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ENSAYO

La prosa gallega, que estaba saliendo de las catacumbas al comienzo de la sublevación, se asienta definitivamente en el exilio americano de la mano -¡cómo no!- de A.R. Castelao, quien en 1938 abandona Nova Galiza78 en misión cultural por encargo del Gobierno de la República, misión de la que ya no regresó a España: desde Francia embarca para Estados Unidos, donde visita las organizaciones de ayuda a la República y antirracistas, llegando a convertirse en Presidente Honorario de la Federación Internacional de Sociedades Negras de Nueva York, para dirigirse a Buenos Aires después de su conferencia sobre la galleguidad de Valle en su paso por Cuba.

En Buenos Aires aparece la primera edición de Sempre en Galiza79, convertida ya en un clásico y síntesis de todo el pensamiento galleguista, donde el pensador y político analiza con rigor la situación de Galicia y sienta las bases de toda acción política futura. La obra consta de cuatro partes y un «Atrio» o prólogo, fechado en Badajoz en 1935: el «Libro primero»(Barcelona-Valencia 1937) recoge los artículos publicados durante la guerra civil, especialmente en Nova Galiza; el «segundo»(Nueva York y Atlántico 1940) constituye un duro ataque a los políticos republicanos de distinto signo por sus actitudes centralistas; en el «tercero» (Buenos Aires 1943) trata de redefinir lo esencial gallego desde el destierro hacia la Galicia futura: Patria, Nación y Estado; por último, («cuarto»), tomando la imagen del viaje en barco de Marsella a Buenos Aires en el verano de 1947, rememora Castelao las raíces históricas de la galleguidade, entroncado en las supuestas raíces celtas. Pese a la mitificación («Biblia del galleguismo», se repite tópicamente), Sempre en Galiza ha perdido bastante lozanía y quizás parte de los postulados carezcan de sentido en una sociedad post-industrial, soñados como estaban en un mundo atávico y ancestral, ligado a la Galicia rural de la primera mitad, del siglo:

La situación sociopolítica -y, por tanto, también la económica- del mundo es muy distinta a la vigente en los años en que Castelao escribió su libro y, lógicamente, el pensamiento del noble guía del galleguismo quedó parcialmente desfasado80.


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Aquejado ya del cáncer que le llevó a la tumba, apenas si tuvo tiempo de ver las primeras planchas de su monumental As cruces de pedra na Galiza81, que permanece como un clásico por su valor antropológico, «notable contribución a la historia del arte universal» en palabras de Blanco-Amor.

Sin llegar a la significación de las obras de Castelao, cabe señalar la existencia de importantes ensayos nacidos en el exilio, como son el monumental de A. Vilanova: Los Gallegos en la Argentina82; una curiosa reflexión sobre la deshumanización de una ciencia sin ética: Riesgo y promesa de la ciencia, del pontevedrés José Otero Espasandín; cabría citar el excelente libro de viajes de E. Blanco-Amor: Chile a la vista83. De los exiliados en USA dos profundos ensayos literarios: de Emilio González López, Doña Emilia Pardo Bazán, novelista de Galicia y Lengua y estilo de Eça de Queiroz de Ernesto Guerra da Cal, además de su importante obra poética.

TEATRO

Las sociedades gallegas habían desarrollado toda una infraestructura teatral con compañías propias en Buenos Aires; una de esas compañías asume el protagonismo histórico del teatro gallego al poner en escena el 14 de agosto de 1941 Os vellos non deben namorarse, cumbre del teatro gallego84. La obra, de una enorme plasticidad, muestra, en su rudimentaria acción dramática, las perniciosas consecuencias que el enamoramiento tiene para tres hombres viejos que pretenden cortejar y conquistar jóvenes amantes. Pero el argumento es un puro pretexto para llevar sobre los escenarios una serie de elementos plásticos de la tradición gallega: las máscaras de carnaval, los danzantes del folklore popular, el coro griego reducido al grupo de plañideras; todos estos elementos, combinados con los decorados y las máscaras que el propio Castelao pintó, convirtieron el acontecimiento de la puesta en escena en un hecho fundamental para la cultura gallega contemporánea.

Por estos mismos años Blanco-Amor creó en Buenos Aires el «Teatro Español de Cámara» El Tinglado, con actores de la compañía de Margarita Xirgu, que tuvo una importancia crucial divulgando entre las sociedades gallegas obras del teatro, clásico, especialmente entremeses cervantinos, de Lope de Rueda, o Ramón de la Cruz, así como obras de Alejandro Casona o Calderón. El éxito de Blanco-Amor sobrepasa el ámbito, de estas sociedades y aparece ampliamente reseñado en los grandes diarios porteños. En 1957 Blanco-Amor, de regreso de su experiencia chilena, funda en Buenos Aires el «Teatro Popular Gallego», en la misma línea que el anterior: gusto por lo popular, como forma de educar a un público no excesivamente formado, pero, que se siente orgullosos de verse en los escenarios en las fiestas de las sociedades, afirmando sus propios rasgos de identidad en un ambiente, la mayoría de las veces, hostil.

Incluso dentro de los «intelectuales» se lanzaban a Blanco-Amor -idénticas acusaciones que las que se hacían a Os vellos..., de Castelao- de rebajar planteamientos estéticos en un teatro poco «clásico»; pero visto desde la perspectiva actual hay que destacar que este teatro contribuyó a mantener la dignidad del idioma gallego, afirmó el espíritu de exiliados y emigrantes, en unos años en que se reafirmaban los organismos galleguistas en Buenos Aires: nace el Instituto Argentino de Cultura Gallega (1954) y la Asociación Galega de Universitarios, Escritores e Artistas (AGUEA, 1956).

Este ambiente recibe de manera entusiasta la contribución de Blanco-Amor al teatro gallego. Sus Farsas85 son saludadas por Núñez Búa como continuadoras del esperpento de Valle. R. Dieste publica su Viaje, duelo, perdición, (1945) en la Editorial Atlántida, en la que trabaja desde su llegada a Buenos Aires:

Dieste dedicó gran atención al estudio de la técnica teatral y ejerció todas sus dotes de escritor y escenificador siempre que se le ha brindado la ocasión, y por esto su teatro ofrece una solidez, un dinamismo una riqueza de recursos plásticos, dialécticos y emotivos realmente excepcional86.


