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Las escenas andaluzas del Solitario


Juan Valera





  -201-  

But ne'er didst thou, fair mount, when Greece was yonng,
See round thy glant base a brighter choir
Nor e'er did Delphi, when her Priestess sung
The Pythian hymn with more than mortal fire,
Behold a train more fitting to inspire
The song of love than Andalusia's maids etc.


BYRON. -Childe Harold.                



I

Dice el discreto y originalísimo Carlysle, que si le propusieran que su patria no hubiese nunca dominado la India oriental, o no hubiese nunca tenido a Shakespeare, elegiría sin vacilar lo primero: porque   -202-   verdaderamente la posesión de la India, y las ventajas todas que puede traer consigo, aunque no faltan economistas que las pongan en duda, habrá de perderlas al cabo Inglaterra; pero Shakespeare durará siempre. Los hombres de su misma lengua y raza, que en California y en Australia, y en más remotas y apartadas regiones, si es posible, le lean en lo futuro, se envanecerán por él de ser ingleses, o de descender de ingleses; y, rota la unión política, será Shakespeare símbolo de unión más alta, y lazo de fraternidad entre estos pueblos. De modo que el más firme cimiento de la nacionalidad, y el más seguro indicio de la duración vital, y de la grandeza de una raza, es que no sea muda, y que haya dado dignamente al mundo su pensamiento y su palabra.

Si Camoens no fuese tan español como Lope de Vega, y como Cervantes, si no le llamasen sus compatriotas mismos príncipe de los poetas españoles, y si Portugal y Castilla no fuesen España, creeríamos que Os Lusiadas eran el mayor obstáculo a la unión futura de ambas naciones. Los pueblos tienen un alma inmortal como los individuos; y Camoens es el alma colectiva de los portugueses. Los pueblos que no tuvieron nunca hombres así, son pueblos sin alma.

Sucede a veces sin embargo que este espíritu de vida, que esta inteligencia secreta de las naciones duerme, como el alma duerme en la infancia del individuo, o se aletarga sin morir en un desmayo; pero entonces, aunque de una manera informe y vaga, se manifiesta en la poesía popular este espíritu maravilloso,   -203-   y con ella deja traslucir y vaticinar su nueva encarnación y más gloriosa epifanía.

Cuando el espíritu de España tuvo que decir su pensamiento al mundo, pensamiento de fe religiosa y de entusiasmo caballeresco, se encarnó en Calderón y en Teresa de Jesús, y en otros grandes santos y poetas altísimos. Hoy, como no tiene que decir pensamiento alguno, ni los poetas nos satisfacen por ingeniosos y originales que sean; ni los filósofos y políticos nos parecen originales. Estos toman, y tienen que tomar fatalmente su pensamiento del espíritu de otras naciones; y la originalidad de aquellos proviene sólo de lo pasado, y rara vez de lo futuro, aunque en los poetas hay, y debe haber, don de profecía, con el que columbran lo porvenir en sus éxtasis y ensueños.

El espíritu de esta nación anda entretanto en busca de pensamiento nuevo; y si bien el antiguo le va abandonando, todavía anima con él al vulgo, y le mueve a grandes acciones, como aconteció en la guerra de la independencia. Por desgracia este pensamiento antiguo está ya tan fatigado y exhausto, que apenas llega hasta las clases superiores; las cuales, por una consecuencia lógica de lo que va dicho, viven sin pensamiento propio; y tomando pensamientos ajenos de aquí y de allí, producen nuestras mezquinas e infecundas desavenencias, sin responder nunca, con su valor y energía, a la energía poderosa del vulgo. Por eso el gigantesco movimiento de 1808, debiendo encontrar semi-dioses, casi no encontró hombres que le   -204-   dirigieran; y no pudo llegar donde hubiera indudablemente llegado con una dirección digna de él.

