Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

La zapatera prodigiosa

Federico García Lorca



PERSONAJES
 

 
ZAPATERA.
VECINA ROJA.
VECINA MORADA.
VECINA NEGRA.
VECINA VERDE.
VECINA AMARILLA.
BEATA 1.ª.
BEATA 2.ª.
SACRISTANA.
EL AUTOR.
ZAPATERO.
EL NIÑO.
DON MIRLO.
MOZO DE LA FAJA.
MOZO DEL SOMBRERO.
Vecinas.
Beatas.
Curas.
Pueblo.



ArribaAbajoPrólogo

 

Cortina gris. Aparece el AUTOR. Sale rápidamente. Lleva una carta en la mano.

 

EL AUTOR.-  Respetable público...  (Pausa.) No, respetable público no, público solamente, y no es que el autor no considere al público respetable, todo lo contrario, sino que detrás de esta palabra hay como un delicado temblor de miedo y una especie de súplica para que el auditorio sea generoso con la mímica de los actores y el artificio del ingenio. El poeta no pide benevolencia, sino atención, una vez que ha saltado hace mucho tiempo la barra espinosa de miedo que los autores tienen a la sala. Por este miedo absurdo y por ser el teatro en muchas ocasiones una finanza, la poesía se retira de la escena en busca de otros ambientes donde la gente no se asuste de que un árbol, por ejemplo, se convierta en una bola de humo o de que tres peces, por amor de una mano y una palabra, se conviertan en tres millones de peces para calmar el hambre de una multitud. El autor ha preferido poner el ejemplo dramático en el vivo ritmo de una zapaterita popular. En todos los sitios late y anima la criatura poética que el autor ha vestido de zapatera con aire de refrán o simple romancillo y no se extrañe el público si aparece violenta o toma actitudes agrias, porque ella lucha siempre, lucha con la realidad que la cerca y lucha con la fantasía cuando ésta se hace realidad visible.  

(Se oyen voces de la ZAPATERA: «¡Quiero salir! ¡Ya voy!».)

  No tengas tanta impaciencia en salir; no es un traje de larga cola y plumas inverosímiles el que sacas, sino un traje roto, ¿lo oyes?, un traje de zapatera.  

(Voz de la ZAPATERA dentro: «¡Quiero salir!».)

  ¡Silencio!  

(Se descorre la cortina y aparece el decorado con tenue luz.)

  También amanece así todos los días sobre las ciudades, y el público olvida su medio mundo de sueño para entrar en los mercados como tú en tu casa, en la escena, zapaterilla prodigiosa.  

(Va creciendo la luz.)

  A empezar, tú llegas de la calle.  

(Se oyen las voces que pelean. Al público.)

  Buenas noches.  (Se quita el sombrero de copa y éste se ilumina por dentro con una luz verde, el AUTOR lo inclina y sale de él un chorro de agua. El AUTOR mira un poco cohibido al público y se retira de espaldas, lleno de ironía.)  Ustedes perdonen.  (Sale.) 





ArribaAbajoActo I

 

Casa del ZAPATERO. Banquillo y herramientas. Habitación completamente blanca. Gran ventana y puerta. El foro es una calle también blanca con algunas puertecitas y ventanas en gris. A la derecha e izquierda, puertas. Toda la escena tendrá un aire de optimismo y alegría, exaltada en los más pequeños detalles. Una suave luz naranja de media tarde invade la escena.

 
 

Al levantarse el telón, la ZAPATERA viene de la calle toda furiosa y se detiene en la puerta. Viste un traje verde rabioso y lleva el pelo tirante, adornado con dos grandes rosas. Tiene un aire agreste y dulce al mismo tiempo.

 

ZAPATERA.-  Cállate, larga de lengua, penacho de catalineta, que si yo lo he hecho... si yo lo he hecho, ha sido por mi propio gusto... Si no te metes dentro de tu casa te hubiera arrastrado, viborilla empolvada; y esto lo digo para que me oigan todas las que están detrás de las ventanas. Que más vale estar casada con un viejo, que con un tuerto, como tú estás. Y no quiero más conversación, ni contigo ni con nadie, ni con nadie, ni con nadie.  (Entra dando un fuerte portazo.)  Ya sabía yo que con esta clase de gente no se podía hablar ni un segundo... pero la culpa la tengo yo, yo y yo... que debía estar en mi casa con... casi no quiero creerlo, con mi marido. Quién me hubiera dicho a mí, rubia con los ojos negros, que hay que ver el mérito que esto tiene, con este talle y estos colores tan hermosísimos, que me iba a ver casada con... me tiraría del pelo.  

(Llora. Llaman a la puerta.)

  ¿Quién es?  

(No responden y llaman otra vez.)

  ¿Quién es?  (Enfurecida.) 

NIÑO.-   (Temerosamente.) Gente de paz.

ZAPATERA.-   (Abriendo.) ¿Eres tú?  (Melosa y conmovida.) 

NIÑO.-  Sí, señora Zapaterita. ¿Estaba usted llorando?

