Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCuadro IV

 

Vista de una ermita. La embocadura del teatro forma una especie de cobertizo abierto, debajo del cual hay dos mesas, una cuadrada y otra redonda, dos sillas y un asiento hecho del tronco de un árbol. A la derecha del espectador, una escalera arrimada al campanario de la ermita, del cual pende la cuerda de la campana. En el fondo un monte.

 

Escena I

 

PAULINO, vestido de ermitaño o santero con un saco verde. DON TURULEQUE, MARI-CASTAÑA y varios criados o pajes, todos de rodillas.

 

DON TURULEQUE.-  Hermano Paulino...

MARI-CASTAÑA.-  Venerable anacoreta...

DON TURULEQUE.-  No nos levantamos sin que nos echéis la bendición.

PAULINO.-  Levantaos y salíos de este recinto. Ya os he dicho que me comprometéis.

DON TURULEQUE.-  No os admiren estas demostraciones, hijas de nuestra justa admiración. Sois el hombre más sabio y virtuoso de las Batuecas.

PAULINO.-  Maldito lo que me ha costado.

MARI-CASTAÑA.-  ¡Renunciar en vuestro competidor la plaza ganada en el certamen!

PAULINO.-  ¿Qué había de hacer, si no entiendo jota de astrología?

DON TURULEQUE.-  ¡Qué modestia!

PAULINO.-  Si os digo que soy un cuadrúpedo.

MARI-CASTAÑA.-  ¡Qué humildad! ¡Qué abnegación!

DON TURULEQUE.-  Por tan eminentes prendas, habiendo fallecido el ayo de nuestro príncipe Alfonso, se os eligió para reemplazarle.

PAULINO.-  Bien; pero supuesto que por ley fundamental el príncipe heredero se ha de criar en esta ermita solitaria, sin ver más que al santero, su ayo, e ignorando completamente que existen mujeres en el mundo, hacedme el favor de marcharos, antes que salga y os vea.

DON TURULEQUE.-  No os incomodéis, santo varón. Nos iremos.

PAULINO.-  Yo no sé a qué habéis venido vos,  (A MARI-CASTAÑA.)  sabiendo que no debo consentir, pena de la vida, que penetren las mujeres aquí.

DON TURULEQUE.-  Sacamos dispensa.

MARI-CASTAÑA.-  Venía mi marido, y yo no acierto a separarme de mi pimpollo.

DON TURULEQUE.-  Ni yo de ti, pichona mía.

PAULINO.-  Pues antes no podíais sufriros.

DON TURULEQUE.-  Han variado las circunstancias.

MARI-CASTAÑA.-  Ahora mi Turuleque, todo es atenciones conmigo.

DON TURULEQUE.-   (Aparte.)  Para lo que ha de durar, que viva contenta.

MARI-CASTAÑA.-  Y lo que es yo...

DON TURULEQUE.-  ¡Oh! Tú te has vuelto la amabilidad en persona.

MARI-CASTAÑA.-   (Aparte.)  Dentro de poco enviudo. ¿Quién no es amable con tal perspectiva?

PAULINO.-  Vaya, pues gracias por la visita, y largo de aquí: usarcedes por la puerta principal de la cerca, que es a este lado; vosotros por allá, por donde entran las caballerías.

DON TURULEQUE.-  Adiós, hermano Paulino. Vamos, dulce esposa.

MARI-CASTAÑA.-  Marido del alma, cuando tú quieras.

 

(Vanse DON TURULEQUE, MARI-CASTAÑA y los Criados.)

 

PAULINO.-  Buen viaje, y que ninguno se olvide de cerrar los postigos.



Escena II

 

PAULINO.

 

PAULINO.-  Pues, señor, con este empleo me he llevado un chasco solemne. Me eligieron ayo del príncipe, me echaron encima este saco verde que me gusta mucho y parece que es el uniforme de oficio; yo acepté persuadido de que viviendo en el campo podría usar libremente de mis manjares favoritos; y cate usted que Fortunio, insurreccionando mi nuevo estómago, me impone la obligación de comer ni más ni menos que los hijos de Eva. Cuando veo esos prados y considero que para mí son la fruta vedada... Ello sí, el mago nos proporciona una mesa abundante, que cada día se nos aparece de un modo diverso. Mi discípulo viene.



