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ArribaAbajoQuinta parte

Comienzan los capítulos de cierta doctrina y dichos notables de San Eginio


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Y en primer lugar...


ArribaAbajo- I -

Capítulo de los vicios y de las virtudes


La gracia de Dios y la virtud son vía y escala que llevan al Cielo; pero los vicios y los pecados son vía y escala para bajar al profundo del Infierno. Los vicios y los pecados son tóxico y veneno mortal; y las virtudes son triaca medicinal. Una gracia conduce a otra y la atrae; y el vicio no sufre ser despreciado. El entendimiento descansa y reposa en la humildad; la paciencia es su hija. Y la santa pureza del corazón ve a Dios; la verdadera devoción lo gusta. Si tú amas serás amado. Si sirves, serás servido. Si temes, serás temido. Si te portas bien con los otros, convendrá que los demás se porten bien contigo. Y bienaventurado es aquél que ama verdaderamente y no desea ser servido de nadie. Bienaventurado el que teme y no desea ser temido. Bienaventurado el que se porta bien con otro y no desea que el otro se porte bien con él. Pero estas cosas son altísimas y de gran perfección, que los necios no pueden conocer ni conquistar.

Tres cosas hay altísimas y utilísimas; y quien las consiga no podrá caer nunca. Es la primera, si sostienes de buen grado y con alegría cualquier tribulación que te ocurra, por amor de Jesucristo. Es la segunda, si te humillas cada día en cuanto hagas y en cuanto veas. Es la tercera que fielmente ames el sumo bien celestial, invisible, con todo tu corazón, al que no verás con los ojos corporales.

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Las cosas más despreciadas y más vituperadas por los hombres mundanos son verdaderamente más aceptables y mejor recibidas por Dios y sus santos; y las cosas que son más honradas y amadas y agradables para los hombres mundanos, son más despreciadas y vituperadas y floridas de Dios y de sus santos.

Esta sucia inconveniencia deriva de la ignorancia y malicia humanas; porque el hombre mísero ama más las cosas que debiera odiar, y tiene en odio aquellas cosas que debería amar más.

Cierta vez preguntó fray Egidio a otro fraile, diciendo:

-Dime, carísimo: ¿Tienes el alma buena?

Contestó el fraile:

-Éste no soy yo.

Y entonces dijo fray Egidio:

-Hermano mío: Quiero que sepas que la santa contrición y la santa humildad y la santa caridad y la santa devoción y la santa alegría hacen al alma buena y bienaventurada.




ArribaAbajo- II -

Capítulo de la fe


Todas las cosas que se pueden pensar con el corazón o decir con la lengua, ver con los ojos o palpar con las manos, son casi nada con relación y comparación con las cosas que no se pueden pensar, ni decir, ni ver, ni tocar. Todos los santos y todos los sabios que han pasado, y todos los que viven la presente vida, y cuantos vendrán detrás de nosotros, que hablaron o escribieron o hablarán o escribirán de Dios, no dicen ni podrán decir de Dios cuanto es, por comparación, un granito de mijo con respecto a la tierra y al Cielo y aun miles de miles de veces menos. Porque toda la escritura que habla balbuciendo, como la madre que balbucea con su hijo para que su hijo la entienda, ni la podría entender si la madre hablase de otra suerte.

Una vez dijo fray Egidio a un juez seglar:

-¿Crees por ventura que son grandes los dones de Dios?

Contestó el juez:

-Lo creo.

A lo cual dijo fray Egidio:

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-Te quiero mostrar cómo no crees fielmente.

Y después añadió:

-¿Cuánto vale lo que posees en este mundo?

Contestó el juez:

-Vale, quizá, 1.000 liras.

Entonces fray Egidio dijo:

-¿Darías tus bienes por 10.000 liras?

Y contestó sin pereza el juez, diciendo.

-Ciertamente los daría de buen grado.

Y dijo fray Egidio:

-Cierta cosa es que todas tus posesiones de este mundo son nada con respecto a las cosas celestiales. Luego ¿por qué no das todas esas posesiones a Cristo para obtener las celestiales y eternas?

Entonces el juez, sabio con la necia sabiduría del mundo, contestó a fray Egidio pura y simplemente:

-Dios te ha llenado de sabia estulticia divina -y agregó-: ¿Crees tú, fray Egidio, que existe hombre alguno que así practique exteriormente lo que cree en su interior?

Contestó fray Egidio:

-Entiende, carísimo, que es muy cierto que todos los santos procuraron poner por obra lo que alcanzaban a comprender que fuese la voluntad de Dios según sus posibles; y lo que no podían llevar a término lo ejecutaban en cierto modo con sus deseos; de manera que el defecto de la imposibilidad de las obras estaba compensado con los deseos del alma en practicarlas.

Y añadió:

-Si se hallase un hombre de fe perfecta, llegaría a tal estado que tendría plena certeza de su salvación. El hombre que cree con fe firme y espera en aquellos eternos, sumos y altísimos bienes ¿qué mal le puede hacer mal y qué bien, fuera de éste, le puede hacer bien en la presente vida? Al ansioso que pretende este bien sumo, ni le asustan los temporales infortunios, ni le deleitan los vanos goces. Todo lo mira con desprecio, apreciando sólo el bien que merece estimación. Por esto el pecador, si tiene fe mientras vive, no debe desesperar de su eterna salud apelando en su miseria al tribunal de la divina misericordia; porque así como no hay leño torcido, nudoso y contrahecho que no pueda allanar y trabajar el artífice, tampoco hay pecador tan grande que no pueda ser convertido por Dios y adornado con gracias singulares y muchos dones y virtudes.



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ArribaAbajo- III -

Capítulo de la santa humildad


Nadie puede venir en conocimiento de Dios si no es por la virtud de la santa humildad; porque la derecha vía para subir, es ir por abajo. Todos los peligros y las grandes caídas que han sucedido en este mundo no han venido de otra cosa que de alzar la cabeza, esto es, de poner la mente en la soberbia; y esto pruébase por la caída del demonio, que fue echado de los Cielos, por la caída de nuestro primer padre, esto es, Adán, que fue echado del Paraíso por la elevación de la cabeza, esto es, por la desobediencia; y aun por el fariseo de que habla Cristo en el Evangelio, y por muchos otros ejemplos; y por lo contrario, todos los bienes que han sucedido en este mundo, todos van precedidos de la humillación de la cabeza, esto es, por la humillación del entendimiento; lo que se prueba por la beata humildísima Virgen María, y por el publicano, y por el ladrón de la cruz y por muchísimos otros ejemplos de la Escritura. Y fuera bueno hallar algún peso grande y grave que pudiéramos tener siempre ligado al cuello, para que nos tirase hacia abajo, esto es, que nos humillase. Un fraile preguntó a fray Egidio:

-Dime, padre: ¿Cómo podremos huir de esta soberbia?

Al cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: Atiende bien que no podrás huir de la soberbia si antes no pones la boca donde tienes los pies; pero si consideras bien los beneficios de Dios, entonces conocerás que estás en deuda, y por tal debes inclinar la cabeza. Y más: si piensas bien en tus defectos y en las muchas ofensas que has hecho a Dios, enseguida tendrás ocasión de humillarte. ¡Pero, ay de aquéllos que quieren ser alabados en su malicia! Un grado de humildad tiene aquél que reconoce que busca lo contrario a su verdadero bien. Un grado de humildad, rendir las cosas a quien se debe o de quien son, sin apropiárselas; es decir, que todo bien y toda virtud que el hombre halla en sí no se los debe apropiar, sino solamente a Dios, del cual procede toda gracia y toda virtud y todo bien; mas el pecado y la pasión del alma y cualquier vicio que el hombre halla en sí, se lo debe apropiar, considerando que procede de él mismo y de su propia malicia y no de otros. ¡Bienaventurado el hombre que se conoce y se   —223→   reputa vil ante Dios, y con esto delante de los hombres! Porque no será juzgado severamente en el último y terrible juicio. ¡Bienaventurado quien camina sutilmente bajo el yugo de la santa obediencia y bajo el juicio de otros, como hicieron los apóstoles antes y después de recibir el Espíritu Santo!

Y aún dijo fray Egidio:

-Quien quiera conquistar y poseer perfecta paz y quietud, conviene que repute a todo hombre como superior a sí, y conviene que siempre se considere inferior y súbdito de los demás. ¡Bienaventurado el hombre que no pretende ser visto en sus costumbres y en su hablar, ni conocido más que en aquella pura composición y simple adorno con que Dios le adornó y compuso! ¡Bienaventurado el que sabe conservar y esconder las revelaciones y las divinas consolaciones! Porque no hay cosa alguna secreta que Dios no revele cuando le place. Si hombre alguno fuese el más perfecto y el más santo del mundo y se reputa como el pecador más miserable y el hombre más vil del mundo, en éste estará la verdadera humildad. La santa humildad no sabe hablar; y el beato temor de Dios tampoco.

Dijo fray Egidio:

-Creo que la humildad es semejante a la saeta del trueno; porque así como el rayo percute terriblemente, rompiendo, hundiendo y quemando cuanto halla a su alcance y después no se halla nada del rayo, en tal guisa, semejantemente la humildad azota y disipa, y quema, y consume toda malicia, todo vicio y pecado; y nada se encuentra después de ella. El hombre que posee la humildad, por la humildad halla gracia en Dios y perfecta paz con el prójimo.




