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ArribaAbajo2. Los textos

En todo caso, aun cuando el número de éstas fuera limitado, el hecho es que hasta la fecha se ha trabajado muy poco con lo que constituye la base fundamental de este trabajo, es decir, los textos, pues sólo un acercamiento filológico a esta documentación podrá reubicar la literatura producida por mujeres en el lugar que le corresponde dentro del panorama literario y cultural de la época. Me interesa, pues, en primer lugar ofrecer una primera nómina de textos escritos o firmados por mujeres, e incluso por lo que aparentemente parecen proceder de máscaras femeninas; en segundo lugar ver qué tipo de escritos publicaron las mujeres, anónimas o no, en esta coyuntura. En tercer lugar me interesa conocer cuáles son los temas que más les ocupan para ponerlos en relación dentro de la misma serie, pero también confrontarlos con los de la producción literaria masculina y situarlos en el contexto de la época. Por último, creo indispensable estudiar sus rasgos genéricos, formales, sus usos retóricos. Ofrezco, pues a continuación, un acercamiento a los textos de que dispongo, proponiendo una clasificación y ofreciendo un análisis de algunos de ellos.


ArribaAbajo2.1. Hacia una catalogación

Aunque los ecos que hasta la fecha nos han llegado de esos escritos sean escasos, pues estos testimonios se hallan muy desperdigados, y tal vez muchos aún sepultados en bibliotecas y archivos públicos o particulares, la tarea más urgente consiste en ir elaborando una primera catalogación que dé cuenta sistemática de su presencia, de su circulación y vida literaria, tanto dentro del entramado periodístico como del de los folletos. Desde luego resulta cada vez más evidente que la tarea de recuperar este tipo de textos -masculinos o femeninos-, de editarlos, y leerlos a la luz adecuada de su contexto es bastante compleja por cuanto cada uno de ellos supone una minúscula retícula dentro de una compleja red publicística al servicio de la propaganda gubernamental, sea cual sea en cada circunstancia, ya la impuesta en el territorio subyugado por el imperio francés ya la vivida bajo el dominio de los llamados patriotas.

Puesto que lo que me interesa es averiguar el grado de implicación de las mujeres en esta literatura política, creo que lo más operativo es realizar una primera clasificación que distinga entre aquellos textos que tienen como objeto la participación de las mujeres, pero que proceden de pluma masculina o institucional, y aquellos otros en los que la mujer es sujeto emisor, independientemente del contenido del mensaje que elabora. Así pues, de los primeros sólo haré alguna breve mención de los más significativos, como he hecho ya en páginas anteriores y me atendré sólo a los textos firmados por rúbrica femenina.


ArribaAbajo2.1.1. Los folletos

Lógicamente no es fácil seguir la múltiple vida que puede tener un papel, pues como iré indicando a lo largo del siguiente recorrido por los textos, un número bastante interesante de estos vio por primera vez la luz como folleto en edición venal, exenta, en una o más ocasiones, para luego ser reimpreso en las páginas de un periódico -madrileño o de provincias-; pero también puede ocurrir lo contrario, que se publique como colaboración periodística y luego se recopile junto a otros textos en volúmenes especialmente destinados a dar publicidad a este tipo de escritos patrióticos. Por un lado, es cierto que pudiera entenderse como demasiado audaz que algunas mujeres decidieran lanzarse no ya a la escritura sino a la publicación de unos pliegos que tal vez revelaran su osada autonomía, pues en las páginas de un periódico, en que la publicación de sus textos se ve sometida a la autoridad de un editor casi siempre masculino, podían encubrir su «descarada» independencia. Por otro lado, también es cierto que, dada la necesidad de las autoridades por facilitar la publicidad de la causa bélica, era mucho más eficaz la publicación del folleto, puesto que no en todas las ciudades había periódicos y dado que la brevedad y generalmente menor formato permitían una difusión más rápida. Algunos de los textos de que hablaré más adelante parecen haber seguido este camino del folleto al periódico. Otros pudieran haber sido concebidos a modo de notas para insertar en la Gaceta y así lograr una más rauda y amplia circulación.

Así pues, es posible que en un estadio más avanzado de la investigación puedan aparecer otros ejemplares que modifiquen o maticen la apreciación inicial sobre los textos que aquí voy a comentar, especialmente en lo que se refiere a su difusión en la prensa, de modo que en esta primera aproximación me limitaré a ofrecer un catálogo provisional de folletos que debe ser completado con un listado fruto de un vaciado exhaustivo de la prensa y la incorporación de los folletos que se vayan descubriendo en archivos y bibliotecas.

Respecto de los folletos trataré de hacer una relación cronológica en la medida de lo posible, pues no siempre los textos responden a una datación clara. Para aquellos que no tengan año, me atendré a los datos que ofrezcan las bibliotecas o archivos en los que se encuentran -o en su defecto los consignados por el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español-. En todos los casos, cuando haya coincidencia de fechas acudiré al criterio alfabético del título para determinar el orden de la relación.

  1. [M. P. M] Breve rasgo del carácter español, y triunfos sobre las águilas francesas / dictado por el patriótico afecto de una ingenua gaditana, s. n., s. a. [Autor consta al final del texto.]151
  2. [M. P. M] Breve rasgo del carácter español, y triunfos sobre las águilas francesas / dictado por el patriótico afecto de una ingenua gaditana, Isla de León [Cádiz]: se hallará... en la librería de Cerezo, 1808 (por Miguel Segovia, impresor de la Marina). [Autor consta al final del texto.]152
  3. Canción cantada en el Teatro de Cádiz la noche del 23 de agosto a la entrada de Josef Napoleón en Madrid / [por D. A. T.] Cádiz: Oficina de D. Nicolás Gómez de Requena, [1808].
  4. Caramañola nueva: sacada por una señora española, por lo sucedido con nuestro soberano, y pasages del dia 2 de mayo: compuesta para poderse cantar, Cádiz: [s. n., 18-?] (Manuel Ximénez Carreño)153.
  5. Carta al editor del Diario de Cartagena del 10 y 11 de Agosto contra el Emperador de los Franceses, y a favor de nuestro Monarca Don Fernando VII Obra de una Señora en nombre de todas las de su sexô / [Autora de la segunda carta, Catalina Maurandy y Osorio, Cartagena a 26 de julio de 1808.] Madrid: librería de Millana. s.a.
  6. «Carta de una española a sus patricios con motivo de la justa causa que obliga a la Nación a tomar las armas» [1808]154.
  7. La inocencia perseguida o las desgracias de Fernando VII: poesía / escrita por una señora inglesa; y traducida al castellano por Amarino Corbh. Madrid: [s.n.], 1808, Imprenta de Doblado.
  8. Proclama de una española a sus patricios los cartagineses [firmado en Cartagena a 18 de junio de 1808], en Colección de documentos interesantes que pueden servir de apuntes para la historia de la revolución de España, por un amante de las glorias nacionales, Cuaderno Quinto, Cuarto de Proclamas, Imprenta de Madrid, 1808, pp. 371-378155.
  9. Proclama de una veracruzana. Veracruz, s. n. 1808. [Hemeroteca Nacional de México]156.
  10. Clarisas, Proclama de las religiosas del monasterio de la Santísima Faz, valerosos y católicos alicantinos, alentad vuestros ánimos y vuestra fé... viva nuestro amantísimo rey Fernando Séptimo, [Alicante?: s. n., ca. 1808].
  11. Quando todo el reyno, justamente indignado de las maldades cometidas por el Emperador de los franceses contra nuestro Rey y nación, se prepara armando sus provincias a resistir y destruir al enemigo que quería esclavizarnos, se presentan... a mi imaginación los males que iban a caer sobre nuestras cabezas, si la nación,... no los apartase de nosotros: mi débil pluma guiada por una mano joven, y por un corto talento, hará ver que los males que nos amenazaban son tan patentes, que no hay... a quien se le oculten.. Firmado por La Española157.
  12. Una Andaluza a Sus Paysanos, Buenos-Ayres: En la Real Imprenta de los Niños Expósitos. Año 1808158.
  13. Proclama de una andaluza, México, s.n., 1808159.
  14. [Una fiel Española-Valenciana], Respuesta a la proclama del bello sexo, Valencia, 1808160.
  15. [Laura], Saluda una andaluza a los vencedores de los vencedores de Austerlitz en Demostración de la lealtad española: Colección de proclamas, bandos, órdenes, discursos, estados de ejército, y relaciones de batallas publicadas por las Juntas de Gobierno, o por algunos particulares en las actuales circunstancias, tomo IV Cádiz, Imprenta de Manuel Ximénez Carreño, 1808, pp. 105-106. [Nombre de la autora al final del texto]161.
  16. Una Española en nombre de todas las de su sexo / [Catalina Maurandy y Osorio]162.
  17. [Una fiel Española-Valenciana], Señoras españolas163.
  18. Una fiel habanera a sus paisanas. Proclama, firmado en la Havana 9 de agosto de 1808164.
  19. Una Señora de Canaria a las de su sexo / [María Joaquina Viera y Clavijo], Canaria, año de 1808165.
  20. Proclama de Doña María Francisca de Nava, mexicana llena de entusiasmo y de amor [h]acia su Soberano el Señor Don Fernando VII (Q.D.G), s.l, s.i., s.a. (1808?)166.
  21. Conociendo una señora... Sevilla, 1809. Propuesta de una Real Hermandad Patriótica de Señoras con la obligación de pedir semanalmente para las urgencias del ejército. [Colección documental del Fraile, n.º 94 del índice de Ana María Freiré.]
  22. Gritos patrióticos: papel publicado en Valencia / [P. R]. Proclama de una inglesa a las Señoras de la Gran Bretaña. La zelosa [sic] mexicana: carta al editor de la Gazeta [sic] de México año de 1809, [México: s. n.], 1809 (En la oficina de Manuel Antonio Valdés)167.
  23. [Laura], Saluda una andaluza a los vencedores de los vencedores de Austerlitz, Imprenta de Quintana, y por su original en la calle de Santo Domingo de México, 1809.
  24. Sueño alegórico por la mexicana Doña María Francisca de Nava, dedicado a la Religión, objeto amable de la Antigua y Nueva España, México, Impreso en la Oficina de Doña María de Jáuregui, 1809.
  25. Carta de una señora de Zaragoza a otra amiga suya de Madrid en la que le da las gracias por la proclama espiritual de Sevilla que le había remitido, pues había sido causa de la resolución que había tomado de dexar en un todo las actuales modas. Isla de León (Cádiz): por Don Miguel Segovia, (s. a.: 1810).
  26. Cartas descriptivas sobre los cultos con que el piadoso pueblo de México ha celebrado las rogaciones públicas a María Santísima de los Remedios verificadas en los conventos de religiosas de esta corte desde el día 31 de mayo hasta el 10 de agosto de 1810. Escritas por una señorita de esta capital a una amiga suya residente en Querétaro, s.l, s.i., México168.
  27. Proclama de una americana a sus compatricias, sobre la obligación y modo de hacer la guerra a los nuevos enemigos de la Religión y del Estado, s.l. En la Oficina de D. Mariano Ontiveros, 1810.
  28. Impugnación del Teatro por una española, Cádiz, Imprenta de Gómez de Requena, 1811169.
  29. Declaración de las Damas españolas sobre una representación que a su nombre se ha hecho de a Jorge 3º, rei de Inglaterra sobre los vagos rumores acerca de la conducta del gobierno inglés y de sus exércitos en la guerra de España170. Cádiz, 1811.
  30. Engracia Coronel, Discurso que hizo a las Señoras de la Sociedad Patriótica del Señor don Fernando VII su fundadora el día de su establecimiento, Cádiz, Imprenta de Gómez de Requena, 1811171.
  31. En la apertura de la Sociedad Patriótica, la Excelentísima Señora Marquesa de Villafranca dijo lo siguiente: La necesidad de un establecimiento patriótico que se ocupase en vestir a los Guerreros que con tanto trabajo cuidan de la conservación de la Patria, ha sido bien conocida por todos y excitado siempre la compasión de las Señoras españolas..., Cádiz, 1811172.
  32. Representación de las Damas españolas a Jorge 3°, rei de Inglaterra sobre los vagos rumores acerca de la conducta del gobierno inglés y de sus exércitos en la guerra de España173.
  33. Viage de la M. Rosa María de Jesús a ver a N. S. P. Pío Vil y tratar con Su Santidad de la paz de la Iglesia, y la libertad de la Nación Española, Cádiz, Imprenta de D. Manuel Santiago Quintana, 1811174.
  34. Memorial de la Sociedad Patriótica de Damas de Fernando VII, firmado en Cádiz, a 3 de enero de 1812 por la Secretaria María Loreto Figueroa y Montalvo175.
  35. Carta de la sobrina Doña Quiteña, a su soberano primo Valentín Foronda, Coruña: [s. n.], 1812 (en la oficina de Antonio Rodríguez).
  36. Billete de las damas españolas al editor del periódico titulado El Español que se publica en Londres por el Señor Blanco acá y White Allá, Cádiz: [s. n.], 1812 (Manuel Ximénez Carreño)176.
  37. Congratulatoria que dirige a Jorge tercero Rey de Inglaterra por los triunfos de sus ejércitos y las glorias de Wellington las damas españolas. Cádiz: Imp. de D. Manuel Ximénez Carreño, 1812; 23 p.; 20 cm.177
  38. Estatutos de la Sociedad de Señoras establecida en esta ciudad de Cádiz baxo el título de Fernando VII178. Cádiz, 1812.
  39. Evaristo y Rufina: poema trágico pastoril en verso por una española179.
  40. La Filósofa Rancia que defiende la sana y católica doctrina del R. P. Rancio en su primera carta contra el señor Argüelles y hace ver que el autor llamado Filósofo Christiano no rebate ni es capaz de rebatir la doctrina del sabio a quien intenta impugnar, Coruña, [s. n.], 1812, 2 vols. (En la Oficina de D. Antonio Rodríguez) [Las distintas cartas van firmadas por Clara Agapita, Agapita Clara o Agapita.].
  41. La Junta Patriótica de señoras presenta a el público las cuentas que ha recibido de su tesorera la señora doña María Ignacia Valiente de Zaldo [...], Cádiz, 31 de diciembre de 1812180.
  42. La señora Doña María Loreto Figueroa y Montalbo, Secretaria de la Junta de Señoras de Fernando Séptimo, establecida en Cádiz con fecha de 8 de setiembre nos dice lo siguiente. Sevilla, 1812181.
  43. Señoras de Sevilla [firmada por Maria Loreto Figueroa y Montalbo, Secretaria en Cádiz a 1 de septiembre de 1812]182.
  44. Afectuosos gemidos que los Españoles consagran en este día 14 de octubre de 1813 por el feliz cumpleaños de su amado Rey y Señor D. Fernando VII, por una Española, Cádiz, Oficina de D. Nicolás Gómez de Requena, impresor del Gobierno183.
  45. Afectos que en celebridad de la toma de Pamplona consagran los españoles a su amado Rey y Señor Don Fernando VII conmemorando el día 14 de octubre de 1813, cumpleaños de S. M., Madrid, imprenta de Villalpando, 1813184.
  46. Agapita Clara, Carta nona de la Philosofa Cristiana y primera de las dirigidas al pueblo español: que sirve de preliminar a las que seguirán sucesivamente, en cada semana una; Carta décima de la Philosofa Rancia y segunda de las dirigidas al pueblo español, Corana: [s. n.], 1813 (En la oficina de D. Francisco Cándido Pérez Prieto).
  47. Contestación de ciertas damas de Cádiz al «Español libre», Cádiz, Imprenta patriótica a cargo de Vergés, 1813 [Texto firmado por P. y J.]185.
  48. [Agustina Torres], Contestación a los artículos comunicados en el Diario Mercantil de 7 y 9 de abril del corriente por la Señora Agustina Torres, Imprenta de la Casa de la Misericordia, 1813.
  49. A. V. D. S., Enérgica exhortación que hace una religiosa descalza al exército español, vencedor de los que se llamaban invencibles186, [Madrid, ca. 1813].
  50. Fiddelida: poema en quatro cantos que dedica una Española al inmortal Lord Welington, Cádiz, Oficina de D. Nicolás Gómez de Requena, impresor del Gobierno, 1813.
  51. La Filosofa Rancia al pueblo español, al que presenta en dialogos la apologia de las corporaciones religiosas, Coruña: [s. n.], 1813 (En la oficina de Prieto)187.
  52. [María Loreto Figueroa de Montalbo], La Junta patriótica de Señoras establecida en esta Ciudad, que ofreció publicar mensualmente las cuentas de los caudales que percibe e invierte, y que lo ha realizado desde entonces, se ve en la necesidad de no continuarlas..., Imprenta de Jiménez Carreño, Cádiz, 1813188.
  53. Respuesta de la española, autora del papel titulado Afectuosos gemidos que los Españoles consagran en este día 14 de octubre de 1813 y detenido por subversivo con arreglo a la primera censura de la Junta Provincial de Cádiz, Cádiz, Oficina de D. Nicolás Gómez de Requena, impresor del Gobierno por SM, 1813189.
  54. Amadas compatricias, proclama firmada en Madrid a 20 de mayo de 1814 por «Vuestra verdadera Española» [María Manuela López de Ulloa]190.
  55. Canción patriótica a los alumnos de la Academia Militar de la Ciudad de S. Fernando, por la Sra. D. Y. M., (s. 1.: San Fernando): Imp. de la Academia, 1814.
  56. Femando en Zaragoza. Una visión, Cádiz, 1814. [Cymodocea.]191
  57. Tiernos afectos con que la Autora del papel intitulado: Afectuosos gemidos que los Españoles consagran en este día 14 de octubre de 1813 por el feliz cumpleaños de su amado Rey y Señor D. Fernando VII, que fue mandado recoger por subversivo, excita a su Patria a celebrar este mismo feliz dia en el presente año de 1814. Dedícalos al Dr. Blas de Ostolaza, como al gran defensor de los derechos de S. M., Oficina de D. Nicolás Gómez de Requena, impresor del Gobierno, 1814.

Desde luego este medio centenar largo de folletos no es un número elevado dentro del más de un millar de ellos que se publican entre 1808 y 1815, pero aun en esa cantidad es significativo, por una parte, de la importancia que tiene para los agentes de las distintas instancias de autoridad municipal, provincial o nacional que todos estén implicados en la lucha, sobre todo si se tiene en cuenta que son estos mismos representantes institucionales los que solicitan la colaboración de las señoras para las más diversas tareas, principalmente las que tienen que ver con la intendencia, y particularmente el vestuario y la sanidad, ya desde el primer bando de la Junta Suprema192. Así, he llamado la atención sobre el Aviso a las Damas de Cádiz que Morla firma el 9 de octubre de 1808 para urgirles a satisfacer la confección de una remesa de cincuenta mil camisas, o aquella en que se agradece su generosa entrega en textos como Felicidad de las madres que ofrecen sus hijos al servicio de una guerra tan justa193, y la proclama Españolas generosas, los asesinos del norte enarbolaron ya los puñales que pérfidamente ocultaban y han proclamado la fuerza... firmada de acuerdo de la Junta Superior de Gobierno de la Villa de Puerto-Real, por D. Francisco Javier Moliné, Primer Secretario194, sin que quepa olvidar otro tipo de textos laudatorios como el Sencillo y justo elogio que a las hijas de Galicia tributa como testigo de sus memorables acciones don Sinforiano Lopez Alia, teniente capitán de las milicias urbanas de esta plaza, y director de monturas de los ejércitos Nacionales quien le dedica a las hijas de Madrid su patria. Siendo capitán general de este reino y ejército de Galicia el Excmo. Sr. D. Luis Lacy195, en que el autor alaba la actividad heroica de las madrileñas en su lucha contra el francés.

