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La Vuelta de Martín Fierro

José Hernández


[Nota preliminar: Obra cedida por la Biblioteca de la Academia Argentina de las Letras. Digitalización realizada por Verónica Zumárraga.]

Portada




Cuatro palabras de conversación con los lectores

Entrego a la benevolencia pública, con el título LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, la segunda parte de una obra que ha tenido una acogida tan generosa, que en sus seis años se han repetido once ediciones con un total de cuarenta y ocho mil ejemplares.

Esto no es vanidad de autor, porque no rindo tributo a esa falsa diosa; ni bombo de Editor, porque no lo he sido nunca de mis humildes producciones.

Es un recuerdo oportuno y necesario, para esplicar por qué el primer tiraje del presente libro consta de 20 mil ejemplares, divididos en cinco secciones o ediciones de 4 mil números cada una -y agregaré, que confío en que el acreditado Establecimiento Tipográfico del Sr. Coni, hará una impresión esmerada, como la tienen todos los libros que salen de sus talleres.

Lleva también diez ilustraciones incorporadas en el testo, y creo que en los dominios de la literatura es la primera vez que una obra sale de las prensas nacionales con esta mejora.

Así se empieza.

Las láminas han sido dibujadas y calcadas en la piedra por D. Carlos Clerice, artista compatriota que llegará a ser notable en su ramo, porque es joven, tiene escuela, sentimiento artístico, y amor al trabajo.

El grabado ha sido ejecutado por el Sr. Supot, que posee el arte, nuevo y poco generalizado todavía entre nosotros, de fijar en láminas metálicas lo que la habilidad del litógrafo ha calcado en el piedra, creando o imaginando posiciones que interpreten con claridad y sentimiento la escena descrita en el verso.

No se ha omitido, pues, ningún sacrificio a fin de hacer una publicación en las más aventajadas condiciones artísticas.

En cuanto a su parte literaria, sólo diré que no se debe perder de vista al juzgar los defectos del libro, que es copia fiel de un original que los tiene, y repetiré, que muchos defectos están allí con el objeto de hacer más evidente y clara la imitación de los que lo son en realidad.

Un libro destinado a despertar la inteligencia y el amor a la lectura en una población casi primitiva, a servir de provechoso recreo, después de las fatigosas tareas, a millares de personas que jamás han leído, debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de esos mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sentimientos en su mismo lenguaje, en sus frases más usuales, en su forma más general, aunque sea incorrecta; con sus imágenes de mayor relieve, y con sus giros más característicos, a fin de que el libro se identifique con ellos de una manera tan estrecha e íntima, que su lectura no sea sino una continuación natural de su existencia.

Sólo así pasan sin violencia del trabajo al libro; y sólo así, esa lectura puede serles amena, interesante y útil.

¡Ojalá hubiera un libro que gozara del dichoso privilegio de circular incesantemente de mano en mano en esa inmensa población diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo una forma que lo hiciera agradable, que asegurara su popularidad, sirviera de ameno pasatiempo a sus lectores! pero:

Enseñando que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora y bienestar.

Enalteciendo las virtudes morales que nacen de la ley natural y que sirven de base a todas las virtudes sociales.

Inculcando en los hombres el sentimiento de veneración hacia su Creador, inclinándolos a obrar bien.

Afeando las supersticiones ridículas y generalizadas que nacen de una deplorable ignorancia.

Tendiendo a regularizar y dulcificar las costumbres, enseñando por medios hábilmente escondidos, la moderación y el aprecio de sí mismo; el respeto a los demás; estimulando la fortaleza por el espectáculo del infortunio acerbo, aconsejando la perseverancia en el bien y la resignación en los trabajos.

Recordando a los Padres los deberes que la naturaleza les impone para con sus hijos, poniendo ante sus ojos los males que produce su olvido, induciéndolos por ese medio a que mediten y calculen por sí mismos todos los beneficios de su cumplimiento.

Enseñando a los hijos cómo deben respetar y honrar a los autores de sus días.

Fomentando en el esposo el amor a su esposa, recordando a esta los santos deberes de su estado; encareciendo la felicidad del hogar, enseñando a todos a tratarse con respeto recíproco, robusteciendo por todos estos medios los vínculos de la familia y de la sociabilidad.

Afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto que es debido a los superiores y magistrados.

