.) ¡Guadalupe!
|
GUADALUPE.- ¡Calla! ¿Crees que no
lo sé? Porque para ti, para tu estúpida frivolidad,
es casi un deshonor tener una hermana solterona. Porque, para ti,
casar a una pobre provinciana es como un juego de sociedad donde se
lucen tu habilidad y tu ingenio. ¿Verdad que es eso? Dilo,
Adelaida. Di que el juego ha sido muy divertido... Pero lo que
tú no sabes, lo que no sabe nadie, es que yo, ahora,
quisiera huir de aquí, desaparecer,
morirme... (Se deja caer en el diván y golpea
furiosamente en los almohadones.) ¡Oh, Dios
mío! Yo me quiero morir...
|
ADELAIDA.-
(Aterrada.) Pero, Guadalupe,
querida...
|
GUADALUPE.- ¡Vete! Déjame... No te
acerques. ¡Te odio!
|
ADELAIDA.- ¡Oh! Dice que me odia...
|
MÓNICA.- Vete, mamá. Por
favor.
|
ADELAIDA.- Está bien. Si es necesario...
Me iré.
|
|
(Sale, muy ofendida. Un silencio. GUADALUPE continúa echada en el
sofá, con el rostro oculto, llorando silenciosamente, con
rabia. MATY y MÓNICA, inmóviles, la
contemplan sobrecogidas. Hablan muy bajito.)
|
MÓNICA.- ¡Chica! ¡Qué
horror!
|
MATY.- ¡Qué genio!
|
MÓNICA.- ¡Es una fiera!
|
|
(Aparece, con muchísima prudencia, ESTEBAN. Es un hombre de unos cuarenta
años, o quizá alguno más, de mirada un poco
ensimismada y de aspecto muy descuidado. Uno de los escasos
bohemios que quedan. Llama desde la puerta.)
|
ESTEBAN.- ¡Chiss! Buenas tardes.
¿Cómo están ustedes? Permítame que me
presente. Yo soy el organista de la parroquia... Estoy esperando en
el vestíbulo desde hace un ratito y nadie me hace
caso...
|
|
(MÓNICA y
MATY se vuelven hacia
él, indignadísimas, imponiéndole
silencio.)
|
MÓNICA y MATY.- ¡Chiss!
|
ESTEBAN.-
(Asustado.) ¡Caramba!
|
MATY.- ¿Quiere usted callarse?
|
ESTEBAN.- Pero, señorita...
|
MÓNICA.- ¡Largo!
|
ESTEBAN.-
(Sobrecogido.) Sí, sí,
señorita. Con mucho gusto. Esperaré... Caramba,
caramba.
|
|
(Y desaparece por donde vino, muy impresionado. Una pausa.
GUADALUPE, poco a poco, se
incorpora, se seca las lágrimas, ve lejos a sus sobrinas, se
ruboriza y baja los ojos como avergonzada, en una rara
transición de humildad.)
|
GUADALUPE.- Ya sé lo que estáis
pensando vosotras. La tía Lupe es una salvaje... ¿No
es eso?
|
MATY.- ¡Oh, no!
|
MÓNICA.- Mujer... Tanto como una salvaje.
(Amablemente.) Pero si todo lo que ha
pasado es muy natural. ¿Verdad, Maty?
|
MATY.-
(Amabilísima.) ¡Claro! Te
has cargado el jarroncito chino porque era una birria. Le has
tirado del pelo a Lolita porque siempre se está metiendo en
lo que no le importa. Y después le has dado una bofetada a
mamá...
|
MÓNICA.- Bueno. Pero hay muchísima
gente que está deseando darle una bofetada a
mamá.
|
MATY.- (Muy
natural.) ¡Claro! Ya lo decía el pobre
papá...
|
|
(Otro silencio. GUADALUPE que, entre hosca y
avergonzada, ha permanecido con la vista clavada en la alfombra,
alza los ojos, tiene como un estremecimiento y mira a las dos
muchachas en demanda de auxilio.)
|
GUADALUPE.- ¡Maty! ¡Mónica!
Es que tengo miedo...
|
|
(Las dos muchachas corren hacia ella.)
|
MATY.- ¿Qué has dicho?
|
MÓNICA.- ¿Miedo tú?
|
GUADALUPE.- Tengo muchísimo
miedo. (Con terror.) ¿Qué
va a pasar mañana?
|
MATY.- ¿Mañana? Mañana
será un día maravilloso para ti. A las doce,
llegarás a la parroquia, guapísima, con tu traje de
novia, y te harán muchas fotografías. Después
te pondrás otro vestido para el almuerzo y te harán
más fotografías. Luego, otro traje para el viaje y
más fotografías. Y, por fin, al atardecer
llegaréis al Escorial, donde tu novio ha reservado una
habitación en un hotel de película...
|
GUADALUPE.- (Sofocadísima:
en un grito.) ¡Calla!
|
MATY.-
(Huyendo.) ¡Ay!
|
GUADALUPE.- Calla, por Dios. No sigas.
|
MATY.- Pero, ¿por qué?
|
GUADALUPE.- (Ruborosa:
angustiadísima.) Porque me da mucha
vergüenza...
|
MÓNICA.-
(Atónita.) ¡Anda!
