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«Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulyses», de Fénelon, en la traducción de Fernando Nicolás de Rebolleda (1803)

Juan F. García Bascuñana

Fernando Nicolás de Rebolleda (trad.)





Les aventures de Télémaque de François de Salignac de La Mothe-Fénelon (1651-1715), publicada por primera vez en 1699, aparentemente sin el consentimiento de su autor, es una de esas obras sobre las que hoy en día nos seguimos haciendo innumerables preguntas, debido al éxito que la acompañó desde su aparición y que se prolongó a lo largo de más de dos siglos. Pocas obras han sido traducidas tantas veces y en tan diferentes lugares. De ahí que nos interroguemos por las causas de dicha «popularidad», aunque sería preferible hablar de su influencia en determinados ambientes y entre ciertas elites, debido a las particularidades de difusión de la cultura en los siglos XVIII y XIX. En cuanto a achacar el éxito únicamente a la utilización del libro para el aprendizaje del francés, en un momento en que la enseñanza de dicha lengua sentaba sus reales por toda Europa, tampoco debería bastar. En cualquier caso se trataría de ir más allá y preguntarse por la verdadera significación del Telémaco, situándolo en su contexto histórico y cultural, así como en el conjunto de la obra de Fénelon. Dicho libro, no hay que olvidarlo, se integra en la tradición de los «espejos de príncipes», esos manuales que ofrecen al futuro monarca las lecciones necesarias para su formación y para el aprendizaje de su «oficio», para decirlo a la manera del siglo XVII. Un libro que, por otra parte, se integra armoniosamente en la producción literaria del autor pese a ser su única obra propiamente de ficción. Es más, se puede decir que la completa, ya que de algún modo todas las facetas destacables de Fénelon están incluidas en el Telémaco. Por supuesto que su faceta de pedagogo -la más evidente-, pero también las de político y humanista, sin olvidar esa espiritualidad propia de nuestro autor tan presente en su vida y en su obra. De hecho, serán aspectos ligados a la espiritualidad y a la pedagogía los que sobresaldrán entre los trabajos de Fénelon antes y después de la publicación de Les Aventures de Télémaque; escritos que, aunque parezcan encontrase lejos de éste, de alguna manera lo preparan o lo prolongan. Como por ejemplo, para no citar más que algunos de estos títulos, los Dialogues sur l'éloquence (hacia 1684), De l'éducation des jeunes filles (1687), Réfutation du système du père Malebranche (1688), Explication des maximes des saints (1697) -en donde expone su posición favorable a la doctrina quietista-, los Dialogues des morts (1700, publicados en 1712), las Fables en prosa (1701).

¿Pero cuál es el verdadero significado del Télémaque en el conjunto de la obra de Fénelon? Es bien conocida la génesis del libro: en 1694, como instrumento en que apoyarse para la educación del duque de Borgoña, futuro heredero de la corona -que moriría, sin llegar a reinar, en 1712- del que era preceptor, se le ocurre al futuro obispo de Cambrai la idea de elaborar una gran novela pedagógica. Y se pone a redactar Les Aventures de Télémaque, «narración fabulosa en forma de poema heroico», según sus propias palabras. Cuando la termina dos años más tarde, su ilustre alumno ya ha cumplido doce años, y nos encontramos ante una novela de aprendizaje, a través de un largo recorrido iniciático por la cultura antigua, utilizando para tal fin un relato de viajes en el que su protagonista, el hijo de Ulises, tendrá como guía nada menos que a la propia diosa Minerva, bajo los rasgos de su maestro Mentor, figura del pedagogo que encarna la razón y los valores formativos considerados más positivos, entre ellos, y sobre todo, la sabiduría. El paralelismo entre el príncipe heredero y Telémaco, así como entre Mentor y Fénelon es más que evidente. De ahí que muchas de las ideas expuestas y las críticas más o menos veladas a la monarquía de Luis XIV no pasaran desapercibidas y le hicieran caer en desgracia, lo que le acarrearía el alejamiento de la Corte y la confinación hasta el fin de su vida en el obispado de Cambrai, en donde proseguiría con su reflexión política y estética (Lettre à l'Académie, 1714).

