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ArribaAbajoFenómeno VIII

La señal grande, o la mujer vestida del sol.

Apocalipsis, capítulo XII

1. Apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando en cinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolores por parir. Y fue vista otra señal en cielo, y he aquí un grande, dragón bermejo, que tenía siete cabezas, y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y la cola de él arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las hizo caer sobre la tierra; y el dragón se paró delante de la mujer, que estaba de parto, a fin de tragarse al hijo, luego que ella le hubiese parido. Y parió un hijo varón, que había de regir todas las gentes con vara de hierro, y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono; y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos y sesenta días. Y hubo una grande batalla en el cielo, Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles; y no prevalecieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él. Y oí una grande voz en el cielo, que decía: Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por   —289→   la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio, y no amaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual regocijaos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra, y de la mar!, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo. Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón. Y fueron dadas a la mujer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente. Y la serpiente lanzó de su boca en pos de la mujer, agua como un río, con el fin de que fuese arrebatada de la corriente. Mas la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su boca, y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca. Y se airó el dragón contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. Y se paró sobre la arena de la mar.561

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Lo que sobre esto se halla en los doctores.

Párrafo I

2. Para poder observar este gran fenómeno con toda exactitud y con conocimiento de causa, sería muy conducente saber primero, y tener como a la vista las varias inteligencias o explicaciones, que hasta ahora se le han dado, mirándolas todas con la atención y formalidad que cada una pide. Sería del mismo modo conducente, si esto fuese posible, entender bien lo que en realidad nos quieren decir, combinando unas con otras, y todas con el texto sagrado, de modo que resultase de esta combinación algún todo creíble, o verosímil, y perceptible.

3. Todo lo que sobre estos misterios se halla en los doctores, se reduce a tres opiniones o tres modos de discurrir, o a tres sendas diversas, por donde se han dado algunos pasos, aunque no muchos. La primera, frecuentísima en toda clase de escrituras562 eclesiásticas, especialmente panegiristas, dice o supone, que la mujer vestida del sol, etc., de que aquí se habla, es la santísima Virgen María Madre de Cristo. En esta suposición que ninguno ha   —291→   pensado probar, no hay aquí hacer otra cosa, sino acomodar devota e ingeniosamente563 a nuestra Señora tres o cuatro palabras de esta profecía, de aquellas que tienen algún lustre, y muestran alguna apariencia; olvidando todo lo demás, como que no hace a su propósito. Esta especie de inteligencia no ha menester otro examen que un principio de reflexión. Cualquiera hombre sensato conoce bien, y se hace cargo, que semejantes acomodaciones han sido en tantos tiempos no sólo permitidas, sino aplaudidas en los discursos panegíricos; los cuales, aunque devotos y píos, siempre necesitan de algún poco de brillo. En suma, no perdamos tiempo inútilmente. Los misterios de este capítulo XII del Apocalipsis hablan tanto de la santísima Virgen María, como hablan los libros sapienciales, o lo que en ellos se dice de la sabiduría. Es verdad que la Iglesia, en las festividades de la Madre de Cristo, lee algunos lugares de estos libros sagrados; mas su intención no es, ni lo puede ser, el persuadirnos o insinuarnos, que aquellos lugares que lee, hablen realmente de nuestra Señora, ni que éste sea su verdadero sentido.

4. Vengamos, pues, a la explicación de los doctores no panegiristas, sino literales, que son los que buscan el verdadero sentido de las Santas Escrituras. Éstos, según su sistema general, son de parecer, que la mujer misteriosa, de que habla San Juan, no puede ser otra que la Iglesia de Cristo. Aunque en esta proposición general convienen todos; mas en lo particular se dividen en dos opiniones. La primera, sostiene que los misterios contenidos en esta profecía, son unos misterios ya pasados, que tuvieron su pleno cumplimiento quince siglos ha. La segunda comunísima afirma todo lo contrario. La primera dice, que la profecía ya se cumplió en toda la Iglesia cristiana, en los tiempos terribles de la persecución de Diocleciano. La segunda dice, que se cumplirá toda en otros tiempos todavía futuros, y mucho más terribles, cuales deben ser los de la tribulación del Anticristo. La primera de estas dos opiniones, aunque propuesta y defendida por autores modernos, graves, píos   —292→   y doctísimos, no por eso la creemos digna de especial atención, sino, cuando más, digna de alguna especial admiración, de ver que unos hombres tan grandes hayan producido en este asunto particular unos frutos tan pequeños. Mas esta misma admiración, lejos de hacernos perder un punto de la estimación y respeto debido por tantos títulos a estos grandes sabios, nos conduce por el contrario a estimarlos más; teniendo por cierto, que no entraron en esta idea sino después que ya no pudieron tolerar la explicación verdaderamente ininteligible de los otros autores literales. Esta sola reflexión hace toda su apología. Nos queda, pues, el examen un poco más prolijo de la principal opinión, que corre casi como única entre los que buscan la verdad en el sentido literal.

Explicación de la profecía según los autores literales.

Párrafo II

5. La Iglesia cristiana presente, cuando lleguen los tiempos críticos y terribles de la persecución del Anticristo, nos dicen los autores literales, es todo el misterio, o misterios que contiene el capítulo XII del Apocalipsis. Represéntase la Iglesia en aquellos tiempos como una señal o prodigio grande, bajo la semejanza de una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y coronada de doce estrellas. Por estas figuras tan magníficas, lo que se nos dice es que Jesucristo, sol de justicia, según sus promesas infalibles, vestirá entonces a su Iglesia y la iluminará con sus resplandores, del mismo modo que la ha vestido e iluminado hasta la presente; pues él mismo dijo antes de partirse: mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo.564 Por consiguiente, digo yo, el vestido del sol no se debe mirar como una gala nueva y extraordinaria, que se dará a la Iglesia en los tiempos del   —293→   Anticristo, sino como su vestido ordinario, propio y natural. La corona de doce estrellas es símbolo de los doce apóstoles, que son sus maestros y doctores. La luna bajo sus pies, quiere decir, que la Iglesia despreciará entonces con un soberano desprecio todas las cosas corruptibles y mudables, o toda la gloria vana del mundo, simbolizada por la luna. Tal vez se hablara con mayor propiedad si se dijese que la Iglesia en aquellos tiempos deberá despreciar todas estas cosas, como lo debe ahora según su vocación y profesión. Permitiendo no obstante todo esto (pues los evangelios y otras Escrituras nos anuncian todo lo contrario), la acomodación hasta aquí es de algún modo tolerable, si aquí mismo se concluye toda la profecía con todos sus misterios; mas el trabajo es que ahora sólo empieza.

6. Esta mujer (prosigue el texto sagrado) estaba preñada, y como ya se acercaba la hora del parto, padecía grandes congojas, angustias y dolores, que se manifiestan bien en las voces y clamores que daba565. ¿Qué quiere decir esto? Lo que quiere decir, según la explicación, es que la Iglesia cristiana, la cual en los tiempos de paz pare sus hijos sin dolor, sin incomodidad, sin embarazo, los parirá con gran dificultad en los tiempos borrascosos y terribles del Anticristo... Si se muda la palabra Anticristo en la palabra Diocleciano, y al futuro se añade pretérito, esto mismo es lo que añade la primera opinión, y tal vez con menor violencia. Pasemos adelante. Fue vista otra señal en el cielo, y he aquí un grande dragón. Estando la mujer en estas angustias, apareció por otra parte el cielo otra señal, no menos digna de admiración, es a saber, un dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos, cuya cola traía la tercera parte de las estrellas del cielo, arrojándolas a la tierra; lo cual ejecutado, el dragón se puso luego delante de la mujer, esperando la hora del parto para devorar el fruto de su vientre. Lo que esto significa es que el dragón infernal, o Satanás con siete cabezas y diez   —294→   cuernos, esto es, revestido del mismo Anticristo (que así se describe en el capítulo siguiente), oyendo los clamores de la mujer, o conociendo bien las grandes tribulaciones en que se halla la Iglesia, procurará aprovecharse de tan bella ocasión, para afligirla más, o acabar con ella del todo, devorándole el hijo que está para parir; esto es, los hijos que pariere. Pero Dios, que no puede olvidarse de su Iglesia, le enviará muy a propósito al arcángel San Miguel, con todos los ejércitos del cielo, para que la defiendan del dragón y del Anticristo. Al punto se trabará una gran batalla entre San Miguel y el dragón, y entre los ángeles del uno y del otro, y quedando el dragón vencido y ahuyentado con todos sus ángeles, la mujer o la Iglesia parirá ya sus hijos con menos trabajo, sin tan grandes contradicciones; y parió un hijo varón; y estos hijos que la Iglesia parirá en aquellos tiempos, serán tan másculos, o tan varoniles, que aun acabados de nacer, se opondrán al Anticristo, y le resistirán con valor, por lo cual merecerán ser arrebatados al trono de Dios, esto es, al cielo por medio del martirio: y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono. Ahora, de este parto o de este hijo másculo se dice, que él es quien ha de regir o gobernar todas las gentes con vara de hierro. ¿Cuándo será esto? Será verosímilmente el día del juicio, en el valle de Josafat. Prosigamos.

7. Cuando el dragón se vio vencido y arrojado a la tierra con todos sus ángeles, cuando supo que la mujer había parido felizmente y el hijo había volado al trono de Dios, dice el texto sagrado que convirtió toda su rabia y furor contra la madre, y la persiguió con todas sus fuerzas566. A la mujer se le dieron entonces dos alas de águila grande, para que volase al desierto al lugar que Dios le tenía preparado, donde será apacentada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo... o mil doscientos y sesenta días, que todo suena tres años y medio. Todo esto que aquí se anuncia (dice la explicación) se verificará cuando la   —295→   Iglesia, perseguida cruelmente por el Anticristo y el dragón, se vea precisada a huir, y esconderse en los montes y desiertos más solitarios, para cuyo efecto se le darán dos alas de águila grande (que unos entienden de un modo, otros de otro, y otros de ninguno, que parece el mejor partido). En este desierto y soledad estará la Iglesia mil doscientos y sesenta días (que son puntualmente los días que ha de durar la persecución del Anticristo), sustentándola Dios milagrosamente en lo corporal, como sustentó a Elías, y a tantos otros anacoretas; y en lo espiritual por medio de sus pastores, etc. Quisiera proseguir, y concluir el resto de la profecía, según la explicación; mas, ¿para qué? ¿No basta esto solo para juzgar prudentemente de todo lo demás? A quien esto no bastare, puede fácilmente instruirse por sí mismo, consultando a los intérpretes literales, que le parecieren mejor. Esta especie de libros son los primeros que se presentan a los curiosos en cualquier biblioteca.

Párrafo III

Reflexiones sobre esta inteligencia.

Primera

8. Cuando decimos, u oímos decir, que la verdadera Iglesia cristiana pare verdaderos hijos de Dios, lo que únicamente entendemos por esta locución figurada es que la Iglesia activa, que es en propiedad nuestra madre, habiendo admitido benignamente, y recibido dentro de su espaciosísimo seno algunos infieles, que piden este beneficio, los instruye primero plenamente en los misterios que deben creer, y en las leyes que deben observar. Todo el tiempo que dura esta instrucción, se dice con propiedad, que están éstos como en el vientre de la madre; la cual, como dice San Agustín, cría a sus hijos con oportunos alimentos, y los lleva alegre en su mente, hasta que llega el momento de darlos a luz.567 Este día de parto no es otro que el día   —296→   del bautismo, después del cual, la misma iglesia los reconoce por hijos suyos, como que ya son hijos de Dios por la regeneración en espíritu, etc.

9. Esto supuesto, discurramos así. Si la mujer vestida del sol es la Iglesia en los tiempos del Anticristo, lo que se anuncia por aquellas palabras: Y estando en cinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolores por parir, es esto solamente: que la Iglesia en aquellos tiempos tendrá grandes embarazos, dificultades y contradicciones para instruir, y mucho más para bautizar a los catecúmenos (y si se quiere también para bautizar a los párvulos de las mujeres cristianas); y no obstante estas dificultades, al fin los parirá para Cristo, o los bautizará: parió un hijo varón, esto es, sus hijos; por consiguiente, estos catecúmenos serán los que espera el dragón para devorarlos luego al punto que sean bautizados: el dragón se paró delante de la mujer, a fin de tragarse al hijo, luego que ella lo hubiese parido. Estos catecúmenos serán los que acabados de nacer o de ser bautizados, serán arrebatados al trono de Dios, como dice la explicación, por medio del martirio. Estos catecúmenos serán los que han de regir todas las gentes con vara de hierro568. ¿No veis, señor, aun desde el principio, la impropiedad y oscuridad extrema? ¿Y todos los otros hijos de la misma madre? Digo los hijos mayores que ya eran nacidos y adultos antes del Anticristo. ¿Éstos no tendrán parte en los bienes tan grandes que se anuncian al hijo menor? ¿Éstos no volarán al trono de Dios por medio del martirio? ¿Éstos no regirán las gentes con vara de hierro?

Segunda reflexión

10. Acaso se dirá (y así se dice en la realidad, o se supone) que los hijos mayores, o una gran parte de ellos saldrán huyendo con la madre, o con el cuerpo de los pastores; dejando por consiguiente entre las llamas de la persecución a los hijos párvulos, acabados de nacer. A lo menos es   —297→   cierto, según la explicación, que la madre debe huir al desierto luego después del parto; y debe huir, no sola, sino con alguno o muchos de sus hijos adultos, pues nos dicen, que la Iglesia será apacentada en el desierto por medio de sus pastores; y siendo éstos con propiedad, la madre no podrá apacentar los hijos, o las ovejas que no tiene consigo. Conque a lo menos algunos adultos seguirán a sus pastores, y se esconderán con ellos en el desierto; quedando los otros con sus hermanos mínimos, que acaban de nacer, sin tener quien les dé el sustento necesario, y al mismo tiempo rodeados de peligros. Parecen estas cosas como unos verdaderos enigmas, aún más obscuros que el texto mismo.

Tercera reflexión

11. Si la mujer vestida del sol es la Iglesia en los tiempos del Anticristo, la Iglesia en aquellos tiempos deberá huir y esconderse en los montes569 y cuevas, luego después del parto, sea este parto lo que quisieren que sea: Y parió un hijo varón... Y la mujer huyó al desierto; deberá huir, no sólo la Iglesia activa, o el cuerpo de los pastores, sino junto con ella una parte, o grande o pequeña, de la Iglesia pasiva, o del común de los fieles de ambos sexos y de todas condiciones. Deberá con su huida dejar en sumo peligro otra parte no menos grande, y tal vez mayor de los mismos fieles; pues no parece verosímil que todos los fieles huyan al desierto, ni que haya desierto para todos. Deberá, en suma, la madre dejar al hijo másculo, o a los hijos que acaba de parir; no obstante el amor y ternura de una madre, y tal madre respecto de sus párvulos que quedan en la cuna. Es verdad que el texto mismo dice, que este hijo másculo fue luego arrebatado al trono de Dios; mas la explicación dice que esto será por medio del martirio y de la muerte, lo cual, aunque para el hijo o los hijos másculos, será un bien inestimable; mas esto no excusa ni hace honor a la tímida madre, que los abandonó por salvarse a sí misma... Aun las bestias más inermes y de menos espíritu   —298→   en semejantes ocasiones parecen unos leones, y se hacen honor.

Cuarta reflexión

12. Crece sobre todo la dificultad y el embarazo de esta inteligencia, si se advierte bien el tiempo en que debe suceder la huida de esta mujer. Los autores suponen que será en tiempo del Anticristo y por causa de su persecución; pues a esta persecución atribuyen los dolores del parto y las angustias para parir, y a esta misma persecución atribuyen la venida de San Miguel, y la batalla con el dragón. Mas si se atiende al texto sagrado parece evidente y clarísimo, que así la batalla de San Miguel con el dragón, como el parto de la mujer, como el rapto de su hijo al trono de Dios, como también su huida a la soledad, son unos sucesos que deben preceder al Anticristo y a su persecución.

13. Primeramente, la mujer que después del parto huye a la soledad, ha de estar en ella, dice el texto sagrado, 1260 días, que hacen 42 meses, o tres años y medio. Y parió un hijo varón... Y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos y sesenta días. Concluidos estos días, nos dicen los doctores que la mujer solitaria, esto es, la Iglesia, saldrá de su soledad, por la muerte del Anticristo y ruina de su imperio universal. Por otra parte sabemos, que la persecución del Anticristo ha de durar este mismo espacio de tiempo, como se dice en el capítulo siguiente: y le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos meses570; luego la mujer, esto es, la iglesia estará en la soledad escondida y segura todo el tiempo que durare la persecución del Anticristo; luego esta persecución no puede ser la causa de sus dolores y angustias en el parto; luego tampoco puede ser la causa de la batalla de San Miguel con el dragón; luego esta batalla no puede   —299→   ser para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo.

14. Lo segundo y principal, cuando la mujer después del parto huyó a la soledad, dice el texto sagrado que el dragón aunque ya vencido en la batalla, y arrojado a la tierra, no por eso dejó de perseguirla, y no pudiendo alcanzarla, arrojó de su boca un río de agua, con el fin de que fuese arrebatada de la corriente; y viendo que esta571 última diligencia te había salido mal, pues la tierra abrió su boca y se tragó el río de agua, irritado furiosamente se volvió luego a hacer guerra formal contra los otros de su linaje... Y se paró sobre la arena de la mar. Y luego inmediatamente dice San Juan que vio salir del mar la bestia de siete cabezas y diez cuernos, y prosigue en todo el capítulo siguiente anunciando los misterios del Anticristo, y la terribilidad de su persecución: Y se paró sobre la arena de la mar. Y vi salir de la mar una bestia.572 De modo que cuando la bestia o el Anticristo salió del mar, cuando se reveló o manifestó públicamente, cuando comenzó en toda forma su persecución, ya la mujer había parido con grandes dolores; ya el hijo másculo había volado al trono de Dios; ya había sucedido la batalla y victoria de San Miguel contra el dragón; ya la misma mujer había huido a la soledad; ya el dragón la había seguido, y desesperanzado de alcanzarla, se había vuelto lleno de furor a hacer guerra contra los otros de su linaje; y para hacer esta guerra con el mayor y mejor efecto posible, se había ido a las orillas del mar metafórico, como a llamar en su favor la bestia de siete cabezas y diez cuernos, por medio de la cual esperaba hacer grandes conquistas. Éste es el orden claro y palpable de toda esta profecía. ¿Cómo, pues, nos suponen a la Iglesia en tiempo del Anticristo, y por causa de su persecución, padeciendo grandes dolores y angustias para dar a luz nuevos hijos, y huyendo después del parto a la soledad?, etc.