¿Qué es lo que te da vergüenza?
|
GUADALUPE.- (Sin mirarlas: muy
bajo.) Lo del Escorial...
|
MÓNICA y MATY.- (Se miran
estupefactas.) ¡Oh!
|
|
(GUADALUPE vuelve
a llorar sin consuelo y se abandona otra vez sobre el diván.
Las dos chicas se miran entre sí y no dan crédito a
lo que han oído.)
|
MÓNICA.-
(Boquiabierta.) ¿Ha dicho que le
da vergüenza?
|
MATY.- (Igual.)
Sí, sí. Lo ha dicho.
|
MÓNICA.- Entonces, es que en esta boda se
han cambiado los papeles...
|
MATY.- Eso creo yo...
|
|
(Las dos, muy maternales, se acercan a su tía y le
dan cachetitos en la espalda.)
|
MÓNICA.- Vamos, vamos, tía Lupe.
Mujer...
|
MATY.- ¡Querida tía Lupe! Ea,
ea...
|
GUADALUPE.-
(Avergonzada.) Soy una pobre mujer,
¿verdad? Todo esto a vosotras os parece ridículo y
absurdo. Ya lo sé... En una solterona como yo,
¡quién iba a pensarlo! Yo debería estar esta
tarde muy contenta y orgullosa porque al fin me caso mañana.
Pero no puedo, no puedo. Este miedo es algo más fuerte que
yo misma... (De pronto, alza la cabeza y se queda
mirando a MÓNICA
con anhelo.) ¡Mónica!
¿Qué sientes tú cuando un hombre te coge una
mano?
|
MÓNICA.-
(Extrañada.) ¿Yo?
|
GUADALUPE.- ¡Sí!
|
MÓNICA.- Pues... nada. Ni frío ni
calor.
|
GUADALUPE.- ¡Oh, Mónica!
|
MÓNICA.- A mí, los hombres me
tienen sin cuidado. ¿Comprendes? Yo soy una intelectual.
|
MATY.- (Sonríe
encantada.) Pues a mí, me gustan.
|
MÓNICA.- Ya, ya. Se te nota.
|
MATY.- (Como una
disculpa.) Claro que yo soy muy coqueta...
|
MÓNICA.- También se te nota.
|
MATY.-
(Dichosísima.) Me encanta que
los muchachos me cojan una mano y me la tengan así un
ratito. ¡Ay! Ya lo creo que me gusta. Y si el chico es de los
que tienen los ojos negros, me entra como un sobresalto y hasta me
pongo colorada y todo. Me da mucha rabia, pero no lo puedo
disimular... (Muy cariñosa.)
Di, tía Lupe. ¿Te ocurre a ti lo mismo?
|
GUADALUPE.- (Un silencio.
Mirándola despacio.) No, chiquilla...
|
MATY.- ¿De veras?
|
GUADALUPE.- Yo no conozco esa felicidad. Lo he
sospechado siempre... Pero desde anoche estoy segura.
|
MÓNICA.- ¿Qué pasó
anoche?
|
|
(GUADALUPE mira a
las dos, llena de confusión, y se va ruborizando poco a poco
mientras habla.)
|
GUADALUPE.- Anoche fui con Joaquín al
cine, como todas las noches. Hacían una película
neorrealista de esas que pasa lo mismo que pasa en la vida y,
claro, me quedé dormida en seguida... Como Joaquín es
tan atento, tan delicado, quiso traerme a casa inmediatamente.
Tomamos un taxi. Y, de pronto, sin que yo me diera cuenta de
cómo se las arregló, me encontré con que me
tenía así, cogida de la cintura...
|
MÓNICA.- ¡Oh!
|
MATY.- (Experta.) Es
que los muy granujas se dan unas mañas...
|
GUADALUPE.- Y entonces... (Se
calla.)
|
MÓNICA.- ¿Qué?
|
GUADALUPE.- Entonces... me besó.
(Un sollozo.) Creí que me
volvía loca. Como tengo este genio... Me puse furiosa.
Grité. Le di muchas bofetadas... Hasta creo que le
arañé un poco.
|
MATY.- ¡Qué barbaridad!
|
MÓNICA.- ¡Dios mío!
¿Y qué diría el chófer?
|
GUADALUPE.- (Muy
indignada.) Se puso de su parte. Era un
sinvergüenza. También le di una bofetada...
|
MÓNICA.- ¡Oh!
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GUADALUPE.- Después vino un guardia. Y,
por faltar a las buenas costumbres, quería poner una
multa...
|
MÓNICA.- ¿A tu novio?
|
GUADALUPE.- No, no. A mí...