Enseñando a hombres con escasas nociones morales, que deben ser humanos y clementes, caritativos con el huérfano y con el desvalido; fieles a la amistad; gratos a los favores recibidos; enemigos de la holgazanería y del vicio; conformes con los cambios de fortuna; amantes de la verdad, tolerantes, justos y prudentes siempre.

Un libro que todo esto, más que esto, o parte de esto enseñara sin decirlo, sin revelar su pretensión, sin dejarla conocer siquiera, sería indudablemente un buen libro, y por cierto; que levantaría el nivel moral e intelectual de sus lectores aunque dijera naides por nadie, resertor por desertor, mesmo por mismo, u otros barbarismos semejantes; cuya enmienda le está reservada a la escuela, llamada   —5→   a llenar un vacío que el poema debe respetar, y a corregir vicios y defectos de fraseología, que son también elementos de que se debe apoderar el arte para combatir y estirpar males morales más fundamentales y trascendentes, examinándolos bajo el punto de vista de una filosofía más elevada y pura.

El progreso de la locución no es la base del progreso social, y un libro que se propusiera tan elevados fines, debería prescindir por completo de las delicadas formas de la cultura de la frase, subordinándose a las imperiosas exigencias de sus propósitos moralizadores, que serían en tal caso el éxito buscado.

Los personajes colocados en escena deberían hablar en su lenguaje peculiar y propio, con su originalidad, su gracia y sus defectos naturales, porque despojados de ese ropaje, lo serían igualmente de su carácter típico, que es lo único que los hace simpáticos, conservando la imitación y la verosimilitud en el fondo y en la forma.

Entra también en esta parte la elección del prisma a través del cual le es permitido a cada uno estudiar sus tiempos. Y aceptando esos defectos como un elemento, se idealiza también, se piensa, se inclina a los demás a que piensen igualmente, y se agrupan, se preparan y conservan pequeños monumentos de arte, para los que han de estudiarnos mañana y levantar el grande monumento de la historia de nuestra civilización.

El gaucho no conoce ni siquiera los elementos de su propio idioma, y sería una impropiedad cuando menos, y una falta de verdad muy censurable, que quien no ha abierto jamás un libro, siga las reglas de arte de Blair, Hermosilla o la Academia.

El gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza que en variados y majestuosos panoramas se estiende delante de sus ojos.

Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización, y que lo lleva hasta el estraordinario estremo de que, todos sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes son espresados en dos versos octosílabos perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intención.

Eso mismo hace muy difícil, sino de todo punto imposible, distinguir y separar cuáles son los pensamientos originales del autor, y cuáles los que son recogidos de las fuentes populares.

No tengo noticia que exista ni que haya existido una raza de hombre aproximados a la naturaleza, cuya sabiduría proverbial llene todas las condiciones rítmicas de nuestros proverbios gauchos.

Qué singular es, y qué digno de observación, el oír a nuestros paisanos más incultos, espresar en dos versos claros y sencillos, máximas y pensamientos morales que las naciones más antiguas, la India y la Persia, conservaban como el tesoro inestimable de su sabiduría proverbial; que los griegos escuchaban con veneración de boca de sus sabios más profundos, de Sócrates, fundador de la moral, de Platón y de Aristóteles; que entre los latinos difundió gloriosamente el afamado Séneca; que los hombres del Norte les dieron lugar preferente en su robusta y enérgica literatura; que la civilización moderna repite por medio de sus moralistas más esclarecidos, y que se hallan consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos de todos los grandes reformadores de la humanidad.

  —6→  

Indudablemente, que hay cierta semejanza íntima, cierta identidad misteriosa entre todas las razas del globo que sólo estudian en el gran libro de la naturaleza; pues que de él deducen, y vienen deduciendo desde hace más de tres mil años, la misma enseñanza, las mismas virtudes naturales, espresadas en prosa por todos los hombres del globo, y en verso por los gauchos que habitan las vastas y fértiles comarcas que se extienden a las dos márgenes del Plata.

El corazón humano y la moral son los mismos en todos los siglos.

