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Las cuevas de Olihuelas

El Vizconde de Palazuelos





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Habiéndose dignado confiarme esta Real Academia, por oficio de 10 de Mayo del corriente año, la comisión de examinar personalmente las cuevas llamadas de Olihuelas, en la provincia de Toledo, realizada por mí la diligencia, paso á dar cuenta de mis   —102→   observaciones hechas sobre el terreno durante la exploración verificada en uno de los días de Octubre último.

Son las cuevas de Olihuelas unos subterráneos distantes de Toledo 6 km. y 2 de su suburbio de Azucaica, y enclavados en el término de Olías del Rey, de cuyo nombre procede seguramente el diminutivo que recibieron las cuevas. Que los tales subterráneos eran obra del hombre, cosa era no negada por cuantos los habían recorrido, y, á la verdad, insensato hubiera sido negarlo; cuál fuera el objeto para que hubieron de ser construídos, ningún escritor lo consignó hasta hace poco tiempo, si bien la gente de la comarca, con ese instinto propio del pueblo, ya lo había barruntado, cuando no recibido de sus mayores, por inveterada tradición.

Porque hay que advertir que las cuevas de Olihuelas, de que dos años há se viene hablando como de cosa nueva y peregrina, podrían incluirse entre aquellas novedades antiguas de que trataba, hace dos siglos y medio, D. Tomás Tamayo de Vargas. No habrá, seguramente, pastor ó labriego en algunas leguas a la redonda, que no sepa de toda su vida la existencia de las hoy tan asendereadas cuevas. Pero las visitas que á ellas hicieron últimamente algunos aficionados toledanos y las memorias enviadas á esta Academia por los Sres. Moraleda y Prada, dieron mayor interés de actualidad á aquellos hipogeos, al par que ocasión para aventurar hipótesis más ó menos ajustadas á la realidad. No he podido examinar, aunque lo he intentado, las Memorias remitidas á la Academia; y sólo he habido á las manos el Apéndice á la Memoria Las Cuevas de Olihuelas, enderezado á esta Corporación por su autor, D. Juan Moraleda, con fecha Noviembre de 1892, y á mí por la Academia. En este escrito da cuenta aquel Sr. Correspondiente de una segunda exploración por él llevada á cabo, y consigna algunos datos; datos que le inducen á sospechar de nuevo (son sus palabras) si las cuevas de Olihuelas serían las Catacumbas de Toledo.

Con estos antecedentes, entro de lleno en el asunto, y expondré mis observaciones personales, de las que he sacado, más que una opinión, un convencimiento absoluto, que someto á la consideración de la Academia.

Acompañado por un cercano deudo y por mis particulares amigos   —103→   los Sres. Berenguer, García Criado y Martín, Correspondientes de la Academia los dos primeros y Arquitecto provincial el segundo, encaminéme desde Toledo á los subterráneos de Olihuelas, á cuya entrada nos esperaban, para guiarnos en su interior, los guardas de campo de los Sres. Duques de Veragua (cuya es la propiedad), avisados al efecto y puestos galantemente á mi disposición por su administrador en Toledo.

Los subterráneos son tres distintas y extensas excavaciones practicadas bajo unos montículos que, con los terrenos que los rodean, son, agrícolamente considerados, de inferior calidad, y tan sólo destinados á pastos. Reciben en el país los nombres de Carrera de caballos, la Cocinilla y la Cantera vieja. Los tres recintos ofrecen entre sí notables analogías, aunque su importancia es diferente; y los he reconocido todos, en la parte hoy transitable por seres humanos.

En la Carrera de caballos entraban antiguamente cabalgando los bandidos que aquí se refugiaban, y de ahí su nombre, según voz popular. Es un extenso subterráneo, abierto en galerías paralelas, cruzadas á ángulo recto por otras análogas. El ingreso principal hállase al SO., correspondiendo á un pequeño valle ó depresión del terreno; pero al internarse en el cerro en que está hecha la excavación, cambia esta sensiblemente de rumbo, dirigiéndose entonces las galerías de NO. á SE., y de NE. á SO.

Las amplias y extensas galerías de la cantera (pues es preciso darle ya su verdadero nombre) están abiertas en talud, por lo que una sección vertical cualquiera acusa la forma de un trapecio bien definido. Medido en diferentes parajes de la cantera el vano de las galerías, dió una longitud media de 3 m. en la parte inferior, y 2,70 m. en la superior, junto al techo, el cual es plano y labrado en la roca, sin revestimiento de ningún género. La altura media de las galerías resultó ser, después de varias mediciones, de 3 m., cifra tanto más variable y expuesta á error, cuanto que, por el abandono actual de la cantera y por el abundante arrastre y acumulación de tierras, obra de las aguas, tan sólo pegados al suelo, como reptiles, pudimos mis compañeros y yo recorrer algunas de las galerías, que escaparon así á la certidumbre de una medición.