ArribaAbajo- IV -

Capítulo del santo temor de Dios


Quien no tema, demuestra que nada tiene que perder. El santo temor de Dios ordena, gobierna y rige al alma y la lleva a la gracia. Si alguien posee alguna gracia o virtud divina, el santo temor de Dios es el que la conserva. Y quien todavía no ha alcanzado la virtud o la gracia, por el santo temor de Dios la alcanzará. El santo temor de Dios es el conductor de las divinas gracias, porque eleva al alma de do habita, haciéndola llegar a la virtud santa y a las gracias   —224→   divinas. Cuantas criaturas caen en pecado, no habrían caído de haber tenido el santo temor de Dios. Pero este santo don de temor no es dado sino a los perfectos; de modo que el hombre es más perfecto cuanto más temeroso y humilde. Bienaventurado el hombre que reconoce que está en una cárcel, que tal es este mundo, y recuerda siempre que ha ofendido gravemente a su Señor. Mucho ha de temer el hombre de la soberbia que no le empuje y le haga caer del estado de gracia en que está; porque nunca el hombre puede estar seguro, teniendo acá a nuestros enemigos, que son las lisonjas de este mundo miserable y nuestra propia carne, que, con los demonios, siempre es enemiga del alma. Precisa que el hombre tenga siempre mayor temor para que su propia malicia no le venza y engañe, que de ningún otro enemigo. Es imposible que el hombre pueda alcanzar alguna gracia o virtud divina, ni perseverar en ésta sin el temor de Dios. Quien no tuviere temor de Dios, se halla en camino de perecer, y, mayormente, de perderse en absoluto. El temor de Dios hace que el hombre obedezca humildemente e incline su cabeza bajo el yugo de la obediencia; y cuando el hombre posee mayor temor, adora con más fervor; y no es pequeño el don de la operación que le ha sido dado. Las obras virtuosas de los hombres, aunque a mí me parezcan grandes, no son computadas ni remuneradas según nuestra estimación, sino según la estimación y el beneplácito de Dios. Y Dios no mira la cantidad de las fatigas, sino la cantidad del amor y de la humildad. Y por esto la parte más segura para nosotros es la de siempre amar y temer con humildad, y no fiarse nunca de sí mismo de bien alguno, teniendo siempre por sospechosos a los pensamientos que nacen en la mente con el especioso pretexto del bien.




ArribaAbajo- V -

Capítulo de la santa paciencia


El que con firme voluntad y paciencia sufre y sostiene las tribulaciones con fervoroso amor a Dios, pronto hallará grandes gracias y virtudes y será señor de este mundo, y en el otro glorioso hallará el premio. Todo lo que obra el hombre, bueno o malo, lo obra para sí mismo. Pero no te escandalices de aquél que te injuria, sino ten paciencia humilde, doliéndote solamente su pecado, teniéndole   —225→   compasión y rogando fervorosamente por él. Cuando el hombre es fuerte en sostener y padecer pacientemente injurias y tribulaciones por el amor de Dios, está tanto más cerca de Dios; y cuanto el hombre es más débil en sostener dolores y adversidades por amor de Dios, tanto es menor ante Dios. Si alguien te alabase diciendo bien de ti, rinde la loa a Dios solo; y si alguien dice mal de ti o te vitupera, ayúdale tú diciendo mal de ti mismo. Si quieres que tu parte sea siempre mejor, estudia hacerla mala, y buena la de tu compañero, culpándote siempre a ti mismo, y alabando o al menos excusando a tu prójimo. Si alguien quiere discutir o litigar contigo, si quieres vencer, pierde y vencerás. Porque si quisieras litigar para vencer, cuando te creyeres vencedor hallarás que es mucho lo que has perdido. Hermano mío: créeme, que la vía derecha de la salvación es la vía de la perdición; y cuando somos buenos llevaderos de las tribulaciones, entonces podemos ser y somos perseguidores de los eternales consuelos.

Mucha mayor consolación y más meritoria cosa es sostener las injurias y los improperios pacientemente, sin murmuración, por el amor de Dios, que apacentar a cien pobres y ayunar cada día, continuamente. ¿Qué útil es el hombre o de qué le sirve despreciarse a sí mismo, y atribular a su cuerpo con grandes ayunos, vigilias y disciplinas, si no puede sostener una pequeña injuria de su prójimo? De la cual, por cierto, conquistaría mayor premio y mayor mérito que de todas las aflicciones que abrace el hombre por su propia voluntad; porque sostener las injurias, los vituperios del prójimo con humilde paciencia y sin murmurar, mejor entonces purga sus pecados que abriendo la fuente de las lágrimas.

¡Bienaventurado el hombre que siempre tiene ante los ojos de su mente la memoria de sus pecados y los beneficios de Dios! Porque sostendrá con paciencia cualquier tribulación o adversidad, de las cuales cabe esperar las grandes consolaciones.

El hombre verdaderamente humilde no espera de Dios premio o mérito alguno, sino que busca cómo podrá satisfacer, reconociéndose en todo su deudor. Y el bien que tiene reconoce tenerlo por la bondad de Dios únicamente y no por sus propios méritos; y toda adversidad la reconoce como castigo por sus pecados.

Un fraile preguntó a fray Egidio, diciendo:

-Padre: ¿Qué haremos si en nuestro tiempo cae sobre nosotros un turbión de males y de tribulaciones?

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Contestó fray Egidio diciendo:

-Hermano mío: quiero que sepas que si el Señor ordenase a los Cielos que lloviesen piedras y saetas, no nos harían ningún daño si fuésemos lo que debemos ser; porque en siendo el hombre verdaderamente tal cual debe ser, todo mal y tribulación se le convierte en bien; y al contrario, para el hombre de mala voluntad, todos los bienes se le convierten en mal y en juicio. Si te quieres salvar y caminar hacia la gloria celestial, no huelgas considerando venganza alguna, ni justicia de criatura alguna; porque la herencia de los santos consiste en hacer siempre bien y recibir siempre mal. Si en verdad conocieras cómo y cuán gravemente has ofendido a tu Criador, conocerías que es digna y justa cosa que todas las criaturas te persigan y te den pena y tribulación; y ellas hacen venganza por lo que hiciste tú al Criador. Muy gran virtud es que el hombre se venza a sí mismo; porque el que se vence a sí mismo vence a todos sus enemigos y alcanza todo bien. Y aun fuera mayor virtud si el hombre dejase vencer a sus enemigos los hombres; porque sería señor de todos sus enemigos, esto es, de los vicios y de los demonios, del mundo y de la propia carne. Si te quieres salvar, renuncia y desprecia toda consolación que te puedan dar las cosas todas de este mundo y todas las criaturas mortales; porque con frecuencia son mayores las caídas que sobrevienen a las prosperidades y consuelos, que las que vienen con las adversidades y tribulaciones.

Una vez murmuraba un religioso de su prelado en presencia de fray Egidio por causa de una áspera obediencia que le había impuesto; al cual contestó fray Egidio:

-Carísimo mío: cuanto más murmurarás, tanto más cargarás tu peso y más duro te será sobrellevarlo; y cuanto más humildemente y más devotamente someterás tu cabeza al yugo de la santa obediencia, tanto más leve y más suave te será sobrellevar aquella obediencia. Pero me parece que no quieres ser vituperado en este mundo por el amor de Cristo, y quieres ser honrado en el otro con Cristo; no quieres ser perseguido en este mundo, ni maldecido por Cristo, y quieres en el otro ser bendito y recibido por Cristo; tú no quieres fatigarte en este mundo y quieres en el otro descansar y reposar. Hermano, hermanito: tú vas malamente engañado; porque por la vía de las vergüenzas y de los vituperios llega el hombre al verdadero honor celestial. Y para sostener las burlas y las maldiciones con paciencia por el amor de Cristo, llega el hombre a la gloria   —227→   de Cristo y bien dice un proverbio mundano: «Quien no da de lo que le duele, no recibe lo que quiere». Si es útil naturaleza la del caballo, porque aunque el caballo corra velozmente, no obstante se deja gobernar y guiar y dirigir a la derecha y a la izquierda según la voluntad del jinete, en tal guisa debe hacer el siervo de Dios, esto es: dejarse gobernar, regir, guiar y torcer según la voluntad de su superior y atan de cualquier otro por el amor de Cristo. Si quieres ser perfecto, estudia el modo de ser gentil y virtuoso, y combate con valentía los vicios, sosteniendo pacientemente toda adversidad por el amor de tu Señor atribulado, afligido, vituperado, azotado, crucificado y muerto por tu amor y no por su culpa, ni por su gloria, ni por su utilidad, sino por la tuya, por tu amor; y para hacer lo que te digo, es preciso que te venzas a ti mismo; porque no le vale al hombre inducir y atraer a las almas hacia Dios, si antes no se induce y atrae a Dios a sí mismo.




