Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

La teoría verbal de Jaime Balmes

José Antonio Hernández Guerrero





En trabajos anteriores hemos pretendido poner de manifiesto cómo a partir del principio aristotélico de la identificación entre concepto y palabra, la aceptación de una determinada teoría filosófica tenía que conducir forzosamente a la elaboración de un modelo peculiar de gramática. Si la Filosofía explica el funcionamiento de la mente en la búsqueda y adquisición de la verdad, la Gramática debería describir los principios y criterios racionales que regulan la formulación de dicha verdad1. No es de extrañar, por lo tanto, que los filósofos, empeñados en elaborar una «filosofía» propia, se vean en la obligación de componer una gramática original.

Jaime Balmes (1810-1848) fue un filósofo que se propuso realizar una filosofía española2 a partir de una crítica rigurosa a las versiones más extremas del empirismo, del sensualismo e, incluso, del idealismo3, y mediante la renovación y actualización de la escolástica4. Su pensamiento ecléctico5 se orientaba a contribuir a que los estudios filosóficos adquirieran en España mayor amplitud y a prevenir el peligro de una filosofía «plagada de errores trascendentales»6.

En su Curso de Filosofía Elemental, elaborado con la intención de que sirviera de manual para estudiantes y de instrumento didáctico para profesores, incluye un tratado de Gramática General o Filosofía del Lenguaje. Su justificación la apoya en la definición del lenguaje como «la expresión del pensamiento por medio de palabras»7.

En este trabajo, vamos a limitar nuestra atención a la doctrina balmesiana del verbo. Este es un tema clave tanto en la Filosofía como en la Lingüística. La noción verbal, motivo de polémicas encendidas, sirve de verificación decisiva no sólo de la teoría del lenguaje sino también de la concepción de la mente y, en definitiva, del hombre. Analicemos la exposición que nos hace Balmes.


ArribaAbajoPresupuesto epistemológico

En primer lugar, Balmes establece un presupuesto epistemológico que le sirve, al mismo tiempo, de pauta metodológica. Rechaza el camino deductivo por juzgarlo inservible, y afirma que la vía inductiva8 es la única válida para llegar a la formulación de una definición adecuada del verbo. Su convicción empirista en esta materia es plena y la patentiza cuando asegura que el filósofo, en vez de partir de la definición para buscar las palabras a las que aquella es aplicable, debe examinar, antes, los elementos que son tenidos por verbos y, después, elaborar la definición que a todos conviene y comprende:

Si pues el verbo existe y es reconocido por todos, el trabajo del filósofo debe limitarse a descubrir el carácter distintivo de esta palabra: comenzar estableciendo una definición es sustituir el orden ideal al real.


(Balmes 1947: 272)                


El verbo no es obra de los filósofos: existe desde que los hombres hablan; hay, pues, aquí un hecho independiente de nosotros: no hemos de comenzar definiéndole, sino observándole; la definición debe ser el resultado de la observación; el término del trabajo, no su principio.


(Balmes 1947: 272)                


Advierte, además, que dicha definición, para que sea correcta y adecuada, deberá contener los datos esenciales que caracterizan al verbo y que lo distinguen de las otras categorías gramaticales:

El carácter esencial y distintivo del verbo ha de ser una propiedad que convenga a todos los verbos, y sólo a ellos. Porque si no conviene a todos, no será esencial; y si conviene a palabras que no sean verbos, no será distintivo.

No se conforma, por lo tanto, Balmes con una mera delimitación mediante la cual se indiquen los «límites» conceptuales del verbo con respecto a las demás unidades de una lengua. No concibe su definición como una negación sucesiva hasta quedarse mentalmente con el concepto de verbo, sino que pretende alcanzar su naturaleza esencial. No se trata de un simple discernimiento -de la comprobación empírica de la verdad definida- sino que aspira a la comprehensión intelectual de la esencia del verbo. Con esta intención anticipa una definición a la que, para ser fiel a su método inductivo, sólo confiere un valor provisional. Aunque, en realidad, lo que hace es adelantar el resultado de su examen, la presenta como hipótesis de trabajo con un propósito metodológico y didáctico:

Este carácter constitutivo y distintivo del verbo es la expresión del ser o de un modo de ser, bajo la modificación variable del tiempo.