Este militar era un talabartero de origen madrileño que en Coruña había encabezado la muchedumbre que se dirigía al palacio del capitán general para armarse de fusiles, incluso a las mujeres y niños que formaban parte de este gentío, y apoyar a la nación contra los franceses196.

Esa siempre singular presencia de mujeres explica también que se siga recurriendo a la máscara femenina para firmar algunos de los folletos que acabo de mencionar. En este caso, me inclino a pensar que tras la firma de Clara Agapita, Agaptia Clara o Agapita se oculta un hombre, pues es dudoso -y ciertamente esto no es ninguna prueba- que una mujer eligiera un seudónimo de este tipo197. Opción, no obstante que realizo, a pesar de que no existen pruebas contundentes en uno u otro sentido y de que, al parecer, en la Coruña existía un grupo de «Damas ilustradas» preocupadas por el avance de las ideas de la nueva filosofía.

Para este estudio no voy a tener muy en cuenta aquellos folletos en los que sea evidente la utilización de la máscara femenina -aunque pudiera ser útil para analizar el ideal femenino que algunos hombres pretenden obtener y por ello haré alguna alusión a los mismos-, pero sí otros textos, como algunos manuscritos de Frasquita Larrea, que tal vez pudieran haberse publicado, aunque hoy no tenga constancia de ello. Es el caso de la proclama «Una aldeana española a sus compatricias», que se encuentra junto con una serie de escritos que Juan Nicolás Böhl de Faber envió a su amigo el Dr. Julius, acompañados de dos anotaciones. La primera de ellas al frente de todo el conjunto reza: «Herrn Dr. Julius. Diese Opuscula übersendet Ihnen meine Frau zur Erholung für sie und gleichgestimte Freunde. In Spanien sind sie nicht an der Tagesordnung. Cádiz Juny 1821». Al final del citado texto añade: «Diese coard198 [sic] damals gedruckt und so woohl aufgenommen als sie es verdient». Si esta segunda nota se refiere a la proclama de la aldeana que acabo de mencionar, resultaría que este texto debiera considerarse como un folleto publicado más, y en cualquier caso se trataría de un detalle del que hasta la fecha nadie se había ocupado ni visto sus posibles implicaciones en lo que a la obra impresa de Frasquita se refiere199. De hecho, he localizado un ejemplar de otra proclama titulada Una Andaluza a sus Paysanos, publicada en la Real Imprenta de los Niños Expósitos de Buenos Aires en ese mismo año de 1808 que tal vez pudiera tener algo que ver con la pluma de Frasquita; desgraciadamente no he tenido posibilidad de consultarla.

De todas formas, el catálogo de folletos que acabo de proponer no es sólo índice de la debilidad de un gobierno que se ve incapaz de atender por su cuenta las necesidades más perentorias para la buena marcha de la guerra, o del elogio de unos hombres que tal vez contemplan asombrados la activa participación de algunas «mujeres fuertes» que pelean cara a cara con el enemigo y sin miedo a su muerte, sino que también, y al mismo tiempo, estos textos muestran cómo las señoras aprovechan las circunstancias para hacerse visibles en la esfera pública, es decir, evidencian el interés de las propias mujeres por implicarse en una tarea política que entienden es de todos, sin exclusión de ningún sexo, y que conciben como una empresa común en la consideran que deben contribuir en igualdad de condiciones con el sexo masculino. Aún más, así lo deben entender los mismos hombres cuando deciden hacerse eco de estos folletos, reseñando su publicación en las páginas de los periódicos, con indicación de los puntos de venta donde pueden adquirirse, o incluso insertándolos para ejemplo de todos los lectores. De esta manera las mujeres, además de formar parte del destinatario colectivo de estos mensajes políticos, se convierten más o menos ocasionalmente en escritoras que consiguen ingresar en esa élite, en esa minoría selecta, que trata de erigirse en rectora, o co-rectora, de los destinos de la nación.




ArribaAbajo2.1.2. Textos publicados en prensa

La situación informativa difiere bastante de una provincia a otra y esto va a determinar la mayor o menor presencia de proclamas y otros textos patrióticos a través de la prensa. Por lo que se conoce hasta la fecha, algunas ciudades tenían una cierta tradición periodística, que se mantiene y aun se reaviva con la coyuntura de la guerra. En ciudades como Mallorca no existía tal tradición, pero se inaugura o reinaugura como efecto de las circunstancias bélicas; algo similar sucede en Gerona aunque aquí el diario inaugurado en junio de 1808 sólo pervive hasta el 10 de diciembre de 1809, por efecto del sitio a que se ve sometida la ciudad. En Madrid la situación es compleja, se interrumpe o cambia de línea editorial y política, e incluso de nombre en el caso de algunas cabeceras como la Gaceta, que se publica al servicio del gobierno josefino mientras, al trasladarse la Junta a Sevilla se inicia allí un periódico con el nombre de Gaceta del gobierno desde el 6 de enero de 1809 hasta el 29 de agosto. En cuanto a Cádiz, existía desde 1802 un diario interesado en la información económica y mercantil, el Diario Mercantil, y además una Gaceta del Comercio, donde se publicaban «sin restricción noticias políticas, militares, diplomáticas y económicas» y además, como se indica en la recién inaugurada Gaceta de la Regencia de España e Indias, no eran estos los únicos medios informativos, pues, a través de paquebotes, llegaban noticias de Inglaterra, Francia y Portugal. De aquí que, cuando en 1810 la Junta Suprema se traslada a Cádiz, y con ella la Imprenta Real, que había sufrido todos los avatares de la guerra, con el consiguiente traslado de máquinas y hombres, la publicación del periódico oficial, además de competir con tales sistemas de la tradición informativa, debe luchar porque su «verdad» sea la única creída200. Luego, reunidas las Cortes en la Isla de León, y declarada la libertad de imprenta, surgirán nuevos competidores, entre los que destacan El Conciso, El Redactor General, el Semanario Patriótico, y en el lado más tradicional, o manifiestamente reaccionario, el Censor General y El Procurador General de la Nación y del Rey, con ellos la pluralidad informativa estaba prácticamente garantizada y al mismo tiempo aumentaba la difusión de todo tipo de impresos. Para completar este apunte sobre la situación de la imprenta201 quiero añadir un detalle que me parece muy significativo. Era tal la necesidad de conocer y difundir lo que las Cortes debatían que además del colapso que sufrieron las imprentas, se puso de moda aprender taquigrafía, disciplina en la que destacaban renombrados hombres de esta época como Francisco de Paula Martí202, Juan Álvarez Guerra, redactor junto a Manuel José Quintana del Semanario Patriótico durante la etapa gaditana y Guillermo Atanasio Jaramillo.

Pero el principal problema para calibrar la verdadera dimensión de la resonancia en la prensa periódica es que aún falta completar el vaciado de muchas cabeceras, de modo que el conocimiento que se tiene de esta repercusión es parcial203, especialmente en lo que atañe a América204. A esta dificultad se añade, como he indicado ya, el hecho de que, puesto que la relación de folletos publicados es igualmente provisional, no es posible decidir si algunos de los textos insertos en los periódicos, y de los que no hay, de momento, otras referencias, fueron publicados o no previamente de forma exenta. De alguno de estos textos periodísticos me he ocupado en ocasiones anteriores, pero no está de más recordarlos aquí205 y considerarlos en el conjunto de la producción que hasta la fecha he conseguido reunir. El resultado es que, teniendo en cuenta que sólo he realizado algunas catas en unos pocos periódicos y sin hacerla extensiva a todos los años en que se publicaron, suma algo más de cuarenta artículos de los que la mayoría no tiene localizada otra edición. De momento, pues, esta es la lista que puedo ofrecer:

  1. Diario político de Mallorca n.º 12, de 26 de junio de 1808 «Proclama del sexo femenino»206.
  2. Diario mercantil de Cádiz [s. n.º, y sin paginar] de 1 de julio de 1808. «Rasgo de patriotismo». Sin firmar207.
  3. Diario de Cartagena. Carta al editor del Diario de Cartagena del 11 de Agosto por «obra de una Señora en nombre de todas las de su sexo», firmado por Catalina Maurandy y Osorio en Cartagena a 2 de julio de 1808.
  4. Diario mercantil de Cádiz n.º 226 de 22 de agosto de 1808 Proclama de las religiosas del monasterio de la Santísima Faz en Alicante, p. 893.
  5. Gritos patrióticos: papel publicado en Valencia / [P. R.]. Proclama de una inglesa a las Señoras de la Gran Bretaña. La zelosa [sic] mexicana: carta al editor de la Gaceta [sic] de México año de 1809.
  6. Diario de Mallorca n.º 83, de 28 de marzo de 1809, «A las Señoras de la Gran Bretaña e Irlanda».
  7. Diario mercantil de Cádiz [s. n.º, y sin paginar] de 5 de febrero de 1810, carta firmada por M.ª Josefa Maldonado «desde Mérida de Yucatán» «a dos hijos que tiene en la península alistados en las banderas patrióticas».
  8. Diario mercantil de Cádiz [s. n.º, y sin paginar] de 3 de abril «Rasgo patriótico» Antonia Sánchez, [s.p., p. 4]
  9. El Redactor General n.º 7 de 21 de junio de 1811, «Una dama mexicana a las de su sexo»208.
  10. El Redactor General, n.º 56 de 9 de agosto de 1811, «A las damas de Cádiz, una gaditana», firmado por L. M. P.
  11. Semanario patriótico n.º LXXXIX, de 19 de diciembre de 1811. En la apertura de la Sociedad Patriótica, la Excelentísima Señora Marquesa de Villafranca dijo lo siguiente...
  12. Gaceta de Madrid bajo la Regencia n.º 19 de 26 de septiembre de 1812, pp. 187-188. «En Cádiz se ha formado una sociedad patriótica presidida por la Excelentísima Señora Marquesa de Villafranca. El objeto de esta sociedad se manifiesta en el siguiente discurso [...]: La necesidad de un establecimiento patriótico que se ocupase en vestir a los Guerreros...
  13. Gaceta de Madrid bajo la Regencia n.º 19 de 26 de septiembre de 1812, pp. 188-189. «Circular que ha dirigido esta sociedad a las señoras de todas las capitales del reino», firmado por M.ª Loreto Figueroa y Montalvo.
  14. El Conciso n.º 16, de 16 de noviembre de 1812, «Aviso que quisiéramos sirviese también de indirecta a algunas señoras»209.
  15. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 85, de 24 de diciembre de 1812, pp. 681-685. Artículo comunicado firmado por M. L.
  16. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 130, de 7 de febrero de 1813, pp. 1061-1063. Comunicado de una Señorita para confusión del Redactor general firmado por M. L.
  17. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 135, de 12 de febrero de 1813, pp. 1109-1112. Otro [artículo comunicado] de una Señorita firmado por M. L.
  18. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 146, de 23 de febrero de 1813, pp. 1109-1112. Artículo comunicado de una Señorita firmado por M. L.
  19. El Conciso n.º 27, de 27 de marzo de 1813, «La tesorería de la Junta Patriótica...», pp. 2-4. Firmado por la Marquesa de Villafranca, Presidenta, M.ª Ignacia Valiente de Zaldo, Tesorera y M.ª Loreto Figueroa, Secretaria210.
  20. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 202, de 21 de abril de 1813, pp. 1668-1670. Memorial de las damas de Montevideo a su Comandante el Señor Bigodet. Firmado por Juana Venavides y Montoja, Francisca Isabel Bedoya y Margarita Zambrana; Melchora de la Quintana, Encarnación Aviles, Hipólita Nabacenés, Petrona Díaz Abranles y por todas firma María Inés211.
  21. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 205, de 23 de abril de 1813, pp. 1196-1197. Artículo comunicado de una Señorita» firmado por M. L.
  22. El Conciso n.º 26, de 26 de abril de 1813, «La tesorería de la Junta Patriótica...», pp. 5-6. Firmado por la Marquesa de Villafranca, Presidenta, M.ª Ignacia Valiente de Zaldo, Tesorera y M.ª Loreto Figueroa, Secretaria212.
  23. El Procurador General de la Nación y del Rey, n.º 326, de 22 de agosto de 1813, pp. 3673-3678. «Revista literaria a la Abeja número 309 por una literata, pero Española».
  24. El Procurador General de la Nación y del Rey, n.º 327, de 23 de agosto de 1813, pp. 3681-3684. «Concluye la impugnación a la Abeja Española número 309 por la literata».
  25. Atalaya de la Mancha en Madrid, n.º 27, martes 12 de octubre de 1813. Artículo comunicado. Firmado por «La Centinela manchega»213.
  26. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 384, de 19 de octubre de 1813, pp. 4233-4240. «Representación que dirigió al Sr. Duque de ciudad Rodrigo una española a nombre de las damas de su nación» firmado por M. L.
  27. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 32, viernes 29 de octubre de 1813. Décimas por La Patriota de Almagro.
  28. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 41, martes 30 de noviembre de 1813. Soneto dedicado a M. M. L. U. por otra española214.
  29. Correo de Vitoria n.º 10, de 22 de enero de 1814. «Representación dirigida al Redactor del Como por las damas de Vitoria», firmado a 10 de enero de 1814215.
  30. Procurador General de la Nación y del rey n.º 34 viernes 18 de febrero de 1814. pp. 341-346. «Artículo comunicado». La española en la Corte.
  31. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 67, martes 1 de marzo de 1814. Proyecto económico216. La española en la Corte.
  32. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 2 y n.º 3, de domingo-lunes 3-4 de abril de 1814 (pp. 9- y 17-20). Carta de la Filósofa Rancia217, firmado por T. V. D. P. =A. L. M.
  33. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 3 lunes 4 de abril de 1814 (pp. 37-20) carta al editor de La española en la Corte218.
  34. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 8, sábado santo 9 de abril de 1814, p. 79. Una Patriota en la ciudad de S. Fernando. Octava.
  35. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 26 de abril de 1814, pp. 984. «Otro». La Aragonesa Fernandina. N. J.
  36. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 102 viernes 27 de abril de 1814, pp. 937-943. «Viva Fernando». La española en la Corte.
  37. El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 134 lunes 30 de mayo de 1814, pp. 1201-1203. «Artículo comunicado». La española en la Corte. [Incluye versos en honor de la onomástica de Fernando VII que empiezan «Heroycos españoles /...»]
  38. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 42, 13 de mayo de 1814, pp. 431-434. «Al Pueblo de Madrid», La Española.
  39. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 53 martes 24 de mayo de 1814. pp. 431 -434. Viva la verdadera libertad. La española en la Corte219.
  40. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 100, domingo 10 de julio de 1814. pp. 815-1504. Isla de León 14 de junio. Ni la vista del sol fuera tan grata / ...C. G.
  41. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 151 lunes-martes de 5-6 de septiembre de 1814. pp. 1215-1219 y 1223-1226. La española en la Corte.
  42. Atalaya de la Mancha en Madrid n.º 185 viernes 14 de octubre de 1814. pp. 1493-1504. Tiernos afectos con que la Autora del papel intitulado: Afectuosos gemidos que los Españoles consagran en este día 14 de octubre de 1813 por el feliz cumpleaños de su amado Rey y Señor D. Fernando VII, que fue mandado recoger por subversivo, excita a su Patria a celebrar este mismo feliz día en el presente año de 1814. Firmado por María Manuela López Ulloa.
  43. Atalaya de la Mancha en Madrid (s. n.º.) [correspondería al n.º 30] miércoles 12 de abril de 1815. Anuncio: Loa, que en celebridad del cumpleaños del Serenísimo Señor Infante D. Carlos presentó a S. A. D. M. M. E. U.

Las diferentes ediciones muestran que algunos de estos escritos tuvieron un relativo eco que justifica el que hoy también se le deba prestar cierta atención. Desde luego, además de que aún queda mucho por rescatar de los fondos hemerográficos, hay que pensar que, con la salvedad de algunas cabeceras dispersas -en distintos lugares de España y con irregular fortuna-, la mayor parte de los periódicos de la época empezaron a publicarse hacia 1810 o 1811, y que los que lo hicieron a partir de estas fechas no pudieron dar cuenta de todo lo que se daba a la luz en las imprentas, de modo que debieron seleccionar aquellos textos que parecieron a sus editores más significativos, más del gusto de sus lectores o de mayor relevancia política, o que simplemente fueran más de su agrado. Parece que el primer manifiesto político conocido es la «Proclama de la Junta General del Principado» firmada por Álvaro Flórez Estrada tras la insurrección asturiana de 24 de mayo220, que no he logrado localizar en ningún periódico -ni siguiera en la Gaceta-, y en la que destaca la mitificación del honor y fuerza asturianos con la alusión a Covadonga. Si como parece la fuente de estas proclamas pudiera ser generalmente la Gaceta, es fácil que su inserción u omisión en este periódico oficial favoreciera o limitara la difusión de este tipo de folletos y que de ella dependiera el éxito de los mismos. Efectivamente, la Gaceta es citada como fuente en el Diario político de Mallorca, y en su n.º 12, de 26 de junio de 1808 se reproduce la «Proclama del sexo femenino»221, que se publica también en el Diario mercantil de Cádiz bajo el marbete de «Rasgo de patriotismo» en el n.º 185 de 1 de julio222, de modo que es posible que ambas publicaciones debieran la procedencia del texto político a esta fuente oficial. De todas formas la situación inicial es confusa, las autoridades tratan de prevenir desórdenes y a ello se dirigen los primeros bandos. Por lo que he podido comprobar no es hasta el 4 de junio cuando se recoge en la prensa la primera proclama alentando a luchar contra el francés. Se trata de la titulada «Córdoba a sus habitantes», publicada en el n.º 2 de 4 de junio de la Gaceta Ministerial de Sevilla223. Entre la publicación de esta y la primera supuestamente escrita por una mujer transcurren más de veinte días.

Por otra parte, muchas proclamas que fueron rechazadas para su inserción por los editores de periódicos se han perdido, lo mismo que aquellas cuyo destino fue correr libremente de mano en mano, difundirse en las plazas o fijarse en las esquinas224. En todo caso, es posible que, como decía antes, en los próximos años en que previsiblemente se investiguen más concienzudamente estos fondos, salgan a la luz algunos textos más. Mientras tanto, interesa ahora entrar en el análisis de los que componen la nómina que he consignado más arriba. La condición de los textos apenas si varía de su edición venal exenta a su publicación periódica, a veces sólo cambia en este último caso su nueva denominación bajo el marbete de carta o de artículo comunicado.