(Resignada.) El guardia creía
que era yo la que se quería aprovechar. Por lo visto, es lo
corriente.
|
MATY.- (Con santa
indignación.) Pero, tía Lupe,
¿es que nunca te han besado en un taxi?
|
GUADALUPE.- ¡Jamás!
|
MATY.- (Con enorme
asombro.) ¡Qué caso!
|
GUADALUPE.-
(Humildemente.) Maty... Ten en cuenta
que hasta hace tres meses he vivido en una provincia.
|
MATY.-
(Escéptica.) ¿Es que en
provincias los hombres son más tímidos que en
Madrid?
|
GUADALUPE.- No es eso. Es que hay menos
taxis...
|
MATY.- ¡Ah, bueno!
|
GUADALUPE.- Aquello es tan distinto...
(Transición. Sonríe. Evoca, para
sí misma, con una tierna nostalgia.)
Vosotras, chiquillas, no podéis comprenderlo.
Montalbán es una ciudad insignificante que apenas tiene
ochenta mil habitantes. Nuestra casa, la vieja casa de nuestra
familia, que vosotras ni siquiera conocéis, está en
la plaza, en una plaza pequeñita y silenciosa, frente a la
catedral y al lado de un convento de monjas.
(Sonríe.) ¡Da gloria!
Siempre se oyen campanas... De la Catedral o de las monjitas. Por
las mañanas, si se mira desde el balcón de mi cuarto,
parece que en el huerto de las monjas se ha parado una bandada de
palomas. Son ellas, las monjitas que cuidan sus flores... Toda mi
vida se ha quedado allí, como se quedó la de
mamá y la de la abuelita. Allí están mis
risas, mis llantos, mis pensamientos, mis imaginaciones. ¡Mi
soledad!
|
MÓNICA.-
(Conmovida.) ¿Siempre sola,
tía Lupe?
|
GUADALUPE.- ¡Siempre! Nuestros padres
murieron pronto y vuestra madre se casó aquí apenas
salimos del internado.
(Sonríe.) Porque tu madre era
tan coqueta como tú, Maty.
|
MATY.- Lo creo... Todo el mundo dice que
mamá ha salido a mí.
|
GUADALUPE.- Yo, no... Yo era una niña
rebelde y huraña. Rehuía los mimos y las
zalamerías... Aún recuerdo el horror que me
inspiraban los besos de don Fabián, el administrador: tan
bueno, tan viejecito, tan leal. Para mí, los besos don
Fabián, con sus dientes rotos y sus barbas sucias, eran un
suplicio atroz. Tenía que esconderme para llorar. A veces,
me refugiaba en el último rincón de la casa para que
no me encontrara don Fabián y no pudiera besarme... Tanta
repugnancia me daba. (Con ternura.)
Pobrecito, pobrecito don Fabián... (Un
levísimo silencio.) Después, poco a
poco, empezó a hablar la gente de mi mal carácter, de
este genio mío, qué sé yo. Yo no me daba
cuenta de nada. Solo sé que se fueron pasando los
días uno tras otro, todos iguales. (Baja la
cabeza.) Y la juventud...
|
MATY.- ¡No lo entiendo! ¿Es que los
muchachos de Montalbán no te hacían la corte?
|
GUADALUPE.- (Sonríe con
suave melancolía.) No, Maty... En
Montalbán, los muchachos de nuestra clase vienen a estudiar
a Madrid, y cuando se hacen hombres ya no vuelven a
Montalbán. Los otros, los que no eran de nuestra clase, no
se atrevían a hacerle el amor a la señorita
Guadalupe. Era demasiado para ellos. Además, ya era yo una
solterona de mal genio de la que todos se burlaban un
poquito...
|
|
(Las dos muchachas se enternecen y, suavemente, se
estrechan más junto a ella.)
|
MÓNICA.- ¡Oh, tía Lupe!
|
MATY.- ¡Pobrecita tía Lupe!
|
GUADALUPE.- (Se seca una
lágrima.) Bueno... Realmente, yo casi era
feliz con mi soledad, con mis manías, con mis sueños,
porque también tenía sueños,
¿comprendéis? Esos sueños de las solteronas,
tan maravillosos y tan inútiles. ¿Sabéis
vosotras lo que es, por la noche, al acostarse, cerrar los ojos y
vivir con la imaginación todo lo que no se ha podido vivir
durante el día? Entonces todas las palabras hermosas,
felicidad, amor, hijos, brillan en la sombra como estrellas. Por
eso vine cuando me llamó vuestra madre. Porque me llamaba
con esas mismas palabras... Cedí como cuando éramos
niñas y me tenía sometida a su voluntad... Pero,
anoche supe qué distinto es el amor que sueña una
solterona en Montalbán del otro amor, del verdadero amor...