Buscando, pues, pensamiento nuevo, y viviendo, a más no poder, con los recuerdos y pensamientos antiguos, está aún en el vulgo el espíritu inmortal de la nación española, y da de sí tibia luz en las poesías y costumbres populares. El novelista y el autor dramático se han aficionado por consiguiente a buscar y a desentrañar esta poesía y estas costumbres en el mercado y en otros sitios, donde se cantan las seguidillas de D. Preciso, y algunas mejores aún, y se leen los romances de ciego. Dicen los cortesanos que esto es de mal tono; pero ¿qué remedio, si en los salones ni lengua, ni costumbres españolas se pueden hallar ahora? En cambio los sainetes de D. Ramón de la Cruz son españolísimos; y muy españolas son también las escenas andaluzas del Solitario, de las cuales vamos a ocuparnos en este artículo.




II

Andalucía es un país predispuesto naturalmente para ser el asiento de una civilización original. Ya desde los tiempos más remotos, los turdetanos que (si no me equivoco, pues todo es posible) ocuparon gran parte de Andalucía, tuvieron, según testimonio de Strabon, muy sabias leyes escritas en verso, y otros poemas y libros notables. Todas las razas que han habitado después en Andalucía se han alzado, inspiradas por aquellas encantadoras regiones, a mayor   -205-   altura de civilización, que en otras regiones del mundo, donde antes o después han vivido. Los romanos tuvieron allí a los Sénecas, a Lucano, y a Silio Italico: los godos a San Isidoro de Sevilla; los árabes y los judíos a una pléyada inmortal de sabios, de poetas, y de artistas: y en la época moderna, los mejores pintores y los líricos más sublimes de España han sido andaluces. Aquel clima de Andalucía y la benéfica influencia de aquel cielo inspirador son decididamente los más a propósito para fecundar el ingenio, y producir la hermosura. ¡Cuán hermosas no son las mujeres de Andalucía! Desde Anacreonte hasta Byron, ¿qué poeta extranjero de buen gusto no las ha celebrado en sus cantos? Acaso esta misma hermosura y bizarría de la mujer andaluza contribuya en gran manera a infundir en el ánimo de los que, por haber nacido en el mismo suelo, tienen la dicha de verlas y tratarlas de continuo, esa ternura y ese entusiasmo que los hace poetas. Aunque bien puede ser asimismo que, encendida y arrebatada la imaginación y enamorada el alma de los andaluces, pongan y estampen en sus hijas aquella hermosura ideal con que sueñan perpetuamente.

Ya Gauthier ha dicho que no son los artistas ingleses los que han copiado a la naturaleza en esas damas aristocráticas y elegantes, y en esas hermosas, arrobadas y pudibundas doncellas, que nos pintan en los libros de Keepsake; sino que estas damas y estas doncellas han llegado a fuerza de ver estos Keepsakes, a ajustar y a amoldar maravillosamente sus formas y   -206-   fisonomía al capricho en un principio ideal y fantástico de los dibujantes. Y yo he notado en Roma que las mujeres transteverinas se parecen en extremo a las estatuas y bustos de deidades y de matronas que hay en el Vaticano y el Capitolio: no porque conserven la contextura y semblante de sus antepasadas, que quizás sirvieron de modelo a dichas estatuas; sino porque, de puro mirar y considerar estas obras de arte, han modificado el ser natural que antes tenían, hasta el punto de ponerle en armonioso y perfectísimo acuerdo con la creación del artista. De manera que se puede muy bien asegurar, volviendo a nuestras andaluzas, que son tan hermosas por ser los andaluces tan poetas; y que los andaluces son tan poetas por ser ellas tan hermosas.

¿Por qué, pues, en una tierra tan poética, algunos de nuestros poetas, verdaderamente egregios, no llegan nunca a ser verdaderamente populares? Porque a unos los inspira, como a Zorrilla, el pensamiento de lo pasado; y en otros se descubre, como en Espronceda, un no sé qué de peregrino en el pensamiento, tomado del espíritu de otras naciones: desgracia irremediable de los tiempos, no falta que se deba imputar a estos dos ingenios portentosos. El mismo Quintana mezcla al entusiasmo de la libertad, y al furor patriótico contra la dominación francesa, que le hicieron tan grande, las ligeras doctrinas de los filósofos del siglo XVIII, si ya entonces por demás vulgares en Francia, extrañas a la índole y condición de los españoles.