Escena III

 

ALFONSO, con una jaula de pájaros. PAULINO.

 

ALFONSO.-  Maese Paulino, maese Paulino.

PAULINO.-  ¿Qué hay?

ALFONSO.-  Una novedad grandísima. Mirad esta jaula, mirad.

PAULINO.-  Es la jaula de gorriones que os fabricó mi antecesor. ¿Qué sucede?

ALFONSO.-  Mi maestro me la dio con dos pájaros dentro...

PAULINO.-  ¿Se os ha perdido alguno?

ALFONSO.-  Al contrario. Ayer aún no había más que dos, y hoy hay seis.

PAULINO.-  Son cuatro más.

ALFONSO.-  Y esos cuatro, ¿de dónde han venido? Chiquirrititos son, pero por entre los mimbres no podían pasar. ¿Cómo han entrado? ¿Quién los ha puesto ahí?

PAULINO.-  ¿Cómo han entrado? ¿Quién los ha puesto? ¿Sabéis vos quién nos entra en la ermita las provisiones que todos los días encontramos a la hora de comer?

ALFONSO.-  No.

PAULINO.-  Pues lo mismo es eso... De una manera diferente. Son misterios de la naturaleza.

ALFONSO.-  Toda se vuelve misterios esa señora, y jamás se me explica ninguno. Me tiene esto tan aburrido... Pues ¡y la desaparición de vuestro predecesor! ¿Adónde se fue?

PAULINO.-  Os he dicho cien veces que a un viaje muy largo.  (Aparte.)  Dios le tenga en la gloria.

ALFONSO.-  ¿Y por qué no hacemos nosotros ese viaje también?

PAULINO.-  Lo que es yo no tengo gana de emprenderlo.

ALFONSO.-  ¿Dónde habéis estado vos antes que vinierais aquí?

PAULINO.-  Esa historia está llena de recuerdos muy dolorosos. Respetad mi sensibilidad.

ALFONSO.-  Nosotros no hemos sido nunca más que dos. Comiendo bien, ¿podríamos con el tiempo aumentarnos hasta seis como estos pajarillos?

PAULINO.-  Mientras vos y yo permanezcamos solos, por más que se aumente el volumen de nuestro individuo, nunca nos podremos dividir en dos ejemplares. Llevaos, llevaos la jaula y dadles de comer a los recién venidos. La hospitalidad sobre todo.

 

(Vase ALFONSO haciendo piar a los gorriones.)

 


Escena IV

 

PAULINO.

 

PAULINO.-  Me abruma el principito con sus preguntas, que van siendo cada vez más espinosas. ¡Pues digo, si hubiese visto por casualidad a mis visitas de hoy, sobre todo a la señora corregidora! Bien que su señoría realmente no pertenece al bello sexo. Y otro individuo de él no es fácil que remanezca por un sitio tan áspero y solitario.



Escena V

 

LUCÍA y PAULINO.

 

LUCÍA.-   (Dentro.)  Subid, subid. Aquí hay una casa.  (Sale.) 

PAULINO.-  ¡Dios nos ampare! ¡Aquí Lucía!

LUCÍA.-  Éste será el ermitaño. Hermanito, ¿no es éste el santuario de San Babilés?

PAULINO.-  No, señora, es una legua de aquí. ¿Por dónde habéis entrado?

LUCÍA.-  Por la puerta.

PAULINO.-  Se la han dejado abierta los otros. ¡Buen cuidado tuvieron!

LUCÍA.-  No os incomodéis. Hemos perdido el camino. Servidnos de guía.

PAULINO.-  ¿Conque no venís sola?

LUCÍA.-  Somos seis compañeras.

PAULINO.-  ¡Seis muchachas, y como luceros a juzgar por la muestra!  (Aparte.)  ¡Si las columbra el amiguito de la jaula!

