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ArribaAbajoActo cuarto


Escena primera

 

LARA y VELASCO. Soldados aragoneses con banderas, pueblo, artillería, etc.

 
VELASCO.

 (A un lado del teatro y recatándose de la multitud.) 

Nuestro el triunfo será, ya nada temo;
las torres avanzadas y las puertas
guarnecidas están cual nos conviene,
y lo veréis en la ocasión primera.
De Teruel y Albarracín las tropas
al punto obedecieron la orden vuestra.
Y ya están detenidas las escuadras
que se alistaron en Barbastro y Huesca.
LARA.
¿Y dónde están nuestros amigos?
VELASCO.
Todos
del muro y la ciudad partes diversas
ocupan con recato; en esta plaza
muchos están cual veis, y están alerta.
LARA.
¿Acompañaste a Vargas?
VELASCO.
Hasta el punto
do avanzadas se ven sus centinelas
escoltándole fui.
LARA.
Velasco, basta,
que aquí ese joven altanero llega.


Escena II

 

Los mismos; PUEBLO y LANUZA

 
 

Los soldados se ordenan y el pueblo se acomoda al fondo, y todos, a la escena

 
PUEBLO.
¡Viva la libertad!
LANUZA.
¡Amigos, viva,
y los tiranos y traidores mueran!
¡Oh pueblo aragonés, siempre glorioso!
El ansiado momento ya se acerca
en que al mundo valientes demostremos
que es libre un pueblo cuando serio anhela.
Del déspota las huestes orgullosas
cobardes ya nos miran y respetan;
compónense de siervos degradados,
y almas esclavas el valor no albergan.
Ved cuál su insana furia se ha entibiado
sólo con avistar estas almenas;
vedlos capitular, y temerosos
dilatar el combate, pedir tregua...
PUEBLO.
¡No haya treguas!... ¡La lid!
LANUZA.
¡Oh noble grito,
de victoria feliz segura prenda!
Mas contener debemos, ciudadanos,
el santo ardor que hierve en nuestras venas.
Si desechamos del contrario jefe,
con justísimo enojo, las propuestas,
hasta el próximo sol le concedimos
las armas suspender. Y nunca sea
por un pueblo valiente y generoso,
que las virtudes y el honor profesa,
rota la fe de un pacto. Los que lidian
por la justicia y la razón, cubrieran,
si la justicia y la razón hollaran,
sus claros nombres de baldón y afrenta.
Los enemigos dilatar quisieron
el plazo de la lid; la gloria es nuestra.
No tememos que aumenten sus escuadras;
la dilación disminuirá sus fuerzas;
pues si al primer momento no han osado
acometer nuestras ferradas puertas,
aún menos lo osarán mientras más piensen
lo deshonroso de su inicua empresa.
También, aunque nosotros ya miramos
seguro el triunfo, la victoria cierta.
no debemos privar de los laureles
a las valientes tropas que se acercan
de las ciudades. Llegan, pues, y todos
parte en la lid y en la venganza tengan.


Escena III

 

Los mismos y HEREDIA

 
HEREDIA.
¿Quién en la fe de los tiranos fía?
¡Oh maldad! ¡Oh traición!
LARA.
¿Qué ocurre, Heredia?
HEREDIA.
Del arrabal en la almenada torre
ya el pabellón del rey Felipe ondea.
LANUZA.
¡Amigo!... ¿Cómo? Dime...
HEREDIA.
En el momento
que el jefe castellano a sus banderas
tornó desde estos muros, con recato
alguna parte de su gente ordena,
y mudo el atambor, las tropas mudas
y en gran silencio y sin temor se acerca
por aquel lado al elevado muro,
donde ninguna oposición encuentra.
Allí el virrey estaba, allí el prelado,
y con vil oro y seducción y ofertas
la multitud comprada ya tenían,
y el adarve y las armas todos dejan
al acercarse el castellano. Algunos
gritan: «¡Traición!», y pónense en defensa;
pero pocos, sin plan y divididos,
sólo la muerte o el desprecio encuentran,
y álzanse los rastrillos, y en los brazos
reciben los traidores, ¡vil afrenta!,
al bárbaro enemigo, que orgulloso
ocupa el arrabal todo, y se ceba
en sangre, en muerte, en latrocinio infame.
Mas ya por la ciudad cunde esta nueva,
y coronan el muro los valientes:
las escuadras del rey también se aprestan,
y todo es confusión.
LANUZA.
¡Atroz perfidia!
LARA.
¿Y cómo pudo ser...?
PUEBLO.
¡Venganza y guerra!
LANUZA.
¡Guerra y venganza, sí, guerra y venganza!
¡Sangre, sangre tendrán, pues sangre anhelan!
Vamos a combatir; el alto muro
guárdase con ardor, ilustre Heredia;
a ti te encargo a Zaragoza, Lara,
en este sitio un escuadrón reserva
pronto para lidiar donde el peligro
exija concurrir con nuevas fuerzas.

