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La tradición textual de «De los nombres de Cristo». Historia y ecdótica

Javier San José Lera





Al contrario de lo que ocurre con la poesía de fray Luis, de larga y compleja tradición manuscrita1, la tradición textual de De los nombres de Cristo es una tradición únicamente impresa. No se han conservado manuscritos de la obra, porque los originales debieron de correr la misma suerte que otros preciosos autógrafos luisianos y perderse en el pavoroso incendio que asoló el convento de San Agustín de Salamanca el 9 de febrero de 1744, y destruyó lo mejor de su Librería. De él y de las pérdidas ocasionadas por el fuego, da cuenta el P. Manuel Vidal, testigo del siniestro:

Atentos todos a lo sagrado i a lo más urgente del choro, no pensaron en acudir a esta gran pieza, ni a reservar la preciosidad de sus manuscritos i antigüedades [...] Y además de los muchos manuscriptos, nos fue mui sensible la pérdida de las Biblias, preciosíssimas sin duda: pues además de las grandes hermosas Sixtinas, la Complutense i la Regia, perdimos las irrecuperables en pergamino de varia estimable antigüedad. Perdimos también entre muchos millares de libros, los más selectos thesauros, Dictionarios i syntaxis de las lenguas Hebrea i Griega, i muchos de ellos marginados del eruditíssimo i Ven. M. Fr. Luis de León. De todos los impressos en aquella hermosa i vastíssima pieza sólo reservamos como tres dozenas ... que se habían entresacado como menos útiles.


(1751, I:275b)                


Un amante de los libros no puede dejar de estremecerse ante el relato de tantas preciosidades bibliográficas perdidas, entre las que se encontraban seguramente algunos autógrafos de obras de fray Luis, los cartapacios de trabajo del agustino y, quizá, los originales de De los nombres de Cristo, como vuelve a relatar más adelante el Padre Manuel Vidal:

Gran copia de libros de una y otra lengua [griego y hebreo] vi i registré en la librería (que nos consumió el incendio del año 1744), firmados i anotados de su mano (que por que nada le faltasse, su letra era clara i bien formada, i mui conocida entre las demás antiguas) i ahun por esto se nos hizo más sensible el daño.


(1751, I:372b)                


Curiosamente se salvaron aquellos códices que habían sido recogidos por la Inquisición: los originales de la Declaración castellana del Cantar de los Cantares y de la Exposición del Libro de Job. El celo inquisitorial salvó para la posteridad los originales autógrafos de algunas obras que quiso prohibir y que de otra forma hubiésemos perdido para siempre.

Si hubiese quedado alguna esperanza de que alguno de los originales luisianos se hubiese salvado del incendio de 1744, las tropas napoleónicas se encargaron de demoler cualquier testimonio posterior. El Convento de los Agustinos quedó reducido a escombros y cenizas y fue saqueado cuanto guardaban monasterio e iglesia, como recuerda Teófilo Viñas [1988:238-240]. Ni siquiera pudieron llegar a tener efecto sobre los fondos agustinianos los decretos desamortizadores de 1820, 1836 y 1837.

Así pues, el testimonio de De los nombres de Cristo se reduce a la tradición impresa, que se inicia en el siglo XVI con tres ediciones salmantinas autorizadas [véase Moll, 1979:80], la princeps de 1583 y las reediciones corregidas y aumentadas segunda y tercera de 1585 y 1587, y llega en su periodo antiguo hasta 1770, fecha de dos interesantes ediciones valencianas. A pesar de la ausencia de autógrafos y otros manuscritos, estas ediciones, permiten realizar un trabajo textual de extraordinario interés: en el caso de las autorizadas salmantinas, muestran un proceso de creación en manos del autor, que enmienda el texto de la primera edición en la segunda, y el de la segunda en la tercera, e incorpora sucesivamente fragmentos, nombres y un tercer libro a la primera edición en dos libros de 1583. Este proceso de creación es el que nos permite percibir las tendencias de escritura que alimentan el estilo creativo de fray Luis, lo que convierte la labor ecdótica no sólo en herramienta para la fijación del texto crítico, sino además, en instrumento para la reconstrucción del estilo literario. Y en el caso de las valencianas, permite comprobar cómo el trabajo tipográfico implica una propuesta de lectura que contribuye a la voluntad de difusión de un clásico.

Bibliografía, ecdótica y crítica literaria son así los andamiajes precisos y previos a la elaboración de una edición crítica de la obra que se considera culminación del renacimiento español y que no se ha visto favorecida por la atención filológica2.

*  *  *

Las tres ediciones autorizadas salen en prensas salmantinas en un margen de cuatro años, durante los cuales fray Luis asiste con relativa normalidad a las clases de los cursos correspondientes3; es fácil imaginar que el autor visitara los talleres donde se está componiendo la obra, muchos de ellos estaban situados en el entorno de las Escuelas Mayores4.

La primera edición, de 1583, se imprime por Juan Fernández. Consta de 223 folios numerados más una hoja, repartidos en 56 pliegos en cuarto, compuestos en cuadernos de un pliego en el que van signadas las planas en el reclamo desde el A al Kkk4, (aunque desde el cuaderno D inclusive hasta el final no se coloca la signatura de la cuarta plana). De los trámites administrativos previos a la impresión, dan cuenta los materiales legales preliminares, de texto absolutamente protocolario: la licencia del jesuita Doctor Ramírez5 firmada a 20 de abril de 1583, y el privilegio real a favor de fray Luis por diez años, firmado el 5 de junio de ese mismo año. No consta, en cambio, la publicación de una Tasa, que obligatoriamente debía figurar entre los preliminares después de la Pragmática de 1558 [Moll. 1979:52].