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15. Si alguno puede concordar todas estas cosas de un modo fácil e inteligible, me parece que dará una prueba bien sensible de un talento más que ordinario. Yo, que no me hallo capaz de tanto, y que veo por otra parte muchísimas dificultades y embarazos, que omito por no ser tan molesto, no puedo menos que abandonar enteramente esta inteligencia, y junto con ella todas las otras sendas igualmente difíciles, que hasta ahora se han pretendido abrir; mostrando al mismo tiempo otra senda u otro camino fácil y llano, que aquí diviso; el cual, aunque al principio podrá parecer impracticable, y figurarse como un precipicio; espero no obstante, que a pocos pasos, perdido el miedo, se empezará a mirar con otros ojos. Si este punto hace o no a mi asunto principal, no se puede decidir tan presto, será necesario esperar un poco.

Se propone otra inteligencia de esta profecía.

Párrafo IV

16. Ante todas cosas, debemos tener muy presente, sin olvidar lo único que hay en esta profecía célebre de claro y perceptible a cualquiera que lea; es a saber, que toda ella desde la primera hasta la última palabra, es una metáfora, o una parábola, o una semejanza. Los sucesos que se anuncian en ella tienen todo el aire de grandes, nuevos y extraordinarios, a proporción de la novedad y grandeza de las semejanzas con que son anunciados; mas por esto mismo se nos presentan como unos enigmas impenetrables. La persona, o el sujeto, o el cuerpo moral de quien se habla, y de quien se dicen tantas cosas particulares, es ciertamente alguna cosa real, a la cual le conviene bien, aunque sólo por semejanza, no por propiedad, el nombre de una mujer, y todas las otras cosas particulares que dicen de ella; mas todas estas cosas particulares son tan metafóricas como ella misma. Así como la palabra mujer es una metáfora o una semejanza, así lo es el sol de que se ve vestida; así lo es la luna que tiene a sus pies; así lo es la corona de   —301→   doce estrellas; así lo es el cielo donde aparece esta gran señal; así lo es su preñez, sus dolores, su parto, etc.

17. En esta suposición visible y manifiesta, se concibe al punto, que para comprender bien las cosas particulares que se dicen de esta mujer, es necesario conocer primero con ideas claras, qué mujer es ésta, o qué es lo que aquí se nos presenta bajo la semejanza de una mujer. Si esto no se conoce, a lo menos con una certeza moral, mucho más si se entiende en esta mujer otra cosa diversa de lo que en realidad significa, será moralmente imposible explicar de un modo claro y perceptible toda esta profecía. Cada paso que se diere como sobre un supuesto falso será consiguientemente paso falso. Al contrario, si una vez se conoce dicha mujer, todo lo demás quedará accesible, todo se podrá ya explicar de un modo seguido y natural, sin artificio ni violencia, aunque por otras razones y circunstancias accidentales cueste algún trabajo.

18. Ahora, pues, como sobre el verdadero significado de esta mujer ha habido y puede haber en adelante diversas opiniones o diversos sistemas, ¿cómo podremos conocer cuál de ellos es el verdadero, o si hay alguno entre ellos que lo sea? A esta pregunta yo no puedo responder otra cosa sino que dentro de nosotros mismos tenemos todos, por don del Criador, cierta balanza natural, bastante justa en sí (que suele llamarse sentido común, o lumbre de razón) en la cual podemos pesar, sin gran dificultad, estas diversas opiniones o sistemas, y saber por este medio el peso y valor intrínseco de cada uno. La operación es fácil y simple, pues sólo consiste en confrontar y comparar atentamente el sistema, cualquiera que sea, con el texto mismo y con todo su contexto; y también, si esto se puede sin grave incómodo, con otras Escrituras que tengan con ésta alguna relación. Si el sistema, puesto en esta balanza, y observado con atención, es573 hallado falto, esto sólo nos basta para mirarlo, no digo como malo, sino como no bueno. Al contrario, si se halla en la balanza exactamente conforme al texto de la profecía con todo su contexto;   —302→   si todo lo explica sin omitir una sola palabra; si todo lo explica sin violencia alguna, de un modo seguido, fácil, claro y perceptible; si, en suma, todo lo explica de un modo plenamente conforme a otros muchísimos lugares de la divina Escritura, a la cual alude visiblemente toda esta profecía, etc.; en este caso cualquier juez imparcial deberá dar, según lo alegado y probado, una sentencia favorable; pues ésta es la mayor prueba que puede dar de su bondad un sistema, en cualquier asunto que sea.

19. Yo no me atreveré a asegurar, como una verdad, que la mujer que voy a proponer, es precisamente la misma de que habla la profecía. Lo que sí me atrevo a asegurar es que en este sistema, la profecía se entiende al punto toda entera; toda entera se puede explicar seguidamente sin embarazo alguno, todas sus metáforas, todas sus expresiones, y aun todas sus palabras, sin omitir una sola, le competen a dicha mujer, según las Escrituras; ni se concibe otra cosa diversa a quien puedan competer con igual propiedad. Si esto es así o no, sólo podrá saberse después que el sistema mismo y toda la explicación de la profecía, que voy a proponer, hayan entrado en la fiel balanza, y se hayan pesado y observado con la mayor y más escrupulosa exactitud.

Sistema

20. La mujer, de que habla San Juan en todo el capítulo XII del Apocalipsis, es aquella misma de quien se habla para su tiempo en otros muchísimos lugares de la divina Escritura, que deben ir saliendo en todo este discurso. Es aquella misma a quien se dice por ejemplo: el Señor te llamó como a mujer desamparada, y angustiada574 de espíritu, y como a mujer que es repudiada desde la juventud, dijo tu Dios. Por un momento, por un poco te desamparé, mas yo te recogeré con grandes piedades. En el momento de mi indignación escondí por un poco de ti mi cara, mas con eterna misericordia me he compadecido de575 ti, dijo el Señor tu Redentor. Esto es para mi como   —303→   en los días de Noé, a quien juré que yo no traería más las aguas de Noé sobre la tierra; así juré que no me enojaré contigo, ni te reprenderé. Porque los montes serán conmovidos, y los collados se estremecerán; mas mi misericordia no se apartará de ti, y la alianza de mi paz no se moverá, dijo el Señor compasivo de ti. Pobrecilla combatida de la tempestad, sin ningún consuelo. Mira, que yo pondré por orden tus piedras, y te cimentaré sobre zafiros... Y serás cimentada en justicia.576 Es aquella misma a quien se dice: Levántate, esclarécete Jerusalén; porque ha venido tu lumbre, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti. Porque he aquí que las tinieblas cubrirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti nacerá el Señor, y su gloria se verá en ti... Porque fuiste desamparada, y aborrecida, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos.577 Es aquella misma a quien se dice: Porque te cerraré la cicatriz, y te sanaré de tus heridas, dice el Señor. Porque te llamaron, oh Sión, la echada afuera; ésta es la que no tenía quien la buscase.578 Es aquella misma a quien se   —304→   dice: Desnúdate, Jerusalén, de la túnica de luto, y de tu maltratamiento; y vístete la hermosura, y la honra de aquella gloria sempiterna, que te viene de Dios. Te rodeará Dios con un manto forrado de justicia, y pondrá sobre tu cabeza un bonetillo de honra eterna. Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que están debajo del cielo.579 Es, en suma, la antigua esposa de Dios, o la casa de Jacob, arrojada de sí, en cuanto esposa, por su iniquidad y enorme ingratitud, para el tiempo en que sea llamada a su dignidad, y restituida en todos sus honores, según queda dicho y probado en el fenómeno V, artículo 3. En esta mujer y en este tiempo se verificarán plenísimamente todas las cosas que anuncia esta profecía, y tantas otras que están anunciadas bajo tantas y tan magníficas pinturas. Éste es el sistema.

21. Para ver ahora si está de acuerdo con la profecía, parece necesario seguir el orden de toda ella, explicando uno por uno todos los 18 versículos que la componen; y para mayor brevedad y claridad, paréceme bien dividir toda la explicación en algunos artículos, comprendiendo en cada uno, ya dos, ya tres versículos, y tal vez uno solo, según la necesidad.

Advertencia previa

Párrafo V

22. Para la mejor inteligencia de estos misterios, como también de todo el Apocalipsis, importaría mucho traer a la memoria lo que ya hemos notado en varias ocasiones, especialmente en el fenómeno III, párrafo V, es a saber. Primero: que el libro divino del Apocalipsis es una profecía   —305→   admirable, enderezada toda a la segunda venida del Mesías. Segundo: que esta admirable profecía es toda, o casi toda, una continuada alusión a toda la Escritura, o como un extracto o análisis de la misma Escritura. Se ven principalmente estas alusiones a todo cuanto hay en ella de más singular, de más grande, de más interesante en el asunto gravísimo de la venida del Hombre Dios en gloria y majestad; comprendiendo en este asunto gravísimo, así las cosas más notables que han de preceder a esta venida, como las que la han de acompañar, como también todas sus consecuencias.

23. Si estas dos consecuencias que parecen tan claras, o no se advierten o se desprecian, ¿qué mucho se mire el Apocalipsis como la misma oscuridad? ¿Cómo se ha de entender este libro divino, si los lugares más notables a que alude frecuentísimamente, ya de los libros de Moisés, ya de los Salmos, ya de los Profetas, si estos lugares, digo, no se reciben sino en cuanto puedan ser favorables, si no se trabaja en otra cosa que en hacerlos hablar siempre a favor, o cuando menos en dulcificarlos todo lo posible?

24. El Apocalipsis, señor mío, no es tan oscuro, si se quiere atender a sus vivas y casi continuas alusiones. Toda su oscuridad, o la mayor y máxima parte pudiera pasar de la noche al día, si se estudiasen dichas alusiones y se recibiesen sin preocupación, recibiendo del mismo modo los lugares de la Escritura a donde visiblemente se enderezan. Mas como estos lugares no hablan a favor, como son absolutamente inacordables con el sistema favorable, parece una consecuencia necesaria, que así el Apocalipsis como las Escrituras a que alude, queden del todo inaccesibles, o impenetrables, contentándonos con haber sacado de ellas algunas figuras y moralidades, etc. Esta advertencia puede en adelante importarnos mucho.



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ArribaAbajoArtículo I

Se explica en este sistema todo el capítulo XII del apocalipsis, versículo 1 y 2.

Párrafo VI

Y apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando en cinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolores por parir.580

25. La gran señal, el prodigio, el fenómeno nuevo y admirable que aparecerá en el cielo, o a la vista de todos poco antes de la revelación del Anticristo, no es otra cosa, como decíamos, que la antigua esposa de Dios arrojada tantos siglos ha ignominiosamente de casa del esposo con indignación y con grande ira581, y llamada entonces, recogida y congregada con grandes piedades582. Esta esposa infeliz a quien todos miran como repudiada de Dios, no obstante que el mismo Dios asegura formalmente que no lo está, pues no le ha dado libelo de repudio583; y por otra parte le tiene prometido, que la llamará otra vez a sí, y se desposará de nuevo con ella, aunque con otro nuevo pacto, y nuevas condiciones584; esta que por sus liviandades, por su desobediencia, por su enormísima ingratitud ha bebido hasta las heces, el cáliz de la indignación de Dios, hasta quedar como embriagada y fuera de sí585; esta a quien el esposo mismo amenazó tantas veces por sus siervos los Profetas (y aun por su propio Hijo) con los trabajos y miserias en que actualmente se   —307→   halla, y a quien del mismo modo tiene prometido otro estado infinitamente diverso, en el cual quedarán en olvido las primeras angustias586; esta misma es, vuelvo a decir, la que aquí nos representa San Juan hacia los principios de su primera vocación, o de su futura asunción, o de su plenitud, que son los términos precisos de que usa a este mismo propósito el Apóstol San Pablo587; quiero decir, cuando el misericordioso Dios de sus padres, llegados aquellos tiempos y momentos que puso... en su propio poder588, aplacado con su larga y durísima penitencia, y enternecido con sus lágrimas, pronuncie al fin aquellas palabras, que ya están registradas para esto mismo en el capítulo XL de Isaías. Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén, y llamadla; porque se ha acabado su afán, perdonada es su maldad; recibió de la mano del Señor al doble por todos sus pecados.589 Cuando la llame, digo, o la envíe a llamar, cuando la ilumine, cuando le abra los ojos y oídos, cuando le envíe lengua erudita o lengua de disciplina y enseñanza a quien pueda oír como un discípulo a su maestro, cuando, en suma, haya concebido espiritualmente a Cristo, y Cristo se haya formado en ella, por el ministerio de la palabra, o por el oído de la fe590; entonces se dejará ver en el cielo esta grande prodigiosa señal, entonces será bien visible, a lo menos a los que tuvieren ojos sanos, entonces se verá con admiración lo que en las Escrituras ha parecido oscuro e increíble por su misma grandeza.

26. Represéntase, pues, esta esposa antigua de Dios en el tiempo de su futura vocación, bajo la metáfora de una mujer, no ya pobre, miserable, desnuda, despreciable y   —308→   abominable, como la ha visto todo el mundo, y como la ve aún en los tiempos de su viudez, de su desolación, de su miseria, de su oprobrio; sino vestida y engalanada con el vestido más precioso y brillante que puede caber en la imaginación, pues para explicarlo no se halla otra semejanza más propia que el mismo sol: Una mujer cubierta del sol. Esto parece que es lo que se promete por Malaquías: nacerá para vosotros los que teméis mi nombre, el sol de justicia, y la salud bajo sus alas.591 Saldrá a su tiempo para vosotros el sol de justicia, el cual en sus plumas, o en sus resplandores os llevará la sanidad; o de otro modo, saldrá para vosotros el sol de justicia, el cual os dará alas, y por medio de ellas la sanidad. De estas alas hablaremos más adelante. Esto es lo que dice ella misma en espíritu por Miqueas: me levantaré cuando estuviere sentada en tinieblas, el Señor es mi luz. Llevaré sobre mí la ira del Señor, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa, y se declare a mi favor; me sacará a luz, veré su justicia.592 Esto es lo que dice ella misma en espíritu en el salmo CXVII (que todo es visiblemente para este tiempo): Dios es el Señor, y nos ha manifestado su luz.593 Así, no podemos entender otra cosa por el vestido del sol de esta mujer, que la misma luz celestial, que desciende del Padre de las lumbres594; y nos parece la expresión más propia, más viva, más natural, para poder explicar de algún modo, según las Escrituras, aquel torrente de luces que deberán entonces inundar y circular por todas partes a la esposa, a quien el esposo mismo despierta ya misericordiosamente de su profundísimo letargo; a quien   —309→   llama y convida con aquella multitud de consolaciones y anuncios alegrísimos, que ya están preparados en la Escritura de la verdad, por ejemplo, éstos.

27. Álzate, álzate, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las heces... Esto dice el dominador tu Señor, y tu Dios, que peleará por su pueblo: Mira que he quitado de tu mano el cáliz de adormecimiento, el fondo del cáliz de mi indignación, no lo volverás a beber en adelante. Y lo pondré en mano de aquellos que te abatieron, y dijeron a tu alma: Encórvate, para que pasemos; y pusiste tu cuerpo como tierra, y como camino a los pasajeros.595

Levántate, levántate, vístete de tu fortaleza, Sión, vístete de los vestidos de tu gloria, Jerusalén, ciudad del santo... Sacúdete del polvo, levántate; siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sión.596

Levántate, esclarécete, Jerusalén; porque ha venido tu lumbre, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti.597

No temas, porque no serás avergonzada, ni sonrojada; pues no tendrás de qué afrentarte, porque te olvidarás de la confusión de tu mocedad, y no te acordarás más del oprobrio de tu viudez.598

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Brillarás con luz resplandeciente, y todos los términos de la tierra te adorarán.599

Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que están debajo del cielo.600

28. Fuera de la vestidura del sol aparece nuestra mujer con la luna bajo sus pies601. Esta similitud parece claro que no pertenece de modo alguno al ornamento y galas de la esposa. ¿Qué ornamento, qué claridad, qué nuevo esplendor puede añadir la luz de la luna en la presencia del sol, y a una persona vestida y circundada del sol? Si es para denotar como algunos piensan, un calzado correspondiente a la riqueza del vestido, en este caso la expresión debajo de sus pies, no parece tan propia, pues el calzado no es solamente para debajo de los pies, sino para vestirlos y cubrirlos enteramente; debiera en este caso decirse en sus pies; lo cual denota otra cosa mucho más inferior que el calzado mismo.

29. Parécenos, pues, siguiendo la metáfora, y buscando en ella toda la propiedad que nos sea posible, que la expresión la luna debajo de sus pies, no es otra cosa que una consecuencia naturalísima del estado nuevo y admirable en que se halla la mujer, esto es, vestida del sol602. Si está vestida del sol, luego el sol respecto de ella está ya sobre el horizonte, y no sólo sobre el horizonte, sino en el meridiano, y aun en el zenit, perpendicular a ella misma. De otra suerte no pudiera bañarla toda con sus luces, o cubrirla enteramente a manera de vestido: cubierta del sol. Si el sol, respecto de ella, está en el zenit; luego respecto de ella, ya es perfecto día, luego respecto   —311→   de ella ya es pasada la noche. Si respecto de ella ya es pasada la noche, luego la luna, que es un luminar menor, destinado de Dios no para el día sino para la noche603, no debe estar en otra parte que bajo sus pies, como una cosa tan inútil en un día tan claro.