  -207-  

A la región andaluza, a esa tierra de la poesía deben ir los poetas a buscar inspiraciones, y a sorprender en el seno del pueblo la vida latente del espíritu inmortal de la patria. El duque de Rivas, en su drama de Don Álvaro, se siente poseído de este espíritu, así en los cuadros populares del aguaducho, del mesón de Hornachuelos, y de la portería del convento, como en la parte elevada y trascendental del drama, y hasta en la fatalidad que persigue a Don Álvaro, fatalidad, no griega, sino española; no nacida de la ira de una divinidad caprichosa, ni del destino, o del acaso, sino consecuencia providencial y lógica de una primera falta. Todo esto hace del drama de Don Álvaro un trasunto vivo y elevadísimo de nuestras costumbres y de nuestro gran ser, y del duque el más español, y acaso el primero de nuestros poetas contemporáneos.

El Solitario ha tenido razón en ponerse a considerar detenidamente este raudal de poesía, que nace en su tierra (porque también es andaluz el Solitario); y de subir, o dígase bajar hasta su oculto origen, que es la gente menuda y plebeya de Andalucía. Esta gente es la que ha inventado o perfeccionado esas danzas alegres del Bolero, el Ole, el Jaleo de Jerez, la Tirana, la Cachucha y el Fandango, que alborotan y regocijan los sentidos y potencias, y por las cuales nos vamos haciendo famosos, a falta de mejor fama en lo presente, allá en los países extranjeros. De Andalucía han venido, como de su centro, los mejores lidiadores de toros, de a pie y de a caballo, que se han conocido,   -208-   y de que se ha espantado el universo-mundo. ¿Y cuan menudamente, y con cuanta copia de recóndita y revesada erudición no nos refiere el Solitario los altos y bajos, cambios, decadencia, transformaciones y progresos de estos bailes y tauromaquias? Leyendo al Solitario se ve pasar por delante de nuestros ojos quella schiera infinita d'immortali que, comenzando en Anton Boliche, inventor del bolero, llega por ahora hasta la Nena y la Petra Cámara; y que partiendo del mismo Cid Campeador, que ya toreaba en Madrid a mediados del siglo XI, se extiende hasta Pedro Romero, cantado por Moratín en una oda pindárica, y hasta Pepe Hillo y Montes que, no contentos de hacer mil prodigios hazañosos, redujeron ambos a reglas de arte la manera de hacerlos, tomando ora la espada, ora la pluma.

En Andalucía nació Manolito Gazquez, el rey de la hipérbole, el príncipe de la mentira poética y sentenciosa, que envuelve en sí más verdades que la verdad misma: y el Solitario nos refiere sus agudezas y dichos memorables, como Jenofonte los de Sócrates: pues si Sócrates y Manolito Gazquez no dejaron nada escrito que se sepa, ambos son igualmente famosos por las discreciones que supieron pensar y decir a sus discípulos y secuaces.

Salieron también de Andalucía, y salen aún otros héroes, dignos sucesores de Rinconete y Cortadillo y de Guzmán de Alfarache, que el Solitario nos pinta de realce, y con tanta verdad, que no parece sino que están vivos. Notabilidades son estas desconocidas en   -209-   la corte, en el gran mundo, y en las regiones políticas: pero de las que pensaría cualquiera que eran copia y remedo muchas de estas más conocidas notabilidades. Puede que el Solitario escriba con el tiempo sus vidas paralelas, imitando las de Plutarco. En el ínterin, con cuatro rasguños y pinceladas; que no necesita más el Solitario; ha dado razón al mundo de quien es él, y de quienes son sus héroes; y ahí están v. g. Pulpete, Balbeja, y el Sr. Lipende, que no me dejarán mentir. Pocos toques de mano maestra bastan a retratar a estos insignes varones, que con ser la verdad misma, todavía están circundados de una aureola de poética grandeza.