Las civilizaciones difieren esencialmente. «Jamás se hará, dice el doctor Don V. F. López en su prólogo a LAS NEUROSIS, un profesor o un catedrático Europeo, de un Bracma; « así debe ser: pero no ofrecería la misma dificultad el hacer de un gaucho un Bracma lleno de sabiduría; si es que los Bracmas hacen consistir toda su ciencia en su sabiduría proverbial, según los pinta el sabio conservador de la Biblioteca Nacional de París, en «La sabiduría popular de todas las Naciones» que difundió en el nuevo mundo el americano Pazos Kanki.

Saturados de ese espíritu gaucho hay entre nosotros algunos poetas de formas muy cultas y correctas, y no ha de escasear el género, porque es una producción legítima y espontánea del país, y que en verdad; no se manifiesta únicamente en el terreno florido de la literatura.

Concluyo aquí, dejando a la consideración de los benévolos lectores, lo que yo no puedo decir sin estender demasiado este prefacio, poco necesario en las humildes coplas de un hijo del desierto.

¡Sea el público, indulgente con él! y acepte esta humilde producción, que le dedicamos como que es nuestro mejor y más antiguo amigo.

La originalidad de un libro debe empezar en el prólogo.

Nadie se sorprenda por lo tanto, ni de la forma ni de los objetos que este abraza; y debemos terminarlo haciendo público nuestro agradecimiento hacia los distinguidos escritores que acaban de honrarnos con su fallo, como el Señor D. José Tomás Guido, en una bellísima carta que acogieron deferentes La Tribuna y La Prensa, y que reprodujeron en sus columnas varios periódicos de la República. -El Dr. D. Adolfo Saldias, en un meditado trabajo sobre el tipo histórico y social del gaucho. -El Dr. D. Miguel Navarro Viola, en la última entrega de la Biblioteca Popular, estimulándonos, con honrosos términos, a continuar en la tarea empezada.

Diversos periódicos de la ciudad y campaña, como El Heraldo, del Azul, La Patria, de Dolores, El Oeste, de Mercedes, y otros, han adquirido también justos títulos a nuestra gratitud, que conservamos como una deuda sagrada.

Terminamos esta breve reseña con La Capital, del Rosario, que ha anunciado LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, haciendo concebir esperanzas que Dios sabe si van a ser satisfechas.

Ciérrase este prólogo, diciendo que se llama este libro LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, porque ese título le dio el público, antes, mucho antes de haber yo pensado en escribirlo; y allá va a correr tierras con mi bendición paternal.

JOSÉ HERNÁNDEZ.





  —7→  


1


Martín Fierro


    Atención pido al silencio
y silencio a la atención,
que voy en esta ocasión,
si me ayuda la memoria,
a mostrarles que a mi historia  5
le faltaba lo mejor.

   Viene uno como dormido
cuando vuelve del desierto,
veré si a explicarme acierto
entre gente tan bizarra,  10
y si al sentir la guitarra
de mi sueño me dispierto.

   Siento que mi pecho tiembla,
que se turba mi razón,
y de la vigüela al son  15
imploro a la alma de un sabio
que venga a mover mi labio
y alentar mi corazón.

   Si no llego a treinta y una
de fijo en treinta me planto,  20
y esta confianza adelanto
porque recebí en mí mismo,
con el agua del bautismo,
la facultá para el canto.

   Tanto el pobre como el rico  25
la razón me la han de dar;
y si llegan a escuchar
lo que esplicaré a mi modo,
digo que no han de reír todos,
algunos han de llorar.  30

   Mucho tiene que contar
el que tuvo que sufrir,
y empezaré por pedir,
no duden de cuanto digo;
pues debe crerse al testigo  35
si no pagan por mentir.

   Gracias le doy a la Virgen,
gracias le doy al Señor,
porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto,  40
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.

   Que cante todo viviente
otorgó el Eterno Padre,
cante todo el que le cuadre  45
como lo hacemos los dos,
pues sólo no tiene voz
el ser que no tiene sangre.

   Canta el pueblero... y es pueta;
canta el gaucho... y ¡ay Jesús!  50
lo miran como avestruz
su inorancia los asombra;
mas siempre sirven las sombras
para distinguir la luz.

   El campo es del inorante,  55
el pueblo del hombre estruido;
yo que en el campo he nacido
digo que mis cantos son
para los unos... sonidos,
y para otros... intención.  60

   Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar;
mas no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando  65
que es mi modo de cantar.
—8→

   El que va por esta senda
cuanto sabe desembucha,
y aunque mi cencia no es mucha,
esto en mi favor previene;  70
yo sé el corazón que tiene
el que con gusto me escucha.