30. Observad fuera de esto, que esta infeliz mujer, aunque realmente ha quedado en una verdadera y perfecta noche, después que se le ha escondido el sol de justicia, por la incredulidad; mas esta noche no ha sido para ella tan oscura que no haya tenido alguna luz, a lo menos del luminar menor. Quiero decir, no ha quedado en tan grandes tinieblas como estaba antes del Mesías todo el linaje humano, y como lo está hasta el día de hoy una gran parte de él, sino es la mayor. Ha conservado en esta larga noche el conocimiento del verdadero Dios; ha respetado sus leyes, y las ha observado en medio de sus tribulaciones con mayor fidelidad que en los días más serenos. Pues esta escasa luz, que hasta ahora la ha acompañado, o para no adorar otros dioses de palo y de piedra, o para no precipitarse en el ateísmo, o para observar la ley que recibió de Dios; esta luz del luminar de la noche aparecerá en aquellos tiempos bajo sus pies, como una cosa del todo inútil e inservible en medio de tantos resplandores. Dirá acaso alguno, que esta explicación tiene todo el aire de discurso predicable, y yo concederé que él tiene razón, cuando haya explicado esta metáfora: la luna debajo de sus pies, de un modo más propio y natural, en cualquiera otro sistema.

31. De este modo, a proporción, discurrimos de las doce estrellas que forman la corona de la mujer. Estando vestida del sol, bañada y circundada del padre de la luz, las estrellas nada pueden añadir a su esplendor; pues sabemos por la experiencia cotidiana que éstas desaparecen, o se hacen del todo invisibles en presencia del sol. ¿Qué significa, pues, esta semejanza: en su cabeza una corona de doce estrellas? A mí me parece esto una clara y vivísima alusión a dos lugares de la Escritura (sin considerar por   —312→   ahora algunos otros). El primero es el capítulo XXXVII, versículo 9 del Génesis, o el sueño profético del patriarca José. He visto en el sueño (dijo inocentemente a su padre y a sus once hermanos) como que el sol, y la luna, y once estrellas me adoraban604; donde fuera de significarse por el sol y la luna, Jacob y Raquel, se significan, con la similitud de once estrellas, los once patriarcas, hermanos de José. La duodécima estrella era el mismo José, así como en la visión de los doce manípulos, los once adoraban al duodécimo, que era el mismo José: Parecíame que estábamos atando gavillas en el campo; y como que mi gavilla se levantaba, y se tenía derecha, y que vuestras gavillas, que estaban al rededor adoraban a mi gavilla.605 El segundo lugar a que alude San Juan, parece que es el capítulo XXVIII del Éxodo desde el versículo 15, donde se describe el racional del sumo sacerdote, en el cual mandó Dios a Moisés que se pusiesen doce piedras preciosas, engastadas en oro purísimo, y en ellas se grabasen los nombres de los doce patriarcas hijos de Jacob. En suma, el número doce es el jeroglífico, el distintivo, o las armas propias de la casa de Israel. Si alguno porfía en que las doce estrellas de la corona deben significar los doce apóstoles de Cristo, le responderemos por ahorrar disputas, que los doce apóstoles de Cristo son y serán eternamente hijos verdaderos y legítimos de esta misma mujer, de quien hablamos, y como tales, bien podrán formar en aquellos tiempos la corona de la madre. Mas la verdadera y propia significación nos parece que son los doce patriarcas; pues éstos son significados en la Escritura misma por doce estrellas.

32. Conocido ya (con aquella especie de conocimiento que puede caber en esto), conocido, digo, todo lo que pertenece a lo externo de esta prodigiosa mujer, esto es, el   —313→   sol que la viste, la luna que tiene bajo sus pies, y las doce estrellas que forman su corona, pasemos ahora a considerar su interior, lo que encierra dentro de sí, lo cual parece el efecto, y también la causa de los resplandores que se manifiestan por de fuera.

33. Dice inmediatamente el texto sagrado, que la mujer estaba preñada, y acercándose la hora del parto, padecía terribles dolores y angustias para dar a luz el fruto de su vientre; manifestándose éstas en las voces y clamores que daba: y estando en cinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolores por parir. Parece aquí que San Juan, según sus continuas alusiones, alude por esta semejanza al capítulo XXVI de Isaías, que todo entero es un cántico admirable, que deberá cantarse en aquellos días en la tierra de Judá: En aquel día (empieza el capítulo) será cantado este cántico en tierra de Judá.606 Para saber ahora que días son éstos de que habla este Profeta, no es menester otra diligencia que leer seguidamente el cántico mismo. En él se verá, sin poder dudarlo, que el cántico, ni se ha cantado ni se ha podido cantar en todos cuantos días, años y siglos han pasado hasta la presente. Y para asegurarse todavía más, sería bueno tomarle todo su gusto, leyendo los dos capítulos antecedentes, y también el siguiente; pues todos ellos hablan manifiestamente de unos mismos misterios, y de un mismo tiempo. Este cántico nuevo y admirable, sólo compete a las reliquias de Israel, congregadas en aquellos días, en la tierra de Judá, con grandes piedades; pues de ellas se habla, o por mejor decir, ellas son las que hablan en espíritu en todo el capítulo XXV, y ellas mismas prosiguen hablando en el cántico del capítulo XXVI. El decir, será cantado este cántico en tierra de Judá, esto es en la Iglesia de Cristo, no sé que pueda contentar mucho, ni a quien lo oye, ni a quien lo dice, mucho menos si se hace cargo de todo el contexto.

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34. Pues entre las cosas que en este cántico profético dicen a su Dios estas santas y preciosas reliquias, una de ellas es la que acaba de sucederles en su vocación por la bondad y misericordia del mismo Dios: Como la que concibe, cuando se acerca el parto, dolorida da gritos en sus dolores; así hemos sido delante de ti, Señor. Concebimos, y como que estuvimos con dolores de parto, y parimos espiritualmente; o como leen los LXX que es la versión que usaban los apóstoles así hemos sido para con tu amado; por tu temor, oh Señor, recibimos en el vientre el espíritu de tu salud, lo hemos dado a luz y lo hemos criado.607

35. Mas este concepto metafórico, estos dolores y clamores para darlo a luz, y el parto mismo con todas sus consecuencias, ¿qué significan en ambas profecías? El parto lo consideraremos más adelante (artículo III); el concepto, y los dolores y angustias para darlo a luz, parece claro, siguiendo el mismo hilo de la metáfora que hemos comenzado. De manera, que llamada misericordiosamente del esposo la madre Sión con todas sus reliquias (las cuales, sea número determinado o indeterminado, deben ser ciento y cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel608), iluminada o vestida de la luz celestial, que viene del Padre de las luces; abiertos los ojos, y los oídos internos, para que vea y oiga lo que hasta ahora por justos juicios de Dios no ha visto ni oído, según las Escrituras; le entrará la luz por los ojos, y por los oídos de la fe: la fe es por el oído609; con lo cual, no habiendo ya impedimento alguno por su parte, porque se ha   —315→   acabado su afán, perdonada es su maldad, concebirá al punto en el vientre, por semejanza, a Cristo Jesús (y este crucificado, el cual ha sido siempre para ella por culpa de sus doctores un verdadero escándalo) y Cristo Jesús se empezará a formar en ella en el mismo vientre, por semejanza, y allí mismo va adelante y crece hasta el día perfecto610. Esto es claro, y no necesita más explicación.

36. Mas como no basta para la salud concebir a Cristo Jesús en el secreto del corazón, sino que es necesario parirlo, digamos así, darlo a luz, manifestar en público este concepto, y declararse por él: Porque de corazón se cree para justicia, mas de boca se hace la confesión para salud611, llegando aquí la esposa, empezarán naturalmente las angustias, los dolores y los clamores, por las grandes dificultades, contradicciones y embarazos, que opondrán entonces la tierra y el infierno, para que quede sin efecto aquella preñez. ¡Qué persecuciones no se levantarán en aquellos días contra la mujer! ¡Qué extrañeza, qué disgusto, qué enfado no causará en aquellos días, una novedad tan importuna, en que nadie pensaba, una novedad bien capaz de alterar el público reposo, y perturbar la paz, no de Cristo, sino del mundo; en aquellos días, vuelvo a decir, en los cuales la caridad, y por buena consecuencia también la fe, estarán tan tibias y tan escasas, por la abundancia de la iniquidad!612

37. Los primeros que se opondrán al parto de la mujer, serán verosímilmente los judíos mismos, de todas las tribus de los hijos de Israel; aquellos, digo, que no entrarán por culpa suya en el número de los sellados con el sello de Dios vivo; los cuales, como se dice en Zacarías, serán las dos terceras partes, cuando menos: Y serán en   —316→   toda la tierra, dice el Señor: dos partes de ella serán dispersas, y perecerán; y la tercera parte quedará en ella. Y pasaré por fuego la tercera parte, y los purificaré como se quema la plata, y los acrisolaré, como es acrisolado el oro. Él invocará mi nombre, y yo le oiré. Diré: pueblo mío eres; y él dirá: Señor Dios mío.613 Dije que los no sellados con el sello de Dios vivo serán las dos terceras partes, y añadí, cuando menos, porque me parece muy natural y muy conforme a otros lugares de la Escritura, que en la prueba del fuego de la tribulación, por donde ha de pasar esta tercera parte, quede mucha escoria, o estaño, que no pertenece al oro fino. Así se lo anuncia Dios por Isaías: volveré mi mano sobre ti, y acrisolaré tu escoria hasta lo puro, y quitaré de ti todo tu estaño.614 Y en otra parte se dice claramente, que después que pase por la prueba, saldrá diezmado (o dejando en el fuego de diez, uno, o como piensan otros, sacando solamente uno de diez): se multiplicará la que había sido desamparada en medio de la tierra. Y todavía en ella la décima parte, y se convertirá, y servirá para muestra como terebinto, y como encina, que extiende sus ramos; linaje santo será, lo que quedare en ella.615 Lo mismo se dice en el capítulo LXV, versículo 8.

38. Parece, pues, sumamente verosímil, que las dos terceras partes de la casa de Jacob persigan con todas sus fuerzas a la otra parte que ha creído; así como lo hicieron   —317→   en los principios de la Iglesia. Mas esta persecución (en caso que suceda) apenas podrá ser como una pintura, o como una sombra, respecto de la que moverá el dragón por otra vía más corta, y con armas sin comparación mayores, que ya en aquellos tiempos tendrá a su libre disposición. Quiero decir, por medio de aquellas siete bestias y diez cuernos, de que tanto hablamos en el fenómeno III. Estas siete bestias, esparcidas por todo el mundo, estarán entonces, no solamente en amistad y buena armonía, sino en vísperas de firmar el tratado de unión o liga formal, contra el Señor y contra su Cristo. Ésta es la otra señal que aparece en el cielo al mismo tiempo.




ArribaAbajoArtículo II

Versículos 3 y 4

Y fue vista otra señal en el cielo, y he aquí un grande dragón bermejo, que tenía siete cabezas, y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas. Y la cola de él arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las hizo caer sobre la tierra; y el dragón se paró delante de la mujer, que estaba de parto, a fin de tragarse al hijo, luego que ella le hubiese parido.616

39. Represéntase aquí la antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás, llena de vehementísimas sospechas, y por consiguiente de temores y sobresaltos, por la gran novedad de aquella mujer, a quien hasta entonces había mirado, como la mira todo el mundo, con un soberano desprecio. Lo que le da mayor cuidado, no es el sol, ni la luna, ni las estrellas; sino la circunstancia terrible de verla preñada, sin haber podido impedir este mal, y tal vez sin haberlo sabido,   —318→   y sin poder ahora impedir el parto que ya va a suceder. Para remediar del modo posible un mal tan grave, y de tan pésimas consecuencias, ¿qué otro partido puede tomar, ni más pronto, ni más eficaz, que declararse con sus amigos, e implorar su socorro? Con aquéllos, digo, a quienes tiene tan obligados con toda suerte de lisonjas, halagos y servicios. A éstos, pues, recurre al punto, sin perder instante; todos los pone en movimiento, y aun se viste de ellos mismos, para agitarlos y animarlos más contra aquella mujer terrible y admirable, capaz de arruinarle todos sus proyectos. Ésta es la razón por que se deja ver en figura de un monstruoso dragón, de color rojo o lleno de fuego, de ira y furor, y con siete cabezas y diez cuernos, cuya cifra no necesita de nueva explicación, quedando bastantemente explicada en el fenómeno III.

40. Como si estos ejércitos fuesen todavía insuficientes para pelear contra una mujer, no dándose el dragón por seguro, por la grandeza de sus temores, bien fundados a la verdad, llama también en su socorro otra especie de soldados, mucho más peligrosos que todos los ejércitos del mundo. Trae con su cola (símbolo propio de la lisonja, del halago, de la seducción; pues como se lee en Isaías: el profeta que enseña mentira, ése es la cola617), trae, digo, con la cola, nada menos que la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arroja a la tierra, para que le sirvan a él, en lugar de lucir en el cielo, como era su destino y obligación. Por estas estrellas metafóricas arrancadas del cielo con la cola del dragón, yo no entiendo otra cosa, sino lo que hallo en algunos autores graves, que citan y siguen en esto a San Jerónimo, y a Teodoreto. Y la cola de él (dice este último) arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo... esto es, de aquellos varones príncipes de la Iglesia, no solamente políticos, sino también doctores eclesiásticos y religiosos, que a manera de estrellas brillan y se aventajan en el orbe a los demás618; lo cual no deja de   —319→   concordar con lo que dijimos en otra parte, hablando de la bestia de dos cuernos (fenómeno III, párrafo IX). Es verdad que así la caída de estas estrellas, como todos los otros misterios que contiene esta profecía, la ponen estos doctores en los tiempos mismos del Anticristo; pues dicen que el príncipe San Miguel bajará del cielo, y peleará con el dragón, para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo, y en otra parte sobre el capítulo XII del mismo Apocalipsis, dicen que bajará a matar al Anticristo, y destruir su imperio universal; mas si se quiere atender al texto sagrado, y a todo su contexto, como debe atenderse, parece claro que en los tiempos de que se habla en todo este capítulo XII, el Anticristo todavía no ha venido al mundo, o no se ha revelado públicamente, aunque se espera por momentos. Es necesario que la mujer de primero a luz lo que tiene dentro de sí, y después huya a la soledad, y se ponga en salvo, porque así conviene para los designios de Dios, como veremos después.

41. Armado, pues, el dragón con todas las armas, esto es, con los judíos no sellados, con la potencia terrible de las siete bestias; aunque todavía no unidas perfectamente en un solo cuerpo, y armado también con tantas estrellas que con su cola ha traído del cielo, y arrojado a la tierra, se presentará delante de la mujer que está para parir619, o para impedir el parto, si esto fuese posible, o a lo menos para devorarlo luego que suceda620; es decir, para hacerlo inútil o infructuoso; para impedir que tenga aquellas terribles consecuencias que con tanta razón sospecha y teme; para hacer que sea desde el vientre trasladado al sepulcro621; para dejar, en fin, a la triste mujer en mayor soledad y desamparo,   —320→   y en miseria más irremediable, aun después de un parto tan deseado, y tan esperado: para tragarse al hijo, luego que ella le hubiese parido. Mas todo esto, ¿qué quiere decir en realidad? ¿Qué misterio particular se encierra en esta similitud? Seguid la metáfora, y no tendréis gran dificultad de comprender este misterio.

42. Primeramente, se debe suponer, y se colige bien claramente del mismo texto, que el dragón, o no ha sabido, porque Dios se lo ha ocultado, como le oculta infinitas cosas, o no ha podido impedir que la mujer conciba dentro de sí a Cristo, y que Cristo se forme en ella: la fe es por el oído622; en lo cual ha trabajado, o Elías solo; pues es éste su propio ministerio a que está destinado, o junto con Elías algunos otros operarios elegidos de Dios de entre las gentes cristianas (lo que parece no poco verosímil, así como los judíos cristianos trabajaron al principio en la conversión de las gentes). Lo segundo, se debe suponer, que en aquel tiempo y circunstancias, en que el dragón que tenía siete cabezas, y diez cuernos, y también la tercera parte de las estrellas del cielo, se presenta con estas armas terribles delante de la mujer, tampoco puede impedir su parto metafórico, esto es, que la mujer confiese públicamente su fe, y se declare públicamente por Cristo Jesús; pues este parto en aquel tiempo ya insta, ya se espera por momentos, ya va a suceder. Pues en esta constitución tan crítica, en este conflicto, en esta urgencia, ¿qué remedio? No hay otro que devorar el parto mismo, es decir, trabajar con todo el empeño posible, ya con amenazas, ya con seducción, ya con la fuerza abierta, en que la mujer se arrepienta de lo hecho; que desconozca, como si no fuese suyo, el fruto de su vientre, que acaba de dar a luz entre tantos dolores; que lo sacrifique a la pública tranquilidad; que lo niegue; que lo repruebe; que lo olvide; que rompa o desate aquella cuerda intolerable con que lo ha ligado, recibiendo en recompensa el espíritu de plena libertad; esto   —321→   es, el espíritu dulce y humano que divide a Jesús, de que en aquellos tiempos estará llena casi toda la tierra. Para esto son sin duda aquellos ejércitos, y aquellas armas terribles de que el dragón aparece vestido como que tiene o tendrá entonces a su disposición siete cabezas y diez cuernos623, en que se simboliza la fuerza y la violencia, y por otra parte innumerables estrellas, que ha arrancado del cielo con su cola, símbolo propio del engaño, y de la seducción. Esto es todo lo que puedo comprender o sospechar en aquella admirable similitud: y el dragón se paró delante de la mujer... a fin de tragarse al hijo, luego que ella le hubiese parido. No creo que el dragón sea tan insensato, que pueda imaginarse capaz de devorar realmente el hijo mismo de que se habla.




