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Las analogías predilectas de Santa Teresa de Jesús

Fray Luis Urbano, O. P.


Doctor en Ciencias Físicas
Valencia, Real Convento de Predicadores



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Analogías zoográficas

Si la naturaleza inanimada despertó metáforas tan bellas, como hemos visto, en el alma de Teresa de Jesús, mayor fertilidad le ofrecería y más belleza de creaciones sorprendentes, la naturaleza viva con el encanto de sus maravillosas transformaciones, desde la flor que deleita y perfuma, hasta el corazón que sufre y ama.

En los cuadros de la naturaleza inerte, buscaba siempre la mística Doctora la variedad del movimiento, como para darles animación y vida. El Camino y la Senda son para andar por ellos; el agua salta entre la menuda arena de su manantial, o corre por entre hierbas y peñascales, o se riza por el viento o reverbera y chispea con la luz; el Sol mismo [de la Divinidad] es como cascada de resplandores, brilla dentro del alma no como luz quieta y remansada, sino como luz que hierve, inflama y traspasa las potencias, los sentidos y las cosas.

La naturaleza viva no ha menester que se le conceda de prestado lo que tiene de propio, que es la animación y movimiento; es esencialmente dinámica. Y por esto las metáforas que inspira son más ágiles, pintorescas y vigorosas que las inertes.

Debiéramos comenzar por las bellezas del reino vegetal, examinando las analogías predilectas de Santa Teresa, nacidas dentro de las fronteras de ese reino. Las hay magníficas, que mencionaré al pasar, porque las vimos, en parte, cuando contemplamos las cristalinas corrientes de las aguas.

Efectivamente: el alma es un huerto. «Parecíame a mí -dice la Santa- que he leído u oído esta comparación, que como tengo mala memoria ni sé adonde, ni a qué propósito; mas para el mío ahora conténtame.   —351→   Ha de hacer cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa y que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el Señor. Su Majestad arranca las malas hierbas, y ha de plantar las buenas... Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel y veamos cómo comienzan estos árboles a empreñarse para florecer y dar después frutos; y las flores y claveles lo mesmo, para dar olor. Recálame esta comparación... considerar ser mi alma un huerto y al Señor -que se pasease en él...»1. Las obras activas «cuando salen desta raíz son admirables y olorosas flores porque proceden deste árbol de amor de Dios» y así dura su olor «y no pasa presto sino que hace gran operación»2. También las faltas se asemejan a hierbecillas, cuando son tiernas; pero si el arbolillo cada día lo regamos «pararse ha tan grande que para haberle de arrancar sea menester después pala y azadón. Ansí me parece es hacer cada día una misma falta (por pequeña que sea) si no nos enmendamos dellas; mas si un día o diez se pone y se arranca luego es fácil»3. Por lo demás, es inútil buscar el origen de estas analogías, muy comunes en libros de vida espiritual que comentan desde su punto de vista el precioso versillo de los Cantares: Hortus conclusus, sorer mea Sponsa, hortus conclusus, fons signatus4. Pudo llamarla nuestro amigo el señor Hoornaert alegoría excepcional entre las teresianas, por el tinte de originalidad con que la pinta: A y regarder de près, ces allégories sont peu originales, sauf la première qui est aussi la plus réaliste (la primera es le verger mystique)5. La Santa Doctora confiesa, como hemos recordado, que la ha leído u oído; y efectivamente, así debió ser. La originalidad teresiana no está en el descubrimiento de las metáforas, sino en la amplitud y el desarrollo que les da, en la ternura y gracia con que las expone, en la ironía delicada y fina que de ellas brota, en algo que viene a ser efecto de la influencia magnética de la Santa Madre, «la piedra imán del mundo», como la llamaba, entusiasmado, fray Luis de León.

Dejando, pues, los huertos y los jardines, que en la primavera, de flores lindísimas cubiertos, ya muestran en esperanza frutos ciertos, veamos las láminas coloreadas que nos dejó Santa Teresa, aplicando a la vida sobrenatural las cualidades reales o fingidas de algunos animalitos de Dios.

Por ser de Dios, a todos los quería. Ver volar a un gavilán por los cielos causábale placer6; y la abeja, que va buscando flores para hacer   —352→   sus panales, era un símbolo expresivo de lo que el alma debe hacer con las virtudes7; los pensamientos importunos y malos son como sabandijas ponzoñosas que a veces nos muerden con permiso del Señor, «para que nos sepamos mejor guardar después»8; los «pensamientillos que proceden de la imaginación... y importunan muchas veces son lagartijillas, que como son agudas dondequiera se meten»9 (adviértase, de paso, la gracia de los diminutivos). Los pecados son víboras y culebras emponzoñadas que muerden y matan10; la memoria que instantáneamente se turba, es una mariposilla importuna, que fácilmente se le queman las alas y no puede más bullir11; finalmente, el alma de Teresa, donde Dios hallaba sus deleites, era «un gusanillo de tan mal olor como yo»12; y todo lo que no era Dios, un hormiguero13.