   Lo que pinta este pincel
ni el tiempo lo ha de borrar,
ninguno se ha de animar  75
a corregirme la plana;
no pinta quien tiene gana
sino quien sabe pintar.

   Y no piensen los oyentes
que del saber hago alarde;  80
he conocido aunque tarde,
sin haberme arrepentido,
que es pecado cometido
el decir ciertas verdades.

   Pero voy en mi camino  85
y nada me ladiará,
he de decir la verdá,
de naides soy adulón,
aquí no hay imitación
esta es pura realidá.  90

   Y el que me quiera enmendar
mucho tiene que saber.
Tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar.
Tiene mucho que rumiar  95
el que me quiera entender.

   Más que yo y cuantos me oigan
más que las cosas que tratan
más que lo que ellos relatan
mis cantos han de durar.  100
Mucho ha habido que mascar
para echar esta bravata.

   Brotan quejas de mi pecho,
brota un lamento sentido;
y es tanto lo que he sufrido  105
y males de tal tamaño,
que reto a todos los años
a que traigan el olvido.

   Ya verán si me dispierto
cómo se compone el baile.  110
Y no se sorprenda naides
si mayor fuego me anima;
porque quiero alzar la prima
como pa tocar al aire.

   Y con la cuerda tirante  115
dende que ese tono elija,
yo no he de aflojar manija
mientras que la voz no pierda;
si no se corta la cuerda
o no cede la clavija.  120

   Aunque rompí el estrumento
por no volverme a tentar,
tengo tanto que contar
y cosas de tal calibre
que Dios quiera que se libre  125
el que me enseñó a templar.

    De naides sigo el ejemplo,
naide a dirigirme viene,
yo digo cuanto conviene,
y el que en tal güeya se planta  130
debe cantar cuando canta
con toda la voz que tiene.

   He visto rodar la bola
y no se quiere parar,
Al fin de tanto rodar  135
me he decidido a venir,
a ver si puedo vivir
y me dejan trabajar.

   Sé dirigir la mansera
y también echar un pial,  140
sé correr en un rodeo,
trabajar en un corral,
me sé sentar en un pértigo
lo mesmo que en un bagual.

   Y empriéstenme su atención  145
si ansí me quieren honrar,
de no, tendré que callar,
pues el pájaro cantor
jamás se para a cantar
en árbol que no da flor.  150

   Hay trapitos que golpiar.
Y de aquí no me levanto;
escúchenme cuando canto
si quieren que desembuche
tengo que decirles tanto  155
que les mando que me escuchen.

   Déjenme tomar un trago,
estas son otras cuarenta,
mi garganta está sedienta
y de esto no me abochorno.  160
Pues el viejo como el horno
por la boca se calienta.




2


   Triste suena mi guitarra
y el asunto lo requiere.
Ninguno alegrías espere  165
sino sentidos lamentos,
de aquel que en duros tormentos
nace, crece, vive y muere.
—9→

   Es triste dejar sus pagos
y largarse a tierra agena  170
llevándose la alma llena
de tormentos y dolores,
mas nos llevan los rigores
como el pampero a la arena.

   Irse a cruzar el desierto  175
lo mesmo que un foragido,
dejando aquí en el olvido,
como dejamos nosotros,
su mujer en brazos de otro
y sus hijitos perdidos.  180

   ¡Cuántas veces al cruzar
en esa inmensa llanura,
al verse en tal desventura
y tan lejos de los suyos
se tira uno entre los yuyos  185
a llorar con amargura!

   En la orilla de un arroyo
solitario lo pasaba,
en mil cosas cavilaba,
y a una güelta repentina  190
se me hacía ver a mi china
o escuchar que me llamaba.

   Y las aguas serenitas
bebe el pingo trago a trago,
mientras sin ningún halago  195
pasa uno hasta sin comer,
por pensar en su mujer,
en sus hijos y en su pago.

   Recordarán que con Cruz
para el desierto tiramos,  200
en la pampa nos entramos,
cayendo por fin del viage
a unos toldos de salvajes,
los primeros que encontramos.