ArribaAbajoArtículo III

Versículo V

Y parió un hijo varón, que había de regir todas las gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono.624

43. No obstante la vista del dragón, no obstante las legiones que tiene a su disposición, y que aparecen junto con él, no obstante los dolores y angustias, así externas como internas que por todas partes le cercan y la afligen de todos modos, la mujer da, en fin, a luz lo que encerraba dentro de sí; pare felizmente un hijo másculo, destinado a regir todas las gentes con vara de hierro, el cual luego que nace, es arrebatado a Dios, y presentado delante de su trono.

44. Dos puntos principales tenemos aquí que considerar. Primero: quién es este hijo másculo, que da a luz   —322→   esta mujer entre tantas angustias y dolores. Segundo: qué misterio es éste de presentarse este hijo, luego que nace, al trono de Dios. Estos dos puntos, mucho más que todos los otros, han sido como dos murallas altísimas e inaccesibles, que han cerrado el paso a todos los intérpretes del Apocalipsis. Digo a todos, no solamente porque no tengo noticia de alguno, sino porque en el sistema ordinario me parece imposible que haya alguno que reconozca en este hijo másculo al mismo Jesucristo; no obstante de no haber otra persona ni en el cielo ni en la tierra a quien pueda competer el distintivo de regir todas las gentes con vara de hierro. Estas palabras son tomadas del salmo II, y se repiten otras veces en el mismo Apocalipsis, y ciertamente son inacomodables a otra persona. Del mismo modo parece imposible explicar con alguna propiedad lo que significa en el texto ser arrebatado este hijo, luego que nace, al trono de Dios. Mas en el sistema que seguimos, ambas cosas parecen tan claras, que basta sólo proponerlas, para comprender al punto que todo debe suceder así, según las Escrituras, y esto sin usar de violencia, ni de discurso artificial.

45. No olvidéis, señor, aquella verdad indubitable que dejamos propuesta en el párrafo IV, que aquí no se habla ni puede hablarse de madre natural ni de parto material. La mujer que pare con tantos dolores, y el parto mismo, son conocidamente una metáfora o una semejanza; mas esta semejanza no impide, antes supone, que así la madre como el hijo deben ser alguna cosa física y real, a quienes competen propísimamente estas semejanzas. Esto supuesto, decimos, lo primero, que aunque el parto de esta mujer es tan metafórico como ella misma, mas el hijo que nace, por semejanza, que había de regir todas las gentes con vara de hierro, no puede ser otro que el mismo Mesías Jesucristo, Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen; no cierto concebido, y nacido, entonces material y físicamente; sino concebido y nacido espiritualmente por la fe, y nacido del mismo modo, por una pública confesión de la   —323→   misma fe; concebido, digo, y nacido espiritualmente de aquella misma madre, que muchos siglos antes lo había concebido y parido sólo materialmente, y que por una suma ceguedad, efecto propio de su actual iniquidad, no había hecho la debida distinción entre este hijo de la promisión, y los otros hijos, según la carne; no había conocido su valor y precio infinito; antes lo había confundido con la ínfima plebe, y reputado como uno de los más inicuos de su familia, según estaba anunciado en Isaías: y con los malvados fue contado.625 En suma, lo había concebido y parido; lo había visto y oído; lo había visto crecer dentro de su casa, en sabiduría, y en gracia delante de Dios y de los hombres626; lo había contemplado y admirado sus obras prodigiosas; mas sin aquella fe que justifica al impío627, y que es el principio de todos los bienes; sin aquella fe de que aquel hijo suyo que tenía delante, y que en todas sus obras y palabras manifestaba evidentemente lo que era, según las Escrituras, era realmente el Mesías mismo, tan deseado y suspirado por todo el cuerpo de la nación. La misma iniquidad, que tanto abundaba en aquellos tiempos en la misma nación, máximamente en el sacerdocio, fue la que cerró los ojos y los oídos, para que no viesen ni oyesen, lo mismo que veían y oían, según estaba anunciado en sus mismas Escrituras628; lo cual les acordó el Mesías mismo cuando dijo, citando este lugar de Isaías: se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no veréis.629

46. Éste parece que es, según todas las contraseñas, aquel prodigio grande e inaudito, de que habla el mismo   —324→   Isaías: Antes que estuviese de parto, parió; antes que llegase su parto, parió un hijo varón. ¿Quién jamás oyó cosa tal? ¿Y quién la vio semejante a ésta?630 De modo que la mujer de que hablamos, parió ciertamente a su Mesías muchos siglos ha; mas, ¿cómo? Antes que estuviese de parto, parió... varón; lo pare antes de concebirlo o conocerlo; lo parió sin dolor, antes de parirlo con dolor; es decir, lo parió sin sentimiento, sin conocimiento, sin espíritu, sin fe, etc. Por eso aquel parto no le pudo ser de utilidad alguna; antes fue por eso mismo piedra de tropiezo, y piedra de escándalo... ¿Por qué causa? Porque no por fe, sino como por obras; pues tropezaron en la piedra del escándalo, así como está escrito.631

47. Mas cuando Dios use con esta misma mujer de aquellas grandes misericordias que le tiene prometidas; cuando la llame, como a mujer desamparada... y como a mujer que es repudiada desde la juventud...632; cuando la recoja con grandes piedades; cuando la ilumine, y le abra los ojos y los oídos; cuando le envíe lengua erudita o maestros ministros de la palabra, especialmente a Elías, quien en verdad ha de venir, y restablecerá todas las cosas633; entonces, entrándole por los ojos la luz, y por los oídos la fe de su Mesías, lo concebirá al punto en espíritu, es a saber, con conocimiento, con fe, con estimación, con un entrañable y ardientísimo amor, y también con aquellas angustias y dolores dentro y fuera, de una verdadera y amarga penitencia, que en aquel tiempo y circunstancias serán inevitables.

48. Este parto espiritual de Sión, esta fe y confesión   —325→   de fe, este reconocer y publicar públicamente y a todo riesgo, que aquel mismo Jesús a quien reprobó en otro tiempo, a quien pidió para la cruz, a quien siempre había detestado y aborrecido, etc., es su verdadero Mesías, hermosura de justicia, y... esperanza de sus padres634; esto parece que es lo que únicamente espera Dios para juntar aquel gran Consejo, y formar aquel majestuoso tribunal, de que tanto se habla en los dos capítulos IV y V del mismo Apocalipsis, que son una manifiesta y vivísima alusión al capítulo VII de Daniel, como luego veremos. Y éste es el segundo punto que vamos a considerar.

Y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.635

49. Habiendo parido la mujer un hijo varón, que había de regir todas las gentes con vara de hierro636, dice el texto sagrado que este hijo fue luego como arrebatado a Dios, y presentado delante de su trono. ¿Qué quiere decir esto? Sigamos en espíritu a este hijo, que acaba de nacer; sigámosle con humildad, mas sin miedo, hasta el mismo trono de Dios, y seamos testigos oculares, en cuanto pueda permitir nuestro estado presente, de lo que allí se hace, y de los misterios nuevos y admirables, que ya van a empezar. La entrada en este supremo Consejo no es tan imposible ni tan difícil, si queremos aprovecharnos de las llaves que se nos dan.

50. Estaba mirando hasta tanto, que fueron puestas sillas, y sentose el Anciano de Días... Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y he aquí venía como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él; su potestad es potestad   —326→   eterna, que no será quitada; y su reino, que no será destruido.637

51. Después de haber concluido este Profeta el gran misterio de las cuatro bestias, y llevado todo desde su principio hasta su fin, como observamos en el fenómeno segundo, vuelve cuatro pasos atrás, para referir de propósito otro misterio principalísimo, el cual, aunque tiene no poca relación con el primero, y con su fin, no había podido tener lugar, por no interrumpir los sucesos de las bestias. Este método practicado hasta ahora entre los buenos historiadores, es comunísimo, entre los profetas (y se hace mucho más notable, y casi palpable en todo el libro del Apocalipsis, como quizá demostraremos alguna vez). El misterio principalísimo de que hablo, es éste. Que junto el gran Consejo sentado en su trono el Anciano de Días, o el mismo Dios vivo y verdadero, y con él los otros conjueces en sus respectivos tronos (expresiones todas metafóricas, acomodadas a nuestra inteligencia), se vio luego venir como en las nubes del cielo, una persona admirable como Hijo de Hombre, el cual se encaminó directamente a dicho Consejo; y entrando en él, se avanzó inmediatamente hasta el trono de Dios, ante cuya presencia fue presentado por otros (no se dice por quiénes) y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. La resulta de esta presentación al trono de Dios, fue que luego inmediatamente le dio Dios a esta persona admirable, o a este, por antonomasia638, Hijo del Hombre (que así se llama él mismo frecuentemente en todos los cuatro evangelios) le dio luego inmediatamente la potestad, el honor y el reino639; en cuya consecuencia natural y legítima, le servirán   —327→   en adelante como súbditos suyos todos los pueblos, tribus y lenguas640.

52. Sobre este lugar de Daniel puede cualquiera hacer una breve y facilísima reflexión, haciéndose a sí mismo estas dos preguntas. Primera: estas cosas que aquí se dicen, ¿se han verificado ya, o no? Si ya se han verificado, deberá mostrarse cuándo y cómo se han verificado; sin perder de vista el texto de la profecía con todo su contexto, lo cual parece tan imposible como la misma imposibilidad. Si no se han verificado hasta el día de hoy, luego debe llegar tiempo en que todas se verifiquen. Segunda pregunta: si todas estas cosas se han de verificar alguna vez, ¿cuándo podrá ser esto, sino después del parto de esta mujer? Después que dé a luz un fruto tan anunciado, tan esperado, y tan deseado, para cuyo tiempo están ya preparadas tantas riquezas en los tesoros de Dios. Comparad ahora un texto con otro, el texto de Daniel con el del Apocalipsis, y hallaréis entre ellos una tan gran analogía, que el primero os parecerá una explicación del segundo, y el segundo la inteligencia del primero.

Texto de Daniel

53. Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y he aquí venía como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él.641

Texto de San Juan

Y parió un hijo varón, que había de regir todas las gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono.642

54. De manera que verificado el parto de la mujer, y nacido el hijo másculo del modo que hemos dicho, luego   —328→   al punto vuela a Dios, y se presenta o es presentado delante de su trono. Si preguntamos ahora para qué fin, nos responde Daniel que es para recibir del mismo Dios públicamente en su gran Consejo la potestad, el honor y el reino; pues ésta es la resulta inmediata y única de su presentación al trono de Dios: y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino; no cierto en acto primero, como se explican los escolásticos, o en potencia, o en derecho (que de este modo lo tiene ahora, y lo ha tenido siempre), sino en acto segundo, o en ejercicio, que por eso se añade inmediatamente: y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él; con lo cual concuerda perfectamente la expresión del texto de San Juan: que había de regir todas las gentes con vara de hierro.

55. De aquí se sigue naturalmente, que esta potestad, este honor, este reino que en aquel tiempo se le ha de dar, al Hijo del Hombre, no lo ha recibido hasta la presente (por más que lo repugnen las ideas ordinarias que en este punto son oscurísimas). Es verdad que después de su resurrección les dijo el Señor a sus apóstoles: Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra643; mas por el contexto mismo se conoce al punto, aunque no hubiera otros fundamentos, que el Señor sólo habló de la potestad espiritual de sumo sacerdote; pues esta misma potestad es la que les comunica allí mismo a los apóstoles, en consecuencia de haberla recibido de su Padre; y prosigue inmediatamente diciéndoles: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, etc.644 Como si dijera: se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, y por esta potestad que tengo, yo os envío a todo el mundo, no a dominarlo como señores, sino a enseñarlo como maestros. Andad, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizando a los que creyeren en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y persuadiéndoles que observen todas las cosas particulares   —329→   que os he mandado.645 ¿Quién no ve que estas palabras son propias no de un rey, sino de un sumo sacerdote, y quién no ve que estas cosas son las que únicamente pertenecen al sumo sacerdote? No por esto decimos que Jesucristo no tenga ahora plena potestad, para hacer y deshacer, según su voluntad; mas como esta voluntad es santa y bien ordenada, no se mete por ahora en otras cosas, sino en las que son propias de un sumo sacerdote. Esta plena potestad de hacer y deshacer, la tuvo aun cuando vivía en carne mortal, y, no obstante, en toda su vida santísima no hizo otra cosa que enseñar con obras y palabras. Tan lejos estuvo de usar de la potestad de rey, que a uno que le dijo: di a mi hermano, que parta conmigo la herencia646; le respondió con extrañeza: Hombre, ¿quién me ha puesto por juez, o repartidor entre vosotros?647

56. Es verdad, vuelvo a decir, que después de su resurrección se fue este Hijo del Hombre al cielo, o a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse.648 Es verdad que entonces se sentó con suma gloria y honor a la diestra del Padre (no cierto en trono aparte, sino en el mismo trono del Padre, como él mismo lo dice en el capítulo III, versículo 21, del Apocalipsis: y me he sentado con mi Padre en su trono.649 Es verdad que en el cielo, a la diestra del Padre, está honrado y glorificado de Dios, y de todos los ángeles y santos. Está ciertamente constituido rey, y heredero universal de todas las cosas criadas; pues por él y para él se hicieron todas: al cual (el mismo Padre) constituyó heredero de todo, por quien hizo también   —330→   los siglos... por quien son todas las cosas, y para quien son todas las cosas.650 Mas también es igualmente verdad, que esta herencia, esta potestad actual, este reino, este honor tan propio y tan debido al Hombre Dios, hasta ahora no lo ha recibido; porque hasta ahora no se le ha dado: Mas ahora (decía San Pablo, y nosotros lo decimos ahora con la misma verdad) Mas ahora aún no vemos todas las cosas sometidas a él.651 Si todavía no se ven sujetas a él todas las cosas; luego todavía no ha recibido en acto segundo la potestad, el honor y el reino, pues la sujeción y obediencia de todas las cosas a él, debe ser una consecuencia necesaria e inmediata de su potestad, honor y reino: En esto mismo de haber sometido a él todas las cosas, ninguna dejó que no fuese sometida a él. Y si no, ¿qué potestad, honor y reino, se le podrá dar en aquel tiempo de que habla Daniel? Así, aunque actualmente se halla ya el Hijo del Hombre, Cristo Jesús, en estado de gloria y de impasibilidad, no por eso deja de estar al mismo tiempo en una real y verdadera expectación, hasta que llegue el tiempo en que se le dé efectivamente toda la potestad, honor y reino, de que ya está constituido heredero irrevocablemente; poniendo sobre sus hombros todo el principado, y todas las cosas bajo sus pies: está sentado... a la diestra de Dios, dice el Apóstol mismo, esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.652

57. Para acabar de comprender con mayor claridad lo que acabamos de decir sobre este Hijo del Hombre, presentado delante del trono de Dios, abramos otra ventana, y miremos este mismo misterio con otra nueva luz. Leamos, digo, con alguna mayor atención el capítulo IV y V del Apocalipsis, en los cuales se repite manifiestamente, se explica,   —331→   y se aclara todo el texto de Daniel. Combinadas estas dos Escrituras, no parece sino que ambos Profetas se hallaron presentes en espíritu a este mismo Consejo (el uno 500 años antes que el otro), y fueron testigos oculares de lo que allí se hacía, o se había de hacer a su tiempo; aunque a este último, como a discípulo tan amado, se le manifestaron en la misma visión algunas cosas más particulares.

Apocalipsis, capítulo IV

58. Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo, y la primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo, diciendo: Sube acá, y te mostraré las cosas que es necesario sean hechas después de éstas. Y luego fui en espíritu; y he aquí un trono, que estaba puesto en el cielo, y sobre el trono estaba uno sentado... Y al rededor del trono veinte y cuatro sillas, y sobre las sillas veinte y cuatro ancianos sentados, vestidos de ropas blancas, y en sus cabezas coronas de oro, etc.653

59. Lo que resta de esta profecía, que son cuando menos dos capítulos enteros, se puede ver y considerar en su misma fuente, pues yo no puedo detenerme tanto en un solo punto, cuando me llaman al mismo tiempo otros muchos de igual o mayor importancia. Para mi intento particular me basta hacer aquí una breve reflexión, comparando una profecía con otra, para que se vea, que el misterio de que hablan, es el mismo en sustancia, explicado solamente con diversas palabras, y añadidas en la segunda profecía algunas circunstancias más, que no se hallan en la primera, como es frecuentísimo en todas las alusiones del Apocalipsis.

  —332→  

60. Primeramente, el tiempo de que hablan, parece evidentemente el mismo. Daniel vio formarse este gran Consejo en los tiempos de su cuarta bestia, que como dijimos en su lugar, y ninguno duda ni es posible dudar, son ya tiempos muy inmediatos a la venida del Señor (y esto, sea esta bestia lo que quisieren que sea), pues los doctores mismos confiesan que éste será algún Consejo o juicio oculto, que hará Dios con sus ángeles y santos, para condenar al Anticristo, y mirar por el honor de Cristo y bien de su Iglesia; la cual explicación, aunque, respecto del misterio, es oscurísima, mas respecto del tiempo es bastante clara. Esto nos hasta por ahora. San Juan nos representa este mismo Consejo y juicio conocidamente en los mismos tiempos. Lo primero, por las razones generales que quedan apuntadas en otras partes, principalmente en el fenómeno III, párrafo V, donde se dijo, y también se probó, que el Apocalipsis, especialmente desde el capítulo IV, es una profecía seguida, cuyo asunto principal es la segunda venida del Mesías; comprendidas todas las cosas más notables que la han de preceder, acompañar y seguir; lo cual no dejan de confesar, o expresa o tácitamente, en todo o en parte, casi todos los expositores. Lo segundo, porque a lo menos parece cierto que este Consejo y juicio tan solemne de que aquí se habla, no se ha formado hasta el día de hoy, pues hasta ahora no se ha visto resulta alguna de tantas y tan grandes cosas que anuncia la misma profecía, como consecuencias inmediatas de aquel mismo Consejo. Lo tercero, porque el contexto mismo nos da a conocer los tiempos, como luego veremos.