Seoane contribuye también a la historia del teatro gallego del exilio con textos enraizados en lo popular: A soldadeira y O irlandés astrólogo, con las que quiere alimentar las necesidades culturales de sus emigrantes.

POESÍA


¿Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?


León Felipe                


La poesía es sin duda el género más cultivado por los exiliados, tanto en gallego como en castellano. Inmediatamente antes de la guerra sale a la luz Horizonte evadido y, poco después de acabada, En soledad amena, de   —48→   Blanco-Amor87, poesía intimista, nacida con los ropajes vanguardistas de los veinte, ajena a la problemática que vive en esos momentos su autor. Por esas mismas fechas (1937) cultiva Blanco-Amor una poesía radicalmente distinta como sus «La Gloriosa. Cantos a la aviación española», aparecido en Nova Galiza o su poemario «Cantos a Galiza encadeada», compuestos en 1937, respondiendo a los cánones de la poesía política del momento en línea con Neruda o Vallejo, pero con un lenguaje más decimonónico cercano al de Curros, con evidentes reminiscencias del poemario de Pondal Os Eoas, a la manera de los poemas homéricos o germánicos88. Años más tarde vuelve a la poesía en gallego con su Cancioneiro89, cultivando ahora una poesía melancólica en la que se percibe la influencia de los cancioneros medievales, especialmente por el uso del «leixa-pren», en línea con el llamado «neotrovadurismo» de la posguerra, con el mismo «desacougo» vital característico de anteriores poemarios.

Pero sin duda alguna los poetas del exilio por antonomasia son Lorenzo Varela y Luis Seoane, tanto por ser los que mantienen una continuidad unitaria -un corpus- como por la densidad de su obra.

Lorenzo Varela (Jesús Varela Vázquez) gozó de enorme popularidad durante la guerra por sus poemas directos «en que la palabra se convertía en arma de combate al servicio de la causa popular»90. Inicia su obra del exilio, en castellano, con Torres de Amor91, donde su poesía se vuelve concentrada, densa y épica a la vez, en tonos que recuerdan profundamente a Miguel Hernández:


Con la alegría del tambor que suena
y nos cita al rescate de la noble bandera,
llamando a los aceros varones al combate
por la palabra España o la palabra Estrella,
o Novia, o Camarada, o Libertad, o Madre:
así quiero canciones, amor, armas.
¡Así!


En 1944 aparece Catro poemas para catro grabados92, acompañan los grabados de Seoane, recuperando personajes de la mitología literaria de Galicia: María Pita, Ruy Xordo, María Balteira. Su libro Lonxe93 es un canto a la nostalgia, la angustia de la ausencia y el dolor de la tierra (morriña) lejana, sin perder el sentimiento de lucha, simbolizada en los maquis y la solidaridad, como expresa el poema que encabeza el presente artículo.

De Luis Seoane hemos hablado como editor, artista plástico y ensayista; pero su obra poética marca un hito en la poesía gallega de posguerra, al iniciar con diez años de antelación sobre Longa noite de pedra la poesía social, tal como, señala Pilar Vázquez Cuesta. En efecto, Fardel do esiliado94 es ante todo «el grito de un hombre, el desgarre que producen en su espíritu los hechos del pasado vueltos eternidad y mito; es la desesperación de Job, la visión del Apocalipsis, al igual que la leyenda que es carne del pueblo...» -como definía Seoane su poética y como la practicó permanentemente en toda su creación, en las distintas «artes» por él cultivadas, fundidas en una sola expresión de solidaridad, de compromiso profundamente humano recogiendo «os movimentos coleitivos realizados po-lo pobo galego a traverso do tempo pra ceibarse dos desvariados sistemas, políticos, económicos e sociales, que veñen humildándoo»95.

Y la Galicia mítica, arrancada de las leyendas de piedra y de la tradición compostelana, emerge con toda su fuerza -igual que en los murales y los grabados- en su segundo libro de poemas: Na brétema, Sant-Iago96, para terminar cerrando la trilogía autobiográfica As cicatrices, donde vuelve al tema del desarraigo y el dolor existencial del exilio del hombre que no tiene raíces porque nace en una tierra extraña y sueña angustiado en una tierra para el regreso que encuentra llena de heridas por el paso del tiempo, que va dejando su huella, «as cicatrices»; de esa manera las huellas colectivas - de la «Historia», con mayúscula- y las de la propia historia individual, (el primer poema de Fardel se titula «O pintor esiliado» y el último de As cicatrices, «Testemuños») se cierran en un círculo perfecto y el hombre Seoane se funde con la historia colectiva de su pueblo: desarraigo, emigración, destierro es el castigo de la condición humana, sólo salvada por la solidaridad:

«O home non pode camiñar soio, sin perecer.»


(«Desterrados»)                


NARRATIVA

A la prosa narrativa gallega se le planteaban varios problemas al comienzo de la guerra: el primero de ellos era el idioma. El gallego tenía una poderosa tradición poética perdida y recuperada, desde Rosalía. El mal llamado «rexurdimento» había producido grandes poetas; pero la prosa apenas se había desarrollado hasta el grapo «Nós».

Deben añadirse los problemas derivados de la falta de   —49→   infraestructuras de distribución y consumo: la prosa se abría camino a trancas y barrancas entre un idioma sin norma culta para el género, la inexistencia de una tradición, la falta de público lector y la escasez de recursos editoriales, unido al desprestigio de una lengua cuya marginación secular la había reducido durante siglos al ámbito rural. Por eso cuando se inicia el exilio -tanto hacia el lado republicano como hacia América- el género está en ciernes. Había, eso sí, un enorme desarrollo de novelas gallegas en castellano. Baste recordar a la Pardo Bazán, Valle, la misma Rosalía o algunas hermosas páginas de W. Fernández Flórez y un cierto desarrollo de la narración corta, el cuento, como prolongación de las orales.

