Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

La supuesta homosexualidad de Cervantes1

Daniel Eisenberg


Excelsior College



Es señal del mundo en que vivimos, y de los cambios que se han producido durante las últimas décadas del siglo veinte, que se puede discutir abiertamente la orientación sexual de Cervantes. Hasta 1972 el tema no existió2, ni siquiera creo que se comentara oralmente o se meditara. Paralelo en muchos sentidos a la cuestión de los antepasados judaicos de Cervantes, desconocida antes de 19363. Pero el tema de la ascendencia cristianonueva de Cervantes fue abordado por uno de los más grandes pensadores hispánicos, Américo Castro. La sexualidad de Cervantes ha sufrido una suerte más indigna. Inició su examen un libro en inglés, publicado a expensas del autor4; siguieron un libro y un artículo en francés5; después un libro en italiano, traducido acto seguido al castellano6. Hay un breve examen por los historiadores Emilio Sola y José F. de la Peña en su libro Cervantes y la Berbería. El único autor español que se ha atrevido a tocar el tema plenamente es el repugnante -en este aspecto- Arrabal7. Un pequeño logro del cual estoy particularmente contento es el haber impedido que su chapuza apareciera en inglés.

Y es el inglés la lengua en la cual el tema se emprendió directamente, por primera vez: primero un artículo sobre Cervantes en la Encyclopedia of Homosexuality (1990) y, diez años después, un ensayo de Robert ter Horst titulado sencillamente: «Was Miguel de Cervantes a Homosexual?», en el cual afirma que es imposible contestar. Al mismo tiempo, señala ter Horst, como Sola antes que él, las prácticas homosexuales masculinas ocurrían, en aquella época, según el patrón clásico de un hombre con un joven.

Creo que el tema merece la atención de los cervantistas. Si se trata dignamente se evitarán más disparates como aquel con el que Arrabal nos ha «honrado». Se consideran relevantes otros aspectos de sus circunstancias vitales -su trabajo como recaudador de impuestos, su deseo de volver a Italia o a emigrar a las Indias, su encarcelamiento, sus creencias religiosas, su matrimonio... Cervantes fue un autor que escribió mucho sobre temas amorosos y matrimoniales. Sus experiencias y creencias sexuales pueden ser no sólo interesantes en sí, sino importantes para la interpretación de sus obras.

El concepto de «homosexual» es escurridizo y se ha entendido de varias maneras (véase Halperin). En el siglo XVII, naturalmente, no existió el término, y es discutible si existió el concepto de una «identidad» homosexual tal como hoy se entiende. Creo que debajo de la simplista pregunta de si Cervantes era o no homosexual, hay tres puntos que realmente nos interesan. Uno es la sexualidad de actos. Es el tema que puede provocar hoy, igual que entonces, el mayor escándalo, si bien el menos relevante para la interpretación de sus obras. Dos: nos interesa saber si, aparte de su conducta, Cervantes experimentó deseos o tuvo fantasías homosexuales, o en cualquier caso qué opinaba de ellos. Tres: nos interesa saber qué opinaba de los sentimientos homosexuales no eróticos.

1. La primera de estas cuestiones, repito, es si Cervantes se desahogó mediante actos carnales con varones, sean adultos o sean jóvenes, y cuántas veces lo hizo, si es que llegó a hacerlo alguna vez.

A no ser que aparezcan nuevos documentos, no tendremos nunca una respuesta definitiva a esta tremenda interrogante. Sin fotógrafo ni testigo de vista, no podemos saber lo que hacen en la intimidad los vivos, ni mucho menos los muertos. Lo que hicieron Bill Clinton y Monica Lewinsky sólo lo saben ellos8. Entre cuatro paredes o en el campo abierto, nadie sino los participantes sabe lo que ha pasado.

Disponemos de un solo testimonio, el cual nos informa que Cervantes, en Argel, había cometido «cosas viciosas, feas y deshonesta[s]». La honestidad, se acordarán, se refiere a conducta sexual. El testigo que nos proporciona este dato no es nada imparcial. Se trata de Juan Blanco de Paz, un desequilibrado, premiado en Argel por su traición contra sus compatriotas con una jarra de manteca, alusión ineludible al sexo anal y todavía no mentada, ni menos explicada, por los biógrafos de Cervantes (Eisenberg, «¿Por qué?» n. 6).