(Transición. Excitándose, angustiada,
mientras habla.) Y no puedo, ¿sabes,
Mónica? ¡No puedo, Maty! Os lo juro. Anoche, cuando
Joaquín me besó, si grité y le pegué y
le arañé no fue por pudor, sino porque en él,
en aquel momento, estaba viendo al mismo don Fabián, tan feo
y tan viejo, con sus barbas sucias. Y volví a sentir la
misma repugnancia que sentía cuando era una niña.
¡No puedo! ¡No puedo! ¡Me volvería loca! Y
lo más horrible de todo es que me voy a casar
mañana...
|
|
(Esconde la cabeza entre las manos y llora. Las muchachas
se miran. Un silencio que solo cortan los ahogados gemidos de
GUADALUPE.)
|
MÓNICA.- Bien... Ya está todo
claro.
|
MATY.- ¿Tú crees?
|
MÓNICA.- ¡Sí! Estamos ante
un complejo.
|
GUADALUPE.-
(Asustada.) ¿Qué es eso,
Mónica?
|
MÓNICA.- Sería muy largo de
explicar. Pero el caso es que tú eres víctima de un
complejo. Y de los buenos. (Muy
intelectual.) De este complejo debe de haber
antecedentes en Freud, pero no estoy segura. Claro que eso es lo de
menos porque todo el mundo habla de Freud y no lo ha leído
nadie...
|
GUADALUPE.- (Con
ansiedad.) Di, Mónica. ¿Y esto es
grave?
|
MÓNICA.- ¡Gravísimo!
|
GUADALUPE.- ¡Oh!
|
MÓNICA.- Pero no eres tú sola,
tía Lupe. Hay muchas mujeres que padecen este
complejo...
|
MATY.- Pues es una gaita.
|
MÓNICA.-
(Indignadísima.) La culpa de
todo la tiene el maldito de don Fabián de las barbas...
|
GUADALUPE.- Mujer... Si don Fabián
murió hace treinta años, ¿cómo puede
tener él la culpa de nada?
|
MÓNICA.- (Muy
sabia.) Tía Lupe: no seas inocente. Ese horror
que te inspiró anoche un beso de tu novio no es más
que la continuación inconsciente de la repugnancia que te
producían los besos de aquel viejo estúpido...
|
GUADALUPE.-
(Extrañadísima.) ¿Eso...
es posible?
|
MÓNICA.- ¡Sí! Estoy
segura.
|
GUADALUPE.- ¡Ah!
(Absorta.) ¿Y tú crees
que me sucedería igual si me besara otro hombre que no fuera
Joaquín?
|
MÓNICA.- ¡Quién sabe! Como
hasta ahora no te ha besado nadie más que él...
|
GUADALUPE.- Pero yo necesito saberlo...
|
MÓNICA.- Si te vas a casar mañana.
No hay tiempo para nada...
|
GUADALUPE.- (Obstinada en su
idea.) ¡No! ¡No! ¡No! ¡Yo
quiero saberlo ahora mismo! ¡Ahora mismo!
|
|
(Asoma cautamente, prudentísimo, en una puerta, como
antes, ESTEBAN.)
|
ESTEBAN.- ¿Se... se puede?
|
|
(Las tres gritan al tiempo y se vuelven.)
|
LAS
TRES.- ¡Ayyy!
|
ESTEBAN.- ¡Caramba! ¿Se... se han
asustados ustedes? Lo siento. Lo siento mucho... (Muy
cortés y muy amable.) Me permito recordarles
que soy el organista de la parroquia. El señor cura
párroco me dijo que debería venir para ponerme de
acuerdo con la señora de la casa sobre la música que
he de tocar mañana en la ceremonia de la boda. La
señora, al parecer, no quiere un programa vulgar. Pero la
verdad es que llevo un buen rato en el vestíbulo y me parece
que se han olvidado de mí...
|
|
(GUADALUPE, desde
que entró ESTEBAN,
no ha dejado de mirarle con una rara fijeza. MÓNICA observa a tu tía,
alarmadísima. Muy bajo.)
|
MÓNICA.- ¡Tía Lupe! No me
asustes. ¿Qué es lo que estás pensando?
|
MATY.- ¡Ay, Dios!
|
|
(Él, bastante confuso por la mirada de GUADALUPE, comienza a darle vueltas al
sombrero que tiene entre las manos.)
|
ESTEBAN.- ¡Je! ¿Es usted...?
¿Es usted la novia? ¿Sí? La felicito.
(Sonríe.) Ya, ya nos
conocíamos. Bueno, usted a mí, no, desde luego. Yo, a
usted, sí. Desde hace algún tiempo la veo a usted en
la misa de nueve de la parroquia. Siempre va usted sola, y todos
los días se pone en el mismo rincón: junto al altar
de san Pablo. Parece como si se escondiera. Pero hace usted bien.
Es el rincón más fresco de la iglesia y huele a
gloria, porque el altar de san Pablo, no sé por qué,
siempre está lleno de claveles. ¡Je!