El primer acontecimiento de la narrativa del exilio fue, sin lugar a dudas, la publicación de Historia e invenciones de Félix Muriel97, que vienen a ser un examen de su pasado poniendo en juego la fantasía, memoria y vocación de escritor a fin de esclarecerse a sí mismo y, a la vez, al lector, el sentido de las tradiciones del pueblo en cuyo seno se desenvolvió desde la niñez», como señala Estelle Irizarry98. Los nueve relatos componen una sucesión de episodios evocadores del entomo infantil perdido y, a través de ellos, todo un halo de misterio envuelve el pasado personal y del pueblo del entomo; con razón se han definido estos relatos como de «realismo mágico».

En las revistas que hemos citado aparecen relatos de casi todos los autores; en Galicia Emigrante destacan los de J. Núñez Búa, compuestos con ciertas analogías con los de Dieste por el uso de la memoria como instrumento iluminador de la realidad.

Pero el verdadero creador de la narrativa moderna es Blanco-Amor. El mundo narrativo de Blanco Amor se vertebra en torno a dos pilares básicos:

1) Recreación lírico-emotiva del mundo de la infancia, donde a la memoria le corresponde un papel estelar.

2) Articulación de ese universo personal en un ámbito histórico concreto: Auria, el Orense finisecular, que representa el hundimiento de una sociedad anclada en el antiguo régimen y abre paso a una de tipo capitalista con las tensiones que genera la lucha de clases.

El ciclo orensano se abre con una novela-río, escrita en castellano, de protagonista infantil: La catedral y el niño99, que pasó casi desapercibida para los críticos de este lado del Océano, si exceptuamos el caso de Ignacio Soldevila, pero que habrá que acabar situando en el alto lugar que le corresponde en esos duros años de la novela de posguerra. El mismo mundo se recupera en Los miedos100, con historia de censura incluida, ya que fue denunciada por su «amigo» J. M. Castroviejo como «inmoral». Volvemos al protagonista infantil que descubre la sexualidad y a los decadentes hidalgos finiseculares. Las dos novelas, escritas en castellano, tendrán su continuidad temática y formal en Biosbardos y, sobre todo, en Xente ao lonxe, que son ya editadas después del regreso, con los mismos problemas que las de los autores del «interior».

Y en la cumbre de la novela en gallego del exilio A esmorga (Buenos Aires 1959), auténtica obra maestra incluso en su autotraducción castellana como La parranda, aunque son evidentemente dos obras; uno de los mayores logros de la novela -la creación de lenguaje y de lengua que realiza Blanco-Amor a partir del gallego de Buenos Aires, como «koiné»- se pierde absolutamente en la versión castellana. Porque la novela es en primer lugar «idioma», en su sentido más literal, (como elaboración de una lengua literaria capaz de sumergirse en los bajos fondos de la sociedad urbana hasta ahora ausente de la literatura gallega, si bien existe el lejano antecedente de las cantigas de escarnio medievales) y en su sentido narrativo, carente de precedentes en la novela gallega, por supuesto, pero aún en la española y europea, si exceptuamos algunas similitudes con A. Camus. Temáticamente la novela «revela por fin o seu íntimo e atormentado e, significa a súa aceptación», como indica Gonzalo Allegue, el mejor conocedor de la vida y el entorno de Eduardo101. Para Carballo Calero «é indubidabre que se trata dunha pintura naturalista da sociedade, que amosa decidida preferencia polo aspectos fortes, crus, e tremendos da vida»102. La obra posterior de Eduardo culmina un ciclo único en nuestra literatura.

Éste es, en una síntesis necesariamente incompleta, un capítulo no cerrado de la cultura gallega: la escisión de la conciencia colectiva de una sociedad que llega a la modernidad con el arado romano a sus espaldas y que sigue sin digerir esa parte de su historia. El bochornoso espectáculo de las disputas por los restos de Castelao cuando fueron repatriados -«Castelao non é voso»- constituye un claro ejemplo de cuanto decimos y confirma que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla.



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ArribaAbajoLa lengua desterrada

Literatura del exilio en euskara


José Ramón Zabala


«El euskara ha estado también exiliado, como lengua»


Martín de Ugalde                


Se puede asegurar que la diáspora y el exilio generados por la rebelión militar franquista tuvo características bien diferenciadas de acuerdo con las peculiaridades lingüísticas de las personas que huían. Mientras que los castellanoparlantes iban a ser recibidos, generalmente, en ambientes culturales que utilizaban el español como medio de expresión -de ahí el término «transterrados»-, los hablantes e intelectuales de las otras lenguas peninsulares se tuvieron que enfrentar a un auténtico exilio lingüístico. Como consecuencia de los acontecimientos se veían convertidos en auténticos náufragos idiomáticos en países donde pocas personas se podían comunicar en estos idiomas.

Si la afirmación es válida para catalanes y gallegos, en el caso del exilio vasco existían otros elementos que agravaban esta situación de soledad lingüística. Cuestiones como el gravísimo retroceso del idioma103, sobre todo entre las clases medias urbanas y, unido a ello, el analfabetismo generalizado de la mayor parte de la población vascófona, hacían que fuera difícil el que coincidiese un núcleo vascoparlante en el extranjero y, más difícil todavía, que sus miembros estuviesen capacitados para leer y escribir en dicha lengua. De hecho el posible público receptor de cualquier producción en vascuence se localizaba en el otro exilio interior, bajo un régimen franquista que reprimía cualquier expresión idiomática que no fuera la castellana. Por otro lado, hay que señalar también otros problemas, como la no existencia de una lengua unificada desde el punto de vista normativo o la carencia de materiales tan básicos como diccionarios o gramáticas de la lengua que ayudasen a la tarea de creación literaria.

