Escena I
|
|
PAULINO, vestido de
ermitaño o santero con un saco verde.
DON TURULEQUE,
MARI-CASTAÑA y varios criados o pajes, todos de
rodillas.
|
DON TURULEQUE.-
Hermano Paulino...
|
MARI-CASTAÑA.-
Venerable anacoreta...
|
DON TURULEQUE.-
No nos levantamos sin que nos echéis la
bendición.
|
PAULINO.-
Levantaos y salíos de este recinto. Ya os he dicho que me
comprometéis.
|
DON TURULEQUE.-
No os admiren estas demostraciones, hijas de nuestra justa
admiración. Sois el hombre más sabio y virtuoso de las
Batuecas.
|
PAULINO.-
Maldito lo que me ha costado.
|
MARI-CASTAÑA.-
¡Renunciar en vuestro competidor la plaza ganada en el
certamen!
|
PAULINO.-
¿Qué había de hacer, si no entiendo jota de
astrología?
|
DON TURULEQUE.-
¡Qué modestia!
|
PAULINO.-
Si os digo que soy un cuadrúpedo.
|
MARI-CASTAÑA.-
¡Qué humildad! ¡Qué
abnegación!
|
DON TURULEQUE.-
Por tan eminentes prendas, habiendo fallecido el ayo de nuestro
príncipe Alfonso, se os eligió para reemplazarle.
|
PAULINO.-
Bien; pero supuesto que por ley fundamental el príncipe
heredero se ha de criar en esta ermita solitaria, sin ver más que al
santero, su ayo, e ignorando completamente que existen mujeres en el mundo,
hacedme el favor de marcharos, antes que salga y os vea.
|
DON TURULEQUE.-
No os incomodéis, santo varón. Nos iremos.
|
PAULINO.-
Yo no sé a qué habéis venido vos,
(A
MARI-CASTAÑA.) sabiendo que no debo
consentir, pena de la vida, que penetren las mujeres aquí.
|
DON TURULEQUE.-
Sacamos dispensa.
|
MARI-CASTAÑA.-
Venía mi marido, y yo no acierto a separarme de mi
pimpollo.
|
DON TURULEQUE.-
Ni yo de ti, pichona mía.
|
PAULINO.-
Pues antes no podíais sufriros.
|
DON TURULEQUE.-
Han variado las circunstancias.
|
MARI-CASTAÑA.-
Ahora mi Turuleque, todo es atenciones conmigo.
|
DON TURULEQUE.-
(Aparte.) Para lo que ha de
durar, que viva contenta.
|
MARI-CASTAÑA.-
Y lo que es yo...
|
DON TURULEQUE.-
¡Oh! Tú te has vuelto la amabilidad en persona.
|
MARI-CASTAÑA.-
(Aparte.) Dentro de poco enviudo.
¿Quién no es amable con tal perspectiva?
|
PAULINO.-
Vaya, pues gracias por la visita, y largo de aquí:
usarcedes por la puerta principal de la cerca, que es a este lado; vosotros por
allá, por donde entran las caballerías.
|
DON TURULEQUE.-
Adiós, hermano Paulino. Vamos, dulce esposa.
|
MARI-CASTAÑA.-
Marido del alma, cuando tú quieras.
|
|
(Vanse
DON TURULEQUE,
MARI-CASTAÑA y los Criados.)
|
PAULINO.-
Buen viaje, y que ninguno se olvide de cerrar los postigos.
|
Escena III
|
|
ALFONSO, con una jaula de
pájaros.
PAULINO.
|
ALFONSO.-
Maese Paulino, maese Paulino.
|
PAULINO.-
¿Qué hay?
|
ALFONSO.-
Una novedad grandísima. Mirad esta jaula, mirad.
|
PAULINO.-
Es la jaula de gorriones que os fabricó mi antecesor.
¿Qué sucede?
|
ALFONSO.-
Mi maestro me la dio con dos pájaros dentro...
|
PAULINO.-
¿Se os ha perdido alguno?
|
ALFONSO.-
Al contrario. Ayer aún no había más que
dos, y hoy hay seis.
|
PAULINO.-
Son cuatro más.
|
ALFONSO.-
Y esos cuatro, ¿de dónde han venido?