   La desgracia nos seguía,  205
llegamos en mal momento;
estaban en parlamento
tratando de una invasión,
y el indio en tal ocasión
recela hasta de su aliento.  210

   Se armó un tremendo alboroto
cuando nos vieron llegar,
no podíamos aplacar
tan peligroso hervidero;
nos tomaron por bomberos  215
y nos quisieron lanciar.

   Nos quitaron los caballos
a los muy pocos minutos;
estaban irresolutos,
quién sabe qué pretendían,  220
por los ojos nos metían
las lanzas aquellos brutos.

   Y dele en su lengüeteo
hacer gestos y cabriolas;
uno desató las bolas  225
y se nos vino en seguida;
ya no creíamos con vida
salvar ni por carambola.
—10→

   Allá no hay misericordia
ni esperanza que tener.  230
El indio es de parecer
que siempre matarse debe.
Pues la sangre que no bebe
le gusta verla correr.

   Cruz se dispuso a morir  235
peliando y me convidó.
Aguantemos, dije yo,
el fuego hasta que nos queme.
Menos los peligros teme
quien más veces los venció.  240

   Se debe ser más prudente
cuanto el peligro es mayor;
siempre se salva mejor
andando con alvertencia,
porque no está la prudencia  245
reñida con el valor.

   Vino al fin el lenguaraz
como a trairnos el perdón,
nos dijo: -«La salvación
se la deben a un cacique,  250
me manda que les esplique
que se trata de un malón.

   »Les ha dicho a los demás
que ustedes queden cautivos,
por si cain algunos vivos  255
en poder de los cristianos
rescatar a sus hermanos
con estos dos fugitivos.»

   Volvieron al parlamento
a tratar de sus alianzas,  260
o tal vez de las matanzas,
y conforme les detallo,
hicieron cerco a caballo
recostándose en las lanzas.

   Dentra al centro un indio viejo  265
y allí a lengüetiar se larga.
Quién sabe qué les encarga,
pero toda la riunión
lo escuchó con atención
lo menos tres horas largas.  270

   Pegó al fin tres alaridos
y ya principia otra danza;
para mostrar su pujanza
y dar pruebas de ginete
dio riendas rayando el flete  275
y revoliando la lanza.

   Recorre luego la fila,
frente a cada indio se para,
lo amenaza cara a cara
y en su juria aquel maldito  280
acompaña con su grito
el cimbrar de la tacuara.

   Se vuelve aquello un incendio
más feo que la mesma guerra.
Entre una nube de tierra  285
se hizo allí una mescolanza,
de potros, indios y lanzas
con alaridos que aterran.

   Parece un baile de fieras,
sigún yo me lo imagino;  290
era inmenso el remolino,
las voces aterradoras,
hasta que al fin de dos horas
se aplacó aquel torbellino.

   De noche formaban cerco  295
y en el centro nos ponían.
Para mostrar que querían
quitarnos toda esperanza
ocho o diez filas de lanzas
al rededor nos hacían.  300

   Allí estaban vigilantes
cuidándonos a porfía,
cuando roncar parecían
«Huaincá», gritaba cualquiera,
y toda la fila entera  305
«Huaincá», «Huaincá» repetía.

   Pero el indio es dormilón
y tiene un sueño projundo.
Es roncador sin segundo
y en tal confianza es su vida,  310
que ronca a pata tendida
aunque se dé güelta el mundo.

   Nos aviriguaban todo
como aquel que se previene,
porque siempre les conviene  315
saber las juerzas que andan,
dónde están, quiénes las mandan,
qué caballos y armas tienen.

   A cada respuesta nuestra
uno hace una esclamación,  320
y luego en continuación
aquellos indios feroces
cientos y cientos de voces
repiten el mesmo son.

   Y aquella voz de uno solo  325
que empieza por un gruñido,
llega hasta ser alarido
de toda la muchedumbre,
y ansí alquieren la costumbre
de pegar esos bramidos.  330

Llegada de Cruz y Fierro a las tolderías

Llegada de Cruz y Fierro a las tolderías

 
—9→
    —11→  


3


   De ese modo nos hallamos
empeñaos en la partida.
No hay que darla por perdida
por dura que sea la suerte;
ni que pensar en la muerte,  335
sino en soportar la vida.

   Se endurece el corazón,
no teme peligro alguno.
Por encontrarlo oportuno
allí juramos los dos:  340
respetar tan sólo a Dios
de Dios abajo, a ninguno.