ArribaAbajo2.2. Tipología textual y retórica

Vieran la luz estos escritos o no de la mano de sus autores, en folletos exentos, en volúmenes colectivos o a través de la prensa periódica, incluso independientemente de que lo hicieran después, de la mano de editores modernos, creo que, efectivamente, lo más operativo en primer lugar es hacer una clasificación atendiendo a su género literario, para poder examinar mejor después sus características y sus afiliaciones literarias, y descubrir los géneros, temas, y estilos más cultivados. Visto así, lo primero que se percibe es que las mujeres cultivan las modalidades más comunes en estas fechas, desde los discursos políticos a las modalidades poético-líricas, faltando en cambio las épico-narrativas. A continuación voy a realizar en primer lugar un repaso cronológico y temático por algunas de las que considero de mayor interés para tratar de comprender cuáles son las claves del pensamiento de estas mujeres, cuáles las modalidades que utilizan con mayor frecuencia y cuáles sus posibles fuentes.


ArribaAbajo2.2.1. Los discursos: de la invectiva y el panegírico, al alegato

Buena parte de los escritos producidos en estas fechas responden al modelo retórico del discurso, concebidos como textos que se dirigen a las asambleas o juntas ciudadanas entendidas en sentido amplio, es decir, no son reuniones en la práctica pero sí en la mente de los que escriben en estas fechas y también lógicamente de las mujeres que se dirigen al conjunto de la nación, de la ciudad o de la provincia, o a los lectores de esa tribuna pública que es el periódico. Entre estos está comprendida la mayor parte de los textos que se presentan como proclamas, pero también las impugnaciones y representaciones.

La elocuencia de las asambleas tal como la denomina Sánchez Barbero se acomoda al género deliberativo, esto es a persuadir o disuadir de una acción -alterar o dar nueva forma al gobierno, extender o romper los vínculos de alianza, mover a la paz o a la guerra-, aunque también admite el género demostrativo cuando de lo que se trata es de alabar o vituperar a alguien, aquí se enmarcan los panegíricos, las invectivas y las oraciones gratulatorias o fúnebres. La elocuencia del foro se emplea en la defensa o en la acusación de un particular o de sus derechos en presencia de los jueces225. De cada uno de estos tres géneros de elocuencia tuvieron que hacer uso las mujeres.

Como combinación del género demostrativo y del deliberativo puede leerse una proclama de la que de momento ignoro su fecha de publicación, aunque supongo que debió escribirse en los comienzos de la guerra, tal vez en los primeros meses. Se trata del discurso Cuando todo el reino, justamente indignado de las maldades cometidas por el Emperador de los franceses contra nuestro Rey y nación, se prepara armando sus provincias a resistir y destruir al enemigo que quería esclavizarnos, se presentan... a mi imaginación los males que iban a caer sobre nuestras cabezas, si la nación,... no los apartase de nosotros: mi débil pluma guiada por una mano joven, y por un corto talento, hará ver que los males que nos amenazaban son tan patentes, que no hay... a quien se le oculten...226 Desde el mismo título se evidencia el interés de la autora en demostrar la maldad de los franceses y más concretamente la iniquidad de Napoleón, con el fin de tratar de convencer a los españoles de que luchen contra los intrusos hasta expulsarlos del territorio patrio, y dando la vida si es preciso. Es decir se utiliza la invectiva con el fin de reforzar la persuasión. Además, en esta proclama se reúnen varios tópicos que caracterizarán este tipo de literatura propagandística. En primer lugar la explicación del dominio napoleónico por el engaño y la perfidia; en segundo lugar la denuncia del sistema criminal con que, una vez logrado el dominio, consiguen mantener el poder sobre sus sometidos, y eso, a pesar de las iniciales promesas de paz227. A continuación, la rememoración de cómo ocurrió así en Madrid y a qué tipo de horrores se vio sometida su población. Otro de los lugares comunes que se incluye en la proclama es la instancia a persistir en el rechazo a aceptar un soberano extranjero, impuesto además por quien tanta miseria y horror ha infligido a los españoles. En relación con este motivo surge la invocación a la venganza por medio de la memoria de los antiguos españoles que lograron expulsar a los Moros:

Pero en fin la sangre de las víctimas injustamente sacrificadas en Madrid, las lágrimas de sus viudas y huérfanos infelices, claman venganza al Cielo; él los ha oído, y para vengarlos ha encendido en el corazón de todos los Españoles, el mismo fuego, el mismo espíritu que encendió en el corazón de nuestros abuelos, para que arrojasen de nuestra Península a los Moros que la dominaban. ¡Oh Españoles! ¡seguid tan glorioso ejemplo! Nuestros abuelos nos han dejado una patria libre y un nombre glorioso y respetado; dejádselo igualmente a vuestros hijos, derramad gustosos vuestra sangre por la Religión, por el Rey y por la Patria; [...]228



Este asunto del heroísmo de unos españoles que luchan contra el pueblo invasor como ocurriera en época de Pelayo se convertirá en una idea repetida en la poesía de la época, pero no es de las más frecuentes en las proclamas, no llega a constituirse en un tópico de este tipo de prosa. No obstante, otra escritora que firmará también con el nombre de La Española utilizará una alusión que guarda cierto parentesco con el motivo anterior, la lucha por la conquista del territorio ocupado por los musulmanes en el siglo VIII, cuyo dominio ella considera una tiranía. Se trata de María Manuela López de Ulloa que al rebatir el símil entre Napoleón y el Redentor, utilizado por algunos periodistas liberales, recuerda que la situación española bajo el dominio de Carlos IV en nada coincide con «la esclavitud que sufrieron los judíos en Babilonia, como la que padecieron nuestros antepasados cuando la invasión de los sarracenos, o como la que actualmente ha sufrido y aún sufre nuestra España entre las pesadas cadenas de la redención Napoleónica»229. Desde luego la finalidad de esta referencia es distinta, minimizar el estado de decadencia española con Carlos IV, para tratar así de quitar fundamento a la justificación de la intervención napoleónica vista como una redención de la España oprimida bajo el poder absoluto, tiránico, del monarca.

Esta proclama es, por otra parte, una de las primeras firmadas por «La Española», sin que hasta la fecha pueda asegurarse si tiene que ver con alguna de las otras mujeres que rubricarán sus escritos con ese gentilicio. Lo que sí se evidencia es que, explícitamente, la imposibilidad de acudir a la guerra física se compensa con el combate dialéctico, aunque este impulso de batallar en la arena intelectual se vea arropado con la consabida retórica de la humildad, una forma de captatio benevolentiae bajo la que se descubren las tensiones entre las que se debate su autora. Efectivamente, la escritora aspira a emular en el plano literario a los soldados y al mismo tiempo manifiesta sentirse excluida de la acción. En la misma medida, se evidencia la presión a que se ve sometida quien por su juventud y sexo es consciente de que debe lograr la indulgencia de su lector, pero se sabe al mismo tiempo capacitada para demostrar con pruebas la realidad de una amenaza de la que trata de advertir a sus compatriotas. Esta tensión vuelve a aflorar al final del texto de una manera bastante novedosa pues por primera vez, y no serán muchas las escritoras que repitan luego esta afirmación, se sostiene que la división entre las actividades masculinas y las femeninas no se debe a sus diferencias naturales sino a la educación y a la costumbre:

corred a los campos del honor, que mientras peleáis por tan justa causa, las mujeres a quienes la educación y las costumbres no nos permiten tomar parte en los combates, levantaremos nuestras manos y nuestros corazones ante el Ser Supremo, rogándole os conceda la victoria, y os vuelva al seno de vuestras familias cubiertos de laureles, y siendo la admiración de toda la Europa, que verá con gozo vuestros gloriosos triunfos.230



Aparentemente, esta española asume su papel y parece limitarse a orar con las demás mujeres por la gloria de los soldados españoles, pero el mismo hecho de escribir ya supone una cierta transgresión, pues si en teoría la educación y las costumbres relegan a las mujeres a la oración, en la práctica escribir, al tiempo que constituye un modo de combatir por la nación, para muchas se convierte en una forma de luchar por conquistar su propio espacio público.

Un rasgo más me gustaría comentar a propósito de este texto de 1808, se trata del conocimiento que muestra la autora de la publicística y la prensa de la época, ya sea directa o indirectamente. El caso es que La Española alude al contenido de gacetas y manifiestos franceses, así como al consejo ofrecido a los españoles «en la carta figurada del Oficial retirado, que debíamos admitir, como nuestra felicidad, el Rey que Napoleón quisiere darnos»231. La Española no se limita a mencionar tales escritos y a denunciar las mentiras que encierran, también se atreve a desmontar con razones los argumentos de los textos franceses, tal como había prometido a sus posibles lectores al comienzo de su discurso. Se trata en fin de un discurso en el que esta escritora muestra que conoce las técnicas de la retórica para conmover a los lectores y para, con muy pocas pero convincentes palabras, tratar de persuadirlo con evidencias a fin de que actúe en la dirección que ella considera más oportuna.

Evidentemente su percepción de los hechos coincide con la de la mayoría de los españoles a la altura de 1808. España está siendo destruida por la acción del embajador del Mal, Napoleón, a quien ni siquiera los intelectuales que luego se adscribirían al liberalismo, y que antes habían cantado las excelencias del militar, se atreverían en este momento a defenderlo. La Española incide por otra parte en el retrato negativo de este pérfido usurpador, ambicioso,

que injusto hasta con su familia, jamás ha colocado a sus parientes sobre ningún trono hasta ver saqueado el país a cuya cabeza los ha puesto, no dejándoles más que vasallos arruinados, que no podían menos de maldecir al Soberano puesto por su opresor.232



Juicio, por otra parte, bastante bien fundado y que en todo caso contribuye a alentar la leyenda negra en torno a Napoleón233, tan necesaria para el sistema propagandístico del movimiento juntista y para los fernandistas.

Un planteamiento similar sostiene una no muy famosa americana, que escribe un par de textos para animar a sus compatricias a la liberación de Fernando. Se trata de la Proclama de la Doña maría Francisca de la Nava, mexicana llena de entusiasmo y de amor [h]acia su Soberano el Señor Don Fernando VII (1808?) y del Sueño alegórico por la mexicana Doña María Francisca de Nava, dedicado a la religión, objeto amable de la Antigua y Nueva España (1809)234. Este segundo texto no tiene mayor importancia histórica ni tampoco aporta gran novedad literaria, pues se sitúa en un género de tradición humanística, habitual en la literatura del XVIII y también en la de estos años. Frasquita Larrea solía también cultivarlo y pueden observarse similitudes con algunos textos suyos y, en particular, con su Fernando en Zaragoza. Una visión (1814). En cambio del primero interesa destacar su rechazo al «abuso» que ha condenado a las mujeres a «la almohadilla y cocina», así como la impaciencia que manifiesta la escritora para sufrir pasivamente el cautiverio de Fernando, soportando, además, el «epíteto de delicadas». Por eso se pregunta quién será tan infiel

que no arme no sólo el brazo para devorar a un monstruo criminal que ha producido el trueno y el espanto, que ha vomitado el averno, y que es objeto aborrecible y odioso, hasta de los lugares más ocultos en donde el sol no extienda sus influencias; sino hasta envenenar si es posible el aire que respira, y la luz que lo alumbra, con cuya claridad ni ve ni le dejan ver sus torpes y criminales intenciones, sus excesos, escándalos, perfidia...235



De nuevo Napoleón es presentado como ser monstruoso, inmundicia infernal, que contrasta con la bondad y condición casi angelical de Fernando. De aquí que doña Francisca termine por solicitar:

Españolas: Mujeres todas amadas compatriotas, este es el estado de nuestro Rey ¿No es cierto que lo amamos? ¿No es cierto que vive en nuestros corazones? ¿No es cierto que es nuestra cara prenda y objeto sin tamaño de nuestra ternura? Pues al mismo tiempo que los ojos paguen con el tributo de las lágrimas de su cautiverio, armémonos contra la hipócrita conducta de un malvado: huya de nosotros la delicadeza, y llenas de furor varonil por la Religión, y por el Soberano, corramos cual vívoras venenosas contra un usurpador que nos tiraniza; tóquese el arma valientes Españolas, Americanas hagámonos lugar en la campaña, volemos a salvar a nuestro Rey: muramos por vengar tamaña ofensa; pero entre tanto gritemos sin cesar muera la Francia, muera su Emperador, viva la Religión: viva la Patria, y viva siempre y para siempre viva el Sol que nos alumbra que es FERNANDO.236



Una vez más, una mujer real, dispuesta a convertirse en el arma vengadora capaz de castigar la osadía de Napoleón, hasta dar la vida -retóricamente, al menos-, si es preciso, por salvar al amado monarca. Para ello, la autora invita a sus compatriotas a transformarse en varón o, incluso en mortífera serpiente, para dar castigo a aquel que ha oscurecido la dicha de los vasallos de Fernando, a la espera, pues, de conseguir que de este modo renazca la patria, triunfe la Religión y brille eternamente esa divinidad solar que emblemáticamente representa a Fernando VII.

Más ceñido al género deliberativo se publica en este mismo año de 1808 la Proclama de la religiosas del monasterio de la Santísima Faz un texto de las clarisas de Alicante. Su fin consiste en alentar a los «católicos alicantinos» en la defensa de la patria y en el amor de «nuestro amantísimo rey Fernando Séptimo». Es una respuesta clara al llamamiento de las autoridades a que todos se impliquen en la lucha y declaren si fidelidad a Fernando VII. Desde luego, no es el único ejemplo de discurso que tiene su origen en el ámbito conventual, aunque como es lógico tampoco son demasiado numerosos, al menos no son muchos a los que a la fecha conozco, pero muchos o pocos, cada uno de ellos era necesario para animar a los soldados, hacer palpable a los franceses, la fuerza y unidad de todos los españoles, e ir construyendo el mito, tal vez bastante interiorizado ya por el pueblo, de su amor por Fernando.

Al mismo género deliberativo, aunque con rasgos también propios del demostrativo, se adscribe otra proclama conventual, la Enérgica exhortación que hace una religiosa descalza al ejercito español, vencedor de los que se llamaban invencibles237, firmada por A. V. D. S. y que supongo escrita hacia 1813, pues se hace referencia a las batallas de Zaragoza, Bailén y Murcia, pero aún no se ha procedido a la derrota definitiva, y Fernando VII se halla todavía en poder de los franceses.

Desde el título se advierte que la monja descalza pretende convencer al ejército español para que actúe y que esta petición se realiza desde la alabanza a los guerreros por sus últimos éxitos: «persuadiéndole que corone sus heroicos triunfos, arrancando del poder del enemigo del honor y de la humanidad el pérfido Napoleón y colocando en su Trono a nuestro amado Rey Fernando VII». Así reza el título completo, de modo que también se observa que la loa a los españoles pasa por el vituperio y escarnio de Napoleón. En ese intento de desacreditar al emperador de los franceses se encuadra la alusión a diversos periódicos pues se le acusa de haber difundido en «sus papeles públicos» «que rindió su feroz aliento al voraz contagio de la Fiebre amarilla». Es evidente que la religiosa quiere empañar la imagen del hasta hace poco invicto emperador con el baldón de falsario, que junto a los de perverso, pérfido, traidor, y cruel, contribuyen a denostar al «lobo sangriento» que se ha apoderado de la «víctima inocente» que es el «sol de nuestro suelo», el «adorado Fernando VII». Nuevamente se acentúa el carácter salvaje, feroz, animal, de los franceses y especialmente de Napoleón, a quienes ya desde los primeros años de la guerra se le había asociado a la imagen del lobo, como apuntaba El Patriota compostelano el 17 de julio de 1809: «Es preciso que 300.00 hombre españoles dispongan cuanto antes una caza de montería que ejecute con los bandidos de Francia lo mismo que los ingleses han hecho en su isla con los lobos»238.

Frente al lobo, Fernando es el cordero inmolado, es decir, que encarna al Bien mediante un simbolismo que lo sitúa en la misma esfera divina que la de Jesucristo. A él se adscriben también otras alusiones clásicas como la del sol que ilumina la patria, después de una época de oscuridad a la que se vio sometida bajo el dominio de Godoy, una retórica divinizadora que cobrará mayor audacia en 1814. En esa misma línea, los soldados españoles son saludados como «rayos de Febo a quienes abre y franquea sus pórticos Jano, sus templos Belona», divinidad esta última asociada igualmente a Marte, el dios de la guerra. Además, Jano era invocado al principio de cada acción bélica para asegurar su desenlace favorable.

Otras alusiones mitológicas evidencian los conocimientos retóricos de su autora, que acusa a Napoleón, «borrón infame de la naturaleza» de haber apresado a Fernando VII «con el engaño mas infame que el de Paris a Menelao» y agradece el valor de los soldados españoles que han «obscurecido y sepultado en el Leteo los brillantes epítetos de Grande, de Poderoso, y de Héroe que se daba». Son referencias tópicas pero que no pertenecen al discurso popular como muestra también la construcción y disposición del texto, y que ponen de manifiesto que la literatura religiosa aún se nutría con bastante frecuencia de la retórica clásica. Lo cierto es que tanto las referencias bíblicas como las paganas coadyuvan a urdir los mitos del fiero Napoleón y su inocente víctima Fernando, cuya salvación es esperada por el pueblo para ver renacer su honor perdido en el secuestro de su rey.