(Balmes 1947: 272)                


Advierte que el término «modo» se emplea en esta definición, no en el sentido técnico-gramatical, -no se refiere al formante verbal, diríamos hoy- sino que significa «todas las propiedades, sean accidentales o esenciales».

Veamos la trayectoria que sigue Balmes para demostrar que el verbo, siempre y solamente el verbo, Incluye la expresión de la idea bajo la modificación variable de tiempo.




ArribaAbajoCrítica a las definiciones tradicionales

Tras esta introducción metodológica, Balmes analiza algunas opiniones sobre la naturaleza del verbo, que recoge de la tradición gramatical. En primer lugar, examina las opiniones de aquellos autores según los cuales el verbo significa «acción o movimiento». Con esta fórmula resume dos definiciones que, aunque diferentes, son parecidas y están elaboradas a partir de un criterio fundamentalmente semántico. Este tipo de definiciones es muy frecuente y podemos recordar las formuladas en sucesivas ediciones de la Gramática de la Real Academia que, si es cierto que en algunas añade un dato formal, su índole lógico-semántica resulta patente, p.e.

[...] verbo es la parte de la oración que significa la esencia, existencia, acción, estado, designio o pasión de los seres vivientes y de las cosas inanimadas9.


(Gramática de la Real Academia; 1866)                


La noción de verbo a partir de la significación de movimiento la defendieron en España varios autores gramaticales, seguidores del materialismo sensista de Locke y de Condillac. El más representativo y el que ejerció mayor Influencia fue José Gómez Hermosilla. Así define el verbo:

Estas palabras, pues, destinadas a significar tanto los movimientos que se obran fuera de nosotros, como los que ellos resultan en nuestros sentidos, son los que en gramática se llaman verbos.


(Gómez Hermosilla 1841: 20)                


Con esta definición guarda un gran parecido la del gramático valenciano Vicente Salva (1786-1849):

El verbo es la parte de la oración que expresa los movimientos ó acciones de los seres, la impresión que estos causan en nuestros sentidos, y algunas vezes el estado de los mismos seres, ó la relación abstracta entre las dos ideas.


(Salvá 1830: 4910)                


Jaime Balmes rechaza estas definiciones. Argumenta de la siguiente manera: esta propiedad significativa, ni conviene a todos los verbos, ni es exclusiva de los mismos -no representa su carácter constitutivo ni distintivo-. Aduce como prueba, ejemplos de sustantivos que significan acción -lectura, razonamiento- frente a otras dos palabras -lee, razona- que mantienen el mismo contenido semántico y, sin embargo, cambian de categoría gramatical. De otros verbos, por el contrario, como duerme, existe, es, en manera alguna se puede afirmar que signifiquen «acción». Este razonamiento es idéntico al que hicieron posteriormente otros autores más modernos. Podemos recordar, entre otros, a Eduardo Benot (1822-1907), quien se pregunta:

¿Qué palabra puede significar la existencia, esencia, acción, estado, designio, y pasión, mejor que estos mismos vocablos?


(Benot 1881-85,I: 188 y ss.)                


Ángel Rosenblat (1961: 20) reflexiona también de la siguiente manera:

Prescindiendo del casi siempre, indigno de una definición, resultaría que las palabras estado, acción, pasión, se deben considerar verbos, porque ninguna mejor que ellas designa precisamente «estado, acción, pasión». De modo análogo, cualidad, belleza, blancura, etc. indican cualidades, sin ser adjetivos.

