Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice



  —206→  

Alfonso Reyes

Alfonso Reyes.

La enumeración caótica de Reyes tiene muchos elementos comunes a la aportada por Ramusio. Dice el conquistador anónimo antes citado:

Hay en la ciudad de Temistitán México muy grandes y hermosas plazas, donde se venden todas las cosas que aquellos naturales usan, y especialmente la plaza mayor que ellos llaman el Tutelula (Tlatelolco), que puede ser tan grande como tres veces la plaza de Salamanca. Todo alrededor tiene portales, y en ella se reúnen todos los días veinte o veinticinco mil personas a comprar y vender; pero el día de mercado, que es cada cinco días, se juntan cuarenta o cincuenta mil. Hay mucho orden, tanto en estar cada mercancía en su lugar aparte, como en el vender; porque de un lado de la plaza están los que venden el oro, y en otro, junto a éstos, los que venden piedras de diversas clases montadas en oro figurando varios pájaros y animales. En otro lado se venden cuentas y espejos; en otro plumas y penachos de todos colores para adornar las ropas que usan en la guerra y en sus fiestas: más adelante labran piedras para navajas y espadas, que es cosa maravillosa de ver y de que por acá no se tiene idea; y con ellas hacen espadas y rodelas. Por una parte venden mantas y vestidos de varias clases para hombres; y por otra vestidos de mujer. En otro lugar se vende el calzado, en otro cueros curtidos de ciervos y otros animales, y aderezos para la cabeza hechos de cabello, que usan todas las Indias. Aquí se vende el algodón, allá el grano con que se alimentan; más adelante pan de diversas suertes; en seguida pasteles, luego gallinas, pollos y huevos. Cerca de allí liebres, conejos, ciervos, codornices, gansos y patos. Luego se llega a un lugar donde se vende vino de diversas clases, y a otro en que se encuentra toda suerte de verduras. En esta calle se expende la pimienta; en aquella las raíces y yerbas medicinales, que son infinitas las que estos naturales conocen; en otra diversas frutas; en la de mas allá madera para las casas, y allí junto la cal, y en seguida la piedra; en suma, cada cosa está aparte y por su orden. Además de esta plaza grande hay otras, y mercados en que se venden comestibles, en diversas partes de la ciudad12.



Podríamos seguir con las descripciones de Reyes y su relación con las que editó Ramusio a través de una construcción que habla de los animales, de los soldados, de sus armas, de los vestidos, de las comidas, de las bebidas, del gobierno, de la religión, de los templos, de los sacrificios, de las ciudades, la ciudad y la laguna, de la grandeza de la ciudad, que nos haría situar a Reyes encantado por las letras del compañero de Cortés.

Como hemos dicho todo el texto puede ser leído a través de la contraseña explícita de «El conquistador anónimo», llamado así el autor por Reyes, que reitera como lo llamó Francisco Javier Clavijero en el siglo XVIII, concluyendo con una nota situacional el capítulo II de la Visión:

Cuatro veces el conquistador anónimo intentó recorrer los palacios de Moctezuma: cuatro veces renunció, fatigado13,



que nos remite a la Crónica:

Yo entré más de cuatro veces en una casa del señor principal, sin más fin que el de verla, y siempre andaba yo tanto que me cansaba, de modo que nunca llegué a verla toda14.



El apoyo textual de la crónica aportada por Ramusio le ha servido a Reyes para su recreación de una manera bastante minuciosa. Hablábamos antes de la enseñanza recibida en el Centro de Estudios Históricos, y quizá convenga volver sobre la idea. En un trabajo reciente sobre el mismo, Leoncio López-Ocón Cabrera ha reflexionado sobre valores esenciales de aquella investigación afirmando que sus integrantes «hicieron paisaje de la historia y convirtieron al paisaje en historia», al recapitular sobre las creaciones de Menéndez Pidal -con él entramos definitivamente al paisaje de «la España del Cid»- o de Manuel Gómez Moreno o Miguel Asín Palacios y sus recreaciones del mundo árabe15. Recuerda López-Ocón, la afirmación de un testigo como García de Valdeallano, quien en 1978 rememoró así la experiencia: «se buscaba con paciente afán, silenciosa y tenazmente, el auténtico ser histórico de la patria en su lenguaje, en su literatura, en sus viejos cantos y romances, en su arte y arqueología, en sus instituciones y su derecho, en sus costumbres, en su música popular»16.