En contra están todos los muchos testimonios que Cervantes recogió en su «Información de Argel». ¿Cómo podemos dar más crédito al único testimonio «negativo» que a los muchos testigos «positivos»?9

Disponemos también de un soneto, el de la carta del real de porte, mencionada en la «Adjunta al Parnaso». Escrito probablemente por Lope, fustiga a Cervantes con claros ataques a su virilidad. «No sé si eres, Cervantes, co- ni cu-», reza el soneto. «Hablaste buey, pero dijiste "mu"»10. Indica, desde luego, que Cervantes fue visto como susceptible de ataques en este campo. Pero un soneto no es documentación11.

No hay testimonio, ni siquiera acusación o denuncia, de ningún acto homosexual por parte de Cervantes. Hay en contra los numerosos testimonios recogidos en su curiosa, en todos los sentidos, «Información de Argel», y el hecho de que abandonara Argel para volver a la católica España.

Y este último hecho no se ha tenido en cuenta como se merece. Quien quisiera atribuirle a Cervantes una sexualidad heterodoxa tiene que explicarnos, entonces, por qué volvió de Argel a la represiva España de Felipe II (Eisenberg, «¿Por qué?»). No le esperaban en España ni mujer ni empleo. Argel era centro de placeres homosexuales en tiempos de Cervantes -aunque practicados principalmente por los renegados, no los argelinos de nacimiento. Los renegados, europeos convertidos voluntariamente al Islam, controlaban el poder político argelino, y se divertían libremente con el sexo, sin restricciones de ninguna clase. Consta que Argel era la ciudad del mundo Mediterráneo donde los actos homosexuales se practicaban más libremente, hasta en la calle, según nos informa «Haedo» (I, 111). En cambio Cervantes, lejos de renegar, salir del baño y divertirse en aquel lugar de recreo sexual y sensual, volvió voluntariamente a España. Permitió que sus parientes se empobrecieran para costear su rescate. En España tuvo una hija, escribió La Galatea, cuyo tema es el amor entre hombre y mujer, se casó y algo más tarde escribió o terminó Persiles, obra que concluye con el matrimonio cristiano de los protagonistas12.

Dicho esto, hay que reconocer también que ciertas circunstancias de la vida de Cervantes son sospechosísimas. Nuestras noticias de su vida argelina son manifiestamente incompletas y manipuladas13. El mero hecho de haber preparado los testimonios recogidos en la «Información de Argel» es insólito y sugiere una precaución tan sentida como necesaria.

Si Cervantes quisiera experimentar unos actos sexuales con otros varones, le sobraban oportunidades, no sólo fuera de España, sino también dentro de ella. A saber, estudios con un maestro que le amaba, según sus propias palabras14; estancia en la más tolerante Italia, incluso en Nápoles, «la más viciosa ciudad que había en todo el universo mundo» (Don Quijote, I, 51); estancia con un cardenal joven en Italia, empleo ya en sí sospechoso; amigo en Argel de Hasán Bajá, un renegado, de no escondidas prácticas homosexuales; amigo de personas, como Cristóbal de Mesa -por no citar a otros nombres más escandalosos- que eran amigos de homosexuales o tradujeron al español textos que mencionan estas prácticas15; separación de su mujer a los dos años de casados (Eisenberg, «El convenio»); extensos viajes por la península, fuera de la vigilancia de familiares y vecinos; residencia en Sevilla, la más tolerante de las ciudades castellanas. Pericia en naipes, frecuencia de una casa de juego en Valladolid, según Pinheiro da Veiga (Astrana, VI, 59-60) y amistad con el librero y editor Francisco de Robles, dueño de una casa de juego madrileña (Étienvre, 35-36). (Las casas de juego servían en la época para encuentros con prostitutos16.) En fin, dado que vivía en la España de Felipe II, cuesta imaginar cómo podría haber gozado de más oportunidades.

Así que ésta es mi respuesta a la pregunta, si Cervantes tuvo relaciones sexuales con personas de su mismo sexo: «Es posible. Es más que posible. Sus contemporáneos lo creían posible también. Pero no podemos considerarlo un hecho.»

2. La segunda cuestión es si Cervantes, aparte de lo que hiciera o practicara, experimentaba atracción sexual hacia los varones. Ahora estamos meditando no lo que pudo haber pasado entre cuatro paredes, sino dentro de la mente de un individuo. Es algo que, como Cervantes mismo nos recuerda en Don Quijote (Eisenberg, La interpretación, p. 154) nunca puede saberse directamente ni con completa seguridad.