¿Pero qué noticias y documentos, si curiosos, importantes, y si importantes entretenidos, no nos ha dado el Solitario sobre los portas y músicos populares de Andalucía, que por la gracia de Dios, y sin auxilio de academias, cantan polos, tiranas, playeras y seguidillas, como ruiseñores y ángeles del cielo? Si algún día llegamos a tener en España grandes compositores, como los de Italia, Alemania y Francia, con estos desconocidos y humildes han de aprender a inspirarse; sin dejar por eso de dar nueva luz y vida a esa gran música sagrada, que está como muerta, y tiene por sepultura los archivos de nuestras antiguas catedrales. Sin duda que en el siglo XVI, época de nuestras mayores glorias, tuvimos grandes maestros. Español fue el que fundó y dio leyes al conservatorio de música napolitano, de donde han salido al mundo los Bellinis, los Mercadantes, los Tamburinis,   -210-   y tantos otros compositores y cantores maravillosos: y no dejaría de ser maravilloso Salinas, cuando inspira a Fr. Luis de León aquella sublime oda, que comienza:


   El cielo se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.



Pero si ha de venir nueva era de gloria musical para España, al vulgo de Andalucía se la deberemos principalmente, por habernos conservado en el tabernáculo del alma el fuego sacro de la inspiración, la forma y manera propias de nuestra música, y hasta algunas tradiciones de escuela.

«De toda Andalucía, dice el Solitario, Sevilla es la depositaria de los universos recuerdos de este género, el taller donde se funden, modifican y recomponen en otros nuevos los cantares y bailes antiguos, y la universidad donde se aprenden las gracias inimitables, la sal sin cuento, las dulcísimas actitudes, los vistosos volteos, y los quiebros delicados. Desde luego haremos notar, añade después el Solitario, que la Caña es el tronco principal y primitivo de muchos de estos cantares, y parece ser con poca diferencia la palabra Gannia, que en árabe significa canto. Nadie ignora que la Caña es un acento prolongado que principia por un suspiro, y que después recorre toda la escala y todos los tonos,   -211-   repitiendo por lo mismo un propio verso muchas veces, y concluyendo con otra copla por un aire más vivo, pero no por eso menos triste y lamentable. Los cantadores andaluces, que por ley general lo son la gente de a caballo y del camino, dan la primera palma a los que sobresalen en la Caña, porque viéndose obligados a apurar el canto, como ellos dicen, o es preciso que tengan mucho pecho o facultades, o que pronto den al traste y se desluzcan. Por lo regular, la Caña no se baila, porque en ella el cantador o cantadora pretende hacer un papel exclusivo. Hijos de este tronco son los oles, las tiranas, los polos, y las modernas serranas y tonadas. La copla por lo regular es de pie quebrado. El canto principia también por un suspiro; la guitarra o la tiorba rompe primero con un son suave y melancólico por mi menor, pasando alternativamente... Y son muy de notar, prosigue, los toques y particularidades de este canto, que, por lo mismo de ser tan melancólico y triste, manifiesta honda y elocuentemente que es de música primitiva. En él es verdad que no se encuentra el aliño, el afeite o la combinación estudiada e ingeniosa de la nota italiana; pero en cambio, ¡cuánto sentimiento, cuánta dulzura, y qué mágico poder para llevar al alma a regiones desconocidas y apartadas de las trivialidades y materialismo de lo presente! Por eso el cantador, como el ruiseñor o el mirlo de la selva, parece que sólo se escucha a sí mismo, menospreciando la ambición de otro canto y de otra música vocinglera   -212-   que apetece los aplausos del salón o del teatro, contentándose sólo con los ecos del apartamiento y la soledad.»