61. Daniel dice, que en los tiempos de sus cuatro bestias vio que se ponían muchos tronos, y se sentaba en ellos el juicio; primeramente Dios mismo, a quien llama el Anciano de Días, y después en otros tronos inferiores otros conjueces: Estaba mirando hasta tanto que fueron puestas sillas, y sentose el Anciano de Días. San Juan dice lo mismo con diversas palabras. En lugar de el Anciano de Días, dice: sobre el trono estaba uno sentado; y por   —333→   lo que mira a los otros conjueces, señala su número preciso: y sobre las sillas veinte y cuatro ancianos sentados. Daniel vio millares de millares de ángeles al rededor del trono de Dios: millares de millares le servían, y diez mil veces cien mil estaban delante de él.654 San Juan no sólo vio todos estos millares de millares de ángeles al rededor del trono, sino también oyó sus voces: Y vi, y oí voz de muchos ángeles... y era el número de ellos millares de millares.655

62. Por abreviar, Daniel nos representa una persona singular y admirable, como Hijo de Hombre, la cual, entrando en aquel grande y supremo Consejo, se presenta delante del trono de Dios mismo, que allí preside, y recibe de él inmediatamente la potestad, el honor y el reino: Y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él, y diole la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él. San Juan nos representa esta misma persona singular y admirable, bajo otra semejanza, y con otras circunstancias más particulares, y todavía más admirables; esto es, bajo la semejanza de un inocentísimo Cordero que se presenta, y está en pie delante del trono de Dios: así como muerto656; como alegando el mérito infinito de su obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz657; por lo cual recibe de mano del mismo Dios cierto libro cerrado y sellado con siete sellos que ninguno es digno de abrir ni puede abrir sino él solo. Lo abre allí mismo a vista de aquella numerosa y respetable asamblea, que espera con vivas ansias aquel momento feliz, el cual llegado, se sigue luego inmediatamente en todo el universo una tan gran admiración, una alegría, un júbilo, una exultación tan sagrada y tan universal, que no sólo los   —334→   ángeles, y los conjueces y testigos, sino junto con ellos todas las criaturas del universo, aun las irracionales e insensibles, todas claman a una voz, todas dan gloria a Dios, y se regocijan de ver abierto el libro en manos del Cordero.

63. El mismo discípulo amado, que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas, y sabemos que su testimonio es verdadero658, nos asegura que oyó en todo el universo todas estas voces de júbilo sagrado, luego al punto que el Cordero recibió el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono659, y lo abrió públicamente en aquel Consejo extraordinario. Los consejeros mismos y conjueces se postraron delante del Cordero... Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres, Señor, de tomar el libro, y de abrir sus sellos; porque fuiste muerto, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.660 Los millares y millares de ángeles dijeron: Digno es el Cordero, que fue muerto, de recibir virtud, y divinidad, y sabiduría, y fortaleza, y honra, y gloria, y bendición.661 Las demás criaturas del universo clamaron a una voz: Al que está sentado en el trono, y al Cordero: bendición, y honra, y gloria, y poder en los siglos de los siglos.662 Todo lo cual concuerda admirablemente con infinitas   —335→   cosas semejantes, que ya están anunciadas y preparadas para aquellos tiempos en los Profetas y en los Salmos.

64. Leed entre otros muchísimos lugares, que no podemos por ahora citar, todo el salmo LXXI, y reparad especialmente sus últimas palabras: bendito el nombre de la majestad de él para siempre; y será muy llena de663 su majestad toda la tierra, así sea, así sea.664 Y el salmo XCV: Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra, conmuévase el mar, y su plenitud; se gozarán los campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se regocijarán todos los árboles de las selvas a la vista del Señor, porque vino, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad... Cantad alegres en la presencia del Rey, que es el Señor; muévase el mar, y su plenitud; la redondez de la tierra, y los que moran en ella. Los ríos aplaudirán con palmadas, juntamente los montes se alegrarán a la vista del Señor, porque vino a juzgar la tierra.665

Observación de este libro que abre el Cordero.

65. Llegando aquí, parece naturalísimo el deseo de saber (con aquella ciencia, a lo menos, que nos es posible en el estado presente) ¿qué libro es este que en aquel Consejo extraordinario se pone en manos del Cordero, tan cerrado y tan sellado, que ninguna pura criatura es digna ni capaz de abrirlo, sino él solo? ¿Qué libro es este que el Cordero   —336→   recibe inmediatamente de la mano derecha del que estaba sentado en el trono; que abre allí mismo en medio de toda aquella numerosa y venerable asamblea; que la llena toda, con sólo abrirlo, de tanto regocijo y alegría, que no cabiendo en el cielo, se difunde a todas las criaturas del universo? Sin duda debe figurarse y significarse por este libro alguna cosa muy grande; pues las resultas de su apertura son tan grandes, tan extraordinarias y tan nuevas. Yo confieso que siempre he tenido el mismo deseo, pareciéndome que una vez que esto se entendiese, sería ya fácil sacar muchas y muy útiles consecuencias. Lo que sobre esto hallo en los intérpretes, hablando francamente, no me satisface; o porque no entiendo lo que quieren decir, o porque no le hallo proporción alguna con lo que dice el texto sagrado. ¿Quién podrá persuadirse, por ejemplo, después de haber considerado el texto con todo su contexto, que el libro de que aquí se habla es la misma Escritura divina? ¿Cómo y a qué propósito? Ésta, dicen oscuramente, se abrió, o se entendió con la muerte y resurrección de Cristo. Y no obstante esta supuesta apertura, digo yo: los doctores han trabajado infinito en buscar la inteligencia de la misma Escritura, diciendo las más veces unos una, y otros otra cosa sobre un mismo lugar.

66. ¿Quién podrá persuadirse que el libro de que aquí se habla es el mismo libro del Apocalipsis? ¿Cómo, y a qué propósito, cuando es cierto que no había tal libro en el mundo, en el tiempo que San Juan tuvo esta visión? Y aun prescindiendo de este anacronismo, ¿el libro del Apocalipsis es el que recibe el Cordero de mano de Dios, el que abre delante de todos los ángeles y santos, el que con su apertura llena de júbilo y regocijo al cielo y a la tierra? Cierto que no lo entiendo, sino es acaso que quieran decirnos que así en el Apocalipsis como en otras muchas Escrituras se nos dan grandes ideas del libro de que hablamos, y de algunas cosas de las que contiene, a lo cual no pienso repugnar. ¿Pues qué libro puede ser éste, al que competan con propiedad las cosas tan nuevas y admirables,   —337→   que se dicen de él? Yo bien creo, señor, que no me preguntáis sobre las cosas particulares que están escritas en el libro; pues no ignoráis lo que se dice en el mismo texto: no fue hallado ninguno digno de abrir el libro, ni de mirarlo.666 Si ninguno es digno de abrir el libro, ni de mirarlo, ¿quién podrá decir lo que contiene? Seguramente contiene lo que dice San Pablo: Que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió.667 Mas si sólo me preguntáis sobre el título del libro, esto es, sobre su argumento o asunto general, voy luego a proponer simplemente mi pensamiento, pidiendo no sólo atención, sino consideración y examen formal, y todo ello poniendo a un lado por un momento toda preocupación.

67. El libro, pues, de que hablamos, me parece a mí, atendidas las circunstancias, que no es otro sino el mismo Testamento nuevo y eterno de Dios, en el cual sabemos de cierto que está llamado en primer lugar, y constituido heredero, Rey y Señor universal de todo, aquel mismo Unigénito de Dios, por quien son todas las cosas, y para quien son todas las cosas668, al cual constituyó heredero de todo, por quien hizo también los siglos669; aquel que siendo Unigénito de Dios, resplandor de la gloria, y la figura de su sustancia y sustentándolo todo con la palabra de su virtud670, es al mismo tiempo por su infinita dignación, el primogénito entre todos los que son, y serán llamados hijos de Dios: que según su decreto son llamados santos... para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.671   —338→   Dije en primer lugar, porque también sabemos con la misma certidumbre, que juntamente con el primogénito, y por él... de él... y en él672 están llamados a la herencia, como coherederos suyos, todos sus hermanos menores, los cuales muchos días ha, que se llaman y convidan con las mayores instancias; muchos días ha que se buscan por todas partes, y entre todas las gentes, tribus, y lenguas, para que quieran admitir la dignidad de hijos de Dios, y tener parte en la herencia de que habla el mismo Testamento nuevo y eterno; pidiéndoles de su parte solamente dos condiciones indispensables, que son fe y justicia; esto es, que crean en verdad a su Dios, y sigan sin temor alguno, obedezcan, imiten, amen, y se conformen todo lo posible con la imagen viva del mismo Dios, que es su propio Hijo: Porque los que conoció en su presciencia, a estos también predestinó, para ser hechos conformes a la imagen de su hijo... Y si hijos también herederos, herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo... El que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros; ¿cómo no nos donó también con él todas las cosas?673

68. Es ciertísimo que este Testamento nuevo y eterno de Dios, tan anunciado en las antiguas Escrituras, está ya hecho muchos tiempos ha; está firmado irrevocablemente; está sellado y asegurado por dos cosas infalibles, en las cuales es imposible que Dios falte674, esto es, con la palabra de Dios, y con la sangre del Cordero, con la sangre   —339→   del Hombre Dios, la sangre del nuevo (y eterno) Testamento675, así como el Antiguo Testamento que era solamente por algún tiempo, y como ayo que nos condujo a Cristo, se selló y aseguró con la sangre de animales: Porque Moisés habiendo leído a todo el pueblo todo el mandamiento de la ley, tomando sangre de becerros, y de machos de cabrío con agua, y con lana bermeja, y con hisopo; roció al mismo libro, y también a todo el pueblo, diciendo: Ésta es la sangre del Testamento que Dios os ha mandado.676 Mas aunque este Testamento de Dios, nuevo y eterno, está ciertamente hecho, aunque está firmado y asegurado irrevocablemente; parece del mismo modo cierto e indubitable, que todavía no se ha abierto, sino que está cerrado y sellado, hasta que llegue el tiempo de abrirse. Lo que ahora llamamos Testamento nuevo, esto es, las nuevas Escrituras, canónicas, auténticas, divinas, que se han hecho después del Mesías, no son, propiamente hablando, el Testamento mismo, son solamente la noticia, el anuncio, el convite general que se hace a todos los pueblos tribus y lenguas, para que concurran todos los que quisieren a la gran cena, y procuren entrar en parte del Testamento nuevo y eterno de Dios; verificando cada uno en sí mismo aquellas dos condiciones que se piden a todos, y a cada uno en particular; esto es, fe y justicia. Estas nuevas Escrituras se llaman con mayor propiedad el Evangelio del reino, que es el nombre que dio el Mesías a la misión y predicación de los apóstoles: Evangelio, o anuncio, o buenas nuevas del reino, el cual reino es todo lo que contiene el Testamento mismo. No hay, pues, razón alguna para confundir la noticia de estar ya hecho el Testamento de Dios, nuevo y eterno, con el   —340→   Testamento mismo. La noticia es cierta y segura, y sobre esta certidumbre y seguridad, se trabaja muchos siglos ha, en que todos la crean y se aprovechen de ella; mas el Testamento mismo ninguno lo ha leído hasta ahora, y ninguno es capaz de leerlo; ya porque ninguno es capaz de entender lo que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió; ya principalmente porque está todavía en manos de Dios, cerrado y sellado, con siete sellos, hasta que lleguen los tiempos y momentos, que el Padre puso en su propio poder; hasta que se ponga el Testamento en manos del Cordero; hasta que el Cordero mismo rompa los sellos; hasta que lo abra públicamente en el supremo y pleno Consejo de Dios mismo y con esto entre jurídicamente en la posesión actual de toda su herencia, con el hágase, hágase, o con el consentimiento y aclamación, deseo, y júbilo, y exultación unánime de todo el universo.

69. En efecto, ¿qué quiere decir presentarse el Unigénito de Dios, como hijo de hombre, como Cordero, así como muerto; presentarse, digo, delante del trono de su divino Padre en aquel Consejo extraordinario, y en aquel tiempo de que vamos hablando; recibir de mano del Padre un libro cerrado y sellado, que ninguno puede abrir sino él solo; abrirlo allí públicamente en presencia de Dios, y a vista de todos los ángeles, y de todos los conjueces y testigos; llenarse de admiración, y de un júbilo extraordinario con la apertura del libro, así los conjueces y testigos, como todos los espíritus angélicos; postrarse todos llenos de verdadera devoción, de agradecimiento, y del más profundo respeto, delante del trono de Dios, y también delante del Cordero mismo; alabar a Dios, bendecirlo, y darle gracias, por lo que acaba de suceder, esto es, porque ha puesto ya el libro en manos del Cordero, y el Cordero lo ha abierto a vista de todos, y manifestado todos sus secretos; conocer, y confesar todos unánimemente, que el Cordero, que fue muerto, es realmente digno de todo aquello que ha recibido con el libro, y está encerrado en el mismo libro?   —341→   ¿Difundirse esta exultación y júbilo sagrado desde aquel supremo Consejo a todas las criaturas del universo? ¿Oírse al punto las voces de todos, que gritan y aclaman a una voz: Al que está sentado en el trono, y al Cordero: bendición, y honra, y gloria, y poder en los siglos de los siglos? ¿No es esto manifiestamente una confirmación o una relación más extensa, y más circunstanciada del texto de Daniel?

70. Una persona admirable, como Hijo de Hombre (dice este Profeta), llegó como de las nubes del cielo, y entrando sin impedimento ni oposición alguna en el gran Consejo de Dios, se presentó o fue presentado delante de su trono, y allí recibió de mano de Dios la potestad, el honor y el reino: y he aquí (son sus palabras) venía como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él. San Juan dice que este mismo Hijo del Hombre, presentado delante del trono de Dios en figura de Cordero, así como muerto, recibió de su mano un libro cerrado y sellado677, que sólo él podía abrir, que lo abrió allí mismo a vista de todos los conjueces y testigos, con admiración, y exultación de todos; y en consecuencia inmediata de esta apertura del libro, todos se postraron delante de Dios y del Cordero, diciendo: digno es el Cordero, que fue muerto, de recibir el honor y la gloria, la virtud y la potestad, la bendición, la sabiduría, la fortaleza, etc. Decidme ahora, señor mío, con sinceridad: ¿no es éste el mismo misterio de que habla Daniel? ¿No es esto decirnos manifiestamente, que recibiendo el Cordero un libro de mano de Dios, recibe en él la potestad, el honor y el reino? ¿No es esto decirnos manifiestamente que recibiendo el libro y abriéndolo, se halla ser el Testamento de su divino Padre, en que lo constituye y declara heredero de todo? ¿No es esto decirnos manifiestamente, que junto con el libro, y el libro mismo, se le da la posesión actual de toda su herencia; esto es, la potestad, el honor y el reino? Si no es esto, ¿a qué propósito son   —342→   tantas voces de júbilo y regocijo, con que resuena todo el universo a sola la apertura del libro? Considérese todo esto con más formalidad, y examínese con mayor atención. Yo no puedo detenerme más en esta consideración, porque me llama a grandes voces la mujer misma que acaba de parir espiritualmente este hijo másculo, este Hijo del Hombre, este Cordero; la cual después del parto queda en la tierra en grandes conflictos.

71. Volviendo ahora al punto particular que dejamos suspenso, lo que decimos y concluimos es: que a este mismo Consejo extraordinario, a este mismo trono de Dios de que habla Daniel, y de que habla San Juan, será arrebatado y presentado el hijo másculo de nuestra mujer metafórica, luego al punto, que se verifique su nacimiento también metafórico; luego al punto, digo, que esta celebérrima mujer, vestida ya del sol, lo conciba por la fe, y lo dé a luz por una pública confesión de la misma fe: Y parió un hijo varón, que había de regir todas las gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono; pues según todas las ideas que no dan las Santas Escrituras, parece que esto sólo se espera, para dar a este hijo de esta mujer, a este Hijo de Dios, a este Hijo del Hombre, a este Cordero que fue muerto, toda la potestad actual, todo el honor efectivo y real, y todo el reino y principado universal, que por tantos títulos se le debe, y de que ya está constituido heredero en el Testamento nuevo y eterno de su divino Padre. Por consiguiente, no se espera otra cosa para poner en sus manos este libro, o este Testamento, y para comenzar a ponerse en ejecución lo que en él se contiene.

72. Entonces, señor mío, y sólo entonces se empezarán a ver los grandes y admirables misterios que contiene el Apocalipsis, y a verificarse sus profecías, las cuales, digan otros lo que quisieren, hasta ahora no se han verificado, no digo todas, o muchas, pero ni una sola. Entonces se revelará, se manifestará, o saldrá a la pública luz, con todas sus piezas y resortes, aquella gran máquina, o aquel gran misterio de iniquidad, que llamamos Anticristo, el que se   —343→   está formando tantos tiempos ha, y en nuestros días vemos ya tan adelantado y tan crecido.




ArribaAbajoArtículo IV

Capítulo XII, versículo 6

Y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos y sesenta días.678

73. Habiendo la mujer dado a luz, aunque con grandes angustias y dolores, lo que encerraba dentro de sí; habiendo volado a Dios, y a su trono el fruto de su vientre, que había de regir todas las gentes con vara de hierro; mientras se obraban los misterios grandes y admirables que acabamos de observar, y otros más que observaremos luego; fuera de otros infinitos que al hombre no le es lícito hablar679; dice el texto sagrado, que la mujer huyó luego inmediatamente a la soledad, donde Dios le tenía preparado un lugar cómodo y seguro para que allí viviese, y se le diese el sustento necesario y conveniente por espacio de 1260 días, que son puntualmente 42 meses, y según el calendario antiguo tres años y medio, tiempo necesario que debe durar la gran tribulación del Anticristo entre las gentes, y en que debe pervertirlas casi enteramente, como se dice en todo el capítulo siguiente y también en el evangelio680.

