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Las armas del futuro [La revolución ha sido el hecho cultural más importante de nuestra historia]

Sergio Ramírez





En el año de 1978 llegué por primera vez a Cuba, y a esta Casa como jurado. Eran los días de enero en que la llama de la insurrección popular prendía en Nicaragua después del asalto de octubre a los cuarteles, después del asesinato de Pedro Joaquín y cuando comenzaba a arder la primera insurrección de Monimbó. Fue también mi primer encuentro imborrable con Haydeé Santamaría; y si menciono la circunstancia de aquella primera llegada, es para recordar a Haydeé y rendirle en esta ocasión el tributo emocionado de mi pueblo y de sus escritores y de sus artistas. Y para recordar que entonces librábamos una guerra, la guerra que nos daría la victoria y que daría la posibilidad de empezar a construir un nuevo país, una nueva sociedad y una nueva cultura, el nuevo país desde donde hoy regreso para hablar frente a ustedes como intelectual y como escritor que ha apartado sus herramientas del oficio para entrar de lleno en esa tarea de reconstrucción.

La Revolución ha sido el hecho cultural más importante de nuestra historia. No sólo porque el pueblo tejió su múltiple urdimbre con imaginación y capacidad creadora, inventó formas de guerra y métodos de lucha, acudió a sus mejores tradiciones y desarrolló nuevas y novedosas posibilidades de movilización y organización para triunfar, sino también porque sus poetas, sus músicos, sus pintores asumieron su papel en las trincheras y asaltaron también los reductos del enemigo. Desde Fernando Gordillo, con quien fundamos el Frente Ventana en 1960, que sería el primer movimiento literario que se identifica con la posibilidad histórica de la Revolución, que entonces comenzaba a gestarse, a Leonel Rugama, que caería combatiendo diez años después como héroe de la resistencia clandestina pero también como poeta a los veinte años, a Ricardo Morales Avilés, que incorporó la preocupación por explicar la cultura en el contexto revolucionario y también caería en el combate en 1973, se va definiendo una constante de participación de los intelectuales y de los creadores en la consolidación política de nuestra vanguardia. A medida que el Frente Sandinista se definía como la alternativa histórica para derribar a la dictadura y derrotar al imperialismo, para encarnar a la nación y conducir el proyecto de cambio social que pasaba necesariamente por la lucha armada, los intelectuales cerraban filas con la Revolución, con la insurrección, con la lucha popular. Yo no sé cuánto debe la Revolución a las canciones de Carlos Mejía Godoy, que lograron organizar un sentimiento colectivo del pueblo, extrayendo sus temas y sus acordes de lo más hondo de nuestras raíces y preparando ese sentimiento para la lucha, o a los poemas de Ernesto Cardenal, que llegaron a ser populares entre miles de combatientes, pero sé que es mucho. Y no es extraño tampoco que los dirigentes sandinistas escribieran poemas desde la cárcel y que esa sensibilidad por la poesía, por la literatura, haya sido llevada a los despachos gubernamentales como el caso de Daniel o de Tomás, no en balde nosotros heredamos de Rubén Darío y de Sandino esa doble vertiente de la sensibilidad poética y de la sensibilidad política que son, al fin y al cabo, y en el contexto de una Revolución que llevó la dignidad y la imaginación al poder, la misma sensibilidad histórica de nuestro pueblo pobre, orgulloso de su nacionalidad.

Como país largamente dominado y ocupado militarmente dos veces en este siglo, al que se impuso una tiranía que se dedicó a la expropiación constante de nuestra nacionalidad, respondemos ahora con actitud política cuando hablamos de la consolidación de la cultura nacional, porque la Revolución trata de afirmar esa nacionalidad arrinconada durante tantas décadas por la voluntad de dominación imperialista y que sólo otra voluntad históricamente más fuerte y justa logró rescatar. Al hablar de cultura miramos hacia nuestras raíces nacionales ahora visibles, hacia nuestra tradición popular de lucha, hacia nuestra tradición cultural soterrada o falsificada. De allí que tanto a Sandino como a Darío los opongamos, como factores fundamentales de la cultura y de la nación, al interés de la dominación extranjera, porque no podemos explicar ni la nación ni la cultura fuera del contexto de lucha antimperialista en que Nicaragua se ha empeñado a lo largo del presente siglo.