¡Señorita! ¿Qué le parecería a
usted si durante toda la ceremonia de su boda yo tocara en el
órgano música de Mozart? ¡Oh! Cuando en el
silencio de una iglesia suena el órgano con música de
Mozart parece que la iglesia entera es como un anticipo de lo que
uno imagina que puede ser el cielo. Verá usted. Cuando
usted, en el altar, diga en voz alta: «Sí,
quiero», yo, arriba, en el órgano, tocaré el
«Aleluya»...
|
GUADALUPE.- Por favor... ¿Quiere usted
darme un beso?
|
|
(Estupor, ESTEBAN
se queda atónito y las dos muchachas pegan un
grito.)
|
MATY y
MÓNICA.- ¡Ayyy!
|
MÓNICA.- ¡Tía Lupe!
|
ESTEBAN.- ¡Señorita! ¿Ha
dicho usted que la dé un beso? (A las
chicas.) ¿He oído bien?
|
MATY.- Sí, señor. Es para un
experimento...
|
ESTEBAN.- ¡Qué barbaridad! Pero,
señorita. ¿De verdad es usted la novia que se casa
mañana?
|
GUADALUPE.- (Roja de rubor. Casi
llorando.) ¡Deme usted un beso, por favor!
|
MATY.- Ande, hombre. No se haga de rogar...
|
ESTEBAN.- Sí, señorita. Con mucho
gusto... (Se vuelve hacia MÓNICA y MATY, muy fino.) Con
permiso.
|
|
(Y da unos pasos hacia GUADALUPE. Ella espera y al verle
cerca grita y retrocede. Él se detiene en
seco.)
|
GUADALUPE.- ¡No!
|
MATY.- ¡Oh, tía!
|
MÓNICA.- ¡Tía Lupe!
|
GUADALUPE.-
(Horrorizada.) ¡Váyase!
¡Quítese de mi vista! ¡Fuera de aquí!
|
|
(Huye sin mirarle y se refugia de nuevo en el diván,
con la cara oculta entre las manos. Las dos muchachas se vuelven
hacia ESTEBAN,
indignadísimas.)
|
MÓNICA.- ¡Váyase pronto!
|
MATY.- ¡Hala! ¿Quiere usted
marcharse de una vez?
|
ESTEBAN.- Sí, señoritas. Me voy.
Me voy en seguida. ¡Qué barbaridad! Pero qué
barbaridad...
|
|
(Y sale, muy trastornado. MÓNICA y MATY corren hacia el diván y
acosan a su tía con ansiedad.)
|
MÓNICA.- ¡Tía Lupe!
¿Cómo te has atrevido?
|
GUADALUPE.- Es que estaba desesperada.
|
MÓNICA.- ¿Y qué?
|
MATY.- ¿Te pareció que
veías otra vez a don Fabián?
|
GUADALUPE.- (Con
desconsuelo.) ¡No lo sé!
|
MATY y
MÓNICA.- ¡Oh!
|
GUADALUPE.- No lo sé, porque cuando iba a
besarme creí que me moría de vergüenza, y por
eso he echado a correr...
|
MÓNICA.- ¡Oh!
|
MATY.- Pero, tía...
|
|
(Entra LOLITA.)
|
LOLITA.- ¡Señorita Guadalupe! Acaba
de llegar el novio de la señorita con sus hijos...
|
TODAS.- ¡Oh!
|
GUADALUPE.- ¡No!
(Gritando.) Ahora no podría
verle. ¡Por favor!
|
MÓNICA.- Descuida, tía Lupe.
Nosotras le entretendremos. Ven, Maty.
|
MATY.- Vamos, sí...
|
|
(Salen las dos con LOLITA. GUADALUPE, sola. Inmediatamente, se
oyen fuera las voces jubilosas de PEPITO y JAIME, que llaman.)
|
PEPITO.- (Dentro.)
¡Lupe! ¡Lupe!
|
JAIME.-
(Dentro.) ¡Lupe!
¿Dónde estás?
|
|
(Irrumpen en escena JAIME y PEPITO. Vienen muy alborozados.
PEPITO tiene unos veinte
años, quizá, y JAIME no pasa de los veintidós.
Son dos chicos muy de hoy, pero perfectamente diferenciados entre
sí. JAIME tiene
todo el aire de un universitario estudiosísimo y, como tal,
hay en él cierto vago y juvenil ensimismamiento. Lleva
gafas. PEPITO, por el
contrario, es un muchacho agilísimo, despierto, de gestos y
ademanes muy deportivos. Entran corriendo y se sitúan uno a
cada lado de GUADALUPE.
Hablan los dos, muy contentos, inmediatamente el uno detrás
del otro, sin esperar a que GUADALUPE conteste.)
|
PEPITO.- ¡Hola! ¡Hola!
|
JAIME.- ¡Lupe! ¡Chica!
