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Las «Bucólicas», traducidas por Juan del Encina

Carlos Alvar





La traducción de textos clásicos -en especial, del latín- al castellano tiene una larga historia1, cuyo primer núcleo representativo se puede rastrear en la obra historiográfica de Alfonso X: en la Primera Crónica General se encuentran Suetonio y Lucano, la Heroída VII, Justino, y autores post-clásicos o cristianos como Orosio, Eusebio e Isidoro2. Más abundantes son las obras vertidas en la General Estoria por la amplitud misma del tema; en esta historia del mundo Ovidio está representado con la mayor riqueza: las Metamorfosis, los Remedia amoris, las Heroídas completas. Otros autores son acogidos según el valor otorgado a sus informaciones históricas: Lucano, Estacio, Dares y Dictis o Flavio Josefo encuentran un lugar prioritario en la magna compilación alfonsí3.

Pero si es cierto que ya desde el siglo XIII se pueden leer en castellano versiones más o menos libres de textos de la Antigüedad clásica o tardía, no es menos cierto que las traducciones parecen sufrir una crisis a lo largo del siglo XIV, apenas encubierta por el enorme trabajo realizado por el aragonés Juan Fernández de Heredia (1310-1391), gran maestre de la Orden de Rodas, y por sus colaboradores (en especial Domitri Talodiqui, que vertía los textos del griego antiguo al moderno), que se esforzarán en poner al alcance de sus contemporáneos las obras de Tucídides, Plutarco, Eutropio y Pablo Orosio (además de los relatos de Mandeville y Marco Polo, por ejemplo)4. El otro gran impulsor de traducciones del Trecento fue el castellano Pero López de Ayala (1332-1407), traductor de Tito Livio (a través de la versión de Pierre de Bersuire) y traductor también de Boccaccio (De casibus, según Laurent de Premierfait)5. A partir del año 1400, D. Pero López de Ayala se convirtió en preceptor de los hijos del almirante D. Diego Hurtado de Mendoza, sobrino suyo: entre los pupilos se hallaba D. Íñigo, el futuro Marqués de Santillana, que sería el máximo impulsor de las traducciones en el siglo XV6.

Tanto Fernández de Heredia como Ayala vivieron mucho tiempo en Aviñón, donde pudieron coincidir con Petrarca. Ambos son precursores de la nueva estética; ambos están anclados aún en el espíritu medieval, y sus traducciones reflejan más las preocupaciones del hombre de letras (y de armas) del siglo XIV que las de los estudiosos del XV. Los textos que traducen más parecen ser el resultado de coincidencias afortunadas, que el hallazgo tras una larga búsqueda. Y todavía no realizan las traducciones directamente de la lengua del original, pero el impulso que dieron a la cultura en Castilla y Aragón fue definitivo para la llegada del Humanismo.

Más conocida es la historia posterior, en la que desempeñan un papel de primera magnitud el Marqués de Santillana, Alfonso de Cartagena o Pedro Díaz de Toledo como promotores de traducciones. Es en la primera mitad del siglo XV cuando se vierten al castellano obras de Aristóteles, Cicerón, Séneca, Virgilio, Plutarco, Salustio, además de la Ilias latina, entre otros textos. Casi todos ellos utilizan una versión intermedia, generalmente de algún humanista italiano, como Pier Candido Decembri, que sirve de apoyo a Juan de Mena para su traducción de la Ilias latina y a Pedro González de Mendoza (hijo del Marqués de Santillana, traductor de Homero), a la vez que era seguido por un traductor anónimo aplicado en verter los Comentarios de la Guerra de las Galias al castellano. El hermano de Pier Candido, Angelo Decembri, constituye un eslabón en la larga cadena que lleva desde Plutarco hasta el Príncipe de Viana, a través de Bonacorso, y del griego al latín y al italiano, para acabar en el castellano. Alfonso de Palencia traduce las Vidas paralelas de Plutarco utilizando la versión latina de Lapo Fiorentino, mientras que Leonardo Bruni sirve a Alfonso de Cartagena para su versión de la Ética de Aristóteles, y quizás a Pedro Díaz de Toledo que se esforzó en poner en castellano el Fedón de Platón y el Axíoco, aunque para este texto tal vez utilizó la versión de Cincio Romano...7.