Me interesa destacar, por otra parte, que se trata de una proclama no muy frecuente dentro de la tradición literaria conventual femenina, y que en ella se evidencia que los periódicos, y con ellos la política, también llegaba a estos espacios, al menos en estas fechas. Es uno de esos escasos escritos de monjas en los que el mundo exterior, el espacio, el tiempo, y sus circunstancias, pueden alterar la vida monacal, como de hecho queda patente en este texto, que puede relacionarse con algunas de las cartas de María Jesús de Agreda al rey Felipe. En ellas esta religiosa también ofrece sus privaciones, sus rezos y la disciplina infligida en el propio cuerpo, para contribuir a alcanzar la victoria contra los herejes del cristianismo239. El cuerpo, efectivamente, es un elemento más de ese instrumento y por ello puede brindarse en sacrificio si la empresa así lo requiere. A veces no se trata más que de oraciones, y ejercicios, con que interceder ante la providencia divina, en otras ocasiones, como la que obliga a la monja descalza, los rigores, privaciones, y castigos, son la mejor contribución y el más agradable obsequio que pueden hacer:

os prometo que yo y todas mis amables y humildes hermanas, que ocupamos estos Claustros, estaremos de rodilla día y noche todas las horas que nos permitan nuestras obligaciones, al pie del Altar, [...] Nuestras carnes serán maceradas con mano penitente, rígida y severa. Serán además nuestros cuerpos mortificados con rigorosos ayunos y con todo género de penitencias, que son ofrendas muy agradables al Autor de la Naturaleza, y con ello al fin creemos se consigan nuestros fieles deseos. Sí, se conseguirán, se conseguirán sin duda, os lo aseguro.240



Se trata, por otra parte, al igual que en el caso de la carta de María Jesús de Agreda de un escrito que no se justifica por la obediencia a una autoridad superior, sino la de una religiosa que por voluntad propia, pues tampoco se habla aquí de inspiración divina ni de escritura al dictado241, decide «desde el rincón de su humilde celda» persuadir a unos soldados para que pasen a la acción más grande y deseada, liberar a Fernando VII. Por ello se propone «introducir en vuestros generosos y magnánimos corazones todo el fuego de la venganza»242. Pero si en el caso de las monjas la retórica de la humildad las lleva a presentarse generalmente ante los ojos de sus receptores como mero instrumento divino, en el caso de la religiosa descalza no existe tal manifestación explícita, aunque puede entenderse que, cuando tacha a los ricos de «avaros, codiciosos y usureros», habla en nombre de la virtud a la que aspira. En cualquier caso es un texto conventual infrecuente, decía, porque no tiene carácter privado, como pueda ocurrir en el texto de María Jesús de Agreda, sino que escrito desde el punto de vista de un sujeto individual está destinado a la imprenta y se inserta en la misma línea de exaltación patriótica que el resto de los escritos seglares que he ido comentando. De todas formas, es conocido que en el seno de las iglesias con la participación de religiosos y fieles se hicieron toda clase de ejercicios devotos con idéntico fin, la libertad del Soberano, como se recuerda en el título de un poema compuesto por C. G. y A. una escritora de San Fernando, Para cantarse en unos ejercidos devotos en que se rogaba al Señor por la felicidad de España, y la libertad de nuestro augusto Soberano. Coplas243. En esta línea, también en los conventos masculinos se excitaba a pelear incluso hasta la muerte antes que rendirse al «tirano»244.

De autoría religiosa aunque no específicamente conventual es la alocución de María Joaquina Viera y Clavijo, Una Señora de Canaria a las de su sexo, publicada en Canarias, en 1808245. Se trata de un breve texto en el que María Joaquina, que aquí no se identifica como religiosa ni limita el alcance de su escrito al ámbito de su hermandad, incita a sus paisanas, «compañeras amables y generosas», a seguir «el ejemplo de las madrileñas, gaditanas y demás señoras de los principales pueblos de la Península dignas por su patriotismo de un eterno renombre», proporcionando a los soldados voluntarios toda la ayuda posible. Su exhortación es muy concreta:

Contribuyamos todos sin distinción de clases con el trabajo de nuestra aguja a que se aliste en breve tiempo su reducido equipaje; y aliviemos con las ofertas y donativos que nuestra situación y economía nos permitieren los inmensos gastos que en defensa de sus derechos, de su religión y de su rey ha de sufrir indispensablemente esta pequeña parte de la agobiada monarquía española.246



Se trata, pues, de que un discurso de marcado carácter deliberativo que pretende incitar a una actuación urgente, que todos contribuyan a la financiación de una guerra que se hace en defensa de la fe y del monarca, pero también de una nación, que ha visto hollados sus derechos, es decir, su independencia, una alusión política aunque fugaz bastante significativa. En cuanto a la mención de la religión no presenta el mismo color vengativo que en otras proclamas claramente serviles, sino que es una muestra de la fe que sienten la mayor parte de los españoles de la época. Llama también la atención que la petición de colaboración se extienda a todos sin distinción.

La invitación de María Joaquina cuadra, no obstante, con la visión tradicional del ámbito de actuación de las mujeres que las reduce a la domesticidad, un ámbito que sólo debe traspasarse en casos límite:

Aunque no nos faltaría valor y entusiasmo, a imitación de las valientes y para siempre memorables matronas de Zaragoza y de Valencia en estos días amargos de dolor y de luto, para hacer frente a un enemigo feroz, y rechazar a viva fuerza sus acechanzas y despotismo cuando atentase a nuestra libertad, y quisiese que hollásemos los sagrados deberes que nos ligan a nuestro muy amado FERNANDO, no hemos nacido para la pelea ni para la confusión.247



Por eso lo mejor que pueden hacer estas mujeres es controlar sus emociones y sacrificar el cariño hacia sus hijos y esposos para cumplir con lo que dicta «la razón, el deber y el estado». Una vez más lo que toca a las damas es animar a los guerreros y cubrir sus necesidades; un papel que Joaquina entiende como fundamental, pues hasta la fecha ningún batallón canario -al menos, según sus noticias- se ha desplazado a la península para socorrer a la monarquía y salvar a la patria, de ahí la necesidad de persuadir a sus paisanas para que contribuyan con su trabajo o dinero a preparar un batallón.

Mes y medio después de que se inicie la contienda se escribe la Proclama de una española a sus patricios los cartagineses, firmado en Cartagena a 18 de junio de 1808 y que sería coleccionado y vuelto a publicar por un particular en ese mismo año248. Lo más novedoso de este discurso, en el que se perciben rasgos de la oralidad del género, es la alegoría teatral en la que se enmarca el ataque a Napoleón: «Leales españoles, rasgóse en fin el velo que representaba en la escena del mundo a Napoleón como un verdadero héroe apareciendo con los propios coloridos de su carácter». Se trata de un recurso frecuentemente usado por la censura satírica con el fin de demostrar la hipocresía del comportamiento de un individuo. En este caso se pretende denunciar en el párrafo siguiente la verdadera catadura moral de Napoleón y se pone al descubierto los «engaños y traiciones» con que ha conseguido aprisionar a los soberanos, especialmente a Fernando VII.

Como he indicado antes, Europa y, especialmente, la burguesía y cierta élite intelectual veía con buenos ojos al Napoleón pacificador, aun cuando sus avances por Europa iban inquietando a otros, especialmente desde 1805 en que tras el desastre de Trafalgar y la desmoronamiento de su sueño de acabar con el poderío inglés, el corso proyecta su ambición en la conquista de Europa249. La victoria en Austerlitz será una llamada de atención para quienes como Frasquita Larrea empiezan a dudar del «insigne Napoleón», de «San Napoleón»250, cuya trayectoria sigue con preocupación creciente, «Nos han dado la noticia que Napoleón y los suyos están en el Mecklengourg. ¡Cómo os compadezco! ¡Sobre todo después de lo acaecido en Lubeck!251, para llegar a convertirse en uno de sus demonios más persistentes, al que no dejará de dedicar algunos de sus escritos visionarios más feroces252.

Cuando el mito de Napoleón253 empieza a resquebrajarse, y cuando los movimientos de Godoy, el favorito no se olvide de Carlos IV, hacen más palpable la amenaza que se cierne sobre España, comienza a crearse el mito fernandino, con mayor fuerza desde el motín de Aranjuez, que convierte a Fernando en el «nuevo sol que empezó a reproducir en nuestros corazones el júbilo y las más lisonjeras esperanzas»254, y a cobrar fuerza la ilusión que alimentará el imaginario patriótico de que su regreso traerá a la nación nuevos días de gloria y la sacará de la decadencia a que la abocó la dejadez de Carlos IV y la desafortunada ascendencia de Godoy. Por eso renace el entusiasmo nacional y aumenta el odio sobre el vencido Príncipe de la Paz:

La dignidad, la nobleza, la generosidad características de esta nación se han vuelto a despertar con la caída del traidor que las tenía adormecidas. La noticia de una paz general no hubiera hecho tanta sensación en España. Los cafés, las calles de Cádiz, han sido sembradas de botellas y vasos, vaciados en brindis por nuestro rey y príncipe. El más pobre, pobre, los llena de bendiciones y da gracias por la caída del tirano. [...] Mi sangre parece correr con más velocidad desde hace tres días. ¡En el rostro del último payo me parece ver rasgos honorables de Español! Lágrimas de entusiasmo salen a mis ojos. ¿Y no sentirán lo mismo todos los españoles? Sí, la nación va a resucitar. Murmullos patrióticos se oyen aún por las calles de este pequeño pueblo. Hasta Cádiz han llegado trozos de un cuadro que estaba en casa de los Flores de Málaga, del retrato del nuevo Amán, y que el pueblo hizo pedazos.255



Godoy, en esa identificación con Amán, se convierte en una representación del antimesías, que asciende rápidamente al poder por medio del engaño y la traición, rasgos que lo emparentan de alguna manera con Napoleón.

Efectivamente Napoleón ha engañado a los españoles -lo mismo que a Europa, pues le ha dado el título de «grande»-, y la traición consisten en haber llevado a su país a los reyes bajo un «velo de amistad»256. Toda la argumentación, combinada con la invectiva contra el francés propia del género demostrativo, encaminada, pues, a desacreditar al enemigo, afianzan además la loa a la Monarquía y quiere demostrar que los reyes, y particularmente Fernando VII, actuaron de buena fe, movidos por las «halagüeñas esperanzas» de alcanzar la «felicidad de sus pueblos», que ha sacrificado su vida y «está preso y oprimido por amor de sus vasallos», de modo que se hace necesario rescatarlo «y morir por él». Este razonamiento suele ser frecuente en la mayor parte de los folletos y artículos tanto femeninos como masculinos257 y a veces vienen apoyados por la idea de que las renuncias de los monarcas fueron ilegales pues no se hicieron ante las Cortes258. Parece que en Bayona Fernando VII había puesto como condición que hubiera reunión de Cortes, para formalizar tal renuncia a la corona en la cabeza de su padre259.

En todo caso, no se trata de un texto marcado específicamente por la retórica sentimental que suele abundar en los discursos de la mayor parte de las escritoras, si bien es cierto que a veces se percibe que esta coartada sensible no es más que una retórica al uso para ser aceptadas en la república literaria. Creo que sí merece destacar que entre toda la demostración sobre la maldad de Napoleón aparece un detalle que demuestra bien la sensibilidad de la escritora y su capacidad para matizar los juicios generales, bien la utilización de este criterio ponderado para tratar de atraer a otros europeos a la solidaridad y consenso con España:

No creemos que falte en el ejército que manda el tirano de Europa quien condene una acción tan vil. Todo hombre que esté dotado de un sano juicio, y en quien se halle alguna probidad nos hará justicia, y detestará tan negra perfidia. El hombre de bien, sea francés, alemán, italiano, o de cualquiera otra nación, se avergonzará de seguir sus banderas.260



Bastante más antifrancesa se muestra desde el mismo título Frasquita Larrea en la proclama Saluda una andaluza a los vencedores de los vencedores de Austerlitz. En este texto, firmado con el seudónimo de Laura el 25 de julio de 1808, exclama conmovida: «Permitid a una española, orgullosa de vuestras hazañas, regar con flores humedecidas por las deliciosas lágrimas del entusiasmo, la senda de vuestros pasos triunfantes». Frasquita oscila entre mantenerse en un segundo plano o incluirse en el primero del orgullo y honor nacional recobrado: «Nos habéis dado el Universo que habíamos perdido. La España os saluda y bendice»261. En esta proclama de manifiesta sensibilidad romántica, se manifiesta por primera vez literariamente su admiración por un joven Fernando, víctima de crueles asechanzas, al que un nuevo héroe, el general Castaños, ha venido a liberar:

¡Y tú CASTAÑOS, héroe cristiano, que alzando la vista y amor, acaloraste tu imaginación con la memoria del gran conquistador Fernando, mezclando con ella la de nuestro joven inocente Monarca. Tú que alejaste el frío y soledad del sepulcro, cercándole de las angustias sombras de nuestros héroes pasados.

Tú que convencido de que la gloria se complace en escoger sus víctimas entre los vencedores que corona, no temiste el día de la retribución! Recibe las bendiciones de España.262



Aún en este primer texto, Laura-Frasquita se muestra bastante tímida, pero el tono cambia en la proclama Una aldeana española a sus compatriotas:

hoy que el entusiasmo patriótico se ha despertado y que combatimos por nuestra Religión, nuestra independencia y por el Rey que Dios nos ha dado; hoy que podemos desplegar las virtudes que la naturaleza ha vinculado en nuestra Patria; hoy, en fin, nos será fácil levantarnos del abatimiento en que el mundo entero nos ha visto abismado.263



Es cierto que Frasquita parece limitar la labor patriótica femenina al ámbito doméstico, al ámbito de la sensibilidad y la persuasión, como declara más adelante:

Y nosotras españolas usemos también las armas que nos son propias. Recordemos a nuestros esposos e hijos sus obligaciones. Pintémosles las dulzuras de una muerte en defensa gloriosa de su Religión y Patria; comparémosla con la ignominia de una vida esclava y de una vil conformidad con un sistema cuyos ardides confirman su infamia; desterremos la timidez de nuestros corazones, elevando nuestra alma a aquella altura desde la cual se ve esta vida como un pasaje hermoseado únicamente por nuestras virtudes.264



Pero esa idea que se sintetiza en la demanda final, «¡Morir o vencer, Españoles! ¡Rogad y persuadid, Españolas!», evidencia el modo de sublimar el deseo de acudir al combate mediante el ejercicio de la palabra, de la escritura, que la iguala en la práctica a otros muchos hombres que limitaron su actuación al ámbito de la arena literaria. Aquí se hacen más palpables las tensiones de la escritura femenina a que me he referido antes, la presión que las induce a adoptar la retórica de la humildad y el deseo de tener el mismo crédito que un hombre.

Por otra parte, Frasquita conocía el patriotismo practicado por otras mujeres en Europa, caso de Lady Morgan, de soltera Sydney Owenson, (h. 1780-1859), escritora irlandesa y creadora de novelas, poemas, artículos, además de una interesante literatura de viajes. De una de sus novelas, Woman, or Ida of Athens, (h.1809), en que defiende el nacionalismo irlandés frente al dominio inglés, Frasquita Larrea extrae una cita que habla sobre el patriotismo de las mujeres. Con las palabras de la irlandesa encabeza un pasaje sobre Chiclana, lugar en el que Frasquita residió durante los primeros años de la invasión napoleónica. Un patriotismo femenino que es retratado con estas palabras: «Her mind is stored with images of classic interest & her heart is witness to circumstances on national grievance. This is the true patriotism of Women»265. En el texto de Frasquita, Saluda una aldeana..., estas imágenes clásicas se evidencian en una serie de clichés poéticos, de epítetos épicos, que consisten en alusiones al sol o al universo, entre otras figuras propias del embellecimiento de la expresión literaria, y concretamente de la poesía heroica, con la que su palabra cobra un acento tradicionalmente varonil. En todo caso, un vigor que no armoniza con la pretendida delicadeza y ternura de su actitud inicial.

Y si bien en un principio la captatio benevolentiae, con la que la supuesta débil naturaleza femenina se presenta, se ve reforzada en estos textos por la asunción de que la excesiva sensibilidad de las mujeres las incapacita para el razonamiento puro, y por eso acuden más a los argumentos emocionales que a los propiamente racionales, esa supuesta incompetencia, esa pretendida ignorancia, queda claramente traicionada en el texto por el conocimiento de tópicos clásicos y de los usos retóricos mediante los que se configura este panegírico. También en el fragmento de Chiclana, sus palabras descubren la falsedad de su fingido desconocimiento:

¡Amor indeleble! Acaso si mi Patria fuese libre y feliz no habrían interesado mi corazón las intrigas de su Gabinete, los mezquinos cálculos de su interés comercial o de su ambición legislativa. Pero en su noble infortunio, suyos son todos mis sentimientos. Cantaré sus virtudes, disculparé sus errores y lloraré la falsa política de sus jefes.266



Es evidente que Frasquita está al tanto de la política española y que tiene elementos de juicio para situarse en un determinado posicionamiento político. En este caso coincide con la mayor parte de los patriotas en culpar a Godoy y a Carlos IV del estado lamentable en que se halla postrada la nación española. En textos como El General Elío o lo que son los españoles, y desde luego en Fernando en Zaragoza. Una visión, manifiesta de forma patente que sabe de lo que habla cuando menciona a la filosofía espuria, la liberalidad mal entendida, la «impía indiferencia de los llamados espíritus fuertes», y los «decantados y fantásticos derechos del hombre»267. En este sentido, Frasquita, lo mismo que hará también María Manuela López de Ulloa, prueba de sobra su capacidad y conocimiento para implicarse en el debate político268.

Sin tanta hondura, aunque de similar tono patriótico, Catalina Maurandy y Osorio firma el 26 de julio de 1808 la proclama Una Española en nombre de todas las de su sexo269. De este texto se desconocía hasta la fecha que se hubiera publicado en forma epistolar, y como tal misiva se publicó después en forma de folleto con el título de Carta al editor del Diario de Cartagena del 10 y 11 de Agosto contra el Emperador de los Franceses, y a favor de nuestro Monarca Don Fernando VII. «Obra de una Señora en nombre de todas las de su sexo». Aunque nos interesa su inserción en las páginas del diario cartaginés, en lo que al análisis del texto se refiere, creo que cabe considerarla como una alocución, un discurso firmado en Cartagena el 26 de julio de 1808 que igualmente se adscribe al género demostrativo al enlazar el vituperio contra el francés con la alabanza a Fernando:

¡Idolatrado Fernando!.. ¡Príncipe perseguido por la traición y la perfidia!... ¡Rey mío; tan desgraciado como amado de tus vasallos!... ¡quién pudiera llevar a tus oídos los gloriosos triunfos de tus armas! Con cuanto gusto besara tus Reales pies, y bañándolos con lágrimas, «confiad, Señor, le diría, confiad en el brazo de Dios: él ve la maldad de ese monstruo que os oprime: él lo exterminará: ya tiene levantada su diestra poderosa, y va a descargar el golpe. ¿Quién le detendrá? Ese coloso infame va a ser derribado, y como otro Faraón será sepultado en el Mar Rojo de la sangre que su soberbia ha hecho derramar. ¡El Dios fuerte de los ejércitos os conservará, Señor, en medio de vuestros enemigos; él os volverá a nuestros votos, y os colocará en el trono de vuestros mayores, que quería usurparos esa raza de caníbales. Entre tanto, ¡oh gran Fernando!, anime vuestro heroico corazón la esperanza en el poder y protección divina, y sírvaos de consuelo el amor de vuestros pueblos, jamás visto hacia ninguno de sus Soberanos.270



Claramente se ensaya aquí de nuevo el mito de Fernando como víctima de traidores y perversos a los que la autora prefiere no nombrar, y sobre todo de la maldad de Napoleón; pero en esta visión maniquea y providencialista llaman la atención sobre todo las tintas que se cargan sobre el gran mito negativo, sobre ese monstruo que se ha comportado como el faraón cuya soberbia lo llevó a esclavizar a los hijos de Judá. España, por otra parte, está llamada a ser la nueva Israel liberada, y Fernando el nuevo Moisés que volverá a acaudillar al pueblo elegido de Dios, un pueblo cuyo amor hacia Fernando no ha conocido igual otro soberano271.