74. Parece moralmente imposible comprender bien lo que aquí se nos dice, si no advertimos, o si hacemos poco caso de la alusión tan clara y tan sensible que contienen estas pocas palabras. Si no volvemos, digo, los ojos a los tiempos pasados, trayendo a la memoria aquel célebre suceso de que se habla en el libro del Éxodo, al cual aluden   —344→   también frecuentemente los Profetas, cuando anuncian la vocación futura de Israel, como hemos observado, y todavía hemos de observar.

75. Cuando Dios determinó dar a su pueblo aquella ley que llamamos escrita; cuando determinó entrar el en pacto y sociedad pública con este pueblo; cuando se dignó sublimarlo a la dignidad de esposa, y celebrar solemnísimamente aquel contrato en que ambos quedaron ligados y obligados perpetuamente; fue conveniente ante todas cosas sacar de Egipto a este pueblo o a esta esposa; redimirla del cautiverio, esclavitud y miseria en que entonces se hallaba; separarla enteramente del trato y comunicación de aquella gente supersticiosa; y conducirla en primer lugar, aun a costa de prodigios inauditos, al desierto y soledad del monte Sinaí. Fue conveniente tenerla por algún tiempo en aquella soledad, sustentándola en alma y cuerpo, con maná del cielo, para que allí, libre de toda ocupación, desembarazada de todo otro cuidado, y lejos de toda distracción, pudiese oír quietamente la voz de su Dios, y ser enseñada e instruida, así en el rito y ceremonias del nuevo culto, como en todas las otras leyes que debía observar.

76. Del mismo modo podemos discurrir y discurrimos confiadamente, según las Escrituras, que sucederá cuando llegue aquel tiempo feliz anunciado con tan magníficas expresiones por los681 Profetas de Dios; cuando llegue aquel tiempo feliz de la vocación, conversión, congregación y asunción de las reliquias preciosas de este pueblo, y de esta esposa, a quien todos miran como repudiada y abandonada; cuando esta antigua esposa de Dios, no repudiada, sino castigada, afligida y penitenciada por su enorme ingratitud, conciba en espíritu, y dé a pública luz aquel mismo hijo infinitamente amable y apreciable, que en otros tiempos había parido, según la carne, sin haber querido, hasta la presente, reconocerlo por lo que es, ni distinguirlo del resto de los hombres.

77. Entonces, pues, sacará Dios segunda vez de Egipto, o de todas las tierras a su antigua esposa: y será en   —345→   aquel día, extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo, que quedará de los Asirios, y de Egipto... y de las islas del mar. Y alzará bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cuatro playas de la tierra... Y habrá camino para el resto de mi pueblo, que escapare de los Asirios (esto es, al residuo de las diez tribus), así como lo hubo para Israel en aquel día, que salió de tierra de Egipto.682 Entonces sacará Dios a su antigua esposa de todas las tierras y naciones donde él mismo la tiene dispersa, desterrada, cautiva y llena de todo aquel oprobrio y confusión, que ella misma se ha merecido. Entonces la sacará con los mismos o mayores prodigios con que la sacó de Egipto; pues así le está anunciado y prometido en casi todos los Profetas: según los días de tu salida de la tierra de Egipto, le haré ver maravillas (o como leen los LXX: ved las maravillas). Lo verán las gentes (prosigue), y serán confundidas con todo su poder.683 Y por Jeremías se les dice a estas santas reliquias: no dirán ya más: Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto. Sino: Vive el Señor, que sacó, y trajo el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las tierras, a las cuales los había yo echado allá; y habitarán en su tierra.684

78. De la huida de esta mujer al desierto, y de sus ocupaciones en aquella dulce soledad, hablamos de propósito   —346→   en el capítulo VIII; y como no es preciso seguir el orden mismo de la profecía, San Juan toca aquí este misterio sólo en general, y al punto lo deja, o lo reserva para mejor lugar, substituyendo otro misterio no menos grande, que debe suceder en el mismo tiempo, sin cuya noticia no se puede entender bien el misterio de la huida de la mujer, y de su habitación en la soledad. Sigamos, pues, el orden del texto sagrado, que sin duda alguna es el más conveniente y el mejor.




ArribaAbajoArtículo V

Capítulo XII, versículos 7, 8 y 9

Y hubo una grande batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. Y no prevalecieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él.685

79. Esta batalla célebre entre San Miguel y sus ángeles, y el dragón y los suyos, parece clarísimo por todo el texto sagrado, y por todo su contexto, que debe suceder después del parto no menos célebre de la mujer vestida del sol, y después que el hijo másculo, que había de regir todas las gentes con vara de hierro, haya volado a Dios,   —347→   y presentádose delante de su trono. Asimismo parece clarísimo por todo el contexto, que la batalla debe darse únicamente por causa de la mujer, y en consecuencia de su parto, el que el dragón no pudo impedir, ni pudo devorar. En este supuesto no arbitrario, sino cierto, claro y perceptible a todos, no tenemos necesidad alguna, antes nos puede ser de sumo perjuicio, divertirnos a otras cosas, o falsas, o a lo menos inciertas, dejando entre tanto sin explicación, y aun sin atención, un suceso o un misterio tan grande, como debe ser esta batalla. Los intérpretes del Apocalipsis (hablo de los literales, que de los otros no hay para qué hablar) recurren aquí para decir algo, y llenar con esto algunos vacíos, a aquel caos oscurísimo o impenetrable del pecado y castigo de los ángeles malos, imaginando y dando luego por cierta la imaginación, que cuando el gran príncipe Satanás, abusando de su libertad y de los dones del Criador, se rebeló en el cielo contra Dios, trayendo a su partido (como dicen) la tercera parte de los ángeles, se le opuso lleno de verdadero celo otro príncipe no menos grande, que la Escritura llama Miguel, a quien se agregaron las otras dos terceras partes de los espíritus angélicos. Con esto, encendidos los unos con un verdadero celo de la honra de Dios y los otros en ira y furor, trabaron entre sí una gran disputa, que pasó naturalmente a una verdadera batalla, en la que Miguel y sus fieles compañeros vencieron a Satanás y a sus rebeldes, y los arrojaron del cielo a la tierra; esto es, al infierno.

80. Si preguntamos ahora por curiosidad, ¿de qué fuentes, de qué archivos públicos o secretos se han sacado una noticia como ésta?, parece más que probable que con esta sola pregunta deban quedar, aun los más eruditos, en un verdadero y no pequeño embarazo. Este suceso que suponen por cierto (podemos decirles) precedió ciertamente a la creación del hombre, o mucho o poco, según varios modos de pensar; pues de la Escritura divina nada consta. Por otra parte, es igualmente cierto que lo que ha pasado, o puede pasar entre los entes puramente espirituales, no es   —348→   del resorte del hombre, aun cuando fuese de una ciencia perfecta686; son estas cosas muy superiores a su limitada inteligencia. Es verdad que pueden llegar a su noticia, mas no por otro conducto que el de la Revelación divina, cierta y segura. ¿De aquí se sigue legítimamente, que si el suceso de que hablamos no nos lo ha revelado Dios en sus Escrituras, podremos no solamente no creerlo, sino reprobarlo como apócrifo? A esta pregunta o consulta no hay duda que responden; mas la repuesta no es otra que remitirnos, como quien está de prisa, a este mismo lugar del Apocalipsis que ahora observamos. Mas este lugar del Apocalipsis, ¿de qué tiempos habla, de pasados o de futuros? ¿Es una historia, o una profecía? Es profecía, dicen, que anuncia innegablemente para otros tiempos todavía futuros una grande y terrible entre los ángeles malos y buenos. Mas esta batalla futura que se anuncia, alude a la que se dio en el cielo entre los mismos ángeles antes de la creación del hombre. ¡Oh, válgame Dios! ¿No es esto, propiamente hablando, responder por la cuestión? Para que un suceso cierto y seguro (sea presente o futuro) aluda o pueda aludir a otro suceso semejante ya pasado, es necesario que aquel suceso ya pasado, sea igualmente cierto y seguro, y que esto esté por otra parte bien probado, con aquella especie de prueba que pide el asunto. Esta proposición parece un axioma, y lo es en realidad. ¿Quién no se reiría, por ejemplo, de un historiador que nos refiriese ahora una gran batalla naval entre africanos y europeos, sucedida en los tiempos anteriores a Noé? Y si preguntado de dónde había tomado una noticia tan plausible, nos remitiese a la historia romana; si nos asegurase e hiciese ver en esta historia la batalla naval entre cartaginenses y romanos, sucedida en la primera guerra púnica; si nos asegurase con formalidad, que esta batalla naval alude, o aludió a otra semejante, que sucedió en los tiempos antediluvianos: ¿sobre este solo fundamento pudiéramos creer aquella noticia? Aplíquese pues la semejanza.

  —349→  

81. No me parece conveniente disimular aquí lo que algunos autores687 no ordinarios, ni de la clase inferior, han discurrido para confirmar, o fundar de algún modo posible aquella noticia. Éstos nos remiten al capítulo primero del Génesis, donde nos hacen observar aquellas palabras del versículo 4. Y vio Dios la luz que era buena. Y separó a la luz de las tinieblas. Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche688; las cuales palabras consideradas profundamente pueden tener (dicen) fuera de su sentido literal, este otro sentido: vio Dios la fidelidad y bondad del príncipe Miguel y de todos los ángeles que eligieron con él la mejor parte, y aprobando esta fidelidad, y canonizándola por buena, los dividió de los ángeles infieles: Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche; esto es, a los primeros les dio el nombre de día, esto es, les dio la luz y claridad de la visión beatífica. Y a los segundos los llamó noche, esto es, los arrojó de sí a la noche eterna del infierno. La sustancia de lo que aquí se dice, es una verdad de la que el texto no habla, y en donde se echa menos (porque sin duda no se ha podido más) la batalla entre los ángeles fieles e infieles. Si proseguimos ahora leyendo en esta inteligencia, este lugar del Génesis, hallamos a pocos pasos que aquellos dos luminares que crió Dios, uno para el día, y otro para la noche, su destino a lo menos secundario sería éste: que el sol sirviese a los ángeles buenos, y la luna a los malos. Y aquellas palabras del salmo CXXXV: El sol para presidir el día... La luna y las estrellas para presidir la noche689, podrán también tener este sentido: que el sol tenga potestad o influya sobre los ángeles buenos, y la luna y estrellas sobre los malos, etc.

82. Hablando ahora simple y sencilla o seriamente, que parece un mismo modo de hablar, es ciertísimo que en todas   —350→   las Santas Escrituras, no se halla ni una sola palabra de donde poder inferir, ni aun sospechar aquella supuesta batalla sucedida en el cielo, al principio de la creación, entre los ángeles buenos y malos; ni el690 pecado de unos, ni sus consecuencias; ni el tiempo y medios que les dio Dios, o que no les dio de penitencia, etc. Nada de esto sabemos por la Revelación, y si nada sabemos por la Revelación, ¿por cuál otro conducto lo podremos saber? Al paso que ésta nos habla frecuentísimamente de los ángeles buenos, y también de los malos, de los servicios reales que nos hacen los unos, y de los perjuicios igualmente reales que nos hacen los otros, y que nos desean y procuran hacer a todas horas; a este mismo paso observa un profundísimo silencio sobre la caída de los ángeles malos, y sobre las causas y circunstancias de su reprobación; o porque esta noticia no nos es necesaria, o lo que parece más verosímil porque en el estado presente no somos capaces de entender lo que pasa, o puede pasar entre criaturas puramente espirituales. A éstas no las concebimos, sino bajo aquellas especies poco justas, que nos prestan nuestros sentidos.

83. Nos basta, pues, saber en el estado presente dos cosas de gran importancia. Primera: que hay ángeles, o criaturas puramente espirituales, a quienes llamamos con este nombre general, los cuales son buenos, santos, píos, benéficos, bien aventurados, que siempre ven la cara de mi Padre, que presentan a Dios nuestras oraciones, que nos socorren y ayudan en nuestras tentaciones y necesidades, que nos procuran todo el bien posible, como que son, o todos o muchísimos de ellos, según la voluntad del Padre celestial, enviados para ministerio en favor de aquellos que han de recibir la heredad de salud.691 Segunda: que hay también ángeles malos, perversos, inicuos, malignísimos, arrojados para siempre de la gracia y amistad de Dios, sin duda por el mal uso que hicieron de su libertad, y de los dones de su Criador, mientras fueron viadores, los cuales   —351→   no cesan de perseguirnos, de insidiarnos, y también de acusarnos ante el tribunal del justo juez; pidiendo y alegando contra nosotros, por el mal uso que también hacemos de nuestra libertad, de nuestra razón, de nuestra fe, y de tantos bienes naturales y espirituales que hemos recibido. Estas dos cosas nos basta saber, y nos fuera una cosa utilísima el saberlas bien, y mucho más el aprovecharnos de esta noticia. La ciencia de otras cosas más particulares no nos toca, ni nos es necesaria, ni asequible en el estado presente.

84. Concluida esta digresión, no del todo inútil, entremos ya a observar de propósito el lugar del Apocalipsis, que dejamos suspenso. Para cuya inteligencia no tenemos necesidad alguna de suposiciones arbitrarias, ni de discursos artificiales. El mismo texto y contexto de esta profecía nos abre el camino fácil y llano. No tenemos que hacer otra cosa, sino seguirlo; advirtiendo bien y llevando presente estas dos verdades, no menos necesarias que innegables.

85. Primera: que el dragón y sus ángeles, no obstante de estar privados para siempre de la gracia y amistad de Dios, tienen todavía algún acceso a él, real y personal; pueden todavía llegar a Dios, presentarse delante de su tribunal, hablar con él, pedir y acusar, alegar, etc. Esto parece claro por las Escrituras, y me parece que ninguno lo niega, ni lo duda. Consta del capítulo II de Job. Consta del capítulo XXII del libro III de los Reyes. Consta del capítulo XXII, versículo 31, del Evangelio de San Lucas, y consta de este mismo lugar del Apocalipsis, versículo 10, como veremos en el artículo siguiente. Este acceso a Dios, que ha tenido y tiene todavía el dragón y sus ángeles, no es para adorarlo y honrarlo como a su criador y Señor, ni para gozar de su vista, ni para amarlo como a sumo bien; todo esto es infinitamente ajeno de su estado presente, y aun contrario a sus inclinaciones. Según las ideas que sobre esto nos dan las Escrituras, sólo podemos concebir este acceso a Dios de los espíritus malignos, como el que tiene acá en la tierra cualquier hombre privado, por vil que sea, a su rey o príncipe en su   —352→   consejo o tribunal de justicia. Si el tribunal procede como debe, oye, o admite cualquiera acusación, de cualquier acusador que sea; y si después de bien examinada, se halla verdadero el delito en el acusado, no puede menos de dar la sentencia contra él, según lo alegado y probado, aunque por otra parte deteste y abomine al vil acusado. Esta ley, como fundada en la recta razón, se ha practicado universalmente en todos tiempos y en todas las naciones, aun las menos civiles; y se practicará mientras hubiere en el mundo recto juicio.

86. Ahora pues, como el gobierno y justicia de los hombres, que como saben o deben saber todos los cristianos, de Dios son ordenadas692, es una imagen o una emanación de la justicia y gobierno de Dios, podemos decir seguramente que lo mismo sucede a proporción en el sacrosanto y rectísimo tribunal del sumo Dios, respecto de Satanás y de sus ángeles. Si a éstos se les concede acceso a Dios, como a justo juez, por razones que no son de nuestro resorte, es consiguiente que se admita la acusación. Si ésta se admite, es consiguiente que se examine, o que se vea si es verdadera o falsa. Si se halla verdadera, innegable e indisimulable, es consiguiente y aun necesario que se dé luego la sentencia contra el culpado, aunque el acusador haya procedido con intenciones tan perversas, como las puede tener el mismo Satanás; pues en un juicio justo, o en un recto tribunal de justicia no se atiende a la intención buena o mala del acusador, sino solamente a la verdad o falsedad de la acusación. La mala intención tendrá a su tiempo su juicio y su sentencia.

87. La segunda cosa que debemos advertir aquí y no olvidar, es aquel Consejo extraordinario y juicio supremo, de que hablamos en el artículo IV, el cual, como se dice expresamente en Daniel, se debe abrir en aquellos tiempos, para quitar a los hombres toda la potestad que habían recibido, y de que tanto han abusado: Y se sentará el juicio   —353→   para quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca693 para siempre. Y que el reino, y la potestad, y la grandeza del reino que está debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo.694 En el cual supremo Consejo se sienta, en primer lugar, en su trono el Anciano de Días, y en sus tronos respectivos otros conjueces. En que asisten millares de millares de ángeles, prontos a ejecutar lo que allí se ordena. En que se presenta el Mesías mismo, según Daniel, como Hijo de Hombre; y según San Juan, un Cordero así como muerto. En que tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono, según dice San Juan; y según Daniel, recibe la potestad, y la honra, y el reino, etc. Este Consejo o Juicio supremo que se abre, como queda notado, después del parto de la mujer, persevera abierto y en continua operación, todo el tiempo que la mujer misma está retirada en la soledad, es decir, los mismos cuarenta y dos meses que debe durar entre las gentes la gran tribulación del Anticristo, o del misterio de iniquidad, ya consumado y revelado, hasta que del mismo Consejo o tribunal supremo se desprenda la piedra, y se encamine directamente hacia la estatua, hiriéndola en sus pies de hierro, y de barro; hasta que el Hijo del Hombre o el Cordero mismo, Cristo Jesús, llegada aquella hora y momentos, que puso el Padre en su propio poder, y que espera con las mayores ansias el cielo y la tierra, vuelva a ésta después de haber recibido el reino con toda aquella gloria y majestad con que se describe en el capítulo XIX del mismo Apocalipsis.