Como consecuencia de todo esto vamos a encontrar una nómina de escritores, mayoritariamente impulsados por concepciones nacionalistas, que escriben mirando al futuro. De alguna manera, son conscientes de las dificultades que pueden tener sus textos para alcanzar un público lector adecuado en el presente pero, a la vez, tratan de impulsar una normalización lingüística que, en un tiempo próximo, convertiría en provechoso el esfuerzo llevado a cabo. Ello explicará, por ejemplo, el interés por traducir la obra de los grandes autores clásicos al euskara, queriendo demostrar con ello que ésta también es una lengua de cultura.

Por otra parte, se evidencia el fuerte contraste entre los años anteriores al levantamiento militar, periodo de auténtico renacimiento cultural, y el desierto de la primera posguerra. La derrota en el conflicto supuso la radical paralización   —52→   de aquel proceso, devolviendo a las catacumbas al idioma, silenciando todas sus expresiones hasta el punto de eliminar físicamente a algunos de sus más importantes valedores. Es este último el caso de Esteban Urkiaga «Lauaxeta» (1905-1937), una de las cumbres líricas vascas, y el sacerdote José de Ariztimuño «Aitzol» (1898-1936), considerado como el primer crítico literario, fusilados ambos por los franquistas. A estas dos grandes pérdidas había que unir la muerte prematura del, sin duda, más importante lírico vasco contemporáneo, José María Agirre «Lizardi» (l 896-1933).

Este panorama de soledad tenía una importante excepción: el llamado País Vasco francés o Iparralde. Allí la lengua vasca se encontraba en los años cuarenta todavía relativamente bien conservada y el colectivo de exiliados tuvo en aquellos territorios cierta libertad de movimientos una vez terminada la segunda guerra mundial, conflicto que también supuso una grave fractura cultural en el país bajo la ocupación alemana. Existía en Iparralde una cierta infraestructura local que trabajaba en favor de la cultura vasca104, con nombres como Pierre Lafitte, L. Léon, Pierre Xarritton (1921) o Jean Mari Diharze «Iratzeder» (1920). Esta realidad la había sabido captar muy bien Miguel de Unamuno cuando en su destierro de Hendaia, entre 1925 y 1927, afirmaba no estar desterrado sino confinado porque aquella tierra era tan suya como su Bizkaia. La casa vasca, aseguraba, tiene dos compartimentos: cuando se prende fuego en uno podemos pasar al otro. No obstante, la posibilidad de integración que ofrecía el norte de Euskal Herria dificulta el estudio de la obra del exilio ante la complejidad de diferenciar entre lo que corresponde a la labor de la diáspora y lo que es obra de los propios habitantes de estas provincias.

Este cúmulo de circunstancias adversas, generado por las dos guerras, dificultaba de modo tremendo la recuperación de una literatura que había quedado prácticamente desmantelada: en la Península después de 1939 tan sólo se permitirá la aparición de algunas obras de corte religioso y la monumental obra bilingüe Euskalerriren Yakintza -Sabiduría popular vasca del padre Resurrección María de Azkue (1865-1951), recopilación de creencias y tradiciones populares105. Por lo demás, el género teatral, uno de los más importantes durante la República, desaparece como consecuencia de la incapacidad de estrenar ante un público vascoparlante, y los grupos literarios organizados, impulsores del idioma, quedan disueltos y sus miembros dispersos por todo el mundo. Como consecuencia de ello, señala Ibon Sarasola, los que escriben en el exilio lo van a hacer siguiendo la inercia de los caminos iniciados en la preguerra, sin grandes innovaciones personales: «es la generación de la continuidad»106. Con todo, su valor será incontestable.

En este contexto, los primeros pasos en el extranjero se van a dar a través del medio más inmediato: la prensa. Los distintos focos del exilio vasco van a generar una auténtica explosión de publicaciones, con más de ochenta cabeceras diferentes en Europa y, sobre todo, en América. La calidad de las mismas será muy variable en función de los medios de que disponga el colectivo que lo impulse, yendo desde las sencillas páginas en ciclostil a publicaciones mucho más cuidadas como Euzco Gogoa (Espíritu Vasco), revista decisiva en el devenir cultural del país; Gernika, Tierra Vasca. Eusko Lurra o los diferentes Euzko Deya (Llamada Vasca) aparecidos en París, Londres, México o Buenos Aires. En su mayor parte las mismas aparecerían en castellano y, en menor medida, en francés o inglés. Sin embargo, muchas de ellas reservaban un pequeño espacio para las colaboraciones en euskara. Así, encontramos una importante relación de escritores que participan en estos medios: el bertsolari (improvisador de versos) Iñazio Eizmendi «Basarri» (1913), el lingüista Isaac López de Mendizábal (1879-1977), el poeta Nicolas Ormaetxea «Orixe» (1888-1961), Andima Ibiñagabeitia (1906-1967) y otros muchos nombres, fundamentales a la hora de entender el resurgir de las letras vascas.

Para valorar la importancia de estas publicaciones que incorporaban secciones en lengua vasca podemos mencionar, por ejemplo, la aparición del poema «Euskaldunak» (Los Vascos) de «Orixe», intento de poema nacional vasco y uno de los textos más importantes del siglo, en Batasuna (Unidad) de Santiago de Chile, 1942, o los poemas escritos por Miguel de Unamuno en euskara, recogidos por Euzko Deya de París, 1937. Sin embargo, hay que reconocer que en demasiadas ocasiones la presencia de este tipo de textos tenía más carácter reivindicativo y de bandera política que calidad literaria. Frente a ello el gran reto lo constituyó la publicación de revistas íntegramente escritas en euskara; las mismas, aunque escasas, iban a desarrollar una gran labor en la tarea de dignificar el idioma y de mantener la conexión con el mundo euskaltzale (vascófilo) de la preguerra, al menos hasta que la situación en el interior mejoró en alguna medida. Entre las revistas en euskara debemos de destacar una cabecera107: Euzko Gogoa, impulsada por Jokin Zaitegi (1906-1979) desde 1950 en Guatemala y desde 1956 en Biarritz-Baiona. Desde este medio Zaitegi impulsó una labor renovadora que le convertiría en auténtico punto de referencia del mundo cultural vasco. Euzko Gogoa era una revista plural, abierta, de contenidos intelectuales, ensayísticos   —53→   y literarios sobre todo. Así lo señala José Luis Álvarez Enparanza «Txillardegi», quien considera que «Orixe» y Zaitegi eran los modelos y Euzko Gogoa el principal alimento de las nuevas generaciones intelectuales108.