ArribaAbajo- VI -

Capítulo de la ociosidad


El hombre ocioso se pierde en este mundo y en el otro, porque no produce ningún fruto para sí ni presta ninguna utilidad a los otros. Es cosa imposible que el hombre alcance la virtud sin fatiga y solicitud. Cuando puedes estar en lugar seguro, no te pongas en lugar dudoso; en lugar seguro está quien solicita y se aflige y obra y fatiga según Dios y por Dios, y no por premio o miedo de pena, sino por Dios. El hombre que rechaza afligirse y fatigarse por Cristo, rechaza también la gloria de Cristo. Y como la solicitud es útil y nos ayuda casi siempre, la negligencia nos es contraria. Así como la ociosidad es camino que lleva al Infierno, así la santa solicitud es camino que lleva al Cielo. Muy solícito debiera ser el hombre de conquistar y conservar las virtudes y la gracia de Dios, obrando siempre fielmente con esta virtud y esta gracia. Porque muchas veces sucede que este hombre, que no obra fielmente, que pierde el fruto por las hojas o el grano por la paja. Dios concede a algunos el fruto gratuitamente con pocas hojas, y otros hay que no dan ni frutos ni fronda. Mejor cosa me parece que sepa guardar secretamente   —228→   sus bienes y gracias obtenidas de Dios, que saberlas conquistar; porque aunque el hombre sepa ganarlas, si no sabe conservarlas nunca será rico; pero algunos las conquistan poco a poco y se hacen ricos, porque saben conservar lo ganado y su tesoro. ¡Qué cantidad de agua no hubiese recogido el Tíber si no las perdiese por alguna parte! El hombre pide a Dios infinito el don, que es sin medida ni fin. Quien quiere ser amado de Dios y obtener de Él infinito mérito en modo y medida, y no quiere amar a Dios sino con fin y medida; quien quiere ser amado de Dios y obtener de Él un mérito sobre modo y sobre medida, debe amar a Dios sobre todo y sobre medida, y servirle siempre infinitamente. ¡Bienaventurado quien ama a Dios con toda su mente y con todo su corazón y siempre aflige su mente y su cuerpo por el amor de Dios, no buscando premio alguno bajo el Cielo, creyéndose siempre deudor! Si alguien fuese muy pobre y necesitado y otro le dijese: «Quiero prestarte una cosa muy preciosa por espacio de tres días; y sepas que si aciertas a emplear bien esto durante tres días, ganarás un tesoro infinito de modo que serás rico para siempre jamás», ciertamente ese pobre hombre se mostraría muy solícito en usar bien y diligentemente de aquella cosa preciosa; así dijo semejantemente que la cosa que nos presta la mano de Dios es nuestro cuerpo que el buen Dios nos presta por tres días; porque toda la vida sólo es comparable a tres días. Luego si quieres ser rico y gozar eternamente de la divina dulzura, adiéstrate en el bien obrar y usufructuar bien esto que te deja la mano de Dios, esto es, tu cuerpo, en el breve espacio de la vida. Y si no te aprestas a ganar en la vida presente, único tiempo apto, no podrás gozar nunca de la eterna riqueza ni podrás descansar en aquella quietud celestial eternamente. Si todas las posesiones del mundo fuesen de una sola persona y ésta no las trabajase, ¿qué fruto sacaría de ellas? Ciertamente no tendría ni frutos ni utilidad. Pero pudiera ocurrir que un hombre tuviese pocas posesiones, y trabajándolas bien obtuviere mucha utilidad para sí y para los otros, y frutos en abundancia. Dice un proverbio mundano: «No pongas nunca la olla vacía al fuego, esperando en tu vecino». De tal modo Dios no quiere que ninguna gracia sea ociosa, porque el buen Dios no concede al hombre gracia alguna para que los malogre, sino para que la aproveche con buenas obras.

Decía cierto hombre vagabundo a fray Egidio:

-Padre; ruégoos que me deis algún consuelo.

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-Hermano mío -contestó fray Egidio-; procura estar bien con Dios, y enseguida hallarás el consuelo de que necesitas; porque si el hombre no dispone en su alma de habitación limpia en que Dios pueda reposar, tampoco hallará lugar ni reposo ni consuelo en las criaturas. Cuando el hombre quiere obrar el mal, pocas o ninguna vez pide a los hombres consejo, y para obrar bien, muchos piden consejo y hablan harto prolijamente.

Decía en cierta ocasión fray Egidio a sus compañeros:

-Hermanitos míos: Paréceme que en estos tiempos no se halla nadie que quiera hacer las cosas manifiestamente útiles, no solamente para el alma, sino aun para el cuerpo. Creedme, hermanos; porque lo podría jurar, cuanto más el hombre esquiva y rehúye el peso y el yugo de Cristo, tanto más pesado lo hace para sí mismo y tanto más siente el peso; y, por el contrario, cuanto más ardientemente ama el hombre la tribulación y la penitencia, tanto más ligeras se le hacen para poderlas soportar. No desagrada a Dios que el hombre en este mundo se procure los bienes del cuerpo cuando se ponen al servicio del alma; porque es harto sabido que cuerpo y alma débense juntar para sufrir o gozar eternamente; esto es: para padecer en el Infierno penas y tormentos indecibles o para gozar con los santos y con los ángeles en el Paraíso gozos y consuelos inenarrables por el mérito de las buenas obras. «Porque si el hombre obrase el bien y perdonase bien sin humildad, el bien se convertiría en mal; pues de muchos se sabe que hacían buenas obras laudables, y que por falta de humildad se ha descubierto y conocido la soberbia que las amasaban. Y las obras hechas con humildad no se corrompen».

Un fraile preguntó a fray Egidio:

Padre: me parece que ahora no sabemos conocer nuestros bienes.

Contestó fray Egidio:

-Hermano mío: En verdad nadie ejecuta el arte que no ha estudiado, y por esto ninguno puede obrar el bien si antes no estudia el mérito de las buenas obras. Por esto dígote, hermanito mío, que el más noble arte que existe en el mundo es el del bien obrar. ¿Cómo se podrá saber si no se estudia? ¡Bienaventurado el hombre al cual ninguna cosa creada puede dar mala edificación! Y más bienaventurado es aquél que de todo cuanto ve y oye saca para sí mismo buena edificación.



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ArribaAbajo- VII -

Capítulo del desprecio de las cosas temporales


Muchos dolores y muchas angustias tiene el hombre miserable que pone su corazón y su esperanza en las cosas terrenas, por las cuales abandona y pierde las cosas celestiales y aun a la postre perderá estas terrenales. El águila vuela muy alto; pero si tuviese algún peso ligado a sus alas, no podría volar muy alto; y así el hombre, por el peso de las cosas terrenas no puede volar alto, esto es, llegar a la perfección; pero el hombre sabio que se liga el peso de la memoria y de la muerte y del juicio en las alas del corazón, por causa del gran temor, no podría volar alto por las vanidades y las riquezas de este mundo que son causa de perdición. Vemos hoy que los hombres del mundo trabajan y se fatigan mucho, y métense en graves peligros corporales para conquistar las riquezas falaces; y después que háyanse fatigado mucho y trabajado, vendrá la muerte y dejarán lo que habían conquistado en esta vida, pues no puede fiarse de este mundo falaz que engaña al hombre que lo cree, y por esto es mentiroso. Pero quien desea y quiere ser grande y muy rico, busque y ame las riquezas y los bienes eternales, que siempre sacian y nunca fastidian ni vienen a menos. Si no queremos errar, tomemos ejemplo de las bestias y de las avecillas que están contentas después de haber comido, ni buscan más hasta que de nuevo tienen necesidad.

Dice fray Egidio que las hormigas no gustaban tanto a San Francisco como los demás animales, por la gran solicitud que tenían de reunir riqueza de grano durante el verano para el invierno; pero decía que los pájaros le agradaban mucho más porque no reunían de un día para otro. Pero la hormiga nos da ejemplo de que no debemos estar ociosos en el tiempo del verano de esta vida presente, para que nos hallemos vacíos y sin fruto en el invierno del último y final del juicio.



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ArribaAbajo- VIII -

Capítulo de la santa castidad


Nuestra mísera y frágil carne humana es parecida al cerdo, que siempre se deleita yaciendo y enfangándose en el barrizal, reputando al fango como una gran delectación. Nuestra carne es el caballero del demonio, porque resiste y combate todo lo que es según Dios y según nuestra salud.

Un fraile preguntó a fray Egidio, diciendo:

-Padre: enséñame cómo podremos guardarnos del vicio carnal.

Fray Egidio contestó:

-Hermano mío: Quien quiere mover un gran peso o una gran piedra y mudarla de sitio, debe estudiar el modo de moverla más por ingenio que por la fuerza: Y de la misma manera, si queremos vencer los vicios carnales y conquistar la virtud de la castidad, mejor la conquistaremos con la humildad y por el régimen espiritual bueno y discreto, que por la presuntuosa austeridad y fuerza de penitencia. Todo vicio oscurece y perturba la santa y resplandeciente castidad; pero la castidad es como un espejo claro que se oscurece y perturba, no solamente por el tocamiento de las cosas sucias, sino aun por el aliento del hombre. Y es cosa imposible que el hombre llegue a alguna gracia espiritual mientras se encuentra inclinado a las concupiscencias carnales. Mas combate valientemente contra tu sensual y frágil carne, propiamente tu enemiga, que siempre te quiere contradecir, de día y de noche; cuya carne, nuestra mortal enemiga, quien la vencerá, tenga por cierto, que ha vencido y dispersado a sus enemigos, y llegará pronto a la gracia espiritual y al estado de virtud y de perfección.

