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La tranquila espera de la muerte

Daniel Moyano






La cama de Aurelia

Arnaldo Calveyra


Ed. Paradigma, 121 páginas, 1300 ptas.


En un pueblecito pampeano de Argentina, entre los años cuarenta y sesenta, una mujer, abandonada por su novio pocos días antes de la boda, decide guardar cama por el resto de su vida. Asistida por sus hermanas, convierte esa cama en un refugio, dónde permanece durante 36 años, hasta envejecer.

Esta simple y muy significativa cadena de hechos y personajes permite al argentino Arnaldo Calveyra elaborar una indagación sobre el tiempo y el sentido de la vida reconstruyendo a la vez, mediante la evocación del pasado, un paisaje y un momento precisos de la vida de un país.

Calveyra, que viene de la poesía y vive en Francia, utiliza un lenguaje aparentemente directo, pleno de significaciones y de cargas poéticas ocultas, mediante el cual consigue meternos en esos climas de la memoria, en esa luz de provincias presente en todo el relato.

La decisión de Aurelia de meterse en cama para siempre como respuesta a una agresión del mundo y de la vida, desata, más que una cadena de hechos concatenados, una serie de percepciones metafísicas de filiación poética que constituyen el verdadero corpus de la obra.

La relación entre el amor y la muerte, como antípodas, aparece inmediatamente. Al negársele el amor, Aurelia opta por la muerte.

Durante la espera (que dura una vida) evocará el pasado, reconstruyéndolo. Un pasado que para ella es sobre todo el baúl donde guarda el ajuar, los adminículos pensados para el amor, sábanas y pañuelos cuidadosamente bordados por ella misma, que poco a poco se convierten en reinas y finalmente en puro olvido.

La percepción de los objetos muertos del baúl la lleva a inventar epitafios para muertos imaginarios, que la ayudan a entrar concientemente en el territorio que ella misma ha elegido al sentirse abandonada por el hombre amado. La culminación de este viaje hacia el olvido es la redacción de su propio epitafio. Y todo eso sin patetismo. En esta breve novela todo se precipita hacia el final con un lenguaje y un clima sin estridencias, al cual se debe seguramente su poder de convicción. En su epitafio, dice: «Amor no hay, amor no hubo, amor no habrá. No quiero mariposas en mi tumba».

Calveyra tiene un mundo para contar, y en este texto lo ha hecho bien. El uso de algunas expresiones puramente argentinas permitirá el uso de la imaginación lingüística a los lectores españoles.





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