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ArribaAbajoJornada segunda

 

Sale DOÑA LEONOR e INÉS con una luz.

 
INÉS.
¡Qué! ¿Tan presto estás vestida?
¿Qué es esto?
DOÑA LEONOR.
Ya ha amanecido;
mata esta luz; no he tenido
tan larga noche en mi vida.
INÉS.
Templa entre tantos cuidados
esas lágrimas amargas,
todas las noches son largas
para todos los casados.
DOÑA LEONOR.
¡Ay Inés! mi sentimiento
crece en mis ansias mayor,
porque pienso que mi amor
me usurpó mi entendimiento;
no sé de mí.
INÉS.
¿Pues qué ha sido?
DOÑA LEONOR.
No me hables, que estoy mortal.
INÉS.
¿No me contarás tu mal?
Dime lo que ha sucedido;
para templar los enojos
deste mal que te provoca,
llorándole por la boca
pronúnciale por los ojos.
DOÑA LEONOR.
Este no entendido agravio
se hace en lágrimas veloz,
¿qué le faltara a mi voz
si consintiera a mi labio?
INÉS.
Pues por consolar así
tu mal, o para templarle,
hazte fuerza en declararle.
DOÑA LEONOR.
Oye lo que pueda.
INÉS.
Di.
DOÑA LEONOR.
Ya sabes, Inés hermosa,
esto es fuerza repetir,
cómo quise a don García
y cómo él me quiso a mí.
INÉS.
Y que por esa pared
os trasladáis y decís
las palabras una a una,
los requiebros mil a mil.
DOÑA LEONOR.
Ya sabes que estoy casada.
INÉS.
Y anoche yo misma fui
la que dentro dese cuarto
encerró a don Juan y a ti.
DOÑA LEONOR.
Llegóse tierno mi esposo,
porque me vio derretir
de dos venas de mis ojos
uno y otro Potosí;
el lecho solicitaba
y en aquel no le admití,
lo que era aborrecimiento
por recato le vendí;
probé a quitar los adornos,
cuando en batalla civil
mi esposo con su deseo
trabaron dudosa lid;
ayudábame mi esposo
a desnudar, pero allí
cuanto desnudó rogando,
volví temiendo a vestir;
fatigada al fin al ruego
di a mis resistencias fin,
que si es fuerza obedecer
es flaqueza resistir;
la penúltima cortina
corrió deste templo, y vi
que idólatra de mis ojos
se procuraba gentil;
llegué al lecho, ¡oh, no llegara!
¡Muriera primero allí,
pues fue para mí de espinas
el tálamo de jazmín!
Dio a mi pecho sus dos brazos,
y temí llegase a oír
lo que el corazón estaba
hablando dentro de sí;
y dije viéndome ya
a su violencia rendir,
¡Que no naciese yo hermosa
y fuese tan infeliz!
Y como suele el Enero
marchitar y deslucir
flores en tálamo verde
que afanó rojas Abril,
con amor así indignado,
con iras mi esposo así,
por esta flor de mi honor
Rompió el cerrado jardín;
ya en la campaña del lecho
con lágrimas advertí
que esta fuerza de diamantes
se averiguaba rubís,
cuando miro que don Juan,
no sé cómo lo sentí,
deste olmo solicitado
se desenlazaba vid;
volvióme el rostro indignado,
y púseme a discurrir
si en las luces de mi fama
ha puesto sospecha vil
o le parecí tan mal
como él me pareció a mí;
de vana, pues no de amante,
rogando llegué a fingir,
y para no errar mi voz
me fue el discurso adalid;
Esposo, le dije, mío,
¿cómo ingrato no admitís
en aras de vuestro amor
un corazón que os rendí?
Si a la obligación de esposo
quisiste sólo acudir,
porque el examen del lecho
os pondere varonil,
no por daros un aplauso
me hagáis un baldón así,
que no evitáis lo grosero
con triunfar de lo gentil.
Calla, me dijo, Leonor,
que ya no pueden sufrir
mis oídos a tus quejas,
pues dado caso que en ti
haya afectos que declares,
también llego a presumir
que tus segundos intentos
me han de hacer menos feliz;
aquesta noche has pasado
con llanto, no tan sutil
que al acabar de correr
no le empezase a sentir;
ese tardo suspirar,
ese temprano gemir,
no nace de aqueste amor,
de alguna memoria sí.
Pues ¡viven los cielos! dijo,
aquí fue el desmayo, aquí,
aquí mis ojos murieron
de mi pecho en el cenit.
Aquí el clavel de mis labios
vuelto en cárdeno alelí,
recibió las dos corrientes
que de mis ojos vertí;
de mis dientes traspillados
rechinó el terso marfil,
y del ave corazón
las dos alas abatí;
y al ver, vuelta deste ensayo
a don Juan, probé a decir:
¡Quién se volviera al desmayo
por no hallarle junto a mí!
Volvió el rostro, volví el rostro,
él suspiró, yo temí,
llaméte a que me vistieses,
acabéme de vestir,
salí a esta cuadra en que estoy,
mis cuidados referí;
yo obedezco al dueño mío,
yo tengo amor, y es decir
que he de borrar de mi pecho
el carácter que imprimí;
dos fuerzas me pruebo a hacer,
y es difícil conseguir
aborrecer al que quiero
y amar al que aborrecí;
don García tiene amor
y celos don Juan, pues di,
si intentas templar mi pena,
el medio que he de elegir,
porque agradecida deba,
hallando el dichoso fin,
esta vez a tu consejo
aún más que me debo a mí.
INÉS.
Confieso que me ha pesado,
Señora, lo que te pasa;
mas desta primera casa
a la pared han llamado.
 

(Llamen.)