Y pues hablamos de animales pequeños, haciendo un vocabulario pintoresco de fraseología teresiana, permítasenos recordar una breve y regocijante escena, que sucedió cuando el rebaño de Carmelitas de San José, tiernamente amado por Teresa de Jesús, resolvió vestirse túnicas de jerga muy grosera, blanca y negra, para guardar la santa virtud de la pobreza con mayor rigor y perfección. Pero lo cortés no quita lo valiente; y en algunas monjitas sobrevino el pensamiento de si aquella jerga áspera criaría entre costuras ciertos animalillos de picaduras no graves, pero molestas y silenciosas. Entonces hicieron las monjitas una famosa procesión, desde el dormitorio al coro, «con nuestras túnicas, puestas, sin otra cosa, dice candorosamente la madre Isabel de Santo Domingo; cantando un salmo y pidiendo a Nuestro Señor nos líbrase de aquella mala gente a quien temíamos...» Santa Teresa vio con gracia la ocurrencia de sus hijas y las compuso las coplas que cantaron a coro las religiosas alternando con su Madre:

Religiosas
Pues nos dais vestido nuevo,
      Rey celestial,
librad de la mala gente
      este sayal.
....................................................
LA SANTA
Pues vinisteis a morir,
       no desmayéis,
y de gente tan civil
       no temeréis.
Remedio en Dios hallaréis
       en trance tal.
—353→
Religiosas
Pues nos dais vestido nuevo,
       Rey celestial,
librad de la mala gente
       este sayal.


Las religiosas consiguieron verse libres de tales sabandijas; no así los religiosos, sobre quienes preguntó una monjita a Santa Teresa por qué no gozaban del mismo privilegio, y le contestó la Madre donosamente: «Calla, hija, que ellos son hombres»14.

Antes de abandonar este mosaico de metáforas zoográficas que no llegan a constituir analogía, voy a contestar a una adivinanza del señor Hoornaert, quien dice que «no es de extrañar se hallen entre las poesías de Santa Teresa des pastorales de Noël, tan pobres como el mismo género pastoril, porque como consecuencia de la Diana, publicada por Jorge de Montemayor en 1558, se multiplicaron en España las obras degenero bucólico»15. Creo sinceramente que no hay tal influjo literario en los sencillos villancicos de Santa Teresa. La idea de los pastores, acudiendo con sus ovejas y sus quesos, sus zampoñas y panderetas al Portal de Belén, es popularísima en nuestra España, aun entre monjas de clausura, que cantan dulcísimos idilios al Niño Jesús, de quien la misma Santa decía lo que sienten todas:


En amor se está abrasando
aquel que nació temblando.



Me parece, por tanto, una labor desperdiciada la que se haga buscando filtraciones literarias de cierta escuela en los sencillos villancicos y en las metáforas pastoriles de la Virgen abulense. Examinemos ahora, en particular, aunque brevemente, tres analogías zoográficas de mayor bulto.


Las palomas del cielo

La paloma es un animal simbólico en la Sagrada Escritura: representan al Espíritu de Dios y a las almas sencillas y candorosas. Según la tradición rabínica, es el Espíritu de Yahvé planeando y aleteando sobre las aguas «como el vuelo de la paloma que aletea sobre sus pequeñuelos y tan pronto los toca, tan pronto no los toca»16. Como el Espíritu Santo se cernía sobre las aguas primitivas para fecundizarlas, asemejándose al vuelo planeado de la paloma, así descendió sobre la cabeza de Cristo, a manera de paloma, antes de que saliese de las aguas del Jordán, como   —354→   para darles una virtud nueva, la regeneradora del Bautismo. Quien desee múltiples razones de conveniencia, lea los dos artículos que Santo Tomás consagró al estudio del caso en la Tercera Parte de la Suma Teológica17. Lo cierto es que en la liturgia católica se simboliza el Espíritu Santo en la paloma, y por eso en los retratos de Santa Teresa le ponen una paloma dictándole al oído, porque diz que el Espíritu Santo le dictaba muchas páginas de sus libros divinos.

Lo de sencillas como palomas que corre por lenguas del vulgo cristiano, ya se sabe es traducción del simplices sicut columbae de Jesús: por San Mateo18. La paloma blanca sería símbolo de inocencia; pero si se advierte cómo vuelan las palomas, que parece van y se paran con grande candidez, pero al gesto más insignificante y al ruido más tenue emprenden rápidamente el vuelo, pudiera tener este significado: inocentes o cándidas, pero como son las palomas19.

La Seráfica Madre Teresa de Jesús vio al Espíritu Santo bajo el símbolo de una paloma idealizada. Ella nos cuenta la ocasión y el modo.

Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, leyendo la festividad en el Cartujano, o sea en la Vida de Cristo, escrita en latín por Ludolfo de Sajonia y trasladada al romance por A. de Montesinos, en tiempos del cardenal Cisneros. Estaba la Santa contemplando el Misterio y sintió que le daba «un ímpetu muy grande». «Arriméme -dice ella-, que aun sentada no podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda. Estando en esto veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor; era grande, más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía con las alas. Estaría aleando espacio de un Avemaría. Ya el alma estaba de tal suerte que, perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista»20.

«Otra vez vi la misma paloma sobre la cabeza de un Padre de Santo Domingo, [fray Pedro Ibáñez, como escribe Gracián], salvo que me pareció que los rayos y resplandor de las mismas alas que se extendían mucho más. Dióseme a entender que había de traer almas a Dios»21.

Admira la penetración y la fijeza de la mirada teresiana, que en medio de los temores y dulzuras, precursores del arrobamiento, distingue que las plumas de las alas son conchicas blancas, como de nácar, y luminosas como si llevaran luz dentro.

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La segunda fase de la analogía, en que las almas candorosas se simbolizan en las palomas, adquiere un matiz singular y gracioso en la Santa Madre, bien porque son las potencias del alma la base de la significación, bien porque no son sus palomas tan sencillas y candorosas, sino que alean con picardía. Nótese que las tres potencias a que se refiere son: la voluntad, la memoria y la imaginación, lo cual demuestra que en esto de potencias no quería ella afinar mucho. Sí que diferenciaba la imaginación (a la cual llama a veces pensamiento) del entendimiento; lo preguntó a un letrado «y díjome que era ansí, que no fue para mí poco contento: porque como el entendimiento es una de las potencias del alma, hacíaseme recia cosa estar tan tortolito a veces»22.