ZAPATERA.-  No, es que un mosco de esos que hacen piiiiii, me ha picado en este ojo.

NIÑO.-  ¿Quiere usted que le sople?

ZAPATERA.-  No, hijo mío, ya se me ha pasado...  (Le acaricia.)  ¿Y qué es lo que quieres?

NIÑO.-  Vengo con estos zapatos de charol, costaron cinco duros, para que los arregle su marido. Son de mi hermana la grande, la que tiene el cutis fino y se pone dos lazos, que tiene dos, un día uno y otro día otro, en la cintura.

ZAPATERA.-  Déjalos ahí, ya los arreglarán.

NIÑO.-  Dice mi madre que tenga cuidado de no darles muchos martillazos, porque el charol es muy delicado, para que no se estropee el charol.

ZAPATERA.-  Dile a tu madre que ya sabe mi marido lo que tiene que hacer, y que así supiera ella aliñar con laurel y pimienta un buen guiso como mi marido componer zapatos.

NIÑO.-   (Haciendo pucheros.) No se disguste usted conmigo, que yo no tengo la culpa y todos los días estudio muy bien la gramática.

ZAPATERA.-   (Dulce.) ¡Hijo mío! ¡Prenda mía! ¡Si contigo no es nada!  (Lo besa.)  Toma este muñequito, ¿te gusta? Pues llévatelo.

NIÑO.-  Me lo llevaré, porque como yo sé que usted no tendrá nunca niños...

ZAPATERA.-  ¿Quién te dijo eso?

NIÑO.-  Mi madre lo ha hablado el otro día, diciendo: «La zapatera no tendrá hijos», y se reían mis hermanas y la comadre Rafaela.

ZAPATERA.-   (Nerviosamente.) ¿Hijos? Puede que los tenga más hermosos que todas ellas y con más arranque y más honra, porque tu madre... es menester que sepas...

NIÑO.-  Tome usted el muñequito, ¡no lo quiero!

ZAPATERA.-   (Reaccionando.) No, no, guárdalo, hijo mío... ¡Si contigo no es nada!

 

(Aparece por la izquierda el ZAPATERO. Viste traje de terciopelo con botones de plata, pantalón corto y corbata roja. Se dirige al banquillo.)

 

ZAPATERA.-  ¡Válgate Dios!

NIÑO.-   (Asustado.) ¡Ustedes se conserven bien! ¡Hasta la vista! ¡Que sea enhorabuena! Deo gratias!  (Sale corriendo por la calle.) 

ZAPATERA.-  Adiós, hijito. Si hubieras reventado antes de nacer, no estaría pasando estos trabajos y estas tribulaciones. ¡Ay, dinero, dinero!, sin manos y sin ojos debería haberse quedado el que te inventó.

ZAPATERO.-   (En el banquillo.) Mujer, ¿qué estás diciendo?

ZAPATERA.-  ¡Lo que a ti no te importa!

ZAPATERO.-  A mí no me importa nada de nada. Ya sé que tengo que aguantarme.

ZAPATERA.-  También me aguanto yo..., piensa que tengo dieciocho años.

ZAPATERO.-  Y yo... cincuenta y tres. Por eso me callo y no me disgusto contigo... ¡Demasiado sé yo!... Trabajo para ti... y sea lo que Dios quiera...

ZAPATERA.-   (Está de espaldas a su marido y se vuelve y avanza tierna y conmovida.) Eso no, hijo mío... ¡no digas...!

ZAPATERO.-  Pero, ¡ay, si tuviera cuarenta años o cuarenta y cinco, siquiera!...  (Golpea furiosamente un zapato con el martillo.) 

ZAPATERA.-   (Enardecida.) Entonces yo sería tu criada, ¿no es esto? Si una no puede ser buena... ¿Y yo?, ¿es que no valgo nada?

ZAPATERO.-  Mujer... repórtate.

ZAPATERA.-  ¿Es que mi frescura y mi cara no valen todos los dineros de este mundo?

ZAPATERO.-  Mujer... ¡que te van a oír los vecinos!

ZAPATERA.-  Maldita hora, maldita hora en que le hice caso a mi compadre Manuel.

ZAPATERO.-  ¿Quieres que te eche un refresquito de limón?

ZAPATERA.-  ¡Ay, tonta, tonta, tonta!  (Se golpea la frente.)  Con tan buenos pretendientes como yo he tenido.

ZAPATERO.-   (Queriendo suavizar.)   Eso dice la gente.

ZAPATERA.-  ¿La gente? Por todas partes se sabe. Lo mejor de estas vegas. Pero el que más me gustaba a mí de todos era Emiliano... tú lo conociste... Emiliano, que venía montado en una jaca negra, llena de borlas y espejitos, con una varilla de mimbre en su mano y las espuelas de cobre reluciente. ¡Y qué capa traía por el invierno! ¡Qué vueltas de pana azul y qué agremanes de seda!

ZAPATERO.-  Así tuve yo una también..., son unas capas preciosísimas.