 
DOÑA LEONOR.
Saber agora querría
esa novedad qué ha sido.
INÉS.
Debe de haberte sentido
y llamado don García.
DOÑA LEONOR.
¡Pues cómo tan de mañana!
¿Qué causa le habrá obligado?
Yo llego: ¿quién ha llamado
a esta pared?
DOÑA JUANA.
Doña Juana.
DOÑA LEONOR.
Que tengas cuenta te pido
no sea que se levante
mi padre.
 

(Responden.)

 
INÉS.
Voy al instante.
DOÑA LEONOR.
Pues don Juan no se ha vestido,
arda este pecho inmortal
voz permita mi cuidado.
DOÑA JUANA.
¿Cómo esta noche has pasado
con el nuevo amante?
DOÑA LEONOR.
Mal;
y tú, dime, amiga mía,
¿para qué te has levantado
tan presto?
DOÑA JUANA.
No se ha acostado
esta noche don García;
muy malo le hemos tenido.
DOÑA LEONOR.
¿Puedo la causa saber?
DOÑA JUANA.
Él te podrá responder.
DON GARCÍA.
Leonor, de qué te he perdido.
DOÑA LEONOR.
¿Aquí estabas?
DON GARCÍA.
Sí, Leonor;
porque solo vengo aquí
a despedirme de ti.
DOÑA LEONOR.
Pues qué, ¿se acabó tu amor?
DON GARCÍA.
Pues no puedo merecerle,
porque nací desdichado,
quiérate el que te ha gozado,
que yo intento aborrecerle;
acábese ya este afán.
DOÑA LEONOR.
Acábese ya este ardor.
DON GARCÍA.
Yo he de olvidar a Leonor.

 (Vase.)  

DOÑA LEONOR.
Yo he de querer a don Juan.
 

(Hace que se va DOÑA LEONOR y topa con DON JUAN a la puerta.)

 
DON JUAN.
Y yo debo agradecer
a vuestra voz persuadido,
ya que no me habéis querido
que me procuréis querer.
DOÑA LEONOR.

  (Ap. 

¡Ay tan infeliz mujer!
Si a don García escuchó;
pero don Juan sólo oyó,
sólo esto pudo escuchar,
que le solicito amar;
mas que le aborrezco, no.)
Ya veréis mi fe, pues veo
que se trasladó veloz
a lo tibio de mi voz
lo ardiente de mi deseo.
Más triunfo, mayor trofeo
tendréis en este favor,
pues con repetido ardor,
torpe un sentido, otro atento,
leístes mi pensamiento
ya que no oístes mi amor.
DON JUAN.
Antes llego a ponderar
preciso vuestro desden,
que si me quisierais bien
no me desearais amar.
Una cosa es desear
querer, y es otra querer:
aborrecer viene a ser
desear amar y olvidar,
luego el deseo de amar
es señal de aborrecer.
DOÑA LEONOR.
¿Cuál hubierais elegido
en mis ansias por mejor,
que olvide, deseando amor:
o que ame, deseando olvido?
DON JUAN.
Yo al amor he preferido
aunque aborrecer deseáis,
pues si con firmeza amáis,
que olvidéis no puede ser;
y así, aunque deseáis querer,
puede ser que no queráis.
DOÑA LEONOR.
Si; mas no es desden ingrato
desear amar en rigor,
porque nunca hierve amor
si no pone fuego el trato;
luego viene a ser recato
aun en el mejor empleo,
pues cuando por más trofeo
a una discreta pasión
no se pone la afición,
basta poner el deseo.
DON JUAN.
Como arde, prueba inmortal
este amor en tu desden.
DOÑA LEONOR.
Lo que a un hombre le está bien
a una mujer le está mal.
DON JUAN.
¿Pues el amor no es igual?
DOÑA LEONOR.
No; cuando es amor honesto,
que un marido, atiende a esto,
juzga, en viendo voluntad,
que ha sido facilidad
haberle amado tan presto.
DON JUAN.
Pues ya sigo tu opinión,
tu amor se labre en el trato,
que por gozar tu recato
sufriré su dilación.
DONA LEONOR.

 (Aparte.) 

Detente, imaginación,
sacrifica tu decoro.
DON JUAN.
Súfrate yo; pues te adoro.
DOÑA LEONOR.
Pues cesará mi tormento.
DON JUAN.
Débame amor lo que siento,
débame amor lo que lloro.
 

Sale MOGICON.

 
MOGICON.
Sobre una mula, Señor
(bien con esto se encarece),
tan picada, que parece
caballo de regidor,
ha venido en este instante
Beltrán, el criado tuyo.
DON JUAN.
Que trae la respuesta arguyo
de mi padre.
MOGICON.
Es importante
que vayas, porque te espera
en esa cuadra, Señor.
DON JUAN.
Vamos, hermosa Leonor.
DOÑA LEONOR.

  (Aparte.) 

¡Oh cielos, y quién pudiera!
DON JUAN.

 (Aparte.) 

¡Quién pudiera, hermosos cielos!
DOÑA LEONOR.

  (Aparte.) 

Aqueste incendio templar;
pero yo le he de apagar.
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Pero cesen mis recelos.
DOÑA LEONOR.

 (Aparte.) 

A un necio desvelo ingrato
hay un cuerdo reprimir.
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Porque no pueden mentir
su obligación y recato.
DOÑA LEONOR.

 (Aparte.) 

Ni a García que solía
ser quien me adoró permito...
DON JUAN.

  (Aparte.) 

Por nombrarme no es delito,
que nombrase a don García.
DOÑA LEONOR.

 (Aparte.) 

Que si él es cuerdo y es sabio,
no hará mi error más atroz.
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Que no es nuevo que una voz
tropiece al salir del labio.
DOÑA LEONOR.

  (Aparte.) 

Lo que le toca a mi amor...
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Lo que le toca a mi pena,
es pensar que es Leonor buena.
DOÑA LEONOR.

 (Aparte.) 

Es pensar que tengo honor.
DON JUAN.

 (Aparte.) 