Después de ponderar que la voluntad se ocupa, y que, sin saber cómo, se cautiva, añade: «Las otras dos potencias ayudan a la voluntad para que vaya haciéndose hábil para gozar de tanto bien, puesto que algunas veces, aun estando unida la voluntad, acaece desayudar harto. Mas entonces no haga caso de ellas, sino estése en su gozo y quietud; porque si las quiere recoger, ella y ellas se perderán; que son entonces como unas palomas que no se contentan con el cebo que les da el dueño del palomar sin trabajarlo ellas, y van a buscar de comer por otras partes, y hállanlo tan mal, que se tornan; y así van y vienen, a ver si les da la voluntad de lo que goza. Si el Señor quiere echarles cebo, detiénense, y si no, tornan a buscar...»23




El ave Fénix

En esta analogía, expuesta por la Santa Madre con aplauso y aprobación de Jesucristo, vemos comprobada una verdad, a saber: que la fuerza del símbolo no radica en su realidad histórica, sino en la apreciación popular de oyentes o lectores. No es preciso que el símbolo sea real, ni tampoco la acción simbólica, que se describe en estilo narrativo. Basta con que se comprenda lo que quiere decirse, dando por bueno lo que vulgarmente se cree sobre tal o cual cosa, y basando el contenido metafórico en semejante creencia o persuasión popular.

Bien saben todos que el Ave Fénix es una fantasía, incorporada por San Ambrosio al Exámeron cristiano. El padre Granada copió de él su descripción en un lenguaje fluido y precioso; pero no hay tal ave, y se desvanecen, por tanto, las consideraciones piadosas que se hacen sobre ella.

Oigamos cómo Santa Teresa nos describe la analogía, la cual no necesita ser histórica para ser muy hermosa:

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«Comulgué y estuve en la Misa, que no sé cómo pude estar. Parecióme había sido muy breve espacio; espantóme cuando dio el reloj y vi que eran dos horas las que había estado en aquel arrobamiento y gloria. Espantábame después, cómo, en llegando a este fuego, que parece viene de arriba, de verdadero amor de Dios (porque aunque más lo quiera y procure y me deshaga por ello, si no es cuando Su Majestad quiere, como he dicho otras veces, no soy parte para tener una centella de él), parece que consume el hombre viejo de faltas y tibieza y miseria; y a manera de como hace el Ave Fénix, según he leído, y de la misma ceniza, después que se quema, sale otra, así queda hecha otra el alma después, con diferentes deseos y fortaleza grande, no parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor. Suplicando yo a Su Majestad fuese así, y que de nuevo comenzase a servirle, me dijo: Buena comparación has hecho; mira no se te olvide, para procurar mejorarte siempre»24.



Alude a este símbolo en las Moradas Sextas, capítulo IV, sin detenerse en desarrollar la idea ni la comparación. La frase teresiana según he leído justifica la apreciación de Hoornaert, que debió ser en el Tercer Abecedario de Osuna donde la Santa Madre bebió esta y otras muchas metáforas, porque era un autor muy amado de ella, según demuestran las continuas señales que dejó grabadas en sus hojas, y porque abunda dicho libro en comparaciones, frases gráficas de gran relieve y extraordinaria viveza, entre ellas la del Ave Fénix25.




El gusano que hila la seda

He aquí una preciosa analogía desarrollada por Santa Teresa de un modo magistral en las últimas Moradas, desde las Quintas a las Séptimas, a través de largos y sabrosos capítulos. Adviértase que la Santa confiesa no haber visto el gusano de seda, cuya vida nos describe por referencias, pidiendo perdón si hay algún yerro o va alguna cosa torcida. Esta mujer admirable sacaba partido de todo cuanto oía e inmediatamente lo enfocaba al mundo sobrenatural en que vivía.

Si hubiera vivido más tarde se hubiera deleitado grandemente con las páginas que fray Luis de Granada consagra en el Símbolo al estudio de la vida y maravillosas costumbres y admirables instintos de los animales pequeños y mayores.

Veamos cómo empieza la Virgen abulense:

«Pareceros ha que está todo dicho lo que hay que ver en esta Morada (Quinta) y falta mucho, porque, como dije, hay más y menos. Cuanto   —357→   a lo que es unión, no creo saber decir más; mas cuando el alma a quien Dios hace estas mercedes se dispone, hay muchas cosas que decir de lo que el Señor obra en ellas; algunas diré y de la manera que pueda. Para darlo mejor a entender me quiero aprovechar de una comparación que es buena para este fin, y también para que veamos cómo, aunque en esta obra que hace el Señor no podemos hacer nada más, para que Su Majestad nos haga esta merced podemos hacer mucho disponiéndonos. Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que sólo Él pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente que es a manera de granos de pimienta pequeños (que yo nunca la he visto, sino oído, y así, si algo fuere torcido no es mía la culpa)26, con el calor, en comenzando a haber hoja en los morares comienza esta simiente a vivir, que hasta que hay este mantenimiento con que se sustenta se está muerta; y con hojas de morar se crían, hasta que después de grandes les ponen unas ramillas, y allí, con las boquillas, van de sí mismos hilando la seda, y hacen unos capuchillos muy apretados, adonde se encierran; y acaba este gusano, que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca, muy graciosa. Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaron de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer?»27.



Vienen seguidamente las aplicaciones morales. Entonces comienza a tener vida este gusano del alma cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar con el auxilio general que a todos nos da. Dios: confesiones, lecturas buenas, sermones...