En lo que se refiere al lento resurgir del libro escrito en euskara se inicia, sintomáticamente, con la reedición de un pequeño libro de enseñanza dirigido al público infantil. Se trata de Xabierixo (El pequeño Xabier)109, de Isaac López de Mendizábal, figura clave en la divulgación del idioma, cuya principal preocupación fue dotarlo de métodos de enseñanza, gramáticas y diccionarios.

Centrándonos ya en el campo literario, encontramos que las primeras expresiones eusquéricas de creación serán dentro de la poesía, el ensayo y la narración breve. Estas opciones eran las más lógicas teniendo en cuenta las posibilidades de autores y público. La primera obra original publicada al margen de las revistas va a ser concretamente un poemario, Urrundik. Bake oroi (Desde lejos. Recuerdos de paz)110, de Telesforo de Monzón, el cual apareció en México, en 1945. Tampoco es casual la autoría de esta primera obra. Telesforo de Monzón (1904-1981) era todavía en aquellos años un destacado dirigente del PNV, presidente en la preguerra de la asociación Euskatzaleak, que había destacado siempre por la utilización pública y reivindicación de la lengua.

Urrundik es un libro, muy influenciado por la lírica vasca anterior al 36, en concreto la huella de la poesía popular y de Xabier Lizardi es patente en esta obra que nace, además, con una evidente intencionalidad ideológica: mantener vivo entre exiliados y emigrantes el recuerdo de Euskal Herria. Para ello Monzón crea unos poemas que son propios para ser cantados. Los temas son también de raigambre folklórica y nacionalista: oficios y tradiciones del país, el paisaje, la libertad, la patria, Sabino Arana (primer ideólogo del nacionalismo vasco), la religión... Contrariamente a lo que pudiera parecer, la presencia de la guerra en el poemario no es tan patente, hasta el punto de que el crítico Patri Urkizu lo califica de «libro pleno de frescura, juventud y optimismo»111. Los aspectos más dramáticos de la guerra quedarán recogidos en una segunda parte, publicada en 1947, que llevará por titulo Gudarien egifiak (Los hechos de los soldados vascos)112, pensada para que «Lleve a vuestros corazones el orgullo de que el mundo os llame hermanos del Gudari». Este último será el primer libro del exilio publicado en el País Vasco francés.

En 1945 también había aparecido la traducción de Ebangeline»113, del poeta norteamericano H. Wadsworth Longfellow, y en 1946 ve la luz otro importante poemario, Goldaketan (Arando)114, ambas obra de Jokin Zaitegi, figura fundamental del exilio a la que ya hemos aludido, al hablar de la revista Euzko Gogoa (1950). Zaitegi llevará a cabo sobre todo una ingente labor de traducción, vertiendo al euskara grandes obras de la literatura clásica, así como del alemán y el castellano.

La obra recoge dos tipos de composiciones. De una parte tenemos las que proceden del propio Zaitegi, creadas a lo largo de su periplo por toda Europa y América como miembro de los jesuitas, orden que abandonó en 1944. Una vez más son poemas muy influenciados por Lizardi, en los cuales la naturaleza tiene una presencia destacada, pero que también evidencian otras lecturas como Lauaxeta y Orixe. De nuevo la temática es tradicional y, además, religiosa, con especial hincapié en la nostalgia de quien se halla lejos de su país, utilizando, para ello, un idioma muy culto y elaborado. De hecho, Zaitegi va a representar durante la posguerra la tendencia más purista en la defensa del idioma. Con respecto a la obra de Monzón, la ideología nacionalista no es tan evidente en estos versos; cabe decir que se trata de una lírica menos politizada en ese sentido. El segundo gran bloque de poemas recogidos en Goldaketan son traducciones de los más diversos autores: Verdaguer, Maragall, Baudelaire, Musset, Horacio... En cada caso Zaitegi hace una presentación de los autores traducidos, evidenciando, así su preocupación didáctica y, a la vez, su obsesión por elevar al grado de lengua culta el euskara.

También en 1946 aparece la primera novela del exilio. Se trata de Joanixio (Juan Ignacio)115, de Juan Antonio Irazusta (1882-1952), una obra que intenta reflejar la tragedia del indiano, es decir, del vasco que ha hecho fortuna en América y ha vuelto a su tierra donde, de alguna forma, siempre seguirá siendo un emigrante. Tanto esta novela como todas las que aparecerán en el exilio van a ser deudoras de Txomin Agirre (1864-1920), principal iniciador de la narrativa vasca, autor caracterizado por un desarrollo lineal de los argumentos y por recoger una visión tradicional y casi folklórica del mundo vasco. A pesar de ello, estos escritores van a romper en parte con esa idealización, dando paso paulatinamente a la realidad. Así lo señala Gotzon Garate, para quien tanto Joanixio como la posterior obra de Eizagirre, Ekaitzpean, constituyen las dos primeras novelas realistas de la literatura vasca116, juicio considerado exagerado por otros sectores de la crítica.

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De 1947 es un libro de cuentos publicado por Pedro Ormaetxea Aldama (1891-1949) en Chile, Ipuintxoak (Cuentecitos). En ese mismo año aparece en Biarritz el ya citado Gudarien egiñak, de Monzón. Ya en 1948117 se publica Ekaitzpean (Bajo la tormenta)118, de José Eizagirre. Este escritor nacionalista afronta por primera vez el tema de la guerra en una novela que se ubica, una vez más, en paisajes tradicionales y costumbristas, aunque también menos idealizados que en Txomin Agirre. Novela de estructura sencilla, Ekaitzpean sitúa la narración en un caserío carlista en el cual se refugia un gudari. Recoge un final feliz en el cual el soldado nacionalista se une a la hija del casero.