 (A uno de los pelotones de tropa.)  

Y vosotros, venid, seguidme osados,
que salir quiero de los muros fuera,
y en campo abierto nuestro noble brío
patentizar al orbe en la pelea,
y aterrar esas huestes ominosas
que no osan combatir en noble guerra,
y vengar el engaño, la perfidia
con que abusaron de la pura, excelsa
virtud de un pueblo libre. Mas primero

 (Tomando una bandera con las armas de Aragón.)  

jurad por el honor que arde y alienta
en vuestros pechos, por la cara patria,
que su salud de nuestro esfuerzo espera:
o vencer o morir.
SOLDADOS.

 (Los que siguen a LANUZA.) 

Sí, lo juramos.
O vencer o morir.
LANUZA.
¡Oh Dios, que velas
sobre los buenos! Oye nuestros votos.
Protege, bondadoso, nuestra empresa,
y que al hundirse el sol en el ocaso
libre por siempre a Zaragoza vea.
 

(Sale LANUZA por un lado con el pelotón que eligió, y le sigue algún pueblo, y HEREDIA se va por otro lado con algunos otros y VELASCO.)

 


Escena IV

 

LARA, SOLDADOS y PUEBLO

 
LARA.

 (Dice los cuatro primeros versos como hablando con los que acaban de salir.) 