Decía fray Egidio:

-Entre todas las virtudes, yo elegiría la virtud de la castidad, porque tiene en sí y por sí misma alguna perfección; y no existe virtud alguna que pueda ser sin la de la castidad.

Un fraile preguntó a fray Egidio, diciendo:

-Padre: ¿no es mayor la virtud de la caridad que la de la castidad?

-Dime, hermano -contestó fray Egidio-; ¿existe cosa más casta que la santa caridad?

Muchas veces fray Egidio cantaba este soneto:

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    ¡Oh, santa Castidad!
¡Oh, cuán grande es tu bondad!
Verdaderamente eres preciosa
y tal y tan suave es tu olor
que quien no te ensaya
no sabe cuánto vales.
Por esto los necios
desconocen tu valor..., etc.

Un fraile preguntó a fray Egidio, diciendo:

-Padre: tú que tanto recomiendas la virtud de la castidad, ruégote que me declares qué es la castidad.

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: Yo te digo que es llamada propiamente castidad la solícita custodia y guarda de los sentidos corporales y espirituales, conservándolos para sólo Dios puros e inmaculados.




ArribaAbajo- IX -

Capítulo de las tentaciones


Las grandes gracias que el hombre recibe de Dios, no puede disfrutarlas con tranquila paz, porque sobrevienen muchas cosas contrarias, perturbaciones y adversidades contra dichas gracias. Porque el hombre, tanto como es más gracioso a Dios, tanto y más fuertemente es combatido por los demonios. Pero el hombre nunca debe cejar en el combate para poder corresponder a la gracia que de Dios ha recibido; porque cuando es más fuerte la batalla, tanto será más preciosa la corona si vence en el combate. Pero nosotros no tenemos muchas batallas, ni muchas tentaciones, ni muchos impedimentos si somos tales como corresponde en la vida espiritual. Pero es bien verdad que si el hombre caminase recta y discretamente por la vía de Dios, no hallaría fatiga ni tedio en su viaje; pero el hombre que camina por el siglo no puede rehuir las muchas fatigas, el tedio, las angustias, las tribulaciones y los dolores y, por último, la muerte.

Dijo un fraile a fray Egidio:

-Padre mío: me parece que te has contradicho; porque dijiste antes que cuando el hombre es más virtuoso y recibe más gracias de Dios, tiene mayores enemigos y más batallas en la vida espiritual; y, por el contrario, dices que el hombre que camine recta y   —233→   discretamente por la vía de Dios, no sentiría fatiga ni tedio en su viaje.

A lo cual contestó fray Egidio declarando las contrariedades de los dos términos, respondiendo de esta suerte:

-Hermano mío: cierta cosa es que los demonios presentan más batallas de tentaciones contra los que tienen buena voluntad que contra los que no la tienen según Dios. Pero el hombre que va directa y fervientemente por los caminos de Dios, ¿qué fatiga y qué tedio y qué mal podrán hacerle los demonios y todas las adversidades del mundo? Porque ve ante sí un precio infinitamente mayor que no valen aquéllas. Mas te digo en verdad: aquél que estuviese abrasado en el amor divino, cuanto más combatido es por los vicios, tanto o mayor aborrecimiento de ellos adquiere. Los pésimos demonios tienen por costumbre combatir y tentar al hombre cuando se halla en alguna enfermedad o debilidad corporal, o cuando padece algún afán, está enfriado o angustiado, o cuando tiene sed o hambre, recibe injurias y vergüenzas o daños temporales o espirituales; porque los malignos conocen que en tales horas y situaciones el hombre es más apto para recibir tentaciones; pero yo te digo que por cada tentación o vicio que vencieras, adquirirás una virtud; y aquel vicio por el cual eres combatido, en venciéndole tú, recibirás mayor gracia y mayor corona.

Un fraile pidió consejo a fray Egidio, diciendo:

-Padre: con frecuencia soy tentado de una pésima tentación, y muchas veces he rogado a Dios que me libre de ella; y no obstante, Dios no la quita; aconséjame, padre, qué debo hacer:

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: cuando más noblemente guarnece un rey a sus caballeros de nobles y fuertes armamentos, tanto más fuertemente quiere que combatan contra sus enemigos por su amor.

Un fraile preguntó:

-Padre: ¿qué remedio tomaré para ir a la oración de mejor grado y con más deseo y fervor? Porque cuando voy a la oración, me hallo duro, perezoso, árido y poco devoto.

Fray Egidio contestó, diciendo:

-Un rey tiene dos siervos: el uno cuenta con armas poderosas para vencer, y el otro no tiene armadura, y los dos quieren entrar en batalla contra los enemigos del rey. El que va armado entra en batalla y vence gloriosamente; y el desarmado dice a su señor:   —234→   «Señor mío: tú ves que ando desnudo de armas; mas por tu amor quiero también entrar en batalla y combatir desarmado como estoy»; y entonces el buen rey, viendo el amor de su siervo fiel, dice a sus ministros: «Id con este mi siervo y facilitadle armas para que pueda combatir, entrando con seguridad en la batalla; y señalad todas sus armas con mi sello real, para que sea conocido como mi caballero fiel». Y así ocurre muchas veces cuando el hombre entra en oración; esto es, que se encuentra desnudo, sin devoción, perezoso y duro de ánimo; pero se esfuerza por amor de su señor para entrar en las batallas de la oración; y entonces nuestro benignísimo Rey y Señor, viendo el esfuerzo de su caballero, le da, por manos de sus ministros los ángeles, la devoción del fervor y la buena voluntad. Alguna vez sucede esto: que el hombre comienza alguna obra grandemente fatigosa, como desbrozar y cultivar la tierra o la viña, a fin de poder obtener su fruto en su tiempo. Y muchos por la gran fatiga y por los muchos afanes que supone, se cansan y se arrepienten de la obra comenzada; pero si se esfuerzan hasta lograr el fruto, se olvidan de sus fatigas y permanecen consolados y alegres viendo el fruto de que podrán gozar; y así el hombre, manteniéndose fuerte en las tentaciones, llegará a muchos consuelos. Porque después de las tribulaciones, dice San Pablo, son dados los consuelos y las coronas de vida eterna. Y no solamente será dado el premio en el Cielo a los que resistan a las tentaciones, sino aun en esta vida, según dice el Salmista: «Señor: según la multitud de mis tentaciones y dolores, tus consuelos alegrarán mi alma»; así, que cuanto mayor es la tentación y la batalla, tanto más gloriosa será la corona.

Un fraile pidió consejo, diciendo:

-¡Oh, padre! Yo estoy tentado de pésimas tentaciones; cuando hago algún bien, enseguida estoy tentado de vanagloria; y cuando caigo en algún mal, caigo en tanta tristeza y en tanta acedía, que casi caigo en desesperación.

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: haces bien lamentándote sabiamente de tu pecado; pero yo te aconsejo que te duelas discreta y templadamente, recordando siempre que aún es mayor la misericordia de Dios que tu pecado. Pero si la misericordia de Dios recibe a penitencia al gran pecador que peca voluntariamente, cuando se arrepiente, ¿crees tú que este buen Dios abandonará entonces al pecador no   —235→   voluntario si se presenta contrito y arrepentido? Aún aconséjote que no dejes nunca de obrar el bien por miedo a la vanagloria; porque si el hombre para sembrar dijese: «Yo no siembro porque tal vez si siembro vendrán los pájaros y se comerán la semilla»; porque cierta cosa es que si no siembra tampoco tendrá cosecha. Pero si siembra su semilla, aun cuando los pájaros coman parte de ella, el sembrador recoge parte mayor; y así cuando el hombre es combatido de la vanagloria, mientras no haga el bien por vanagloria, sino peleando contra ella, te digo que no pierde el mérito del bien que hace, aun siendo tentado.

Un fraile dijo a fray Egidio:

-Padre: dícese que San Bernardo, cierta vez rezó los salmos penitenciales con tanta tranquilidad de mente y con tanta devoción, que no pensó o meditó en nada sino en la propia sentencia de los salmos.

A lo cual dijo fray Egidio:

-Hermano mío: yo reputo como mucha mayor proeza la de un señor que tenga un castillo, combatido y asediado de enemigos y que, no obstante, se defiende tan valerosamente que no logra entrar dentro su enemigo que el del caballero que está en paz y no tiene contradicción alguna.




ArribaAbajo- X -

Capítulo de la santa penitencia


El hombre debería afligirse siempre mucho y macerar su cuerpo y padecer de buen grado cualquier injuria, tribulación o angustia, dolor, vergüenza, desprecio, vituperio, adversidad o persecución por amor de nuestro buen Maestro Jesucristo, el cual nos dio ejemplo desde el día de su nacimiento hasta el de su santísima Pasión, llevando siempre sobre sí angustia, tribulación, dolor, desprecio, afán o persecución solamente por nuestra salud. Y si queremos llegar al estado de gracia es preciso caminar siempre, en cuanto es posible, siguiendo los caminos y los vestigios de nuestro buen Maestro Jesús.

Un hombre seglar preguntó a fray Egidio:

-Padre: ¿Cómo nosotros, los seglares, podremos llegar al estado de gracia?