La segunda teoría que analiza es la que defiende que sólo existe un verbo, el verbo ser. Esta definición, enunciada de formas diferentes, ha sido defendida con vehemencia por numerosos lingüistas y, sobre todo, por abundantes filósofos. Constituye la mera consecuencia de la doctrina de Port-Royal, según la cual lo propio y exclusivo del verbo es la afirmación11. La aceptó la mayoría de los «ideólogos». Entre los gramáticos que la asumieron, debemos destacar a Destutt de Tracy12. Los primeros testimonios que encontramos en España de esta doctrina están en el Tratado Gramatical del padre escolapio Benito de San Pedro13.13 Durante el siglo XIX contó entre nosotros con numerosos defensores. Recordemos, entre otros, a gramáticos tan conocidos como Mata y Araujo14, Salieras15, Raimundo de Miguel16. Otros autores como, por ejemplo, el abate Sicard en Francia y Arbolí, en España, siguieron esta misma teoría pero, incluso, formulada de manera más radical. Según este filósofo gaditano, el elemento invariable es, no se identifica con la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo ser, sino que sólo guarda con esta expresión una analogía meramente formal. Todos los verbos, incluso el ser, son el resultado de un proceso de sincretismo que engloba, en una sola unidad léxica, la afirmación es y el atributo afirmado, el contenido específico de cada verbo en particular.

A Balmes le resulta demasiado extraño que una opinión con tan escasa base en la realidad empírica de la lengua, pretenda ser defendida desde posturas rigurosas y científicas. Resume así el razonamiento que aducen sus patrocinadores:

El verbo es la palabra que expresa la afirmación o el acto racional constitutivo del juicio; este acto es el mismo en todos los casos; luego no hay más que un verbo. La expresión de este acto es el verbo ser: luego no hay más que el verbo ser, o hablando con más rigor, la cópula: es.


Balmes responde a esta argumentación con las mismas razones lógicas que estableció al comienzo de su estudio: la definición es el punto de llegada y no de partida. Por otro lado, mientras no se compruebe que es aplicable en todos los casos, hasta que no verifique su universalidad, no se puede proclamar su validez. Acepta, sin embargo, que los tiempos del modo indicativo impliquen una afirmación, pero niega que ocurra igual en los demás modos verbales. En el optativo, por ejemplo,

[...] -ojalá estudiases- no se afirma el estudio; pues que no se supone que exista o haya existido; no se sabe si existirá; sólo se desea que exista. No se puede imaginar aquí otra afirmación que la del deseo. Así, resolviendo la oración por el tiempo indicativo, deberá equivaler a esta: deseo tu estudio, o sacrificando la gramática a la lógica, yo soy deseante tu estudio, o bien: el deseo de tu estudio es existente en mí. Para sostener, pues, que el verbo implica siempre afirmación, es necesario que sean idénticas estas dos expresiones: ojalá estudiases; el deseo de tu estudio es existente en mí. Dudo mucho que haya tal identidad.


Los motivos que hacen dudar a Balmes, los resumimos de la siguiente manera:

-No es lo mismo afirmar que expresar: la afirmación es el acto intelectual por el cual relacionamos una idea con otra. La expresión, por el contrario, es la manifestación, por medio de un signo, de cualquiera de las operaciones mentales. Se puede expresar un deseo, por ejemplo, sin necesidad de efectuar una afirmación. Las interjecciones constituyen ejemplos variados y válidos de «expresiones» sin verbos y sin afirmaciones.

-El sentido común también permite distinguir intuitivamente entre las dos expresiones: (1) ojalá estudiases y (2) el deseo de tu estudio es existente en mí. La primera manifiesta simplemente un deseo, mientras que la segunda es un acto de reflexión mediante el cual se reconoce y se afirma este deseo.

El modo imperativo brinda otra prueba en contra de dicha teoría del verbo único: «Óyeme»; no equivale a decir, «tengo acto de voluntad Imperativo de que me oigas».

Balmes sintetiza toda su argumentación de la siguiente manera:

Hay en nuestro interior fenómenos que no son juicios; éstos los expresamos con verbos; luego el verbo no siempre implica expresión de juicio.


(Balmes 1847: 275)                


Tras esta conclusión, plantea un segundo aspecto del problema: ¿será posible expresar juicios sin necesidad de emplear verbos? Su respuesta es afirmativa y la apoya en hechos empíricos, comprobables, de amplitud universal:

Todas las lenguas abundan de locuciones afirmativas, en que no se halla el verbo.