   El mal es árbol que crece
y que cortado retoña.
La gente esperta o visoña  345
sufre de infinitos modos.
La tierra es madre de todos,
pero también da ponzoña.

   Mas todo varón prudente
sufre tranquilo sus males.  350
Yo siempre los hallo iguales
en cualquier senda que elijo.
La desgracia tiene hijo
aunque ella no tiene madre.

   Y al que le toca la herencia  355
donde quiera halla su ruina.
Lo que la suerte destina
no puede el hombre evitar.
Porque el cardo ha de pinchar
es que nace con espina.  360

   Es el destino del pobre
un continuo safarrancho,
y pasa como el carancho
porque el mal nunca se sacia,
si el viento de la desgracia  365
vuela las pajas del rancho.

   Mas quien manda los pesares
manda también el consuelo.
La luz que baja del cielo
alumbra al más encumbrao,  370
y hasta el pelo más delgao
hace su sombra en el suelo.

   Pero por más que uno sufra
un rigor que lo atormente
no debe bajar la frente  375
nunca, por ningún motivo.
El álamo es más altivo
y gime costantemente.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  380
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   El indio pasa la vida  385
robando o echao de panza.
La única ley es la lanza
a que se ha de someter.
Lo que le falta en saber
lo suple con desconfianza.  390

   Fuera cosa de engarzarlo
a un indio caritativo.
Es duro con el cautivo,
le dan un trato horroroso.
Es astuto y receloso,  395
es audaz y vengativo.

   No hay que pedirle favor
ni que aguardar tolerancia.
Movidos por su inorancia
y de puro desconfiaos,  400
nos pusieron separaos
bajo sutil vigilancia.

   No pude tener con Cruz
ninguna conversación.
No nos daban ocasión,  405
nos trataban como agenos.
Como dos años lo menos
duró esta separación.

   Relatar nuestras penurias
fuera alargar el asunto.  410
Les diré sobre este punto
que a los dos años recién
nos hizo el cacique el bien
de dejarnos vivir juntos.

   Nos retiramos con Cruz  415
a la orilla de un pajal.
Por no pasarlo tan mal
en el desierto infinito,
hicimos como un bendito
con dos cueros de bagual.  420

   Fuimos a esconder allí
nuestra pobre situación
aliviando con la unión
aquel duro cautiverio,
tristes como un cementerio  425
al toque de la oración.

   Debe el hombre ser valiente
si a rodar se determina,
primero, cuando camina;
segundo, cuando descansa,  430
pues en aquellas andanzas
perece el que se acoquina.
—12→

   Cuando es manso el ternerito
en cualquier vaca se priende.
El que es gaucho esto lo entiende  435
y ha de entender si le digo,
que andábamos con mi amigo
como pan que no se vende.

   Guarecidos en el toldo
charlábamos, mano a mano.  440
Éramos dos veteranos
mansos pa las sabandijas,
arrumbaos como cubijas
cuando calienta el verano.

   El alimento no abunda  445
por más empeño que se haga;
lo pasa uno como plaga,
egercitando la industria,
y siempre como la nutria
viviendo a orillas del agua.  450

   En semejante ejercicio
se hace diestro el cazador.
Cai el piche engordador,
cai el pájaro que trina.
Todo vicho que camina  455
va a parar al asador.

   Pues allí a los cuatro vientos
la persecución se lleva,
naide escapa de la leva
y dende que la alba asoma  460
ya recorre uno la loma,
el bajo, el nido, y la cueva.

   El que vive de la caza
a cualquier vicho se atreve.
Que pluma o cáscara lleve,  465
pues cuando la hambre se siente
el hombre le clava el diente
a todo lo que se mueve.

   En las sagradas alturas
está el maestro principal,  470
que enseña a cada animal
a procurarse el sustento
y le brinda el alimento
a todo ser racional.

   Y aves, y vichos y pejes,  475
se mantienen de mil modos;
pero el hombre en su acomodo
es curioso de oservar:
es el que sabe llorar,
y es el que los come a todos.  480




4


   Antes de aclarar el día
empieza el indio a aturdir
la pampa con su rugir,
y en alguna madrugada,
sin que sintiéramos nada  485
se largaban a invadir.

   Primero entierran las prendas
en cuevas como peludos;
y aquellos indios cerdudos
siempre llenos de recelos,  490
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.