Las fechas de los preliminares apuntan a que fray Luis entregaría el manuscrito de la obra en el Consejo Real para su aprobación a primeros del año 1583. Es probable que la obra saliera íntegra de la lectura del santo Oficio pues, a pesar de algunos pasajes polémicos6, el aval de Don Pedro Portocarrero, del Consejo de su Majestad y del de la Santa y General Inquisición, a quien se dedica el libro, debió favorecer la calificación. Las dieciséis enmiendas recogidas en la tabla correspondiente que se imprime en la última hoja corresponden todas a erratas del libro primero y quizá fueron advertidas por el autor o los correctores de la imprenta, y no por el corrector oficial del Consejo, ya que aparecen sin firmar. Sin embargo, a partir de los Libros de Claustros del Archivo Universitario de Salamanca, podemos identificar al autor de esas correcciones y que fue seguramente el primer lector de De los nombres de Cristo: el bachiller Alonso González de la Torre. José Barrientos [1996:877-878] exhuma del archivo universitario la petición de los libreros salmantinos al rey para que se agilizaran los trámites legales de publicación, nombrando un corrector en Salamanca que evitase reenviar los libros al Consejo; el rey accede, dejando en manos de la Universidad la designación de la persona adecuada, para lo cual se nombra una comisión (de la que formó parte fray Luis) que selecciona al mencionado Bachiller en Cánones y Artes, Alonso González de la Torre como corrector, oficio que desempeñó hasta su muerte en 1588.

El hecho de que en el mismo volumen se encuaderne La perfecta casada cuyo colofón es de 1584, nos hace suponer que el volumen completo, con De los nombres de Cristo y La perfecta casada, no empezaría a circular por Salamanca hasta comienzos de 15847.

No está claro por qué no acude fray Luis para la edición de su primera obra en romance al impresor Lucas de Junta, con quien había publicado sus obras impresas latinas de 1580 y 1582 (las Explanationes In Cantica Canticorum y la In Psalmum XXVI), que además no está comprometido en 1583 con trabajos de envergadura, aunque el hecho de que cierre el taller en 1584 (año en que publica una sola obra) puede hacernos suponer que ya a mediados del año anterior esté en retirada y no acepte trabajos nuevos. Quizá por la conciencia de estar dando a luz una obra incompleta que iba a verse pronto completada, quiso probar en la imprenta de este Juan Fernández, cuyos talleres producen gran cantidad de libros pero con escasa calidad tipográfica [Ruiz Fidalgo, 1994, I:112]8; el hecho es que no debió de quedar contento fray Luis con el trabajo del impresor o surgieron con él otras desavenencias, ya que no vuelve a recurrir a sus servicios ni para las siguientes ediciones, ni para otras obras9. De hecho, un repaso a las variantes constatadas entre esta edición (A) y la siguiente (B), realizada por otro taller, muestra por ejemplo la sistemática corrección en B de los casos de leísmo de A; y encontramos en B citas y pasajes que faltan en A y que quizá podríamos interpretar en algún caso como variantes tipográficas o descuidos de A para ahorrar espacio y dinero10, o, dada la longitud de algunas incorporaciones, -que incluyen hasta un nuevo nombre, «Pastor»- como una negativa del impresor de A a componer de nuevo el texto de los dos primeros libros incorporando los no poco numerosos y extensos añadidos del autor.

Como intervención intencionada del cajista puede interpretarse la variante del fol. 11v, línea 22:

el principio general A el pío general B]


que se debió probablemente a que el cajista de la imprenta de Fernández interpretó como abreviatura de «principio» la palabra técnica de la filosofía neoplatónica «pío» («deseo vivo y ansioso de algo» -sincio, decimos en mi pueblo) que desconocía y que leyó en el original. Un corrector atento -¿el propio autor?- hizo pasar la enmienda a la tabla correspondiente de A.

Para la segunda edición, la primera completa de la obra, es decir, con los tres libros, opta por los talleres de los herederos de Matías Gast, hermanos de su antiguo impresor Lucas de Junta, con lo que volvía a poner sus obras en manos del negocio familiar de los Junta. Estos talleres están en 1583 ocupados con la impresión en cuatro tomos en folio de la Introducción del símbolo de la fe de fray Luis de Granada, además de otras obras del propio Granada, con lo que no es extraño que la obra de fray Luis no pudiera salir entonces de sus prensas. El mismo año en que trabajan en el texto de fray Luis, los herederos de Matías Gast imprimen los Commentaria in Oseam Prophetam de León de Castro, así que es posible que los dos profesores enemigos de antaño coincidieran en la imprenta.