Por eso es que a los nicaragüenses nos interesa mucho el asunto de la nacionalidad, y en la medida en que la Revolución y la nación se vean agredidos, o amenazadas de ser agredidas por el imperialismo, recurriremos siempre a esa tradición cultural y a esta tradición de la lucha que está presente en Darío y en Sandino, de creación de lenguaje e invención de sensibilidad, de creación de conciencia e invención de firmeza, que junto con el ejemplo de la guerra revolucionaria y el ejemplo de estos años duros y hermosos de construcción de una nueva sociedad, podemos enseñar a la América Latina: Darío y Sandino como valores universales de América Latina, y la Revolución Nicaragüense como valor universal de América Latina.

Yo les decía que el proceso sandinista de lucha fue todo un hecho de creación cultural que, en términos ideológicos, parte de esa afirmación nacional antimperialista y de allí mismo se nutre de su contenido popular, porque la defensa de la nacionalidad ha sido en Nicaragua una cuestión de clase diáfanamente expuesta a lo largo de la historia, y ahora mismo repetida en el contexto de acosos y desafíos a la Revolución. Y la Revolución sigue siendo todos los días un hecho de creación cultural, como lo fue la preparación clandestina durante años, como lo fue la lucha en la montaña y más tarde las creativas formas de insurrección popular, desde la fabricación de bombas de contacto y artefactos de guerra, hasta la forma de organizar un gobierno que resistiera la inquina y el despecho imperialistas.

Por estas razones y porque a América Latina esperan otras muchas revoluciones, nosotros estamos obligados a ser creativos no sólo en las formas de sostener políticamente la Revolución y hacerla viable, sino también en la manera de enfocar el desarrollo de la cultura y de las políticas de la cultura, como un asunto que tiene que ver además con la esencia del país, con la esencia de la nación y con la esencia de la Revolución. No tenemos ni desarrollamos una cultura en abstracto, no poseemos una cultura gratuita. Recogemos el problema de la cultura desde una tradición de lucha y desde la perspectiva de la necesidad de su defensa y enriquecimiento constantes.

Queremos volcar la cultura de la manera más eficaz posible hacia dos vertientes fundamentales: la de multiplicación permanente de las posibilidades populares de asimilación y reproducción de formas de expresión y de sensibilización, y la apertura cada vez mayor de oportunidades para los creadores individuales.

No hablamos de la cuestión de un modelo cultural, ni siquiera de una línea formal de creación cultural. Una Revolución tan joven como la nuestra tiene delante de sí múltiples caminos abiertos y son infinitas las posibilidades de acción y de creación. Gracias al hecho de que el proceso de lucha revolucionaria tuvo un carácter masivo, porque todo el pueblo se involucró de alguna forma en el combate insurreccional, esa posibilidad de movilización constante ha seguido abierta; no en balde, apenas un año después de conquistado el triunfo habíamos concluido una asombrosa cruzada de alfabetización, otro hecho cultural masivo, que había involucrado a casi cien mil jóvenes y adolescentes como maestros populares y había llevado el índice de analfabetismo del país de un 53 a un 12 por ciento, un milagro de organización, devoción, voluntad de sacrificio y osadía como lo fue la lucha militar misma.