Nuestros únicos datos son sus escritos. En las obras de Cervantes hay pocas alusiones a atracciones homosexuales. Hay pocas incluso en sus obras de temática mora. La más clara la encontramos en la playa de Barcelona, donde Gaspar Gregorio corre más peligro vestido de muchacho que de doncella, porque «entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea» (II, 63). Pero esta cita es única. Miren cuánto falta en las obras de Cervantes. No hay, entre todos los moros, ninguno que hable abiertamente de estos gustos. Varios se enamoran de mujeres cristianas. En Trato de Argel el joven Solimán, nacido Juan, está muy satisfecho de ser moro, pero -según dice- a causa de sus vestidos y de la sabrosa comida. (Es su hermano Francisco quien califica Argel de «Sodoma», donde hay «falsos regalos».) El mozo de campo y plaza que ayudaba a Don Quijote desaparece en el primer capítulo (Fernández).

No percibo en las obras de Cervantes ninguna atracción, ni siquiera tácita, hacia los muchachos. Éstos le fastidian a Don Quijote, al Licenciado Vidriera, al Asturiano de «La ilustre fregona». Cuando aparece un mancebo hermoso, se parece a Luis, disfrazado de mozo de mulas, enamoradísimo ya de Doña Clara. O Vicente de la Roca o Rosa, gran seductor de doncellas. El hijo de Diego de Miranda es el único mancebo en Don Quijote «de edad de merecer» que no expresa interés en las hembras, y a él volveremos.

Todo en Cervantes lleva al personaje, y al lector, hacia la mujer. A Galatea, a Teolinda, a Preciosa, a Isabel, Costanza y Leocadia, a Dulcinea, a Marcela, a Auristela, hasta a la anónima hija de Doña Rodríguez que capta la voluntad lacayuna de Tosilos. Todas jóvenes, todas hermosas, todas calladas, sumisas o en el caso de Dulcinea, incluso imaginarias. Hay que casarse con ellas (o «servirle», en el caso de la dama de Don Quijote). Las mujeres disponibles y no vírgenes, mujeres con deseos sexuales, que se ofrecen o persiguen al macho -Aldonza Lorenzo, Doña Rodríguez, Maritornes, la Doña Estefanía que contagió a Campuzano y la «señora de todo rumbo y manejo» que envenenó a Tomás Rodaja- aparecen todas como repugnantes.

Dicho esto... Dicho esto... Tanto énfasis en llevar a los lectores al casamiento cristiano sugiere que, sin estas enseñanzas, se podrían quedar a la mitad del camino, o sin haberlo siquiera acometido. El matrimonio, en las obras cervantinas, no parece un estado tan deseable para el varón como necesario para la sociedad. Faltan los matrimonios felices en las obras cervantinas. Como se ha observado ya, los del Caballero del Verde Gabán y de Antonio Moreno apenas se esbozan. Sus mujeres desaparecen apenas han sido vistas.

El resultado del matrimonio sería, desde luego, estos niños molestos. Las hijas se convierten en mujercitas, a las que hay que proteger no sólo de los galanes, sino de sus propios deseos. El hijo podría dedicarse a la poesía.

Don Quijote rechaza el matrimonio. Pero a pesar de ello, según él, al caballero andante le es forzoso tener y servir a una dama, algo que no consta en la caballería histórica ni en ningún libro de caballerías (Eisenberg, La interpretación, 104). No es para Don Quijote un gusto, sino una obligación, una disciplina. Si no fuera forzoso, ¿quién sabe? El caballero andante podría gozar de los servicios de un mozo de campo y plaza.

Entonces Cervantes, una vez más, combina provecho con deleite. Lleva a sus lectores, mal de su grado, adonde acaso no quisieran ir: al matrimonio, a sustentar a las mujeres, a responsabilizarse por las consecuencias de sus actos sexuales. Esto conlleva una percepción, por parte de Cervantes, de que un joven gallardo y galán fácilmente podría estimular el deseo sexual en un varón. Es precisamente lo que no nos pinta. El mancebo sin amores es Lorenzo de Miranda; y es una pregunta interesante, que dejo para otra ocasión, si el mal poeta Lorenzo representa, en esta gama de tipos que es Don Quijote, al homosexual.

