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La varina

(Pescadora portuguesa)

Concepción Gimeno de Flaquer





Todo el que haya visitado a Lisboa, ha debido fijarse en la varina.

La varina es un tipo sui generis que no puede pasar inadvertido.

La varina es una figura original y poética que ha conservado el tipo característico en toda su pureza, porque la mágica varita de la civilización no la ha tocado, porque las leyes de la moda no han pesado sobre ella.

La mayor parte de las varinas que se ven en Lisboa, casi todas descendientes de la provincia de Aveiro, ignoramos dónde tienen su albergue; parecen brotar de las azuladas ondas del Tajo, como Venus brotó de las espumas del mar. Ellas saltan ligeras desde una goleta a un bergantín, o desde una canoa a una fragata para llegar a la playa, atravesando resueltamente todo aquel bosque de mástiles, ciudad flotante que recorren varias veces durante el día sin mojarse apenas sus desnudos y breves pies; ellas, cual los pájaros, comen donde se encuentran sin necesitar manteles, y duermen bajo una techumbre más hermosa que los artísticos artesonados de opulentos magnates, iluminados por la luz sideral, siempre más bella que la luz eléctrica, porque gracias a la dulzura del clima, las varinas pueden dormir en todas las estaciones sin más abrigo que la bóveda celeste.

Las varinas parecen descender de una colonia de pelasgos de aquellos antiguos pueblos que formaron la población primitiva de Grecia, siendo después la Beocia su asiento principal. Todo se reúne en ellas para que la ilusión sea completa: los varinos son, tanto en un sexo como en otro, hermosos cual los hijos de la raza pelásgica. Como ellos, forman tribus cosmopolitas, son sobrios, carecen de todo, y no sienten privaciones, porque no tienen necesidades. Frugales e indolentes, no alientan ambición alguna; la indiferencia de ellos es proverbial para cuanto no sea pesca o navegación.

Los varinos son bellos como Alcibiades, pero bellos con una belleza correcta: cuando los veis en sus barcos, que han conservado perfectamente la forma griega, vestidos con sus caprichosos trajes y con los remos en la mano, paréceos contemplar el modelo de algún bajo-relieve artístico.

El sencillo y gracioso traje de los varinos consiste en un calzón corto de paño oscuro, en una túnica corta, a la que está unida una capucha, y en una faja negra que sujeta la túnica a la cintura. Seméjanse a los pescadores de las Islas Jónicas, en su traje y en su modo de vivir especial. Maniobrando durante el día con sus remos, que hacen áureos los rayos del sol, o a la luz de la luna que los hace argentinos, aparecen muy interesantes; mas cuando la noche es oscura y encienden una tea o antorcha, iluminados por esa fantástica luz que reverbera sobre la superficie de las aguas, el espectáculo que ofrecen es indescriptible, y exalta la fantasía.

Esta pesca, realizada a favor de la antorcha, denomínase entre ellos la pesca del candeio, lo cual traducido literalmente quiere decir: la pesca del candilón. Pero ocupémonos de las varinas, que son más interesantes para el lector.

Las varinas forman entre sí una misma familia, se ayudan, se protegen, fraternizan, se respetan sus amores, no rivalizan en nada; en resumen, no parecen mujeres. Para que lo parezcan menos no conocen ninguna de los ardides inventadas por el coquetismo femenil. A veces oiréis cantar a la varina alguna copla como la siguiente que os pondrá en guardia; pero creed que no hay motivo de alarma.

La varina dice:


Eu tenho cinco manoros,
Tres de manhá, dois de tarde,
A todos elles eu-minto,
So a ti fallo à verdade

Esto lo canta la varina con inocencia, cual el ruiseñor que desconoce sus trinos, porque la varina no es coqueta.

La varina está siempre alegre: aunque la oigáis cantar canciones melancólicas no os aflijáis, su corazón sonríe. La varina está tan contenta con su destino, que no lo cambiaría por ningún otro. La figura de la varina es esbelta y elegante; su andar resuelto y desembarazado. Cuando al atravesar las calles de Lisboa con su fresca y atlética mercancía se detiene ante ella algún janota o dandy para requebrarla, ella sigue impávida su camino sin comprender los requiebros que le ha dirigido, porque desconoce el lenguaje del janota, como desconoce su belleza. Las varinas son raparigas fetizeiras (muchachas hechiceras), sus formas tienen la delicadeza de las estatuas griegas, sus grandes y rasgados ojos, ya la radiosa mirada, ya la dulzura de los ojos mexicanos. Bajo sus negros sombreros de alas anchas, parecen figuras desprendidas de los lienzos de Rubens.

Nada más pintoresco que el traje de las varinas en día festivo, día santo, como ellas dicen. Este traje lo componen: una falda corta de bayeta azul, corpiño descotado y sin mangas que deja asomar blanquísima camisa, una faja blanca o de color, de la cual pende una pequeña bolsa, que llamaríamos escarcela, si se tratara de una dama; un pañuelo de chita claro, liso o con dibujos, dejando semi descubiertos encantos que una señora púdica, aunque menos inocente, querría más velados; un zapato de paño o seda, con recortes de terciopelo, formando arabescos, y como complemento, muchas cadenas de oro en el cuello sosteniendo corazones o cruces del mismo metal.