Hasta 1950 no se publicará ninguna otra obra en euskara. En ese año aparecerán en el exilio dos nuevos libros. En Askain, País Vasco continental, se edita en prosa la traducción Urte guztiko Meza-bezperak (Misa y vísperas de todo el año), realizada por Orixe. En Buenos aires ve la luz una nueva novela de Irazusta, Bizia garratza da (La vida es amarga)119, en la que retoma el tema de los emigrantes, sus amores y el paisaje colombiano; se trata de una obra más elaborada que la anterior, de tono folletinesco pero, a la vez, de rasgos más realistas.

En estos últimos años de la década se va a producir un hecho fundamental en el desarrollo de nuestra literatura: la posibilidad de publicar obras en el País Vasco peninsular. El año es 1947 y la primera obra, la reedición de un pequeño diccionario de Isaac López de Mendizábal, al que seguirán el poema religioso de Salbatore Mitxelena (1919-1965) Arantzazu120 y el monumental poema de Orixe, Euskaldunak121. Este importante paso viene de la mano de dos personas: el responsable de la editorial Itxaropena (Esperanza) de Zarautz, Patxi Unzurrunzaga, y el escritor tradicionalista y católico, José de Arteche. Lo explica este último en su diario:

Zarauz, 13 setiembre.- Ataque de Radio Euskadi122 contra Pachi Unzurrunzaga, gerente de Editorial Icharopena, y contra mí -sobre todo contra mí- con motivo de nuestra visita hace cuatro días a don Pedro Rocamora, Director General de Prensa y Propaganda, veraneante en esta villa.

El irritado comentarista desconoce que en la execrable visita el señor Rocamora, hombre de buena voluntad, concedió a éste el permiso, considerado, hasta ahora como inimaginable, para la edición de tres obras vascas: una de ellas nada menos que Euskaldunak de Orixe. Otro permiso es el de un diccionario vasco, obstinadamente denegado hasta ahora. A la entrada de las tropas nacionales en San Sebastián se celebró un auto de fe de diccionarios vascos. El tercer permiso obtenido es el de editar el poema de Aránzazu en vasco, original del P. Salvador Michelena.

No perdimos la mañana del día nueve. Pero el comentarista de Radio Euskadi, sin más, entiende que cometimos una traición123.


El suceso es de una gran importancia, ya que acerca la literatura en lengua vasca a su público potencial. Con todas sus limitaciones, a partir de este momento los escritores y escritoras conocen a su posible lector, sus preocupaciones y realidades. Desde este año va a perder la importancia la labor editorial fuera de Euskal Herria, la cual se centraría en publicar obras cuyos contenidos no eran admitidos por la férrea censura franquista. Paradójicamente, los autores exiliados podrán publicar sus textos, a pesar de todo tipo de cortapisas, en las revistas y editoriales del interior; de manera paralela, escritores del interior no dudaban en editar sus trabajos en el extranjero, con el fin de dar a conocer textos que la dictadura no hubiera permitido de ninguna forma que viesen la luz.

La difusión de todos estos trabajos en la Península no era tarea fácil. Tanto las revistas como los libros producidos por la disidencia en el exilio se hallaban prohibidos y eran perseguidos por el régimen, lo que dificultaba tanto su lectura como su pervivencia económica. El testimonio de Jon Etxaide (1920) refleja con claridad esta situación:

Había que introducirlo a escondidas y de contrabando (hablando sobre Euzko Gogoa). En alguna ocasión paquetes enteros cayeron en manos de la policía y, por otro lado, desgraciadamente no todo lo que se distribuía se cobraba. De esta manera, el padre Zaitegi acabó arruinado y hubo de dejar de publicar la revista. (...) Yo mismo fui detenido por la policía por distribuir esas dos revistas (la otra era al parecer Gernika) y denunciado como colaborador, me ingresaron primero en la prisión de Martutene y después me llevaron esposado a la cárcel de Gasteiz124.


Por tanto, a la vez que se corría el riesgo de acabar en la cárcel, las requisas de ejemplares constituían una auténtica sangría económica. A esta persecución trataban de adaptarse muchas revistas y libros, sobre todo los de tono más panfletario o doctrinal, que eran impresos por ello «en papel biblia, y en un formato pequeño para que se pudieran llevar fácilmente en un bolsillo, y el encargado de contrabandearlo tuviera que soportar menos peso125.   —55→  

La entrada de estas publicaciones en la Península seguía diversas vías. La más frecuente era, sin duda, el paso directo, utilizando para ello diversos sistemas. Así lo narra, por ejemplo, Antón Ormaza:

En Caracas se editó la primera edición en castellano, de 5.000 libros (se refiere al libro de Steer El árbol de Gernika). Tuve yo esas noticias y una mañana me fui al otro lado y preparé un camión con unas cámaras interpuestas en la cabina y con dos camiones que iban allí al transporte de una mercancía a Hendaya para cargar en los vagones de ferrocarril, se metieron en unos cuantos sacos y los pasé (...) También pasamos los primeros «posters» que vinieron de] difunto José Antonio Aguirre y algunas otras publicaciones126.


En otros casos se recurría a diplomáticos del cuerpo consular que poseían salvoconducto diplomático o a contrabandistas «profesionales». Una vez en el interior se distribuía a todo el país. Lo explica Txomin Saratxaga hablando de la revista Euzkadi:

A Bizkaia se solía traer a través de una caravana de coches. Se organizaba de forma que con tiempo suficiente se pudiera proceder con seguridad y tranquilidad. Unos coches abrían camino y avisaban con tiempo suficiente de cualquier problema, control, etc... (...) Cuando la propaganda llegaba a Bizkaia, se distribuía a las diferentes zonas (...) desde un almacén central, en él normalmente se hacían los diferentes paquetes que luego eran depositados en los diferentes «buzones» que cada zona señalaba. (...) En esta distribución a buzones de zonas intervenían mucho las mujeres. Ellas recogían el paquete que el buzón central dejaba, por ejemplo en una panadería, y lo entregaban por ejemplo en una ferretería, de donde a su vez era retirado por el responsable de distribuirlo en la zona respectiva127.