(Balmes: 1847: 275)                


Esta carencia de verbo no implica -según Balmes- la ausencia de afirmación sino, solamente, la supresión de la dimensión temporal. Los refranes ofrecen abundantes y variados ejemplos de frases con valor afirmativo, de las que sólo se ha prescindido de una referencia explícita a un tiempo determinado. Balmes no está de acuerdo -y lo rechaza explícitamente- con el recurso cómodo a la existencia de un verbo «sobreentendido». Una cosa es el juicio mental que se tendría que admitir desde una consideración lógica, y otra cosa diferente, la presencia o ausencia de un verbo que se ha de analizar en un planteamiento exclusivamente gramatical.




ArribaAbajoLa teoría de Balmes

Jaime Balmes se limita simplemente a aplicar los principios epistemológicos establecidos al comienzo de su exposición: las proposiciones absolutas -las que no hacen referencia a una circunstancia temporal- no exigen verbo. Pero, la situación temporal se puede expresar mediante dos tipos de procedimientos gramaticales. El primero, que podríamos llamar extrínseco, consiste en el empleo de adverbios y, en algunos casos, de nombres con significación temporal. Nos valemos del segundo tipo cuando usamos el verbo. ¿Cuál es, pues, el carácter propio, exclusivo, del verbo? Para responder a esta cuestión empieza por reconocer la singular densidad significativa de esta categoría gramatical, la amplia y variada riqueza de unas formas que representan un largo proceso de sincretismo.

Con notable precisión, describe los diferentes valores que se concentran en cada forma gramatical. A pesar de las diferencias terminológicas, muchos de sus análisis coinciden con interpretaciones lingüísticas modernas. Distingue, en primer lugar, el contenido semántico de la «radical», permanente en todas las formas, del de las «modificaciones» o «accidentes» -persona, número, tiempo, modo-. Explica de manera sencilla la división y los valores respectivos de los diferentes «tiempos». Distingue, en primer lugar, los tiempos simples, o absolutos, y los tiempos compuestos, o relativos. La noción de «tiempo compuesto», para Balmes, no se reduce a aquellas formas constituidas por el verbo auxiliar haber y el participio pasivo, sino que abarca también las combinaciones posibles entre los tiempos simples:

De los simples combinados entre sí, resultan los compuestos, que no son más que uno simple referido a otro simple.


(Balmes 1847: 280)                


Los tiempos se forman a partir del siguiente «sistema de combinaciones»:

  • Presente respecto al presente
  • Presente respecto al pasado
  • Presente respecto al futuro
  • Pasado respecto al presente
  • Pasado respecto al pasado
  • Pasado respecto al futuro
  • Futuro respecto al presente
  • Futuro respecto al pasado
  • Futuro respecto al futuro

Resulta especialmente interesante la clasificación de «tiempos» que elabora Balmes a partir de diferentes puntos de referencia. Esta «teoría», que posteriormente ha sido formulada de manera más completa y coherente gracias a la distinción de los «niveles de actualidad»17, la explica nuestro autor en los siguientes términos:

En todas las combinaciones hay siempre un punto al que consideramos como presente; pues cuando la comparación la referimos a lo pasado o a lo futuro, nos trasladamos con la imaginación al tiempo de que hablamos.


(Balmes 1847: 281)                


Veamos el cuadro que compone apoyándose en las tres referencias temporales:

Ahora o presente absolutoPasado remoto: leí
Pasado próximo: he leído
leeré: común al futuro próximo y remoto
Presente en lo pasadoPresente: leía
Pasado: había leído
Futuro: no tiene expresión especial
Presente en lo futuroPresente: no tiene expresión propia, a no ser que se tome por tal: Cuando él venga, estaré leyendo
Pasado: habré leído
Futuro: no tiene expresión propia: Después que él venga yo leeré.

(Balmes 1847: 281-282)

Al lado de este sistema de Jaime Balmes, podemos presentar otros dos, de autores contemporáneos suyos: el de Gómez Hermosilla y el de Andrés Bello.