Apenas hay jóvenes en el palacio de los Duques. El único mancebo de que llegamos a tener noticia, el lacayo Tosilos, en seguida decide casarse. En la casa de Don Quijote no hay más joven que su sobrina. En sus andanzas le acompaña no un mozo, sino el feo, gordo y casado Sancho Panza. En la casa de éste la preocupación es casar a los hijos.

La técnica de Cervantes de excluir a los jóvenes de su novela me recuerda la falta de comentario sobre la lascivia de los libros de caballerías de Feliciano de Silva, muy comentados pero nunca leídos en Don Quijote (Eisenberg, «Research» 86). Cervantes no pinta los defectos: promueve la alternativa que considera más recomendable.

La posición que podemos calificar de «oficial» sobre la sexualidad entre varones en la tardía Edad Media cristiana y Siglo de Oro no se puso nunca en papel. Lo siguiente es mi reconstrucción. Primero, que era gustosísima, y producía adicción, como un narcótico, o como ahora la Internet; el varón que llega a conocer este placer, no lo abandonará nunca. Segundo, que como una infección, era contagiosa o «pegajosa»; no había que introducir a nadie en estos gustos, sino impedir que se supiera de ellos.

Porque si el control fracasa y un varón llega a conocer estos placeres homosexuales, está perdido. La cura era imposible y habría que matar a los contaminados para evitar que la enfermedad se expandiese17. Por último, los actos homosexuales estaban firmemente vinculados a conceptos de traición a la patria, de simpatía hacia el judaísmo o el Islam, fundado éste, según una interpretación simplista y tendenciosa, por un gran degenerado, principalmente para autorizar y difundir estos placeres carnales18.

Por lo que puedo vislumbrar de su biografía y obras, ésta era la posición de Cervantes. El acto homosexual podría ser gustosísimo, pero al mismo tiempo Cervantes lo rechaza completamente. Así se entiende, por ejemplo, que el mozo de campo y plaza del primer capítulo de Don Quijote hubiera que desaparecer. En vez del joven escudero que acompaña al caballero andante en el mundo varonil de la caballería mítica, el compañero de Alonso Quijano es de su misma edad, sin atractivo sexual alguno.

3. ¿Qué pensaba Cervantes de la homosexualidad masculina, que no se expresara en actos físicos? Eso es harina de otro costal.

Examinemos, para comenzar, el caso de Don Quijote y Sancho. No se sienten atraídos sexualmente; Sancho expresa su deseo sexual por Aldonza Lorenzo. Cuando se baja los pantalones en presencia de su amo, el resultado es repugnante (I, 20). Cuando su amo se puso «en carnes y en pañales», «la cabeza abajo y los pies en alto», descubrió cosas que Sancho no hubiera querido ver (I, 25).

Pero no por esto dejan de tener una relación íntima y amorosa. El uno le es «fiel» al otro. No les puede «apartar otro suceso que el de la pala y azadón» (11, 33), términos típicamente aplicados al matrimonio. En un sentido emocional, están unidos tan inseparablemente como en el casamiento católico, que une los cuerpos para crear un ser nuevo, el hijo.

Otra vez vemos cómo los términos vigentes en la actualidad no corresponden a la realidad de las épocas anteriores. Hoy vivimos saturados de sexualidad. La pornografía se vende en los kioscos. Hombres y mujeres anuncian su prostitución en los periódicos. Todo vinculado, aunque sería largo de analizar, al concepto de matrimonio, estado éste mucho más generalizado que en la época de Cervantes.

La sexualidad de nuestro mundo enloquecería al hombre del Siglo de Oro español que llegara a conocerlo. Cervantes diría, me imagino, que de la cintura para abajo nos divertimos mucho, si queremos. ¿Y el alma? ¿la emoción ? ¿el compromiso? ¿el respeto? ¿la amistad?

Cervantes es, lo sabemos todos, el autor de «los dos amigos». «Tan dulce nombre», así se califica en «El curioso impertinente»: «Imagino que no sin misterio nos ha juntado aquí la suerte, y pienso que habemos de ser, déste hasta el último día de nuestra vida, verdaderos amigos» («Rinconete y Cortadillo»). Este «verdadero amigo», de toda la vida, el que Cervantes nunca pudo encontrar. Anselmo y Lotario, Cipión y Berganza, Rincón y Cortado, Timbreo y Silerio, Diego Carriazo y Tomás Avendaño, el autor y Cide Hamete, Don Quijote y Sancho, incluso Rocinante y el rucio, «cuya amistad dél y de Rocinante fue tan única y tan trabada que hay fama... que el autor desta verdadera historia hizo particulares capítulos della» (II, 12)... Es fácil percibir cuánto Cervantes apreciaba la amistad. Es «santa amistad», según el soneto de Cardenio (I, 27). En la Edad de Oro, según el discurso de Don Quijote, ausente la sexualidad, «todo era paz entonces, todo amistad» (I, 11)19.