«Pues crecido este gusano, que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo u en Dios, que todo es uno, u que nuestra vida es Cristo28. En que esto sea o no, poco va para mi propósito... Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás; que cuando está en esta oración, bien muerto está al mundo, sale esta mariposita blanca»29.



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Y así continúa examinando el vuelo de la mariposita, que después (cap. III) le parece palomica, cuyo vuelo es muy alto. Interrumpió la Santa durante cinco meses, la redacción de las Moradas, desde que comenzó el símil del gusano de seda hasta que en el capítulo IV lo continuó. Ella temía que «como la cabeza no está para tornarlo a leer, todo debe ir desbaratado, y por ventura dichas algunas cosas dos veces. Como es para mis hermanas, poco va en ello»30.

Después de varias amplificaciones espirituales, vuelve a decir: «Parece que hemos dejado mucho la palomica, y no hemos; porque estos trabajos son los que aún la hacen tener más alto vuelo»31.

«¿Si habrán bastado todas estas mercedes que ha hecho el Esposo a el alma, para que la palomilla u mariposilla esté satisfecha (no penséis que la tengo olvidada) y haga asiento donde ha de morir? No, por cierto, antes está muy peor; aunque haga muchos años que reciba estos favores, siempre gime y anda llorosa...»32, porque se ve ausente del Señor, a quien más va conociendo. «Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió, con grandísima alegría de haber hallado reposo, y que vive en ella Cristo»33.

Así desarrolla Santa Teresa de Jesús una de sus analogías más acariciadas y más brillantes. Reproduce lo que le han contado, ordenando las escenas según le interesan para la explicación mística, saltando por donde le conviene y parándose donde más le cumple. Pudiérase decir que le guía la lógica de la imaginación, «que es la lógica de las mujeres la cual se acerca a la realidad de las cosas más aún que la lógica del raciocinio»34.

Adviértase la predilección singular que en el orden zoológico mostró Santa Teresa por las aves, sin duda por volar al cielo y en el cielo. Muchas veces decía ella con el Salmista: ¡Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré!35. Y con más justa razón que el poeta de las Doloras pudo exclamar la dulce Madre:


Me atrae tanto el cielo,
que extraño alguna vez cómo no vuelo.



¡Bendita sea la facultad creadora de la fantasía vivísima y endiosada de Santa Teresa de Jesús!





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Alegorías antropológicas

Llegamos a la cumbre de las analogías, cuya realidad es también un elemento humano, bien se considere desde el punto de vista fisiológico, emotivo o social. Sentimos una tendencia muy marcada a la personificación de nuestros fenómenos internos, como si proyectáramos al exterior las visiones y los sentires que dentro nos deleitan o atormentan. Y al proyectarlos, los personificamos; viniendo ese antropomorfismo tan corriente en el lenguaje popular, y mucho más en el lenguaje bíblico. Bien sabido es que los orientales sensibilizan todo, dándole movimiento y vida, lenguaje y expresión. El antropomorfismo ha llegado al máximum en las páginas de la Sagrada Escritura, causando alguna confusión en quienes no se paran a distinguir las formas literarias, hijas de una raza, y las formas históricas o científicas, hijas del concepto normal de las cosas. No se olvide esta sencilla reflexión cuando se lean las páginas de Santa Teresa de Jesús, por entre cuyas líneas circula briosamente la savia bíblica. Soslayo intencionadamente algunas cuestiones que nos podríamos plantear, aunque las saludemos si con ellas nos encontramos en lo que nos resta por decir. Y sin más preámbulos, comenzamos el desfile de las bellísimas analogías teresianas, a base de elementos humanos, como motivos de adorno, decoración y emblema.


El dardo de oro

Tuvo Santa Teresa un corazón amantísimo, verdadero temperamento pasional, por el cual no debe llamarse, sin embargo, como lo hizo Karr, la Safo cristiana, porque entre el nombre y el adjetivo hay la misma distancia que entre el cielo y la tierra. Ella escribió la frase maravillosa: Y sin amor todo es nada. Antes de escribirla en sus libros la grabó en su corazón. Si el Infierno es lo más terrible que puede concebirse, es porque allí no se ama. «A los contrarios les hablaba con tanto amor que parecía se los quería meter en su alma», dice en su declaración Ana de Jesús. Y así era en verdad. El padre Gracián nos cuenta en su autobiografía Peregrinación de Atanasio que Santa Teresa le amó ternísimamente, «y así no quería que ni aun mi madre me quisiese más que ella». Cierta vez el padre Gracián le reprendía de quererle tanto, y ella le dijo «muy riéndose»: «Él no sabe que cualquier alma, por santa que sea, ha de tener un desaguadero; déjeme a mí tener éste, que por más que me diga no quiero mudar del estilo que con él llevo»36. Este amor   —360→   había de producir sus efectos, que son heridas y llagas, lo que Santo Tomás llamó laesio amantis37. Las cuales son quemaduras, porque el amor se simboliza en el fuego38, que se enciende más y más con las centellicas de la oración, hasta convertirse en hoguera de muy altas y ponentes llamas39. «¡Oh qué es ver un alma herida! Que digo que se enciende de manera que se puede decir herida por tan excelente causa; y ve claro que no movió ella por donde le viniese este amor, sino del muy grande que el Señor le tiene, parece cayó de presto aquella centella en ella que la hace toda arder...»40. Por eso el amor es saeta «que envía la voluntad», la cual, si va con toda la fuerza que ella tiene, «muy de verdad debe herir a Su Majestad, de suerte que, metida en el mesmo Dios, que es amor, torna de allí con grandísimas ganancias» y vuelve a herir el alma de donde nació41. Por esto dice en una preciosa Relación, hablando de lo que le pasaba:

«Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida que parece a el alma verdaderamente como si una saeta le metiesen por el corazón o por ella mesma. Ansí causa un dolor grande, que hace quejar y tan sabroso que nunca querría que le faltase. Este dolor no es en el sentido, ni tampoco es llaga material, sino en lo interior del alma, sin que parezca dolor corporal, sino que como no se puede dar a entender sino por comparación, pónense estas groserías, que para lo que ello es lo son; mas no sé yo cómo decirlo de otra suerte»42.