José Gómez Hermosilla18

Presente absoluto y único ——Yo amo
Absolutos RemotoYo amé
 PróximoYo he amado
relativosanteriorRemotoYo he amado
PróximoYo hube amado
actual Yo amaba
porterior No lo hay distinto de los otros, ni simple ni compuesto; pero suple el absoluto amé
absoluto ——amaré
relativosanterior habré amado
actual No lo hay: se suplen por el absoluto amaré
porterior

Andrés Bello19

Tiempos simples del Indicativo
Presentecanto
Pretéritocanté
Futurocantaré
Co-pretéritocantaba
Pos-pretéritocantaría

Tiempos compuestos del indicativo
Ante-presentehe cantado
Ante-pretéritohube cantado
Ante-futurohabré-cantado
Ante-co-pretéritohabía cantado
Ante-pos-pretéritohabría cantado




ArribaAbajoEl Modo Verbal

La noción balmesiana de «modo», a pesar de su sencillez, muestra también una notable modernidad. Su interpretación está muy cercana al concepto que algunos autores actuales expresan mediante el término «modalidad»:

Los modos del verbo son las variaciones que recibe, según el acto interno que significa.


(Balmes 1847: 282)                


A partir de esta definición, distingue cinco «modos» diferentes que se manifiestan, bien mediante formas verbales, bien con la ayuda de otros elementos gramaticales, como interjecciones o verbos semiauxiliares.

El modo indicativo denota el acto intelectual por excelencia, «expresa simplemente la afirmación, el juicio, leo, escribo; leí, escribí; leeré, escribiré. El tiempo es variable, pues que el juicio se puede referir a todos los tiempos» (Balmes 1847: 282).

El modo subjuntivo incluye una mayor variedad de matices. Todos ellos se pueden reducir a dos tipos, según la «modificación» se refieran al objeto o al sujeto de la enunciación. Balmes integra en el modo subjuntivo otros modos que algunos autores prefieren denominar «condicional» y «optativo». Diferencia, sin embargo, el «concesivo» y el «imperativo».

El imperativo envuelve también una relación de la cosa indicada con la voluntad del que impera; pero como esta relación es de mayor dependencia, merece formar una clase aparte.


(Balmes 1847: 283)                


Al infinitivo no sólo le niega el carácter de modo sino también la condición de verbo. Es un nombre indeclinable y, como tal, puede desempeñar las funciones sintácticas de sujeto y objeto del verbo.




ArribaAbajoLa Voz Verbal

Balmes presenta la cuestión de las voces verbales desde una perspectiva semántica. Para él, el significado es el dato fundamental, determinante de las diferentes voces, y el criterio seguro para distinguirlas:

Las voces expresan la acción o la pasión.


(Balmes 1847: 284)                


Esta definición descubre también la razón por la que determinados verbos admiten la voz pasiva y otros, por el contrario, la excluyen:

Como no todos los verbos significan acción, no todos tienen pasiva. Existir, vivir, yacer; no se dirá: ser existido, vivido, yacido.


(Balmes 1847: 284)                


Advierte también la variedad de usos de los verbos activos y plantea la posibilidad de utilización de un mismo verbo en forma transitiva o intransitiva, interpretando este asunto como un problema de polisemia. Observa, finalmente, la doble posibilidad formal con que cuentan las lenguas para expresar los significados verbales: una -que podríamos llamar analítica- mediante palabras unidas al verbo y, otra, modificando al verbo por la terminación o inflexión. Balmes analiza también los diferentes valores significativos y funcionales del verbo ser. Hemos visto cómo este verbo era objeto de apasionadas discusiones y cómo, mientras unos autores lo asimilaban a los demás verbos, otros, por el contrario, le concedían la categoría de «verbo único». Siguiendo el método inductivo y descriptivo, y valiéndose de la prueba conmutativa, muestra cómo el verbo ser en determinados contextos es copulativo y en otros significa «existencia». Este análisis semántico le sirve de punto de partida y de criterio básico para establecer una división completa y una clasificación coherente de los verbos según la cual pueden ser absolutos, relativos y adjetivos:

  • el verbo absoluto significa «existencia»
  • el verbo relativo relaciona el sujeto con el predicado
  • el verbo adjetivo sintetiza en un solo término el valor afirmativo del verbo copulativo y el significado del adjetivo

Situado en este plano semántico, hace notar que el hecho de que un mismo significado básico -una idea- adquiera matices distintos según la categoría gramatical del término que se emplee. Esboza, en cierta manera, la teoría de la traslación, formulada posteriormente por gramáticos como p. e. Lenz o Tesnière:

La variedad de modificaciones bajo que se presenta una misma idea hace que unas veces haya de tomar la forma de nombre y otras de verbo.