Chiquirrititos son, pero por entre los mimbres no podían pasar.
¿Cómo han entrado? ¿Quién los ha puesto
ahí?
|
PAULINO.-
¿Cómo han entrado? ¿Quién los ha
puesto? ¿Sabéis vos quién nos entra en la ermita las
provisiones que todos los días encontramos a la hora de comer?
|
ALFONSO.-
No.
|
PAULINO.-
Pues lo mismo es eso... De una manera diferente. Son misterios
de la naturaleza.
|
ALFONSO.-
Toda se vuelve misterios esa señora, y jamás se me
explica ninguno. Me tiene esto tan aburrido... Pues ¡y la
desaparición de vuestro predecesor! ¿Adónde se fue?
|
PAULINO.-
Os he dicho cien veces que a un viaje muy largo.
(Aparte.) Dios le tenga en la
gloria.
|
ALFONSO.-
¿Y por qué no hacemos nosotros ese viaje
también?
|
PAULINO.-
Lo que es yo no tengo gana de emprenderlo.
|
ALFONSO.-
¿Dónde habéis estado vos antes que
vinierais aquí?
|
PAULINO.-
Esa historia está llena de recuerdos muy dolorosos.
Respetad mi sensibilidad.
|
ALFONSO.-
Nosotros no hemos sido nunca más que dos. Comiendo bien,
¿podríamos con el tiempo aumentarnos hasta seis como estos
pajarillos?
|
PAULINO.-
Mientras vos y yo permanezcamos solos, por más que se
aumente el volumen de nuestro individuo, nunca nos podremos dividir en dos
ejemplares. Llevaos, llevaos la jaula y dadles de comer a los recién
venidos. La hospitalidad sobre todo.
|
|
(Vase
ALFONSO haciendo piar a los gorriones.)
|
Escena V
|
|
LUCÍA y
PAULINO.
|
LUCÍA.-
(Dentro.) Subid, subid.
Aquí hay una casa.
(Sale.)
|
PAULINO.-
¡Dios nos ampare! ¡Aquí Lucía!
|
LUCÍA.-
Éste será el ermitaño. Hermanito,
¿no es éste el santuario de San Babilés?
|
PAULINO.-
No, señora, es una legua de aquí. ¿Por
dónde habéis entrado?
|
LUCÍA.-
Por la puerta.
|
PAULINO.-
Se la han dejado abierta los otros. ¡Buen cuidado
tuvieron!
|
LUCÍA.-
No os incomodéis. Hemos perdido el camino. Servidnos de
guía.
|
PAULINO.-
¿Conque no venís sola?
|
LUCÍA.-
Somos seis compañeras.
|
PAULINO.-
¡Seis muchachas, y como luceros a juzgar por la muestra!
(Aparte.) ¡Si las columbra
el amiguito de la jaula!
|
LUCÍA.-
Oídnos, y aconsejadnos qué hemos de hacer.
|
PAULINO.-
Os aconsejo que toméis el portante sobre la marcha.
|
LUCÍA.-
Estamos fatigadísimas, nos ahogamos de calor.
|
PAULINO.-
Es que me exponéis a mí a padecer otro ahogo.
Tengo pena de horca si dejo pasar de aquí a mujer alguna. Soy el ayo del
príncipe.
|
LUCÍA.-
¿Sois el doctor Paulino?
|
PAULINO.-
Servidor vuestro si os marcháis pronto.
|
LUCÍA.-
No os conocía.
|
PAULINO.-
Yo sí a vos, y aun os he prestado algunos servicios.
|
LUCÍA.-
¡Ay! Pues no me acuerdo.
|
PAULINO.-
Los hice disfrazado. Pero no se trata de eso. Pies
atrás.
|
LUCÍA.-
Oídme, y con eso me iré más pronto.