ZAPATERA.-  ¿Tú? ¡Tú qué ibas a tener!... Pero ¿por qué te haces ilusiones? Un zapatero no se ha puesto en su vida una prenda de esa clase...

ZAPATERO.-  Pero, mujer, ¿no estás viendo...?

ZAPATERA.-   (Interrumpiéndole.) También tuve otro pretendiente...  

(El ZAPATERO golpea fuertemente el zapato.)

  Aquél era medio señorito..., tendría dieciocho años, ¡se dice muy pronto! ¡Dieciocho años!

 

(El ZAPATERO se revuelve inquieto.)

 

ZAPATERO.-  También los tuve yo.

ZAPATERA.-  Tú no has tenido en tu vida dieciocho años... Aquél sí que los tenía, y me decía unas cosas... Verás...

ZAPATERO.-   (Golpeando furiosamente.) ¿Te quieres callar? Eres mi mujer, quieras o no quieras, y yo soy tu esposo. Estabas pereciendo, sin camisa ni hogar. ¿Por qué me has querido? ¡Fantasiosa, fantasiosa, fantasiosa!

ZAPATERA.-   (Levantándose.) ¡Cállate! No me hagas hablar más de lo prudente y ponte a tu obligación. ¡Parece mentira!  

(Dos vecinas con mantilla cruzan la ventana sonriendo.)

  ¿Quién me lo iba a decir, viejo pellejo, que me ibas a dar tal pago? ¡Pégame, si te parece, anda, tírame el martillo!

ZAPATERO.-  Ay, mujer..., no me des escándalos, ¡mira que viene la gente! ¡Ay, Dios mío!

 

(Las dos vecinas vuelven a cruzar.)

 

ZAPATERA.-  Yo me he rebajado. ¡Tonta, tonta, tonta! Maldito sea mi compadre Manuel, malditos sean los vecinos, tonta, tonta, tonta. (Sale golpeándose la cabeza.) 

ZAPATERO.-   (Mirándose en un espejo y contándose las arrugas.) Una, dos, tres, cuatro... y mil.  (Guarda el espejo.)  Pero me está muy bien empleado, sí, señor. Porque vamos a ver: ¿por qué me habré casado? Yo debía haber comprendido, después de leer tantas novelas, que las mujeres les gustan a todos los hombres, pero todos los hombres no les gustan a todas las mujeres. ¡Con lo bien que yo estaba! ¡Mi hermana, mi hermana tiene la culpa, mi hermana que se empeñó: «Que si te vas a quedar solo», que si qué sé yo! Y esto es mi ruina. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse!  

(Fuera se oyen voces.)

  ¿Qué será?

VECINA ROJA.-   (En la ventana y con gran brío. La acompañan sus hijas, vestidas del mismo color.) Buenas tardes.

ZAPATERO.-   (Rascándose la cabeza.) Buenas tardes.

VECINA.-  Dile a tu mujer que salga. Niñas, ¿queréis no llorar más? ¡Que salga, a ver si por delante de mí casca tanto como por detrás!

ZAPATERO.-  ¡Ay, vecina de mi alma, no me dé usted escándalos, por los clavitos de Nuestro Señor! ¿Qué quiere usted que yo le haga? Pero comprenda mi situación: toda la vida temiendo casarme..., porque casarse es una cosa muy seria, y, a última hora, ya lo está usted viendo.

VECINA.-  ¡Qué lástima de hombre! ¡Cuánto mejor le hubiera ido a usted casado con gente de su clase!..., estas niñas, pongo por caso, u otras del pueblo.

ZAPATERO.-  Y mi casa no es casa. ¡Es un guirigay!

VECINA.-  ¡Se arranca el alma! Tan buenísima sombra como ha tenido usted toda su vida.

ZAPATERO.-   (Mira por si viene su mujer.) Anteayer... despedazó el jamón que teníamos guardado para estas Pascuas y nos lo comimos entero. Ayer estuvimos todo el día con unas sopas de huevo y perejil; bueno, pues porque protesté de esto, me hizo beber tres vasos seguidos de leche sin hervir.

VECINA.-  ¡Qué fiera!

ZAPATERO.-  Así es, vecinita de mi corazón, que le agradecería en el alma que se retirase.

VECINA.-  ¡Ay, si viviera su hermana! Aquélla sí que era...

ZAPATERO.-  Ya ves..., y de camino llévate tus zapatos, que están arreglados.

 

(Por la puerta de la izquierda asoma la ZAPATERA, que detrás de la cortina espía la escena sin ser vista.)

 

VECINA.-   (Mimosa.) ¿Cuánto me vas a llevar por ellos?... Los tiempos van cada vez peor...

ZAPATERO.-  Lo que tú quieras... Ni que tire por allí ni que tire por aquí...

VECINA.-   (Dando en el codo a sus hijas.) ¿Están bien en dos pesetas?

ZAPATERO.-  ¡Tú dirás!

VECINA.-  Vaya..., te daré una...