88. Esta verdad no sólo se colige, sino que se ve con los ojos, leyendo con alguna mediana atención el mismo Apocalipsis, desde el capítulo IV, hasta el XIX. Después de abierto aquel Consejo extraordinario, y sentado el juicio, para quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca   —354→   para siempre; después que el Hijo del Hombre, o el Cordero supremo se presenta en dicho juicio, y recibe el libro de mano de Dios mismo, etc., se ve y se palpa en el Apocalipsis que de este mismo Consejo y juicio supremo empiezan luego a salir, y prosiguen saliendo, hasta la venida del Señor, nuevas, repetidas y casi continuas órdenes contra la tierra, contra la bestia en especial, contra los adoradores de la bestia, contra los que traen ya en la frente o en las manos su carácter, o su nombre, o el número de su nombre; todo lo cual, como queda notado en otra parte, no es otra cosa que el reniego o la formal apostasía. De este Consejo o juicio se ven salir primeramente, conforme se van abriendo los siete sellos del libro, aquellos siete misterios cuya inteligencia, aunque la ignore por la mayor parte, mas no ignoro que son verdaderos males, y verdaderas plagas, para estos que moraban sobre la tierra.695 De este Consejo o juicio se ven salir aquellos cuatro ángeles, que estaban sobre los cuatro ángulos de la tierra... a quienes era dado poder dañar a la tierra, y a la mar.696

89. De este Consejo o juicio, después de abierto el último sello del libro, y habiendo precedido un silencio como de media hora, se ven salir luego inmediatamente siete ángeles, a quienes les fueron dadas siete trompetas697, a cuyo sonido y a cuyas voces sucesivas van sucediendo y efectuándose en la tierra aquellas siete plagas horribles de que se habla en los capítulos XIII y IX y parte del X. De este Consejo o juicio se ve salir un ángel con un incensario en la mano lleno de brasas de fuego, las cuales arroja sobre la tierra: y fueron hechos truenos, y voces, y relámpagos y terremoto grande.698 Poco después se ven salir   —355→   del mismo Consejo otros siete ángeles, cada uno con su fiala o redoma, en las cuales llevan las siete plagas postreras. Porque en ellas es consumada la ira de Dios699; y a quienes se dice: Id, y derramad las siete copas de la ira, de Dios sobre la tierra.700 De este Consejo o juicio, después de sustanciada la causa, y dada la sentencia, sale también la orden de su ejecución contra la grande Babilonia, que allí mismo vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira701; la que se ve ya en aquel tiempo, sentada sobre la bestia, y no obstante llena de presunción y seguridad vanísima, diciendo dentro de su corazón: Yo estoy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto.702 De todo lo cual se habla difusamente en los dos capítulos XVII y XVIII y parte del XIX. En suma, de este Consejo o juicio supremo se ven salir tantas, tan nuevas, tan inauditas órdenes contra la tierra, que cualquiera las puede observar fácilmente, si lee con cuidado el divino libro del Apocalipsis, desde el capítulo IV en que se abre el Consejo y empieza la visión hasta el XIX en que se ve bajar del cielo en su propia persona el Rey de los reyes.

90. Supuestas y advertidas bien estas dos verdades, esto es, el acceso que tienen todavía a Dios los ángeles malos, y el Consejo o juicio extraordinario que se ha de abrir en los tiempos de que hablamos, con esto sólo queda fácil y llana la inteligencia de este misterio particular. La batalla de San Miguel y sus ángeles, con el dragón y los suyos, debe de ser una consecuencia muy natural del estado nuevo a que ha pasado la mujer después de su parto.

91. Ya hemos visto desde el artículo II las sospechas,   —356→   los temores e inquietudes del dragón, al ver una tan gran novedad en aquella misma mujer, a quien hasta entonces había mirado con el mayor desprecio. Estas sospechas y temores crecen y se aumentan hasta llegar al supremo grado, al verla realmente preñada y ya para parir. Hemos visto las diligencias que hace, y los expedientes que toma (haciendo entrar a todo el mundo en sus propios intereses, y tocando al arma por todas partes contra esta mujer), para impedir desde sus principios las resultas terribles de su preñez y de su parto. Hemos visto sus deseos y esfuerzos inútiles para devorar el parto mismo, ya que no le es posible el impedirlo, es decir, para que la mujer después del parto se arrepienta de lo hecho, para que niegue y renuncie, desconozca y olvide enteramente el fruto mismo de su vientre, que acaba de dar a luz entre tantas angustias. Hemos visto que la mujer, no obstante los artificios y las violencias del dragón, parió un hijo varón, que había de regir todas las gentes con vara de hierro; que este hijo suyo voló al punto a Dios, y se presentó delante de Dios y de su trono; que allí recibió de su mano un libro cerrado y sellado; que lo abrió allí mismo con admiración y júbilo plenísimo de todo el universo, etc. Hemos visto, en fin, que la mujer después del parto, quedando victoriosa de tantos enemigos, se retira del mundo, y se encamina a la soledad.

92. Pues en este conflicto tan importuno y terrible, ¿qué remedio? En la tierra ninguno aparece. Todos se han tomado703, y todos se han frustrado. No hay, pues, otra esperanza que acudir al cielo. ¿Al cielo? ¿El dragón acudir al cielo contra una mujer manifiestamente protegida del cielo? ¿Contra una mujer que ha creído, y que ha confesado públicamente su fe? Sí, dice el dragón, al cielo. No nos queda ya otra áncora que arrojar al mar, para evitar el cierto naufragio. Al cielo, al tribunal del justo Juez. Hasta ahora se han oído y despachado a nuestro favor todas las acusaciones que hemos hecho contra esta mujer (lo cual no ignora Dios), que ha sido en todos tiempos   —357→   la más infiel, la más ingrata, la más vil y perversa de todas las mujeres. Puede ser que seamos oídos y atendidos también esta vez. No perdamos tiempo, vamos al cielo, presentemos contra ella nuevas acusaciones, y si éstas no se admiten, presentemos juntas, sin olvidar una sola, todas las antiguas, que son gravísimas y casi infinitas. Consolado un momento con estos pensamientos, y lisonjeado con estas esperanzas, se encamina al punto para el cielo, seguido de todos sus ángeles, y abandonado por entonces todo otro interés. Como el que lleva no sufre dilaciones, ninguna otra cosa es capaz de detenerlo, ni aun de divertirlo. No obstante que halla mudado en el cielo todo el teatro; no obstante que halla otro nuevo tribunal y juicio, cuyas puertas halla cerradas; no por eso se turba, ni pierde el ánimo ni las esperanzas; se presenta a estas puertas pidiendo audiencia, y pretendiendo con aquel orgullo y audacia que es su propio carácter, que se le dé entrada, como siempre, para proponer y hacer valer sus acusaciones; y también, si acaso esto le es posible, para investigar lo que allí se trata. No penséis, señor, que éste es alguno de aquellos vanos fantasmas que finge la imaginación, y que se desvanecen más presto de lo que se formaron. De más de ser una cosa naturalísima, en que por otra parte no se halla repugnancia alguna, todo esto lo veréis claro en el artículo siguiente, y bien expreso.

93. Estando pues, el dragón y sus ángeles, como tumultuando, digámoslo así, o como batiendo atrevidamente las puertas de aquel nuevo juicio, se levanta por orden de Dios el príncipe grande San Miguel, seguido de innumerables ángeles, y sale fuera a reprimir aquella audacia: Y en aquel tiempo, se le dice a Daniel, capítulo XII, se levantará Miguel, príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo. De este texto hablaremos luego. El dragón furioso pretende entrar de grado o por fuerza, San Miguel le resiste constantemente. El dragón clama grandes voces ser oído en juicio, pues trae acusaciones   —358→   gravísimas contra la mujer que acaba de parir; San Miguel no cede un punto, antes lo trata, no sólo de inicuo, sino de falso delator, pues la mujer a quien viene a acusar ya no es la que era delante de Dios, sino otra infinitamente diversa; ya no es aquella ingrata e infiel, aquella dura, pérfida y rebelde; sino otra fiel, humilde, bañada en lágrimas de verdadera penitencia, que ha despertado de su letargo, que reconoce sus delitos, que los detesta y abomina, que, en fin, ha concebido y ha parido, esto es, ha creído y ha confesado públicamente a su Mesías, en medio de tantas oposiciones, angustias y dolores, y lo adora y ama sobre todas las cosas. Por tanto, si trae nuevas acusaciones, éstas son evidentemente falsas. Si no trae otra novedad que sus antiguos delitos, ya éstos están sobradamente castigados de herida de enemigo con cruel castigo704. Ya ha recibido esta miserable de la mano del Señor al doble por todos sus pecados705. Ya estos pecados están perdonados, y arrojados en el profundo de la mar706.

94. En esto creciendo por momentos el fervor, y no siendo probable que ceda alguna de las partes, se viene fácilmente de las palabras a las obras, y de las razones a la fuerza de las armas. Se traba, digo, entre el príncipe Miguel y el dragón, y entre los ángeles del uno y del otro una verdadera batalla, del modo que puede haberla entre puros espíritus; no solamente con voces intelectuales, o meras razones, sino también con violencia, y con fuerza real; lo cual aunque no comprendemos cómo pueda ser, mas esto sólo prueba que somos pequeños, y nuestras ideas muy escasas para poder salir de los entes puramente materiales, y pasar a entender cómo obran los puros espirituales. Nuestro estado presente no alcanza a tanto. Esperamos otro estado mejor en que todo nos será inteligible.   —359→   Y hubo una grande batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. En esta verdadera batalla, no pasada, sino todavía futura, deben quedar el dragón y sus ángeles plena y perfectamente vencidos, deben todos ser arrojados a la tierra irresistiblemente, y quedar privados desde entonces para siempre del acceso que tenían a Dios como a justo juez, para acusar, alegar y pedir contra los hombres: Y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojada en tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él.

95. Esta célebre batalla debe ser sin duda un suceso gravísimo, y de gravísimas consecuencias, pues está anunciado para aquellos tiempos con tantas, tan claras y tan magníficas expresiones. En ella deberá decidirse, y quedar decidida la suerte de la mujer, por lo cual ciertamente se pelea según todo el contexto; esto es, si esta ha de quedar enteramente libre, o sujeta de algún modo a las violencias, asechanzas, artificios y máquinas del dragón; lo que parece que interesa igualmente al cielo, a la tierra y al infierno.

Texto de Daniel, capítulo XII

96. Entendido ya el misterio de esta gran batalla, sus causas, sus fines, sus circunstancias del tiempo y del lugar, etc., se entiende al punto con ideas clarísimas todo el capítulo XII de Daniel, al cual alude manifiestamente, y no sólo alude, sino que lo explica y aclara toda esta profecía admirable, contenida en el capítulo XII del Apocalipsis.

Y en aquel tiempo (se le dice a Daniel) se levantará Miguel príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá tiempo, cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser hasta aquel tiempo. Y en aquel tiempo será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito   —360→   en el libro... (de los escogidos...) Muchos serán escogidos, y blanqueados, y probados como por fuego (o como por medio del fuego); etc.707

97. Sobre este texto de Daniel debemos reparar, lo primero, que aquí se dice clara y expresamente, que el príncipe grande San Miguel está señalado de Dios por príncipe y protector del pueblo de Israel708. Lo mismo se dice en el capítulo X, versículo último: Miguel que es vuestro príncipe. Esta circunstancia o esta advertencia, ¿para qué puede aquí añadirse, si la expedición de San Miguel, o el se levantará Miguel, no es por causa de este mismo pueblo, y para defenderlo y protegerlo? Debemos reparar lo segundo, el tiempo preciso de que aquí se habla: En aquel tiempo se levantará Miguel príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo. Este tiempo se presenta de suyo sin otra diligencia que abrir los ojos; basta leer el texto para conocer, sin poder dudarlo, que es el tiempo mismo de la vocación y asunción futura de Israel, de que habla San Pablo, y de que hablan casi todos los Profetas. Pues de este mismo tiempo se le dice a Daniel: Y en aquel tiempo será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en el libro (de los escogidos); y se añade poco después, que muchos de este pueblo serán elegidos y dealbados, y probados como por el fuego709; los cuales son visiblemente aquellos mismos de que hablamos hacia el fin del artículo I, de quienes se dice en Zacarías: Y pasaré por fuego la tercera parte, y los purificaré como se quema la plata, y   —361→   los acrisolaré como es acrisolado el oro...710 ¿Y éstos son otros que los que aparecen en el Apocalipsis, sellados en la frente con el sello de Dios vivo?

98. Debemos observar lo tercero, que este tiempo de la batalla de San Miguel con el dragón, o del se levantará Miguel, debe preceder necesaria y evidentemente a la tribulación del Anticristo, así por el texto del Apocalipsis, como por el texto de Daniel; pues expresamente se dice a este Profeta, que después de la expedición de San Miguel en consecuencia de lo que ha de haber (lo que aquí se calla y se revela en el Apocalipsis) se seguirá en la tierra un tiempo tan tenebroso, tan terrible, cual nunca se ha visto en todos los siglos anteriores: Y vendrá tiempo, cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser; que es la expresión misma de que usa el Señor en el evangelio hablando de la tribulación del Anticristo: Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva.711 Todo lo repite San Juan, y lo trae a la memoria en esta712 misma profecía que ahora observamos al verso 12 y 17 como luego veremos.

99. De aquí se sigue legítimamente, que la explicación que hasta ahora se ha dado, así al texto de Daniel, como al de San Juan, diciendo que el se levantará Miguel, o su batalla con el dragón será para defender a la iglesia de la persecución del Anticristo, esta explicación, digo, que es la común entre los intérpretes literales, no puede subsistir; la repugnan y contradicen unánimemente ambas profecías; la de Daniel por lo que acabamos de decir, y queda dicho más difusamente en el apéndice al fenómeno IV; la del Apocalipsis, porque en ella se ve claro, que el dragón vencido   —362→   y arrojado a la tierra, no pudiendo alcanzar a la mujer que huye, la que ha sido la causa de su desgracia presente, convierte todas sus iras contra lo poco que habrá entonces de verdadera Iglesia cristiana: se fue a hacer guerra contra los otros de su linaje (de la mujer), que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. Y se paró sobre la arena de la mar. Con lo cual, saliendo del mar la bestia de siete cabezas y diez cuernos, y de la tierra la bestia de dos cuernos, empieza desde luego la gran tribulación del Anticristo, y se revela todo el misterio de iniquidad, como se anuncia en todo el capítulo siguiente.

100. No siendo, pues, ni pudiendo ser esta batalla de San Miguel con el dragón para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo, que todavía no ha empezado, es consiguiente que sea otro el misterio. Yo propongo otro que es el que acabo de explicar. Cualquiera que repugnare esta sentencia o inteligencia, deberá producir otra mejor, que sea más propia, más seguida, más natural y más conforme a las Escrituras.




ArribaAbajoArtículo VI

Versículos 10, 11 y 12

Y oí una grande voz en el cielo, que decía: Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio, y no amaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual regocijaos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra, y de la mar, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo!713

  —363→  

101. Vencido el dragón en la batalla, arrojado a la tierra con todos sus ángeles, y privado para siempre del acceso que tenía a Dios, se oye luego en el cielo una gran voz, como de aclamación y júbilo universal, que dice: ahora sí que está hecha, o concluida la salud (modo de hablar, difícil de trasladar bien de una lengua a otra). Ya están vencidos, como si dijera, los mayores impedimentos que había, para que se manifieste la virtud, y el reino de nuestro Dios, y la potestad de Cristo, porque ha sido arrojado para siempre del tribunal del justo Juez, el perpetuo acusador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche en la presencia del Señor; ellos lo han vencido finalmente por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio.

102. Estas voces de júbilo universal, que se oyen en el cielo inmediatamente después de la victoria de San Miguel, denotan y prueban, lo primero, el grande y ardientísimo deseo que tienen los habitadores del cielo, ángeles y santos, no obstante la gloria de que gozan, de que llegue y se manifieste plenamente el reino de Dios y la potestad de Cristo. Denotan y prueban, lo segundo, el acceso libre que tiene el dragón y sus ángeles al tribunal de Dios para acusar a los hombres y pedir contra ellos, especialmente cuando son culpados: el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Denotan y prueban, lo tercero, que el reino de Dios y la potestad de Cristo no pueden manifestarse, o no se manifestarán mientras no se verifique la conversión de Israel, tan anunciada y prometida en las Escrituras. Así, les dijo el Señor en cierta ocasión: No me veréis hasta que digáis   —364→   con verdad: bendito el que vino en el nombre del Señor714; y todo lo demás que ya está escrito y anunciado en salmo CXVII, de donde son estas palabras. Por eso, convertido Israel, y arrojado del tribunal de Dios el acusador, que ya no tiene de qué acusar, se alegra todo el cielo diciendo: Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros hermanos...