Así describe nuestro autor las maravillas de la Caña; y de este modo, o por modo más acabado y gentil, si cabe, nos pinta y refiere todas las artes y costumbres andaluzas, mostrándose curtido en ellas, y empapado en las mejores doctrinas. Dejo de citar más, por no hacer muy largo este artículo: pero recomiendo la lectura de las escenas andaluzas al que quiera conocer la flor de nuestras costumbres populares, y ver, casi como con los ojos, lo que es un baile en Triana, una feria en Mayrena, un roque y un bronquis; al que quiera saber en qué consiste la gracia y hermosura de nuestras mujeres, y su gala, primor y aseo en el vestir: y al que quiera penetrar, con la imaginación del Solitario, en este mundo de encantos, raíz, vivero y almáciga, donde se cría cuanto es verdaderamente castizo y propio de España.




III

Réstanos ahora defender al Solitario de las absurdas acusaciones de algunos, que suponen ser pesado su libro y estar escrito en lenguaje anticuado, extraño y artificioso. A lo de pesadez, no tengo más que replicar, sino que no lo entienden, ni saben gustar aquella miel de azahar, y aquel venero cabalino de su libro, y que por eso les parece pesado. Quédense para quien son. Acaso ellos hayan leído sin cansarse los numerosos volúmenes del Judío errante y de Martín   -213-   el expósito, traducidos en una jerigonza bárbara, y llaman con todo pesadez a encerrar y compendiar en un libro de trescientas páginas toda la enciclopedia de artes y ciencias, vida, hechos y dichos memorables de los bien plantados, de los decidores de chistes, de los tañedores de vihuela, de los lindos cantadores, de los montadores de caballos, de los llamados atrás, de los alanceadores de toros, y sobre todo de aquellos del brazo de hierro, y de la mano airada. Fuerza es confesar que la gente tiene en el día el gusto muy estragado, si no se complace y se deleita con estas cosas. Lo que yo estoy por decir y sostener, en vista de los tesoros que amontona y hacina el Solitario en tan pocas páginas, es que en vez de hartarme, me quedo a media miel de lo que dice; y que lo gradúo y declaro prototipo de concisión, y Tácito de nuestros tiempos, en que tanto papel, y tan chapucera, inútil y desagradablemente embadurnamos.

Pero aunque pecase algo de prolijo, aunque se anduviese en floreos y se entretuviese más de lo justo, y aunque se dilatase demasiado en cosas de poca entidad y sustancia, ¿cómo criticarle y zaherirle por ello, cuando todo el mundo sabe, y Cervantes lo confirma y corrobora, que muchos donaires y gracias no se pueden decir en pocas palabras; y cuando acaso emplee tantas el Solitario para mostrarnos todo el primor y armonía de nuestra lengua, tan maltratada y desfigurada hoy, y tan despojada por los ignorantes de la mejor parte de su riqueza?

Las Escenas andaluzas son en efecto un dechado   -214-   de perfección como lenguaje y estilo; y bien puede y debe estudiarlas el que desee, en vez de hablar gringo, hablar el idioma castellano, no sólo puro y limpio


      de aquellas expresiones
necesitadas de tomar unciones,



como las llama el Padre Isla (y bien puedo yo atreverme a citarle); sino un idioma sonoro y rico, así en el giro de la frase, como en las palabras. Estas palabras y estas frases, que se hallan en los autores de los pasados siglos, si bien se van ya desterrando de la sociedad elegante, que habla casi francés, se conservan aún, y se oyen en los Percheles de Málaga, en Triana, y en otros liceos y academias del mismo orden y categoría.

La gente que olvida su lengua es la que se ensaña contra el Solitario, y asegura que le entiende, y que paladea tan poco sus discursos, como si estuviesen en lengua hebraica; pero este debe contestarles lo que Fray Luis de León a sus émulos, que casi por idéntico modo y motivo le criticaban. «No conocen estos, escribe, que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice, como en la manera como se dice. Y negocio, que de las palabras que todos hablan, elige las que convienen, y mira al sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide, y las compone, porque no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura. Y si dicen que no es estilo para los humildes   -215-   y simples, entiendan que así como los simples tienen su gusto, así los graves, los sabios, y los naturalmente compuestos no se aplican bien a lo que se escribe mal y sin orden: y confiesen que debemos tener cuenta con ellos, y señaladamente en las escrituras que son para ellos solos, como aquesta lo es. Y si acaso dijeren que es novedad, yo confieso que es nuevo, y camino no usado por los que escribieron en nuestra lengua, poner en ella número, levantándola del decaimiento ordinario.»