ZAPATERA.-   (Saliendo furiosa.) ¡Ladrona!  

(Las mujeres chillan y se asustan.)

  ¿Tienes valor de robar a este hombre de esa manera?  (A su marido.)  Y tú, ¿dejarte robar? Vengan los zapatos. Mientras no des por ellos diez pesetas, aquí se quedan.

VECINA.-  ¡Lagarta, lagarta!

ZAPATERA.-  ¡Mucho cuidado con lo que estás diciendo!

NIÑAS.-  ¡Ay, vámonos, vámonos, por Dios!

VECINA.-  Bien despachado vas de mujer, ¡que te aproveche!

 

(Se van rápidamente. El ZAPATERO cierra la ventana y la puerta.)

 

ZAPATERO.-  Escúchame un momento...

ZAPATERA.-   (Recordando.) Lagarta..., lagarta..., qué, qué, qué... ¿qué me vas a decir?

ZAPATERO.-  Mira, hija mía. Toda mi vida ha sido en mí una verdadera preocupación evitar el escándalo.   (El ZAPATERO traga constantemente saliva.) 

ZAPATERA.-  ¿Pero tienes el valor de llamarme escandalosa, cuando he salido a defender tu dinero?

ZAPATERO.-  Yo no te digo más que he huido de los escándalos, como las salamanquesas del agua fría.

ZAPATERA.-   (Rápido.) ¡Salamanquesas! ¡Ay, qué asco!

ZAPATERO.-   (Armado de paciencia.) Me han provocado, me han, a veces, hasta insultado, y no teniendo ni tanto así de cobarde he quedado sin alma en mi almario, por el miedo de verme rodeado de gentes y llevado y traído por comadres y desocupados. De modo que ya lo sabes. ¿He hablado bien? Ésta es mi última palabra.

ZAPATERA.-  Pero vamos a ver: ¿a mí qué me importa todo esto? Me casé contigo, ¿no tienes la casa limpia? ¿No comes? ¿No te pones cuellos y puños que en tu vida te los habías puesto? ¿No llevas tu reloj, tan hermoso, con cadena de plata y venturinas, al que le doy cuerda todas las noches? ¿Qué más quieres? Porque, yo, todo menos esclava. Quiero hacer siempre mi santa voluntad.

ZAPATERO.-  No me digas... Tres meses llevamos de casados, yo, queriéndote..., y tú, poniéndome verde. ¿No ves que ya no estoy para bromas?

ZAPATERA.-   (Seria y como soñando.) Queriéndome, queriéndome... Pero  (Brusca.)  ¿qué es eso de queriéndome? ¿Qué es queriéndome?

ZAPATERO.-  Tú te creerás que yo no tengo vista, y tengo. Sé lo que haces y lo que no haces, y ya estoy colmado, ¡hasta aquí!

ZAPATERA.-   (Fiera.) Pues lo mismo se me da a mí que estés colmado como que no estés, porque tú me importas tres pitos, ¡ya lo sabes!  (Llora.) 

ZAPATERO.-  ¿No puedes hablarme un poquito más bajo?

ZAPATERA.-  Merecías, por tonto, que colmara la calle a gritos.

ZAPATERO.-  Afortunadamente creo que esto se acabará pronto; porque yo no sé cómo tengo paciencia.

ZAPATERA.-  Hoy no comemos..., de manera que ya te puedes buscar la comida por otro sitio.  (La ZAPATERA sale rápidamente hecha una furia.) 

ZAPATERO.-  Mañana  (Sonriendo.)  quizá la tengas que buscar tú también.  (Se va al banquillo.) 

 

(Por la puerta central aparece el ALCALDE. Viste de azul oscuro, gran capa y larga vara de mando rematada con cabos de plata. Habla despacio y con gran sorna.)

 

ALCALDE.-  ¿En el trabajo?

ZAPATERO.-  En el trabajo, señor alcalde.

ALCALDE.-  ¿Mucho dinero?

ZAPATERO.-  El suficiente.

 

(El ZAPATERO sigue trabajando. El ALCALDE mira curiosamente a todos lados.)

 

ALCALDE.-  Tú no estás bueno.

ZAPATERO.-   (Sin levantar la cabeza.) No.

ALCALDE.-  ¿La mujer?

ZAPATERO.-   (Asintiendo.) ¡La mujer!

ALCALDE.-   (Sentándose.) Eso tiene casarse a tu edad... A tu edad se debe estar viudo... de una, como mínimum... Yo estoy de cuatro: Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que ha sido la última; buenas mozas todas, aficionadas a las flores y al agua limpia. Todas, sin excepción, han probado esta vara repetidas veces. En mi casa..., en mi casa, coser y cantar.

ZAPATERO.-  Pues ya está usted viendo qué vida la mía. Mi mujer... no me quiere. Habla por la ventana con todos. Hasta con don Mirlo, y a mí se me está encendiendo la sangre.

ALCALDE.-   (Riendo.) Es que ella es una chiquilla alegre, eso es natural.