(Dichosísimo.) ¿Te das
cuenta de que ya faltan muy pocas horas para que podamos llamarte
mamá?
|
PEPITO.- Mamá, mamaíta, mamuchi,
mamy... ¿Eh?
|
JAIME.- ¡Mamá!
¡Mamaíta rica!
|
PEPITO.- ¡Eso, eso! ¡Huy! ¡Mi
mamá!
|
|
(Se ríen los dos, divertidísimos, en el colmo
de la felicidad. GUADALUPE
los mira a uno y a otro, ensimismada, sin
oírlos.)
|
JAIME.- ¡Chica! No sabes lo contentos que
estamos. Porque mira que a este y a mí nos ha costado
trabajo casar a papá.
|
PEPITO.- ¡Uf! No quieras saber. Y cuidado
que papá, no es porque sea papá, pero es un buen
partido. Pues como si no, chica. Para las mujeres, fatal.
|
JAIME.- Lo que pasa. Que papá es
demasiado decente. Y las mujeres ahora están por los hombres
más fáciles...
|
PEPITO.- Te digo, Lupe, que no es porque sea
nuestro padre, pero te llevas una alhaja.
(Entusiasmado.) Porque mira que
papá es inocente...
|
JAIME.- ¡Huy! Es un niño.
|
PEPITO.- ¡Es un ángel de Dios!
|
JAIME.- ¡Es un mirlo!
|
PEPITO.- ¡Eso! ¡Eso es lo que es
papá! ¡Un mirlo!
|
|
(Se ríen los dos con toda su alma. Son
dichosísimos. GUADALUPE, que no ha oído ni
una sola palabra, clava de pronto sus ojos en el uno y en el
otro.)
|
GUADALUPE.- Jaime, Pepito.
|
|
(Se corta en seco la risa de los muchachos.)
|
JAIME.-
(Impresionado.) ¡Ay!
¡Qué?
|
PEPITO.- ¡Lupe!
|
GUADALUPE.- (Con el
alma.) ¡No me caso!
|
|
(JAIME y
PEPITO casi
brincan.)
|
JAIME y
PEPITO.- (Al tiempo.)
¿Cómo?
|
PEPITO.- ¡Lupe!
|
JAIME.- ¿Qué has dicho?
|
GUADALUPE.- ¡He dicho que no me caso!
|
JAIME.- Pero... Lupe...
(Balbuciente.) ¿Dices que no vas
a casarte con papá?
|
GUADALUPE.- ¡No! ¡No me caso!
¡No me caso!
|
JAIME.- Pero... Eso sería horrible,
horrible.
|
PEPITO.- ¡No sabes lo que dices!
|
JAIME.- ¿Es que te has vuelto loca?
|
GUADALUPE.-
(Obstinada.) ¡No me caso!
¡No me caso!
|
JAIME.- (Gritando.
Soliviantadísimo.) ¡Papá!
¡Papá! ¿Dónde estás? Oye,
papá...
|
|
(Y sale corriendo. Quedan GUADALUPE y PEPITO.)
|
PEPITO.- ¡Lupe! ¿Quieres decirme
por qué no quieres casarte con papá?
|
GUADALUPE.- ¡No me preguntes! Por Dios, no
me preguntes... (Corre hacia el fondo.
Sale.)
|
PEPITO.-
(Estupefacto.) ¡Lupe!
¡Lupe! Escucha... Oye, Lupe.
|
|
(Entran, con el susto pintado en los semblantes,
ADELAIDA, MÓNICA y MATY.)
|
ADELAIDA.- ¿Eso ha dicho?
|
MÓNICA.- ¿Lo has oído
tú, Pepito?
|
MATY.- ¿Ha dicho que no se casa?
|
PEPITO.- ¡Sí!
|
MATY.- ¡Ay!
(Llamando.) ¡Tía!
¡Tía Lupe!
|
|
(Sale por el fondo. Quedan en escena ADELAIDA, MÓNICA y PEPITO. Los tres están muy
nerviosos. PEPITO,
desesperado, va de un lado a otro de la
habitación.)
|
PEPITO.- ¡Lo ha dicho! ¡Lo ha dicho!
¡Huy!
|
MÓNICA.- ¡Pepito!
|
PEPITO.- ¡Huy, qué nervioso me
estoy poniendo!
|
MÓNICA.- Pepito, por Dios.
|
PEPITO.- ¡Huy!
|
ADELAIDA.- (Sin dar crédito
a lo que ocurre.) ¿Que no se casa? Pero,
¿cómo puede hacerme a mí esto? A mí,
que desde hace tres meses lo he abandonado todo para dedicarme a
casarla. He dejado la Junta de Protección de Menores, la
Cruz Roja y hasta lo de las Misiones, que no sé cómo
se las estarán arreglando en la India sin mí...
¡Y ahora, en la víspera de su boda, dice que no se
casa! ¡Ah, no! Eso es imposible. ¡Imposible!
|
PEPITO.- Sí, señora.