Esta carta, además, comparte con otros discursos femeninos la retórica de la domesticidad. En primer lugar, asume que sólo queda a las mujeres compartir de forma pasiva la gloria de los hombres y todo lo más tejer «coronas de laurel para vuestras cabezas», para a continuación lamentar:

¡Que no nos fuera permitido mezclarnos en vuestros ejércitos, y con el amor de madres, esposas y hermanas, limpiar vuestro rostro cubierto del honorífico sudor causado por el cansancio de destrozar falanges enemigas! ¡Que no pudiéramos detener con nuestras manos vuestra sangre derramada gloriosamente en defensa de la Religión, el Rey, la patria, y de nosotras mismas! Héroes Valencianos, fuertes Catalanes, invencibles Aragoneses, victoriosos Andaluces, intrépidos Castellanos, Gallegos y Asturianos, recibid el sincero agradecimiento que con lágrimas de gozo os tributa el sexo débil... ¡Ah! ¡no lo es tanto, que no anhele con ardor morir con vosotros por tan justa causa!272



Una queja que nuevamente pone de manifiesto de qué modo el deseo de luchar como soldado se sublima a través del combate literario. Por otra parte, Catalina Maurandy con breves alusiones religiosas, la más explícita a Lucifer, comparte la visión providencialista frecuente en la literatura de la época. En este caso, y frente a Lucifer, el Bien está representado por «la Cruz de Cristo», «la Purísima Concepción y el Apóstol Santiago». De este modo su discurso se sitúa en la línea del pensamiento tradicional e incluso reaccionario, de un Zeballos -discípulo de Nonnotte- o un Hervás, sobre todo a tenor del tono exaltado y tremendamente violento y vengativo que va cobrando su discurso:

¡muera el vil usurpador! Alternen con los epítetos que os dicte vuestro furor, y él se merece. Si el vil temor ha obligado a la capital a darle alguna señal de aprobación o aplauso; perezca el mortal que haya tenido tal bajeza; bórrese del nombre español el que no haya preferido morir a la infamia de admitir ese tirano por su Rey, aunque su Reino sea soñado. Fúndanse las campanas que no hayan tocado a destrucción y muerte, y arda el trono que él haya profanado con su contacto impuro... Muerte y desolación sea vuestro lenguaje para todo el que no haya resuelto como buen español morir leal por la Religión y por Fernando VII.273



Esa exaltación de la violencia había sido defendida por religiosos como Zeballos, en contra del humanismo propugnado por Cesare Beccaria en De los delitos y las penas: «la muerte no es injuria cuando viene de la mano de aquel que graciosamente nos ha dado la vida» y «lo mismo se debe decir de cualquier otro que en nombre de Dios y por sus órdenes quitase la vida a ciertos hombres aun cuando por parte de éstos no hubiera culpa»274. En principio, cuando Zeballos hace esta afirmación está pensando en los reyes, cuya autoridad atribuye a la voluntad de Dios, pero es evidente que en una coyuntura bélica como la que se vive, la exterminación del enemigo, del invasor francés, es un episodio necesario en la lucha contra el mal, como muy pronto se encargarán de sostener Simón López en su Despertador Cristiano (1808) y de difundir periódicos como El patriota compostelano, o como había predicado ya fray Diego de Cádiz: «Blande el acero y santifica tus manos, consagrándolas con la sangre y con la muerte de los enemigos de tu Dios y de su Iglesia»275. Así, en esta misma línea la cartaginesa identifica al «buen español» sólo con aquel que es capaz de dar su vida por la religión y por su rey. Se trata en fin de una versión popularizada de la historia de la lucha entre el Bien y el Mal planteada por Barruel, es decir, entre la Iglesia y su aliada la monarquía, y el jacobinismo, aquí transmutado en el ejército napoleónico: «caudillos ateos que el infierno vomitó en Francia, para que pasando los Pirineos enarbolasen el estandarte de la irreligión en España» en palabras de El patriota compostelano276.

Similar incitación a la violencia y a la venganza contiene la proclama Una fiel habanera a sus paisanas, firmada en la Habana el 9 de agosto de 1808. El texto se presenta a sus lectoras como la réplica a otros discursos orales, a charlas coloquiales mantenidas en las tertulias femeninas: «Noble y generosas Habaneras: mi corazón se halla inflamado con el calor de vuestras conversaciones sobre los males del Rey y de la Patria»277. En esos coloquios el principal tema de conversación es el vituperio de Napoleón cuya conducta indigna se compara con la de la víctima adorada:

Qué ¿un vil aventurero, un vil corso ha de triunfar impunemente en sus maldades? ¿No el bastaba haber subyugado el Alcorán en Egipto, y los Monarcas en el Norte de Europa, sino intentar ahora también extinguir la luz del Evangelio en España, y reducir a la ignobilidad [sic] al mejor y más amado de sus Reyes? ¡Ay Fernando! ¡Adorado Fernando! Recibe el tributo de amor y respeto que te pagan fieles tus amantes vasallas las Habaneras.



La mitificación de Fernando y su divinización empiezan a fraguarse desde el principio de la guerra, aunque tendrán su desarrollo más acabado en 1814, como señalaré más adelante.

Por otro lado, la invectiva contra Napoleón se fundamenta en que se le considera un hombre de nacimiento oscuro, un descamisado como se diría años más tarde traduciendo la palabra sans-culotte, pues el origen de este tópico se halla en la reacción contra la Revolución Francesa y es que el patriarcado que caracteriza al Antiguo Régimen ve tambalearse el sistema de privilegios en que se sustenta por la acción de un hombre que no acepta el orden establecido. Se entiende como un ataque contra la ley de Dios, de modo que sólo una intervención casi divina puede contener esta revolución.

Desde 1808 los sermones se conforman a modo de discursos patrióticos atravesados de alusiones bíblicas, ayudando a verbalizar un sentimiento patriótico nacional en el que también las mujeres se sienten implicadas. De modo que no es extraño que estas señoras, público fiel, sin duda, de los más diversos predicadores, hagan suyo este tipo de oratoria278. Pero me interesa detenerme en la configuración de un mito que afecta de lleno a este trabajo, se trata del de las heroínas anónimas. Es cierto que los grandes mitos de la Guerra de la Independencia que afectan al desarrollo bélico están protagonizados en primer lugar por los caudillos del ejército -Castaños, Reding, Mina...- y los de la guerrilla, en segundo lugar por el de los heroicos resistentes de las ciudades sitiadas, especialmente Gerona y Zaragoza, pero creo que no puede reducirse el mito de las heroínas a la consagración del mito de Agustina de Aragón, por mucho que en ella se haya concentrado buena parte de la literatura, sobre todo posterior. Es más, en las proclamas que estudio apenas aparece su nombre. No se olvide que la literatura patriótica de estas fechas, precisamente por las mismas dificultades de difusión propagandística que impone la contienda, es marcadamente local, independientemente de que algunos textos puedan tener mayor alcance, de modo que cada lugar tiene a sus propias heroínas y, sobre todo, lo principal es tejer el arquetipo o los arquetipos en los que se puedan mirar todas las mujeres, como puede percibirse en las palabras de la habanera:

Estas y semejantes declamaciones que os he oído, y que hacen en el día el pábulo de nuestras conversaciones, me han fervorizado hasta el extremo de exclamar sin poderme contener: ¿Dónde están las Judithes que no cortan la cabeza de este Holofernes? ¿Dónde las Jaeles que no traspasan las sienes de este Sisara? ¿Dónde las Esteres que no oprimen a este soberbio Amán? Holofernes, Sisaras, Amanes, o por mejor decir Bonapartes, Murats, Junots, ¿quedarán sin castigo vuestras infamias? ¿Se habrá acabado ya, cuando existís, la raza de las mujeres fuertes? Viles no lo creáis. Las heroínas de Madrid arrancaron los fusiles a vuestros Soldados, y vosotros mismos pereceríais a manos de las Amazonas Habaneras.279



Sólo este tipo de mujeres fuertes podrían castigar, como brazo vengativo de la divinidad, el atrevimiento, la soberbia, y la impiedad de Napoleón. Pero, frente al sueño liberador, la realidad se impone, a pesar de la sed de venganza, ni su situación -alejada del escenario bélico- ni su condición femenina -advierte la habanera- le permiten socorrer al rey:

Pero ¡ay! Un sudor helado discurre por todos mis miembros: los espíritus vitales me abandonan... yo desfallezco... muero al considerar que por nuestra posición local nos hallamos alejadas del teatro de la guerra cerca de dos mil leguas, y por nuestro sexo precisadas a reprimir estos fervorosos impulsos nacidos de la verdadera y única Religión que profesamos, alimentados del amor a nuestro Rey, y aumentados por nuestra Patria.280



De modo que a la escritora sólo le queda persuadir a sus paisanas para que contribuyan con la oración y el recogimiento, así como con una recaudación que sirva para sostener los gastos del ejército:

El dinero es el nervio de la guerra: pues deshagámonos de todas nuestras joyas, hasta el servicio de plata y oro de nuestras casas: ahorremos en la finura, en el luxo de nuestros vestidos; convirtásmolo [sic] todo en dinero: pongámoslo por medio del prudente y sabio varón que nos gobierna en manos de la Suprema Junta de Sevilla para que con sueldo triplicado se añada a nuestros campeones. Ni temáis que por esto pareceremos menos bellas a los ojos de los hombres: la virtud realzará nuestra hermosura, y brillaremos a su vista como diosas.281



Planteamiento que hace sospechar que alguna de estas proclamas podía tener su origen en la voluntad de los órganos de gobierno expresada en bandos a este fin, y que en alguna medida fueron el punto de partida para que algunas mujeres se organizasen en torno a las sociedades patrióticas de que he hablado al principio de estas páginas.

De signo totalmente contrario es el discurso pronunciado por Engracia Coronel, como se pone de manifiesto en la visión que ofrece de la posible participación cívica de las mujeres en la contribución a la victoria española. En la alocución que dirige a las damas como fundadora de la Sociedad Patriótica el día de su establecimiento, esto es el 19 de noviembre de 1811, hizo profesión de fe en un credo casi inequívocamente liberal:

Este es conforme a lo que se individualiza en los varios artículos de las constituciones, que tampoco creo dejen de suscribirse en este acto, en el cual no se debe hacerse separación de jerarquías, circunstancias o clases, pues todas somos iguales en voto y representación, porque nos reúne un propio espíritu, un idéntico deseo, y una misma satisfacción, de cuyo principio no es justo desentenderse, ni juzgo que habrá quien se crea privilegiada para un objeto en que ha de ser común el honor y el merecimiento. En esta inteligencia me será lícito exhortar a mis compatriotas, en cuyos aspectos reconozco con el mayor deleite todo el fuego del entusiasmo patriótico, a que se eviten etiquetas, y todo motivo de desavenencias que puede influir tibieza, antes por el contrario que unánimemente nos dediquemos a que se consuma la obra en un modo que exija la imitación y el reconocimiento del sexo fuerte que protege la causa de la Nación, una vez que está visto que no padezco error en graduar a las heroicas Gaditanas propensas, sin excepción alguna, a que se les aliste en el gran libro de esta Sociedad, para que en los anales conste siempre que las Españolas no se desdeñan de sacrificar en obsequio de la libertad y de la Religión, no solo sus cortos haberes, y personales labores, sino hasta sus propias vidas en extremo de ser necesario sacrificarlas en corroboración de su testimonio auténtico de la firmeza de su fidelidad al Trono y a la Patria.282



Se trata desde luego uno de los escritos que muestra una más clara vocación política, al asegurar que su plan se acomoda a los artículos constitucionales, opta por la no separación en estamentos o clases y llega a postular la importancia de la igualdad en representación y voto, entendido por supuesto en el seno de dicha Sociedad de Damas. Lo cierto es que a pesar de reconocer las diferentes funciones que se atribuyen a cada uno de los sexos, y de la delicadeza del femenino, muestra su compromiso y valor con la libertad, aunque también con la Religión, el Trono y la Patria. En todo caso, no se pide a las mujeres que se transformen en verdugos sanguinarios, tan solo que actúen en la medida en que la sociedad masculina se lo permite y que lo hagan con tal eficacia y armonía que su labor no tenga más remedio que ser aceptada y reconocida por los hombres. Lamentablemente este es el único texto que conocemos de ella, su rastro se ha perdido, al menos de momento. Tal vez Engracia Coronel se marchó de Cádiz para tratar de reunirse con su hijo, prisionero en Lérida, después de haber perdido a su marido.

De todas, formas, en una situación hostil como esta, se ve al enemigo en todas partes y las damas españolas -como otros muchos patriotas desde 1811- hacen a Blanco White presa de su furor. Este, entre las muchas críticas que vierte contra aquellos que se posicionan contra el aliado británico, no duda, como he señalado páginas atrás, en ironizar sobre la participación política de las mujeres, y estas le devuelven el ataque en el Billete de las damas españolas al editor del periódico titulado El Español que se publica en Londres por el Señor Blanco acá y White Allá (1812)283. Sin entrar apenas en el fondo de la cuestión, las damas -o su secretario, Luis Sousa-, formulan un discurso de género demostrativo, utilizando unas veces la burla y la ironía y otras el tono serio, para vituperar a Blanco White, y realizar una ofensiva personal incidiendo en su actitud antipatriota. Al mismo tiempo lo acusan de no sentirse ligado a nada y de olvidarse de lo que aprendió e hizo en sus tiempos de religión en España, además de motejarlo de vejete.

En tono aún más chancero está redactada la Contestación de ciertas damas de Cádiz al Español Libre, firmado por P. y J. y que posiblemente nada tenga que ver con las señoras de la Junta patriótica gaditana. Por el contrario parece que el autor aprovecha la polémica que estas tuvieron con Blanco White para rebatir las críticas vertidas por uno de los periodistas rivales de Blanco284 contra el proyecto de nombrar a la infanta Carlota Joaquina como Regente. La diferencia radica en que el texto, que comienza con la apelación «Señor Guapo», se ofrece como el resultado de lo acordado en una «tertulia permanente» de estas damas, reunidas para discutir las opiniones del «Español libre» en un artículo «que el Redactor no lo ha querido publicar, eso basta para saber que es despreciable». Seguidamente cuentan que han redactado una proposición a favor de la Infanta y acordado averiguar la identidad del autor del artículo «para los efectos que hubiere lugar». Para ello dicen contar «con la justicia, y con tres partes de Señores Diputados, que sabrán administrárnosla»285.

Pero el enemigo está también en el propio suelo hispano, y así, al socaire del combate contra el francés y sus ideas perniciosas, resurge de nuevo un demonio ya antiguo para el pensamiento reaccionario español, el teatro. Como indicaba antes, las mujeres, espectadoras privilegiadas de la práctica sermonaría, se convierten una vez más en las mejores aliadas -ellas o sus máscaras, para el caso es lo mismo, insisto- de la prédica antiteatral. Así se pone de manifiesto en la Impugnación del Teatro por una española, firmada en Cádiz a 14 de diciembre de 1810286.

Para comprender bien la situación, debo aclarar que el coliseo de la ciudad había funcionado hasta finales de enero de 1810 en que se había representado la comedia en tres actos Origen del patriotismo del héroe de Somosierra o sea el Empecinado, un intermedio de música, seguido de la ejecución de un minué y finalmente un sainete. En los primeros días de febrero empieza a vislumbrarse el peligro, el enemigo cerca la ciudad, y esto viene a coincidir, prácticamente con el final de la temporada teatral. Así, a pesar de que los abonados del teatro intentaron vincular dicha actividad al patriotismo, al proponer que se cediera lo que el empresario debiera pagarles por los días en que no se había celebrado función, para la obra de la batería de San Fernando, llegó el domingo de Pascua, esto es, el 22 de abril sin que las autoridades hubieran decidido reabrir el coliseo287.

Cuando se publica, pues, la impugnación, la ciudad lleva más de diez meses sin espectáculo teatral, y la polémica surge a raíz de la publicación de un artículo en el Semanario patriótico288, una prueba más, por otra parte, del poder de convocatoria de los periódicos entre el público femenino y de cómo las mujeres eran conscientes de la importancia que tenía este medio para la difusión de las ideas en esta coyuntura bélica. El texto podría ser en cualquier caso obra de una mujer en la línea de María Manuela López de Ulloa, o tal vez y quizás con mayor probabilidad de una escritora como C. G. A., pues como ellas se apoya en su rechazo a que se abra el teatro en la reprobación de «nuestra Santa Religión como pernicioso a las costumbres y a la virtud». Es evidente su vinculación al género demostrativo, pero además, la impugnación se presenta como una exposición de las ideas de la autora y se abre con un apostrofe al «pueblo de Cádiz», a quien se dirige específicamente en la seguridad «de encontrar el apoyo que necesito». Esto es, como iré mostrando a continuación, cree dirigirse a un pueblo mayoritariamente adepto al catolicismo más tradicional y al que unos cuantos publicistas pretenden pervertir.

La clásica hipótesis de quienes desde 1770 tratan de advertir contra los peligros de la inoculación de la falsa filosofía procedente de Francia. Lo mismo ocurre con los ataques a la prensa periódica como medio de difusión de estas «perniciosas» ideas. Entre estos periodistas destaca el autor del discurso inserto en el Semanario patriótico a quien la española empieza a descalificar insinuando su falta de auténtico patriotismo y acusándolo de concebir un modelo de independencia que no incluye la liberación de la tiranía francesa:

¿Y es posible que este acuerdo inesperado sea pensamiento de un sujeto que promete en sus escritos, en sus avisos a los Diputados de las Cortes y en todas sus expresiones en odio del Tirano, estar penetrado del espíritu de patriotismo y amor a nuestra independencia?289



Acusa, pues, la escritora a Manuel José Quintana, el autor de las Poesías patrióticas, a quien, por otra parte, el padre Vélez dedicaría feroces ataques precisamente por considerar que el Semanario patriótico sería el modelo que sirvió de base a la prensa subversiva para ejecutar los planes de la falsa filosofía.

Denostado el periodista, símbolo del enemigo doméstico para los serviles, la autora pasa a estigmatizar el hecho teatral, y todo lo que le rodea, atendiendo a las motivaciones que tradicionalmente han expuesto moralistas y teólogos para desacreditarlo: «es una escuela de los vicios, una reunión de afectos en donde se representan con la mayor viveza las pasiones que destruyen al hombre, donde todos son objetos lascivos y seductores de la ignocencia [sic]290 y el pudor», de manera que el teatro se presenta como una viva expresión de la sexualidad humana que sólo puede incitar al pecado a quienes asisten a él y participan de este tipo de espectáculos.