LUCÍA.-  Oídnos, y aconsejadnos qué hemos de hacer.

PAULINO.-  Os aconsejo que toméis el portante sobre la marcha.

LUCÍA.-  Estamos fatigadísimas, nos ahogamos de calor.

PAULINO.-  Es que me exponéis a mí a padecer otro ahogo. Tengo pena de horca si dejo pasar de aquí a mujer alguna. Soy el ayo del príncipe.

LUCÍA.-  ¿Sois el doctor Paulino?

PAULINO.-  Servidor vuestro si os marcháis pronto.

LUCÍA.-  No os conocía.

PAULINO.-  Yo sí a vos, y aun os he prestado algunos servicios.

LUCÍA.-  ¡Ay! Pues no me acuerdo.

PAULINO.-  Los hice disfrazado. Pero no se trata de eso. Pies atrás.

LUCÍA.-  Oídme, y con eso me iré más pronto. Así como para premiar al astrólogo más sabio se abrió aquel certamen que vos ganasteis, así se ha abierto otro para premiar a la doncella más virtuosa.

PAULINO.-  Y vos habéis entrado en él, a la cuenta.

LUCÍA.-  Yo y otras: Clori, Melisendra, Dulcinea, Marcolfa, etcétera. Tenemos que presentarnos a examen al anacoreta de San Babilés. Hemos venido solas y nos hemos extraviado.

PAULINO.-  Pero ¿no os acompaña nadie?

LUCÍA.-  Nadie, porque no podemos hablar con hombre ninguno, a excepción de los ermitaños, pues si no, perdemos el premio. Tened la caridad de instruirnos.

PAULINO.-  Marchad por aquí, torced a la derecha. Subid luego un repecho dentro de la cerca de esta posesión, abrid una puerta de carros y saldréis a la senda que va a la ermita. (Alfonso vuelve.) Corred, corred.

 

(Vase LUCÍA.)

 


Escena VI

 

ALFONSO y PAULINO.

 

ALFONSO.-  ¿Lo habéis visto? ¿Ha pasado por aquí?

PAULINO.-  ¿El qué?

ALFONSO.-  Una cosa..., una persona... Yo no sé lo que es, ni que me ha sucedido al verla. Es un bulto grande, parecido a nosotros... No, lo que es a vos no se parece, porque es una figura muy linda. Tiene unos ojos tan hermosos, una carita tan graciosa, unos calzones tan anchos... más que vuestra túnica, más. El corazón se me iba tras ella.

PAULINO.-   (Aparte.)  ¡Buena la hicimos! A alguna de las viajeras ha visto.

ALFONSO.-  ¿Qué bicho es ése? ¿Cómo se llama?

PAULINO.-  Se llama... (Algo he de decirle.) Ésa, querido Alfonso, es una casta de pájaros.

ALFONSO.-  ¡Pájaros! ¡Qué pájaros tan gordos!

PAULINO.-  Los hay tremendos.

ALFONSO.-  ¿Y qué nombre tienen?

PAULINO.-  Cigüeñas.

 

(En este momento aparece LUCÍA subiendo el monte.)

 

ALFONSO.-  ¡Mirad allí una, mirad qué bonita es! Yo quiero una cigüeña, yo quiero una.

PAULINO.-  Os, os allá.

 

(LUCÍA acaba de pasar y se oculta.)

 

ALFONSO.-  ¿Por qué me la habéis espantado?

PAULINO.-  Es un avechucho traidor, es ave de rapiña.

ALFONSO.-  A mí me había parecido ave de paso.

PAULINO.-  También. Por eso ha pasado tan lista.

ALFONSO.-  Pues yo creo que es fácil de coger.

PAULINO.-  ¿Una de ésas? Ya es obra pillarla.

ALFONSO.-  Si no vuelan.

PAULINO.-  ¡Huy! Se escurren como azogue de entre las manos. Son más esquivas que un demonio. Jamás he podido yo domesticar ni una siquiera.

ALFONSO.-  Ya, empezaríais a decirla como ahora: «Os, allá». De ese modo... No, pues yo no me he de quedar sin cazar mi cigüeña.