Ayala recurría a intermediarios franceses; los traductores del siglo XV emplean, en gran medida, versiones italianas (en italiano o en latín) que retraducen8. Castilla ha cambiado su punto de referencia.

Poco a poco se va formando un espíritu nuevo entre los traductores castellanos del siglo XV, aunque sigue siendo habitual la presencia de intermediarios, a la vez que los traductores no han logrado abandonar la costumbre de verter en prosa las obras en verso9.

Será necesario esperar unos cuantos años más para encontrar nuevas modificaciones en los hábitos, y uno de los innovadores será Juan de Fermoselle, conocido como Juan del Encina (¿1468-1530?); bachiller en leyes por la Universidad de Salamanca (donde mantuvo relación con Nebrija), vinculado a la corte de los duques de Alba (1492-1498) y a la curia papal (1503-1521), viajero por Italia (h. 1499) y por Tierra Santa (h. 1521), Juan del Encina acabó sus días como prior de la catedral de León. Poeta cortés y músico de gran prestigio, sin embargo, será su actividad como autor teatral la que le dé mayor fama, mientras que otras obras suyas quedaron a la sombra10.

La primera versión castellana de las Bucólicas de Virgilio vio la luz gracias a los desvelos de Juan del Encina, que la realizó en su juventud y la publicó formando parte del Cancionero (1496), cuando el escritor aún no tenía treinta años, pero ya contaba con gran prestigio como autor teatral11.

La traducción de las Bucólicas llevada a cabo por Juan del Encina va dedicada a los Reyes Católicos y presenta dos prólogos y un «argumento» que precede a cada una de las diez églogas, con la clave interpretativa del contenido pastoril que se explica como alegoría política, en general12.

1. Los prólogos. En el prólogo dirigido a los Reyes, el autor se reconoce escritor poco experimentado «aún agora soy nuevo en las armas y muy flaco para navegar por el gran mar de vuestras alabanças» (p. 218, 9-10), idea que se repite, unida a la de la novedad en su relación con los reyes, poco después:

Mas como el desseo de servir a vuestra alteza sea mayor que el temor de descubrir mis defetos, aunque grandes, no quiero escusarme de salir a barrera y ensayarme primero en algún baxo estilo y más convenible a mí ingenio, para después escrivir algo de vuestras istorias en otro estilo mas alto.


(p. 219, 11-17)                


Esa es la razón por la que se ha decidido a verter al castellano las Bucólicas, primera de las obras de Virgilio y reflejo de la edad de oro en la que no era necesario trabajar para vivir; y Juan del Encina las tradujo «trobadas en estilo pastoril, aplicándolas, a los muy loables hechos de vuestro reynar, según parece en el argumento de cada una» (p. 220, 3-5). Tras justificar su osadía de dirigirse a los reyes y aludir a los testimonios de una quincena de autores clásicos (Donato, Homero, Quintiliano, Macrobio, Servio, Cicerón, Plinio, Catón el Mayor, Arquíloco, Sófocles, Píndaro, Platón, Aristóteles y Demóstenes, además del propio Virgilio) sobre la importancia del autor y la nobleza del tema, Juan del Encina recurre a los tópicos habituales en los prólogos de las traducciones13: la incompetencia propia, las limitaciones de la lengua castellana en comparación con el latín y la voluntad de seguir el original al pie de la letra, a pesar de las dificultades que suponen, además, «la razón del metro y consonantes», que le forzarán «algunas vezes de impropiar las palabras, y acrecentar o menguar según hiziere a mi caso» (edic., p. 223, 13-16).

Por la alusión a la conquista de Granada, es posterior a 1492.