(Balmes 1847: 286)                


Balmes se detiene en describir y ejemplificar el tiempo más conocido de traslación -la derivación- y como tal interpreta a los participios:

Cuando un nombre se deriva de un verbo, se le llama verbal; y si además conserva la significación del tiempo, o de acción o pasión, se llama participio, porque participa de las propiedades del verbo.


(Balmes 1847: 286-287)                


Pretende afinar tanto en su análisis, que llega a precisar que el participio no se encuentra en un punto equidistante entre el verbo y el adjetivo. En latín, estaba más cerca del verbo; en las lenguas romances está más próximo al adjetivo. Su conclusión se apoya en datos semántico -la significación- y sintáctico -el régimen:

Los participios latinos podían llamarse rigurosamente tales, porque, en efecto, conservaban la significación del tiempo y de la acción; y así es que tenían el mismo régimen del verbo. Cicero laudat Coesarem; Cicero laudans Coesarem; Coesar interficitur a concivibus; Coesar interfectus a concivibus. En las lenguas modernas el participio no conserva estas propiedades; muchas veces las pierde totalmente, y así es que el régimen varía; decimos: el hombre ama a su familia; mas no el hombre es amante a su familia, sino de su familia.


(Balmes 1847: 287)                


También examina la naturaleza del gerundio. Tras señalar que las formas latinas perdidas han sido sustituidas mediante el empleo de infinitivo precedido de preposiciones, advierte que se han conservado en nuestra lengua algunas palabras terminadas en -ando, -endo. Niega que sean sustantivos o adjetivos, pero sin decir de forma explícita que ejerzan la función de adverbios, describe detalladamente las diferentes significaciones -tiempo, modo, etc.- y las distintas maneras de expresarlas.




ArribaAbajoLa definición del verbo

Tras la descripción de los diferentes valores significativos y funcionales del verbo, Balmes procede a seleccionar la propiedad que, por ser exclusiva, constituye su definición adecuada. Prescinde de la marca de número, ya que es un carácter que posee en común con los nombres. La expresión de persona tampoco puede ser considerada atributo esencial del verbo, pues los pronombres también la señalan. La voz puede ser significada igualmente por los nombres de acción y pasión. El modo, interpretado como procedimiento gramatical para manifestar las actitudes mentales del hombre -racionales y emotivas-, también se puede indicar mediante «la unión de nombres», auxiliados, si es preciso, de otras partes de la oración. Se debe concluir, por lo tanto, que la única propiedad en sentido estricto, la cualidad exclusiva y esencial del verbo, es su manera peculiar de significar «tiempo». Algunos sustantivos, adjetivos y adverbios -hoy, ahora, ayer, mañana, antes, después, presente, pasado, futuro, actual, anterior, posterior- poseen sentido temporal, pero todos estos términos significan solo tiempo, su contenido temporal es absoluto. El verbo, por el contrario, «une a la idea fundamental la modificación variable de tiempo», su significado temporal es relativo:

Ahora significa un tiempo presente; pero si digo: leo, expreso la idea del tiempo presente como una modificación de la lectura.


(Balmes 1847: 288)                


He aquí, pues, la conclusión que se desprende del análisis y el resultado de la comparación que Jaime Balmes efectúa entre las partes de la oración, su definición verbal:

El verbo es una forma gramatical que expresa una idea bajo la modificación ariable del tiempo.


(Balmes 1847: 289)                









ArribaAbajoConsideraciones finales

La noción balmesiana del verbo fue objeto de críticas desiguales. Eduardo Benot (1881-85,I: 194 y ss.) la rechazó apoyándose en los siguientes argumentos:

  • Esa modificación variable de tiempo también expresan otras unidades gramaticales diferentes del verbo.
  • Cada forma verbal no posee significados estables, sino que, con frecuencia, cambia de valor, y este hecho posibilita que unos tiempos se usen por otros.
  • En ocasiones, las formas verbales, en vez de expresar «variación temporal» significan "certeza", "duda", "probabilidad", "mandato", etc.
  • Considera, finalmente, que la llamada «ingeniosa y filosófica» teoría de los tiempos absolutos y relativos carece de fuerza probatoria en favor de esta teoría verbal, ya que sus valores significativos dependen, en la mayoría de los casos, de los contextos lingüísticos en los que van incluidos.