La edición de 1585 (341 folios y una hoja en 85 pliegos en cuarto) repite el mismo material protocolario que la princeps en el cuaderno A, con la excepción del índice de contenidos en el vuelto de la portada; a esta -que reproduce el emblema que había utilizado ya Juan Fernández- se le ha añadido el texto que identifica la edición como segunda y los añadidos («Segunda impression, en que demas de un libro que de nuevo se añade, an otras muchas cosas añadidas y emendadas»); las capitales historiadas del comienzo de los dos primeros libros son las mismas que en 1583. Esta edición presenta una peculiaridad bibliográfica que me ha permitido reconocer dos estados: Cornelio Bonardo, impresor de origen holandés, casado con Jerónima, hija de Lucrecia de Junta y de Matías Gast, y por tanto yerno y heredero del taller familiar [Ruiz Fidalgo, 1994, I:119; Marta de la Mano, 1998], firma el colofón en Salamanca, en 1586; por lo tanto es de suponer que la obra se debió terminar de componer en el taller de Bonardo, y no circuló hasta el año que figura en el colofón, aunque figure en la portada otro impresor y el año anterior al del colofón11. No deja de ser curioso el desfase que se produce entre la fecha de la portada y la del colofón; este tipo de desfases es normal en la producción del libro del Siglo de Oro, pero en sentido contrario, es decir, que en la portada aparezca una fecha posterior a la del colofón, ya que el cuaderno con la portada y los preliminares legales es lo último que se imprime, después de haber imprimido todo el texto y de haberse obtenido en el Consejo correspondiente las licencias, el privilegio y la tasa [Moll, 1979:53]. El desfase puede explicarse, en este caso, porque después de imprimido el texto de De los nombres de Cristo su portada y sus preliminares, se emprendió la composición e impresión de La perfecta casada, que completa el volumen, en casa del mismo Cornelio Bonardo, en cuya portada y colofón consta la fecha 1586. Ese es el año en que Bonardo se queda en solitario con el taller de su suegro y edita las obras con su nombre [Ruiz Fidalgo, 1994, I: 120]. Al completar el volumen, Bonardo compuso de nuevo el último cuaderno [r], que lleva sólo impresos cuatro folios que corresponden con el salmo que cierra De los nombres, y las Enmiendas, para añadir su colofón en el último folio [fol. 342r]. Este folio aparece excepcionalmente sin numerar, y en él se rompe la secuencia de los encabezamientos, ya que, por error, se repite la cabecera LIBRO de los vueltos, en vez de TERCERO que corresponde a los rectos; además, si se compara el reclamo del folio 340 v [Alaba] con el del folio 111r [Alaba] del salmo que cierra el libro primero, se comprueba que son iguales; sin embargo al iniciar el salmo, en este folio 341r primero del cuaderno [r], se inicia con la primera palabra en mayúsculas cursivas e inicial redonda de mayor cuerpo [ALABA], frente a los otros dos salmos que cierran los libros primero y segundo, donde la primera palabra del poema se imprime con el mismo cuerpo que el resto del poema en minúsculas cursivas. También se cambia la forma de reproducir el oh, exclamativo como ò en este último salmo frente a las formas sin acentuar de los otros dos salmos [o alma (fol. 111v), o Dios, (fol. 237v) frente a ò alma (fol. 341r) del salmo del libro tercero]. Este último cuaderno debió sufrir pues una nueva composición para que el impresor incorporara su colofón en un texto de prestigioso autor que iba a salir finalmente de su imprenta. Y este proceso dio lugar a dos estados distintos del impreso, ya que en el ejemplar de esta edición de Bonardo que se conserva en la Universidad de Illinois (colección de microfilmes Spanish Rare Books of the Golden Age, carrete 88, n.º 568), se ha compuesto de nuevo para corregir el error del encabezamiento y se ha incorporado la numeración del folio 342 que habíamos detectado en el otro ejemplar descrito, de la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander.

Tras estas dos primeras ediciones legales autorizadas vio la luz en 1587 una edición legal no autorizada, es decir, no supervisada por el autor [Moll, 1979:81], en Barcelona a cargo del librero Pedro Malo12. Tanto Cristóbal Cuevas [1977:127] como Rafael Lazcano [1994:109] recogen como dos ediciones barcelonesas distintas los ejemplares impresos por Pedro Malo para Jerónimo Genovés y para Juan Manescal que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid; sin embargo, se trata de dos emisiones del mismo impreso, como se desprende del análisis que he podido hacer de los tres ejemplares conservados de la Biblioteca Nacional13. Como tal edición legal no autorizada, tiene escaso interés textual; reproduce el texto de la 2.ª edición salmantina, habiendo incorporado algunas de las enmiendas de aquella, pero no todas, y además introduce nuevas erratas14. Pero sí tiene indudable interés sociológico en la medida en que muestra que el texto de fray Luis era apetecido por libreros fuera del reino de Castilla, y específicamente por libreros barceloneses atentos a los éxitos editoriales castellanos. Además, la edición debió de ser barata, pues se imprime en 8.º, en papel de poca calidad, como texto destinado a favorecer la devoción popular («será de mucho provecho para los fieles cristianos», dice la aprobación). Junto con la aprobación del Dr. Ramírez, se imprime la realizada específicamente para esta edición por Luis Prado, de la Compañía de Jesús, firmada a 18 de diciembre de 158615. El 29 de enero de 1587 el obispo de Barcelona Juan Dimas Loris concede licencia de impresión16, por lo que es de suponer que el texto estaría en las calles de Barcelona poco después. Sin embargo, mal negocio debieron de hacer los libreros barceloneses, pues estaba a punto de salir en Salamanca, una nueva edición autorizada por el autor, la última de las que quedaron bajo la supervisión del propio fray Luis, que añade y enmienda a la anterior sobre la que se hizo la edición barcelonesa17.

Esta tercera edición se llevó a cabo en la imprenta salmantina de Guillermo Foquel en 1587. Nuevo cambio de impresor, en busca quizá de la calidad tipográfica del librero francés, especializado en obras litúrgicas [Ruiz Fidalgo, 1994, I:117] que ilustra habitualmente con bellos grabados y materiales tipográficos desconocidos hasta ese momento en Salamanca.