La traducción de Les Aventures de Télémaque es, sin duda, uno de los casos más llamativos y paradigmáticos de la historia de la traducción. Se trata de una de esas obras que tuvo el privilegio de ser traducida constantemente a las lenguas más diversas, desde casi el mismo momento de su aparición en 1699, con las significaciones y objetivos más dispares; aunque con frecuencia retengamos, sobre todo, su valor como instrumento pedagógico y didáctico para el aprendizaje de la lengua francesa. En 1700, un año después de su publicación en París, aparecen las primeras traducciones del Télémaque al inglés, al neerlandés y al alemán, y poco después, en 1704, aparecerá la primera traducción italiana. La traducción al español tendrá que esperar hasta 1713 y verá la luz en La Haya, en la imprenta de Adran Moetjens, todavía en vida de Fénelon. El hecho de que esta primera versión española del Telémaco, de traductor desconocido, apareciera en el extranjero, plantea muchos interrogantes. Tal vez una cierta prudencia aconsejó publicar dicha traducción fuera de España para evitar enojosos problemas con los censores del Santo Oficio. O acaso la guerra provocada por la sucesión al trono de España, que en aquellos momentos asolaba buena parte del territorio peninsular, representaba una dificultad no menor. O sencillamente, la presencia de una importante delegación española en territorio holandés con ocasión de las negociaciones del Tratado de Utrecht pudo ser un acicate para dicha traducción, al tratarse de un libro que era, en buena medida, un tratado político-moral y de buen gobierno. Aunque tampoco podemos descartar que se tratara pura y simplemente de una operación de política editorial, en un país que se distinguía por la importancia de sus imprentas y que no podía dejar de lado la ocasión que se le brindaba de poder publicar una obra de éxito traducida a cada una de las principales lenguas europeas.

Sea cual fuere la causa de su publicación fuera de España, tenemos que interrogarnos por esa primera traducción española anónima del Telémaco, que se vuelve a imprimir en Madrid en 1723 por el editor Francisco del Hierro. De hecho, a esta segunda impresión de la traducción de La Haya se ha llegado incluso a atribuirle un autor, un tal Francisco Medel. Pero un análisis minucioso y sistemático de las ediciones de La Haya (1613) y de Madrid (1723) nos lleva a la conclusión de que se trata de una versión idéntica, en la que se han introducido modificaciones interesadas.

Las reimpresiones españolas de dicha edición madrileña de 1723 se suceden a lo largo de las décadas siguientes: 1733 (París, P. Whitte y F. Didot); 1733 (Bruselas, Joseph La Plante); 1742, 1743, y 1756 (Amberes, De Tournes). Y con una presentación diferente (con ilustraciones y estampas), aunque con un texto prácticamente idéntico tenemos las siguientes ediciones: 1758 (Madrid, J. Ibarra); 1768 (Barcelona, T. Piferrer); 1777 (Madrid, J. Ibarra); 1780 (Amberes, De Tournes); 1780 (Barcelona, Francisco Suriá y Burgada); 1787, y 1793 (Madrid, Benito Cano); 1793 (Madrid, Viuda e hijo de Marín). Lo que dice mucho sobre la suerte de dicha versión española, a la que se sigue recurriendo en ediciones posteriores al siglo XVIII. Hay que recordar que será precisamente gracias a esa vieja traducción que Blanco White entrará en contacto con el libro de Fénelon, cuyo texto le atraerá desde el primer instante, lo que tendrá enormes consecuencias en la educación y en la formación de la personalidad del escritor sevillano.

Habrá que esperar pues más de ochenta años, para que una nueva traducción española «completamente nueva» suceda a la vieja traducción anónima de La Haya, publicada ininterrumpidamente, completa o más o menos abreviada, según los intereses de los impresores o los avatares de la censura. Pero entre 1797 y 1798 habrá llegado el momento de la impresión de la primera traducción española del Telémaco surgida de la pluma de un autor conocido. Se trata del madrileño José de Covarrubias, cuya traducción obtendrá un cierto éxito de librería, lo que no le evitará sin embargo críticas implacables, no siempre justificadas, por parte del escritor y erudito catalán Antonio de Capmany (Comentarios con glosas críticas y joco-serias sobre la nueva traducción castellana de las aventuras de Telémaco, Madrid, 1798). Y sin embargo, a pesar de ciertas debilidades e imperfecciones del texto de Covarrubias, hay que subrayar su conocimiento del Télémaque así como su interés y simpatía por el texto de Fénelon, lo que le sitúa lejos de los traductores movidos exclusivamente por la búsqueda de beneficio económico. Sus objetivos como traductor parecen ser otros si hacemos caso a las confidencias hechas por el propio Covarrubias en el prólogo de su traducción. Su interés por el Télémaque venía de muchos años antes (él nos habla de veinte), aunque durante un tiempo había renunciado a esa tarea enormemente dificultosa que suponía traducirlo, sin por ello dejar de leer y releer una obra que le parecía esencial para «educar el gusto». En cualquier caso será esa traducción de Covarrubias, junto con la de Agustín García de Arrieta (Madrid, 1799), las que se aproximan más, a pesar de sus limitaciones, al «verdadero sentido» del Telémaco. Pues es gracias a las aportaciones de esos traductores de finales del siglo XVIII que el texto español del Telémaco sabrá reflejar los dos preceptos que, según el propio José de Covarrubias, guiaron a Fénelon en la elaboración de su libro: enseñar a los príncipes el arte de reinar y hacer felices a las naciones, y al mismo tiempo hablar con pureza y elegancia la lengua francesa. Y son precisamente esos dos objetivos los que él trató de respetar. Si a ello añadimos el cuidado y esmero de García de Arrieta para hacer, según su propia confesión, una traducción eminentemente poética y en buen castellano tendremos la clave de ambos textos y el distanciamiento que intentan, o dicen intentar, ambos traductores con la traducción más o menos manipulada que durante ocho décadas había sido la única referencia española del Télémaque.