El país tiene abiertos ahora talleres de poesía en las fábricas, los planteles, los cuarteles de policía y las bases militares, las comunidades campesinas y los barrios, que es una forma masiva, más que de producir poetas en serie, de diseminar una nueva sensibilidad, de dar al pueblo instrumentos de expresión y de libertad creadora; de igual forma han surgido múltiples grupos de teatro aun en las comunidades más aisladas, y hay conjuntos de danza y conjuntos musicales que han brotado por todas partes. Enfrentamos un verdadero fenómeno masivo en la cultura, que no hace sino reafirmar el carácter popular de la Revolución, que ha liberado una serie de nuevas posibilidades creadoras anteriormente reprimidas o deprimidas. Nuestra intención es organizar ese despertar y dotarlo de las condiciones mínimas para su desarrollo, dentro de las graves limitaciones económicas que sufre el país y que no podrán ser superadas a corto plazo. De allí que no pensemos en dar una respuesta burocrática al fenómeno masivo de la cultura sino política. Por eso, los consejos populares de cultura en los departamentos y en los municipios comienzan a ser esa respuesta democrática, junto con la creación de casas de cultura y bibliotecas rurales, que camina paralelamente al esfuerzo de la educación popular, como continuidad de la Cruzada Nacional de Alfabetización.

Decíamos que la Revolución aglutinó a los intelectuales, a los artistas y a los creadores del país. Podríamos señalar las excepciones pero son muy pocas o casi nulas. Hubo gran voluntad política, casi podemos decir histórica, en la presencia de los intelectuales del lado del Frente Sandinista. De allí que nosotros veamos aún con mucho mayor cuidado el asunto de la política cultural, o de la línea en cuanto a la creación cultural o artística.

Nicaragua es un país con escasa tradición de creación cultural individual. Dentro de las condiciones reales de desarrollo de la sociedad, esa tradición no se da más que en la poesía y muy escasamente en la pintura o en la narrativa, para no hablar de la música en donde la ausencia es casi absoluta.

La burguesía nacional, hasta su derrota, no logró consolidar su propia línea de creadores culturales, y por el contrario, a lo largo de nuestra historia contemporánea los creadores más importantes surgieron en contradicción con esa burguesía o en desafío al imperialismo o a la dictadura, como en el caso de Salomón de la Selva, Manolo Cuadra.

Por lo tanto, hablar de la implantación de un modelo cultural o de una línea formal para el futuro de la creación individual en la literatura o en la plástica, sería un riesgo inaceptable o una aberración de consecuencias catastróficas. Así como desde la perspectiva de la diseminación y creación popular de la cultura las posibilidades son múltiples y apenas empiezan a abrirse, desde otra perspectiva de la creación individual las posibilidades también son múltiples. El modelo cultural de la Revolución Nicaragüense será el resultado de una práctica histórica, de una experiencia que la Revolución misma comienza a engendrar y a alentar, y su responsabilidad más seria y decisiva consiste en garantizar el libre acceso y la libre opción a todas las formas, garantizar el acceso a la tradición nacional y darle prestigio y fuerza a esa tradición; y a la par, el acceso a la cultura universal, porque pensamos que lo peor que le puede pasar a la posibilidad creativa de un país pobre y pequeño como el nuestro es llegar tarde a lo contemporáneo, y perder así a la vez la posibilidad de crear lo contemporáneo.

Por supuesto que si nuestra cultura parte de su afirmación nacional y se ha modelado en el pasado, y se modela ahora mismo en el choque y frente a la injerencia y la agresión extranjera, estamos conscientes de los riesgos de la enajenación cultural. Pero a esa clase de influencias enajenantes, que no se importan por lo general a través de obras de arte sino de las formas de consumo, nosotros tenemos no sólo una tradición sino una Revolución que oponerles. Aspiramos a una auténtica independencia cultural, que no significa aislamiento cultural, pero pensamos que esa posibilidad está más en relación con la oportunidad de crear tecnología y saber asimilarla, asumiendo la tecnología como parte de la cultura contemporánea. Pero este problema vamos a enfrentarlo no desde una perspectiva simplemente cultural, o culturalista, sino desde la perspectiva del poder.

No pensamos que esta libertad de elección en el arte engendre un riesgo para la Revolución. Al contrario, aspiramos a que cada día más artistas, creadores, escritores, surgidos cada vez más en la entraña misma del pueblo, alentados por esa posibilidad múltiple, se sumen a la experimentación de formas y modelos. Difícilmente el pueblo, dotado de sus propios instrumentos de creación, podría alejarse de las fuentes de su identidad, de su propia experiencia de vida. Si esa libertad está en manos de los artistas del pueblo, y el pueblo la defiende y la alimenta, no hay ningún temor, porque si hizo posible la Revolución con las armas, no va a traicionarla con las palabras.

