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El maestro Eugenio Asensio, tras citar el artículo de J. E. Gill, «Theriophily in antiquity», escribe: «Menandro, el autor cómico, nos ha legado un fragmento en el que proclama que "todos los animales son más dichosos y poseen mucha mayor inteligencia que el hombre". Plutarco de Queronea y Luciano de Samosata -este último reteniendo a duras penas la risa, el primero con perfecta seriedad- habían tomado el partido de las bestias. Pero los mismos filósofos del Pórtico, muy estimados por el poeta del Nieva, se habían interesado por la disputa, ya alabándolas por su obediencia a la naturaleza, ya proclamando la dignidad suprema de la razón humana. Séneca había mantenido esta ambigüedad. En De ira (II, 16) censura los que toman lecciones de las alimañas: "Quid est autem cur hominem ad tan infelicia exempla reuoces, cum habeas mundum deumque?"». En cambio su obra más atractiva, las Epistolae ad Lucilium no se priva de poner como ejemplo a los animales que siguen su naturaleza y por ello son más dichosos que los hombres. El elogio del primitivismo no moriría en la Edad Media e inspiraría algún libro popular [como La disputa de l'ase]. Y naturalmente pasaría en herencia a los paradojistas del siglo XVI hasta desembocar en La Circe (Florencia, 1549), donde G. B. Gelli presenta a Ulises intentando vanamente convencer a once de sus marineros, convertidos en bestias por la hechicera, para que se dejen retransformar en hombres y regresen a la patria. («Texto integral y comentario del poema de Sá de Miranda "Al son de los vientos que van murmurando"», Univesrsidad de Lisboa, Faculdade de letras, Lisboa, 1971, p. 17).

 

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«Est autem unicuique hominum naturaliter insitum rationis lumen, quo im suis actibus dirigatur ad finem. Et si quidem homini conveniret singulariter vivere, sicut multis animalium, nullo alio dirigente indigeret ad finem, sed ipse sibi unusquisque esset rex sub Deo summo rege, in quantum per lumen rationis divinitus datum sibi, in suis actibus se ipsum dirigeret. Naturale autem est homini ut sit animal sociale et politicum, in multitudine vivens, magis etiam quam omnia alia animalia, quod quidem naturalis necessitas declarat. Aliis enim animalibus natura praeparavit cibum, tegumenta, pilorum, defensionem, ut dentes, cornua, unges, vel saltem velocitatem ad fugam. Homo autem institutus est nullo horum sibi a natura praeparato, sed loco omnium data est ei ratio, per quam sibi haec omnia officio manuum posset praeparare, ad quae omnia praeparanda unus homo non sufficit. Nam unus homo per se sufficienter vitam transigere non posset. Est igitur homini naturale, quod in societate multorum vivat. Amplius: aliis animalibus insita est naturalis industria ad omnia ea quae sunt eis utilia vel nociva, sicut ovis naturaliter aestimat lupum inimicum. Quaedam etiam animalia ex naturali industria cognoscunt aliquas herbas medicinalis et alia eorum vitae necessaria. Homo autem horum quae sunt suae vitae necessaria, naturalem cognitionem habet solum in communi, quasi eo per rationem valente ex universalibus principiis ad cognitionem singulorum, quae necessaria sunt humanae vitae, pervenire. Non est autem possibile quod unus homo ad omnia huiusmodi per suam rationem pertingat. Es igitur necessarium homini quod in multitudine vivat, ut unus ab alio adiuvetur, et diversi diversis inveniendis per rationem occuparentur, puta, unus in medicina, alius in hoc, alius in alio. Hoc etiam evidentissime declaratur per hoc, quod est proprium hominis locutione uti, per quam unus homo aliis suum conceptum totaliter potest exprimere» ( De regimine principum, Lib. I cap. 1).

 

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«Et secundum hoc, dicuntur ea esse de lege naturali "quae natura omnia animalia docuit", ut est coniunctio maris et femineae, et educatio liberorum et similia. Tertio modo inest homini inclinatio ad bonum secundum naturam rationis, quae est sibi propria: sicut homo habet naturalem inclinationem ad hoc quod veritatem cognoscat de Deo, et ad hoc quod in societate vivat. Et secundum hoc, ed legem naturalem pertinet ea quae ad huiusmodi inclinationem spectant: utpote quod homo ignorantiam vitet, quod alios non offendat cum quibus debet conversari, et cetera huiusmodi que ad hoc spectant» (Summa, 1-2, Q. 94, a. 2).