De alguna manera, ambas traducciones y el entusiasmo de sus autores por el libro de Fénelon servirán para allanar el camino a la que será la referencia española por excelencia del Telémaco durante el siglo XIX: la versión que publicó en los primeros años del siglo XIX Fernando Nicolás de Rebolleda (Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulyses, Madrid, Mateo Repullés, 1803). La traducción de Rebolleda tuvo numerosas reediciones, más o menos retocadas o manipuladas, utilizadas a menudo, siguiendo una constante enraizada en Europa desde el siglo XVIII, para la enseñanza del francés. Pero las ediciones del Telémaco en español continuaron a lo largo de los siglos XIX y XX. Entre las más recientes hay que destacar una edición barcelonesa de 1985 y otra mexicana de 1998 (México, Editorial Porrúa) que utiliza el antiguo texto de la edición de París de 1733. Sin olvidar una traducción al vasco de 1988, adaptada de la que llevó a cabo J.-P. Duvoisin en 1833.

Tampoco han faltado traducciones españolas de L'éducation des filles, principalmente en las primeras décadas del siglo XX, entre las que se cuenta una edición en catalán (Barcelona, 1927); ni de las Fables, de la que tenemos una edición barcelonesa reciente (1997). De otras obras como los Dialogues des morts, la Lettre à l'Académie o las de contenido teológico, las traducciones son escasas y casi todas anteriores al siglo XX.

En cuanto a la traducción de Rebolleda, hay que decir que éste publicó un cierto número de ejemplares de esa primera edición de 1803 en formato bilingüe -original y traducción-, aunque la mayor parte de esa primera edición se público únicamente en versión castellana. En cuanto a los ejemplares bilingües, alternan caracteres diferentes -bastardilla y redondilla- para distinguir el texto francés del texto castellano. Ambos textos van precedidos de una breve «Advertencia del traductor», en la que Rebolleda expone nítidamente cuáles eran sus objetivos en un primer momento: «No me propuse traducir el Telémaco servilmente, sino hacerlo castellano en cuanto me fuese posible, y que al leer la traducción no se conociese que tiene original en otro idioma, pero queriendo ceñirme en mis primeros ensayos a observar exactamente el orden y el número de pensamientos, expresiones y voces, no pude conseguirlo». De ahí que decidiera, como explica más adelante, tomarse ciertas libertades respecto a la traducción -a pesar de pecar a menudo, desdiciéndose de esas primeras intenciones, de un exceso de literalidad-, lo que le parece de todo punto legítimo y hasta necesario cuando se trata de obras como el Telémaco. Por otra parte, no dudó en una edición posterior (Madrid, 1829), una de las muchas que tuvo su traducción, en afirmar que las versiones anteriores no estaban a la altura del original, ya que llenaban el texto de galicismos y de expresiones corrompidas e, incluso, de errores y de defectos que él consideraba imperdonables. Rebolleda no dejó de incluir en su crítica todas las traducciones que habían precedido la suya, incluyendo la del propio García de Arrieta. Aunque tampoco se libró de recibir críticas de traductores posteriores. Es el caso de Mariano Antonio Collado, quien en su traducción bilingüe de Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulises (Valencia, 1832) no dudó, a su vez, en descalificar las traducciones existentes hasta entonces, incluida la más reciente de Rebolleda, al que, por cierto, no menciona directamente. Merece la pena leer el prólogo de Collado, porque plantea nítidamente el problema de la finalidad y la utilización del texto de Fénelon, según el tipo de usuario al que va dirigido, haciendo hincapié en la utilización del texto con fines didácticos para la enseñanza de la lengua francesa a españoles: «Cualquiera que sea el mérito de la obra cuya traducción ofrecemos al público, es un hecho constante que los maestros de la lengua francesa la destinan sin duda por la pureza del estilo, a la enseñanza de sus discípulos que empiezan a traducir por ella. Esta consideración hace más necesaria una traducción, que conserve la belleza de las imágenes trasladando con la posible exactitud de las palabras; pero apartándose de la colocación material de ellas para no corromper la buena locución castellana. Hemos dicho traducción nueva, porque desgraciadamente no han llenado este objeto las publicaciones hasta el día; pues adolecen de varios defectos imperdonables. El erudito D. Antonio de Capmany crítico la primera que vio la luz pública y se anunció el 15 de mayor de 1798 [es decir la de José de Covarrubias]. [...] Otras traducciones se han publicado posteriormente; más tampoco se encuentran exentas de errores, ni corresponden ni al mérito del original, ni a los deseos de muchos que no pudiendo dedicarse a su lectura por desconocer la lengua francesa, apetecían una versión correcta que pusiese a su alcance el fuego y la gallardía con que describe Fénelon».