No hay ejemplo en ninguna obra de Cervantes de amistad tan honda ni duradera entre hombre y mujer, ni entre mujeres. Dudo que Cervantes creyera que tal relación fuera posible. Incluso en el caso de una mujer tan lista como Preciosa, tras el matrimonio su relación con Andrés cambiará abruptamente. Se supone que tendrá pronto que dedicarse a sus hijos, no a ser compañera. Incluso Cervantes examina, en «El curioso impertinente», cómo el matrimonio perjudica la amistad entre varones.

La palabra «homosexual» es de creación moderna. Voy a acuñar aquí y ahora otro término: «homoamical», el que cree en o se dedica a la amistad entre individuos de un mismo sexo. Y con este concepto, que sí creo que le cuadra bien a Cervantes, concluyo.

Cervantes no se encaja en nuestros moldes. ¿Fue homosexual? No lo fue. Repito: Cervantes no era homosexual. Pero tampoco era heterosexual, en los sentidos en que hoy usamos estos términos. Si se quisiera etiquetarle de bisexual, o colocarle en algún punto de la línea que va desde cien por cien heterosexual a cien por cien homosexual, no podría oponerme. Pero usar estos términos conlleva encasillar a Cervantes en una anacrónica casilla que no le conviene, ni en la cual se hubiera sentido cómodo.

El amor humano, para Cervantes, tiene dos partes: el sexo y la amistad. En el mejor de los casos, el sexo rinde un placer brevísimo, cuyas consecuencias pueden ser muy serias. Destruye familias, produce niños no deseados, transmite enfermedades (las bubas, sífilis). Incluso causa guerras -la guerra de Troya, el ejemplo clásico. Si la sexualidad no se controla, puede arruinar vidas, y causar estragos en la sociedad.

El deseo sexual es peligroso y egoísta. En cambio, la amistad es benéfica y desinteresada. De las dos partes del amor, es con mucho la más duradera, más importante, pura, noble y gustosa, y está exenta de consecuencias negativas. Mal que nos pese, y a mí me pesa bastante, para Cervantes esta amistad sólo podría existir, en su forma más plena, entre varones. En sus obras la encontramos, sobre todo, en las figuras de Don Quijote y Sancho, aunque no falta, en forma menos desarrollada, en otras obras suyas.

Y la vida verdaderamente gustosa se halla en compañía de otros hombres, libre de mujeres. Tanto Don Quijote como Sancho quieren ausentarse de las mujeres -el ama, la sobrina y la esposa de Sancho- cuya compañía no les consuela ni les estimula. Se está a gusto en el viaje con un amigo, como Sancho o Diego Cortado, en grupos tales como el ejército, los pastores en el campo, criminales en una cofradía sevillana o en el bosque; incluso en los baños de Argel. Uno de los pasajes que expresa más gusto, placer y entusiasmo de todas las obras de Cervantes, es el siguiente. En las playas de Zahara, según el principio de «La ilustre fregona»:

¡Allí, allí, está en su centro el trabajo junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, el hambre prompta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega, y por todo se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van, o envían, muchos padres principales a buscar a sus hijos, y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar muerte.



Así que Cervantes no puede ser utilizado para apoyar un prejuicio de nuestros días. No es un defensor ni un partidario de la homosexualidad. Pero tampoco lo es de la heterosexualidad. No me parece un entusiasta de sexualidad alguna. El deseo sexual es una forma de locura; cuando se produce, hay que canalizarlo o encerrarlo con candados fuertes. Sí fue Cervantes un defensor del matrimonio, pero no es el matrimonio por amor, sino el destinado a la satisfacción sexual del varón y sobre todo a que los niños y sus madres tengan un apoyo económico.