Ya hemos dicho que la tradición de lucha del pueblo de Nicaragua y su tradición de cultura se forjaron en la contradicción del enfrentamiento con la ocupación extranjera y con la dominación. Darío nace cuando apenas se ha disipado el humo de los fusiles de la guerra nacional que terminó con la expulsión de los filibusteros yankis, y muere en un país ocupado por las tropas de la Infantería de Marina. La primera imagen en la memoria de Sandino, cuando niño, es la del cadáver del general Benjamín Zeledón, que resistió contra los yanquis en 1912, arrastrado entre las patas de los caballos de los soldados norteamericanos; y su lucha de seis años en Las Segovias es una lucha por la soberanía que defienden fundamentalmente los pobres, campesinos descalzos, artesanos y mineros, peones agrícolas, los únicos que tienen un sentido de nación, de valores nacionales que defender y, por lo tanto, de tradición cultural en qué apoyarse.

Esa misma contradicción fundamental lleva a la lucha contra la dictadura, que encarna al imperialismo, y Carlos Fonseca injerta toda esa tradición de lucha popular por la soberanía y por la independencia en los valores políticos que el Frente Sandinista asume desde su fundación en 1961, y no es hasta que se logra resolver el asunto del poder en 1979, que se resuelve también el asunto de la soberanía y de la nación, defendidos tenazmente durante décadas, y cuando se resuelve también el asunto de la cultura popular y su dirección futura. Ni la soberanía ni la nación ni la tradición de cultura popular son valores gratuitos sino tomados al enemigo por asalto. Incluso quitamos a Darío de las garras del enemigo, y la Revolución ha proclamado la fecha de su nacimiento como día de la independencia cultural.

Pero no podemos hablar de la Revolución sino como una tarea del futuro, y los nuevos valores populares que promueve, la nueva concepción de sociedad, los fundamentos ideológicos de la nueva cultura tendrán también que ser forjados al calor de la lucha, en medio de la construcción entre el nuevo y el viejo orden, entre la defensa popular de la soberanía y los empeños de la agresión imperialista.

Por las razones que hemos explicado, nuestra Revolución es el hecho cultural más importante de la historia del país, pero es sobre todo un hecho político fundamental para América Latina, la primera Revolución en la tierra firme, una Revolución con fronteras, en el medio del continente, en uno de esos traspatios débiles y míseros, herrados con el fierro de las abyecciones y las intervenciones, que Estados Unidos consideró siempre sus propios territorios o, dicho en los propios términos de los ideólogos yankis del destino manifiesto y la teoría de la seguridad nacional, sus territorios estratégicos. Es como si otra vez América Latina conquistara otra posición de avanzada detrás de las líneas del enemigo.

Y decíamos que nuestra Revolución es una Revolución con fronteras, porque como hecho histórico no pudo darse aislado; surgió en un área crítica, en donde las condiciones de dominación, explotación y miseria maduraron juntas en distintos países, o distintos sectores de un mismo país, porque al fin y al cabo Centroamérica es una sola nación dividida artificialmente, y el ejemplo de un pueblo en armas, victorioso, ha dado, sin duda, aliento al recrudecimiento de la lucha en Guatemala y El Salvador, pueblos tan cercanos a nuestro oído y a nuestro corazón, que casi podemos escuchar el fragor de sus combates. Ésta tampoco es una situación inocente y nosotros la asumimos en toda su complejidad, y miramos de cerca todos sus riesgos. Por ser históricamente un solo país, las situaciones de cambio social en Centroamérica han tenido siempre efectos comunes, y desde las guerras morazánicas que sucedieron a la Declaración de Independencia de 1821, las ideas anduvieron a lomo de las caballerías con los ejércitos de un país a otro y chocaron entonces, como ahora, los ideales nuevos con las viejas rémoras reaccionarias.