Ya vemos dibujada en estas expresiones la brillante analogía del dardo, motivo de la transverberación de su corazón.

Recordemos la pintura de la visión famosa.

Habla de que se le apareció un ángel: «En esta visión quiso el Señor le viese ansí: no era grande, sino pequeño; hermoso mucho; el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan; deben ser los que llaman Querubines43, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el Cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros, y de otros a otros, que no lo sabía decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía   —361→   las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande, de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento»44.

Tan sencillo relato, cuya explicación, iniciada por Santa Teresa, se completa en la teoría general de las visiones, despertó las interpretaciones más extrañas, cuyo fundamento real o ficticio no nos detendremos a examinar aquí. En una carta refería la Mística Doctora a su hermano Lorenzo de Cepeda sensaciones muy semejantes por estas palabras:

Y aunque en hecho de verdad es herida que da el amor de Dios en el alma, no se sabe adónde, ni si es herida, ni qué es, sino siéntese un dolor sabroso que hace quejar y así dice:


   Sin herir, dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis
el amor de las criaturas45.



Infinitamente superior a estos versos es la composición poética de la propia Santa, hecha con singular cariño, donde pinta al ángel como galán florido, matizando de nuevo resplandor el personaje activo de la preciosa analogía, según gusto de aquella época feliz de justas y torneos:


   En las internas entrañas
sentí un golpe peregrino:
el blasón era divino
porque obró grandes hazañas.
   Con el golpe fuí herida,
y aunque la herida es mortal
y es un dolor sin igual,
es muerte que causa vida.
   Si mata, ¿cómo da vida?
Y si vida, ¿cómo muere?
¿Cómo sana cuando hiere
y se ve con él unida?
   Tiene tan divinas mañas,
que en un tan acerbo trance
sale triunfante del lance
obrando grandes hazañas46.



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Declarando el bienaventurado padre San Juan de la Cruz los versos: ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres!, y el ¡Oh regalada llaga!, y el ¡Oh lámparas de fuego!, examina una porción de textos escriturarios en que andan muy bien trabados el fuego y el amor, hiriendo, quemando y cauterizando el corazón enamorado.




La locura y la embriaguez

He ahí otra analogía muy parecida a la anterior y muy amada del ardiente corazón de Santa Teresa de Jesús. El país de origen, la Sagrada Escritura, en los vergeles encantados del Cantar de los Cantares. La locura de amor es la exaltación de la embriaguez amorosa, así como la embriaguez causada por el vino del amor degenera en aparente locura, stultitia. Andan parejas ambas ideas y expresiones.

Dejemos a un lado la identificación del entendimiento con un loco furioso y la personificación de la fantasía o imaginación en la loca de la casa, símiles preciosos que queremos presentar de corrida a nuestros lectores. Dice la Santa Madre:

«El entendimiento e imaginación entiendo yo es aquí lo que me daña; que la voluntad buena me parece a mí que está y dispuesta para todo bien; mas este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco furioso que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un Credo. Algunas veces me río y conozco mi miseria, y estoyle mirando, y dejóle a ver qué hace; y, gloria a Dios, nunca por maravilla va a cosa mala, sino indiferentes, si algo hay que hacer aquí y allí y acullá. Conozco más entonces la grandísima merced que me hace el Señor, cuando tiene atado este loco en perfecta contemplación. Miro qué sería si me viesen este desvarío las personas que me tienen por buena»47.



«Vela perdida (dice en otra parte) y de sí enajenada por amarle, y que la misma fuerza del amor le ha quitado el discurso del entendimiento para poderle más amar; ¿pues ha de sufrir dejar de darse a quien se le da todo? No suele hacerlo Su Majestad»48.



La fuerza del amor es la que quita el juicio, como la fuerza del vino trastorna la cabeza, y así vienen a tener parecido la embriaguez con la locura por los fenómenos exteriores que las denuncian. De antiguo se asemejan en la Biblia y en todas las literaturas. Para la Mística Doctora fueron las Sagradas Escrituras, mejor dicho, los poemas amorosos del Cantar de los Cantares, los que despertaron y avivaron esas metáforas tan repetidas en sus obras.

Comienza por estar mala, por enfermar, con aquellas languideces amorosas   —363→   y aquellas exaltaciones desatinadas que la Esposa de los Cantares nos pinta vivamente; y como esa enfermedad es fruto del amor, quisiera que todos enfermasen con esa fiebre divina del amar. En una página, que huele como una magnolia, con el perfume suavísimo de la ingenuidad confidencial, decía ella al padre Pedro Ibáñez, llamándole hijo mío, [que así le mandaba él que le tratase, como ella lo refiere con cierto rubor gozoso], estas sublimes expresiones:

«Suplico a vuesa merced seamos todos locos por amor de quien por nosotros se lo llamaron; pues dice vuesa merced que me quiere, en disponerse para que Dios le haga esta merced quiero que me lo muestre, porque veo muy pocos que no los vea con seso demasiado para lo que les cumple. Ya puede ser que tenga yo más que todos; no me lo consienta vuesa merced, padre mío...»49. Después de comulgar era frecuente sacarla el Señor de sí y parecer como loca y embriagada. Hay momentos en la vida espiritual en que dicha locura o embriaguez viene a ser habitual.