Todo el capítulo tercero de la Visión de Anáhuac es este recorrido a través de la región más transparente, origen de Reyes en el que podemos destacar:

1. Una larga reflexión sobre el símbolo de la flor y sus valores múltiples, a través de «la lluvia de flores que cayó sobre las cabezas de   —207→   los hombres al finalizar el cuarto sol cosmogónico»; la presencia en los códices aztecas, como el Códice Vaticano, como representación simbólica del amor; su presencia en la escritura jeroglífica como uno de los veinte días del calendario o como «signo de lo noble y lo precioso» o «de los perfumes y las bebidas»; su presencia «en las esculturas de piedra y barro» donde «hay flores aisladas -sin hojas- y árboles frutales radiantes, unas veces como atributo de la divinidad, otras como adorno de la persona o decoración exterior del utensilio»; su presencia «en la cerámica de Cholula» con representaciones realistas o a veces «meramente evocada por unas fugitivas líneas» (págs. 28-29).

2. A partir de aquí busca en la poesía indígena «la flor, la naturaleza y el paisaje del valle», y comienza lamentando «como irremediable la pérdida de la poesía indígena mexicana», aunque los escasos testimonios supervivientes a partir de las recuperaciones de los misioneros nos puedan servir todavía. Un cantar le sirve de ejemplo de que «a despecho de probables adulteraciones, parecen basarse sobre elementos primitivos legítimos e inconfundibles». Siguen los comentarios sobre esta poesía, sobre sus valores descriptivos de la naturaleza, sobre sus adulteraciones, sobre la oralidad que la transmitió, su valor de representación, su musicalidad. (págs. 29-33).

Un programa sistemático de recuperaciones culturales, en un terreno en el que nos recuerda lo que afirmaba García de Valdeallano sobre su experiencia en el Centro de Estudios Históricos, completa la Visión de Anáhuac. Y, por eso, parece inevitable leer el breve capítulo IV con el que concluye como una auténtica búsqueda del «ser histórico de la patria»:

Cualquiera que sea la doctrina histórica que se profese (y no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío demasiado en perpetuaciones de la española), nos une con la raza de ayer, sin hablar de sangres, la comunidad de esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia. Nos une también la comunidad, mucho más profunda, de la emoción cotidiana ante el mismo objeto natural. El choque de la sensibilidad con el mismo mundo labra, engendra un alma común. Pero cuando no se aceptara lo uno ni lo otro -ni la obra de la acción común, ni la obra de la contemplación común-, convéngase en que la emoción histórica es parte de la vida actual y, si fulgor, nuestros valles y nuestras montañas serían como un teatro sin luz. El poeta ve, al reverberar la luna en la nieve de los volcanes, recortarse sobre el cielo el espectro de Doña Marina [...] o sueña con el hacha de cobre en cuyo filo descansa el cielo [...] no le neguemos la evocación, no desperdiciemos la leyenda. Si esta tradición nos fuere ajena, está como quiera en nuestras manos, y sólo nosotros disponemos de ella17.



El País de Cucaña, Breughel, El Viejo

El País de Cucaña, Breughel, El Viejo. En la descripción del mercado de Tenochtitlan dice Reyes:
«Es como un mareo de los sentidos, como un sueño de Breughel, donde las alegorías de la materia cobran un color espiritual».

En el marco de algunas acusaciones posteriores a la obra sobre su mexicanidad, Reyes insiste en una defensa de la misma en términos tan equivalentes a los que, desde el 98, estaban presentes en el ambiente cultural español, como su «búsqueda del alma nacional», que parece estar siguiendo el programa de los noventayochistas y de los integrantes del Centro de Estudios Históricos. Ha recordado Allen W. Phillips18 el episodio al comentar una carta de Reyes a Antonio Mediz-Bolio en 1922, en la que le comenta que ha soñado la idea de escribir una serie de ensayos bajo la divisa «en busca del alma nacional», y afirma:

La Visión de Anáhuac puede considerarse como un primer capítulo de esta obra, en la que yo procuraría extraer e interpretar la moraleja de nuestra terrible fábula histórica: buscar el pulso de la patria en todos los momentos y en todos los hombres en que parece haberse identificado; pedir a la brutalidad de los hechos un sentido espiritual; descubrir la misión del hombre mexicano en la tierra, interrogando pertinazmente a todos los fantasmas y las piedras de nuestras tumbas y nuestros monumentos. Un pueblo se salva cuando logra vislumbrar el mensaje que ha traído al mundo: cuando logra electrizarse hacia un polo, bien sea real o imaginario, porque de lo real y lo imaginario está tramada la vida19.



Reyes, utilizando a Ramusio y la experiencia cultural del Centro de Estudios Históricos, había emprendido una nueva visión de México que, de una forma u otra, iba a impregnar su amplia y cronológicamente dilatada obra.





 
Anterior Indice