Así como para premiar al astrólogo más sabio se
abrió aquel certamen que vos ganasteis, así se ha abierto otro
para premiar a la doncella más virtuosa.
|
PAULINO.-
Y vos habéis entrado en él, a la cuenta.
|
LUCÍA.-
Yo y otras: Clori, Melisendra, Dulcinea, Marcolfa,
etcétera. Tenemos que presentarnos a examen al anacoreta de San
Babilés. Hemos venido solas y nos hemos extraviado.
|
PAULINO.-
Pero ¿no os acompaña nadie?
|
LUCÍA.-
Nadie, porque no podemos hablar con hombre ninguno, a
excepción de los ermitaños, pues si no, perdemos el premio. Tened
la caridad de instruirnos.
|
PAULINO.-
Marchad por aquí, torced a la derecha. Subid luego un
repecho dentro de la cerca de esta posesión, abrid una puerta de carros
y saldréis a la senda que va a la ermita. (Alfonso vuelve.) Corred,
corred.
|
|
(Vase
LUCÍA.)
|
Escena VI
|
|
ALFONSO y
PAULINO.
|
ALFONSO.-
¿Lo habéis visto? ¿Ha pasado por
aquí?
|
PAULINO.-
¿El qué?
|
ALFONSO.-
Una cosa..., una persona... Yo no sé lo que es, ni que me
ha sucedido al verla. Es un bulto grande, parecido a nosotros... No, lo que es
a vos no se parece, porque es una figura muy linda. Tiene unos ojos tan
hermosos, una carita tan graciosa, unos calzones tan anchos... más que
vuestra túnica, más. El corazón se me iba tras ella.
|
PAULINO.-
(Aparte.) ¡Buena la
hicimos! A alguna de las viajeras ha visto.
|
ALFONSO.-
¿Qué bicho es ése? ¿Cómo se
llama?
|
PAULINO.-
Se llama... (Algo he de decirle.) Ésa, querido Alfonso,
es una casta de pájaros.
|
ALFONSO.-
¡Pájaros! ¡Qué pájaros tan
gordos!
|
PAULINO.-
Los hay tremendos.
|
ALFONSO.-
¿Y qué nombre tienen?
|
PAULINO.-
Cigüeñas.
|
|
(En este momento aparece
LUCÍA subiendo el monte.)
|
ALFONSO.-
¡Mirad allí una, mirad qué bonita es! Yo
quiero una cigüeña, yo quiero una.
|
PAULINO.-
Os, os allá.
|
|
(LUCÍA acaba de pasar y se
oculta.)
|
ALFONSO.-
¿Por qué me la habéis espantado?
|
PAULINO.-
Es un avechucho traidor, es ave de rapiña.
|
ALFONSO.-
A mí me había parecido ave de paso.
|
PAULINO.-
También. Por eso ha pasado tan lista.
|
ALFONSO.-
Pues yo creo que es fácil de coger.
|
PAULINO.-
¿Una de ésas? Ya es obra pillarla.
|
ALFONSO.-
Si no vuelan.
|
PAULINO.-
¡Huy! Se escurren como azogue de entre las manos. Son
más esquivas que un demonio. Jamás he podido yo domesticar ni una
siquiera.
|
ALFONSO.-
Ya, empezaríais a decirla como ahora: «Os,
allá». De ese modo... No, pues yo no me he de quedar sin cazar mi
cigüeña.
|
PAULINO.-
Alfonso, deteneos.
|
ALFONSO.-
A mí no me detiene nadie cuando tengo un capricho. Voy a
buscar una red de pájaros.
(Vase.)
|
Escena VIII
|
|
LUCÍA, que sale envuelta en
una red huyendo de
ALFONSO, que trae asidos los extremos de la red
haciendo por contener a
LUCÍA.
|
ALFONSO.-
Señor maestro, ya pillé la cigüeña; ya
la cogí. Por más que corras, no te me escapas, no.
|
LUCÍA.-
(Aparte, procurando desembarazarse de la
red.) Si hablo, voy a perder el premio; si callo, ¿qué
será de mí?
|
ALFONSO.-
Quieto, bicho pícaro, quieto.
|
LUCÍA.-
(Aparte.) Me llama bicho, me
llama cigüeña... Sin duda nunca ha visto mujeres.
|
ALFONSO.-
Es menester atarla para que no eche a correr.
|
LUCÍA.-
(Aparte.) ¡Quiere atarme! A
ver si por señas me entiende.
(Se pone de rodillas con las manos
cruzadas sobre el pecho y dirige a
ALFONSO una mirada como de quien pide
merced.)
|
ALFONSO.-
Se hinca de rodillas; parece que me ruega que no la maltrate.
¡Qué asustadilla está! Vaya, no tengas miedo, que no trato
de hacerte daño.