El imperialismo maniobra en Centroamérica para abortar el hecho de la Revolución Nicaragüense como un ejemplo que no pueda cundir, como una posibilidad que no debe germinar más en América Latina, y trata de impedir a toda costa la Revolución en El Salvador, neutralizar la lucha popular en Guatemala. Los mercenarios cubanos que entrenan a los guardias somocistas en Estados Unidos, en los campamentos que existen en Florida, Louisiana y California, a la vista y paciencia del Gobierno norteamericano, se hacen prometer que una vez conquistada Nicaragua, tras una pretendida invasión triunfante, serán asistidos para invadir Cuba. Éste es el mecanismo impúdico de esos sueños oscuros.

Pero, ¿cómo derrotar a la Revolución Nicaragüense? Aislándola, desacreditándola, inventando cúmulos de mentiras todos los días, no sólo entrenando y armando bandas contrarrevolucionarias que asedian nuestras fronteras. Y ¿cómo derrotar a la Revolución en El Salvador? Tratando de revivir los viejos fantasmas intervencionistas, fuerzas interamericanas de paz, alianzas regionales que bajo una cándida apariencia esconden la garra de la intervención.

El imperialismo trata de comprometer en su política agresiva aun a aquellos países que hasta ahora habían observado cordura en la región, y las condiciones de enfrentamiento podrían ser más críticas mañana. Nuestra patria no sólo es víctima ahora de la conspiración de las agencias transnacionales de prensa, de las mentiras de los voceros del Departamento de Estado, sino que empieza a ser agredida por el bloqueo de créditos internacionales, por planes terroristas para desestabilizar el esfuerzo de reconstrucción, por el chantaje diplomático, mientras quienes se arman y entrenan en el extranjero reciben cada vez más apoyo y más complicidad.

He querido pasar de las consideraciones iniciales sobre el enfoque que nuestra Revolución da a la cultura, hacia esta breve exposición final sobre la situación crítica a que nos enfrentamos en el orden político, para que se vea cómo aun esa cultura nueva que queremos, insisto, va a forjarse en el marco de esta contradicción, y también por otra razón fundamental; el imperialismo decidirá que llegó el momento de una agresión en gran escala, cuando considere que nuestro país está lo suficientemente aislado. Por eso recurrimos hoy a ustedes para dejarles este reclamo de solidaridad, para que como intelectuales, como artistas, puedan defender en sus propios países la idea de la Revolución Nicaragüense, y el hecho de la Revolución Nicaragüense como una nueva posibilidad que, igual que la Revolución Cubana veinte años atrás, abre el camino de la revolución en América Latina.

Nuestro pueblo construye con alegría su Revolución. Día a día surge una nueva cooperativa agrícola o se entrega a los campesinos un nuevo título de reforma agraria, surge un puesto de salud en un lugar remoto o una escuela primaria, se coloca una letrina o se lleva la luz eléctrica a un caserío. También levantamos nuevos hospitales, liceos agrícolas, construimos ingenios de azúcar, restauramos fábricas destruidas, defendemos el salario real de los trabajadores, luchamos contra la inflación, avanzamos en la producción de alimentos. Abrimos bibliotecas en los caseríos, hacemos una película, editamos un libro, apoyamos una cooperativa de artesanos, abrimos un centro popular de cultura. Empezamos a transformar el país, su realidad, su conciencia, pero también nos preparamos con esmero, constancia y precisión para la defensa, y también lo hacemos con alegría. Vamos a defender el país, la Revolución, si llega el caso, con la misma energía histórica que utilizamos para surgir como pueblo libre, apasionado, altivo, como dice Rubén. No habrá quien retroceda un solo paso en defensa de la Revolución, de eso podemos dar garantías a los pueblos de América Latina y del mundo. Nosotros queremos, a la vez, la garantía de que ustedes, como revolucionarios y como intelectuales, sabrán defender la idea y el hecho de la Revolución Nicaragüense, que es la revolución de América Latina.

En nombre de nuestra Revolución, de nuestro pueblo, de nuestros intelectuales y de nuestros artistas, quiero dejarles este mensaje y este abrazo sandinista.

¡Patria Libre o Morir!





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