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En las dimensiones de los grandes pilares que resultan de la intersección de las galerías, se nota bastante variedad. Hechas diferentes mediciones, fluctuó la anchura de los pilares entre 2,25 y 2,60 m. El grosor de los estratos varía entre 0,25 y 0,50 m., por lo que se ve que hoy no podrían extraerse de este lugar grandes sillares.

El abandono completo de la cantera; la mediana calidad y poco compacta contextura de la piedra caliza que de aquí se extraía, y la constante acción de las aguas, han producido varios hundimientos y depresiones, bien patentes al exterior en el montículo ó cerro que cobija el subterráneo. Al interior, el desprendimiento de grandes y pequeños bloques de piedra, al destruir el techo y varios pilares de las galerías, ha formado, por lo menos en tres sitios distintos del subterráneo, una especie de anchas y elevadas cámaras, de forma relativamente regular, que por esta última circunstancia han hecho incurrir en confusiones, que de una vez para siempre deben desvanecerse. El vulgo ha dado en llamar templos á estas cámaras, obra, no del hombre, sino del acaso; y alguien ha creído ver bóvedas, y aun aras, donde sólo hay desprendimientos y sillares á medio labrar. No es posible abrigar dudas respecto de este extremo: la tosquedad de la supuesta bóveda, la dirección de las galerías y existencia parcial de algunos de los casi destruídos pilares que aun se descubren en estos recintos, y, por último, la gran cantidad de piedra acumulada en el suelo, proveniente de los importantes hundimientos que determinaron estos soñados templos, no dejan lugar á la menor vacilación.

Según el ligero análisis practicado por un distinguido catedrático de esta corte, sobre un fragmento de roca de esta cantera que yo le proporcioné, resulta ser el mineral una marga siliciosa, con poquísima cal y mucha sílice, teñida por las sales de hierro.

Dados la regularidad de las galerías y el plan perfecto con que se trazó el subterráneo, ni es peligroso aventurarse en él, ni preciso el uso del legendario hilo de Ariadna; el peligro estriba aquí en nuevos é inminentes desprendimientos que pueden ocurrir, y ocurren, en las galerías medio destruídas, y que á la vuelta de pocos años harán intransitable esta mina llamada Carrera de caballos.

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Como á 200 m. de ella, en dirección O., hállase la segunda cantera, llamada La Cocinilla, mucho menos importante y extensa que la anterior, y labrada bajo un plan más irregular. El ingreso está orientado al SE. Las galerías, que no se cortan aquí en ángulo recto, están también talladas en forma de talud y tienen una amplitud media de 2,35 m., siendo la dirección de la principal y más ancha, de SO. á NE. El yacimiento de esta cantera no debía ser muy importante y la calidad de la piedra es en realidad inferior, por lo que la explotación debió de abandonarse pronto. Una de las galerías, que deriva de la principal, dirigiéndose hacia la izquierda, queda interrumpida á poco trecho, y en ella se ve un gran sillar ó bloque que no llegó á arrancarse, formando una especie de alto escalón; á ese sillar frustrado, que recuerda algo por su aspecto á un altar, ha bautizado el vulgo con el caprichoso nombre de el altar de Mahoma.

Según noticias que tengo por fidedignas, cuando se proyectó, hace algunos años levantar en honor de Colón el monumento que hoy se ostenta entre los paseos de Recoletos y de la Castellana, en esta corte, el arquitecto, D. Arturo Mélida, visitó aquella cantera, de la que pretendía sacar los materiales para la obra, según deseo manifestado por su dueño el Sr. Duque de Veragua; pero hubo que desistir del pensamiento, en razón á la mala calidad de la piedra. Esta resulta ser, según el análisis, una caliza que da abundante efervescencia tratada con los ácidos y aparece ligeramente teñida en algunos puntos por el hierro.