Dejemos de lado las críticas de Capmany a Covarrubias, de sobras conocidas, y centrémonos en las que hace Collado a traductores anteriores, es decir a García de Arrieta y, sobre todo, a Rebolleda, aunque no nombre a ninguno de los dos. Su crítica a la literalidad de ciertas traducciones, nos puede hacer pensar en la de este último, aunque tal vez en menor medida que en otras que le habían precedido, sobre todo si tenemos cuenta las diferentes variantes del texto de La Haya de 1713. Cotejando la traducción de Rebolleda con otras, anteriores o posteriores, es evidente que la de éste peca tal vez, por momentos, de cierto exceso de literalidad, lo que le lleva a mantenerse demasiado apegado al texto original, con la consiguiente imposibilidad de encontrar esa «buena locución castellana» a la que se referiría más tarde Collado. Las consecuencias saltan a la vista en ciertos pasajes del texto, provocando con más frecuencia de lo que sería de desear esos «galicismos y expresiones corrompidas» que rechazaba el propio Rebolleda (edición de Madrid, 1829: II-III) en alusión a ciertos traductores. Y sin embargo, a pesar de las críticas más o menos justificadas de Collado, creemos que la propuesta de Rebolleda nos parece una de las más atinadas de cuantas nos encontramos en la dilatada historia de traducciones del libro de Fénelon. Tal vez por ello no sea ninguna casualidad que la versión de Rebolleda haya sido, sin duda, la más utilizada durante el siglo XIX. Si de alguna manera la traducción anónima de La Haya de 1713 cubre, con sus numerosas variantes e imitaciones más o menos fraudulentas, prácticamente todo el siglo XVIII, la de Rebolleda es, por derecho propio, la gran traducción del Telémaco en el siglo XIX.

Y, sin embargo, la versión castellana de Rebolleda no está exenta de ciertas decisiones que llevan a su autor a propuestas discutibles y, en algunos casos, a errores de bulto. Consideremos, a título de ejemplo, el inicio del libro XII cuando Néstor pide ayuda a Idomeneo contra los Daunos, en que Rebolleda buscando probablemente ese tono y ritmo de la frase castellana que recomendaría más tarde Collado opta por una traducción un tanto desconcertante. Es indiscutible que en su búsqueda de equilibrio de la frase castellana tiene razón al iniciar la frase por un verbo («Quedose el ejército aliado levantando sus tiendas»), evitando, contrariamente a otros traductores, a mantener el diseño propio de la frase francesa, con su rígido esquema de sujeto/verbo/complemento («Toute l'armée des alliés dressait déjà ses tentes»); y también acierta al dar ese aspecto imperfectivo a la frase que requería el texto de Fénelon, aunque no está tan atinado en otros detalles, algunos no de poca monta. ¿Qué justifica la traducción por parte de Rebolleda de «campagne» por «campaña» cuando el contexto de la frase de Fénelon dejaba bien claro de qué campagne se trataba?: «Toute l'armée des alliés dressait déjà ses tentes, et la campagne était couverte de riches pavillons de toutes sortes de couleurs, où les Hespériens fatigués attendaient le sommeil».