ZAPATERO.-  ¡Ca! Estoy convencido..., yo creo que esto lo hace por atormentarme; porque, estoy seguro..., ella me odia. Al principio creí que la dominaría con mi carácter dulzón y mis regalillos: collares de coral, cintillos, peinetas de concha..., ¡hasta unas ligas! Pero ella... ¡siempre es ella!

ALCALDE.-  Y tú, siempre tú; ¡qué demonio! Vamos, lo estoy viendo y me parece mentira cómo un hombre, lo que se dice un hombre, no puede meter en cintura, no una, sino ochenta hembras. Si tu mujer habla por la ventana con todos, si tu mujer se pone agria contigo, es porque tú quieres, porque tú no tienes arranque. A las mujeres, buenos apretones en la cintura, pisadas fuertes y la voz siempre en alto, y si con esto se atreven a hacer quiquiriquí, la vara, no hay otro remedio. Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que ha sido la última, te lo pueden decir desde la otra vida, si es que por casualidad están allí.

ZAPATERO.-  Pero si el caso es que no me atrevo a decirle una cosa.  (Mira con recelo.) 

ALCALDE.-   (Autoritario.) Dímela.

ZAPATERO.-  Comprendo que es una barbaridad... pero yo no estoy enamorado de mi mujer.

ALCALDE.-  ¡Demonio!

ZAPATERO.-  Sí, señor, ¡demonio!

ALCALDE.-  Entonces, grandísimo tunante, ¿por qué te has casado?

ZAPATERO.-  Ahí lo tiene usted. Yo no me lo explico tampoco. Mi hermana, mi hermana tiene la culpa. Que si te vas a quedar solo, que si qué sé yo, que si qué sé yo cuántos. Yo tenía dinerillos, salud, y dije: ¡allá voy! Pero, benditísima soledad antigua. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse!

ALCALDE.-  ¡Pues te has lucido!

ZAPATERO.-  Sí, señor, me he lucido... Ahora, que yo no aguanto más. Yo no sabía lo que era una mujer. Digo, ¡usted, cuatro! Yo no tengo edad para resistir este jaleo.

ZAPATERA

 (Cantando dentro, fuerte.) 

¡Ay, jaleo, jaleo,
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo!

ZAPATERO.-  Ya lo está usted oyendo.

ALCALDE.-  ¿Y qué piensas hacer?

ZAPATERO.-  Cuca silvana.  (Hace un ademán.) 

ALCALDE.-  ¿Se te ha vuelto el juicio?

ZAPATERO.-   (Excitado.) El zapatero a tus zapatos se acabó para mí. Yo soy un hombre pacífico. Yo no estoy acostumbrado a estos voceríos y a estar en lenguas de todos.

ALCALDE.-   (Riéndose.) Recapacita lo que has dicho que vas a hacer; que tú eres capaz de hacerlo, y no seas tonto. Es una lástima que un hombre como tú no tenga el carácter que debías tener.

 

(Por la puerta de la izquierda aparece la ZAPATERA, echándose polvos con una polvera rosa y limpiándose las cejas.)

 

ZAPATERA.-  Buenas tardes.

ALCALDE.-  Muy buenas.  (Al ZAPATERO.)  ¡Como guapa, es guapísima!

ZAPATERO.-  ¿Usted cree?

ALCALDE.-  ¡Qué rosas tan bien puestas lleva usted en el pelo y qué bien huelen!

ZAPATERA.-  Muchas que tiene usted en los balcones de su casa.

ALCALDE.-  Efectivamente. ¿Le gustan a usted las flores?

ZAPATERA.-  ¿A mí?... ¡Ay, me encantan! Hasta en el tejado tendría yo macetas, en la puerta, por las paredes. Pero a éste..., a ése... no le gustan. Claro, toda la vida haciendo botas, ¡qué quiere usted!  (Se sienta en la ventana.) Y buenas tardes. (Mira a la calle y coquetea.) 

ZAPATERO.-  ¿Lo ve usted?

ALCALDE.-  Un poco brusca..., pero es una mujer guapísima. ¡Qué cintura tan ideal!

ZAPATERO.-  No la conoce usted.

ALCALDE.-  ¡Pchs!  (Saliendo majestuosamente.)  ¡Hasta mañana! Y a ver si se despeja esa cabeza. ¡A descansar, niña! ¡Qué lástima de talle!  (Vase mirando a la ZAPATERA.) ¡Porque, vamos! ¡Y hay que ver qué ondas en el pelo! (Sale.) 

ZAPATERO

 (Cantando.) 

Si tu madre quiere un rey,
la baraja tiene cuatro:
rey de oros, rey de copas,
rey de espadas, rey de bastos.

 

(La ZAPATERA coge una silla, y sentada en la ventana empieza a darle vueltas.)

 

ZAPATERO.-   (Cogiendo otra silla y dándole vueltas en sentido contrario.) Si sabes que tengo esa superstición, y para mí esto es como si me dieras un tiro, ¿por qué lo haces?

