Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

Las luchas y la vida del campesino andaluz

Miguel Hernández

imagen

Raíces de su fatalismo

Si vuelve la mirada atrás el campesino andaluz, y no puede dejar de volverla, únicamente campos de tristeza ven sus ojos. Su lucha contra los «amos», su vida bajo la inhumanidad de estos, conteniendo, reprimiendo, durante siglos y siglos, sentimientos y movimientos de libertad con que ha nacido junto al toro libre, han amontonado sobre sus corazones la desesperación y han impreso a su mirar una luz oprimida y oscura. No creo que el fatalismo andaluz de que tanto se habla tenga su origen en su naturaleza de reminiscencias árabes: creo, sí, que, dotado como está el hombre de Andalucía, de un alma ágil, llena de alas, de tanto sentir cortados los vuelos se han apoderado de él unas profundas raíces de fatalidad. Ha sido una existencia muy arrastrada la suya hasta hoy. Apenas salía del vientre de su madre cuando empezaba a probar el dolor. En cuanto ha sabido andar ha sido arrojado al trabajo, brutal para el niño, de la tierra. El hambre le ha mordido a diario. Los palos han abundado sobre sus espaldas.

Bajo los «amos»

Otro de los defectos, de los muchos que se achacan al andaluz, es su poca consistencia. Combatido ferozmente desde pequeño, destruida su confianza, su fe en las cosas a fuerza de golpes terribles, sus huesos y su espíritu han hallado asiento sólido en pocas y se han cubierto de vacilaciones. Ha llamado ansioso a muchas puertas, y por ellas han irrumpido los perros de los «amos» a despedazarle, o los mismos «amos» a escupirle. Se ha dado porrazos contra las paredes de las grandes casas en busca de una felicidad que se le ha negado sorda, duramente. Muchos sucumbieron volviéndose bueyes lamedores de los zapatos que les daban puntapiés. El otro... Los otros han sufrido toda clase de injusticias, de atropellos. Los que se rebelaron con un afán de alegría, de pan, de justicia, tomaron esta por su mano, se apartaron a las sierras y cultivaron el bandidaje como una protesta desenfrenada contra los ricos; propagaron doctrinas que prometían a todos los hombres igualdad, fraternidad; organizaron mítines y huelgas entre la minería y el campesinado; hicieron resaltar la desigualdad, tronaron contra los jornales de hambre, y acababan cayendo en la cárcel o en el cementerio. ¿Qué andaluz y qué español del trabajo no ha sentido la mano, la mano cuando menos, de la criminal guardia civil, la celosa guardadora de la riqueza que amontonaban a costa de mares de sudor y lágrimas los propietarios? «El andaluz, sobre los demás hombres de España, ha sostenido sangrientos encuentros con los asesinos del tricornio». Su vida ha sido, sobre la de los demás hombres de España, una vida de oprobios, de palizas, de heridas y cicatrices infames sobre su piel trabajada.

Perspectiva de Andalucía. Memoria de Bailén. Momentos decisivos

Pero al campesino andaluz le ha llegado su risueña hora. Desde la alta ciudad de Jaén contemplo Andalucía, esta tierra generosa, ágil, graciosa y valiente como sus criaturas. La guerra zumba en ella. En ella lucha el campesino frente al terrateniente, el despojado de todo frente al que todo lo tiene. El capitalismo internacional ha extendido sus avaras uñas hasta los olivos, y las esgrime con furia para apoderarse de nuestra riqueza en minas y cultivos. En 1808, un ejército popular compuesto de gañanes y garrochistas, pastores de ganado bravo, abatieron a los invasores de Francia que codiciaron lo que hoy codician italianos y alemanes. Antes de que fueran derrotados, Jaén padeció, como tantos pueblos españoles, el saqueo de los franceses, que degollaron mujeres y niños. Si no Jaén, infinidad de ciudades andaluzas yacen bajo las espadas chorreantes de Hitler y Mussolini, ridículas sombras de aquel Napoleón que empujó a su ocaso el pueblo de España. «El 19 de julio de 1808», advertid la coincidencia de esta fecha con la del día del movimiento insurreccional, el «poderoso ejército francés cayó deshecho en Bailén en manos de los campesinos de Andalucía». Pero entonces su victoria no trajo otra consecuencia que la gloriosa independencia del territorio nacional. Hoy, el aceitunero, el minero, el mulero, el labrador, que han trabajado estérilmente jornadas de catorce y dieciséis horas, se juegan en esta guerra mucho más: no se trata solo de la independencia de España. El trabajador español se juega hoy, por todos los trabajadores del mundo, su porvenir y el de sus hijos: está, por tanto, obligado a empuñar el fusil recordando su vida miserable, esclavizada, ultrajada, y colaborando con entusiasmo a oponer a esa vida la de felicidad y libertad morales y materiales que le aguarda. Los momentos son decisivos y no hay tiempo que perder. El fatalismo y la inconsistencia del andaluz se convertirán muy pronto en campos de firmeza, confianza y alegría de vivir.

Cultivo del heroísmo solitario en medio del heroísmo en masa

En la guerra de 1808 se derrochó un heroísmo avasallador, solitario, individual, que hoy se repite en los mismos lugares con los nietos de aquellos históricos garrochistas. Hay que cultivar y aprovechar este heroísmo que no necesita espectadores para desarrollarse. El ejército francés se veía sorprendido constantemente por entusiastas grupos de a caballo y de a pie, que lo acometían a la hora y en el lugar más inesperados y producían en él grandes bajas y desconciertos. La agilidad genial de pensamiento y, por tanto, de acción, de andaluz, debe explotarla este frente a los lentos, y más que lentos, pesados soldados alemanes. «Al campesino andaluz corresponde la enorme gloria de diezmar, de disolver las huestes de Hitler y Mussolini en Andalucía», donde ellos, por la situación y la riqueza de esta región, se harán más fuertes. Y las mujeres andaluzas volverán a repetir lo que hicieron aquellas de Bailén, que atendían y curaban a los defensores de nuestra patria en 1808 en las mismas líneas del fuego.

Jaén, 4 de marzo de 1937.