¡Imposible! (Muy digno.)
¡No se le puede hacer este feo a papá!
|
ADELAIDA.-
(Lógica.) Eso sería lo de
menos, hijito.
|
PEPITO.- (Furioso.)
¿Qué dice usted, señora?
|
ADELAIDA.- Lo que no se puede hacer es suspender
una boda después de haber enviado doscientas invitaciones a
lo mejor de Madrid. (Casi
llorando.) Dios mío, pero si van a venir hasta
de Portugal, de esos que están en el exilio y solo vienen a
España cuando hay una fiesta importante...
|
PEPITO.-
(Indignado.) ¡Adelaida!
¡Huy! ¡Huy, qué nervioso estoy!
|
ADELAIDA.- ¡Pepito! No me chilles, que te
doy un cachete.
|
|
(Asoma JAIME,
desolado, y llama desde la puerta.)
|
JAIME.- ¡Chiss! Pepito, ven corriendo.
Papá...
|
TODOS.- ¿Qué?
|
JAIME.- Pues que cuando le he dicho lo que pasa
le ha dado como un mareo...
|
TODOS.- ¡Oh!
|
PEPITO.- ¡Papá!
¡Papá!
|
|
(Salen apresurados JAIME y PEPITO. Las dos mujeres quedan
consternadas.)
|
MÓNICA.- ¡Oh! ¡El pobre don
Joaquín!
|
ADELAIDA.- Pobrecito, pobrecito.
|
|
(Acuden las dos a la puerta en el momento en que aparece
DON JOAQUÍN,
solícitamente atendido por PEPITO y JAIME. DON JOAQUÍN viene
secándose el sudor con un pañuelo. Es un señor
de algo más de cincuenta años, con un aire de bondad
extraordinario.)
|
TODOS.- ¡Oh!
|
ADELAIDA.- ¡Joaquín!
Pobrecito...
|
MÓNICA.- Pobre señor.
(Muy maternal.) Ea, ea, ea, don
Joaquín...
|
|
(PEPITO y
JAIME se abrazan a su
padre, conmovidísimos.)
|
JAIME.- ¡Papá!
|
PEPITO.- ¡Papá!
|
JAIME.-
(Dolorosamente.) Ahora que ya te
veíamos casado y hecho un hombre...
|
DON
JOAQUÍN.- Calla, hijo. Si es que tengo un
sino...
|
PEPITO.- ¿Se puede hacer esto con un
hombre como tú? ¿Eh? ¿Se puede?
|
DON
JOAQUÍN.- Hombre, Pepito, no lo tomes tan a
pecho. Si esto es muy natural. Si es que yo no tengo ángel
con las mujeres. Si ya se sabe. Lo que pasa es que a vosotros os
ciega la pasión y os empeñáis en casarme; y
yo, por no llevaros la contraria... Pero, sí, sí.
|
PEPITO.-
(Indignado.) Pero, papá.
(En jarras.) ¿Se puede saber
qué las das? Es decir: ¿qué es lo que no las
das?
|
DON
JOAQUÍN.- Anda, este. ¡Qué
más quisiera yo saber!
|
|
(ADELAIDA y
MÓNICA han
oído el diálogo anterior
asombradísimas.)
|
ADELAIDA.- ¡Pobre señor! ¿Es
que encima le van a regañar?
|
MÓNICA.-
(Atónita.) Ya, ya... Es
fantástico.
|
|
(Aparece MATY.)
|
MATY.- ¡Mamá! ¡Mamá!
Tía Lupe está nerviosísima. Ya ha empezado a
romper cosas. Y me parece que, de un momento a otro, se va a cargar
el espejo grande... (MATY sale
corriendo.)
|
ADELAIDA.- (Un
grito.) ¡No! ¡Eso sí que no!
¡El espejo grande, no! Un espejo que es una joya. Un espejo
que tiene tantos recuerdos...
|
MÓNICA.- (Muy excitada.
Chillando.) ¡Mamá! No digas mentiras.
¿Qué recuerdos puede tener ese espejo si lo compraste
hace un año en el Rastro?
|
ADELAIDA.- ¡Mónica!
(Con mucha dignidad.) Si ese espejo no
tiene recuerdos nuestros, los tiene seguramente de sus antiguos
propietarios. (Transición. Con
angustia.) ¡Mónica! Ve con la
tía Lupe. No la dejes sola. Dile que sea razonable... Y, por
Dios, que no rompa nada.
|
|
(Sale por el fondo MÓNICA. A un lado queda
DON JOAQUÍN con sus
hijos. Al otro, sola, ADELAIDA.)
|
ADELAIDA.- ¡Qué catástrofe!