Después de la oración de quietud describe Santa Teresa otra como «sueño de las potencias, que ni del todo se pierden ni entienden cómo obran». Se llena el alma de mayor deleite, y estando como en agonía para morir a todas las cosas, menos a Dios, goza el alma con suavidad inmensa y dulzura inefable, sin saber qué hacer sino gozar, «porque ni sabe si hable, ni si calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se deprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma. Y es ansí que me dio el Señor en abundancia esta oración creo cinco y aun seis años, muchas veces, y que ni yo la entendía... Muchas veces estaba ansí como desatinada y embriagada en este amor y jamás había podido entender cómo era... Háblanse aquí muchas palabras en alabanzas de Dios, sin concierto, si el mesmo Señor no las concierta; al menos el entendimiento no vale aquí nada. Querría dar voces en alabanzas el alma, y está que no cabe en sí. Un desatino sabroso. Ya se abren las flores, ya comienzan a dar olor... Yo sé persona que con no ser poeta le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas, declarando su pena bien...»50.

A estos sentimientos sublimes responde la poesía más famosa de la musa divina teresiana:


   Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.



En los Conceptos del amor de Dios, glosa encendida de algunos versículos del Cantar de los Cantares, leemos páginas admirables desarrollando   —364→   esas analogías de enfermedad, locura y embriaguez, que por ser tres cosas iguales al amor, son iguales entre sí.

Metióme el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad; así traduce ella el versillo 4 del capítulo II, y lo comenta entusiasmada en el capítulo VI de sus Conceptos. «Metióme el Rey». «¡Y qué bien hinche este nombre Rey poderoso, que no tiene superior, ni acabará su reinar para sin fin!... Porque puede ser dar a beber más o menos y de un vino bueno y otro mejor, y embriagar y emborrachar a uno más o menos. Así es en las mercedes del Señor, que a uno da poco vino de devoción, a otro más, a otro crece de manera que le comienza a sacar de sí...; a otros da hervor grande en su servicio; a otros, ímpetus... Mas lo que dice la Esposa es mucho junto: Métela en la bodega, para que allí más sin tasa pueda salir rica»51. Allí se produce aquella dichosa embriaguez, o embriaguez celestial de donde sale el alma escogida «emborrachada de aquel vino celestial», y se siente presa de grandes calenturas que le producen desmayos y sofocos, sintiendo cuyos ardores exclama la Esposa enamorada: Sostenedme con flores y acompañadme de manzanos, porque desfallezco de mal de amores52.

Son, por tanto, bien espontáneas en los jardines del amor las metáforas que acabamos de recordar. En el amor profano hay también locuras y embriagueces. «De enamorado a loco va muy poco», dice el refrán; y Tirso escribió en La villana de la Sagra esta sentencia lapidaria:


   Amor, como ciego y loco,
puede mucho y sabe poco.



Lo mismo se ve en la Sagrada Escritura, que no hace sino registrar en sus páginas inspiradas estas palpitaciones del corazón humano53.

Sería, por consiguiente, perder el tiempo detenerse en mayores averiguaciones acerca de la paternidad u origen de las metáforas anteriores.




Los pechos divinos

Esta analogía tiene empalme con la anterior por medio del versículo de los Cantares: Meliora sunt ubera tua vino54 y otras expresiones parecidas. El origen de esta analogía esencialmente maternal es evidentemente escriturario.

Aunque para conocer el sentido literal recomiendo con interés los artículos preciosos del padre Dhorme sobre L'emploi métaphorique des   —365→   noms de parties du corps en Hébreu et en Akkadien55, singularmente el publicado en abril de 1922 acerca de las partes anteriores, no nos hacen falta muchas reflexiones para el desarrollo breve de la analogía ternísima de Santa Teresa, que ella misma se encarga de explicar con detalles delicados de mujer santa.

Primeramente, Su Majestad, cuando nos damos a Él por verdadero amor, trátanos como a hijos regalados a quienes «no los querría quitar de cabe sí, ni los quita; porque ya ellos no se quieren quitar; siéntalos a su mesa, dales de lo que come, hasta quitar, como dicen, el bocado de la boca para dársele»56.

En segundo lugar, alimenta Dios a las almas con su propia substancia, como la madre al niño chiquito que está criando «al cual, después que ha dado uno de los pechos le da también el otro para que no le falte mantenimiento con que se sustente»57, según bellamente escribe fray Luis de Granada. Oíd las palabras gráficas de Santa Teresa de Jesús:

«Y esto se entiende mejor, cuando anda el tiempo, por los efectos; porque se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma muy muchas veces tan vivas que en ninguna manera se puede dudar, porque lo siente muy bien el alma, aunque no se saben decir; mas que es tanto este sentimiento, que producen algunas veces algunas palabras, que parece no se puede excusar de decir: ¡Oh vida de mi vida y sustento que me sustentas!, y cosas de esta manera; porque de aquellos pechos divinos, adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche que toda la gente del Castillo conforta...»58



Esta es aquella comparación de que decía la Santa Madre que «mucho le cuadraba»; el Señor es una madre en cuyo regazo descansa el alma como un niño; sin que él paladee «échale la leche en la boca para regalarle»; esto es, «sin trabajo del entendimiento está amando la voluntad, y quiere el Señor que sin pensar lo entienda que está con él, y que sólo trague la leche que Su Majestad le pone a la boca», gozando de aquella suavidad sin entender que la goza ni cómo la goza...59

Dejemos otras variaciones pintorescas de la misma serie de metáforas encadenadas por la homogeneidad de las ideas60. Allí van como las aguas dulces para formar remanso, los silbos amorosos del pastor que   —366→   busca a la escogida de su corazón61; las cadenas con que el amor esclaviza y los grillos de los beneficios divinos que atan dulcemente los brazos de la humana libertad62; los besos de la boca que el alma encendida en amores ansia de su Dios63, y, finalmente, el crecimiento del amor, cuya medida es el amar sin medida64.