Forma grupo aparte de los otros dos el tercer subterráneo, que recibe el nombre de Cantera vieja, nombre á que va unido el siniestro recuerdo de escenas de bandidos y secuestradores, aquí desarrolladas no hace muchos años, y el más reciente de un suicidio rodeado de trágicas circunstancias. Tan cegada y obstruída está hoy esta cantera, tan inseguro y peligroso es el paso por el poco espacio que de ella resta transitable, que no es factible deslizarse trabajosamente por su entrada, que da al N., y descender al recinto, como lo hice yo con alguno de mis compañeros, sin inminente riesgo de perecer aplastado ó de hallar á la vuelta interceptado el camino por algún enorme pedrusco que imposibilite la salida. Con tales condiciones, imposible, más que   —106→   difícil, fué practicar un estudio de la cantera, estudio por otra parte innecesario, pues por el aspecto que presenta, no es dable asignarle otro carácter y destino que el de sus compañeras.

Tales son las cuevas de Olihuelas, las cuales, ni aun en hipótesis pueden ser consideradas como catacumbas. La distancia de 6 km. á que se hallan de la ciudad, quitaría ya por sí sola verosimilitud á la suposición. El plan bajo que están construídas, nada tiene de común con el de las catacumbas de Siracusa, Roma, Nápoles y otras ciudades. Las galerías son harto anchas y espaciosas para lo que acostumbraban hacer los primitivos cristianos, para quienes la economía en el trabajo casi representaba tanto como la solidez de la obra. Aquí no hay nichos (loculi), cámaras (cubicula), altares ni arcosolios. De epígrafes no se hable; el elemento ornamental brilla completamente por su ausencia; las lámparas y otros pequeños objetos cuya presencia es constante en las catacumbas, no han parecido. Lejos de disimularse la entrada de las cuevas, como suele ocurrir en las catacumbas romanas, la entrada se ostenta aquí por el sitio más natural y visible, mirando al valle y en la disposición más adecuada para el cargo y transporte de la piedra.

Pero no hay que recurrir á estas razones para determinar lo que fueron ó dejaron de ser las tales cuevas. En las adiciones que hizo Cean Bermudez á la obra de Llaguno sobre arquitectos y arquitectura de España1, figura Alvar Gómez, primer maestro mayor de la Catedral de Toledo, por los años de 1418, al cual, dice aquel autor que los papeles del archivo de la Catedral llaman aparejador de las canteras de Olihuelas2. Ante dato tan terminante, debe callar toda diversidad de teorías.

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Sirve aquel dato, con algunas conjeturas que tengo, para reconstituir en parte la historia de estas canteras. En pleno período de explotación al principiar el siglo XV, debe suponerse que ya en el XIV eran conocidas, aportando sus productos á la fábrica de la iglesia toledana, durante la época en que más activamente se impulsaban los trabajos. La grandiosa portada del Perdón, que en 1418 comenzaba á construir el maestro Alvar Gómez, y las bóvedas del templo compuestas de piedra caliza muy blanda, hubieron de labrarse con el material venido de Olihuelas. Terminada la Catedral en 1493 con el cerramiento de sus últimas bóvedas, quizá aquel abundante depósito no yació en el olvido; y no me parece aventurado suponer que la bella portada del hospital de Santa Cruz, construída entre los años de 1495 (fecha de la muerte de su fundador el Cardenal Mendoza) y 1514, labróse con piedra extraída de Olihuelas: que tal es la semejanza que hallo entre la piedra de la fachada y la de la cantera.

Del siglo XVI en adelante, parece que debió cesar la explotación, al menos en lo que respecta al suministro para las obras de la Catedral. En papeles de la Obra y Fábrica de ésta, correspondientes á los siglos XVII y XVIII, que recientemente he examinado, hallé mención de las canteras de Sonseca, de las Ventas, del Castañar, de Villaverde, de Mascaraque y de otras localidades, por no citar más que algunas de la provincia de Toledo; sin que haya podido tropezar ya con el nombre de Olihuelas. Abandonáronse, pues, estas, seguramente porque la calidad de la piedra que iba saliendo, no correspondía ya á la de la veta con anterioridad explotada.

Termino, pues, asentando nuevamente, vistos los precedentes expuestos, que las cuevas de Olihuelas son unas canteras subterráneas, utilizadas abundantemente tiempo ha, abandonadas hoy; de suerte que, á haber de estudiarse de nuevo, serían en todo caso objeto de estudio para el geólogo, no para el arqueólogo. Por lo mismo, no me habría extendido al dar de ellas noticia, á no haber mediado las circunstancias siguientes: su índole hasta cierto punto arqueológica, por tratarse de un trabajo del hombre que por lo menos se remonta á cinco siglos; las conjeturas, juicios y opiniones á que últimamente han dado lugar; y más que todo   —108→   esto, la confianza que, al encargarme de su examen, depositó en mí la Academia, cuyo superior criterio, será en todo caso el verdadero.





Madrid, Diciembre de 1893.



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