Por eso, la autora se pregunta e inquiere al pueblo gaditano:

¿Este teatro provocativo en donde brilla la indecencia, se ostenta el lujo y se alimenta la desenvoltura y disolución, ahora se ofrece como útil y necesario a la política y literatura, y aun falta poco para graduarlo de indispensable a nuestra libertad?291



Empleada esta tesis al uso, la escritora se detiene en tratar de desmontar uno a uno los argumentos esgrimidos por el Semanario patriótico en su campaña para reabrir el coliseo gaditano. En su opinión yerra el periódico cuando considera que «son ya pasados los momentos de incertidumbre y terror» provocados por la proximidad del enemigo, pues el peligro no ha pasado ni se han alejado los franceses y menos aún se han conseguido «victorias completas» o se han llevado a cabo expediciones favorables. Y ciertamente la escritora no andaba falta de razón en este punto, pues a finales de 1810 la situación no era muy satisfactoria, a pesar de los éxitos de O'Donnell en Barcelona. De hecho, Andalucía se hallaba ocupada y la Junta Central había tenido que refugiarse en la Isla de León, mientras Lérida y Ciudad Rodrigo se habían rendido en los meses de mayo y julio.

Seguidamente pasa a reforzar su tesis con la idea de que los negocios en los que tiene que ocuparse la nación, y sus representantes, deben ser otros más dignos que el del espectáculo teatral:

¿qué no se diría de la Nación misma encerrada en este corto recinto si dejando el artesano su trabajo, abandonando el mercader y comerciante sus intereses y olvidando el militar el estudio de su ordenanza y cumplimento de sus deberes se entregasen a la frivolidad de las ficciones teatrales como si en el día no hubiera objetos más dignos de nuestra ocupación y atenciones?292



Un argumento que nada prueba, pues no puede ocuparse todo el tiempo en el trabajo y los ratos de ocio deben llenarse con alguna actividad. Ahora bien, en la siguiente cuestión sí acierta a interrogar al público con una materia nada baladí: «¿Y qué se diría si en vez de contribuir con empréstitos y donativos para la defensa de la Patria invirtiese el fruto de su trabajo e industria en diversiones y espectáculos?»293.

Evidentemente, cuando se necesitaba el mayor capital posible para contribuir al sostenimiento del ejército y se producían continuas quejas por la falta de las ayudas necesarias para costear los gastos generales de la guerra, no parecía demasiado conveniente, sino más bien frívolo, alentar al gasto en las diversiones públicas aunque fuera indirectamente. Además, al plantear el Semanario «que está el enemigo reducido a ser testigo de nuestra abundancia», daba pie a la escritora a contestar que esa riqueza, que existía, nada tenía que ver con la penuria de muchas familias que no alcanzaban a sufragar las necesidades básicas, los «precisos gastos». Se incluye así el factor lujo, siendo este otro de los argumentos que se repiten tradicionalmente en el debate en torno a la licitud del teatro294; pero en este caso la polémica cobraba tintes más dramáticos y trataba de mostrar la contradicción entre esta campaña en pro de la apertura del teatro y la realizada para recaudar fondos para el sostenimiento de la guerra. De hecho, numerosos espectáculos patrióticos serían gratuitos para lograr así que el pueblo pudiese asistir efectivamente, pero también es cierto que como decía antes es inevitable que existieran tiempos de ocio y que, como recordaría el diputado Mexía en su alocución a las Cortes del día 24 de diciembre, muchos ciudadanos se entretenían en ciertas casas de Cádiz donde mantenían «reuniones perniciosas»295, y previsiblemente también onerosas, de modo que el mantenimiento del cierre del teatro no se justificaba con este razonamiento.

A continuación la española se pregunta por los beneficios que puede aportar la reapertura del teatro y no encuentra ninguno:

¿pueden sonar bien a nuestros oídos las orquestas y voces de las cantatrices en medio del estruendo del cañón, los silbidos de las balas, y los ayes y gemidos que se escuchan?296



No se trataba, pues, de distraer los sufrimientos ni tampoco parece que fuera a la vista del espectáculo teatral que los ricos se vieran movidos a aportar con generosidad sus caudales o los militares cobraran más valor, hechos estos que a todos preocupaban. La escritora, pues, está lejos de confiar que la escena, incluso reconociendo que ha adaptado su cartelera a las circunstancias, pudiese mover al auditorio en ese sentido:

Es cierto que en estos últimos tiempos se han representado piezas alusivas a las circunstancias actuales ¿pero en el día hay quien las ignore? ¿puede hacer más fuerza la ficción representada que la realidad misma que tenemos delante de nuestros ojos?



Olvida la autora que la experiencia colectiva hace recordar, volver a pasar por el corazón, unas emociones que se experimentan tal vez de forma más acusada, desde luego de distinta manera, que mediante la impresión directa. En todo caso, y es lo que a ella le interesa señalar, esta española asegura que hay otros medios para procurar ese fervor:

Si queremos ver ejemplos de valor que nos lo exciten y hagan renacer en nuestro pecho, recurramos a los que se nos refieren en los pulpitos de la Escritura sagrada: y allí veremos héroes de religión, de espíritu y patriotismo a quienes imitar; allí aprenderemos a tener confianza en el Dios de los ejércitos, que es quien puede salvarnos del peligro que nos amenaza.297



Justamente como María Manuela López y como C. G. A., esta autora encuentra en las Escrituras la fuente para rebatir los argumentos del pensamiento liberal, pero debo adelantar que María Manuela es más generosa en el uso de fuentes y aunque las Escrituras sean la basa fundamental, recurre a otras, hace gala de más amplias lecturas y de un discurso más elaborado. También coincide con ellas esta española en considerar que en el origen de los desastres de la guerra está en «nuestros excesos y maldades, que son la verdadera causa de nuestra ruina» y que además de «llorar» por ellos y de lamentarlos «debiéramos pensar en buscar medios de aplacar la cólera divina»298. De nuevo la visión providencialista que busca en la supuesta degradación de las costumbres y la moral española el motivo del triunfo presente del Mal. Vaya por delante que, de este modo, se justificaba fácilmente la idoneidad del pulpito como medio excitar el patriotismo y, al mismo tiempo, conjurar la ira de la divinidad. Así se llegaba también a evidenciar que el teatro no podía alcanzar ambos fines.

Llega pues la hora de rebatir el que la española considera mayor error de la argumentación del periodista del Semanario patriótico, el modo en que el teatro pueda comunicar esa entusiasmo nacional. Glosando el artículo del periódico replica:

En el Teatro, dice más adelante, es donde a manera del fluido eléctrico las pasiones populares se comunican en un instante, y se hacen más grandes por el contacto de los concurrentes. Yo le concedo todo esto y aun muchísimo más; mas en ese fluido eléctrico es donde está el veneno que nos daña. Allí es donde escondidas y fomentadas las pasiones por el contacto de los sentidos, vistas premeditadas y ejemplos demasiados vivos en los actores y concurrrentes, se comunica el fuego lascivo que nos abrasa.



Así pues, el fluido eléctrico de la pasión popular no puede ser otro que la lascivia, y el teatro no hace más que fomentarla. Es un fuego que sólo puede conducir directamente al infierno. Pasión, electricidad, fuego, en un contexto diferente, pero próximo porque se relaciona con los falsos filósofos y su poder destructor, Lardizábal, siguiendo a Raynal, había utilizado una fórmula similar, al plantear que España, como la Francia revolucionaria se está dividiendo en dos bandos, uno el de las «gentes de bien y espíritus moderados» y otro el de «los hombres violentos que se electrizan, se unen y forman un volcán horrible, que vomita torrentes de fuego, capaces de destruirlo todo».299 Claro que ya Rodríguez Morzo y Zeballos, siguiendo a Nonnotte y a la tradición de los moralistas del XVII apuntaban que el «veneno» de la incredulidad cundía en Europa porque se contagiaba el deseo de liberarse del yugo que la Iglesia había impuesto a las pasiones, tesis en las que también abundaría Hervás y Panduro.

De esa pasión infernal, que aparentemente la autora reduce a la carnalidad -pero que en el fondo habla de esa misma pasión política300, las más de las veces democratizadora- no puede derivarse el natural amor a la patria, con el que, como defiende con energía, no puede ni debe confundirse:

Luego continúan: pues el amor de la patria es un amor popular, y ay de nosotros etc. En esto es en lo que pienso que el señor editor se engaña. El amor a la patria es una virtud que ha impreso en nosotros la naturaleza: las pasiones suelen entorpecerla muchas veces, y estoy muy lejos de pensar que salga del teatro con más fuerza.301



La naturaleza no está en el origen del pecado, sino de la virtud, porque las pasiones están contenidas y así, gracias al celo de la Iglesia -como diría Simón López en su Despertador cristiano-político de 1808- la naturaleza animal es salvada y restaurada302. Y para la autora de la Impugnación, por vestigio original todo individuo deba amar la patria que lo vio nacer. El amor a la patria es, entonces, un afecto normal y familiar como el que nos liga al padre. Evidentemente estas ideas sobre patriotismo pertenecen al ámbito del pensamiento reaccionario de la época. El padre Vélez sostendría lo mismo precisamente para tildar de antinaturales y antihumanos a los falsos filósofos y a los liberales, que no obran conforme a la virtud natural:

La Naturaleza, siempre próvida, ha impreso en nuestras almas unas ideas tan vivas como indelebles, que nos impelen a sacrificarnos gustosos por tu amor...; una voz muda, pero imperiosa y enérgica, le hala con claridad al corazón: ésta es tu patria, ella te ha dado el ser, debes amarla como a quien te ha engendrado en su seno, prefiere tu muerte a su esclavitud.303



Es verdad que la obra de este capuchino se publicó un año después de que esta española diera a la luz su impugnación pero, en cualquier caso, existe otro folleto en esta misma línea, el Pelucón al editor del Semanario Patriótico (1811), firmado por C. B., que aborda la misma crítica a este periódico por su defensa del teatro, claro que para conocer el verdadero alcance de esta polémica no hay más que acudir a las páginas de los periódicos; allí se vería la auténtica magnitud de la discusión304. Antes de que se publicase el número aludido del Semanario Patriótico, El Conciso había planteado ya este tema. Al hilo de una noticia de la gaceta de Lisboa el periodista invita a reflexionar sobre los beneficios que traería la apertura del teatro, citando entre estos, además de la exaltación del patriotismo, la posibilidad de destinar parte de las ganancias al Hospital de San Juan de Dios, que hasta la fecha era su principal beneficiario, y propone incluso que otra parte se dedique a la fortificación de la ciudad305. Luego el mismo periódico recoge en su crónica de Cortes la intervención de Mexía que he mencionado más arriba, donde proponía se discutiese su propuesta de abrir el teatro como medio de «aumentar el entusiasmo nacional». El debate se rechazó y el cronista advierte, al hilo de la argumentación esgrimida por el diputado, quien lo había considerado una medida conducente también a «evitar reuniones perniciosas», que algunos de los diputados que habían desaprobado esta posibilidad no hubieran sido tan reacios de haber recorrido «una por una ciertas casas de Cádiz donde se pasa el tiempo que se emplearía en el teatro»306. Todavía en noviembre de 1811 la polémica estaba viva pues, a pesar de que se había anunciado su apertura para el 1 de noviembre, sólo se decretó su apertura el 20 de noviembre con un aumento del precio que se aplicaría para las necesidades más urgentes de la nación307.

También en las páginas del Redactor General se daba cabida a este asunto, del que los editores justificaban su trascendencia con estas palabras:

Extraño parecerá a algunos, que mientras el enemigo nos acosa por todas partes, se ocupen los periodistas en tomar el teatro por asunto de sus discursos. Si solo atendemos a que el estado de calamidad es incompatible con el placer, no dejan a la verdad de tener alguna fuerza los argumentos que se cimienten sobre este supuesto; mas si se atiende a que el hombre no puede ser mucho tiempo fuerte, si no descansa por algunos momentos de las desgracias, entonces creemos que ni parecerán absurdas las insinuaciones de los periodistas, ni merecerán tanto asenso las observaciones de sus contrarios.308



Volviendo al texto de la impugnadora, en su último apostrofe a los «ilustres gaditanos» apunta dos juicios más. El teatro no puede ser nunca un desahogo honesto, «por ningún caso le pertenece» ese nombre, y nunca tal ofrecimiento de evasión puede formar parte de una «política que sea verdaderamente cristiana» pues la doctrina de Cristo lo condena. Desde luego la lucha contra la apertura del teatro gaditano fue un episodio más de la lucha contra el Mal, por eso los mismos periodistas del Redactor General se vieron en la necesidad de advertir a sus lectores contra éste tipo de ataques que utilizaba el miedo de muchos católicos:

Compárense las ventajas que se pueden conseguir con proporcionar al público aquella distracción, con los inconvenientes que pueda ofrecer, y ciertamente no se graduará de dañosa. Puede ser que ella evite en parte esas escandalosas partidas de juego, en que una porción de ociosos y vagabundos se están arrebatando sumas cuantiosas con perjuicio de muchas familias que quedan reducidas a la desesperación por los excesos de estas gentes funestísimas a la sociedad: puede ser que el teatro evite la prostitución y la muerte de muchos insensatos, que a fuerza de su desocupación van a pasar el tiempo en las casas donde se anidan los mas impuros desórdenes: puede ser que esta distracción ataje en parte las reuniones peligrosas, donde la murmuración continua hace peligrar el orden dejando vacilante, si acaso no manchada, la opinión de muchos hombres beneméritos que sirven útilmente a la patria: finalmente, puede ser que el teatro avergüence a impulsos de la sátira bien manejada a esa turba insolente de folletistas, que sin saber, sin juicio, y solo inspirados de las pasiones mas ruines, se emplean en despedazar la opinión de los hombres de bien, a pretexto de sostener la religión contra la impiedad.

Hemos creído conveniente producir estas sencillas consideraciones en obsequio de la verdad, para que el inocente pueblo, no crea que por abrirse el teatro, se abre el infierno para tragarle [...].309



Cualquier asunto era bueno para tratar de esparcir la idea de la conspiración infernal que pretendía acabar con el Antiguo Régimen y el respeto a la religión y a las tradiciones que representaba. En cualquier caso, el peligro enemigo ya no era tan evidente y pronto se haría famosa la copla sobre el escaso poder de las bombas de Soult310.

A desterrar la influencia del filosofismo francés se dirigen también los textos de la «Filósofa Rancia», y, aunque como dije páginas atrás la elección del seudónimo me hace intuir que no es una mujer quien las escribe, me ocuparé brevemente de algunos, pues tampoco existen evidencias claras de que realmente fuera un hombre su autor. Al parecer, por otra parte, en La Coruña existía un círculo de damas ilustradas -dato este también sin confirmar- dispuesto a combatir a «El Caballero de la Triste Figura», es decir, a Valentín de Foronda, que a través de sus colaboraciones en El Ciudadano por la Constitución esparce las ideas de la moderna filosofía francesa «que ha trastornado todos los principios religiosos, políticos, morales y civiles»311. De este círculo, o en conexión con él, surge «una enigmática mujer», que en calidad de «guerrillera por la Religión, la Patria y el Rey», batallará por que «los errores bonapartinos no se radiquen en suelo español». Su lucha particular la efectuará a través de dieciocho cartas reunidas en dos volúmenes, en apoyo de las ideas del Padre Rancio y del desenmascaramiento de los verdaderos propósitos del jacobinismo. A una supuesta prima suya, perteneciente al círculo de las damas coruñesas, dirige las ocho primeras cartas, el resto al pueblo español a modo de proclamas312. En este contexto de la reacción gallega, las supuestas damas coruñesas no hacen sino alinearse con los representantes de la «verdadera filosofía», es decir, Manuel Freiré Castrillón, fray Manuel Martínez Ferro, Bernardo Caamaño, Chante y Torre, Pedro de Quevedo y Quintano, obispo de Orense, Juan Chacón, Cabrera y Álvarez, y Rafael de Múzquiz, entre otros313.

Si las damas coruñesas tratarán de combatir a Foronda, la «Filósofa Rancia» empezará por rebatir a Argüelles que había defendido que el Congreso podía «echar contribución civil a los diezmos eclesiásticos sin consentimiento de los ministros de la Iglesia». Lógicamente, Alvarado había sostenido lo contrario y la Rancia apoyará con argumentos tomados del Derecho canónico estas mismas tesis. A la autoridad de los Santos Padres y de los Concilios habrá de recurrir también cuando se trata de rebatir los ataques de un desconocido Filósofo Cristiano que había atacado a la religión católica con las siguientes proposiciones:

  1. la religión católica no es más que una relación del espíritu del hombre con el Ser Infinito;
  2. la religión católica es una religión que no tiene en lo exterior más fuerza para obligar a los fieles que la censura y la persuasión;
  3. la religión católica es una religión cuyos sabios principios llevan consigo la evidencia de la felicidad;
  4. la religión católica es una religión que sostenida por la fuerza perdería una gran parte de la Majestad que saca de sí misma y haría dudosos sus infalibles dogmas.314

Se trata pues de un discurso del género deliberativo, ya que la «Rancia» pretende alarmar al pueblo español con el fin de que los «alquimistas de la sabiduría» no consigan sus propósitos de conducir a España a una «anarquía irreligiosa»315. A partir de la carta IX, Agapita Clara cambiará su destinatario específico y se dirigirá ampliamente al pueblo español con una serie de proclamas316.

Una de las cartas que más eco tuvo fue la octava, dedicada a combatir el jacobinismo, de hecho Fray Agustín de Castro considera en el primer número de la Atalaya de la Mancha que para descubrir todos los secretos de sus enemigos, sólo tiene que recurrir al «compendio de todos ellos, inserto ya en una carta» de la Rancia que publicará en los números 2 y 3, del 3 y 4 de abril de 1814, firmada por T. V. D. P. =A. L. M. Aunque el fraile Castro la suponga obra original de la Rancia, se trata, en realidad de una copia literal de un artículo procedente del libro de Barruel, y que, entre otros periódicos, también había aparecido el 8 de mayo de 1813 en el Correo de la Comisión Provincial de Santiago, bajo el epígrafe de «Carta de un liberal arrepentido»317, habiéndose publicado en la versión de la Atalaya de la Mancha sin título alguno. Este ocultamiento de la fuente provoca una ruptura del horizonte de expectativas del lector, puesto que no va a leer la carta de una mujer, sino la de un «agradecidísimo amigo» que envía su misiva a un «apreciable» amigo. El remitente se confiesa persona arrepentida de haber seguido en Cádiz los extravíos del jacobinismo y da cuenta, entre otros asuntos, de los tres grandes propósitos de esta secta:

Sus principales designios son tres. Los dos [primeros] son religiosos, y el otro político. El primero es establecer la tolerancia religiosa, de suerte que se profese la religión que se quiera: este punto ya le habrás visto impreso por un asturiano, y presentado a la Junta Central. El segundo arruinar al Papado, no sólo en la soberanía temporal, sino también en la espiritual; de modo que el Sumo Pontífice no sea más que Obispo de Roma, como lo es cualquiera en su diócesis. El tercero es aniquilar todo gobierno monárquico, y restablecer una república democrática. Supuestos estos designios, se valen de tres resortes primarios para la consecución de los primeros, y de otros tres para el tercero.