Esta definición temporal del verbo, que cuenta con una antigua tradición -Aristóteles, Varrón, Scalígero- no ha sido abandonada, sin embargo, completamente, ya que algunos autores modernos como Larochette, Guillaume, Pottier y Lamíquiz la han reformulado en términos más lingüísticos.

Pensamos que, a pesar de poseer una índole eminentemente semántica, pone de manifiesto una dimensión esencial, que, como tal, debe ser tenida en cuenta en una descripción completa de la noción de verbo como categoría lingüística.




ArribaReferencias Bibliográficas

  • <Arnauld, Antoine / Lancelot, Claude>
    • 1660, Grammaire Générale et Raisonée. Paris: Pierre le Petit.
  • Balmes, Jaime
    • 1847, Curso de Filosofía Elemental. Madrid: E. Aguado.
    • 1948, Filosofía Fundamental. Madrid: B.A.C. (Obras Completas, II.)
  • Bello, Andrés
    • 1874, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Santiago de Chile: Imprenta de El Progreso.
  • Benito de San Pedro
    • 1769, Arte del romance castellano. Valencia: Benito Monfort
  • Benot, Eduardo
    • 1881-85, Arquitectura de las Lenguas. Tomo I. Madrid: Muñoz Sánchez.
  • Destutt de Tracy, Antoine Louis Claude
    • 1822, Gramática General. Trad. de Juan Ángel Caamaño. madrid: Imp. de José del Collado.
  • Fourquet, Jean
    • 1950, «La notion du verbe». Grammaire Psychologie. Ed. par Klincksiek. Paris
  • Gramática de la Real Academia
    • 11771, La Gramática de la Real Academia. Ed. Hernando. Madrid: Imprenta Nacional. <41796; 91854; 121870>.
  • Gómez Hermosilla, José
    • 1841, Principios de Gramática General. Tercera edición. Madrid: Imprenta Nacional.
  • Hernández Guerrero, José Antonio
    • 1980, «La Teoría Gramatical de Arbolí». Gades (Cádiz). 6: 111-135.
    • 1981, «Lista y la Polémica Gramatical sobre el Verbo Único». Archivo Hispalense (Sevilla). 197: 151-163.
    • 1982a, «La Aportación de Alberto Lista a la Definición del Artículo Gramatical». Archivo Hispalense (Sevilla). 199: 3-23.
    • 1982b, «Filosofía y Gramática: Una Polémica "Ideológica" en el Siglo XIX». Revista Española de Lingüística (Madrid). 12,2: 321-356.
  • Lamíquiz, Vidal
    • 1973, Linguística Española. Sevilla: P.U.S.
  • Mata y Araujo, Luis de
    • 1842, Elementos de Gramática General. Madrid: Librería de los Srs. Viuda é hijos de Calleja.
  • Menéndez y Pelayo, Marcelino
    • 1884, Estudios de Crítica literaria. Madrid: A. Pérez Dubrall. (Quadrado y sus obras.)
  • Miguel, Raimundo de
    • 1897, Gramática Hispano-Latina, teórico-práctica. Trigésima edición. Madrid: Sáenz de Jubera, Hermanos.
  • Mourelle de Lema, Manuel
    • 1968, La teoría lingüística en la España del siglo XIX. Madrid: Editorial Prensa Española.
  • Rosenblat, Ángel
    • 1961, El pensamiento gramatical de Bello. Conferencia pronunciada en el Auditorium del Liceo «Andrés Bello», en noviembre de 1959. Caracas/Venezuela: Ediciones del Liceo «Andrés Bello».
  • Salieras, Matías
    • 1887, Gramática razonada de la Lengua Española. Segunda edición Barcelona: Faustino Paluzíe.
  • Salva y Pérez, Vicente
    • 1830, Gramática de la Lengua Castellana según ahora se habla. París: Librería Hispano-Americana.


 
Indice