¿Pues a qué esperando están
estos imposibles celos?
DOÑA LEONOR.
¿Pues qué aguardan mis desvelos?
DON JUAN.
Vamos, Leonor.
DOÑA LEONOR.
Ven, don Juan.
 

(Vanse.)

 
MOGICON.
Fuéronse, y quedéme yo;
oigan que disimulados,
no entenderá estos casados
el cura que los nupció.
Sin duda alguna sospecha
le trae desvelado y grave.
Hoy que este don Juan no sabe
cuál es su novia derecha.
Una ignominia muy rara
me admiro que el mundo pase,
¡Que haya hombre que se case
con mujer de buena cara!
¡Que haya hombre tan menguado
que aquello que en puridad
debe ser comodidad,
lo busque para cuidado!
Discurramos: ahora bien,
bajo este punto al amor,
la dama propia es mejor
que sea fea también.
A una dama fea ved
que todo le satisface,
pues piensa que se le hace
el requiebro de merced;
la llaneza que se pasa
con aquella fealdad
y aquella seguridad
con que entra un hombre en su casa;
al fin, no son pedidoras
las feas desmesuradas,
son seguras, recatadas,
son limpias, regaladoras,
y no ha menester celarlas
quien más las quiera celar;
si uno las quiere pegar
no hace lástima el pegarlas.
Esta sí es vida segura,
y la que más me enamora,
y no una dama de agora
toda puesta en su hermosura,
que para cena y comida,
si un hombre la ha de querer,
es necesario traer
el ave Fénix cocida.
Si su amante con pasión
la mira tierno y suave,
se pone más hueca y grave
que juez de comisión.
Aquellos siempre decoros,
aquel siempre desvarío,
la merienda, si va al río,
el balcón, si va a los toros,
dinero para el bolsillo,
las galas, el lucimiento,
a la comedia aposento,
coche al Ángel y al Sotillo;
pues las feas seguir quiero,
si no con amor con fe,
que saben andar a pié
y comen vaca y carnero.
Feas mi atención debida
procure de dos en dos.
 

Sale DON ANDRÉS.

 
DON ANDRÉS.
Nunca pensé, vive Dios,
enamorarme en mi vida,
y desde que vi a Leonor
muero en inquieto sosiego,
y estoy, siendo el amor ciego,
más ciego que el mismo amor;
¿Pues cómo indócil se atreve
a dejarme a mi albedrío?
MOGICON.
El pretérito amo mío
se ha acogido acá que llueve.
DON ANDRÉS.
¿Cómo este ardor no mitigo?
MOGICON.
Dime, ¿has visto... pero no.
DON ANDRÉS.
¿Yo he de amar, ingrato, yo,
a la mujer de mi amigo?
MOGICON.

 (Aparte.) 

Paseándose está, por Dios,
y hasta ahora no me ha mirado.
DON ANDRÉS.
Pues señor ciego vendado,
yo he de poder más que vos.
MOGICON.

 (Aparte.) 

No he podido percebir
lo que habla entre sí incapaz.
DON ANDRÉS.
¡Flechitas a mí el rapaz!
No te las he de sufrir,
pues he de templar discreto
el fuego que me ha abrasado.
MOGICON.

 (Aparte.) 

O este hombre está enamorado,
o está haciendo algún soneto.
DON ANDRÉS.
¿Yo que siempre he resistido
al amor, intento amar?
MOGICON.
Ahora yo le quiero hablar.
Señor, ¿qué te ha sucedido?
¿Hate cogido, Señor,
por triunfador de despojos
con queso de algunos ojos
la ratonera de amor?
DON ANDRÉS.
Pues dar materia es forzoso
a este fuego penetrante,
que antes era yo su amante
que don Juan fuese su esposo.
MOGICON.
¡Ah Señor!
DON ANDRÉS.
¿Qué estoy dudando
deste alivio a mi dolor?
MOGICON.
¿Piensas que es cazuela amor
que se digiere paseando?
Que es amorosa pasión
esa que tienes arguyo.
DON ANDRÉS.
Que te doy un nombre tuyo
si no callas, Mogicon.
MOGICON.
Hablemos en puridad,
pues soy y fui tu criado,
tu estás algo enamorado.
DON ANDRÉS.
¿Qué tenemos? Es verdad.
MOGICON.
Eso sí, cuerpo de tal,
ama fino, quiere astuto,
y no te precies de bruto,
que Dios te hizo racional;
ahora quiero agradecerle
ese intento a tu dolor,
que es de hombres tener amor
y de bestias no tenerle.
Ama con resolución
la dama que te admitiere,
que es gallina quien no quiere,
o a lo menos es capón.
DON ANDRÉS.
¡Ay Mogicon!
MOGICON.
Señor mío,
¿Qué hay?
DON ANDRÉS.
Yo quiero a una dama.
MOGICON.
¿Cómo la dama se llama?
DON ANDRÉS.
Es...
MOGICON.
Perdona que me río
de mirar lo que en ti pesa
un amoroso cuidado;
Señor, ya que has empezado,
no empieces con tanta prisa.
DON ANDRÉS.
Digo que la dama es...
MOGICON.
Bien te puedes declarar.
DON ANDRÉS.
Sólo a ti debo fiar
mi deseo.
 

Sale DON JUAN.

 
DON JUAN.
¿Don Andrés?
DON ANDRÉS.
Luego te diré mi amor;
esperad, señor don Juan.
DON JUAN.
Yo os vengo a buscar.
DON ANDRÉS.
Y yo
también os iba a buscar,
¿cómo estáis?
DON JUAN.
Don Andrés, bueno.
DON ANDRÉS.
Y de novio ¿cómo os va?
DON JUAN.
Luego hablaremos en eso.
Sabed que os vengo a fiar
toda el alma de mi honor.
DON ANDRÉS.
Amigos somos, hablad.
DON JUAN.
Atended a este papel.
DON ANDRÉS.
Ya yo espero que leáis.
DON JUAN.

  (Lee.) 