Con efecto: tribunal de Inquisición, institutos religiosos, rentas eclesiásticas: ¡ve aquí tres objetos de su maledicencia!318



Precisamente a la defensa de los institutos religiosos, vuelve la Rancia a través no ya de cartas sino de diálogos319, cauce literario que permite mejor la exposición y debate de ideas, al tiempo que facilita la presentación de la discusión in fieri320. Un par de años antes, en 1811 otra monja había traído de cabeza, a las Cortes reunidas en Cádiz, se trata de Rosa María de Jesús, quien envió al menos tres cartas en las que lamentaba la reunión en las mismas de tantos jansenistas y francmasones y pretendía denunciar y acabar con tales «sectas perniciosas»321.

La Representación que dirigió al Sr. Duque de Ciudad Rodrigo una española a nombre de las damas de su nación, firmada por María Manuela en 1813, es un discurso del orden deliberativo que utiliza también los recursos del género demostrativo para alabar a Wellington y a los periodistas serviles. Pero este texto fue reproducido en las páginas del Procurador General, en buena medida porque se trata de un ataque contra los periodistas liberales, otro de los enemigos preferidos del discurso reaccionario. En él María Manuela expone la división que existe entre la opinión pública española, propiciada desde su perspectiva por la traición de los periodistas liberales a los intereses de la nación, y la buena voluntad con la que, por el contrario actúan los serviles:

No ignorará V. E. los dos partidos de liberales y serviles en que la Nación española se halla dividida, ni tampoco las circunstancias y diversidad de opiniones que a unos y a otros caracterizan. Los primeros orgullosos y atrevidos no admiten otro dictamen que el propio; no reconocen autoridad sino como y de la manera que a ellos gusta: son enemigos del altar y el trono, y desprecian no sólo la religión católica en que han nacido, sino toda la que enseña a reconocer a un Dios, a quien ellos odian. Engrandecen la naturaleza al paso que la cubren de oprobio con sus vicios: exaltan la razón y desconocen su fuerza, siendo al mismo tiempo afrenta de una patria que degradan en haberlos producido. Su doctrina es la misma que derramada en la infeliz Francia ha causado tantos estragos, y que para repetir sus triunfos en nuestra península trabajan sin cesar en arrancar de entre nosotros la Religión que heredamos de nuestros padres y que forma nuestra principal grandeza.322



María Manuela recoge aquí buena parte de los argumentos que había reunido el ex-jesuita Hervás en sus Causas de la Revolución de Francia en el año 1789323, al que cita y donde, además de atacar a los franceses en general, hace especial hincapié en el poder destructivo de las «sectas anticatólicas», es decir, «la filosófica o atea, la calvinística y la jansenística», a las que se añade la francmasónica. Todas las diatribas vertidas contra ellos, serían luego aplicadas contra los liberales a través del periódico del padre Vélez, El Sol de Cádiz donde es posible que María Manuela colaborara -término este que no he podido comprobar-, y de su libro el Preservativo contra la irreligión (Cádiz, 1812), así como en las Cartas del Filósofo Rancio y periódicos como el Diario de la tarde, que se había empezado a publicar en 1811.

Desde la lógica reaccionaria, los liberales no reconocen autoridad alguna, como todos los francmasones y filósofos en general, desprecian toda religión y toda sujeción que trate de contener las pasiones humanas, pues no es otro -en opinión de sus detractores- el afán con que aspiran a la más absoluta libertad. María Manuela, al paso que equipara a los liberales con los filósofos franceses, los acusa de tratar de destruir a la nación española, es decir, de traidores que prefieren defender el ideario filosófico del enemigo invasor y de tratar de acabar con la religión católica, que considera basa fundamental de las esencias patrias. El retrato que dibuja del partido servil es, desde su propia lógica, totalmente contrario y sumamente positivo:

Al contrario los segundos, humildes y moderados sujetan su propia opinión a las de los padres de su Iglesia; se someten y obedecen sin dificultad a toda potestad legítima, pues aunque son llamados de sus enemigos conspiradores, sediciosos y revolucionarios, no es otro su delito que el de representar al gobierno, cuando juzgan que las órdenes de éste, son contrarias a lo que les dicta su conciencia, con respecto a los mandatos divinos. Aborrecen el vicio y se compadecen de las flaquezas de sus hermanos: odian los horrores y extravíos de los liberales, pero desean con sinceridad su reconocimiento: se guían por la razón en lo que ella les dicta, pero la humillan en lo que no alcanzan. Su doctrina es de caridad, de paz y de sufrimiento, y si flaquean en sus costumbres como hombres, se avergüenzan y arrepienten como cristianos de sus delitos. Tal es el carácter que distingue los unos de los otros, y por el que V. E. podrá juzgar con rectitud las ventajas que puede sacar de ellos, así el gobierno legítimo como los gabinetes extranjeros.324



Lo más curioso es comprobar de qué manera la escritora entra en materia política y trata de hacer comprender a Wellington que los liberales no pueden representar nunca al gobierno de la nación y que cualquier alianza con este partido sería nefasta por su carácter insumiso e inclinado a la irracionalidad y al reconocimiento de cualquier autoridad. Como he dicho, se trata de persuadir a Wellington de que los ingleses no abandonen su política a favor de la nación española. Siguiendo la contraposición entre liberales y serviles, explica al de Ciudad Rodrigo que los suyos siempre se han considerado verdaderos aliados de la nación británica, cuyo auxilio reconocen y agradecen, al contrarío que los liberales:

Los serviles más numerosos y confiados han recibido con gratitud y admiración los auxilios que nos ha dispensado la generosidad británica, y no recordarán en su memoria los días en que se han visto libres de sus enemigos sin renovar a la Nación inglesa sus reconocimientos. Pero los liberales, estos seres atolondrados y turbulentos; estos hombres tan cobardes como atrevidos, que jamás en punto de amistad han tenido sus corazones conformes con sus labios; apenas (después de la batalla de Salamanca y entrada de V. E. en nuestra Corte) vieron los pasos retrógrados de los ejércitos, cuyos planes ignoraban, procuraron con manejos ocultos y disimulados extraviar la opinión pública y aun la particular de los Generales de más pericia y fama, cuyos disgustos ocasionados por haber conferido el mando de los ejércitos españoles a V E., no dudamos fue el resultado de las tramas sórdidas con que manejaban sus planes para dividir la Nación en partidos. Estas primeras ideas de desconfianza fueron los efluvios exhalados del liberalismo que no dejaron de prender en los corazones tímidos e incautos: varias circunstancias que después han acaecido los inflamaron hasta que por último no pudiendo ya esconderse el volcán que abrasa los pechos liberales, por todas partes arroja llamas.



Así pues, los liberales son, según esta polemista, cobardes, hipócritas, y unas fieras que no pueden contener las pasiones que los animan, nada nuevo, en fin, en el contexto de su producción ni en el del pensamiento reaccionario, del que María Manuela vuelve a recuperar la alegoría volcánica para subrayar la supuesta naturaleza pasional, carnal, de los liberales. Y aún advierte que ese es el motivo, y porque en el fondo no quieren más que la anarquía revolucionaria, por el que han sembrado la semilla de la discordia y tratan de esparcirla a través de sus periódicos:

Los periódicos de que abunda esta ciudad son las bocas que las despiden: sus plumas atrevidas no contentas con despedazar la patria que les dio el ser y ultrajar de un modo infame a sus más respetables compatriotas, se asestan y dirigen contra sus generosos aliados. La Triple alianza, aquel papel verdaderamente incendiario, no sólo llenó de terror a las personas de piedad, sino de recelo a los políticos; pues en las cartas que insertaba en el artículo Política, pintaba la de la Inglaterra con los más negros coloridos. Obsérvese después el Tribuno, Redactor, Diario Mercantil y demás comparsa, sin contar las voces que se esparcen con el fin de inspirar desconfianza en las intenciones del gabinete británico, y al mismo tiempo disgustarle y exasperar la paciencia de V. E. y la heroica magnanimidad con que hasta ahora ha sabido despreciarlos.



A la cabeza de estos órganos de expresión exaltada María Manuela sitúa nuevamente a la Triple Alianza que manifiestamente se declara enemigo del aliado británico, pero añade que a esta empresa contribuyen en no menor medida el resto de los periódicos liberales que se siguen publicando. Ellos son los únicos culpables de toda la zozobra e inquietud que cunde entre el pueblo español y, por eso, sólo a ellos debe pedírseles cuenta:

Mas no obstante corren de unos días a esta parte ciertas voces confusas y misteriosas que nos llenan de amargura y desconsuelo. Unas dicen que nuestro gobierno algún tanto liberalizado o inclinado por lo menos a las ideas liberales no guarda con V. E. ni con el gabinete inglés la buena armonía que exige la necesidad, la gratitud y el reconocimiento: otras que disgustado V E. con la variedad de opiniones que divide la España y las desconfianzas de los españoles, trata de retirarse y dejarnos abandonados a nuestra desgracia y la crueldad de nuestros enemigos. Desentendiéndonos de lo primero, pues así V. E. como la prudencia y sagacidad de su corte sabrá elegir los medios convenientes, vamos a lo segundo.

Hemos sentado ya en nuestra representación que se repiten las expresiones de desconfianza en las bocas y plumas de los liberales; mas estos, Sr. Excmo., no son la nación, sino una pequeña parte de ella corrompida y desenfrenada. ¿Y será justo que por uno o dos miembros cancerados, abandone un médico compasivo al miserable enfermo que se ha puesto en sus manos? ¿Es posible, ilustre libertador nuestro, que los temores que nos afligen salgan ciertos? ¿Nos abandonaréis después de tanto como habéis hecho? ¿Permitiréis que se repitan en nuestro suelo los estragos que habéis visto? ¿Que la desolación se apodere de nuestras provincias? ¿Que se renueven los tristes días del dolor y el llanto?325



El discurso termina con la solicitud al procer inglés de que no abandone al pueblo español y, en caso de que esto ocurriera, por culpa de «los contrarios de nuestra casa» y «por los enemigos de fuera», brinde sus naves a las familias españolas para que allí puedan asilarse a la espera de tiempos más felices. En fin, una demanda un tanto sorprendente en quien clama contra los cobardes liberales, aunque en el siglo pudiera asumirse por proceder del sexo femenino. Parece que María Manuela entregó efectivamente esta proclama al embajador británico el 15 de agosto de 1813, para que se la hiciera llegar a su hermano el duque de Ciudad Rodrigo. Así lo asegura al comienzo de esta representación lo mismo que en la proclama Amadas compatricias, firmada en Madrid a 20 de mayo de 1814, y que adjunta a la marquesa de Villafranca en una carta que le dirige el 29 de mayo, para tratar de convencer a la Junta de Damas que la ayuden en la organización de una suscripción con la idea de levantar un monumento a Wellington. La proclama insiste en acusar a los traidores de tratar de empañar las relaciones entre España y Gran Bretaña, y recurre al patetismo para recordar que «tantas ilustres compañeras nuestras han sido víctimas inocentes de a brutalidad y barbarie de los feroces monstruos de nuestro siglo», así como a los padres, esposos, hijos, hermanos o parientes que han padecido similar o peor destino. De nuevo saca a colación a los «genios del mal» que redoblaban sus esfuerzos al ver que «los estandartes de Fernando y Jorge tercero se tremolaban en las fronteras de la Francia», y cuando nuestro ejército esperaba llegar hasta la prisión del rey cautivo. Una vez más se imponen los «decretos divinos», de cuyo poder lord Wellington es el medio elegido para contrarrestar «los ardides de su enemigo»326. Como siempre el brazo armado de Dios elige a sus instrumentos, y Wellington personifica al aliado inglés por excelencia, al hermano salvador, freno no sólo del enemigo extranjero sino también de los «enemigos domésticos», como califica a los liberales autores de los tan temidos «proyectos infernales»327.

Claramente dentro del género judicial se insertan los recursos puestos por María Manuela López de Ulloa y Frasquita Larrea a las sentencias de la Junta de Censura contra sus respectivos folletos. Frasquita abre su Contestación a la censura de 9 de Mayo de 1814 con la retórica captatio benevolentiae que se puede esperar no ya de una mujer, sino de cualquier persona que se ve en la precisión de ser juzgada, pero en ella se perciben algunos signos de la retórica utilizada a este fin por las mujeres. Adoptando una actitud suave, prudente, trata de justificar su conducta amparándose primero en su sensibilidad e imaginación, propias del alma femenina según el canon rousseauniano, y, después escudándose en una ignorancia que la ha llevado a aceptar por verdadero lo que publican los periódicos:

Llevada de los impulsos de una fantasía ardiente y del amor a una patria idolatrada, me complacía en aquellas imágenes gloriosas que suscitaba la reunión de Fernando, Zaragoza, Religión y patriotismo. Sabía que, entre los españoles, unos alababan, otros censuraban la Constitución; veía todos los días impresos que unos celebraban las instituciones modernas, otros las criticaban; había entendido que el artículo 371 de la Constitución permitía la publicación ilimitada de ideas políticas. Sin más estudio escribí sencillamente y sin ironía, no tanto mi opinión, (que ésta podría parecerme dudosa) sino lo que había oído en Inglaterra, Francia y Alemania a hombres de letras, lo que había leído en autores estimados y lo que coincidía con mis deseos de conciliar los extremos que la mayor parte de los papeles públicos declaran existentes.328



Pero a continuación, la escritora da muestras de su capacidad de conocimiento, de su dominio del lenguaje, y concretamente de la lengua española, así como de su aptitud para el uso de la analogía como estrategia retórica y, en definitiva, de su facultad de raciocinio:

Por la censura, cuya copia se me ha remitido, conozco que he incurrido en falta por no haber mirado con atención el reglamento de la libertad de imprenta. Pero no sé cómo se me puede atribuir la intención de subvertir las leyes fundamentales de la Monarquía. Habiendo buscado en el Diccionario de la Academia el sentido exacto de la palabra subversivo, no encontré sino el verbo subvertir que dice destruir, demoler, arruinar o trastornar alguna cosa. Por lo que, por analogía, se deduce que subversivo debe ser lo que se destruye, arruina, trastorna, etc.



Aún más, a continuación deja ver su conocimiento de las leyes: «Si no estoy engañada existe una real cédula que previene no debe calificar por la censura proposiciones aisladas, sino el concepto general de un escrito». Finalmente, la solicitud de que modifiquen la calificación de la censura se realiza en un tono cada vez menos tímido o modesto: «Por lo tanto espero de los Señores que componen la junta de censura, se servirán modificar el concepto de subversivo que han atribuido a mi papel. Lo creo así de su prudencia».

Aunque en muchas otras ocasiones volvería a recurrir al disfraz de la ignorancia o de la humildad, lo cierto es que esa falsa modestia es sólo una forma de captatio benevolentiae para ser aceptada por los lectores masculinos329 o incluso por otras mujeres que no hubieran aceptado un desafío femenino de este tipo. Sin embargo, las menciones a Bonald, Chateaubriand, Mme. de Stáel, y a otros muchos, así como las reflexiones que hace sobre sus obras, dan la verdadera dimensión de sus lecturas y de un conocimiento nada superficial de la cultura de su época, mostrando aunque subrepticiamente que su razón está a la altura de la de cualquier intelectual masculino.

Por lo que respecta a la alegación presentada ante la Junta Censoria por María Manuela López la estrategia persuasiva utilizada es similar. Este texto que fue publicado con el título de Respuesta de la española, autora del papel titulado Afectuosos gemidos que los Españoles consagran en este día 14 de octubre de 1813 y detenido por subversivo con arreglo a la primera censura de la Junta Provincial de Cádiz según Gómez Imaz porque

Aunque la poetisa quedó triunfante por sus explicaciones y descargos ante la Junta Censoria, y el Juez de primera instancia no logró que recayera sentencia, siguieron dando largas al asunto, quedando la autora bajo el peso de la acusación sin miramientos ni consideraciones de parte de los jueces a la mujer perseguida o vejada por el apasionamiento político de sus adversarios; y en tal situación decidióse D.ª M.ª. Manuela a hacer público cuanto había ocurrido.330



Su discurso parte de un recurso frecuentemente utilizado por personas de uno y otro sexo, al tratar de convencer al tribunal de la «pureza y sencillez de mis intenciones», pero a continuación pretende conquistar la benevolencia del tribunal mostrándose orgullosa en primer lugar por la novedad de su empeño, y, en segundo lugar, descubriendo su sensibilidad herida por una calificación que considera injusta:

Mas antes que manifieste el verdadero sentido de las voces, expresiones, e ideas que voy a probar en los términos que pueda, en contestación a la Censura, suplico a la Junta tenga la bondad de disimular mis faltas en el método y estilo en un asunto que me es nuevo, y dificultoso de desempeñar, en quien no ha tenido más estudios que la lectura de algunos libros, y sus propias reflexiones: igualmente la pido me disculpe si resentida de la calificación de mi papel, que desde luego juzgo poco arreglada al espíritu e ideas con que lo escribí, estampo algunas expresiones que puedan desagradarla; y que si yo las hallo como consecuencias forzosas, todas las cubre el derecho natural de mi defensa.331



Como hace en otras producciones suyas, María Manuela se escuda modestamente en su falta de método y estilo, de falta de preparación intelectual, al tiempo que convierte su defensa en un ataque contra los periodistas liberales, y algunos de sus diputados a los que acusa de contrarios al sistema monárquico y a la persona de Fernando VII:

imbuidos en el orgullo (filosófico) y voces seductivas de igualdad, libertad, etc. intentan olvidar de entre nosotros y aun infamar a nuestro amado Monarca; pretendiendo al mismo tiempo obscurecer el resplandor del Trono Español, presentándonos como inseparables del Solio los más infames vicios.332