Foquel comienza alterando el diseño del emblema de la portada, sobre el modelo de los anteriores, enriqueciéndolo con una orla de volutas más barrocas, culminada con un escudo ajedrezado sobre el que reposa un ave, y situando en la parte inferior una máscara; en conjunto el diseño y la impresión calcográfica es más elegante y más limpia, que las anteriores xilografías; el lema de fray Luis se ha reducido a un escueto «Ab ipso».

El vuelto de la portada queda en blanco y en la hoja siguiente aparecen la tabla de enmiendas, y, por primera vez la Tasa, firmada por Juan Gallo de Andrada, el mismo escribano que tasa el Quijote en 1605 en Madrid, a 26 de julio de 158718. El vuelto de esta hoja queda en blanco19.

En la hoja siguiente se imprime el mismo material protocolario que en la princeps. Además, la edición de Foquel incorpora en el vuelto de la hoja de los preliminares un hermoso grabado calcográfico sin firma, que representa la Ascensión de Cristo, con una túnica al viento, halo de luz resplandeciente, ascendiendo entre una orla de nubes y ángeles, con la mano derecha en signo de bendición y la izquierda sosteniendo una cruz en la que flamea un pendón. Frente a las representaciones dominantes en el grabado español del siglo XVI, de escenas de la Pasión, la Virgen o los santos, tendentes a mover a devoción mediante el patetismo contrarreformista, fray Luis elige para su edición un grabado en plena consonancia con el mensaje teológico del libro: el triunfo de Cristo, que asciende en majestad.

Además, adorna la edición con una orla de greguescos vegetales, pájaros y frutas al comienzo del libro segundo (fol. 117r), otra orla distinta, más ancha que la anterior con motivos florales geométricos al comienzo del libro tercero (fol. 248r) y capitales iniciales de libro en un molde cuadrado, sobre una decoración vegetal20. Al final del libro segundo (fol. 247r) se imprime un florón cuadrado. La calidad de impresión de la letra redonda y cursiva ha avanzado notablemente respecto a la de las ediciones anteriores. Por fin había encontrado fray Luis de León un impresor a la altura de sus exigencias y su gusto, y a él parece ceder la exclusiva de sus trabajos desde este momento: con Guillermo Foquel publica fray Luis sus ediciones posteriores (1589, In Cantica, 1590, De utriusque agni Typici...), y a él se encomienda en 1588 (con reedición en 1589) la impresión de Los libros de la Madre Teresa de Jesús que con tanto esmero filológico había preparado el agustino.

La edición de De los nombres de Cristo consta de 356 folios conjugados en 44 cuadernos de dos pliegos, excepto el último, que es de un pliego, signados desde el folio 1 (los preliminares no llevan signatura) desde A hasta Yy4 y numerados.

Ruiz Fidalgo [1994, III:1033b] señala la existencia de una emisión por impresión de cierto número de ejemplares en tamaño 4.º marquilla, que quizá figuró como condición en el contrato. En efecto, de los ejemplares que he manejado, dos pertenecen a esta emisión que podíamos calificar «de lujo», por el tamaño y el cuerpo de su papel (22'5 x 16 cm, frente a los 19'5 x 13'5cm de la emisión en 4.º), pero no por los tipos ni por el tamaño de la caja (15 x 9'5 cm), que son idénticos en ambas emisiones.

Fray Luis obtuvo en 1583 el privilegio de impresión de su obra por diez años y no lo vendió en exclusiva a un único librero, aunque recale finalmente en la imprenta de Foquel. No cabe duda de que la edición de un texto de fray Luis en la Salamanca de los años 80 del siglo XVI tendría un tirón comercial importante, y que cualquier librero estaría dispuesto a hacerse cargo de ella. Es de suponer que el tipo de contrato que fray Luis estableció le aseguraba la conservación del privilegio, que puede pasar así a otros libreros a su conveniencia, a cambio, quizá, de asumir una parte de los costes de financiación y la corrección de la obra, y de recibir en pago ejemplares de esa u otras obras21. El hecho de que en todas estas ediciones autorizadas -a diferencia de lo que va a ocurrir en las ediciones posteriores a la muerte del autor- no figure el nombre de la persona que financió la edición, junto con el hecho de que el autor cambie de impresor en cada edición, parecen permitir suponer que De los nombres de Cristo salió a costa de fray Luis.

En las tres ediciones autorizadas (A, B, C) se comprueba la revisión por el propio autor del texto, incorporando variantes sustanciales. La última revisión incorporaría la voluntad última y se debe convertir en el texto base, como prueba el hecho de la mayoría de lecturas variantes de C frente a A B y de B C frente a A. Sólo en contadas ocasiones la tercera edición coincide con la primera frente a la segunda; en la mitad de estos casos B corrige en la tabla de enmiendas. Y en todos los casos se trata claramente de errores no intencionados del cajista que afectan a una única letra.

Solamente una vez compruebo el error de C frente a A B, lo que puede ser síntoma del cuidado especial en la composición del texto en la imprenta de Foquel:

fol. 133r. línea 17 (fol. 120r. línea 16 en A) antes A B ante C (fol. 137r línea 1)


Se trata de una línea muy apretada en C, de forma que se pegan los signos de puntuación a las letras (se haze:ante con), por lo que es posible que la errata sea decisión del cajista al justificar la línea.