A medida que fueron mejorando las posibilidades técnicas de los grupos clandestinos, se tendió a introducir de contrabando únicamente las planchas o los clichés de las publicaciones que luego eran impresas en el interior.

Volviendo a la cronología histórica, tanto Ibon Sarasola como Joan Mari Torrealday y Martín de Ugalde señalan el año 1950 como el final de una etapa de oscurantismo:

En los años 1940-50 era imposible editar en el país obra literaria en euskara; aún después había que vencer muchísimas dificultades para llegar de alguna manera que fuese eficaz al lector; pero en este periodo era locura pensarlo siquiera. Y si no había posibilidad de editar, ¿quién iba a tener el aliento de ponerse a escribir un libro entero? Es el fruto más importante de la censura: la autocensura. Si alguien se atrevía a algo en este campo tenía que ser a través de un tema religioso o, a lo más, la poesía128.


En la década de los cincuenta se asiste a una nueva floración de la literatura eusquérica, cuyo principal medio de expresión serán las nuevas publicaciones del interior: Egan (Volando), revista dependiente de la Diputación Foral de Gipuzkoa, se convierte en bilingüe para pasar al poco tiempo a editarse sélo en euskara; en 1956 nacen otras revistas como Jakin (Saber), impulsada por los franciscanos, Euskera, de Euskaltzaindia... Aparecen también numerosas obras y se reeditan algunos clásicos. Se inicia así una paulatina recuperación de la cultura vasca.

Monzón, Zaitegi, Irazusta, Eizagirre, junto con el conjunto de colaboradores y traductores de las distintas publicaciones del exilio, sobre todo Basarri, Orixe y Andima Ibiñagabeitia, pueden ser considerados en este contexto como auténticos pioneros en los difíciles años cuarenta, el eslabón entre el renacimiento de preguerra y la nueva eclosión de los cincuenta. En palabras de Martín de Ugalde, «es el exilio el que marca la pauta del cambio129». Las quince obras publicadas en el extranjero e Iparralde durante los años más oscuros de la represión cultural de la posguerra constituyeron una auténtica luz en aquel largo túnel, pese a lo modesto de dicha producción que, sin embargo, trató de abordar con dignidad los distintos campos literarios. Son quince libros para la historia de nuestra literatura.

La importancia de las publicaciones del exilio decrece, como hemos dicho, a partir de 1950, en proporción directa a las ediciones iniciadas en el interior. Este hecho se acentúa con el paulatino retorno de algunos de los más importantes creadores, como Orixe en 1954 y Zaitegi en 1956, aunque este último se volverá a autoexiliar ante las dificultades encontradas para llevar adelante sus proyectos.

Las publicaciones en el extranjero a partir de estas fechas serán, por tanto, aquellas que el régimen consideraba inaceptables por sus contenidos de denuncia o por su filiación nacionalista o socialista, y revolucionaria a partir de los años sesenta. Entre éstas merece destacarse la aparición en 1957 de Laztanixu eta Betargi (Laztantxu y Betargi)130 del lingüista Severo Altube (1879-1963), quien utilizó para la ocasión el seudónimo de A. Lertxundi. Se trata de un relato breve en el cual se recogen algunos aspectos de la represión franquista en Mondragón al comienzo de la guerra civil, personificados en el matrimonio que da título al libro. A este tipo de obras habrá que añadir numerosas traducciones de autores clásicos, llevadas a cabo por intelectuales como los ya citados Zaitegi y Andima Ibiñagabeitia junto con Vicente de Amézaga (1901-1969).

En los últimos años de esa misma década, Telesforo de Monzón, en colaboración con el escritor labortano Pierre Larzabal, impulsa un importante esfuerzo de recuperación del teatro vasco en el País Vasco continental, en una labor que, como se señalaba al principio, no es del todo correcto considerar como exilio. Así, se estrenan obras como Gure   —56→   behia hil da (Ha muerto nuestra vaca)131 y Lau kantari eta xori bat (Cuatro cantores y un pájaro). Como resultado de esta misma labor aparece publicada en 1957 la obra Menditarrak (Los montañeses).

Otra obra a destacar es el ensayo del franciscano Salbatore Mitxelena, Unamuno eta Abendats. Bilbotar filosofuaren eta Euskal-Animaren jokerei antzemate batzu (Unamuno y el Alma de la Patria. Algunas consideraciones en torno a este filósofo bilbaíno y el Alma Vasca)132, publicado en Baiona. Salbatore Mitxelena se había visto obligado a autoexiliarse en 1954 debido a las continuas denuncias y a la persecución de que era objeto por parte de la policía. En Unamuno y Abendats Mitxelena se propuso, en opinión de Martín de Ugalde, fortalecer el ensayo en euskara, creando con este trabajo una auténtica joya literaria. Su tema fundamental es analizar la personalidad vasca de Unamuno.

Con los años sesenta se produce un importante cambio generacional. Aparece ETA y con ella todo el fenómeno del nacionalismo y el socialismo revolucionarios. En la misma medida, la literatura sufre transformaciones radicales. En el exilio convivirán a partir de este momento ambas líneas generacionales, con mayores elementos de confluencia que en el interior. En estos años siguen publicándose los trabajos de Teleforo de Monzón y Jokin Zaitegi, al tiempo que aparecen las primeras narraciones de Martín de Ugalde, Iltzaileak (Asesinos), en 1961, y Ama gaxo dago (La madre está enferma), en 1964, y José Luis Álvarez Enparanza «Txillardegi», quien publica Huntaz eta hartaz (Sobre esto y aquello) en 1956, considerado como uno de los mejores libros de la posguerra.