  —236→  

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: el hombre debe primeramente dolerse de sus pecados con gran contrición de su corazón; y después debe confesar al sacerdote con amargura y dolor del corazón, acusándose puramente, sin atenuaciones ni excusas, y después debe cumplir plenamente la penitencia que le ha sido impuesta por el confesor; y aun débese guardar de todo vicio y de todo pecado y de la oración de pecado; y más, debe ejercitarse en las buenas obras virtuosas de Dios o a favor de su prójimo; y haciéndolo así llegará al estado de gracia y de virtud. Bienaventurado el hombre que tiene continuamente dolor de sus pecados, llorándolos de día y de noche con amargura del corazón, solamente en cuanto son ofensas hechas a Dios. Bienaventurado el hombre que tiene siempre delante de los ojos de su mente las aflicciones, las penas y los dolores de Jesucristo, y que por su amor ni quiere ni recibirá consuelo alguno temporal en este mundo de amargura tempestuosa, hasta tanto llegue a la consolación celestial de la vida eterna, donde serán siempre cumplidos sus deseos con la plenitud del goce.




ArribaAbajo- XI -

Capítulo de la santa oración


La oración es principio, medio y fin de todo bien; la oración ilumina al alma y por ella discierne el alma el bien del mal. Todo pecador debería orar cada día, continuamente, con fervor de corazón; esto es: rogar a Dios humildemente que le conceda el perfecto conocimiento de su propia miseria y de sus pecados, y de los beneficios que ha recibido o recibe de Dios. El hombre que no sabe orar ¿cómo puede conocer a Dios? Todos aquellos que se quieran salvar, si son personas de claro entendimiento, precisa que se den a la oración.

Dijo fray Egidio:

-Si hubiera un hombre que tuviese un hijo que hubiese cometido tanta maldad que estuviera condenado a muerte o desterrado de la ciudad, haciendo grandísimas plegarias y súplicas, y ofreciendo presentes o tributos con todos sus posibles, pidiendo gracia para su hijo y valiéndose de amigos y conocidos; si esto haría el   —237→   hombre para su hijo mortal, ¿cuánto más debería rogar a Dios el hombre por los buenos hombres de este mundo y por los santos, por la propia alma inmortal, cuando es echada de la celestial ciudad o es condenada a muerte por sus muchos pecados?

Un fraile dijo a fray Egidio:

-Padre: me parece que el hombre debería dolerse mucho de no poder obtener la gracia de la devoción en su oración.

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: yo te aconsejo que conviene ir poco a poco con tu dicho. Porque si poseyeses un poco de buen vino en un tonel que tuviese aún en el fondo las heces, irías con cuidado de no removerlas para no mezclar el buen vino con las heces; hasta tanto que la oración no deje parte de la concupiscencia viciosa y carnal, no recibirá el divino consuelo; porque no es clara, a los ojos de Dios, aquella oración mezclada con las heces de la carnalidad. Mas el hombre debe esforzarse cuanto pueda para huir de toda la hez de la viciosa concupiscencia, para que su oración sea limpia ante los ojos de Dios y pueda recibir la devoción y consolación divinas.

Un fraile preguntó a fray Egidio:

-Padre: ¿por qué sucede esto, que cuando el hombre adora a Dios es cuando es más tentado, combatido y trabajado que nunca?

A lo cual contestó fray Egidio:

-Cuando el hombre va a terminar alguna cuestión ante el juez, acude para exponerle sus razones y pedirle consejo y ayuda; cuando lo sabe, su adversario comparece enseguida para contradecirle y resistir a la demanda de aquel hombre, y pone empeño en echar por tierra todos sus razonamientos. De modo semejante sucede cuando el hombre acude a la oración; porque pide a Dios consejo y súbitamente comparece el demonio con sus tentaciones para hacer resistencia y contradicción y anular sus esfuerzos con industria y argumentos que impiden la oración; y todo para que su oración no sea aceptada por Dios y para que el hombre no saque de su oración ni provecho ni consuelo. Y esto es muy claro; porque cuando nosotros hablamos de las cosas del siglo, entonces no padecemos ni tentación ni hurto de entendimiento; pero si vamos a la oración para deleitar y consolar al alma con Dios, súbitamente sentiremos que hieren la mente las saetas de las diversas tentaciones del demonio para llevarnos al desvarío y el alma no encuentra deleite ni consuelo cuando habla con Dios.

  —238→  

Añadió fray Egidio que el hombre que ora debe hacer como el buen caballero en la batalla; el cual siendo hostilizado o combatido de su enemigo, no huye, sino que resiste varonilmente para llegar a la victoria y consolarse y alegrarse con la gloria; si huyese del combate, estando dañado y herido, sería ciertamente confundido, avergonzado y vituperado. De modo semejante hemos de hacer nosotros; esto es: no por tentaciones hemos de abandonar la oración, sino resistirlas animosamente; porque es bienaventurado el hombre que sufre tentaciones, dice el apóstol; pues que venciendo conquista la corona de la vida eterna; pero si el hombre por causa de las tentaciones se aparta de la oración, queda confuso, vencido y destruido por su enemigo el demonio.

Un fraile dijo a fray Egidio:

-Padre: yo veo que algunos hombres reciben gracia de devoción y de lágrimas en la oración, y yo no puedo sentir ninguna de estas gracias, cuando adoro a Dios.

A lo cual dijo fray Egidio:

-Hermano mío: yo te aconsejo que trabajes fiel y humildemente en la oración; porque el fruto de la tierra no puede obtenerse sin fatiga y sin cultivo; y aun después del trabajo, no viene enseguida el deseado fruto, hasta que llegue la estación; así Dios tampoco da súbitamente estas gracias al hombre en la oración, hasta que llegue el tiempo conveniente y hasta tanto que la mente no esté purgada de todo vicio o afección carnal. Luego, hermano mío, trabaja humildemente en la oración para que Dios, el cual es bueno y gracioso, y conoce todas las cosas y discierne cuál sea la mejor, cuando llegue el tiempo y la estación, te dará benignamente los frutos del consuelo.

Otro fraile dijo a fray Egidio:

-¿Qué haces, fray Egidio? ¿Qué haces?...

-Hago el mal -contestó fray Egidio.

Y objetó el mismo fraile.

-¿Qué mal haces?

Y entonces fray Egidio, volviéndose a otro fraile, le dijo:

-Dime, hermano mío: ¿Qué crees que es más presto, Dios concediéndonos una gracia o nosotros pedirla?

Y aquel fraile contestó:

-Es cierto que Dios es más pronto en darnos su gracia que nosotros en recibirla.

  —239→  

Y entonces dijo fray Egidio:

-Luego, ¿hacemos el bien?

-También obramos el mal -contestó el fraile.

Y entonces fray Egidio volviéndose al primero, le dijo:

-Hermano: he aquí cómo se demuestra claramente que hacemos mal; y cómo te contesté verdad diciéndote que obraba mal.

Dijo fray Egidio:

-Muchas obras son alabadas en la escritura, como lo son las obras de misericordia y otras; pero hablando el Señor de la oración, dice así: «El Padre celestial va buscando y quiere en la tierra hombres que le adoren en espíritu y en verdad».

Y aún dice fray Egidio que los frailes son como lobos; porque pocas veces salen en público y aun esto por necesidad; y aun así procuran retornar cuanto antes a su escondite sin demorar mucho tiempo ni conversar con las gentes. Las buenas obras adornan al alma; pero, sobre todas, la oración adorna e ilumina al alma.

Un fraile compañero y muy familiar de fray Egidio, dijo:

-Padre: ¿por qué no vas alguna vez a hablar de las cosas de Dios, amaestrando y procurando la salud de las almas?

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: yo quiero satisfacer al prójimo con utilidad y sin daño de mi alma; esto es: con la oración.

Y aquel fraile dijo:

-Ve alguna vez, al menos, a visitar a tus parientes.

Y fray Egidio contestó:

¿Ignoras por ventura que el Evangelio dice: «Abandonarás a tus padres, hermanos y posesiones por mi nombre y recibirás el ciento por uno?» -y añadió-: Un gentilhombre, cuyas riquezas alcanzaban quizá a 60.000 liras, entró en la Orden de los frailes; luego grandes cosas pertenecerán al que lo abandona todo, dando Dios el ciento por uno. Pero siendo ciegos, cuando vemos a un hombre virtuoso o en gracia de Dios, no podemos comprender su perfección por nuestra ceguera e imperfección. Pero si el hombre fuese verdaderamente espiritual, apenas querría ver a nadie; porque el verdadero espiritual desea siempre separarse de la gente y unirse con Dios por la contemplación.

Luego fray Egidio dijo a un fraile:

-Padre: quisiera mucho saber qué es contemplación.

A lo cual contestó:

  —240→  

-Yo ya no lo sé.

Entonces fray Egidio dijo:

-Paréceme que el grado de la contemplación está en el fuego divino y en una devoción suave del Espíritu Santo, y en un rapto o suspensión de la mente embriagada del gusto inefable de la dulzura divina; en una dulce y quieta delectación del alma que está suspendida y arrobada con grande admiración de las gloriosas cosas supremas y celestiales; y en un ardiente sentimiento de aquella gloria celestial e innarrable.