«Hijo mío don Juan: Vuestro criado me dio vuestra carta, y confieso que me »alivió gran parte de los accidentes desta última enfermedad de mi vida; hijo, »yo muero, y ha seis años que no os he visto: si queréis que mi bendición os »alcance a tiempo, no lo dilatéis para verme; hoy he recibido el último »Sacramento: veaos yo antes que me muera. Dios os guarde. Vuestro padre »-Don Álvaro Osorio

¿Ya habéis oído el papel?
DON ANDRÉS.
Sí, amigo, y sentido el mal
de vuestro padre.
DON JUAN.
Pues yo
voy a verle.
DON ANDRÉS.
En fin, ¿os vais?
DON JUAN.
Es fuerza, que soy su hijo,
y fuera grande crueldad
que niegue por la de amor
la obligación natural;
de anciano muere mi padre;
mi ausencia y su mucha edad
los dos accidentes son
desta dolencia mortal;
luego, al punto, he de partirme
por ver si puedo lograr
sus brazos antes que llegue
el breve plazo fatal;
sus años, pues, con mi vista
procuraré renovar,
que son los brazos de un hijo
de un padre viejo el Jordán,
y de mi esposa y su padre
estoy despedido ya;
Mogicon, vete allá fuera.
MOGICON.
Obedezco.

 (Vase.) 

DON ANDRÉS.
¿Qué mandáis?
DON JUAN.
Amigo, una pena mía
os quiero comunicar,
que purifica un indicio
al crisol de una verdad:
vos sois mi amigo y no tengo
con quien poder descansar.
DON ANDRÉS.
Proseguid.
DON JUAN.
Si no es con vos...
DON ANDRÉS.
Amigo será en la paz
quien supo serlo en la guerra.
DON JUAN.
No es ese mi intento.
DON ANDRÉS.
Hablad.
DON JUAN.
No cortesano os procuro,
soldado os vengo a buscar.
DON ANDRÉS.
¿Soldado estando en Valencia?
DON JUAN.
Aquí os he menester más
soldado que en la alta y baja,
con el de Orange y Veimar.
DON ANDRÉS.
¿En qué me buscáis soldado?
DON JUAN.
Veréislo si me escucháis.
Por concierto y conveniencia
un día apenas habrá
que don Félix me entregó
la fuerza de una deidad;
con guarnición de deseos
la entré ayer a pertrechar,
cuando para sustentarla
me hallé también incapaz;
dentro de su casa misma,
que fue plaza de armas ya,
era espía de sí propio
de otro campo un capitán:
don García de Torrellas
la llegó un tiempo a asaltar
escalando de sus muros
la altiva capacidad;
a sangre y fuego intentaba
de su constancia triunfar,
sangre siendo aquella fama,
fuego esta voracidad;
pero con ruegos y quejas,
viendo que no puede más,
porque se diese a partido
alzó bandera de paz;
no se rindió a su porfía
Leonor, que cuerda y sagaz
más inexpugnable estuvo
cuando pudo flaquear;
alzó el campo don García,
viendo resistencia igual
en el socorro.
DON ANDRÉS.
Todo eso
lo tengo entendido ya.
DON JUAN.
Pues yo que fui incorporada
Defensa desta beldad,
la dejo precisamente
por irme a recompensar
con la debida obediencia
la obligación paternal;
y pues sois siempre mi amigo,
la plaza os pruebo a dejar
de mi maese de campo
a falta de general;
vos, como diestro soldado,
con la vista examinad
si mi enemigo otra vez
quiere esta fuerza sitiar;
los más confidentes vuestros
por soldados alistad,
poniendo siempre atalayas
de mis celos en el mar;
cuidaréis principalmente
si dentro en la fuerza hay
quien pueda entregar por trato
de mi honor esta ciudad;
y no os admire el recelo,
que en los que guardando están
los presidios de hermosura,
suele haber algún neutral;
y si fuere menester
como soldado lidiar,
no aguardéis más orden mía
que la que mi aviso os da.
Todo mi honor pongo en vos,
sólo de vuestra amistad
fiará tan grande cargo,
valiente sois y leal,
pues guardad como atrevido,
como soldado guardad
este presidio, advirtiendo,
valiente como sagaz,
que en perdiéndole una vez
no se puede restaurar.
DON ANDRÉS.
Amigo, yo os voto a Dios
que me pesa de verdad
que me encarguéis una cosa
que no sé si he de acertar;
mandáraisme, pesia aquel
que os trujo a casar acá
que hiciera de calvinistas
un jigote a Barrabás:
mandáraisme que a la Holanda
me la trujera a Cambray,
que cualquiera hazaña destas
era hazaña venial;
y no me mandéis que os guarde
vuestra mujer, que esto es más
que ganarle al Rey de Francia
la Rochela o a Roan;
pero pues vos sois mi amigo,
aquesta vez perdonad,
que aunque no de buena seda
os tengo de hablar moral;
la mujer no yerra sólo
en la ofensa, imaginad
que aún más que en la ejecución
yerra en el intento más.
Cuando una propia mujer
se deja acaso llevar
u del deseo, u del ruego,
u de memorias que están
en el carácter impresas
que guarda el alma inmortal,
cuando hay deseo en lo oculto,
y cuando hay facilidad
en los ojos, que ellos son
segundas causas de obrar,
en la más guardada fuerza
hay menos seguridad;
cuando la mujer es buena
por sangre y por natural,
de aquel amoroso fuego
no abrasa la actividad;
mas si el natural no es bueno,
decidme: ¿que importará
curar un mal exterior
si queda interior el mal?
DON JUAN.
Leonor es buena, y bien puedo
por su parte confiar;
pero como el riesgo es
del yerro del alma imán,
ya que todas veces no,
tal vez el alma atraerá,
y aunque mi propia confianza
me da la seguridad.
Evitar los riesgos debo,
que un obstinado porfiar
vencerá el bronce más duro
y el más fuerte pedernal;
y, al contrario, aunque mi esposa
no fuera quien es, y allá
dentro de su inclinación
guardara otra voluntad,
castigar lo que yo vea
es lo que me importa más;
mas no castigar aquello
que no puedo averiguar.
DON ANDRÉS.
Pues si eso no es más, amigo,
supuesto que os contentáis
con que dese don García
os guarde a Leonor, pensad
que hecho Argos de vuestro honor
la he de servir y guardar.
DON JUAN.
Haréis como noble en eso;
sois ejemplo de amistad;
dadme don Andrés los brazos.
DON ANDRÉS.
El diablo os hizo casar.
DON JUAN.
Ese ya es mal sin remedio.
DON ANDRÉS.
Y es sin remedio este mal.
DON JUAN.
¿La guardaréis?
DON ANDRÉS.
Es forzoso,
soy amigo.
DON JUAN.
Y sois leal,
guardeos el cielo.
DON ANDRÉS.
Él os guarde.
DON JUAN.
Mucho es lo que me obligáis.
DON ANDRÉS.
Y vos con la confianza
me habéis obligado más.
DON JUAN.
¿Qué queréis decir en eso?
DON ANDRÉS.
No quiero que me entendáis.
DON JUAN.
Pues yo me voy confiado.
DON ANDRÉS.
Que he de serviros fiad.
DON JUAN.
Déjeme volver el cielo.
DON ANDRÉS.
Déjeme el cielo templar.
 