(LUCÍA ejecuta la
pantomima que indican las razones de
ALFONSO.) ¿Quieres que te saque de
la red? ¡Calla! Parece que entiende lo que se le dice.
¿Echarás a volar si te saco? Dice que no; es verdad, si no tiene
alas. ¿Harás lo que yo te mande? Dice que sí.
Veámoslo.
(La desenreda y la va llamando con la
mano, haciéndole dar una vuelta por el teatro.) Pitita, pitita,
bs, bs, bs, ven por aquí. ¡Me sigue! Bs, bs, ven por acá.
¡Me sigue a cualquier lado! Ponte en esta silla. ¡Se sienta como
una persona! Dame la patita.
(LUCÍA le da la
mano.) ¡Es una mano por el estilo de la mía, pero
más mona, más blanca, más suavecita! Y no tiene garras. No
puede ser ave de rapiña. ¿Verdad que no haces daño? No, si
es imposible. Tampoco tiene pico. Picotazos de esa boca no dolerían
mucho. ¿Si cantará? ¿No? No importa, yo te
enseñaré, yo te cuidaré, yo te querré tanto,
chocorrotita mía. Te tendré en mi habitación en una
jaulita muy cuca. ¿No te acomoda eso? Pues bien, estarás donde
quieras. ¿Tienes hambre? ¿Quieres alpiste? ¿Quieres sopa
en vino? ¿Tienes sed? ¿Que sí? ¡Pobrecita! Voy
corriendo por un bebedero.
(Vase.)
|
Escena IX
|
|
LUCÍA, y luego
DOÑA CLORI,
MELISENDRA,
DULCINEA,
MARCOLFA y otra joven, por la derecha del espectador.
Después
ALFONSO.
|
LUCÍA.-
¡Ah! Ésta es la ocasión de librarme.
|
DOÑA CLORI.-
Aquí está, aquí está.
|
LUCÍA.-
Retroceded. Hay aquí un joven que cree que las mujeres
somos cigüeñas.
|
MELISENDRA.-
¡Qué insulto!
|
DULCINEA.-
¿Cuándo hemos estado menos picudas?
|
LUCÍA.-
Nos quiere enjaular y darnos alpiste.
|
MARCOLFA.-
¡Qué picardía!
|
ALFONSO.-
(Saliendo con un jarro y una
taza.) ¡Huy! ¡Qué bandada! ¡Seis
cigüeñas! ¡Seis!
|
LUCÍA.-
Miradle.
|
ALFONSO.-
Yo las quiero todas. Aquí de la red.
|
LUCÍA.-
Que va a cogernos, huyamos.
|
LAS DAMAS.-
¡Huyamos! ¡Ih!
(Vanse dando chillidos.)
|
ALFONSO.-
¡Cigüeñas que hablan! ¡Qué susto!
¡Ah!
(Huye también.)
|
Escena XII
|
|
PAULINO, trayendo una cacerola y
una calabaza.
ALFONSO, dentro.
|
PAULINO.-
Mal se prepara hoy la bucólica. No he podido encontrar
más que esto.
(Llegándose a una puerta.)
Alfonso, Alfonsico, ya es hora de refectorio.
|
ALFONSO.-
(Dentro.) Tengo mal humor porque
se me ha escapado la caza. No quiero comer.
|
PAULINO.-
Eh, animaos. Venid.
|
ALFONSO.-
(Dentro.) No, estoy entretenido
en dibujar en la pared. Quiero pintar la cigüeña.
|
PAULINO.-
¡Bueno! Píntala, hijo, píntala.
Comeré yo solo. Así como así, la ración no es
grande, y tengo una gazuza que me clareo.
(Se sienta a una mesa cuadrada.)
Humedezcamos el paladar.
(Mientras empina la calabaza, la mesa se
le pasa detrás.) ¡Oiga! ¡Se ha movilizado la mesa!
(Se levanta y coge la cacerola.)
Pues que vaya donde guste: cojo la pitanza y me marcho yo también a otra
parte con la música. Esta mesa, que es más pesada, no se
moverá; digo, ¡una rueda es de molino!
(Pone la cacerola en la mesa redonda, la
cual empieza a girar.) ¡Eh, eh! ¡Alto! ¡No tiene mal
modo de dar vueltas!