ArribaAbajo- XII -

Capítulo de la santa cautela espiritual


¡Oh, tú, siervo del rey celestial, que quieres aprender los misterios de las cautelas útiles y virtuosas de la santa doctrina espiritual! Abre bien los oídos de tu entendimiento, de tu alma, y recíbelas con deseo del corazón; conserva solícitamente en la casa de tu memoria el precioso tesoro de estas doctrinas, advertencias y cautelas espirituales, y serás defendido de los malignos y sutiles asaltos de tus enemigos materiales e inmateriales, y caminarás seguro, con humilde audacia, navegando por el mar tempestuoso de la presente vida hasta que llegues al deseado puerto de salud. Atiende, pues, hijo mío, y entiende y advierte lo que te digo. Si quieres ver bien, quítate los ojos y hazte ciego; si quieres caminar bien, mantente firme y camina con la mente; si quieres obrar bien, átate las manos y emplea el corazón, si quieres amar bien, ódiate; si quieres ganar mucho y hacerte rico, pierde y hazte pobre; si quieres gozar y estar descansado, aflígete a ti mismo y teme y tente a ti mismo por sospechoso; si quieres verte exaltado y con grandes honores, humíllate y vitupérate a ti mismo; si quieres ser tenido en gran reverencia, despréciate a ti y haz reverencia a los que te desprecian o injurian; si quieres tener el bien, sufre el mal; si quieres ser bendecido, desea ser maldecido de la gente, y si quieres descanso verdadero y eterno, fatígate y aflígete y desea toda aflicción temporal. ¡Oh, cuánta y cuán grande sabiduría saber obrar estas cosas! Y como son grandes y altísimas, sólo a muy pocos son concedidas por Dios. Pero quien las estudiase verdaderamente bien, y las actuase, dígole que no es preciso acuda a Bolonia o a París para aprender otra teología; porque   —241→   si el hombre viviese mil años y no tuviese que hacer obra alguna ni su lengua decir palabra alguna, dígole que fuera bastante ejercitándose dentro de su corazón, trabajando interiormente en su purificación y enderezamiento y justificación de su alma y de su entendimiento. El hombre no debería querer ni ver, ni oír, ni hablar cosa alguna, sino en cuanto es de utilidad para su alma. El hombre que no se conoce es un desconocido. ¡Ay, de nosotros, si recibimos las gracias y los dones del Señor y no los sabemos conocer! Y más ¡ay, de aquéllos que ni les reciben ni los conocen ni se cuidan de conquistarlos y de haberlos! Si el hombre se conforma a la imagen de Dios y al querer divino, se transmuta; pero Dios no muda jamás.




ArribaAbajo- XIII -

Capítulo de la ciencia útil y de la ciencia inútil


El hombre que quiere saber mucho debe trabajar mucho y humillarse mucho, rebajándose a sí mismo e inclinando la cabeza hasta que el pecho vaya por tierra, y entonces el Señor le dará mucha ciencia y mucha sabiduría. La suma sabiduría consiste en obrar siempre bien, virtuosamente, guardándose mucho de todo defecto y de toda ocasión de defecto, y considerar siempre los juicios de Dios.

Cierta vez dijo fray Egidio a uno que quería ir a la escuela para aprender la ciencia.

-Hermano mío: ¿Por qué quieres ir a la escuela? Yo te hago saber que la suma de toda ciencia consiste en temer y amar, y estas dos cosas te bastan; porque tanta sabiduría necesita el hombre, como necesita para obrar y no más. No te muestres demasiado solícito por utilidad de los otros, sino siempre estúdiate y solicita y obra aquellas cosas que te son útiles a ti mismo; porque muchas veces sucede que queremos saber mucho para ayudar a los otros, y poca para ayudarnos a nosotros mismos; y yo digo que la palabra de Dios no es del decidor ni del oyente, sino del que obra. Algunos que no supieron notar esto, entraron en el agua para ayudar a los que se ahogaban y sucedió que se ahogaron con ellos. Si tú no procuras bien la salud de tu alma ¿cómo puedes procurar la de tu prójimo? Y si tú no obras el bien en tus propias acciones ¿cómo harás   —242→   para que los otros obren el bien? Porque no es de creer que tú ames más las almas ajenas que la tuya propia. Los predicadores de la palabra de Dios deben ser bandera, candela y espejo del pueblo. Bienaventurado el hombre que de tal manera guía a los demás por los caminos de la salud, que no cesa de andar por este camino. Bienaventurado el hombre que de tal modo incita a los demás a correr, que él tampoco cesa de correr. Y más bienaventurado aquél que de tal modo ayuda a los otros a ganar y enriquecerse, que tampoco deja de enriquecerse a sí mismo. Creo que el buen predicador más se amonesta y se predica a sí mismo que a los demás. Me parece que el hombre que quiere convertir y atraer las almas de los pecadores al camino de Dios, debe siempre estar en el temor de no ser pervertido por ellos y atraído al camino de los vicios, y del demonio y del Infierno.




ArribaAbajo- XIV -

Capítulo del bien hablar y del mal hablar


El hombre que habla buenas y útiles palabras para las almas, es verdaderamente como la boca del Espíritu Santo; y, al contrario, el hombre que habla malas palabras e inútiles a las almas, es ciertamente boca del demonio. Cuando alguna vez los hombres buenos y espirituales se reúnen para hablar entre sí, debieran hablar siempre de las bellezas y de las virtudes, para apacentarse de virtudes, deleitándose en ellas; porque deleitándose y paciéndose de virtudes, más se estimularán mutuamente; y ejercitándose en ellas, adquirirán mayor amor a las mismas; y por aquel amor y aquel ejercicio, subirán al más fervoroso amor a Dios y al más elevado estado del alma; por cuya razón les serían concedidos por Dios más dones y más gracias divinas. Cuando más tentado está el hombre, tanto más necesidad tiene de hablar de las virtudes y suavemente el hombre es conducido y dispuesto al bien obrar de las santas virtudes y ¿qué podría decir del bien que producen las virtudes? Porque es tan y tan grande, que no podemos hablar dignamente de su gran excelencia, admirable infinita; y aun ¿qué diremos del mal y de la pena eterna que procede de los vicios? Porque el mal es tan grande y tan profundo el abismo, que para nosotros es imposible e incomprensible pensarlo y hablar de él. Yo no reputo que sea mayor   —243→   virtud saber hablar bien que saber callar bien; y opino que precisa que el hombre tenga el cuello largo como las grullas, para que, cuando quiera hablar, su palabra hubiese de pasar por muchos nudos antes de llegar a la boca; es decir: cuando el hombre quisiese hablar, tuviese necesidad de pensar y volver a pensar y examinar y discernir muy bien el cómo, el porqué, el tiempo, el modo, las condiciones de sus oyentes y su propio efecto y la intención de su motivo.




ArribaAbajo- XV -

Capítulo de la buena perseverancia


¿De qué sirve al hombre ayunar mucho y orar y hacer limosna y afligirse a sí mismo con gran sentimiento de las cosas celestiales, si no llega al puerto de salud, es decir, de la buena y firme perseverancia? Alguna vez ocurre lo siguiente: que aparece en el mar alguna nave muy bella, grande, fuerte, nueva y llena de muchas riquezas; y sucede que por efecto de alguna tempestad o impericia del gobernador, perece y se sumerge aquella nave y se anega miserablemente, no llegando al deseado puerto... Luego, ¿de qué le sirven su belleza, bondad y riquezas si todo queda sumergido para siempre en el piélago del mar? Y también sucede alguna vez que una navecilla aparece en el mar, pequeña, vieja y escasamente llena de mercancía, que teniendo un buen gobernador discreto, pasa la tempestad y se defiende del profundo piélago del mar y llega al puerto deseado. Y lo mismo sucede a los hombres en el tempestuoso mar del mundo.

Y decía, además, fray Egidio:

-El hombre siempre debe temer. Aun cuando se halle en la prosperidad o en otros estados o en gran dignidad o en gran perfección de estamento, si no es buen gobernador, esto es, si no actúa con discreto regimiento, puede peligrar y hundirse en el piélago de los vicios; para evitarlo le precisa la perseverancia de que hablaba el apóstol. No quien comienza, sino quien hasta el fin persevera obtendrá la corona. Cuando nace un árbol, no se hace grande de súbito; y como no se hace grande enseguida, tampoco enseguida da fruto, y cuando lo da, no llega a la boca de su dueño porque los frutos demasiado prematuros caen a tierra, se echan a perder y son comidos   —244→   de los animales; pero perseverando hasta la debida estación, el dueño del árbol recoge la mayor parte de sus frutos.

Aún dijo fray Egidio:

-¿De qué me serviría gustar durante cien años el reino de los Cielos, si no persevero y no llego al fin?

Y aún añadió:

-Yo reputo que existen dos cosas, que son grandísimas gracias y dones de Dios y que se pueden conquistar en esta vida: esto es, la perseverancia con amor en el servicio de Dios, y el guardarme siempre de no caer en pecado.




ArribaAbajo- XVI -

Capítulo de la verdadera religión


Decía fray Egidio, hablando de sí mismo:

-Yo prefiero una poca gracia de Dios estando en religión que muchas y extraordinarias gracias viviendo en el mundo; porque en el siglo existen muchos impedimentos y peligros y menos remedios y ayuda que en la religión.

Y también dijo fray Egidio:

-Yo creo que el hombre pecador teme más por su bien que no su daño y su mal; porque teme entrar en religión y hacer penitencia; pero no teme ofender a Dios y a su alma, permaneciendo en el siglo, duro y obstinado en el fangal fastidioso de sus pecados, esperando su última condenación eterna.