PAULINO.-  Alfonso, deteneos.

ALFONSO.-  A mí no me detiene nadie cuando tengo un capricho. Voy a buscar una red de pájaros.  (Vase.) 



Escena VII

 

PAULINO, y luego ALFONSO, dentro.

 

PAULINO.-  Mientras busca la red, las cigüeñas habrán volado. ¡Cigüeñas! Pensamiento brillante ha sido el de darle cigüeña por mujer.  (Sintiendo ruido.)  ¿Qué es eso? ¿Anda por ahí otra opositora? En todas partes se me antoja ver moños y faldas.

ALFONSO.-   (Dentro.)  Señor maestro, señor maestro...

PAULINO.-  Llama cuanto quieras. Voy a cerrar la puerta principal.  (Vase.) 



Escena VIII

 

LUCÍA, que sale envuelta en una red huyendo de ALFONSO, que trae asidos los extremos de la red haciendo por contener a LUCÍA.

 

ALFONSO.-  Señor maestro, ya pillé la cigüeña; ya la cogí. Por más que corras, no te me escapas, no.

LUCÍA.-   (Aparte, procurando desembarazarse de la red.)  Si hablo, voy a perder el premio; si callo, ¿qué será de mí?

ALFONSO.-  Quieto, bicho pícaro, quieto.

LUCÍA.-   (Aparte.)  Me llama bicho, me llama cigüeña... Sin duda nunca ha visto mujeres.

ALFONSO.-  Es menester atarla para que no eche a correr.

LUCÍA.-   (Aparte.)  ¡Quiere atarme! A ver si por señas me entiende.  (Se pone de rodillas con las manos cruzadas sobre el pecho y dirige a ALFONSO una mirada como de quien pide merced.) 

ALFONSO.-  Se hinca de rodillas; parece que me ruega que no la maltrate. ¡Qué asustadilla está! Vaya, no tengas miedo, que no trato de hacerte daño.  (LUCÍA ejecuta la pantomima que indican las razones de ALFONSO.)  ¿Quieres que te saque de la red? ¡Calla! Parece que entiende lo que se le dice. ¿Echarás a volar si te saco? Dice que no; es verdad, si no tiene alas. ¿Harás lo que yo te mande? Dice que sí. Veámoslo.  (La desenreda y la va llamando con la mano, haciéndole dar una vuelta por el teatro.)  Pitita, pitita, bs, bs, bs, ven por aquí. ¡Me sigue! Bs, bs, ven por acá. ¡Me sigue a cualquier lado! Ponte en esta silla. ¡Se sienta como una persona! Dame la patita.  (LUCÍA le da la mano.)  ¡Es una mano por el estilo de la mía, pero más mona, más blanca, más suavecita! Y no tiene garras. No puede ser ave de rapiña. ¿Verdad que no haces daño? No, si es imposible. Tampoco tiene pico. Picotazos de esa boca no dolerían mucho. ¿Si cantará? ¿No? No importa, yo te enseñaré, yo te cuidaré, yo te querré tanto, chocorrotita mía. Te tendré en mi habitación en una jaulita muy cuca. ¿No te acomoda eso? Pues bien, estarás donde quieras. ¿Tienes hambre? ¿Quieres alpiste? ¿Quieres sopa en vino? ¿Tienes sed? ¿Que sí? ¡Pobrecita! Voy corriendo por un bebedero.  (Vase.) 



Escena IX

 

LUCÍA, y luego DOÑA CLORI, MELISENDRA, DULCINEA, MARCOLFA y otra joven, por la derecha del espectador. Después ALFONSO.

 

LUCÍA.-  ¡Ah! Ésta es la ocasión de librarme.

DOÑA CLORI.-  Aquí está, aquí está.

LUCÍA.-  Retroceded. Hay aquí un joven que cree que las mujeres somos cigüeñas.

MELISENDRA.-  ¡Qué insulto!

DULCINEA.-  ¿Cuándo hemos estado menos picudas?