(Vanse.)

 
 

Sale INÉS con una luz, que pondrá sobre un bufete.

 
INÉS.
Por esta cruz, venla aquí,
y por vida de mi abuelo,
y así Dios tenga en el cielo
al padre por quien nací,
a freilas, y esto que digo,
a fe, y voto a tal razón,
que vengo con gran pasión
muy enojada conmigo;
a una pregunta muy clara
procuro satisfacer,
señores, vengo a saber
si yo tengo mala cara.
¿No tengo todas las leyes
para ser perfecta hermosa?
¿Mi cara no es espaciosa
como carreta de bueyes?
¿El que mis orejas vio,
no vio iguales mis orejas:
por lo redondo mis cejas,
no hacen las dos una O?
¿Pues no puede en la letura
de amor con tierno despojo,
ponerse al margen este ojo
del libro de la hermosura?
Luego con justicia fundo
mi hermosura acreditada;
¿Mi boca no es tan rasgada
que parece hijo segundo?
¿No hacen mis dientes menores
a mis facciones cabales
pues son dientes tan iguales
que no pueden ser señores?
¿Y no tengo un hoyo aquí
en la barba penetrante,
donde entierro todo amante
que va muriendo por mí?
¿No soy prendida, curiosa,
no soy muy dama, a fe mía,
y no soy un poco fría,
que es señal de ser hermosa?
Pues ¿cómo este Mogicon,
cómo este nuevo criado,
con verme no me ha mostrado
un adarme de afición?
¿Cómo mirándome a mí,
hermosa a más no poder,
aún no me ha dicho: «Mujer,
¡Qué cara tienes ahí!»?
¿A esta carilla desprecio,
desprecio a aquesta deidad?
¡Oh tontazo en cantidad
de ochenta grados de necio!
Corrida en cierta manera
me hallo de su proceder,
yo no le quiero querer,
pero quiero que él me quiera;
digo que no hay que pensar,
crea el muy entero, crea,
que si no me galantea,
yo le he de galantear;
con esta resolución
le rendirá mi verdad,
que aunque no la voluntad,
me va la reputación.
 

Sale MOGICON.

 
MOGICON.
Esto es acabado, pues
he salido deste afán;
fuese a Orihuela don Juan,
y me espera don Andrés.
INÉS.

 (Aparte.) 

El viene.
MOGICON.
Y pidióme a mí,
viendo mi lealtad tan cierta,
que le abriese cierta puerta.

 (Ap. 

Pero Inesilla está allí,
y esta es ocasión mejor,
aunque hay otras ocasiones,
de decirle dos pasiones
cuatro dedos del amor.)
INÉS.

 (Aparte.) 

Ya determinada estoy,
pues yo le he de enamorar.
MOGICON.

 (Aparte.) 

Ahora yo quiero llegar.
INÉS.

 (Aparte.) 

¡Qué grave está! Mas yo voy.
MOGICON.

 (Aparte.) 

Confieso que voy con susto,
que es moza de buena cala.
INÉS.

 (Aparte.) 

Si me enviara noramala
fuera cosa de buen gusto.
MOGICON.

 (Aparte.) 

¿Qué me tardo? Llego pues.
INÉS.

 (Aparte.) 

¿Qué tardo si he de llegar?
MOGICON.

 (Ap. 

Ya la empiezo a requebrar.)
Dulcísima y bella Inés,
más que el almíbar suave
y más blanca que el aurora...
INÉS.

 (Aparte.) 

Oiga, oiga, que me enamora;
pues ahora me pongo grave.
MOGICON.
Amor, que es ciego y tirano...
INÉS.

 (Aparte.) 

¿Qué es esto que llego a oír?
Mucho le ha ido a decir
en ganarme por la mano.
MOGICON.
Os amo con tal dolor...
INÉS.

 (Aparte.) 

Ya me iba yo a declarar.
MOGICON.
Que si me queréis premiar...
INÉS.

 (Aparte.) 

Eso sí, cuerpo de amor.
MOGICON.
En dulce y suave lazo
veréis con afectos mil...
INÉS.
Puerco, sucio, intenso, vil,
atrevido, bribonazo,
y desmesurado y todo,
decid, ¿quién os trujo aquí?
¿Qué es lo que habéis visto en mí
para hablarme dese modo?
Mendigo, ¿no era mejor,
como amador vergonzante,
entre dos luces de amante
pedir limosna de amor?
Bribón, si queréis comer
amor en otero igual,
idos, pesia tal, por tal
a la sopa del querer.
MOGICON.
¡Señora!
INÉS.
Andad, que me pesa;
¿Han visto lo que se atreve?
¡Qué quiera un lacayo aleve
comer en primera mesa!
MOGICON.
Oíd.
INÉS.
¿Qué me replicáis?
Pobretón, no me irritéis;
ánimo grande tenéis,
sin camisa requebráis;

  (Ap.  