Un hombre seglar preguntó a fray Egidio, diciendo:

-Padre: ¿qué me aconsejas que haga? ¿Que entre en religión o permanezca en el mundo haciendo buenas obras?

A lo cual fray Egidio contestó:

-Hermano mío: muy cierta cosa es que si algún hombre conociese que existe un gran tesoro oculto en el campo común, no pediría consejo a nadie para entender si le conviene o no ir por él y llevárselo y esconderlo en su casa. ¡Cuánto más debería el hombre estudiarse y darse prisa con gran eficacia y solicitud en buscar aquel tesoro celestial que se encuentra en las religiones y congregaciones espirituales, sin necesidad de consejos!

  —245→  

Y aquel seglar, habiendo oído esta respuesta, distribuyó enseguida sus bienes a los pobres y así, despojado de todo, entró en religión.

Decía fray Egidio:

-Muchos hombres entran en religión, pero no ponen en práctica muchas de las cosas que pertenecen al estado perfecto de la santa religión; éstos se parecen a aquel necio que vistiose las armas de Orlando, sin saber pelear, ni aun vestírselas. No todo hombre sabe cabalgar un caballo huraño y malicioso; y si lo cabalga a lo mejor no sabe siempre guardarse de la caída, cuando el caballo galopa o es malicioso.

Aún dijo fray Egidio:

-No reputo como un gran hecho el entrar en la corte del rey; ni reputo como gran cosa saber conservar alguna gracia o beneficio del rey; lo difícil y grande es permanecer en la corte, saber habitarla y conversar, perseverando según le conviene. El estado de la corte del gran Rey celestial es la santa religión, donde no hay fatiga en la entrada y en el recibir algunos dones y gracias de Dios; pero grande hecho es saber vivir bien y conservar y perseverar en ella discretamente hasta el día de la muerte.

Y aún dijo fray Egidio:

-Mejor quisiera estar en el estado secular y continuamente esperar y desear con devoción entrar en religión, antes que vestir el hábito en la santa religión, sin ejercitarme en obras espirituales y perseverando en la pereza y en la negligencia. Porque el hombre religioso debe siempre esforzarse en vivir bien y virtuosamente, sabiendo que no puede vivir en otro estado fuera del de su profesión.

Una vez dijo fray Egidio:

-Creo que la religión de los frailes menores fue verdaderamente ordenada por Dios para utilidad y gran edificación de las gentes. Pero ¡ay de nosotros, hermanos, si no somos lo que debemos ser! Cierta cosa es que en esta vida no se hallarían hombres más afortunados que nosotros; porque es santo el que sigue al santo y es verdaderamente bueno, en el camino de la bondad, y es rico con la verdadera riqueza; porque la religión de los frailes menores, mejor que ninguna otra religión, sigue las pisadas y las andanzas de lo mejor, de lo más rico y de lo más santo que jamás ha sido ni será, esto es: de Nuestro Señor Jesucristo.



  —246→  

ArribaAbajo- XVII -

Capítulo de la santa obediencia


Cuando más constreñido se halla el religioso bajo el yugo de la santa obediencia, por el amor de Dios, tanto mayor fruto de sí mismo dará a Dios; y cuanto más sujeto se hallare a su superior para honor de Dios, tanto más limpio y libre se verá de sus pecados. El religioso verdaderamente obediente es semejante al caballero bien armado, con buen caballo, que pasa y rompe seguramente las filas de sus adversarios sin temor, porque ninguno de ellos le puede ofender. Pero el que obedece con murmuración y con violencia, es semejante al caballero desarmado y jinete en el mal caballo; el cual entrando en batalla será abatido por sus enemigos y herido y preso, y quizá encarcelado y condenado a muerte. El religioso que quiere vivir según el arbitrio de su propia voluntad, demuestra que quiere edificarse una habitación en lo profundo del Infierno. Cuando el buey mete su cabeza bajo el yugo, entonces trabaja bien la tierra que rendirá el fruto de su tiempo; pero cuando el buey se vuelve vagabundo, la tierra queda sin cultivo y selvática y no rinde su fruto... Y así el religioso que somete su cabeza al yugo de la obediencia, mucho fruto rinde al Señor Dios en tiempo oportuno; pero el que no obedece de buen grado a su superior, permanece estéril y selvático y sin fruto de su profesión. Los hombres sabios y magnánimos se someten prontamente, sin dudar, y poner su cabeza bajo el yugo de la santa obediencia; pero los estultos y pusilánimes pretenden sacar la cabeza fuera del yugo, y después ya no obedecen a criatura alguna. Mayor perfección reputo que halla el siervo de Dios obedeciendo puramente a su prelado por reverencia y amor de Dios, que no fuera obedeciendo propiamente a Dios, si Dios le ordenase; porque el que es obediente a un vicario del Señor, da a entender que es todavía más obediente al Señor mismo si le mandase. Aun creo que si alguno hubiese prometido obediencia a otro, estando hablando con los ángeles, y aquél le llamase, debe correr a la obediencia por el amor de Dios. Quien ha puesto su cabeza bajo el yugo de la obediencia santa y después saca la cabeza queriendo una mayor perfección, dígole que esto no es perfecto, sino   —247→   grandísima soberbia de su alma. La obediencia es el camino de todo bien y de toda virtud; y la desobediencia es camino de todo mal y de todo vicio.




ArribaAbajo- XVIII -

Capítulo de la memoria de la muerte


Si el hombre tuviese siempre ante sus ojos la memoria de su muerte, y el último juicio eternal y de las penas y martirios de las almas condenadas, cierta cosa es que nunca tendría ganas de pecar y de ofender a Dios. Y si fuese posible que algún hombre hubiese vivido desde el principio hasta la hora presente y en todo este tiempo hubiese sostenido adversidades, tribulaciones, penas, aflicciones y dolores; y este hombre muriese y fuese su alma a buscar el premio eterno del bien celestial, ¿le haría daño todo aquel mal sufrido? Y de un modo semejante: si el hombre en todo el tiempo dicho hubiese gozado de todo bien y deleite, placer y consuelo del mundo y después muriendo su alma fuese a las penas eternas del Infierno ¿de qué le serviría todo aquel bien de que gozó en el mundo?

Un hombre vagabundo dijo a fray Egidio:

-Yo te digo que vivirla contento mucho tiempo en este mundo, teniendo grandes riquezas y viviendo en la abundancia y verme muy honrado.

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: aunque fueses señor de todo el mundo y vivieses mil años en todo deleite, delicia y placer y consolación, dime: ¿Qué mérito o qué premio esperarías de tu mísera carne a la cual quisieras servir y agradar tanto? En verdad te digo, que el hombre que vive bien, según Dios, y que se guarda de ofender a Dios, ciertamente este hombre recibirá de Dios sumo bien e infinito premio eternal y gran abundancia y gran riqueza y grande honor, y vida larga, eterna, en la perpetua gloria celestial; a la cual nos conduzca este buen Dios Señor y Rey nuestro Jesucristo; en loor de ese Jesucristo, y del pobrecito Francisco. Amén.







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ArribaAbajoApéndices al libro de las florecillas


ArribaAbajo- I -

Epístola de fray Maseo a los frailes, dándoles cuenta de la despedida de San Francisco al monte Auvernia28


¡Jesús y María, Esperanza mía!

Fray Maseo, pecador, indigno siervo de Jesucristo, compañero de fray Francisco de Asís, varón gratísimo a Dios; a todos los hermanos e hijos del gran Patriarca Francisco, Alférez de Cristo, paz y salud.



Determinado que estuvo el gran patriarca a dar el último adiós a este sagrado monte el 30 de septiembre de 1224, día de San Jerónimo, habiéndole enviado el conde Orlando de Chiusi un jumento en que pudiese cabalgar, pues no podía fijar los pies en tierra por tenerlos llagados y agujereados con clavos, después de oír Misa de madrugada, según su costumbre, en Santa María de los Ángeles, llamó a todos al oratorio y les mandó por santa obediencia que viviesen   —250→   en mutua caridad, que se aplicasen en la oración y que siempre cuidasen de aquel lugar, haciendo allí los oficios, noche y día. Recomendó asimismo todo el sagrado monte, exhortando a sus frailes presentes y futuros a no permitir nunca que sea profanado, sino antes bien que procurasen que fuese respetado y reverenciado; y dio su bendición a cuantos lo habiten y a todos los que lo respeten y reverencien.

Y, al contrario, dijo:

-Sean confundidos los que no fuesen respetuosos con este lugar y cuenten con el merecido castigo de Dios.

Y a mí me dijo:

-Has de saber, fray Maseo, que es mi intención que moren en este monte religiosos temerosos de Dios y de los mejores que haya en mi Orden; y así, mis superiores cuiden de enviar los mejores a este monte. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! -fray Maseo-. ¡No diré más!

Luego me ordenó e intimó a mí, fray Maseo, y a fray Ángel, a fray Silvestre y a fray Iluminado, que tuviésemos especial cuidado del lugar en que sucedió aquella cosa tan maravillosa de la impresión de las llagas. Después de esto dijo:

-Adiós, adiós, adiós, fray Maseo.

Y volviéndose a fray Ángel, dijo:

-Adiós, adiós...