Si tenía que ocurrir algo. Si estaba como loca...
|
|
(Aparece LOLITA.)
|
LOLITA.- ¡Señora! Llaman del hotel
Ritz a la señora... Dicen que necesitan saber cuántos
invitados serán para el almuerzo.
|
ADELAIDA.- ¡Oh! Eso además... El
hotel Ritz. Y ese organista que está esperando en el
vestíbulo. Y todo preparado. ¿Cómo les digo yo
que la boda se suspende porque la novia no se quiere casar? Pero si
no se lo va a creer nadie...
|
|
(Sale con la doncella. Quedan solos, sentados en el
diván, DON
JOAQUÍN, PEPITO y JAIME. Los muchachos están
amilanadísimos. DON
JOAQUÍN los contempla con mucha
lástima.)
|
DON
JOAQUÍN.- (Muy
comprensivo.) ¡Pobres hijos míos!
¡Qué mal rato debéis de estar pasando!
|
|
(Se abre la puerta del fondo y aparece GUADALUPE, en silencio. Se queda
allí, con la espalda apoyada en una jamba, la cabeza baja y
los ojos en el suelo.)
|
LOS
TRES.- ¡Oh!
|
|
(DON
JOAQUÍN ha mirado largamente a GUADALUPE, sin moverse de su sitio.
Sonríe.)
|
DON
JOAQUÍN.- Por favor, hijos míos.
Necesito hablar con Guadalupe un momento...
|
JAIME.- Sí, papá.
|
PEPITO.- Como tú quieras,
papá.
|
|
(Y salen los dos, lanzando una rencorosísima mirada
a GUADALUPE. Quedan solos
ella y DON JOAQUÍN.
GUADALUPE sigue
inmóvil en el fondo. Él también, en su sitio.
Se hablan sin mirarse.)
|
DON
JOAQUÍN.- (Suave.
Despacio.) ¿No quieres casarte conmigo
mañana, Guadalupe?
|
GUADALUPE.- No, Joaquín.
(Bajo.) ¿Me perdonas?
|
DON
JOAQUÍN.- ¡Oh! ¿Qué voy a
perdonarte, querida? Estás en tu derecho. Claro que, eso
sí, yo me había hecho ilusiones, ¿comprendes?
Y luego, los chicos: como desde que me quedé viudo tienen
ese empeño en casarme... Pero todo eso no importa nada. De
verdad. (Un silencio. Muy
tímido.) Lupe... ¿Es que soy demasiado
viejo?
|
GUADALUPE.- No, no es eso.
|
DON
JOAQUÍN.- ¡Ah! Entonces, ya
sé. (Con risueña
melancolía.) Soy un infeliz.
|
GUADALUPE.- No me preguntes más... Te lo
suplico.
|
DON
JOAQUÍN.- Bien, bien... (Un
silencio.) Dejemos que pase un poco de tiempo.
Esperaré. No quiero perder todavía la esperanza.
Estoy seguro de que si fuera otro diferente del que soy no me
rechazarías. Soy demasiado pobre hombre... Eso es todo. Voy
a intentar cambiar... Después de todo, no creo que sea muy
difícil. Porque hay algo que no te he dicho, Guadalupe.
(Sonríe.) Ya ves tú: por
las apariencias, esta es una boda preparada por tu hermana, que
está empeñada en que te cases, y por mis hijos, que
tienen la misma manía conmigo. Pero dentro de todo esto hay
otra verdad... (Sonríe.) Me he
acostumbrado a ti, Lupe. Me gustas mucho. Me gusta tu
carácter, tu violencia, tu mal genio... Me gusta esa ternura
tuya, tan escondida, casi salvaje. (Baja la cabeza con
humildad y sonríe.) Yo te quiero,
Guadalupe.
|
GUADALUPE.- Ya lo sabía,
Joaquín...
|
DON
JOAQUÍN.- ¿Lo sabías?
|
GUADALUPE.- ¡Sí!
|
DON
JOAQUÍN.- Entonces... Bueno: ya te digo que
esperaré. Buenas tardes, Guadalupe.
|
GUADALUPE.- Buenas tardes, Joaquín.
|
|
(Silenciosamente, sale DON JOAQUÍN. Queda sola
GUADALUPE. Avanza
despacio, sin levantar los ojos del suelo. Llega junto al
diván y se deja caer de rodillas en la alfombra, como si
fuera a rezar. De codos sobre el diván, llora en silencio,
para sí misma. Una pausa casi imperceptible. Asoma
ESTEBAN. Sin ruido, casi
de puntillas, llega junto a ella, que no le siente.)
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ESTEBAN.- Señorita...
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GUADALUPE.- ¿Qué...?
¿Qué quiere usted?
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ESTEBAN.-
(Sonríe.) ¡Je! ¿De
verdad, de verdad no quiere usted que la dé un beso?
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GUADALUPE.- ¡No!
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ESTEBAN.- ¡Oh! (La mira y
sonríe.) ¡Qué lástima!
(Dulcemente, muy bajo.) Bueno...
Volveré.
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TELÓN
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