Así va el alma creciendo en amor, aunque no sea igual su crecimiento que el del cuerpo; porque un niño después que se echa cuerpo de hombre «no torna a decrecer y a tener pequeño cuerpo; acá quiere el Señor que sí (a lo que he visto por mí)»65. Es el gran tesoro del amor, y debemos tener gran apercibimiento para que no nos lo roben, siendo tan codiciado66.

Cerremos las analogías antropológicas con una que es símbolo y realidad, semejanza y vida, cumbre de los ideales teresianos, cifra de sus amores, lumbre de sus ojos, manantial de sus emociones más hondas. Con el breve análisis de analogía tan real o de realidad tan metafórica terminaremos también nuestra excursión espiritual a través de los jardines teresianos.




El esposo y el rey

Siempre que leamos en autores ascéticos y místicos las descripciones brillantes de desposorios y matrimonios espirituales, debemos meditar seguidamente en el artículo que dedicó Santo Tomás al verdadero matrimonio entre la Virgen María y San José67, La misma Santa Teresa explica hermosamente la unión del alma con Dios valiéndose de la semejanza con el matrimonio y señalando las diferencias con relación a los simples desposorios68.

Pero aun antes que escribiese estas páginas y que sintiera en su alma los fenómenos transformadores de la mística unión inefable de su alma con Dios, ya veía a Jesucristo bajo la figura deslumbrante de un Emperador y Rey, estilo Carlos V o Felipe II, pero infinitamente más bello, y bajo la semejanza del Esposo idolatrado, por cuyo amor se sentía enloquecer.

Es Jesucristo el Sponsus del Cantar de los Cantares o de la parábola de las Vírgenes prudentes, como ella misma comentó graciosamente en la profesión de la madre Isabel de los Ángeles:

  —367→  

   Aquese velo gracioso
os dice que estéis en vela
guardando la centinela
hasta que venga el Esposo...69



Como está de estrellas tachonado el cielo, así decoran las paredes y el techo del Castillo interior en sus últimas y deliciosísimas Moradas esas metáforas brillantes del Esposo y de la Esposa70. Cuando consideraba los estragos que hacían por tierras de Francia estos luteranos, al tiempo que se fundaba el monasterio de San José de Ávila (1562), quería todo el rigor de la observancia por agradar a Jesús, a quien ve «que tan apretado le traen que parece le quieren tornar a la Cruz estos traidores y que no tuviese dónde reclinar la cabeza»71.

Este sentimiento de amorosa compasión le hacía escribir ternísimas endechas en loor de su Esposo queridísimo sufriendo por ella. Era amantísima de la Humanidad de Jesús, con cuyas visiones gozaba extremadamente72. Decía enamorada: «Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuan sabrosos y cuan deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama y Vos, bien mío, queréis mirar con amor»73. Una mirada cariñosa de Jesús era para Santa Teresa el mejor premio de todos sus trabajos; así como no hay tormento comparable en el terrible Juicio final al de ver «vuestro divino Rostro airado contra mí». ¡Todas las penas del Infierno juntas, y todos los dolores de la tierra son más pequeños que tan gran aflicción!74. Las joyas más hermosas son para Él, sin que cause dolor perderlas75.

«¡Oh válame Dios! Pues acá cuando una se casa primero sabe con quien, y quién es, y qué tiene; nosotras, ya desposadas antes de las bodas, que nos ha de llevar a su casa, ¿no pensaremos en nuestro Esposo?... Pues, Esposo mío, ¿en todo han de hacer menos caso de Vos que de los hombres? Si a ellos no les parece bien esto, dejen os vuestras esposas, que han de hacer vida con Vos. Es verdad que es buena vida... ¿Qué esposa hay que recibiendo muchas joyas de valor de su esposo no le dé siquiera una sortija, no por lo que vale, que ya todo es suyo, sino por prenda que será suya hasta que muera? Pues ¿qué menos merece este Señor para que burlemos de Él, dando y tomando una nonada que le damos?»76. Y es Jesús un Esposo tan bueno, que «miraros a Él con   —368→   unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas; y olvidará sus dolores para consolar los vuestros, sólo porque os vais con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle. ¡Oh Señor del mundo, verdadero Esposo mío (le podéis vos decir si os ha enternecido el corazón de verle tal...), ¿tan necesitado estáis, Señor mío y Bien mío, que queréis admitir una pobre compañía como la mía y veo en vuestro semblante que os habéis consolado conmigo?»77.

No pueden desearse más bellos matices para la hermosa analogía, cuyo complemento está en los hijos de tan fausto matrimonio, que tienen sangre real, como la tienen los hijos de padre Rey casado con una labradorcilla: tales hijos son los deseos, los afectos, las obras heroicas que nacen del alma y de Dios78.