A partir de estos años y hasta bien entrados los setenta, la obra de los exiliados y exiliadas va a abordar todo tipo de campos y perspectivas ideológicas. Autores como Federico Krutwig, Francisco Atucha «Eltzegor» (1908-1973), Julen Madariaga, Txomin Jakakortaxarena (1906-1993), Paulo Iztueta, Joxe Azurmendi, Jokin Apalategi se irían incorporando a esta extensa nómina de intelectuales que, generalmente desde su exilio en el País Vasco continental, escribían mirando al sur. Cabe señalar que a partir de 1970 la mayor parte de los libros publicados son textos doctrinales sobre el marxismo y el leninismo, en sintonía con los procesos políticos que se vivían en el interior.

Desde un punto de vista estadístico, siguiendo los datos recogidos por Joan Mari Torrealday en su trabajo ya clásico Euskal idajeak, gaur133, podemos cifrar en cincuenta y cuatro el número de obras publicadas en el exilio. A ellas habría que añadir alguna que haya podido pasar desapercibida por la mala calidad de su impresión (hay que recordar que en no pocos casos se recurrió al ciclostil a la hora de divulgar la literatura disidente) o que se haya perdido. Esto último es, por ejemplo, lo que ocurrió con Gurpegin aspaldi gertatua (Ocurrido en Gurpegi hace tiempo), obra de teatro de Martín de Ugalde que no llegó a la imprenta de Caracas por problemas de cambio de local y que permanece inédita. También se sabe de un incendio en la imprenta Amorrortu de Buenos Aires que provocó la pérdida irremediable de algunos libros como Toponimiko iztegitxua (Pequeño diccionario de toponimia), escrito por Alfonso Urkidi. Asimismo, durante la guerra civil se estrenaron numerosas obritas de teatro e, incluso, en la cárcel de Larrínaga tenemos noticia de que los presos representaban trabajos escritos por Estanislao Urruzola «Uxola»134, muchos de los cuales se han perdido.

Un problema diferente lo plantean los numerosos libros escritos en el extranjero pero publicados en la Península, como es el caso de las más importantes obras de Txillardegi, renovador de la narrativa eusquérica, o la obra de autores como Jon Mirande o Marc Légasse, disidentes y exiliados en su propio país de origen. Otra cuestión son textos como la voluminosa Milla euskal olerki eder (Mil hermosos poemas vascos) de Santiago Onaindia, editada en 1954 sin pasar por la censura, de manera clandestina. Frente a esta imprecisión de límites entre el exilio y el interior cabe afirmar que en los años de la posguerra todas las personas que utilizaban la lengua vasca como vehículo de expresión vivían, de alguna manera, en el destierro. Finalmente, hay que señalar la figura del escritor checo Norbert Tauer, muy relacionado con el mundo del exilio, quien, tras aprender y estudiar desde el punto de vista lingüístico el euskera, publicó en Buenos Aires Bere idazkiak135, obra que recoge parte de su correspondencia con diversas personalidades vascas.

En líneas generales, se puede decir que, tras la labor de mantenimiento cultural realizado hasta 1950, el objetivo de los escritores del exilio a partir de esta fecha viene a ser el de reforzar el trabajo del interior y, sobre todo, conservar para la memoria cultural del pueblo vasco aquellos aspectos de su historia que eran ocultados por el régimen, junto con la defensa de las ideologías perseguidas por éste. A pesar de la importancia de dicha función, su trascendencia queda lejos de la de aquellas personalidades, precisamente las más olvidadas, que en los difíciles años cincuenta supieron mantener encendida la llama del idioma hasta el fin de su destierro.

Donostia, 12 de enero de 1995





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ArribaAbajoLa biblioteca del exilio

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ArribaAbajoBibliografía del ensayo literario del exilio español

Juan Fco. Escalona Ruiz


Eduard Fermín Partido


A nuestro parecer, no puede faltar en cualquier aproximación a la literatura del exilio la atención a una producción ensayística marcada, en sus orientaciones críticas y en su difusión, por las consecuencias del triunfo franquista. Hemos intentado establecer el año de 1939 como límite del que partía esta recopilación, anotando la primera edición en la ficha base. No obstante, en algunos casos, hemos creído oportuno reseñar como primera entrada aquellas obras publicadas en un exilio prematuro, antes de finalizar la guerra; mientras que en los textos cuya primera edición es anterior a 1936 se ha preferido indicar en primer lugar la obra datada con posterioridad al final de la contienda, informando sobre la primera edición en las observaciones. Por otro lado, no hemos considerado útil el establecer otro tipo de límites temporales, ya que una gran parte de la obra del exilio -la más accesible al lector actual- se publica una vez reestablecidas las mínimas garantías democráticas a partir de la Constitución de 1978.

Un segundo criterio que parece necesario aclarar es el del lugar de edición. De nuevo, no encontrábamos oportuno restringir el número de obras registradas, limitándolas a las que se publicaron fuera de España, no sólo por el motivo mencionado más arriba, sino porque la restricción dejaría de lado la labor, sin duda arriesgada, de algunas editoriales españolas que incluyeron en sus catálogos obras del pensamiento crítico transterrado.

Pero, sin duda, la mayor dificultad metodológica con que nos hemos enfrentado es el sometimiento de la selección a la expresión «ensayo literario». Si, regidos por el criterio de utilidad, habíamos creído que todas las autobiografías deberían ser registradas en la Sección de Obra Narrativa, a sabiendas de la poca voluntad literaria de algunas ellas; en esta recopilación no se ha desestimado la inclusión de algunos textos históricos, filosóficos etc... que, por su importancia, podríamos tildar de próximos a la reflexión crítica y literaria. Quizá el lector comparta con nosotros el convencimiento de que el único método útil es el que cumple sus propias leyes, aunque no por ello deje de comprender la dificultad de aplicar criterios de género o temáticos demasiado restringidos en un trabajo de catalogación y difusión como éste.

Conscientes de las dificultades, esta Bibliografía no pretende ser una aportación definitiva al estudio de este periodo, sino un intento más de sacar también el ensayo literario del exilio republicano de 1939 a «la luz de las tinieblas de nuestro tiempo».

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