LUCÍA.-  Nos quiere enjaular y darnos alpiste.

MARCOLFA.-  ¡Qué picardía!

ALFONSO.-   (Saliendo con un jarro y una taza.)  ¡Huy! ¡Qué bandada! ¡Seis cigüeñas! ¡Seis!

LUCÍA.-  Miradle.

ALFONSO.-  Yo las quiero todas. Aquí de la red.

LUCÍA.-  Que va a cogernos, huyamos.

LAS DAMAS.-  ¡Huyamos! ¡Ih!  (Vanse dando chillidos.) 

ALFONSO.-  ¡Cigüeñas que hablan! ¡Qué susto! ¡Ah!  (Huye también.) 



Escena X

 

PAULINO.

 

PAULINO.-  ¿Qué alaridos son éstos?  (Mirando hacia el lado por donde huyeron las damas.)  ¡Toma, toma! Mientras cerraba yo la puerta principal se había encajado toda la cigüeñería por la otra. Ambas quedaron abiertas. Ya salen y cierran, llevándose la llave para que no las persigan. Bien, id, diablejos tentadores, y no volváis a perturbar a mi discípulo. Las preguntas que me hará luego tendrán que ver. ¿Por qué me habrán elegido para su ayo a mí? Ya, porque para mantenerle en la ignorancia, ninguno mejor que el que nada sabe. Sobre que ya me va fastidiando este fortunón inmerecido que me asiste. Yo paso por un portento de sabiduría, y soy un zote; paso por un milagro de virtud, y jamás he pensado sino en mi conveniencia. Esto es vergonzoso. ¡Canario! Ya que tengo esa fama, quiero merecerla.  (Un trueno.)  ¿Eh? Truena sin haber nubes. Pues como digo, quiero ser sabio y virtuoso de veras.  (Truena.)  ¿Otro más gordo? Me va entrando aprensión de que esos truenos son alusiones a mi persona. No, pues yo no soy culpable. Si han puesto el pie dentro de clausura esas muchachuelas, ha sido sin mi consentimiento. No se me puede exigir la responsabilidad. Para desechar el susto, veamos si han traído la comida.  (Vase.) 



Escena XI

 

EL MAGO SOFRONIO, apareciendo de un modo mágico.

 

EL MAGO SOFRONIO.-  Caíste en mi poder. Tu protector no tardará en abandonarte por ese pensamiento. Para malquistarse con la fortuna, no hay como hacerse digno de tenerla. Llegó el caso de que principien a obrar los gnomos y las salamandras.  (Desaparece y se va oscureciendo el teatro con todos los indicios de una gran tempestad.) 



Escena XII

 

PAULINO, trayendo una cacerola y una calabaza. ALFONSO, dentro.

 

PAULINO.-  Mal se prepara hoy la bucólica. No he podido encontrar más que esto.  (Llegándose a una puerta.)  Alfonso, Alfonsico, ya es hora de refectorio.

ALFONSO.-   (Dentro.)  Tengo mal humor porque se me ha escapado la caza. No quiero comer.

PAULINO.-  Eh, animaos. Venid.

ALFONSO.-   (Dentro.)  No, estoy entretenido en dibujar en la pared. Quiero pintar la cigüeña.