Damas mías, escuchad
damas de otros, advertid:
cuándo seáis yunques, sufrid:
cuando fuereis mazos, dad.)

 (Vase.)  

MOGICON.
¡Oiga, oiga, la fregoncilla!
Fregado me ha, vive el cielo,
todo el amor que tenía,
pues le ha puesto como nuevo;
ella se fue, y yo he quedado
más solo en aqueste puesto
que tahúr a media noche
cuando ha perdido el dinero.
Mi amo, ya está entendido,
el pasado como huevo,
que estotro amo a quien sirvo
es amo de cumplimiento,
me ha pedido que le abra,
luego que mire en silencio
toda la casa, esta puerta,
y aunque no sé sus intentos,
a mi me toca no más,
a ley de criado añejo,
ver que estoy sirviendo a un amo
y que a otro amo estoy vendiendo;
mi ama está ya acostada,
Inesilla en su aposento
a la cara y a las manos
las da colación a un tiempo
con linda pasa a la cara,
con linda almendra a los dedos;
allí ronca en esta pieza,
porque es gordo, el escudero,
y como de aqueste cuarto
hoy hemos mudado al viejo,
no puede el viejo sentirnos;
ahora bien, yo me resuelvo
a abrir, porque don Andrés
me estará esperando: pruebo
a torcer la llave; ya
está blanda al primer ruego.
¡Ah don Andrés!
 

Abre la puerta y entra DON ANDRÉS.

 
DON ANDRÉS.
¡Mogicon!
¿Qué me dices?
MOGICON.
Entra quedo.
DON ANDRÉS.
¿Están recogidos?
MOGICON.
Sí.
DON ANDRÉS.
Cierra esa puerta.
MOGICON.
Ya cierro.
¿Qué intentas?

 (Cierra la puerta.) 

DON ANDRÉS.
No lo preguntes.
MOGICON.
¿Qué ordenas?
DON ANDRÉS.
Yo nada ordeno.
MOGICON.
Señor, déjame salir
a la calle.
DON ANDRÉS.
¿Tienes miedo?
MOGICON.
Quiérole tener.
DON ANDRÉS.
Ahora
no puedes salir.
MOGICON.
Yo pienso
que entre puertas y por ti
he de llevar pan de perro.

  (Ap. 

Aquí yo he de ver de mi amo
los menores pensamientos.)

 (Escóndese.)  

DON ANDRÉS.
¿No acabas?
MOGICON.
Empiezo ya.
DON ANDRÉS.
¿No te vas?
MOGICON.
Ya te obedezco.

 (Vase.) 

DON ANDRÉS.
Esta es la mayor traición,
este es el mayor despecho
que en mudas líneas ocultan
el bronce y mármol eternos.
Una traición vengo a hacer
indócilmente resuelto,
que quien lo es con un amigo
lo es también consigo mesmo;
yo a la amistad y a la sangre
rompo los heroicos fueros,
con una llama, aun no amor,
una tema, aun no deseo.
Doble estoy conmigo mismo,
bien discurro, yo me he hecho
más ofensa a mí en pensarlo
que a don Juan en emprenderlo;
vuélvome, que esto es infamia;
a templar la llama pruebo;
na pase amor a ser torpe
pues no ha llegado a ser ciego;
si mi lealtad se quebró
torcida a un fácil afecto,
yo he de soldarla otra vez
con el mismo sufrimiento;
yo me vuelvo, abro la puerta.
MOGICON.

 (Aparte.) 

Vive Dios, que no le entiendo.
DON ANDRÉS.
¿Mas no es lo más intentarlo?
¿Haber entrado aquí dentro
no es lo más? Sí, lo más es,
lo más es, pues, si es más esto,
luego la imaginación
es más cómplice que el hecho;
vuelvo, pues, en dos balanzas
pesar este agravio quiero:
con aquella obligación
en esta balanza he puesto
aquella sangre ofendida;
y aquí mi amor... ¡vive el cielo,
que pesa esta voluntad
mucho más que aquel respeto!
Pongo aquí la confianza,
y aquí cargo mi deseo;
la lealtad vence al amor;
pues carguémosle este afecto
de la privación, que ya
es apetito, y con esto
se rendirá esta balanza.
Rindióse, no pudo menos;
pero en el peso hay error
que no tiene fiel el peso.
Todos los hombres quisiera
que oyeran este consejo:
a la mujer y a la dama
no la fíe el que es discreto
del amigo más seguro,
que el trato, aunque no obre el ruego,
la privación, la llaneza,
lo seguro, el poco riesgo,
la hermosura, la ocasión,
hacen tan seguro efecto,
que si hoy no, mañana si,
vienen a errar con el tiempo
en el delito los más,
y aun el deseo los menos;
pues si en el mundo se hallan
deste error tantos ejemplos,
¿seré el primero que borre
de la fe los privilegios?
Resuelto estoy, vive amor;
ya deste observado freno
he roto los alacranes.
Miedo, vive el cielo, tengo;
agora he echado de ver,
sí, porque hoy lo experimento,
que en dos extremos que antes
pensé que no eran extremos,
no hace el miedo la traición
que la traición hace el miedo.
En silencio está la casa,
y allí Leonor en su lecho
a la muerte representa
con la imitación del sueño;
la luz mato, pruebo a entrar;
pero con matarla atento

 (Mata la luz.)  

de un honor y de un amigo
ladrón y traidor me vuelvo,
porque el hurto y la traición
procuran la sombra luego.

 (Vase.) 