Andad, andad..., ¡oh mísero Destino!
¡Vuestro noble valor qué recompensa
horrible va a tener! Sí; ese altanero
joven voluble al precipicio os lleva.
Y vosotros, venid, desventurados;
aquí reuníos por la vez postrera,
ya que queréis ser víctimas incautas
de una astuta traición, de una perversa
trama que no alcanzáis. ¡Oh patria mía,
digna de mejor suerte!... ¿Qué te espera
después de tantos años de altas glorias?
Sólo torpe baldón, infamia eterna.
¡Infelices!... ¡Qué horror! No quiera el Cielo
que yo coopere a la desgracia vuestra...
¿Por qué la muerte perdonó mis días,
cuando con fama y con honor muriera,
y para presenciar tanto infortunio
me conservó la mísera existencia?
ALGUNOS DEL PUEBLO.
¿Dudas del triunfo tú?
LARA.
¡Desventurados!
¿Quién es tan ciego que victoria espera?
¿Quién la debe esperar? Aragoneses,
¿no veis la horrible sima que está abierta
bajo de vuestros pies?... Abrid los ojos;
veréis cuán vana es toda resistencia
contra el poder del triunfador Felipe,
del bravo Vargas, de sus huestes fieras.
¿Qué recursos tenemos? ¿Con qué auxilios
contamos para hacer una defensa
que os salve del rigor de un fiero asalto?
¿De Albarracín, de Terüel y Huesca
confiáis, acaso, en las supuestas tropas
con que os animan y que nunca llegan?
Lanuza, joven en su ardor primero,
se envaneció sin consultar sus fuerzas
al ocupar el elevado cargo
de justicia mayor, que no debiera
confiarse jamás ligeramente
a un mancebo sin canas ni experiencia.
El de Aragón comprometió el sosiego,
hizo odiosa la causa noble y buena
que defender quisimos, y abusando
del nombre de la patria, horrible guerra
atrajo a Zaragoza, convirtiendo
en rebelión al rey lo que defensa
debiera ser de nuestras leyes sólo.
¿Qué persona, por dicha, veis de cuenta
sus pendones seguir?... ¿Los magistrados,
sacerdotes, prelados y nobleza
los siguen, por ventura? ¡Y la ignorancia
apellida traición a la prudencia
de aquellos que evitar sólo pretenden
los funestos horrores que nos cercan!
Volved atrás los ojos, ciudadanos;
recordad el origen de esta guerra,
y veréis que es salvar la infame vida
de Pérez, de un traidor, que es de la Iglesia,
del Trono y del Altar vil enemigo.
¿Y hemos de perecer en su defensa?
ALGUNOS DEL PUEBLO.
Por nuestra libertad, por nuestras leyes...
LARA.
Escuchad, escuchad., ¿Pensáis que intenta
robároslas el rey? ¿Pensáis, por dicha,
que a intentarlo pudierais defenderlas?...
PUEBLO.
¡Lanuza!...
LARA.
¿Aun ciegos te aclamáis? ¡Lanuza!...
Toda vuestra esperanza tenéis puesta
en Lanuza... No debo, no, ocultaros
la alevosa maldad..., la trama horrenda...
Estáis todos vendidos. Sí, vendidos...
PUEBLO.
¡Vendidos!
LARA.
¿No lo veis, oh gente ciega!...
PUEBLO.
¿Y quién es el traidor?
LARA.
¡Temblad, cuitados!
Lanuza es el que os vende y os entrega
al justísimo enojo de un monarca
poderoso, ofendido; él solo...
ALGUNOS DEL PUEBLO.
Es negra
calumnia.
LARA.
Sosegaos,¡oh compatricios!
y no paguéis mi amor con tal ofensa.
Escuchadme y temblad. Y mis palabras
desharán pronto la confianza necia
que en un engañador tenéis cifrada,
y que al desastre y perdición os lleva.
OTROS DEL PUEBLO.
Escuchémosle, pues.
LARA.
Sí, aragoneses;
atentos escuchad, que os interesa.
Lanuza, si un momento pensó, altivo,
defender a Aragón, ya no lo piensa.
Su pecho, que juzgabais duro bronce,
se ha convertido pronto en blanda cera.
Y dio a la seducción grata acogida,
de una débil pasión infame presa.
Sabéis que adora a la gallarda Elvira,
que en su palacio sin rubor se alberga;
pues sabed que esa joven es la hija
del caudillo sagaz que nos asedia.
Ahora patente miraréis la causa
de concederle entrar, de darle treguas,
de no impedir que el arrabal ocupe,
de retardar el paso a las banderas
que alzaron las ciudades comarcanas;
Y de una vez oídlo, ¡oh trama horrenda!
Aunque visteis que habló con el caudillo
manifestando arrojo y fortaleza,
en seguida con él y con la hija
una entrevista celebró secreta,
y yo le sorprendí, y otros conmigo
y que aquí mismo están.
ALGUNOS DEL PUEBLO.

 (Estos serán los mismos que salieron con LARA en la última escena del acto anterior.) 

Amigos, ciertas
son sus palabras.
LARA.
¿Qué esperáis ahora?
PUEBLO.
¡Es Lanuza traidor!
LARA.
¿Y duda os queda?
¿No escuchasteis ha poco sus acentos,
Y cuál se opuso a quebrantar la tregua,
como vos pretendisteis, disfrazando
con capa de virtud y de nobleza
sus pérfidos intentos?... ¿No habéis visto
cómo ha salido de los muros fuera?
¿Pensáis que va a lidiar, a hallar la muerte...?
¡Sólo ponerse en cobro es lo que intenta
y dejaros expuestos a la furia
y a los estragos de la horrible guerra.
Ya su dama tal vez está en seguro;
también Pérez huyó...; todos nos dejan,
del temor del monarca, de la furia
de una tropa feroz mísera presa.
PUEBLO.
¡Qué horror!... Lara, ¿qué haremos?...
LARA.
¿Qué...? Ahora mismo
abatir el pendón, abrir las puertas
al vencedor altivo humilde ruego
rendidos dirigir. Dar la obediencia
nuevamente al virrey y al arzobispo.
Podrá entonces el clero y la nobleza
contener el furor de los soldados,
el perdón impetrar y la clemencia
del gran Filipo, y Zaragoza salva
y Aragón salvo de este modo sean.
UNOS DEL PUEBLO.
No corramos al muro.
OTROS.
Zaragoza
ríndase al vencedor.