(Corriendo alrededor de la mesa sin poder
asir la cacerola.) Se le figura sin duda que está moliendo... y
el molido soy yo. Es tontería, no la puedo coger. ¡Ay! Me he
reventado.
(Se sienta en un pedazo de tronco de
árbol colocado en posición vertical y el asiento va subiendo
hasta poner a
PAULINO de pie.) ¡Ay, ay, que me
empujan por el cruzadero del ataharre! ¡Señor! ¿Ni
aún me dejarán sentado?
(Sale de enmedio del tronco una figura
fea.) ¿Ahí estaba usarcé, camarada? Hambre, yo no
sabía que fuese ucé inquilino de esa casa. Adiós, buen
mozo. No, pues yo no he de ayunar hoy. Tocaré a rebato la campana de la
ermita para que venga gente de la aldea vecina y pueda pedirles algo. Con la
tempestad, quizá no se atrevan a salir; pero por sí o por no,
probemos.
(Va a tocar y se le rompe la cuerda de la
campana.) Se me rompió el cordel. Subiré por la escalera
para tirar del pedazo que cuelga.
(Cuando va a poner el pie en el primer
escalón, se retira éste; cuando aparta el pie, aparece el
escalón otra vez.) ¿Subir, eh? Pronto lo dije.
¡Pues no se me ha escondido el primer escalón! No, ya
pareció. Vuelta a retirarse. ¿Otra vez? ¡Cuidado con la
broma! Gracias a Dios que paró. Subamos.
(Sube unos cuantos escalones y de repente
se le hunden todos y queda de pie en el suelo.) ¡Por vida! Me
serviré de una silla.
(Se le hunde el asiento.) Tanto
andamos como corremos. A ver la otra.
(Se recoge y desaparece.)
Ésta se aplastó. Pero, señor Fortunio, ¿qué
modo de pajear es éste? Usarced me prometió tenerme en esta
ermita a mesa y mantel si enseñaba al príncipe a ser tonto,
porque parece que es requisito indispensable para ser afortunado. Yo cumplo con
mi obligación, hágame ucé el favor de cumplir la suya.
|
|
(Unos gigantes levantan en peso el monte que
hay al foro, y detrás se descubre una cocina y una mesa ricamente
servida y rodeada por
EL REY DE LOS GNOMOS y varios de éstos en traje
de criados y cocineros.)
|
Escena XIII
|
|
EL REY DE LOS GNOMOS, varios
Gnomos y
PAULINO.
|
PAULINO.-
¡Hola! Parece que ha hecho efecto la reclamación.
Aquella mesa es opípara, y hoy tenemos quien sirva. Muy bien. Pero
¡qué gigantones, Dios mío! Ya se ve, para levantar un cerro
en vilo... Se me está haciendo la boca un agua, pero esos jayanes me
asustan y no me atrevo a llegar allí, no sea que me pongan el monte por
montera. ¡Eh, mocitos!
(A los Criados.) Haced el favor
de traer eso acá.
|
EL REY DE LOS GNOMOS.-
Está lloviendo.
|
PAULINO.-
Por eso lo digo. Más vale que os mojéis vosotros
que yo. Y al cabo, eso es para mí.
|
EL REY DE LOS GNOMOS.-
Lo verás, pero no lo catarás.
|
PAULINO.-
¿No? ¿Pues para quién es?
|
EL REY DE LOS GNOMOS.-
Para el príncipe.
|
PAULINO.-
¿Para Alfonso? ¿Y para mí, caramba?
|
EL REY DE LOS GNOMOS.-
Para ti... esto.
(Le presenta un
rábano.)
|
PAULINO.-
¿Para mí un rábano? Ahora lo veremos.
(Abalánzase hacia la mesa. Los
Criados toman la forma de gnomos.)
|
EL REY DE LOS GNOMOS.-
Sujetadle.
|
|
(Los Gnomos se apoderan de
PAULINO.)
|
PAULINO.-
Condenados, ¿qué vais a hacer conmigo?
|
EL REY DE LOS GNOMOS.-
Ensartarte en un asador, miserable.
|
PAULINO.-
¡Socorro, socorro!
|
|
(Pónenle y danle vueltas en el
asador.)
|