No se acaba de entender ese calco léxico por parte de Rebolleda, sobre todo si tenemos en cuenta que en traducciones anteriores se solía traducir por «campo» y en alguno otro caso por el término más poético de «campiña». De hecho llama la atención que en el Telémaco políglota de Baudry (París, 1837; 2.ª ed. 1852), en el que se utiliza la versión de Rebolleda, se mantenga «campaña», mientras que en el texto portugués de la columna de al lado aparece «campo». Y, sin embargo, a pesar de errores incomprensibles como éste, no suele encontrarse en la traducción de Rebolleda decisiones comparables a las que criticaba Antonio de Capmany en la de José de Covarrubias, y de las que se haría más tarde eco Collado en el prólogo de su traducción de 1832: es decir, pésimos calcos del tipo de «princes gâtés» traducido por «príncipes gastados» (en vez de «corrompidos»), «blâmer» por «blasfemar» (en vez de «vituperar»), o incluso «il n'est plus» por «no es más», entre otros.

Otras opciones de Rebolleda en la misma frase que venimos comentando del libro XII nos parecen discutibles, aunque no tienen el calado de la anterior. Es cierto que no acabamos de entender por qué ha preferido sustituir el gentilicio Hespériens por un sustantivo como «tropa» que nos parece aquí menos connotativo a pesar de que prevalezca la connotación bélica. O, igualmente, se podría uno preguntar por qué ha optado por simplificar la frase siguiente («Quand les rois, avec leur suite, furent entrés dans la ville, ils parurent étonnés qu'en si peu de temps on eût pu faire tant de bâtiments magnifiques»), eliminando la proposición subordinada temporal con que arranca la frase, hasta convertirla en la siguiente castellana: «Los reyes y su comitiva entraron en la ciudad; pero cuál fue su asombro al ver tantos y tan magníficos edificios construidos»). Dicha simplificación nos empuja una vez más a pensar que Rebolleda, tal vez confiado, sobre todo en el caso de las ediciones bilingües, en que el lector siempre tendría la posibilidad de recurrir al texto original, prefiere recurrir a un castellano que, ante todo, facilite la lectura. Una vez más parece como si Rebolleda no fuera ajeno al interés cada vez mayor, que se iría imponiendo sobre todo en las primeras décadas del siglo XIX, por utilizar el Telémaco de Fénelon como modelo «inigualable» para la enseñanza y aprendizaje de francés.

Si se consultan los catálogos bibliográficos españoles del siglo XVIII podrá comprobarse que el Telémaco fue uno de los libros más leídos en la España de aquel tiempo, juntamente con la obra del padre Feijoo y el Eusebio de Pedro Montengón. El interés por el libro de Fénelon se mantuvo en el siglo XIX, ya que es la obra con más presencia en las bibliotecas particulares madrileñas entre 1833 y 1868, junto con el Quijote y las Aventuras de Gil Blas de Santillana. En cuanto a la traducción de Rebolleda, las reediciones se suceden con mayor o menor fidelidad a partir de la primera edición madrileña de 1803, pudiéndose contar unas cuarenta reediciones, hasta llegar a la de 1864, publicada en París por la Librairie Garnier (con ediciones sucesivas). Pero, con anterioridad, contamos con reimpresiones y reediciones en el propio Madrid, así como en Barcelona, París, Burdeos y Perpiñán. No es por ello mera casualidad que sea el texto de Rebolleda el que se elige para la edición políglota en «les six langues les plus usitées», según indica la portada del libro: francés, con sus respectivas traducciones en inglés, alemán, italiano, alemán, español y portugués, dispuestas en seis columnas, una para cada lengua, tres en la páginas impares (francés, inglés, alemán) y las otras tres en las páginas pares (italiano, español y portugués). En la edición de Baudry (París, 1852), que es presentada como segunda edición, aunque hay que tener en cuenta numerosas reimpresiones desde 1837, nos encontramos con el texto original de la traducción de Rebolleda de 1803, prácticamente tal cual, sin ninguna modificación. Tal vez porque el responsable de esta edición, como los demás que a lo largo del siglo se han servido del texto de Rebolleda, han sabido calibrar ciertas cualidades de este texto, en un momento en que junto al valor literario de dicha traducción, capaz de servir para poder aproximarse lo máximo posible al original, se subrayan igualmente sus enormes posibilidades como instrumento para el aprendizaje del francés como lengua extranjera.






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