En 1595, sale la cuarta edición de la obra, de nuevo en la imprenta donde se imprimió por primera vez, la salmantina de Juan Fernández. Sin embargo, la portada incorpora, por primera vez en nuestra obra, la mención de quien financió la edición, («a costa de Juan Pulman mercader de libros»). Esto parece confirmar que las ediciones anteriores, las tuteladas por el propio fray Luis de León, debieron correr -al menos en parte- a su costa, ya que conserva el privilegio y no se hace figurar en la portada el nombre de ningún financiero. Juan Pulman, librero antuerpiense, abre tienda en Salamanca en 1593 [Ruiz Fidalgo, 1994:141], siendo esta de fray Luis la única obra en romance que financia, lo que inclina a pensar que lo consideraría un buen negocio. Los dos ejemplares que he visto de esta edición (Biblioteca Menéndez Pelayo y Biblioteca Universitaria de Salamanca) difieren en algún pequeño detalle de la portada, y en errores de numeración de páginas. El ejemplar de la Pelayo es en tamaño cuarto marquilla, impreso en papel de mayor calidad que el ejemplar de la Universitaria salmantina. Además, se le ha enriquecido añadiéndole, pegado con una solapilla, la hoja de la edición de 1587 que contiene la Aprobación y el privilegio de 1583, y en el vuelto, el grabado ya descrito.

El privilegio de las obras del agustino, a su muerte, había recaído en el convento de San Agustín de Salamanca, y los frailes, quizá el sobrino de fray Luis, Basilio Ponce de León, le encargan la nueva edición a Juan Fernández, el impresor de la princeps, que actualiza ahora los materiales protocolarios con la publicación de los nuevos privilegios (actualización del antiguo con fecha 2 de hebrero de 1595; y nuevo privilegio en favor del prior y convento de San Agustín de Salamanca para imprimir el nombre «Cordero», con la misma fecha); además añade al comienzo de la obra varios índices: de lugares de la Sagrada Escritura, tabla de materias y lista de erratas firmadas a 16 de abril de 1595 por Manuel Correa de Montenegro. Eso parece querer decir que para finales de abril del 95 la obra estaría ya impresa y lista para circular.

La obra sale con una importante novedad: el añadido del nombre «Cordero», que no figuraba en ninguna de las ediciones anteriores. La publicación de un texto inédito del agustino, aportado sin duda por los frailes responsables de los originales de fray Luis que a su muerte quedaron en su celda del convento de Salamanca, puede explicarse quizá como una operación comercial; creo que el nombre «Cordero» no aporta nada sustancial al edificio teológico y artístico de De los nombres de Cristo, pero debía suponer, en cambio, un atractivo para el nuevo comprador, y que incluso invitaba a comprar la obra a quien dispusiera de alguna de las ediciones anteriores, al ofrecerle un material inédito22. Son pues motivos comerciales y no literarios los que justifican la inclusión en la obra de este nuevo nombre.

Pero Fernández vuelve a apuntar en su edición algunas de las causas por las que fray Luis parece haberle retirado su confianza inicial: su tendencia a aprovechar el papel reduciendo espacios tipográficos (así, por ejemplo, todo lo que en las ediciones anteriores eran numerales con letra -treinta y tres, tercero, sexto...- se imprimen sistemáticamente en cifra -33, 3, 6- o se abrevia, como en las dedicatorias de los tres libros [Del Consejo de su Majestad y del de la Santa y General Inquisición A C santa general B Del Consejo de su Majestad, etc. D]- o se producen numerosas variantes de escasa entidad que parecen responder a la ratio typographica), y cierto descuido que se percibe en la abundancia de erratas y errores de numeración de páginas. La intervención del impresor se percibe desde el inicio del texto, al incorporar en las dedicatorias de los libros 1.º y 3.º el nuevo título del destinatario Portocarrero, Obispo de Córdoba, cargo que obtiene en 1594, y que no podía figurar lógicamente en los textos revisados por el autor antes de esa fecha. Igualmente suprime el apelativo «muy ilustre señor» con que el texto de C saluda al destinatario, como marca epistolar de la dedicatoria. Este tipo de intervención resta autoridad textual a la edición de 1595, aunque Cuevas [1977:127] la considere la última «ortodoxa», es decir, controlada por el círculo agustiniano de Salamanca.

En 1603 ve la luz la quinta impresión y que podemos considerar la última de las ediciones antiguas de la obra. Y lo vuelve a hacer en Salamanca, en casa de Antonia Ramírez, viuda y a costa del mercader de libros Tomás de Alva. Se publica con el mismo material protocolario que la anterior, y con mantenimiento del precio fijado en la tasa y actualización de las enmiendas23. La edición recupera el antiguo emblema de las ediciones primeras, y lo reimprime al final del libro, después de la aprobación del nombre añadido «Cordero» (la misma que en la edición de 1595). En realidad se trata de una edición hecha a plana y renglón sobre la edición de 1595, en papel de peor calidad, con tipos más pequeños. La misma composición de las planas permite aprovechar sin alterar las tablas e índices de la edición anterior. Antonia Ramírez de Arroyo fue quizá viuda de Diego Cusío24, pequeño impresor que hace sus trabajos por encargo de otros libreros de la ciudad y que en ocasiones emplea materiales procedentes del taller de Juan Fernández (Ruiz Fidalgo, 1994, I:124), como parece ser el caso en esta edición de Antonia Ramírez. He visto tres ejemplares de esta edición (B. U. S., 51459 y 21129 y el de la Universidad de Illinois) todos en cuarto, pero de distinto tamaño (el segundo citado menor y de peor papel), lo que hace pensar en dos emisiones de la misma tirada, pues se perciben las mismas manchas en algunas de las planas y algunos errores conjuntivos (por ejemplo, el fol. 131 numerado 3I1). En los tres, las dos hojas con la portada, erratas (actualizadas con fecha 18 abril 1603), licencia (1583), tasa (1587) y privilegios actualizados como en 1595, han sido pegadas a una solapilla antes del cuaderno A, donde se inicia el texto. El fol. 248r con que concluye la obra en esta edición presenta una peculiaridad bibliográfica: en el ejemplar 21129 aparecen impresas al final del poema las tres últimas líneas del cuaderno (Hh3); ¿es indicio de que se ha aprovechado un pliego desechado antes por algún error tipográfico? No, el problema estaba en la forma, ya que en los otros ejemplares también se había impreso el texto de las tres líneas de Hh3, que ha sido cuidadosamente raspado, pero sin haber podido evitar el dejar una perceptible huella del número 3 de la signatura y otros pequeños restos de tinta. Este caso parece hablar de la precariedad de la imprenta, del descuido en la composición, o de la ausencia de correcciones.

