«Fab. II,
Las Ranas pidiendo un Rey. - Floreciendo Atenas por la
igualdad de sus leyes, la libertad descarada turbó la
ciudad, y la disolución rompió el antiguo freno. Con
esta ocasión, puestas en bandos las parcialidades, el tirano
Pisistrato se apoderó del alcázar. Y como los
atenienses llorasen su triste servidumbre, no porque el tirano
fuese cruel, sino porque toda carga es pesada para los que no
están hechos a ella, y hubiesen comenzado a quejarse, Esopo
les contó al caso este cuentecillo.
«Las Ranas,
que antes vagueaban libremente por las lagunas, pidieron a grandes
voces a Júpiter un Rey, que con vigor refrenase sus
licenciosas costumbres. Sonrióse el Padre de los Dioses, y
les dio una vigueta pequeña, la cual arrojada de inproviso,
con el movimiento y ruido que causó en el agua,
aterró a la tímida grey. Como esta vigueta se
mantuviese por largo rato clavada en el cieno, por fortuna una de
ellas sacó poco a poco la cabeza del estanque, y
después de haber observado bien al nuevo Rey, las
llamó a todas. Ellas, perdido el miedo, se acercan nadando a
porfía y la chusma desvergonzada brinca sobre el
leño; y después de haberle ensuciado con todo
género de inmundicias, enviaron a pedir a Júpiter
otro Rey, porque era inhábil el que les había dado.
Entonces les envió un culebrón, que con áspero
diente comenzó a morderlas. En vano las desdichadas hacen
por huir de la muerte: el miedo les embarga la voz. De secreto,
pues, encargan a Mercurio que pida a Júpiter socorro a las
afligidas.
« 'Esto no,
les dice el Dios; pues no quisisteis contentaros con vuestro bien,
sufrid el mal que os ha venido'.
«Y vosotros
también, oh Ciudadanos, concluyó Esopo, llevad en
paciencia este trabajo, no sea que os suceda otro mayor».
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