Notemos, para concluir, la tragedia del mismo Cervantes. Su matrimonio, al parecer, infeliz (Eisenberg, «Convenio»). Amantes después de casado: ninguna. Las mujeres públicas, repugnantes. Una hija a quien mantener y casar. La vida en su casa, rodeado de mujeres en Valladolid o de parientes de su mujer en Esquivias, debe haberle sido incómoda. Amigos, eso sí, disponía de varios: Antonio de Sosa, con quien compartió años de cautiverio; los poetas Pedro de Padilla, Diego Laínez y Gabriel López Maldonado; el banquero sevillano identificado por Avalle-Arce; los tres amigos que le visitaron en su piso de Valladolid (Alonso Cortés) y otros. Pero el verdadero amigo, el íntimo y de toda la vida, tal como se dibuja en varias de sus obras, no lo halló nunca. A partir de 1587, cuando abandonó la casa matrimonial, vivió -por lo que sabemos- sin amores, sin sexualidad y sin la amistad íntima que tanto anhelaba. Debemos reconocer la fuerza de voluntad que le habrá costado a Cervantes, en estas circunstancias, el escribir y el vivir.






Obras citadas

Alonso Cortés, Narciso. «Tres amigos de Cervantes». Boletín de la Real Academia Española 27 (1947-48): 143-175.

Arrabal, Fernando. Un esclavo llamado Cervantes. Madrid: España-Calpe, 1996.

Astrana Marín, Luis. Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Madrid: Reus, 1948-58.

Avalle-Arce, Juan Bautista. «Un banquero sevillano, poeta y amigo de Cervantes». Archivo Hispalense 40 (1964): 209-214.

[Sin firma]. «Beloved Disciple». Encyclopedia of Homosexuality. Ed. Wayne Dynes. 2 vols. New York: Garland, 1990. I, 125-126.

Bunes Ibarra, Miguel de. La imagen de los musulmanes y del norte de África: en la España de los siglos XVI y XVII. Los caracteres de una hostilidad. Madrid: CSIC, 1989.

Combet, Louis. Cervantès ou les incertitudes du désir. Une approche psychostructurale de l'oeuvre de Cervantès. Lyon: Presses Universitaires de Lyon, 1980.

Daniel, Norman. Islam and the West: The Making of an Image. Edinburgh: Edinburgh U P, 1980.

Díez Fernández, José Ignacio. «Aventuras, inventos y mixtificaciones en algunas biografías recientes de Cervantes: una aproximación a sus causas profundas». Desviaciones lúdicas en la crítica cervantina. Primer convivio internacional de Locos Amenos. Memorial Maurice Molho. Ed. Antonio Bernat Vistarini y José M.ª Casasayas. Sin lugar: Universitat de les Illes Balears -Ediciones Universidad de Salamanca, 2000. 71-92.

Eisenberg, Daniel. «Cervantes, autor de la Topografía e historia general de Argel, publicada por Diego de Haedo». Cervantes 16.1 (1996): 32-53. Disponible en el Internet: http://www2.h-net.msu.edu/-cervantes/bcsalist.htm.

_____. «Cervantes». Encyclopedia of Homosexuality. Ed. Wayne Dynes. New York: Garland, 1990. I, 213. Disponible en el Internet: http://bigfoot.com/-daniel.eisenberg

_____. «Cervantes, Lope y Avellaneda». Estudios cervantinos. Barcelona: Sirmio, 1991. 119-141.

_____. «Cisneros y la quema de los manuscritos granadinos». Journal of Hispanic Philology 16 (1992 [1993]): 107-124. Disponible en el Internet: http://bigfoot.com/-daniel.eisenberg/cisneros.htm.

_____. «El convenio de separación de Cervantes y su mujer Catalina». Anales Cervantinos 35 (1999): 143-149. Disponible en el Internet: http://bigfoot.con-/-daniel.eisenberg.

_____. La interpretación cervantina del Quijote. Trad. Isabel Verdaguer. Madrid: Compañía Literaria, 1995. Disponible en el Internet: http://bigfoot.com/-daniel.eisenberg

_____. «¿Por qué volvió Cervantes de Argel?» En Ingeniosa invención. Essays on Golden Age Spanish Literature for Geoffrey L. Stagg in Honor of his Eighty-Fifth Birthday. Ed. Ellen Anderson and Amy Williamsen. Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1999. 241-253. Disponible en el Internet: http://bigfoot.com/-daniel.eisenberg.