Ya no volvemos a encontrar ediciones de De los nombres de Cristo hasta las dos valencianas del siglo XVIII, momento en el que se produce un auténtico redescubrimiento de fray Luis de León [Antonio Mestre, 1981]. En 1770 salen en Valencia dos ediciones distintas de la que se consideraba «utilísima obra», una a cargo de Salvador Faulí y la otra, de Benito Monfort25. El lapso de tiempo transcurrido desde 1603 hasta 1770 justifica el que el editor Benito Monfort, en la Dedicatoria al Infante de España, Francisco Javier de Borbón, hijo de Carlos III y M.ª Amalia de Sajonia, escriba que se han hecho «muy raros los libros que Fray Luis de León escribió de los Nombres de Cristo»; y que Salvador Faulí, en su impresión del mismo año 1770 escriba en el prólogo que «el fin de esta reimpresión es para que se haga más fácilmente comunicable al público este tesoro, que ya se deseaba por los pocos ejemplares que comparecían». El libro parece haber circulado bien, ya que no es rara su aparición en los inventarios de bibliotecas y librerías26; y circulará a partir de este momento en la espléndida impresión de Benito Monfort, que ciertamente, puede considerarse como la primera que supone un esfuerzo editorial moderno, hecha con voluntad de edición crítica, a partir de un

escrupuloso cotejo de las cinco primeras ediciones, las quatro de Salamanca en los años 1583, 1585, 1587 i 1595, i una de Barcelona, año 1587, que es un trabajo ímprobo pero de mucha utilidad para quien lee, porque logra tener la obra entera i pura como salió de las manos del Autor, i no desfigurada, como acontece a las que se imprimen repetidas veces sin cuidado, i en nuestro caso a la impresión de Barcelona. Se han añadido también algunas notas para ilustrar lugares27.


(«El corrector a quien leyere», págs. XXXI-XXXII)                


La enmienda de citas erróneas e incorporación de otras citas nuevas «así de la Escritura como de Autores sagrados i profanos», las notas y la «limpieza, hermosura i comodidad» con que se ha elaborado la edición la convierten en «la mejor de todas» las precedentes, como con orgullo proclama el propio impresor28. En la Dedicatoria de Benito Monfort al infante de España se introducen valoraciones de la obra de fray Luis que la presentan como «una de las más útiles que se han publicado en los tres últimos siglos», tanto por la grandeza de los asuntos como por la facundia y limpieza de la lengua castellana en que se expresa. Por todo ello, la obra es especialmente recomendable para la formación de un príncipe, ya que no sólo recibirá instrucciones admirables de doctrina cristiana, sino principios de política y de moral y formación «de lo que llamamos buen gusto [...] que todo resplandece maravillosamente en este escrito». Libro destinado a un infante e impreso con la calidad y belleza tipográfica que tal empresa requería29. Sin embargo, de manera sorprendente, siendo Monfort uno de los proveedores de la biblioteca del Príncipe y de los Infantes, la obra no figura en el Catálogo de la Librería del Príncipe de Asturias de 178230.

Muy distinta, pero igualmente valiosa por otros conceptos, es la edición que en la misma ciudad, Valencia, y en el mismo año, 1770, hace imprimir Salvador Faulí. Por primera vez la obra se imprime en tres volúmenes «de bolsillo» (en 8.º), con la clara intención de convertirla en edición popular, frente a la lujosa de Monfort, «para que se haga más comunicable al público este tesoro». En casa de Faulí se reunía o como dice el impresor en el prólogo: una tertulia literaria a la que concurrían Moratín, Meléndez, o el Abate Marchena [Serrano, 1899:147], y en ese ambiente debió fraguarse la propuesta de una edición divulgadora del clásico31. En este deseo de popularizar la obra Faulí decide intervenir en su organización, iniciando la tradición editorial moderna que divide el texto en párrafos y apartes:

Y aunque es verdad que en el original ni hay títulos o párrafos, ni apartes, con todo, me ha parecido dividirlo así; no por emendar al autor, sino por si llegan estos libros a manos vulgares, sepan por el título de qué se trata en las hojas siguientes y descansen en los apartes si les fatiga la leyenda continua. [...] Mis deseos solo son de contribuir al bien público por cuyo fin ya algunos años que solicité, y logré las licencias necesarias para esta reimpresión.