El prólogo que sirve de dedicatoria de la obra al príncipe D. Juan, repite los mismos conceptos que el precedente, aunque comienza con una breve recapitulación de la actividad traductora a través de los tiempos14:

Suelen aquellos que dan obra a las letras, príncipe muy ecelente, esperimentar sus ingenios en trasladar libros y autores griegos en lengua latina, y assi mesmo los hombres de nuestra nación procuran tomar esperimento de su estudio bolviendo libros de latín en nuestra lengua castellana, y no solamente los hombres de mediano saber, mas aun entre otros varones muy dotos.


(edic., p. 225, 1-8)                


A tal actividad se aplicó Cicerón, que tradujo a Esquines y Demóstenes, cuyos discursos han sido de nuevo trasladados por Leonardo Aretino, y a Aristóteles y Platón; y no fueron pocos los Padres de la Iglesia que llevaron a cabo semejantes labores: San Jerónimo, Aquila, Símaco, Teodoción, Orígenes, Eusebio... Entre los modernos, Leonardo (Bruni) y Filelfo alcanzaron gloria por sus traducciones.

En cuanto a la vida en el campo, son numerosos los personajes ilustres que se han dedicado en algún momento a la agricultura o al pastoreo: Catón el Censor aporta testimonios abundantes, y los mismos nombres de los Fabios, Pisones, Cicerones o Léntulos remiten a un origen rural. Y tampoco faltan los testimonios en el Antiguo Testamento, desde Abel a Moisés. Todos ellos ennoblecen el esfuerzo realizado por el traductor, que afirma que «no deve ser despreciada mi obra por ser escrita en estilo pastoril» (edic., p. 230, 15-6).

Concluye el prólogo con la expresión del temor del traductor a ser reprehendido por su osadía, tanto al atreverse con tan gran poeta como al dedicar su obra a los más altos príncipes del mundo; pero es bien sabido que no faltaron maldicientes que criticaran la obra de S. Jerónimo, del propio Virgilio o de Cicerón.

2. Los «argumentos». Además de los prólogos, en los que Juan del Encina juega con los tópicos del género -o mejor, de los géneros de «prólogo» y «traducción»- y con el temor a las críticas, que a juzgar por la insistencia con que lo expresa no debe ser considerado como fórmula de captatio benevolentiae, el traductor se ha alejado del original en los argumentos que preceden a cada una de las bucólicas, dando en ellos las claves interpretativas de su trabajo, como si no se sintiera cómodo con el tema o como si sintiera la necesidad de ennoblecerlo. Basta leer algunos fragmentos del primero para comprender el espíritu que mueve a Encina:

Aquí comiençan las Bucólicas de Virgilio, repartidas en diez églogas, bueltas de latín en nuestra lengua, y trobadas en estilo pastoril, por Juan del Enzina, dirigidas y aplicadas a los muy poderosos y cristianíssimos reyes don Hernando y doña Ysabel, príncipes de las Españas... Van, esso mesmo, algunas dellas dedicadas a nuestro muy esclarecido y bienaventurado príncipe don Juan, su hijo.

Y en esta primera égloga se introduzen dos pastores razonándose el uno con el otro como que acaso se encontraron, uno llamado Melibeo, que habla en persona de los cavalleros que fueron despojados de sus haziendas por ser rebeldes, conjurando con el rey de Portugal que de Castilla fue alançado, y con él anduvieron amontonados y corridos perseverando en su contumacia; y el otro pastor, que Títiro fue llamado, habla en nombre de los que en arrepentimiento vinieron y fueron restituydos en su primer estado. Y va tocando el tiempo que reynó el señor rey don Enrique quarto...


(edic., pp. 232-33)                


Al margen del sentido profundamente medieval de esta interpretación del texto, que en tantos sentidos recuerda la cristianización que hacen el Fisiólogo latino con respecto al griego o Fulgencio de la obra de Virgilio, la «actualización» del significado de las églogas mediante los argumentos va a tener una consecuencia inevitable en la traducción: la adaptación de algunos pasos -en realidad, muy pocos- para que haya mayor coherencia entre el texto y las pretensiones del traductor.