   Para pegar el malón
el mejor flete procuran.
Y como es su arma segura  495
vienen con la lanza sola,
y varios pares de bolas
atados a la cintura.

   De ese modo anda liviano,
no fatiga el mancarrón;  500
es su espuela en el malón,
después de bien afilao
un cuernito de venao
que se amarra en el garrón.

   El indio que tiene un pingo  505
que se llega a distinguir,
lo cuida hasta pa dormir;
de ese cuidado es esclavo
se lo alquila a otro indio bravo
cuando vienen a invadir.  510

   Por vigilarlo no come
y ni aun el sueño concilia.
Sólo en eso no hay decidia,
de noche, les asiguro,
para tenerlo seguro  515
le hace cerco la familia.

   Por eso habrán visto ustedes,
si en el caso se han hallao,
y si no lo han oservao
téngalo dende hoy presente,  520
que todo pampa valiente
anda siempre bien montao.

    Marcha el indio a trote largo
paso que rinde y que dura;
viene en direción sigura  525
y jamás a su capricho.
No se les escapa vicho
en la noche más escura.
—13→

   Caminan entre tinieblas
con un cerco bien formao;  530
lo estrechan con gran cuidao
y agarran al aclarar
ñanduces, gamas, venaos,
cuanto ha podido dentrar.

    Su señal es un humito  535
que se eleva muy arriba
y no hay quien no lo aperciba
con esa vista que tienen;
de todas partes se vienen
a engrosar la comitiva.  540

   Ansina se van juntando,
hasta hacer esas riuniones
que cain en las invasiones
en número tan crecido.
Para formarla han salido  545
de los últimos rincones.

   Es guerra cruel la del indio
porque viene como fiera;
atropella donde quiera
y de asolar no se cansa.  550
De su pingo y de su lanza
toda salvación espera.

   Debe atarse bien la faja
quien aguardarlo se atreva;
siempre mala intención lleva,  555
y como tiene alma grande
no hay plegaria que lo ablande
ni dolor que lo conmueva.

    Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel.  560
Para matar es sin yel,
es fiero de condición.
No golpea la compasión
en el pecho del infiel.

   Tiene la vista del águila,  565
del león la temeridá.
En el desierto no habrá
animal que él no lo entienda,
ni fiera de que no aprienda
un istinto de crueldá.  570

   Es tenaz en su barbarie,
no esperen verlo cambiar,
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe.
El bárbaro sólo sabe  575
emborracharse y peliar.

   El indio nunca se ríe
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrías.  580
La risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.

   Se cruzan por el desierto
como un animal feroz.
Dan cada alarido atroz  585
que hace erizar los cabellos,
parece que a todos ellos
los ha maldecido Dios.

    Todo el peso del trabajo
lo dejan a las mujeres.  590
El indio es indio y no quiere
apiar de su condición,
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere.

   El que envenenen sus armas  595
les mandan sus hechiceras.
Y como ni a Dios veneran
nada a los pampas contiene.
Hasta los nombres que tienen
son de animales y fieras.  600

   Y son, por ¡Cristo bendito!,
lo más desaciaos del mundo.
Esos indios vagabundos,
con repunancia me acuerdo,
viven lo mesmo que el cerdo  605
en esos toldos inmundos.

   Naides puede imaginar
una miseria mayor,
su pobreza causa horror.
No sabe aquel indio bruto  610
que la tierra no da fruto
si no la riega el sudor.




5


   Aquel desierto se agita
cuando la invasión regresa.
Llevan miles de cabezas  615
de vacuno y yeguarizo,
pa no aflijirse es preciso
tener bastante firmeza.

   Aquello es un hervidero
de pampas, un celemín.  620
Cuando riunen el botín
juntando toda la hacienda,
es cantidá tan tremenda
que no alcanza a verse el fin.

   Vuelven las chinas cargadas  625
con las prendas en montón;
aflije esa destrución.
Acomodaos en cargueros
llevan negocios enteros
que han saquiado en la invasión.  630
—14→

   Su pretensión es robar,
no quedar en el pantano.
Viene a tierra de cristianos
como furia del infierno;
no se llevan al gobierno  635
porque no lo hallan a mano.

   Vuelven locos de contentos
cuando han venido a la fija.
Antes que ninguno elija
empiezan con todo empeño,  640
como dijo un santiagueño,
a hacerse la repartija.