El dote de las varinas consiste en brincos o pendientes, y en circulares de oiro o sean cadenas en forma de collar. El mayor número de cadenas equivale mayor dote.

En los momentos de trabajo suprimen los collares y el colete o corpiño, que no solo es de tela inferior al que usan en los días festivos, sino que se diferencia también en los corchetes con que está abrochado. El colete de la semana se abrocha con cordones, el del domingo con grandes botones de plata. Por lo demás el austero sombrero negro es siempre el mismo, aunque en los días de trabajo asoma por debajo de sus alas un pañuelo oscuro cuyas flotantes puntas descansan sobre la espalda.

Las varinas son en la provincia morigeradas y serias, pero en la capital se suelen pervertir por hallarse inermes contra los lazos de la seducción. ¡Cuán necesario le es a la mujer ilustrarse! La instrucción la preserva del pecado.

Las varinas nunca se corrompen por ambición; casi siempre por ignorancia, por estúpida credulidad.

¡Pobres mujeres! Son fortalezas muy débiles porque no las ha blindado la educación, y tienen que recibir los disparos de los que se hallan acorazados.

En las luchas del hombre y la mujer triunfar de esta es cobardía; pero si la lucha es entre un hombre culto y una mujer ignorante, la cobardía se convierte en infamia.

Las varinas conocen por el vuelo del alción que se acerca la tempestad del cielo; pero ¿qué saben de las tempestades de la tierra? ¿Acaso pueden presentir cuándo se aproximan? No, no puede ser, porque no tienen el más leve indicio que las anuncie.

Las varinas son pobres; su mercancía consiste en pescado generalmente, por más que se dediquen a vender frutas o flores, cuando la pesca escasea.

Las flores producen poco resultado positivo, porque como abundan tanto en aquel país, se venden muy baratas.

Recordamos haber comprado en Lisboa, camelias a medio real, y eso que la camelia es la flor de moda entre el beau monde de todas las naciones. La camelia es la flor elegante por excelencia; es la más aristocrática de las flores: jamás hemos podido comprender a qué debe su imperio, y sin embargo, es absoluto. No sabemos encontrarle la belleza de que todos la suponen dotada.

En nuestro concepto, la camelia es una flor sin alma porque carece de perfume: es una flor sin vida, sin movimiento, sin gracia, sin expresión.

Las camelias se parecen a las mujeres hermosas sin corazón y sin inteligencia: se las contempla con gusto; pero no conmueven, no impresionan, no hacen sentir; son frías, mudas. La camelia es una flor sepulcral, más propia para un panteón, que para un baile. Si es blanca, parece de mármol, si es roja, de raso: por la uniformidad y monótona simetría de sus hojas, seméjase a una flor de terciopelo o de batista, y por su trasparencia a una flor de cristal. Siempre tiene el aspecto de flor contrahecha e insensible que inspira triste languidez y profunda melancolía.

Por eso las varinas se desprenden de las camelias con facilidad, y no les ocurre nunca adornarse con ellas. Prefieren una flor campestre a esa fría flor de salón.

La varina es algo bulliciosa y juguetona; sus límpidos ojos, reflejan la plácida serenidad de su alma.

La poesía popular portuguesa es melancólica, mas los cantares tristes contrastan con la alegre entonación que saben darles las varinas y resultan de un dulce claroscuro muy seductor.

Trascribamos algunos cantares para que podáis conocer la poesía popular portuguesa.


Trocaste-me á min por outra
Eu bem sei que me trocaste;
Nâo se me dava saber
Na troca cuanto ganhaste.
Meu coraçao é relogio,
Minh’alma da baladadas;
No dia que te nâo vejo
As horas trago contadas.
Eu corri o mar à roda
Co’una vela branca accesa:
Em todo o mar achei fumdo,
So’em ti nâo ha firmeza.
Eu casei-me e captivei-me,
Inda nâo me arrependi;
Cuanto màs vivo contigo
Menos posso estar sem tí.
Se te enfastia ó en quererte,
E força por fim deixar-te;
Ensina-me a aborrecer-te,
Que eu nâo sei senao amarte.
Oh’ chorai, olhos, chorai
Que o chorar nâo é desprezo,
Tamben à Virgen chorou
Quando vin seu filho preso.
A ausencia tem una tilha
Que tem por nome saudade;
Eu sustento mâi e filha
Bem contra minha vontade.

¡Saudade! Mágica palabra. No hay en ningún idioma una voz tan tierna, tan expresiva, tan conmovedora. ¡Saudade! Estas siete letras forman un vocablo que tiene el poder de expresar todos los afectos más profundos, más vehementes, más tiernos. Es palabra más amorosa que souvenir en francés, remembrance en inglés; erinnerung en alemán, panemayo en ruso; remembranza en italiano, y recuerdo en español: es palabra que falta en nuestra lengua y que la Academia tendrá que aceptar, pues si para definir nuestra pena al abandonar la patria, el país en que más dicha hemos gozado, o los lugares que nos son más queridos, tenemos la palabra nostalgia, carecemos de palabra que acierte a expresar el dolor que nos causa la separación del ser amado y el anhelo de volver a verle, y no podría encontrarse otra mejor que la palabra saudade.

Pido a la Academia que la acepte.





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