 

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Como el mismo Segismundo explica en el último monólogo, aunque de suyo no hubiera tenido el carácter que le pronosticaron, la situación de la torre le hubiera impulsado a la violencia y a la desesperación. Algo semejante, de manera premonitoria, pensaba Carlos García, refiriéndose a los presos encerrados en las cárceles: «Y si la desesperación le dexase entre los individuos de su misma especie y naturaleza, no fuera poco, pero le va apurando y consumiendo con el fuego de la impaciencia, de tal suerte que le saca del ser racional y le reduce al de bestia bruta, y, entre estas, a la más baxa e ínfima especie; pues, suspirando la libertad, invidia el ave que buela, el perro que ladra y la ormiga que camina, desseando ser uno dellos. Y no para aquí el veneno deste fiero animal, porque apretando esta furiosa aprehensión a un pobre encarcelado, no solamente le saca del orden y categoría de los animales, desseando ser árbol, estatua o piedra, pero le reduze al nada, pesándole aver nacido en el mundo. De donde se ve claramente que, hiziéndo la privación de livertad en el hombre un cambio tan desdichado, como es precipitalle de lo más alto y perfecto de su inclinación y apetito a lo más baxo e ínfimo, y de la imagen y semejança de Dios al nada, es la más fuerte y rigurosa pena que se puede imaginar y la que puntualmente retrata la essencia del infierno» (La desordenada codicia de los bienes agenos, 1619. Madrid, 1977, pp. 90-94), texto que se ajusta perfectamente a la situación de Segismundo en la torre y a sus reacciones.

 

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Soneto publicado por D. Alonso en Vida y obra de Medrano, II (Madrid, 1958, p. 202); es semejante al XXXV de Medrano que, sin embargo, no hace referencia al pecado de nacer, ni al error del v. 14.

 

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Ver mi artículo, «El gran teatro de Calderón y el mundo del XVII», (Segismundo, X, 1-2, 1975, pp. 17-71). Además una formulación de la vida como teatro, muy próximo a Calderón, se encuentra en la Eneada tercera (2-17) de Plotino.

 

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Más tarde, Segismundo dirá que Clotaldo le ha enseñado la doctrina católica, pero no se refiere a ello ahora. Reténgase la referencia a los astros y «noticias sé del cielo y la tierra», para luego.

 

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Cfr., en cualquier caso, la división de El gran teatro del Mundo es en cuatro partes; vid. el prólogo a la ed. de ese auto (Madrid, Alhambra, 1981).

 

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Es doctrina generalmente aceptada cuya base se encuentra, por ejemplo, en Proverbios, VIII, 15. S. Pablo, Rom. XIII, 1; S. Agustín, Civitate, L. V, cap. XIII; S. Tomás, passim, etc. En el Siglo de Oro se encuentra en toda clase de textos, v. gr. Tomás de Mercado escribe: «Y dado que sean infieles, son y están en su lugar como sean verdaderos reyes. A Ciro y Nabucodonosor, con ser idólatras, los llama Mis siervos, no porque le agradaban sus costumbres, sino porque eran sus ministros. Y a Pilatos, que presidía por el emperador Tiberio en Jerusalén, dijo el mismo Dios encarnado, estando preso ante él por darnos libertad: "No tendrías poder ninguno sobre mí, si Dios no te lo hubiese dado de arriba"...» (Suma de tratos y contratos. Madrid, 1977, p. 316; cfr. p. 317).

 

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Si Mariana juzga muy negativamente al Rey Sabio, Gracián no hace lo mismo, aunque reconoce los fallos habidos en el gobierno de la república: «Es de tanta estimación el saber en los reyes, que aunque no sea sino latín, quanto más astrología, deven ser admitidos en el reino de la fama» (Criticón, ed. Romera Navarro, crisi XII, p. 397); sin embargo, en otro contexto, más próximo al tema que aquí nos ocupa, endurece el juicio: «Las virtudes del oficio tenía el magnánimo de los Alfonsos por las primeras en la solicitud, assí como en el aprecio. Qué importa que sea el otro Alfonso gran Matemático, si aun no es mediano Político: presumió corregir la fábrica del universo el que estuvo a pique de perder su Reyno» (El Político. Zaragoza, 1985, p. 71).

R. B. Tate, señala: «Es significativo que Ruy Sánchez repita la difundida leyenda de la arrogancia literaria y política de Alfonso el Sabio. Es la primera vez que aparece en una historia castellana desde que se hizo presente en la crónica catalana de Pedro el Ceremonioso. Subraya la imprudencia de las pretensiones del monarca al trono imperial y, en otros tratados menores políticos, tales como la Suma de la política y De monarchia orbis, muestra su antipatía a la idea de que España se someta a la jurisdicción imperial. Según él, el monarca ideal, apropiado a las necesidades de España, no es Alfonso el Sabio, sino Fernando el Santo» (Ensayos sobre historiografía peninsular del siglo XV. Madrid, Gredos, 1970); bastante de esa oposición se da también en Calderón.