103. Convertidos, pues, éstos en aquellos tiempos de que hablamos, desarmarán en esto a su acusador, lo vencerán, y pondrán la victoria en manos de San Miguel, el cual sin este subsidio no pudiera vencer, ni pensar en dar la batalla; mas no lo vencerán, prosigue el texto, sino por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio715. Es decir, que la sangre misma del Cordero, que ellos derramaron, y que con tanta imprudencia se echaron sobre sí, y sobre toda su posteridad, clamando a grandes voces: Sea crucificado... Sea crucificado... Sobre nosotros y sobre nuestros hijos sea su sangre716; esta sangre preciosa que hasta ahora ha clamado y clama contra ellos, como clamaba la del justo e inocente Abel contra su impío y cruelísimo hermano, que la derramó sin otra causa, sino porque sus obras eran malas, y las de su hermano buenas717; esta sangre, digo, de infinito valor, clamará en aquellos tiempos, no contra ellos, sino a su favor; intercederá por ellos; los reconciliará con Dios; y los lavará enteramente de todos sus iniquidades antiguas y nuevas: y ellos le han vencido por la sangre del Cordero. A esta sangre preciosa deberá atribuirse aquella victoria; mas para que esta sangre les pueda aprovechar, les será necesario poner alguna cosa de su parte,   —365→   como es necesario a todo cristiano; pues no todo ha de ser a costa del buen Jesús. Les será necesaria la palabra del testimonio del mismo Jesús, o del mismo Cordero, es a saber, declararse públicamente por él, confesarlo delante de Dios y de los hombres, por su verdadero Mesías, hijo de David, hijo de Dios; y defender su fe, y confirmar este testimonio con su vida y sangre sin temor alguno. Lo cual, aunque en todo tiempo es necesario a todo fiel cristiano, mas en aquel tiempo y circunstancias será necesario con especialidad, pues como se colige claramente de las palabras que se siguen, la persecución de la mujer, de que hablamos en el artículo II, no quedará solamente en palabras, o en amenazas y temores, sino que pasará hasta el derramamiento de no poca sangre: y no amaron sus vidas hasta la muerte. Y las primicias para Dios, y para el Cordero, de que se habla en el capítulo XIV, son buena prueba de que no faltarán en aquellos tiempos Faraones, o Herodes, que sacrificarán a sus pasiones la sangre de los inocentes.

104. Este gran suceso de la conversión de Israel y de la batalla de San Miguel, debe ser sin duda de grandes consecuencias, y producir alguna grande y extraña novedad. Las voces que se oyen en el cielo, luego después de la batalla, muestran clarísimamente que van luego a seguirse cosas muy grandes, y de sumo gozo para los habitantes del cielo; por lo cual regocijaos, cielos, los que moráis en ellos; aunque por otra parte van también a seguirse por breve tiempo otras cosas no menos grandes, mas de sumo trabajo y tributación para los habitadores de la tierra. Así, concluyen con las mismas voces diciendo: ¡Ay de la tierra, y de la mar!, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo, que tiene poco tiempo. Las cosas que deben luego seguirse en la tierra, por la ira grande con que baja el dragón después de vencido, se notan brevísimamente en lo que resta de este capítulo; y después más en particular y más por extenso en los siete capítulos siguientes.



  —366→  

ArribaAbajoArtículo VII

Versículos 13 y 14

Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón. Y fueron dadas a la mujer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente.718

105. Viéndose el dragón arrojado a la tierra irresistiblemente, cortadas las alas para volar al cielo, y privado para siempre del acceso libre que tenía al tribunal de Dios; entra con esto en vehementes sospechas, o en una certidumbre más que moral de que su fin debe estar ya muy cerca. Digo su fin, no respecto de su ser natural, sino respecto de su libertad para hacer mal a los hombres, que parece su pasión dominante. Este pensamiento terrible que debía naturalmente hacerlo caer de ánimo, entristecerlo y oprimirlo, éste es el que lo hace más diligente, llenándolo de nuevo odio, y de mayor furor contra Dios, contra Cristo, y contra todo cuanto le pertenece; y desea por consiguiente emplear bien aquel poco tiempo, sin perder un solo momento. Y, en primer lugar, la mujer que parió el hijo varón, es la que llama todas sus atenciones, como que ella ha sido la que ha arruinado sus proyectos con un parto tan importuno; y como que ella misma ha sido la causa de su desgracia y humillación actual.

106. A ésta, pues, se resuelve, y se dispone a perseguir de todos modos y con todas las máquinas imaginables, o para arruinarla y aniquilarla del todo, o, a lo menos, para no dejarla gozar tranquilamente del fruto de su   —367→   vientre. Pero se engaña el infeliz, y su mismo furor apaga u oscurece la luz de su razón. La mujer que voy a perseguir (debía decirse a sí mismo) no es ya la que era; no es aquella antigua, sino otra muy nueva; se ha renovado y mudado del todo, principalmente después del parto, por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio; ya tiene de su parte al Omnipotente, y a su lado a su príncipe Miguel. ¿Qué podré yo hacer contra ella, que no recaiga sobre mí? Acercarme a ella personalmente, no es posible, sin trabar otra nueva batalla con su príncipe y protector, para lo cual ya no hay caudal ni fuerzas, aunque sobre rabia y furor. Esta breve y fácil reflexión debiera contener al astuto dragón, y hacerlo desistir de una empresa no menos peligrosa que inútil; mas el orgullo y la cólera son siempre muy malos consejeros. Resuelto, pues, a perseguirla a todo trance, y conociendo bien que por sí mismo nada puede, vuelve a vestirse de aquellas armas con que apareció vestido antes del parto de la mujer, a fin de tragarse al hijo, luego que ella le hubiese parido; vuelve, digo, a animar de nuevo sus siete cabezas y diez cuernos (todavía no unidos perfectamente en un solo cuerpo moral; pero ya bien dispuestos a esta unión); vuelve a tocar al arma en toda la tierra con mayor prisa y empeño, contra la terrible mujer, cuyo parto inopinado lo ha reducido a tantas angustias: Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón.

107. Bien pudiera Dios, sólo con quererlo, defender a la mujer por otra vía más corta, de las máquinas del dragón, y hacer inútiles todos sus conatos; así como pudo defender a su propio Hijo de las asechanzas de Herodes, sin enviarlo desterrado a Egipto. Mas el altísimo y sumo Dios, que no sólo es omnipotente, sino también sabio y prudente, con aquella su infinita sabiduría que alcanza de fin a fin con fortaleza, y todo lo dispone con suavidad719,   —368→   observará entonces con la mujer perseguida la misma conducta suave y fuerte, que observó en otros tiempos con el perseguido infante: el Rey de los judíos que ha nacido.720 Cuando Herodes, turbado con la gran novedad, que llevaron los Magos a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido?721, determinó buscarlo y sofocarlo en la cuna, dispuso su divino Padre que huyese a Egipto, y allí se estuviese oculto hasta su tiempo, para cuya huida le dio dos alas como de águila grande, proporcionadas al estado de infancia en que actualmente estaba; es a saber, a su misma Madre santísima, y a San José. Estas dos alas lo condujeron en sumo silencio, y con una suavidad admirable al lugar que Dios le tenía preparado, y allí lo ocultaron de Herodes todo el tiempo que duró su destierro, hasta que difunto Herodes, se les dio orden de volver a la tierra de Israel, donde ya no había por entonces perseguidores: porque muertos son los que querían matar al niño.722

108. De este modo mismo, cuando la mujer de que vamos hablando, en los días de su mocedad723, se vio tan cruelmente perseguida del rey de Egipto, y buscada de tantos modos para la muerte, dispuso y ordenó esta misma prudentísima sabiduría, suave y fuerte, que la joven mujer saliese luego de Egipto, y huyese a los desiertos de Arabia, para lo que le dio también dos alas como de águila grande, esto es, dos grandes y célebres conductores, Moisés y Aarón, que con prodigios inauditos la condujeron al desierto, y allí la sustentaron con el pasto conveniente todo el tiempo de su peregrinación. Con sola la memoria de este gran suceso se hace luego visible, y aun salta naturalmente a los ojos la alusión del texto del Apocalipsis a la salida de Egipto, y especialmente al   —369→   capítulo XIX del Éxodo, versículo 4. Compárense entre sí ambos lugares, y se hallará entre ellos una perfecta conformidad. Después de pasado el Mar Rojo, y estando ya todo Israel en el desierto del monte Sinaí, les dice el Señor estas palabras:

Texto del Éxodo

109. Vosotros mismos habéis visto lo que he hecho a los Egipcios, de qué manera os he llevado sobre alas de águilas (o como lee la paráfrasis caldea, como sobre alas de águila) y tomado para mí.724

Texto del Apocalipsis

Y fueron dadas a la mujer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar.725

110. De manera que así como en otros tiempos remotísimos, cuando se dignó Dios mismo de sublimar a esta joven a la dignidad de esposa suya, la sacó primero de la esclavitud de Egipto, con mano robusta (y fuerte) y la condujo sobre alas de águilas (o como sobre alas de aguila), a la soledad del monte Sinaí, donde se celebraron solemnísimamente los desposorios; así sucederá a proporción en otros tiempos todavía futuros de que tanto hablan las Escrituras, cuando el mismo misericordioso Dios, compadecido de sus trabajos, y aplacado con tantos siglos de durísima penitencia, se digne de llamarla segunda vez, como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mujer que es repudiada desde a la juventud726; aunque bajo otro testamento, u otro pacto nuevo y sempiterno. Entonces renovará el Señor aquellos antiguos   —370→   prodigios, y obrará otros mayores para sacarla de la opresión y servidumbre, no ya de sólo Egipto, sino de las cuatro plagas de la tierra, y para poseerla segunda vez: Y será en aquel día; extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo727; y para que salga de su actual servidumbre, y pueda huir con más facilidad, le dará también otras dos alas como de águila grande con que pueda volar otra vez a la soledad, le dará otros dos conductores muy semejantes a Moisés y Aarón, y proporcionados al nuevo ministerio.

111. Qué alas, o qué conductores serán éstos, no lo podemos asegurar de cierto, sino cuando más por vía de congruencia, o de sospechas aunque vehementísimas. La primera ala o el primer conductor parece ciertamente el profeta Elías. Lo que de él está escrito en el Eclesiástico, en Malaquías y en el Evangelio, es un fundamento que excede728 la pura verosimilitud, y casi toca en la evidencia. Este hombre extraordinario está todavía vivo, sin haber pasado por la muerte, por donde debe pasar en algún tiempo. Está reservado únicamente, según las Escrituras, para bien de los judíos, o de los hijos de Israel en general, esto es, como se dice en el Eclesiástico: para aplacar la ira del Señor, para reconciliar el corazón del padre con el hijo, y restituir las tribus de Jacob.729 Lo mismo en sustancia se dice en Malaquías: He aquí yo os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tremendo del Señor. Y convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a sus padres.730 Todo lo que confirmó y explicó más el Hijo de Dios diciendo: Elías en verdad ha de venir, y restablecerá todas las   —371→   cosas.731 Según esto, parece más que probable que el profeta Elías ha de ser uno de los conductores o una de las alas.

112. La gran dificultad está en conocer con la misma verosimilitud la segunda ala, o el segundo conductor: Y fueron dadas a la mujer dos alas. No hay duda que aquel antiquísimo profeta, Enoc, que fue el séptimo después de Adán732, está todavía vivo como Elías, sin que sepamos ni del uno ni del otro el lugar determinado donde se hallan, pues la Escritura Santa ya dice en el cielo, ya al paraíso, palabras más generales que particulares. Y anduvo con Dios (dice de Enoc), y desapareció; porque le llevó Dios; y como añade la paráfrasis Caldea, ni aun murió con Dios733. Mas en el Eclesiástico se lee: fue trasladado al paraíso.734 Y de Elías se dice: subió Elías al cielo en un torbellino.735 Este texto del Eclesiástico es el único en toda la Escritura por donde podemos conocer el destino de Enoc, o el fin para que Dios le tiene reservado: Enoc agradó a Dios, y fue trasladado al paraíso, para predicar a las gentes penitencia.736 Por estas últimas palabras es fácil comprender que el destino de este santo hombre no es para los judíos, como el de Elías, sino para las gentes; o sea para los tiempos terribles de la tribulación del Anticristo (como se infiere, del capítulo XIV, versículo 6 del Apocalipsis), o sea para las gentes que quedaren vivas en la tierra, después de la venida del Señor, como es ciertísimo que han de quedar, según las Escrituras, de lo que hablaremos más de propósito a su tiempo. Por esta razón, o por este destino del santo Enoc, para predicar a las gentes   —372→   penitencia (que es lo único que hallamos de él en toda la Escritura), no veo cómo pueda ser la otra ala, o el otro conductor de nuestra mujer, con la cual no tiene otra relación que la que tiene el común padre de todos los hombres.

113. Los intérpretes del Apocalipsis, exceptuando737 algunos pocos, sienten o sospechan comúnmente, que aquellos dos testigos vestidos de sacos, de quienes se habla en el capítulo XI que se han de oponer a la bestia, y ser perseguidos y muertos por ella, etc., serán Elías y Enoc; mas por el contexto mismo es fácil conocer que estos dos testigos están tan lejos de significar dos personas singulares e individuales, como lo está la bestia misma, a la que se han de oponer, y que los ha de perseguir hasta la muerte. Basta leer atentamente lo que se dice de estos dos testigos, desde el versículo 7, hasta el 14, para mirarlos como dos cuerpos religiosos y píos, o como dos congregaciones de fieles ministros de Dios; los cuales, llenos de su divino Espíritu, se deberán oponer por providencia suya a la general iniquidad: Y daré a mis dos testigos, y profetizarán mil doscientos y sesenta días, vestidos de sacos.738 A éstos, prosigue el texto, perseguirá furiosamente la bestia; pero Dios los protegerá visiblemente con prodigios extraordinarios, hasta que llenen los días de su profecía, y entonces serán vencidos o muertos por la bestia misma, con alegría y aplauso universal de los habitadores de la tierra: Y los moradores de la tierra se gozarán por la muerte de ellos, y se alegrarán; y se enviarán presentes los unos a los otros, porque estos dos profetas atormentarán a los que moraban sobre la tierra.739 Después de vencidos y muertos (concluye el texto) sus cuerpos yacerán insepultos por tres días y medio en las plazas de la ciudad grande, que se llama espiritualmente   —373→   Sodoma y Egipto740. Estas palabras parecen la llave de todo el misterio. Si los dos testigos son dos personas singulares, ¿no basta para sus dos cadáveres una sola plaza? ¿Dos solos cadáveres han de estar tendidos en las plazas de una ciudad tan grande?741

114. Ahora, ¿qué ciudad es esta que merece el nombre de Sodoma y Egipto? ¿No se conoce por estas contraseñas, que se dice ciudad, así como se dice Sodoma y Egipto, esto es, por semejanza, no por propiedad? ¿No es éste el modo de hablar de todo el libro divino del Apocalipsis? Muchos doctores graves, reparando bien en estas expresiones y modo de hablar, son de parecer que aquí no se habla de alguna ciudad determinada (ni de Jerusalén futura, ni de Roma futura, según diversos modos de pensar) sino generalmente de todo el mundo o de toda la tierra; pues aunque el texto añade: donde el Señor de ellos fue también crucificado742; esta circunstancia no es menos verdadera, hablando de todo el orbe de la tierra, que hablando sólo de Jerusalén; fuera de que el Señor no fue crucificado en la ciudad de Jerusalén, sino fuera de ella. Yo me conformo casi enteramente sobre este punto con el parecer de estos doctores; y digo, casi enteramente porque no me parece necesario darle una gran extensión a esta ciudad metafórica, que es llamada espiritualmente Sodoma y Egipto. Basta considerar su grandeza dentro de aquellos límites (bien espaciosos y celebérrimos) donde han florecido los cuatro grandes imperios, de que hablan las Escrituras; donde ha florecido el cristianismo, y donde florecerá en otros tiempos con increíble vigor el anticristianismo. De los otros países de nuestro globo, de aquellos principalmente de quienes dice Dios por Isaías: que no oyeron de mí, y no vieron mi gloria743; de quienes dice en el mismo Isaías: Porque estas   —374→   cosas serán en medio de la tierra, en medio de los pueblos; como si algunas pocas aceitunas, que quedaron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de acabada la vendimia. Éstos levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar744; de aquéllos de quienes se habla en Daniel: Y vi que había sido muerta la bestia... Y que a las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les habían señalado tiempos de vida...745 de estos países, digo, gentes y lenguas, tenemos que decir cuatro palabras en otra ocasión más oportuna, pues ya ésta parece una verdadera digresión.

115. Volviendo ahora a nuestros dos testigos, considerados como dos cuerpos morales, decimos en suma y brevísimamente, que de ellos deberán salir todos o los más de aquellos mártires que todavía falten para completar el número de los correinantes746; de los cuales se dice expresamente en el capítulo XX, que han de resucitar en la venida de Cristo, juntamente con los otros mártires más antiguos: y las almas de los degollados... y los que no adoraron la bestia... y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida.747 Así, cuando a la apertura del cuarto sello del libro claman las almas de los mártires pidiendo justicia de su sangre derramada por Cristo, se les da a cada uno una estola blanca, que parece un nuevo grado de gloria, con la noticia de estar ya muy próxima su resurrección: Y fueron dadas a cada uno de ellos   —375→   unas ropas blancas748; y se les dice, que descansen y esperen todavía un momento, mientras se completa el número de sus consiervos y hermanos, que van luego a ser muertos como ellos lo fueron749.

116. Aunque por las razones que acabo de apuntar me parece que el santo Enoc no es la segunda ala que se ha de dar a la mujer, no por eso me atrevo a negarlo del todo; pues los dos ministerios, el uno de dar penitencia a las gentes750 (o antes o después de la venida del Señor), y el otro de conducir las tribus de Israel a la soledad, no son absolutamente incompatibles. No obstante, siguiendo la alusión que parece tan clara, a la salida de Egipto, se halla fácilmente una gran semejanza y proporción entre Moisés y Elías, y no es fácil hallar alguna entre Aarón, y Enoc. Si se me pregunta ahora, ¿quién será, o quién podrá ser esta segunda ala, según las Escrituras? Respondo con verdad que no lo sé. Las sospechas que sobre esto tengo, aunque vehementísimas, no me atrevo a proponerlas aquí. Esto sería excitar751 inoportunamente una disputa inútil, capaz de distraernos a otra cosa, y hacer olvidar el asunto principal. Por ahora basta decir, que esta segunda ala, compañera de Elías, como lo fue Aarón de Moisés, será infaliblemente la que Dios ya tiene elegida.