Los títulos que incorpora esta edición de Faulí no se limitan a repetir el nombre de Cristo correspondiente, sino que desarrollan de forma descriptiva un pequeño resumen del contenido. La edición de Salvador Faulí es así la primera que propone una división del texto más fragmentada, tanto en párrafos como en titulillos, como una propuesta de «ayuda a la lectura». Cada volumen se acompaña de un índice de cosas notables, y de notas al pie de página para localizar citas bíblicas. Otra gran novedad que propone la edición de Faulí es la de insertar, por primera vez, el nombre «Cordero» entre «Hijo de Dios» y «El Amado», es decir, como segundo nombre del libro III. El criterio comercial de Faulí le lleva a aprovechar el vuelto de la hoja del índice del libro I para imprimir en ella una lista de los «libros nuevamente reimpresos y venales en donde éste».

No deja de ser significativo que la obra salga dos veces en la misma ciudad el mismo año; no cabe duda del papel desempeñado por la ciudad levantina en el desarrollo de la vida cultural española del siglo XVIII y en la conversión de fray Luis de León en un autor clásico. Salvador Faulí y Benito Monfort rivalizaron en el deseo de acaparar la vida editorial oficial de Valencia y el mercado con títulos atractivos, como muestran estas dos ediciones de De los nombres; ambos pretendieron en 1771 el título de impresor de la Universidad, que ganó Monfort, y ambos solicitaron en 1773 el título de impresor de la Ciudad, que vuelve a conseguir Monfort en perjuicio de Faulí [Serrano, 1899:334 y 336].

La importancia de las ediciones valencianas no siempre ha sido tenida en cuenta a la hora de editar críticamente la obra de fray Luis. Pero es indudable que constituyen un jalón imprescindible, fundamentalmente por su papel en la forma de percibirse el texto por el lector a partir de ellas. El nuevo formato en 8.º y en tres volúmenes introducido por Faulí, la fragmentación en párrafos, la incorporación de titulillos, la localización de citas a pie de página, son elementos que incorporan una nueva forma de lectura del texto y nuevas relaciones del lector con él, esenciales en el proceso de conversión de fray Luis en un clásico.

Al margen de estas interesantísimas ediciones valencianas de 1770, deben hacerse constar aquí, dentro del siglo XVIII, dos ediciones fantasmas señaladas por Félix García, que se refiere, primero, a una edición de Salvador Faulí en 1774; sin embargo, ya que no reseña la del mismo impresor de 1770, debe tratarse de una errata por esta. Y segundo, el mismo P. García señala sin más datos una edición de 1779; quizá, al ser esta la fecha de la primera edición de la Exposición del Libro de Job, pudo inducir al estudioso agustino a un error; yo, por mi parte, no he encontrado otros testimonios de esa edición. Rafael Lazcano, por otra parte, [1994:111-112] incluye entre las ediciones de De los nombres de Cristo, la selección parcial de Antonio Capmany en el Teatro de la elocuencia de 1787; sin embargo, además de ser una mera selección, el modo de reproducir el texto es tan libre, que carece esta antología de ningún interés textual para establecer el texto crítico, más allá del hecho de constatar el proceso de conversión de fray Luis de León en autoridad clásica del buen gusto en un manual de estilo.

Termina aquí la que podíamos considerar tradición antigua de impresos de De los nombres de Cristo, durante el periodo de la imprenta manual.

El conocimiento de esta historia del texto debe servir de base para tomar decisiones a la hora de editarlo con criterios que combinen la filología con las condiciones derivadas de la transmisión impresa del texto, y por lo tanto, la bibliografía. Quiero terminar con unas breves reflexiones al respecto.


Texto crítico

Esta tradición textual de De los nombres de Cristo obliga al editor a fijar el texto crítico optando por el cotejo sistemático de las ediciones autorizadas de Salamanca, realizadas bajo el control y seguramente la financiación del autor; la última de ellas, a cargo de Guillermo Foquel en 1587, aportará el texto base, por ser la última edición autorizada de la obra y que contiene la mayor parte de las lecturas que responden a la voluntad última del autor.

Para el nombre «Cordero» se seguirá como texto base el de la edición de 1595, primera en que aparece, y cuya responsabilidad es lícito atribuir al círculo agustiniano de Salamanca, como muestra la historia del texto; sin embargo, se hace necesario en no pocos casos ofrecer lecturas alternativas, atendiendo a las ediciones posteriores de la obra que incorporan este nombre, y, en muy pocos casos, plantear conjeturas personales sin apoyo de la tradición textual.




Ortografía

Las decisiones respecto a la ortografía deben partir de la conciencia de que es frecuente en la transmisión del libro antiguo español que la ortografía responda a criterios de la imprenta, que adapta (uniformiza) o normaliza los usos gráficos, con tendencia claramente conservadora y que casi nunca respeta los usos que el autor había empleado en el original [Simón Díaz, 1983; Rivarola, 1996]32. Por otra parte, el estado de la lengua en los años ochenta del siglo XVI, aunque camina claramente hacia la fijación, es aún enormemente fluctuante respecto a algunas cuestiones como el timbre de las vocales átonas, sistema de sibilantes y su representación ortográfica, formas léxicas alternantes, etc. Respondiendo a este estado de lengua, la ortografía de los autógrafos luisianos que he podido manejar [San José Lera, 1992] es igualmente vacilante respecto a la forma de representación gráfica de la misma palabra (ansí/ así/ assí; proprio/ propio, etc.). No obstante, es muy llamativa en la ortografía autógrafa de fray Luis la tendencia conservadora de las grafías cultas, seguramente influida por el cultivo habitual, como actividad profesional, del latín académico y eclesiástico. Esta tendencia en el caso de fray Luis resulta coherente con la propensión al cultismo léxico, sintáctico y semántico que se ha señalado en su obra, y es inherente a su condición de escritor «neolatino en romance» (Rico, 1981:246). El mismo fray Luis, actuando como editor de Santa Teresa, regulariza algunos usos gráficos de la santa en el mismo sentido [Pascual-García Macho, 1990]. Resulta, así, perfectamente admisible la opinión de Cuevas [1977:122]: «uno de los medios de que fray Luis se sirve para dar carácter culto a la lengua española es la restauración de la ortografía con criterio etimológico». Esta tendencia connotativa del cultismo gráfico convierte la grafía de las obras de fray Luis en una auténtica variante cultural [Nina Catach, 1983], que se debe conjugar con la conciencia de la ya señalada tendencia regularizadora y conservadora de la imprenta, haciéndose muy difícil decidir hasta dónde llega la tendencia al cultismo gráfico de fray Luis y dónde empiezan los hábitos ortográficos de la imprenta.