MOGICON.
Entróse y mató la luz;
¿qué hará mi amo allá dentro?
Pero saber qué no hará
es más difícil en esto;
¡Ah don Andrés de Olfos vil!
¡Oh vil Galalón moderno,
que en Roncesvalles de amor
vendiste a tu compañero!
¡Ah Judillas de la legua!
DOÑA LEONOR.

 (Dentro.) 

¡Padre! ¡Inés!
MOGICON.
Oigan, pues, esto...
DOÑA LEONOR.

  (Dentro.) 

¡Inés, padre, Celia, Floro!
MOGICON.
No me llama; yo no quiero,
pues que no me mete en cuenta
meterme con ella en cuentos.
 

Sale DON ANDRÉS.

 
DON ANDRÉS.
Hacia aquí estaba la puerta,
salirme a la calle intento:
turbado estoy, y no la hallo.
MOGICON.

 (Aparte.) 

Yo escurro hacia mi aposento.

 (Vase.)  

DON ANDRÉS.
¡Cielos, que no halle la puerta!
 

Sale DOÑA LEONOR medio desnuda.

 
DOÑA LEONOR.
No has de salir, vive el cielo,
sin que mi justa venganza
dé a tu traición escarmiento.
Padre y señor, Inés, ¡hola!
Saca una luz.
DON ANDRÉS.

  (Aparte.) 

¡Yo estoy muerto!
DONA LEONOR.
¿No hay quien socorra el honor
de una mujer?
DON ANDRÉS.

 (Aparte.) 

¿Qué haré, cielos!
DON GARCÍA.

  (Dentro.) 

Leonor da voces, y yo
a defenderla me esfuerzo;
saltar quiero aquestas tapias.

 Sale al tablado DON GARCÍA.  

Ea; que yo te defiendo.
¿Quién de la mayor belleza
profana el sagrado templo?
DON ANDRÉS.

  (Ap. 

Vive Dios, que es don García
el que ha saltado: yo pruebo
a valerme de un engaño.)
¿Quién cruel y desatento
se ha entrado en aquesta sala?
DON GARCÍA.
Que a darle castigo vengo.
DON ANDRÉS.
Que vengo a darle castigo.
DON GARCÍA.
De tan grande atrevimiento.
DON ANDRÉS.
Mataréle.
DON GARCÍA.
Mataréle.
DOÑA LEONOR.
¡Padre! ¡Don Félix! No puedo
a mi pecho ni a mi labio
dar más voz ni más aliento.

 (Llaman dentro.)  

Pero a la puerta han llamado,
pruebo a abrir.
DON GARCÍA.
Matarle intento.
DON ANDRÉS.
Darle la muerte procuro.
DOÑA LEONOR.
Entre quien... ¡válgame el cielo!
 

(Abre la puerta DOÑA LEONOR)

 
 

Sale DON JUAN con una bugía encendida.

 
DON JUAN.
¡Qué es esto, penas! ¡Qué miro!
DON ANDRÉS.
¡Qué es esto que veo, cielos!
DON GARCÍA.
Muerto estoy.
DOÑA LEONOR.
¡Sin alma vivo!
DON ANDRÉS.
¡Gran pena!
DOÑA LEONOR.
¡Viviendo muero!
 

(Pónese DON JUAN en medio de DON ANDRÉS y DON GARCÍA.)

 
DON JUAN.

  (Ap.  

Cuando al salir de Valencia
encontré con un correo
con quien me avisó un amigo
como mi padre es ya muerto:
cuando otra vez a Valencia
solo a consolarme vuelvo,
en la desdicha mayor
con otra mayor encuentro.)
Enigmas de nieve oscura
mudas estatuas de hielo,

 (Ahora a los dos.)  

por donde al pasar mis ojos
resbalan mis pensamientos,
¿cómo los dos en mi casa
a estas horas...
DOÑA LEONOR.
¡Grave empeño!
DON JUAN.
Procuráis...
DOÑA LEONOR.
¡Mayor desdicha!
DON JUAN.
Derogar...
DOÑA LEONOR.
¡Mal sin remedio!
DON JUAN.
La ley...
DOÑA LEONOR.
¡Insaciable pena!
DON JUAN.
Que ha promulgado...
DON ANDRÉS.
¿Que espero?
DON JUAN.
¿En favor de mi opinión
mi honor, que es rey de sí mesmo?
¿Don Andrés, cómo no habláis?
DON ANDRÉS.
Yo os hablo con el silencio.
DON JUAN.
Con la lengua de los ojos
nunca está el agravio diestro;
a vuestra voz solicito.
DON ANDRÉS.
Ya os acordáis...
DON JUAN.
Hablad presto.
DON ANDRÉS.
Que esta tarde me encargasteis
que cuidase...
DON JUAN.
Ya me acuerdo;
que digáis lo más procuro,
que ese mal ya yo le entiendo.
DON ANDRÉS.
Pues para que me entendáis,
deciros no más intento
que oculto hallé a don García
dentro deste cuarto mesmo;
que halláis desnuda a su esposa;
que halláis desnudo mi acero;
pues respondeos vos agora,
que harto os he dicho con esto.
DON ANDRÉS.
Vive mi pena, sí, vive,
que es inmortal, que es tan cierto
mi deshonor, como fue
mi cuidado verdadero;
don García entró a mi ofensa;
¿qué tardo? ¿Qué me suspendo?
Matar debo a don García;
mas quiero saber primero,
cómo ha entrado en esta casa;
para mejor convenceros
satisfaced con la voz,
si no la embaraza el miedo;
ea, ¿no habláis?
DON GARCÍA.
Yo escuché
quejarse en tardos acentos
a Leonor en este cuarto
desde mi casa, y temiendo
algún riesgo de su vida,
u de su fama algún riesgo,
salté esas tapias y he entrado
como osado caballero
a un empeño de su vida
y de su honor a otro empeño.
DON JUAN.