ZAPATERA.-   (Soltando la silla.) ¿Qué he hecho yo? ¿No te digo que no me dejas ni moverme?

ZAPATERO.-  Ya estoy harto de explicarte...; pero es inútil.  

(Va a hacer mutis, pero la ZAPATERA empieza otra vez y el ZAPATERO viene corriendo desde la puerta y da vueltas a su silla.)

  ¿Por qué no me dejas marchar, mujer?

ZAPATERA.-  ¡Jesús!, pero si lo que yo estoy deseando es que te vayas.

ZAPATERO.-  ¡Pues déjame!

ZAPATERA.-   (Enfurecida.) ¡Pues vete!

 

(Fuera se oye una flauta acompañada de guitarra que toca una polquita antigua con el ritmo cómicamente acusado. La ZAPATERA empieza a llevar el compás con la cabeza, y el ZAPATERO huye por la izquierda.)

 

ZAPATERA.-   (Cantando.) Larán, larán... A mí, es que la flauta me ha gustado siempre mucho... Yo siempre he tenido delirio por ella... Casi se me saltan las lágrimas... ¡Qué primor! Larán, larán... Oye... Me gustaría que él la oyera...  (Se levanta y se pone a bailar como si lo hiciera con novios imaginarios.)  ¡Ay, Emiliano! Qué cintillos tan preciosos llevas... No, no... Me da vergüencilla... Pero, José María, ¿no ves que nos están viendo? Coge un pañuelo, que no quiero que me manches el vestido. A ti te quiero, a ti... ¡Ah, sí!..., mañana que traigas la jaca blanca, la que a mí me gusta.  

(Ríe. Cesa la música.)

  ¡Qué mala sombra! Esto es dejar a una con la miel en los labios... Qué...

 

(Aparece en la ventana DON MIRLO. Viste de negro, frac y pantalón corto. Le tiembla la voz y mueve la cabeza como un muñeco de alambre.)

 

MIRLO.-  ¡Chissssss!

ZAPATERA.-   (Sin mirar y vuelta de espaldas a la ventana.) Pin, pin, pío, pío, pío.

MIRLO.-   (Acercándose más.) ¡Chissss! Zapaterilla blanca, como el corazón de las almendras, pero amargosilla también. Zapaterita..., junco de oro encendido... Zapaterita, bella Otero de mi corazón.

ZAPATERA.-  Cuánta cosa, don Mirlo; a mí me parecía imposible que los pajarracos hablaran. Pero si anda por ahí revoloteando un mirlo negro, negro y viejo..., sepa que yo no puedo oírle cantar hasta más tarde... pin, pío, pío, pío.

MIRLO.-  Cuando las sombras crepusculares invadan con sus tenues velos el mundo y la vía pública se halle libre de transeúntes, volveré.   (Toma rapé y estornuda sobre el cuello de la ZAPATERA.) 

ZAPATERA.-    (Volviéndose airada y pegando a DON MIRLO, que tiembla.) ¡Aaaah!  (Con cara de asco.)  ¡Y aunque no vuelvas, indecente! Mirlo de alambre, garabato de candil... Corre, corre... ¿Se habrá visto? ¡Mira que estornudar! ¡Vaya mucho con Dios! ¡Qué asco!

 

(En la ventana se para el MOZO DE LA FAJA. Tiene el sombrero plano echado a la cara y da pruebas de gran pesadumbre.)

 

MOZO.-  ¿Se toma el fresco, zapaterita?

ZAPATERA.-  Exactamente igual que usted.

MOZO.-  Y siempre sola... ¡Qué lástima!

ZAPATERA.-   (Agria.) ¿Y por qué lástima?

MOZO.-  Una mujer como usted, con ese pelo y esa pechera tan hermosísima...

ZAPATERA.-   (Más agria.) Pero ¿por qué lástima?

MOZO.-  Porque usted es digna de estar pintada en las tarjetas postales y no aquí... en este portalillo.

ZAPATERA.-  ¿Sí?... A mí las tarjetas postales me gustan mucho, sobre todo las de novios que se van de viaje...

MOZO.-  ¡Ay zapaterita, qué calentura tengo! (Siguen hablando.) 

ZAPATERO.-   (Entrando y retrocediendo.) ¡Con todo el mundo y a estas horas! ¡Qué dirán los que vengan al rosario de la iglesia! ¡Qué dirán en el casino! ¡Me estarán poniendo!... En cada casa un traje con ropa interior y todo.  

(La ZAPATERA se ríe.)

  ¡Ay, Dios mío! ¡Tengo razón para marcharme! Quisiera oír a la mujer del sacristán; pues ¿y los curas? ¿Qué dirán los curas? Eso será lo que habrá que oír.  (Entra desesperado.) 

MOZO.-  ¿Cómo quiere que se lo exprese?... Yo la quiero, te quiero como...

ZAPATERA.-  Verdaderamente eso de «la quiero», «te quiero», suena de un modo que parece que me están haciendo cosquillas con una pluma detrás de las orejas. Te quiero, la quiero...