Esto que entonces decía Fray Luis, porque aún no había prosistas castellanos, puede ahora repetirlo el Solitario, porque pronto dejará de haberlos, si siguen las cosas el rumbo que llevan. Por un lado, los que sólo leen libros franceses, bebiendo en ellos toda su doctrina, y dudando que haya en los españoles algo que aprender, nos traducen las ideas que suelen pillar al vuelo en aquellos libros, no con frase castiza, sino con frases y palabras francesas, pues imaginan, no conociendo nuestros autores, que la lengua española es pobre, y no se presta a traducir bien tan peregrinas novedades. Estos adulteran la lengua, y acaban lastimosamente con ella. Y por otro lado, los escritores de buen gusto, los de la difícil facilidad, los de la sobriedad discreta y cortesana la empobrecen: porque ya destierran de sus escritos unas palabras que les parecen anticuadas, o pedantescas o altisonantes, y ya proscriben y anatematizan muchísimas por viles y plebeyas: por donde la lengua viene a quedar reducida en voces y giros, ganando acaso algo en precisión   -216-   y claridad, si bien perdiendo mucho en riqueza, número y poesía. Cuando suceden estas cosas es menester escribir consultando a los autores antiguos y al pueblo, que también conserva la hermosura y abundancia del idioma. De otro modo el idioma se perdería, o degeneraría al menos. Por eso, La Fontaine tomaba las expresiones de Marot y de Rabelais; y Malherbe decía: J'apprends tout mon francais á la place Mauber. El Solitario sigue en esto a La Fontaine y a Malherbe, y dice, como Platón, que el pueblo es su maestro de lengua. Courier, admirable escritor, y grande hablista, adoptó y preconizó este método en Francia. En Italia, para sacar a la lengua de la indigencia a que la redujeron los escrúpulos y finuras de Metastasio y otros autores de tocador, han tenido los grandes autores que valerse del mismo método. Si el Solitario peca, ya se puede disculpar con estos ejemplos.

Las Escenas andaluzas son en resolución excelentes, por más que se esfuercen los críticos de salón en probar lo contrario: y los críticos franceses, tan descontentadizos, y tan aficionados a poner defectos, y a hallar detestables nuestras obras, han encomiado y ensalzado esta, como se merece.

D. Tomas Rodríguez Rubí, aunque con menor primor de estilo, ha escrito también en el modo andaluz un volumen de poesías salpicado de agudezas. Por este orden se han escrito asimismo algunas comedias de costumbres andaluzas; y aunque este género de comedias decae, y con razón, pues se ha abusado de   -217-   él, creyendo algunos que todo el toque del habla andaluza consiste, no ya en revestir de imágenes y de otras calidades peculiares el pensamiento, sino en pronunciar de cierta manera estropajosa, indicando esta pronunciación en la escritura, y disfrazando feamente las palabras; todavía se puede creer y aun tener por cierto, que la zarzuela, u ópera cómica española, que vuelve a cultivarse con éxito, se debe singularmente a las inspiraciones de Andalucía.

Cuentos andaluces son los que aún no se han coleccionado como debieran: y en verdad que los hay tantos y tan buenos, que bien pudiera formarse con ellos un libro tan divertido y extenso como las Mil y una noches; o al menos una colección tan amena y curiosa como la que hicieron los hermanos Grimm de los cuentos alemanes. De esperar es que algún escritor desenfadado e inteligente llene al cabo este vacío, que no es el solo que se nota en nuestra literatura, la cual, por lo mismo que es tan rica, tiene grandes obligaciones que cumplir, y a la cual, por lo mismo que debemos y queremos considerarla como la expresión del pensamiento de un gran pueblo, acaso la juzguemos, en ciertas épocas y ocasiones, de un modo que parezca a algunos harto severo. Dispensen estos la falta, en gracia de la intención recta y sana.





(Revista Peninsular.)






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