Porque Jesús es también Rey, sin dejar de ser Esposo; más que Rey, Emperador. Es el Rey de los Cantares79 que se desposa, locamente enamorado, con la predilecta de su corazón...; es Jesucristo Rey del Evangelio80 profetizado en todas las páginas de la Sagrada Escritura... Santa Teresa repite con dulce y regalada insistencia el apelativo de Su Majestad, con que llama de continuo a su Señor y Esposo. Reuniendo en una cita la virtualidad de mal, copiaré este párrafo del Camino: Dice a las Religiones: «Porque ¿cómo podéis llamar al Rey Alteza, sin saber las ceremonias que se hacen para hablar [a] un grande, si no entendéis bien qué estado tiene y qué estado tenéis vos?... Pues ¿qué es esto, Señor mío? ¿Qué es esto, mi Emperador? ¿Cómo se puede sufrir? Rey sois, Dios mío, sin fin, que no es reino prestado el que tenéis. Cuando en el Credo se dice: Vuestro reino no tiene fin, casi siempre me es particular regalo. Aláboos, Señor, y bendígoos para siempre; en fin, vuestro reino durará para siempre»81.

Aludiendo al juego de ajedrez, que en sus tratos con personas linajudas había aprendido Teresa de Ahumada a jugar muy bien, dice que es fácil «dar mate a este Rey divino que no se nos podrá ir de las manos ni querrá. La dama es la que más guerra le puede dar en este juego, y todas las otras piezas ayudan. No hay dama que así le haga rendir como la humildad: ésta le trajo del Cielo a las entrañas de la Virgen, y con ella le traeremos nosotras de un cabello a nuestras almas»82. Cuando pidamos al Señor hemos de pedir mucho, porque «vergüenza sería pedir a un emperador un maravedí»83. «¡Oh Emperador nuestro,   —369→   sumo Poder, suma Bondad, la mesma Sabiduría sin principio, sin fin, sin haber términos en nuestras perfecciones!...»84 En unas coplas decía:


   La pobreza es el camino,
el mismo por donde vino
nuestro Emperador del Cielo,
monjas del Carmelo.



En todas las Moradas centellea la magnífica simbiosis del Esposo-Rey. Por amor a Jesús, por ser de Jesús, por servir a Jesús vive Teresa. La fórmula de sus ansias, como nota bien Hoornaert, es «querer vivir para servirle»; porque a Jesús se entregó como mujer, como española, como cristiana, como mística; esto es, entera, definitiva e irreductiblemente. Como si Jesús pasease en carne mortal por Europa, así lo ve ella azotado por los Hugonotes de Francia, insultado villanamente por los luteranos de Alemania, profanado por los judíos y renegados andaluces. Todas las amarguras que oye contar tienen en su pecho una repercusión fúnebre, y es que Jesucristo sufre, que lo van a sentenciar y lo condenan85. Le quería consolar, y por medio de su apostolado maternal quería conseguir que todos lo consolasen, sufriendo con Él, con la seguridad imperturbable del


Nada te turbe,
nada te espante,



y haciendo de su vida la constante aplicación del dilema: «O padecer o morir».

Bien hizo en trocar el nombre de doña Teresa de Ahumada, testificativo de su abolengo noble, por el humilde de Teresa de Jesús, sin doña pero con las palabras de Jesús, porque era Esposa de Él, y como Él es Rey, Reina ella.

Habrá habido Esposas de Jesús que le hayan amado tanto, quizá; pero que le hayan superado, es difícil; y que hayan cantado los amores encendidos de su alma bajo esta dulcísima alegoría real mejor que ella, podemos asegurar que es imposible.








Epílogo

Concluyamos ya. Rindamos tributo de admiración a la insigne mujer española que tanta habilidad mostró en la exposición de ideas sublimes a través de metáforas sorprendentes y justas. Le hacía equivocar su modestia cuando escribía en su Vida86: «Yo no soy para más que parlar». Sus facultades asimiladoras potentísimas hallaron campo   —370→   abundoso en «los Morales de San Gregorio, las obras del Cartujano y el Abecedario de Osuna, -en la Subida al Monte, en las obras del padre fray Luis de Granada, Arte de servir a Dios y Contemptus mundi y las vidas de los Santos»87. El trato de las personas seglares, los viajes continuos, la mirada penetrante que tenía, lo que pudiéramos llamar placas extrarrápidas, que llevaba en las neuronas de su fantasía, hacíanle comprender perfectamente en un abrir y cerrar de ojos cualquier asunto, y hacíale vestir de oro y luces cualquier idea abstracta y oscura. Pedía a Dios poderse aprovechar de todo lo oído y leído88, que era mucho, porque tenía gran aprecio a letras y letrados. Cierto es que el libro verdadero adonde he visto las verdades, ha sido Su Majestad89; en vez de libro impreso, deja El imprimido lo que se ha de leer y hacer; pero este libro no borra los otros libros, como la ciencia experimental no borra, sino comprueba, los cálculos y exposiciones de la ciencia teórica. Por haber aprendido tanto a los pies del Crucifijo tienen un coeficiente tan alto, de verdad y de vida, las obras de Santa Teresa.

La doctrina es solidísima; las ideas, de los manantiales tomistas; las metáforas, de las fuentes bíblicas o piadosas, de las conversaciones que tenía con las señoras ilustradas de aquella sociedad en que las mujeres sabían tanto, con los teólogos y hombres cultos que naturalmente atraían su espíritu ansioso de luz, y de la contemplación serena y amorosa de la Naturaleza, obra del Amado.

Hemos procurado exponer sintéticamente las analogías teresianas más notables; pudieran salir más, desdoblando algunas, como esas estrellas que, pareciendo sencillas se miran mejor y resultan dobles; lo que podemos asegurar es que no podrían ser menos.

Cualquier comentario que hagan nuestros lectores, benévolos y amigos, hallará contestación cumplida en esta sentencia de la graciosa Virgen abulense, cuyas palabras hacemos nuestras, para terminar90: «Riéndome estoy de estas comparaciones que no me contentan, mas no sé otras. Pensad lo que quisiereis; ello es verdad lo que he dicho».



 
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