Escena V

 

Los mismos; HEREDIA

 
HEREDIA.
¿Qué voz funesta
hiere mi corazón, zaragozanos,
y toda la ciudad confusa atruena?
ALGUNOS DEL PUEBLO.
¿A qué lidiar? Las armas arrojemos;
rindámonos al rey.
HEREDIA.
¡Cielos!... ¿Qué aciertan
a pronunciar vuestros infames labios?
¿Imagináis que un rey perdona ofensas?
¿Queréis vos mismos presentar el cuello
al dogal del verdugo, entre cadenas
ver los hijos, violadas las esposas,
en llamas la ciudad, casas y haciendas
botín de forajidos, vuestra fama
en negro deshonor por siempre envuelta?
Ya no hay perdón. No le hay para nosotros,
por más que los traidores nos le ofrezcan.
Sólo esperar nuestra salud nos cumple
de una firme y constante resistencia.
ALGUNOS DEL PUEBLO.
Lanuza es quien nos vende.
HEREDIA.
Ciudadanos,
¡qué horror!... ¿Tal proferís? Esas sospechas
de la misma virtud y patriotismo,
¿quién es el alevoso que las siembra?
¡Lara, pérfido Lara!
LARA.
No me ultrajes;
el pueblo teme, y con razón recela,
de ese inconstante joven. Le hemos visto,
con Vargas en oculta conferencia,
de su hija es amante... Su denuedo
ha vacilado; consintió en la tregua.
HEREDIA.
Basta, basta, traidor; ya te comprendo.
LARA.
¿Te atreves...?
HEREDIA.
Por piedad no te atraviesa
el pecho vil, perjuro y delincuente,
el vengador acero que en mi diestra
arde para pavor de los traidores.
No le fulmino en ti, porque cubriera
su lustre de baldón tu impura sangre,
y mi cólera justa te desprecia.
Ciudadanos, seguidme al alto muro:
la lid y la victoria nos esperan.
¡Venid!
ALGUNOS DEL PUEBLO.
Lanuza huyó.
HEREDIA.
Cuando afanoso
vengo a que toméis parte en sus excelsas
hazañas, le insultáis... Él, denodado,
en ese campo con ardor pelea,
y las contrarias huestes, destrozadas
huyen despavoridas y deshechas
a su ilustre valor y noble brío,
que todo lo destroza y atropella,
y por su bizarría queda libre
Zaragoza ahora mismo... ¿Y hay en ella
quien mancillar pretende su heroísmo?...
¿Y prestáis atención a tan perversas
sugestiones? Venid, tengamos parte
en la victoria. ¿No escucháis cuál truena,
en las murallas el preñado bronce,
el triunfo asegurando? No se pierda
tan feliz ocasión...


Escena VI

 

Los mismos y VELASCO

 
VELASCO.
En vano, amigos,
es ya oponer inútil resistencia;
por doquier la victoria se declara
en favor, de Castilla.
HEREDIA.
¡Horrible nueva,
Velasco!
VELASCO.
Hace un momento que Lanuza
arrollaba esforzado las banderas
del rey en la llanura. Mas de pronto,
envuelto se encontró por dobles fuerzas,
y cargado y deshecho se retira
a buscar en los muros su defensa;
mas al verle desmayan las escuadras
que ocupan temerosas las almenas.
Por toda Zaragoza el miedo cunde,
y gritos lastimosos doquier suenan;
y al paso que se aumentan las legiones
del rey cubriendo las cercanas vegas,
el horrendo cañón por todos lados
el muro rompe y la ciudad asuela.
Un espantoso asalto nos aguarda,
y ya no hay salvación.
HEREDIA.
¡Suerte tremenda!
LARA.
Lo veis, lo veis.
PUEBLO.
¡Huyamos!...
HEREDIA.
¿Qué es la fuga,
o por dónde pensáis el emprenderla?
Muramos con honor...; aun nuestro arrojo
y desesperación tal vez pudieran
arrebatar el lauro y la victoria
al odioso enemigo; y si obtenerla
no pueden nuestros últimos esfuerzos,
el que valiente fuera, al campo venga,
y sígame a cumplir su juramento
y a morir como bueno en la pelea.