MOZO.-  ¿Cuántas semillas tiene el girasol?

ZAPATERA.-  ¡Yo qué sé!

MOZO.-  Tantos suspiros doy a cada minuto por usted, por ti...  (Muy cerca.) 

ZAPATERA.-   (Brusca.) Estate quieto. Yo puedo oírte hablar porque me gusta y es bonito, pero nada más, ¿lo oyes? ¡Estaría bueno!

MOZO.-  Pero eso no puede ser. ¿Es que tienes otro compromiso?

ZAPATERA.-  Mira, vete.

MOZO.-  No me muevo de este sitio sin el sí. ¡Ay mi zapaterita, dame tu palabra!  (Va a abrazarla.) 

ZAPATERA.-   (Cerrando violentamente la ventana.) ¡Pero qué impertinente, qué loco!... ¡Si te he hecho daño te aguantas!... Como si yo no estuviese aquí más que paraaa, paraaaa... ¿Es que en este pueblo no puede una hablar con nadie? Por lo que veo, en este pueblo no hay más que dos extremos: o monja o trapo de fregar... ¡Era lo que me quedaba de ver!  (Haciendo como que huele y echando a correr.)  ¡Ay, mi comida que está en la lumbre! ¡Mujer ruin!

 

(La luz se va marchando. El ZAPATERO sale con una gran capa y un bulto de ropa en la mano.)

 

ZAPATERO.-  ¡O soy otro hombre o no me conozco! ¡Ay casita mía! ¡Ay banquillo mío! Cerote, clavos, pieles de becerro... Bueno.

 

(Se dirige hacia la puerta y retrocede, pues se topa con dos beatas en el mismo quicio.)

 

BEATA 1.ª.-  Descansando, ¿verdad?

BEATA 2.ª.-  ¡Hace usted bien en descansar!

ZAPATERO.-   (De mal humor.) ¡Buenas noches!

BEATA 1.ª.-  A descansar, maestro.

BEATA 2.ª.-  ¡A descansar, a descansar!

 

(Se van.)

 

ZAPATERO.-  Sí, descansando... ¡Pues no estaban mirando por el ojo de la llave! ¡Brujas, sayonas! ¡Cuidado con el retintín con que me lo han dicho! Claro... si en todo el pueblo no se hablará de otra cosa: ¡que si yo, que si ella, que si los mozos! ¡Ay! ¡Mal rayo parta a mi hermana que en paz descanse! ¡Pero primero solo que señalado por el dedo de los demás!   (Sale rápidamente y deja la puerta abierta.) 

 

(Por la izquierda aparece la ZAPATERA.)

 

ZAPATERA.-  Ya está la comida..., ¿me estás oyendo? (Avanza hacia la puerta de la derecha.)  ¿Me estás oyendo? Pero ¿habrá tenido el valor de marcharse al cafetín, dejando la puerta abierta... y sin haber terminado los borceguíes? Pues cuando vuelva ¡me oirá! ¡Me tiene que oír! ¡Qué hombres son los hombres, qué abusivos y qué..., qué... vaya!  (En un repeluzno.)  ¡Ay, qué fresquito hace!

 

(Se pone a encender el candil y de la calle llega el ruido de las esquilas de los rebaños que vuelven. La ZAPATERITA se asoma a la ventana.)

 

¡Qué primor de rebaños! Lo que es a mí, me chalan las ovejitas. Mira, mira... aquella blanca tan chiquita que casi no puede andar. ¡Ay!... Pero aquella grandota y antipática se empeña en pisarla y nada...  (A voces.)  Pastor, ¡asombrado! ¿No estás viendo que te pisotean la oveja recién nacida? (Pausa.)  Pues claro que me importa... ¿No ha de importarme? ¡Brutísimo!... Y mucho...  (Se quita de la ventana.)  Pero, señor, ¿adónde habrá ido este hombre desnortado? Pues si tarda siquiera dos minutos más, como yo sola, que me basto y me sobro... ¡Con la comida tan buena que he preparado!... Mi cocido, con sus patatas de la sierra, dos pimientos verdes, pan blanco, un poquito magro de tocino, y arrope con calabaza y cáscara de limón para encima, ¡porque lo que es cuidarlo, lo que es cuidarlo, lo estoy cuidando a mano!

 

(Durante todo este monólogo da muestras de gran actividad, moviéndose de un lado para otro, arreglando las sillas, despabilando el velón y quitándose motas del vestido.)

 

NIÑO.-   (En la puerta.) ¿Estás disgustada todavía?

ZAPATERA.-  Primorcito de su vecino, ¿dónde vas?

NIÑO.-   (En la puerta.) Tú no me regañarás, ¿verdad?, porque a mi madre, que algunas veces me pega, la quiero veinte arrobas, pero a ti te quiero treinta y dos y media...

ZAPATERA.-  ¿Por qué eres tan precioso?  (Sienta al NIÑO en sus rodillas.) 