PAULINO.-  ¡Bueno! Píntala, hijo, píntala. Comeré yo solo. Así como así, la ración no es grande, y tengo una gazuza que me clareo.  (Se sienta a una mesa cuadrada.)  Humedezcamos el paladar.  (Mientras empina la calabaza, la mesa se le pasa detrás.)  ¡Oiga! ¡Se ha movilizado la mesa!  (Se levanta y coge la cacerola.)  Pues que vaya donde guste: cojo la pitanza y me marcho yo también a otra parte con la música. Esta mesa, que es más pesada, no se moverá; digo, ¡una rueda es de molino!  (Pone la cacerola en la mesa redonda, la cual empieza a girar.)  ¡Eh, eh! ¡Alto! ¡No tiene mal modo de dar vueltas!  (Corriendo alrededor de la mesa sin poder asir la cacerola.)  Se le figura sin duda que está moliendo... y el molido soy yo. Es tontería, no la puedo coger. ¡Ay! Me he reventado.  (Se sienta en un pedazo de tronco de árbol colocado en posición vertical y el asiento va subiendo hasta poner a PAULINO de pie.)  ¡Ay, ay, que me empujan por el cruzadero del ataharre! ¡Señor! ¿Ni aún me dejarán sentado?  (Sale de enmedio del tronco una figura fea.)  ¿Ahí estaba usarcé, camarada? Hambre, yo no sabía que fuese ucé inquilino de esa casa. Adiós, buen mozo. No, pues yo no he de ayunar hoy. Tocaré a rebato la campana de la ermita para que venga gente de la aldea vecina y pueda pedirles algo. Con la tempestad, quizá no se atrevan a salir; pero por sí o por no, probemos.  (Va a tocar y se le rompe la cuerda de la campana.)  Se me rompió el cordel. Subiré por la escalera para tirar del pedazo que cuelga.  (Cuando va a poner el pie en el primer escalón, se retira éste; cuando aparta el pie, aparece el escalón otra vez.)  ¿Subir, eh? Pronto lo dije. ¡Pues no se me ha escondido el primer escalón! No, ya pareció. Vuelta a retirarse. ¿Otra vez? ¡Cuidado con la broma! Gracias a Dios que paró. Subamos.  (Sube unos cuantos escalones y de repente se le hunden todos y queda de pie en el suelo.)  ¡Por vida! Me serviré de una silla.  (Se le hunde el asiento.)  Tanto andamos como corremos. A ver la otra.  (Se recoge y desaparece.)  Ésta se aplastó. Pero, señor Fortunio, ¿qué modo de pajear es éste? Usarced me prometió tenerme en esta ermita a mesa y mantel si enseñaba al príncipe a ser tonto, porque parece que es requisito indispensable para ser afortunado. Yo cumplo con mi obligación, hágame ucé el favor de cumplir la suya.

 

(Unos gigantes levantan en peso el monte que hay al foro, y detrás se descubre una cocina y una mesa ricamente servida y rodeada por EL REY DE LOS GNOMOS y varios de éstos en traje de criados y cocineros.)

 


Escena XIII

 

EL REY DE LOS GNOMOS, varios Gnomos y PAULINO.

 

PAULINO.-  ¡Hola! Parece que ha hecho efecto la reclamación. Aquella mesa es opípara, y hoy tenemos quien sirva. Muy bien. Pero ¡qué gigantones, Dios mío! Ya se ve, para levantar un cerro en vilo... Se me está haciendo la boca un agua, pero esos jayanes me asustan y no me atrevo a llegar allí, no sea que me pongan el monte por montera. ¡Eh, mocitos!  (A los Criados.)  Haced el favor de traer eso acá.

EL REY DE LOS GNOMOS.-  Está lloviendo.

PAULINO.-  Por eso lo digo. Más vale que os mojéis vosotros que yo. Y al cabo, eso es para mí.

EL REY DE LOS GNOMOS.-  Lo verás, pero no lo catarás.

PAULINO.-  ¿No? ¿Pues para quién es?

EL REY DE LOS GNOMOS.-  Para el príncipe.

PAULINO.-  ¿Para Alfonso? ¿Y para mí, caramba?

EL REY DE LOS GNOMOS.-  Para ti... esto.  (Le presenta un rábano.) 

PAULINO.-  ¿Para mí un rábano? Ahora lo veremos.  (Abalánzase hacia la mesa. Los Criados toman la forma de gnomos.) 

EL REY DE LOS GNOMOS.-  Sujetadle.

 

(Los Gnomos se apoderan de PAULINO.)

 

PAULINO.-  Condenados, ¿qué vais a hacer conmigo?

EL REY DE LOS GNOMOS.-  Ensartarte en un asador, miserable.

PAULINO.-  ¡Socorro, socorro!

 

(Pónenle y danle vueltas en el asador.)

 


 
 
FIN DEL CUADRO CUARTO