Y lo mismo a fray Silvestre y a fray Iluminado. Y añadió luego:

-Quedaos en paz, hijos míos carísimos. Adiós. Yo me separo de vosotros con la persona, pero os dejo mi corazón. Yo me marcho con fray Ovejuela de Dios y me voy a Santa María de los Ángeles y no volveré más aquí. Me marcho. Adiós, adiós a todos. Adiós monte Auvernia; adiós monte de Ángeles. Adiós, carísimo hermano halcón; gracias por la caridad que tuviste conmigo. Adiós, peñasco Spicco, porque ya no te veré más. Adiós, Roca que me recibiste en tu seno dejando burlado al demonio. Ya no nos veremos más. ¡Adiós, Santa María de los Ángeles; te encomiendo estos hijos míos, oh, Madre del Verbo Eterno!

Mientras que nuestro padre amadísimo decía estas palabras, nuestros ojos eran como fuentes de lágrimas; por lo cual él también marchó llorando, llevándose consigo nuestros corazones y nosotros quedamos huérfanos con la muerte del tal padre.

Yo, fray Maseo, lo escribí con lágrimas.

¡Dios nos bendiga!



  —251→  

ArribaAbajo- II -

De cómo San Francisco y fray Bernardo pidieron limosna29


Poco después de la fundación de la Orden, fue un día San Francisco a la ciudad a pedir limosna con fray Bernardo, el primogénito de sus frailes.

Acosados por el hambre los pobrecillos de Cristo y sintiendo cada vez más vivamente la necesidad de comer, dijo el santo padre a su compañero:

-Carísimo: esperémonos aquí cuando volvamos de pedir limosna por amor de Dios.

Con este acuerdo se separaron y recorrieron muchas calles y plazas, llamando a las puertas de las casas y entrando en ellas confiadamente pidieron limosna y les fue dada con reverencia.

Mas el devoto fray Bernardo, quebrantado por la mucha fatiga, no guardaba nada, sino que comía, apenas se los daban, los mendruguillos de pan y demás restos de viandas que le ofrecían. De modo que cuando volvió al lugar convenido no había reservado ni llevaba nada.

Luego llegó el padre San Francisco trayendo la limosna que había recogido y enseñábala a su compañero con alegría, diciendo:

-Mira, hermano mío, cuánta limosna que me ha dado la Divina Providencia. Saca lo que has recogido tú y comamos juntos en el nombre de Dios.

Fray Bernardo, muy humillado y tembloroso, se echó a los pies del piadoso padre, diciendo:

-Padre mío: confieso mi culpa. No he traído nada de las limosnas que recogí, sino que he ido comiendo cuanto me dieron, porque casi me moría de hambre.

Oyéndole San Francisco, lloró de alegría y le abrazó, diciendo:

-¡Oh, hijo dulcísimo! En verdad eres tú más dichoso que yo porque eres un perfecto observador del santo Evangelio, puesto que no has acumulado ni guardado cosa alguna para el día de mañana, sino que todo tu pensamiento lo pusiste en el Señor.

En alabanza de Cristo. Amén.





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El Cántico del sol

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ArribaAbajoPrenota

Tomás de Celano llamó más propiamente a este himno Cántico de las criaturas, y desde entonces es conocido por ambos títulos.

Por algún tiempo se negó a San Francisco la paternidad de estas suavísimas estrofas; pero después de las investigaciones críticas especialmente de L’Affo, D’Ancona, Monaci, Gaspary, Hasse, Teza, Bartoli, Mestica, Falocci-Pulignani, Sabatier, etc. (larguísima es la bibliografía), definitivamente se atribuye al Poverello d’Ascesi su paternidad.

No se sabe si el original fue escrito en latín o en dialecto italianoumbro; de todos modos, la edición o versión italiana fue enseguida popularísima, y si se dan variantes más o menos notables entre los códices conservados, débense, sin duda, al afán de copiarlo. No han faltado autores que supusieran que la primera redacción del Cantico del Sole, fuese en catalán de Provenza; lo cierto es que allí cundieron también las copias o versiones provenzales, si bien hay que considerar que la Orden de San Francisco fundó conventos en Cataluña desde sus primeros tiempos.

Después del cotejo crítico de los antiguos códices, ofrécese impecable el hermoso himno en lenguaje umbro del siglo XIII.

Il Cantico del Sole es el poema del alma cristiana, selectamente cristiana, de San Francisco de Asís; es el verdadero peana cristiano compuesto en loor del Creador; es la expresión de la sincera alegría cristiana del alma que ve a Dios en todas partes y su imagen en cada una de las criaturas. En un abrazo suavísimo, es una síntesis de amor al Universo y por el Universo a Dios; es una identificación   —256→   o una feliz semejanza al canto bíblico de Daniel30 y al salvo 148 de David.31

Ernesto Renan,32 dijo, hablando del Cantico del Sole, que, aun no siendo le plus beau morceau de poésie religieuse depuis les Évangiles, no obstante es la plus complète expression du sentiment religieux moderne. Es la poesía lírica admirable porque es un cántico de sinceridad y surge de los labios de San Francisco de Asís, límpido y fragante.

come la ninfea del grembo delle acque

al decir del ilustre Padovan.33





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ArribaAbajoCántico del sol o de las criaturas

de nuestro seráfico padre San Francisco


Versión del original contenido en códice L. II, m. 6, Miscelánea franciscana, del siglo XIV, existente en Asís.

Hállase transcrito literalmente por Miguel Falocci Pulignani, con la misma gráfica primitiva, en el ya raro opúsculo Il Cantico del Sole (Foligno, 1888). Padovan reproduce dicho texto, con la misma gráfica, en su obra I Fioretti di San Francesco e Il Cantico del Sole (Milán, 1927, págs. 388 y siguientes).



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ArribaEl Cántico del sol

San Francisco amaba a todas las criaturas y muy afectuosamente al Sol y al Fuego.

Y decía:

-Al amanecer, cuando sale el Sol, todos los hombres han de alabar a Dios que lo creó para utilidad nuestra y porque el Sol nos alumbra el día. Y a la tarde, cuando anochece, todos le deberían alabar por el hermano Fuego que de noche nos alumbra.

-Pues todos somos como ciegos y el Señor nos ilumina por medio de estos dos bellos hermanos nuestros.

-Por esto debemos alabar mucho al Criador por éstas y las demás criaturas de las cuales nos servimos.

Cuéntase también que aun en el mismo lecho de muerte cantaba San Francisco las alabanzas que había compuesto en honor de Dios Nuestro Señor, y aún rogaba a sus compañeros que las cantasen para olvidarse de lo acerbo de los dolores.

Y decía que el Sol es la más hermosa de las criaturas y el más amable de nuestros hermanos irracionales, porque es la criatura que más se asemeja a Dios, a Quien en la Sagrada Escritura se designa con el nombre de Sol de Justicia, que todo lo esclarece.

Y así dice que quiso San Francisco de Asís llamar Cántico del Hermano Sol, al poema de alabanzas que él mismo compuso.

Ofrecemos la traducción literal del Cántico, teniendo a la vista la copia exacta, con su gráfica peculiar, del códice italianoumbro, de Asís.

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¡Altísimo, Omnipotente, Buen Señor! Tuyas son las alabanzas y la gloria y el honor y toda bendición.



Cántico del Hermano Sol


¡Altísimo, Omnipotente, Buen Señor!
Tuyas son las alabanzas y la gloria y el honor
y toda bendición.

A ti solamente, ¡Oh Altísimo!, corresponden;
y hombre alguno es digno  5
de pronunciar tu nombre.

Loado seas, Señor Mío,
por todas las criaturas,
especialmente por mi señor Hermano el Sol;
pues por él haces el día y nos alumbras.  10
Y él es bello y radiante con gran esplendor;
y de Ti. Altísimo, lleva la significación.
Loado seas, Señor mío, por el Hermano Viento
y por el Aire
y la Nube,  15
por la Hermana Luna y las Estrellas;
en el cielo las has formado
esclarecidas, preciosas y bellas.
Loado seas, Señor mío, por el Hermano Viento
y por el Aire y el Nublado  20
y el Sereno y todo tiempo
según el cual das a las criaturas su sustento.

Loado seas, Señor mío, por la hermana Agua,
la cual es muy útil
y humilde y preciosa y casta.  25

Loado seas, Señor mío, por el Hermano Fuego,
por el cual alumbras la noche;
y es él bello y alegre
y robusto y fuerte.

Loado seas, mi Señor, por la Hermana  30
nuestra Madre Tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce frutos diversos,
con coloridas flores y hierba.

Loado seas, Señor mío, por aquéllos  35
que por tu amor perdonan
y sostienen enfermedad y tribulación.
Bienaventurados los que se sostienen en paz;
porque, por Ti, ¡oh Altísimo!,
han de ser coronados.  40
han de ser coronados

Loado seas, Señor mío, por nuestra Hermana
la muerte corporal,
de la cual hombre alguno
podrá escapar.  45
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Y ¡ay de aquellos que morirán en pecado mortal!
Y Bienaventurados aquéllos
a quienes encontrará haciendo tu santísima voluntad
que la muerte segunda no les hará daño.

¡Load y bendecid a mi Señor,  50
y dadle gracias
y servidle con grande humildad!







 
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