NIÑO.-  Yo venía a decirte una cosa que nadie quiere decirte. Ve tú, ve tú, ve tú, y nadie quería, y entonces: «Que vaya el niño», dijeron... porque era un notición que nadie quiere dar.

ZAPATERA.-  Pero dímelo pronto, ¿qué ha pasado?

NIÑO.-  No te asustes, que de muertos no es.

ZAPATERA.-  ¡Anda!

NIÑO.-  Mira, zapaterita...  

(Por la ventana entra una mariposa, y el NIÑO, bajándose de las rodillas de la ZAPATERA, echa a correr.)

  Una mariposa, una mariposa... ¿No tienes un sombrero?... Es amarilla, con pintas azules y rojas... y, ¡qué sé yo!...

ZAPATERA.-  Pero, hijo mío..., ¿quieres...?

NIÑO.-   (Enérgico.) Cállate y habla en voz baja, ¿no ves que se espanta si no? ¡Ay! ¡Dame tu pañuelo!

ZAPATERA.-   (Intrigada ya en la caza.) Tómalo.

NIÑO.-  ¡Chist!... No pises fuerte.

ZAPATERA.-  Lograrás que se escape.

NIÑO

 (En voz baja y como encantando a la mariposa, canta.) 

Mariposa del aire,
qué hermosa eres,
mariposa del aire
dorada y verde.
Luz del candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
No te quieres parar,
pararte no quieres.
Mariposa del aire
dorada y verde.
Luz de candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
¡Quédate ahí!
Mariposa, ¿estás ahí?

ZAPATERA.-   (En broma.) Síííí.

NIÑO.-  No, eso no vale.

 

(La mariposa vuela.)

 

ZAPATERA.-  ¡Ahora! ¡Ahora!

NIÑO.-   (Corriendo alegremente con el pañuelo.)  ¿No te quieres parar? ¿No quieres dejar de volar?

ZAPATERA.-   (Corriendo también por otro lado.) ¡Que se escapa, que se escapa!

 

(El NIÑO sale corriendo por la puerta persiguiendo a la mariposa.)

 

ZAPATERA.-   (Enérgica.) ¿Dónde vas?

NIÑO.-   (Suspenso.) ¡Es verdad!  (Rápido.)  ¡Pero yo no tengo la culpa!

ZAPATERA.-  ¡Vamos! ¿Quieres decirme lo que pasa? ¡Pronto!

NIÑO.-  ¡Ay! Pues, mira..., tu marido, el zapatero, se ha ido para no volver más.

ZAPATERA.-   (Aterrada.) ¿Cómo?

NIÑO.-  Sí, sí, eso ha dicho en mi casa antes de montarse en la diligencia, que lo he visto yo..., y nos encargó que te lo dijéramos y ya lo sabe todo el pueblo...

ZAPATERA.-   (Sentándose desplomada.) ¡No es posible, esto no es posible! ¡Yo no lo creo!

NIÑO.-  ¡Sí que es verdad, no me regañes!

ZAPATERA.-   (Levantándose hecha una furia y dando fuertes pisotadas en el suelo.) ¿Y me da este pago? ¿Y me da este pago?

 

(El NIÑO se refugia detrás de la mesa.)

 

NIÑO.-  ¡Que se te caen las horquillas!

ZAPATERA.-  ¿Qué va a ser de mí sola en esta vida? ¡Ay, ay, ay!  

(El NIÑO sale corriendo. La ventana y las puertas están llenas de vecinos.)

  Sí, sí, venid a verme, cascantes, comadricas, por vuestra culpa ha sido...

ALCALDE.-  Mira, ya te estás callando. Si tu marido te ha dejado ha sido porque no lo querías, porque no podía ser.

ZAPATERA.-  ¿Pero lo van a saber ustedes mejor que yo? Sí, lo quería, vaya si lo quería, que pretendientes buenos y muy riquísimos he tenido y no les he dado el sí jamás. ¡Ay pobrecito mío, qué cosas te habrán contado!

SACRISTANA.-   (Entrando.) Mujer, repórtate.

ZAPATERA.-  No me resigno. No me resigno. ¡Ay, ay!

 

(Por la puerta empiezan a entrar vecinas vestidas con colores violentos y que llevan grandes vasos de refrescos. Giran, corren, entran y salen alrededor de la ZAPATERA, que está sentada gritando, con la prontitud y ritmo de baile. Las grandes faldas se abren a las vueltas que dan. Todos adoptan una actitud cómica de pena.)

 

VECINA AMARILLA.-  Un refresco.

VECINA ROJA.-  Un refresquito.

VECINA VERDE.-  Para la sangre.

VECINA NEGRA.-  De limón.

VECINA MORADA.-  De zarzaparrilla.

VECINA ROJA.-  La menta es mejor.

VECINA MORADA.-  Vecina.

VECINA VERDE.-  Vecinita.

VECINA NEGRA.-  Zapatera.

VECINA VERDE.-  Zapaterita.

 

(Las vecinas arman gran algazara. La ZAPATERA llora a gritos.)

 
 

(Telón.)

 

IndiceSiguiente