_____. «Research Topics». Journal of Hispanic Philology 13 (1988 [1989]): 85-87. Disponible en el Internet: http://bigfoot.com/-daniel.eisenberg

Étienvre, Jean-Pierre. «Paciencia y barajar. Cervantes, los naipes, y la burla». Figures du jeu: études lexico-sémantiques sur le jeu de cartes en Espagne: XVIe-XVIIIe siècle. Madrid: Casa de Velázquez, 1987. 33-53.

Fernández de Cano y Martín, José Ramón. «La destrucción del personaje en la obra cervantina: Andanzas y desventura del malogrado mozo de campo y plaza». La construcción del personaje en la obra cervantina. Cervantes 15. 1 (1995): 94-104.

García Calero, Jesús. «Arrabal publica una biografía de Cervantes que le muestra homosexual y sin manquera». ABC, 23 de abril de 1996, p. 50. Conocida a través de su distribución el mismo día en la desaparecida lista CERVNTES (cervntes@listserv.acns.nwu.edu).

Haedo, Diego de. Topografía e historia general de Argel. Ed. Ignacio Bauer y Landauer. 3 vols. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1927-29.

Halperin, Daniel M. «How to Do the History of Male Homosexuality». GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies 6.1 (2000): 87-123.

Johnson, Caesar. The Great Cervantes Hoax. New York: Exposition Press, 1972.

Johnson, Carroll. «La construcción del personaje en Cervantes». Cervantes 15.1 (1995): 8-32.

Herrera Puga, Pedro. Sociedad y delincuencia en el Siglo de Oro. Madrid: Católica, 1974.

Harrison, Steven. La composición de Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Madrid: Pliegos, 1993.

McGaha, Michael. «Hacia la verdadera historia del cautivo Miguel de Cervantes». Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 20 (1996): 540-546.

Perry, Mary Elizabeth. «The "Nefarious Sin" in Early Modem Seville». Journal of Homosexuality 16 (1988): 67-89. Este tomo del Journal of Homosexuality también se publicó como el libro The Pursuit of Sodomy: Male Homosexuality in Renaissance and Enlightenment Europe. Eds. Kent Gerard and Gert Hekma. New York: Haworth Press, 1989.

Piras, Pina Rosa. «Cervantes: La Información en Argel [sic] entre ficción y documento». Volver a Cervantes. Actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Hispanistas, Lepanto 1/8 de octubre de 2000. Ed. Antonio Bernat Vistaini. Palma: Universitat de les Illes Balears, 2001. 123-130. Disponible en la Web: http://www.uib.es/depart/dfe/cervantes/Lepanto.pdf.

Puig, Idoya. «The Portrayal of Friendship in Don Quijote». Bulletin of Hispanic Studies [Liverpool] 77 (2000): 359-373.

Rossi, Rosa. Auscultare Cervantes. Roma: Riuniti, 1987; traducción, Escuchar a Cervantes. Valladolid: Ámbito, 1988.

_____. Sulle tracce di Cervantes, Roma: Riuniti, 1997; traducción, Tras las huellas de Cervantes. Madrid: Trotta, 2000.

Sola, Emilio, y José F. de la Peña. Cervantes y la berbería: Cervantes, mundo turco-berberisco y servicios secretos en la época de Felipe II. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1995.

Stevens, Forrest Tyler. «Erasmus's "Tigress": The Language of Friendship, Pleasure, and the Renaissance Letter.» Queering the Renaissance. Ed. Jonathan Goldberg. Durham: Duke University Press, 1994. 124-140.

ter Horst, Robert. «Was Miguel de Cervantes a Homosexual?» Lesbianism and Homosexuality in Early Modern Spain. Literature and Theater in Context. Edited by María José Delgado and Alain Saint-Saëns. New Orleans: University Press of the South, 2000. 395-417.

Urbina, Eduardo. «Historias verdaderas y la verdad de la historia: Fernando Arrabal vs. Stephen Marlowe». Cervantes 18.2 (1998): 158-169.

Wyszynski, Matthew. «Cervantes' Don Quijote and the Idea of Friendship». Tesis doctoral, University of Michigan, 1996.

Zmantar, Françoise. «Saavedra et les captifs du Trato de Argel de Miguel de Cervantes». En L'autobiographie dans le monde hispanique, Aix-en-Provence: Université de Provence, 1980. 185-203. Hay traducción: «Miguel de Cervantes y sus fantasmas de Argel». Quimera 2 (1980): 31-37.



 
Indice