3. La traducción. Tres aspectos importantes marcan las pautas de la versión de Juan del Encina: la utilización del verso, el recurso al «estilo pastoril» y la actualización de los contenidos. En los tres casos se trata de opciones del traductor, como él mismo expresa en reiteradas ocasiones en los prólogos y argumentos, por lo que adquieren un significado especialmente relevante15.

Ninguno de los traductores que se ocuparon de los clásicos con anterioridad a Encina utilizó el verso para verter obras escritas en verso, no sólo por el carácter narrativo de obras como las Metamorfosis o la Eneida, sino también por la utilización historiogràfica que se hace de la literatura clásica. El verso se emplea en las adaptaciones o elaboraciones libres, como ocurre con el Libro de Alexandre- de larga trayectoria que va desde el pseudo-Calístenes a Gautier de Chatillon, pasando por Quinto Curcio-, independientemente de la forma original; también encontraremos el verso en algún texto que exige esa forma, como los Proverbios de Salomón o los Disticha Catonis, que son vertidos en estrofas de cuatro versos; es posible que el didactismo imponga en estos casos la forma.

Parece claro que Juan del Encina es el primero -o uno de los primeros- en utilizar el verso para traducir un original poético, y quizás se pueda afirmar, también, que es uno de los precursores al traducir un texto que no tiene carácter utilitario, pues las Bucólicas no pueden emplearse ni como fuente historiográfica, ni aportan ninguna enseñanza aprovechable al espíritu, ni son modelo de discurso político o forense. Las innovaciones que aporta son importantes y reflejan un claro cambio de mentalidad. Después llegarán otras traducciones de textos literarios en verso, como la que lleva a cabo Alvar Gómez de Guadalajara antes de 1510 sobre los Trionfi d'amore de Petrarca16.

En reiteradas ocasiones habla Juan del Encina del «estilo pastoril», haciéndose eco no sólo de algunos rasgos que aparecen en el original -como los coloquialismos del comienzo de la tercera égloga-, sino también de la tradición de los comentaristas virgilianos, que desde Servio y, luego, Juan de Garlandia se esforzaron en establecer los tres estilos y sus «estados» a través de la famosa Rueda de Virgilio: «Item sunt tres styli secundum status hominum: pastorali vitae convenit stylus humilis; agricolis mediocris, gravis gravibus personis quae praesunt pastoris et agricolis»17; la misma idea se encuentra en el prólogo del traductor al príncipe D. Juan:

Mas, por no engendrar fastidio a los letores desta mi obra, acordé de la trobar en diversos géneros de metro, y en estilo rústico, por consonar con el poeta que introduze personas pastoriles..., y en esta obra se mostró no menos gracioso que doto en la Geórgica, y grave en la Eneyda.


(edic., pp. 227-28)                


Juan del Encina expresa su concepto de «estilo pastoril» mediante el empleo del arte menor, estrofas generalmente de octosílabos (en el 90 % de los casos) con pies quebrados (en la mitad de las églogas); sólo uno de los textos no emplea como base el verso de ocho sílabas, sino el dodecasílabo y es en la IV bucólica, justamente la de la Sibila, con la profecía de una nueva edad de oro: no extraña que el traductor haya empleado el arte mayor18.

El «estilo pastoril» encuentra su medio de expresión a través de un léxico de notable carácter arcaizante o rural, rústico19, a la vez que puede buscar la comicidad en algún caso concreto, siempre como reflejo del original: así ocurre especialmente en la III bucólica, cuyos elementos realistas se transforman y adaptan al mundo de los pastores castellanos de finales del siglo XV.