Puntuación

La atención a la puntuación del texto se convierte en aspecto esencial para la valoración literaria de la prosa de fray Luis. Las ediciones antiguas presentan un sistema de puntuación que desde los propios signos diacríticos difiere del actual; no se trata de que sea «inaceptable», como apunta algún editor moderno para justificar su modernización [Onrubia, 1975:39], sino sencillamente es un sistema establecido con otros criterios y con distintos puntos [Ramón Santiago, 1998]. Sirva como único ejemplo de este sistema, el uso, en las ediciones antiguas, del mismo signo para la interrogación y la admiración, y únicamente al final del periodo, lo que obliga al editor a regularizar el uso ortográfico con criterio moderno y a interpretar dónde comienza el periodo marcado y si este es interrogativo o exclamativo. O el uso del punto (.) y los dos puntos (:) como forma de señalar la organización retórica en cola y commata o la progresiva incorporación, desde el último tercio del siglo XVI del punto y coma (;)33. Desde esta perspectiva retórica, la puntuación se convierte en forma de marcar el ritmo retórico de la frase en cada periodo, subrayando la oralidad subyacente a un dictado interior en voz alta34.




Aparato crítico

La historia textual de las ediciones autorizadas salmantinas obliga, en fin, a tratar las variantes constatadas en el cotejo de forma especial. Habrá un grupo de variantes accidentales, tanto las que incorporan errores propios de un texto con transmisión impresa, como aquellas que parecen responder a la ratio typographica y que consisten en mínimas supresiones o adiciones incluso de signos de puntuación. Pero encontraremos otras variantes sustanciales, que afectan al orden de las palabras, a la sustitución de un término por otro, a la incorporación de largos fragmentos, etc., que muestran un proceso de creación que va más allá de la mera transmisión textual, y que debe ser analizado señalando qué principios motivan las variantes y con qué resultados, siendo tratadas pues como auténticas variantes de autor. Con razón se quejaba Pedro Sáinz Rodríguez en 1960 de la falta de un estudio completo de las correcciones incorporadas por fray Luis a las sucesivas ediciones controladas por él de De los nombres de Cristo y pedía un análisis de la evolución de su criterio estilístico. A esta necesidad debe dar respuesta un análisis de las variantes, convirtiéndose así la ecdótica no sólo en herramienta para la fijación del texto crítico, sino además, en instrumento para la reconstrucción del estilo literario. De forma que el lector disponga, entre el aparato crítico y el texto crítico, de todo el proceso creativo que ha dado a la obra su forma definitiva.




Dispositio textus

Aunque las ediciones antiguas se presenten a texto corrido, se hace, pues, necesaria la incorporación de párrafos separados de acuerdo con el sentido del discurso y tratando, en la medida de lo posible, de rebajar la densidad de algunos párrafos con la pausa del aparte, «no por emendar al autor, sino, por si llegan estos libros a manos vulgares [...] descansen en los apartes si les fatiga la leyenda continua» (Salvador Faulí, 1770, hoja 1vº). Y más en un discurso de tan amplio vuelo -a veces excesivo- como es el de fray Luis.

El proceso editorial de la obra, que culmina con el llevado a cabo por los impresores valencianos del siglo XVIII, marca una evolución de los modos de lectura de la obra de fray Luis; distintos formatos editoriales apuntan a distintos modos de lectura, que pasa de la lectura por especialistas (el público docto que pedía el autor para su obra, «los sabios, y los graves, y los naturalmente compuestos») a la lectura devota que buscan los editores barceloneses («será de mucho provecho para los fieles cristianos», dice la aprobación), a la conversión de De los nombres de Cristo en las ediciones valencianas en, primero, un modelo de la más alta prosa («facundia y limpieza de la lengua castellana», Monfort) y de los contenidos de elevada doctrina, digna de un príncipe, pero, segundo, también en un clásico popular («para que se haga más comunicable al público este tesoro», Faulí), por lo que se segmenta el texto en párrafos y apartes, se añaden titulillos y se incorporan índices y notas. Todos estos materiales deberán tenerse en cuenta a la hora de disponer nuestro texto en una edición crítica moderna.

En definitiva, la riqueza crítica que ofrece la posibilidad de encontrar a fray Luis en su mesa de trabajo, actuando como artista consciente, aún a través de una tradición textual impresa, así como las diferentes circunstancias bibliográficas que intervienen en la producción material de los textos, convierte la tradición textual de De los nombres de Cristo en un apasionante episodio de la historia del libro español y de su lectura.








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