   Se reparten el botín
con igualdá, sin malicia;
no muestra el indio codicia,  645
ninguna falta comete.
Solo en esto se somete
a una regla de justicia.

   Y cada cual con lo suyo
a sus toldos enderiesa.  650
Luego la matanza empieza
tan sin razón ni motivo,
que no queda animal vivo
de esos miles de cabezas.

   Y satifecho el salvage  655
de que su oficio ha cumplido
lo pasa por ay tendido
volviendo a su haraganiar.
Y entra la china a cueriar
con un afán desmedido.  660

   A veces a tierra adentro
algunas puntas se llevan,
pero hay pocos que se atrevan
a hacer esas incursiones,
porque otros indios ladrones  665
les suelen pelar la breva.

   Pero pienso que los pampas
deben de ser los más rudos.
Aunque andan medio desnudos
ni su convenencia entienden,  670
por una vaca que venden
quinientas matan al ñudo.

   Estas cosas y otras piores
las he visto muchos años;
pero si yo no me engaño  675
concluyó ese bandalage,
y esos bárbaros salvages
no podrán hacer más daño.

   Las tribus están desechas;
los caciques más altivos  680
están muertos o cautivos
privaos de toda esperanza,
y de la chusma y de lanza,
ya muy pocos quedan vivos.

   Son salvages por completo  685
hasta pa su diversión.
Pues hacen una junción
que naides se la imagina;
recién le toca a la china
el hacer su papelón.  690

   Cuanto el hombre es más salvage
trata pior a la muger.
Yo no sé que pueda haber
sin ella dicha ni goce.
¡Feliz el que la conoce  695
y logra hacerse querer!

   Todo el que entiende la vida
busca a su lao los placeres.
Justo es que las considere
el hombre de corazón;  700
sólo los cobardes son
valientes con sus mugeres.

   Pa servir a un desgraciao
pronta la muger está.
Cuando en su camino va  705
no hay peligro que la asuste;
ni hay una a quien no le guste
una obra de caridá.

   No se hallará una muger
a la que esto no le cuadre.  710
Yo alabo al Eterno Padre,
no porque las hizo bellas,
sino porque a todas ellas
les dio corazón de madre.

   Es piadosa y deligente  715
y sufrida en los trabajos:
tal vez su valer rebajo
aunque la estimo bastante;
lías los indios inorantes
la tratan al estropajo.  720

   Echan la alma trabajando
bajo el más duro rigor
el marido es su señor,
como tirano la manda
porque el indio no se ablanda  725
ni siquiera en el amor.

   No tiene cariño a naides
ni sabe lo que es amar,
¡ni qué se puede esperar
de aquellos pechos de bronce!  730
Yo los conocí al llegar
y los calé dende entonces.

   Mientras tiene que comer
permanece sosegao.
Yo, que en sus toldos he estao  735
y sus costumbres oservo,
digo que es como aquel cuervo
que no volvió del mandao.
—15→

   Es para él como juguete
escupir un crucifijo.  740
Pienso que Dios los maldijo
y ansina el ñudo desato;
el indio, el cerdo y el gato,
redaman sangre del hijo.

   Mas ya con cuentos de pampas  745
no ocuparé su atención.
Debo pedirles perdón,
pues sin querer me distraje,
por hablar de los salvages
me olvidé de la junción.  750

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  755
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Hacen un cerco de lanzas,
los indios quedan ajuera.
Dentra la china ligera
como yeguada en la trilla,  760
y empieza allí la cuadrilla
a dar güeltas en la era.

   A un lao están los caciques
capitanejos y el trompa;
tocando con toda pompa  765
como un toque de fagina,
adentro muere la china
sin que aquel círculo rompa.

   Muchas veces se les oyen
a las pobres los quejidos;  770
mas son lamentos perdidos.
Al rededor del cercao
en el suelo están mamaos
los indios dando alaridos.

   Su canto es una palabra  775
y de ay no salen jamás.
Llevan todas el compás
«ioká-ioká» repitiendo.
Me parece estarlas viendo
más fieras que satanás.  780

   Al trote dentro del cerco,
sudando, hambrientas, juriosas,
desgreñadas y rotosas
de sol a sol se lo llevan.
Bailan, aunque truene o llueva,  785
cantando la mesma cosa.

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