En cuanto a la actualización de contenidos, viene forzada por la clave política que se da en los argumentos que preceden a cada una de las bucólicas; por eso no extraña especialmente que el «dios» de la égloga I se transforme en «rey» y «Roma» en la «corte»; o que en la égloga IV el «cónsul» latino sea equivalente al «rey» castellano, a la vez que la identificación con los Reyes Católicos exige la inclusión de versos elogiosos para cada uno de los monarcas, y, por el mismo camino, el «mundo» se reduce a «España» y el «cielo profundo» es la «fe no constante».

En ese prurito actualizador entran soluciones más distantes aún del original: los pastores, que mantienen los nombres originales, se apellidan Mateo (III y V), Hornacho y Pascual (III), exclaman por San Ximón (V, 181) y San Pego (VII, 125) o desaparecen personajes mitológicos (II, 52 y ss.) y los dioses son cristianizados (VIII, 68). Es obvio el esfuerzo del traductor por acercar el texto al público de su época, aunque para ello tenga que sacrificar en algún caso la literalidad o se vea obligado a adaptar el original, buscando términos y expresiones cotidianas, lo que le lleva en ocasiones a anacronismos de diversa índole: así, no duda en citar a los godos (VIII, 111) o en aludir a la rueda de la Fortuna (IX, 31-36), invención poética de Boecio y no de Virgilio20. Los ejemplos se pueden multiplicar con facilidad, pero me voy a limitar a dar algunas muestras: nada de particular tiene el hecho de que en el paisaje la flora siciliana -pues siciliana es la tradición bucólica- sufra leves alteraciones y el «cantueso» se convierta en «escobas» (retama) y «tomillo», o que en la dieta pastoril el «queso» latino se cambie en «miga cocha» (I, 293); que los «poetas» y «vates» sean «trovadores» (II, 2; III, 204; IX), los «niños» se hagan «zagalas», cambiando de sexo (III, 168), los «ciervos» se transformen en «jabatos» (III, 75) y los «linces» sean sustituidos por todo tipo de «fieras» (VIII, 3-7). Creo que ninguna de estas traiciones es significativa, pues no afectan en absoluto al mundo poético creado por Virgilio, a la vez que respetan el ambiente bucólico; o dicho de otra manera, las palabras han sido sustituidas por palabras; los referentes serían ampliamente polisémicos y, en gran medida, funcionan como sinónimos.

Juan del Encina tenía unos profundos conocimientos del latín y, sin duda, tenía noticias -quizás gracias a Lucio Marineo Sículo, a Pedro Mártir de Anglería o a los hermanos Geraldini, todos ellos maestros en Salamanca en la época juvenil de Encina- de los derroteros que había tomado la poesía pastoril en Italia, y más concretamente en el círculo florentino de los Medici. Antonio Geraldini, además, fue autor de un Bucolicum Carmen en elogio de los Reyes Católicos, en 148521. En gran medida, la actitud de nuestro traductor corre paralela a la de Luigi Pulci, que utilizó apenas unos años antes el metro frottolato y la lengua rústica en algunas de sus obras (Nencia da Barberino o La Beca), y viene a coincidir con las ideas lingüísticas de Nebrija22.

Al margen de los propósitos que han podido llevar a Juan del Encina a traducir las Bucólicas y dejando a un lado las divergencias que hemos señalado -tenue cordón umbilical que recuerda la actitud de sus precursores-, la traducción de las Bucólicas es bastante fiel al original, especialmente en las últimas églogas, en las que el literalismo es lo habitual. La métrica, el estilo pastoril o la actualización no consiguen distanciar el texto de Virgilio del trabajo de Juan del Encina; pero el resultado va mucho más allá de la simple versión del latín al castellano. Por una parte, supone la aclimatación del género pastoril; por otra, constituye la justificación de la presencia de pastores y expresiones rústicas en las églogas teatrales (también imitación virgiliana) del mismo Encina y, luego, de Lucas Fernández, considerados ambos como los padres del teatro en Castilla y los precursores necesarios del género en los Siglos de Oro; pero sobre todo, la versión de las Bucólicas abre las puertas a las traducciones en verso y a la lectura de los clásicos como puro deleite23. La mentalidad ya ha cambiado.





 
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