 (Ap. 

Esto bien pudiera ser,
pero aunque puede, no es bueno
anteponer una duda
a lo que miro tan cierto:
a éste he encargado a Leonor;
este la ha querido un tiempo;
este es mi amigo, y aquel
no lo es; luego yo no debo
dar más crédito a esta fe
que dar crédito a este celo;
pero yo no he de dejar
nada a la duda, y es necio
quien castiga las ofensas
sin averiguar los yerros.)
Dime, infelice Leonor,

  (Ap.  

Mas también me yerro en esto,
pues tú gozas tu hermosura
y yo tu desdicha temo.)
¿Quién en tu cuarto, no temas,
entró osado, intentó ciego,
mariposa de tus rayos,
buscar tu llama por centro?
Di, ¿quién ha entrado?
DOÑA LEONOR.
Yo estaba
en tu lecho y en mi lecho;
pero no importa a la duda
referirte mi suceso.
Uno destos dos que dudas
desta ofensa tuya es dueño,
y el otro de tu venganza
vino a ser el instrumento.
Uno defendió tu honor,
y el otro vino a ofenderlo;
pero como a escuras fue,
no puedo saber de cierto
ni a cuál debo la traición
ni a cuál la fineza debo.
DON GARCÍA.
¿Tú no me oíste dar voces
cuando yo salté diciendo
yo te vengo a socorrer?
Di, ¿no es verdad?
DOÑA LEONOR.
No lo niego.
DON ANDRÉS.
Di, cuando tú dabas voces,
¿no dije airado y soberbio:
yo te vengo a socorrer?
Esto, di, ¿no es cierto?
DOÑA LEONOR.
Es cierto.
DON GARCÍA.
¿Luego yo te socorrí?
DON ANDRÉS.
¿Luego soy aquel que vengo
a socorrerle?
DON JUAN.
Callad,
callad, que, viven los celos,
Dioses que hoy en mi coraje
tienen la corona y cetro,
que creyendo lo que ignoro,
ignoro aquello que creo;

  (Ap. 

Pero don García es
quien me ha ofendido, ¿qué espero?
Muera; pero no sé cómo
esta pasión aprovecho,
cuando otra duda mayor
mayor hace a mi desvelo.
Don Andrés, aunque es mi amigo,
perdone este atrevimiento,
¿cómo entró dentro del cuarto
si no estaba el cuarto abierto?
Don García ya confiesa
por dónde entró, y yo no veo
por dónde entró don Andrés;
luego iguales miro en ellos
a un tiempo los desengaños,
cuando dos culpas a un tiempo.)
DON GARCÍA.
Yo a socorrerla he venido.
DON JUAN.
Este dice bien, y quiero
dar la muerte a don Andrés.
DON ANDRÉS.
Tu amigo soy verdadero.
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Este responde mejor;
pero si mal no me acuerdo,
don Félix, de Leonor padre,
indignado, pero atento,
¿no se enojó cuando vino
conmigo mi amigo? Luego
tuvo aquella indignación
reservado algún secreto.
DON GARCÍA.
Ea, ¿no vengas tu agravio?
DON ANDRÉS.
Ea, ¿no indignas tu acero?
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Pues al entrar en Valencia.
¡Oh qué agudos son los celos!
No supe que dos amantes
idolatraban el cielo
de los soles de Leonor.
Luego bien puede ser esto,
que este sea el que no dudo,
y esotro el que no sospecho;
pues muera...

 (Responden a una.) 

DON GARCÍA y DON ANDRÉS.
El que te ha ofendido.
DON JUAN.
Entrambos con un afecto
se satisfacen y culpan.
DON ANDRÉS.
Yo te incito.
DON GARCÍA.
Yo te muevo.
DOÑA LEONOR.
Uno es el que te ha ofendido.
DON JUAN.
Pues digo que...
DON ANDRÉS.
Ya te espero.
DON JUAN.
He de dar muerte...
DON GARCÍA.
¿Qué aguardas?

 (Llaman dentro.)  

DON JUAN.
¿Llamaron?
DOÑA LEONOR.
Sí.
DON JUAN.
Pues ¿qué haremos?
DOÑA LEONOR.
Este es mi padre.
DON FÉLIX.

  Dentro.) 

Abre aquí.
DON JUAN.
Pues no es ocasión, yo quiero,
para castigar mi ofensa,
dejar mi agravio suspenso.
¿Don García?
DON GARCÍA.
¿Qué mandáis?
DON JUAN.
A las tapias.
DON GARCÍA.
Ya obedezco.
DON JUAN.
¡Ah don Andrés!
DON ANDRÉS.
¿Qué me quieres?
DON JUAN.
Vente conmigo.
DON ANDRÉS.

 (Aparte.) 

Estoy muerto.
DON JUAN.
Leonor, vuélvete a tu cuarto.
DOÑA LEONOR.
Di, ¿qué es tu intento?
DON JUAN.
No puedo.
DON GARCÍA.

 (Aparte.) 

Yo satisfaré esta duda.
DON ANDRÉS.

 (Aparte.) 

Yo proseguiré mi intento.
DOÑA LEONOR.

 (Aparte.) 

Yo ocultaré mi desdicha.
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Yo examinaré mis celos.
DON GARCÍA.

 (Aparte.) 

Yo a don Andrés buscaré.
DON ANDRÉS.

 (Aparte.) 

Yo he de buscar el remedio.
DON JUAN.

 (Aparte.) 

Yo buscaré a don García.
DOÑA LEONOR.

 (Aparte.) 

Yo he de ocultar el suceso.
DON GARCÍA.

 (Aparte.) 

¡Déme templanza mi pena!
DON ANDRÉS.

  (Aparte.) 

¡Déme mi traición esfuerzo!
DON JUAN.

 (Aparte.) 

¡Déme venganza mi agravio!
DOÑA LEONOR.

 (Aparte.) 

¡Denme paciencia los cielos!