Como ejemplo cita el n.º 11 del Duende político donde se elogia «la rebeldía de los Comuneros Padilla y Consortes, (a quienes da el epíteto de ilustres)» y «dice "que estos tuvieron valor para acusar el despotismo insolente de Carlos V; y a quienes éste formidable Tirano, holló con bárbaro furor auxiliado por todos los agentes e interesados en la tiranía"», y el n.º 12 en que abundando en el mismo discurso arremete contra lo más granado de la nobleza y sus «medallas y colgajos que todavía conservan (los Grandes) y no son otra cosa que las señales ignominiosas de que pertenecen a la servidumbre, al lujo y al ornamento insolente y pomposo de los Sultanes». Del mismo modo cita un discurso de Quintana a las Cortes333, y alude a otros publicados en el Semanario patriótico en los que, coincidiendo con los periodistas del Duende trata de «introducir entre nosotros la odiosidad y el aborrecimiento al Trono y a nuestros Monarcas». Es decir, su disculpa consiste en justificar que su discurso no los adeptos a la Constitución, sino a aquellos que amparándose en la nueva situación tratan de inocular en la población el odio contra la monarquía, contra su Rey. Evidentemente, aunque algunos liberales más exaltados pudieran simpatizar con los ideales republicanos, la mayoría lo que pretendía era simplemente ganar al Rey para la causa constitucional, sabedores de que varios siglos de ejercicio del poder absoluto dificultaban enormemente la adaptación de los Borbones al nuevo sistema. Lo cierto es que María Manuela y otros serviles vieron en esta crítica a la monarquía absoluta un resquicio por donde poder convencer al pueblo de la aviesa intención de los liberales e incluso de los deseos de muchos de estos de acabar con la persona de Fernando VII. Los liberales eran conscientes de este riesgo y, por eso, una y otra vez tratan de rechazar esta acusación, como harían los autores del folleto Relación de los públicos regocijos con que las dos reuniones patrióticas de los Cafés Alto de Apolo, y de la Plaza de Orta, en esta ciudad, celebraron el triunfo de la libertad española, conseguida sobre el servilismo en los días 8 y 22 de marzo de 1813334. Efectivamente, 1813 fue un año difícil para los liberales, que veían peligrar la recién conquistada libertad ante los intentos de los serviles por nombrar una Regencia que podría acabar con la Constitución. Las amenazas vislumbradas se harían realidad cuando en las persecuciones promovidas por Fernando VII muchos de ellos fueron denunciados por conspirar contra la persona del rey. Así por ejemplo ocurrió con algunos liberales y varios de los «Patriotas» de los cafés de Apolo y Orta que serían luego denunciados por Fernando Cañizares en 1819. En el expediente en que se investigaba la masonería de Almagro se daban los nombres de Muñoz Torrero, Gallardo, el conde de Toreno, como sospechosos de francmasones. Y se añadía que en Cádiz se habían unido don Ignacio de la Pezuela, el Arcediano de Ávila, Cuesta, y el prebendado, hermano de este, «a favor del partido de Argüelles por echar por tierra la Inquisición»335. En nota a pie de página Paz y Meliá recoge el siguiente comentario:

El médico Pereira y el Turonense eran en Cádiz individuos del Alto café de Apolo en el que con sus socios declararon reo de muerte a Fernando VII cuando su viaje a Francia y que debía ser fusilado por la espalda, lo que se comunicó al café de Orta (que lo aprobó) enviando el acuerdo con un ramo de flores y cintas, vítores y aplausos.336



Comentario que se contradice con lo declarado por los patriotas que como acabo de señalar se defendían de estas acusaciones que en su momento fueron difundidas. En el folleto ya mencionado, los patriotas de los cafés de Apolo y Orta aseguraron explícitamente que no se profirieron voces de muerte, sino de «¡Viva la Religión!, ¡Viva la Nación!, ¡Vivan las Cortes! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la nueva Regencia! ¡Vivan las autoridades constitucionales! ¡Vivan los defensores de la Patria! ¡Vivan los liberales! ¡Vivan los patriotas!, etc.»337 Y si bien es cierto que muchos liberales sintieron que Fernando los había traicionado, y poco faltaría para que lo hiciera y les dejara sentir todo el peso de su poder absoluto, también es verdad que a los serviles les interesaba esparcir estos rumores para tratar de levantar al pueblo contra los enemigos de su partido338. Lo cierto es que el nombre de Padilla y otros comuneros será desterrado por mucho tiempo y ni siquiera el drama de Martínez de la Rosa, estrenado en 1812, y publicado en 1814, volvería a representarse, ni tampoco a editarse, excepción hecha de la impresión valenciana de 1820 -es decir, durante el Trienio-339, y las de Madrid y Barcelona de 1838340 -durante el gobierno liberal de Istúriz y recién aprobada la Constitución de 1837-, prácticamente en España hasta el siglo XX.




ArribaAbajo2.2.2. Los artículos periodísticos

El caso es que María Manuela no será una escritora esporádica, por el contrario, es sin lugar a dudas la mujer que colabora con mayor asiduidad en la prensa. Sus artículos en El Procurador General son bastante frecuentes y si en su primera aparición del 9 de diciembre de 1812, se presenta humildemente, como es habitual en estos casos, escondida tras el sencillo genérico de Una Señora, no tardará mucho en acudir a sus iniciales M. L. o M. M. L. -lo que ocurre por primera vez el 24 del mismo mes- o al seudónimo Una Española, cuando de nuevo necesite encubrir su identidad para despotricar a su antojo de los liberales. Además de poemas y artículos remitidos a El Procurador General de la Nación y el Rey, lo mismo que al Diario Patriótico, es posible que también participara en el Sol de Cádiz aunque no he logrado comprobarlo, e igualmente publicó varios folletos sueltos, pero el grueso de sus producciones se inserta, como digo, en los periódicos. Estos textos, antecedentes del artículo periodístico de opinión, se pueden inscribir en el género didáctico-ensayístico, del que procede la mayor parte de los recursos que luego van a ser modelados hasta alcanzar la forma del artículo moderno. Desde luego María Manuela es sin duda una de las escritoras más interesantes y también más persistentes en su afán por combatir el pensamiento liberal, por ello me detendré más dilatadamente en comentar sus artículos.

En general, en todos trata de vindicar a sus correligionarios, incluso a los inquisidores del Santo Oficio, y de combatir al enemigo doméstico que ella ve representado particularmente en los periodistas liberales. El primero de ellos es una defensa frente a los ataques que sufrió de los editores del Redactor general por haber enviado al periódico servil el reverso de una quintilla que arremetía contra la Inquisición. La mitad del artículo se dedica a descalificar a los periodistas del Redactor por haberla insultado con estilo chocarrero y «groseras y chabacanas expresiones, más propias de un mesón o taberna, que de un papel de ilustración», lo que demuestra, en su opinión, la oscuridad y falta de consideración de sus autores:

¡Qué política! ¡qué moderación! ¡qué urbanidad y cortesanía! Vaya, sobre que no puede negarse que son caballeros... y caballeros a la moderna, no de aquellos de pergaminos amarillos de puro rancios, de colgajos ni escudos que nada valen ni aprovechan. ¿No es verdad Sr. Procurador? Antiguamente teníamos por caballeros, los hombres circunspectos y moderados, aquellos que disputaban con razones y defendían su opinión con palabras sólidas y verdaderas; las acreditaban con hechos: y por último aquellos en quienes se reunía la urbanidad con el decoro, la gravedad con dulzura, y la jocosidad con la modestia.341



Pero lo peor es que esa agresión desmesurada contra su persona, desde su punto de vista, sólo trata de ocultar con insultos la falta de razones con que desmontar su opinión:

Las burlas y bufonadas sólo se oían entre rapaces y truhanes a quienes se miraba con desprecio: mas ahora todo está trocado: los caballeros son de nuevo cuño, esto es, vaciados en un molde a la francesa. La moderación y cordura, son antiguallas y vejeces: las razones no convencen: la verdad no tiene fuerza; las opiniones particulares, se defienden a toda costa como públicas, todo se asegura, nada se prueba: y en hallando contradicciones, aunque sean apoyadas con la mayor solidez... ¡Qué tempestad! ¡Qué tormenta!342



Podría recordarse aquí la Memoria que el Obispo de Orense dirige a las Cortes el 4 de octubre de 1811, en la que rechazaba el aplauso con que se acogían las novedades de «jóvenes inexpertos y pagados de sus falsas ideas» y ligaba las propuestas de la nueva soberanía nacional a jóvenes «ignorantes y vanos». Es evidente que en uno y otro caso el aspecto informal, innovador, aparece asociado a la modernidad de las ideas, a su carácter revolucionario, que sólo puede conducir a España al mismo desastre al que condujeron a Francia los sans-culotte, por eso el Obispo los tilda de jóvenes que «aparentando llevarla al mayor punto de felicidad, la minan y aproximan a la ruina»343.

La respuesta del Redactor general es también el objeto de su segundo artículo, «Comunicado de una Señorita para confusión del Redactor general». El uso de invectivas que asomaban en el articulo anterior se expresan aquí con un lenguaje bastante chocarrero y escatológico que puede resultar chocante en una mujer de la época que quiere además pasar por inocente y que denuncia los malos modos de los periodistas liberales:

nunca pude persuadirme que la herida de mi mano fuese tan penetrante, y causase al Redactor tal tormento y angustias, que le hiciese arrojar una cólera tan asquerosa: es verdad que en vez de pluma tomé un estoque pequeñito, porque mi brazo tiene poca fuerza, no tanto para defenderme como para escarmentar una grosería, o mejor diré una vileza; y no obstante estar poco acostumbrada a combates de esta naturaleza, me glorío de haber dirigido mi mano con acierto, pues a pesar de que este adalid orgulloso oculta y disimula la llaga que en el corazón ha recibido, no puede esconder la del estómago y vientre, según las suciedades que arroja en su núm. 560.344



Se regodea la autora, pues, en esta serie de metáforas degradantes, que tratan de reducir al periódico al materialismo más sucio y oscuro. Bien es cierto que este término de degradación le sirve asimismo como contraste para presentarse como un ser superior que, sin la necesidad de Pegaso alguno que la remonte al Parnaso, se sirve de su pluma:

para volar con ella sobre mi pensamiento al monte de la Religión revelada; en cuya hermosa cumbre contemplo con sumisión y admiro con firmeza los rayos divinos del verdadero Apolo. Allí su luz me renueva, y aunque no se hallan en aquel sagrado lugar las fabulosas nueve hermanas, me acompañan tres nobles Matronas (a quienes el Redactor general no conoce) las que me han prometido no separarse de mí si yo no me aparto de ellas, cosa que haré jamás. Ellas sujetando mis dudas las aclaran; aumentando mis deseos los llenan, y ocupando mi voluntad la proporcionan el más dulce empleo.345



La luz de la fe resplandece en el paraíso de la escritora que se contrapone así a la oscuridad e inmundicia del infierno en el que hace regodearse a los periodistas del Redactor. Mientras, María Manuela dice sentirse guiada por tres nobles Matronas que pudieran ser las tres virtudes teologales, aunque, a tenor de lo que se lee en sus Tiernos afectos pudiera interpretarse también como la Religión, acompañada de la Biblia y la Cruz346. Este enfrentamiento entre luz y oscuridad, entre cielo e infierno es uno de los lugares comunes más repetidos en la época347.

En cualquier caso, a esa luz la autora pretende descubrir las verdaderas intenciones de los liberales, que se sienten amparados en su proceder por las Cortes, de modo que con enorme malicia razona María Manuela:

Los Liberales temen su ruina viéndose descubiertos, se alarman, se alborotan, improperan a sus contrarios; los baldonan; ¿mas prueban de algún modo que es falso lo que de ellos dicen? nada de eso, pero a bien que se disculpan con asegurar que sus máximas son las mismas que animan al Soberano Congreso de la Nación. ¿No es ésta, Sr. Procurador, una salida insulsa que hace poquísimo honor a nuestras Cortes? ¿No es esto decir que las Cortes siguen las máximas de la impiedad, pues no vemos otras en algunos papeles? Reflexiónenlo bien las Cortes.348



La deducción de este pretendido silogismo parece evidente: si las Cortes no contienen el lenguaje exaltado de los liberales, si aceptan lo que, desde el punto de vista de los católicos rancios es pura impiedad, no puede dejar de considerarse que el Congreso sea tan irreligioso como ellos. Es de notar, por otra parte, la recurrente preocupación de María Manuela y de los escritores de la reacción católica en general por el lenguaje utilizado por los liberales, un lenguaje que, según la escritora asegura, ha desbordado «los diques de la moderación» y, desatada su lengua, su discurso sólo tiene como fin «producir blasfemias y herejías». Ese lenguaje es el que, en opinión de Lardizábal dividía a España en dos bandos, uno el de las «gentes de bien y espíritus moderados» y otro el de «los hombres violentos»349. El problema es, como bien vería el padre Vélez, que lo que en un principio podía leerse sólo en los textos de unos cuantos «falsos filósofos» ahora, por industria de los periódicos liberales, puede estar al alcance de cualquiera, puede ser leído, aprendido y asumido en calles y plaza, librerías y teatros, tabernas y cafés, de modo que de la revolución del lenguaje podía derivarse la verdadera liberación respecto del poder establecido.

En los artículos siguientes, María Manuela prosigue su particular batalla contra la prensa y así trata de discutir con el Conciso en torno a algunas cuestiones. La primera de ellas acerca de la «opinión pública, Dama favorita de nuestros escritores y a quien no sólo ofrecen los respetos y obsequios como a soberana, sino que intentan consagrarle culto y rendirla sacrificios como a diosa». Para rebatir esa divinización de la opinión pública, María Manuela recuerda que Feijoo, al que los liberales mencionan como autoridad pretendidamente liberal -idea que ella niega-, cuestionó e impugnó por errada la opinión vulgar, la voz del pueblo. Además advierte que Feijoo, de haber vivido en estas circunstancias, hubiera rechazado que la opinión de los liberales gaditanos pudiera ser considerada como exponente de la de toda la nación:

¿Qué diría ahora este sabio religioso si oyera afirmar como general opinión pública la de un puñado de filósofos reunidos en Cádiz, que quieren sujetar la de la Nación entera; que desprecian la que es contraria a sus caprichos, y que acometen y atropellan a cuantos se oponen a sus ideas?350



Y concluye, con una seguridad que desentona con sus protestas de humildad:

a estas reflexiones quisiera añadir otra mía, y es: que cuando la opinión pública está dividida, se deben examinar las razones, fundamentos y circunstancias de ambos partidos, y seguir la más recta y mejor apoyada.351



La segunda porfía con el periódico liberal versa sobre las voces «fraile» y «frailada», pues, considera María Manuela que los redactores del Conciso, y demás periodistas, sólo pretenden confundir a la opinión pública y que por eso, a pesar de tratarse de asuntos demasiado arduos «para la débil mano de una mujer», cree necesario ofrecer sus observaciones para tratar no de que se convenzan con sus avisos, sino de que los lectores deduzcan lo que conviene y «reflexionen lo que de aquí se sigue que será mejor que vuestras mercedes lo deban a su reflexión -les explica- que a mi advertencia»352.

Pero en quien proyecta aún con mayor fuerza si cabe que en el Redactor general o El Conciso toda la sátira y toda la imaginería antifilosófica es en la Abeja española, que aparece transformada en animal venenoso, a través de una extensa alegoría:

Días ha que no puedo mirar sin indignación un tal insecto, que llamándose con impropiedad Abeja Española, anda susurrando aquí y allí, atolondrándonos los oídos y derramando su veneno. Este despreciable animalito, mixto o mezcla vergonzosa de araña mortífera y avispa infructuosa, estoy tan lejos de creer haya nacido en España, o a lo menos en nuestra península, que pienso nos ha venido escondida en las rendijas de algún barco, de alguna isla como la de Santo Domingo, cuya dominación fue gali-española.353



Efectivamente, desde el primer momento se vincula este periódico al veneno mortífero con el que desde mediados del XVIII se asocia la extensión de la incredulidad, cuando ya el padre mercedario Pedro Rodríguez Morzo en su prólogo a la traducción del Oráculo de los nuevos filósofos (1769-1770), escribiera: «Los progresos de la incredulidad son tan rápidos, que parece que se quiere avecindar en todos los reinos y provincias. Hasta aquí iba destilando gota a gota su veneno, pero en el día fluye a borbotones por todas partes»354. Por otra parte, la alusión a la isla de Santo Domingo no resultaba inadvertida a los lectores de la época, pues conocían que por el tratado de Basilea (1795), España, a cambio de recuperar todo el territorio que había perdido tras la guerra contra la Convención, cedía a Francia su mitad de la isla dominicana355.

Como lo que le interesa a la autora es cuadrar al periódico como un bicho venenoso, trata de forzar la disparidad que existe entre la fabril abeja y el comportamiento que desde su punto de vista caracteriza de verdad a este medio liberal:

Yo no sé por qué ha tomado este título, que ni le pertenece ni le cuadra, pues no hay cosas que disten más entre sí que las propiedades y producciones de este insecto con las propiedades y fruto de las Abejas. Éstas forman una especie de gobierno con un solo jefe, a quien siguen y rodean sin permitir se le agregue otro; pues si alguno se descubre, al momento le quitan la vida; mas esta Abejita nueva, apenas sale de su avispero quiere trastornar el orden con sus zumbidos, y a pretexto de libertad e independencia intenta sublevar las pacíficas y oficiosas compañeras, que gobernadas por sus reyes, están en sus vasos u corchos vecinos, y clavando su aguijón en donde halla resistencia, sólo se ocupa con los zánganos que la acompañan en comer la miel que usurpa y aniquilar su propia colmena.356



Así María Manuela sostiene que, frente al carácter servicial de la abeja, los zánganos liberales se ocupan en conspirar contra su jefe y revolucionar la sociedad que la rodea. Se trata del viejo discurso que atribuye a los filósofos modernos, a los ilustrados, y luego a los liberales, el anhelo de derribar toda sujeción, una idea que entre los españoles se remonta a Zeballos y llegará a Vélez y a los periodistas serviles como María Manuela. Además, en su opinión la abeja moderna, «la bastarda abeja de estos días», no sólo no produce nada bueno sino que marchita con su -una vez más «mortífero veneno»- todo lo que toca, e incluso trata de corromper la palabra divina, pues hasta ahí llega su atrevimiento:

Las Abejas sin deslucir ni marchitar las flores sacan de ellas el jugo necesario para fabricar los prodigiosos panales en que se admiran las maravillas de la divina omnipotencia. Ellos destilan un néctar sabroso y apreciable y la blanca cera que en sí lo contiene no es menos útil por los destinos que se aplica, principalmente al divino culto; mas la bastarda Abeja de estos días ¿cuáles son los frutos que produce? Ella profana (y si no marchita porque no pueden serlo) a los menos aja y desluce las flores de la sagrada escritura, santos padres y palabras del mismo Dios, con las aplicaciones más escandalosas y erróneas, convirtiendo esta miel, mas dulce cuanto más pura, en mortífero veneno, como lo hace la asquerosa araña con todo cuanto chupa: ella vomita ponzoña, y lejos de fabricar cera que ardiendo luzca en los sagrados altares; sólo nos presenta sus encendidos deseos de abrasar y destruir con su aliento las columnas de la iglesia y pedestales del trono.357



Como en estos escritores serviles, María Manuela es consciente de que la alianza entre trono y altar es indispensable para la supervivencia de ambas. Pero todo este preámbulo sólo sirve de antesala para preparar al lector para la crítica que va a realizar a los pilares fundamentales en que descansa el quehacer de la Abeja, la defensa de la «libertad y soberanía de la nación» -la cursiva es de la autora- que había hecho en el n.º 309. Para María Manuela, la única independencia posible del pueblo español es la que pudiera liberarlo del yugo francés y devolverle a Fernando. Como no podía ser menos, aquí es convocado el espíritu satánico de Napoleón, a quien la Abeja considera como el elemento indispensable para que en España se produjera la revolución que ha permitido a los españoles proclamar su independencia. María Manuela comienza por cuestionar que «esta decantada libertad e independencia» haya traído beneficios a los españoles, para, a continuación, glosando las palabras del periódico rival, tratar de excitar los instintos primarios del patriotismo frente a los que alaban a Napoleón y, por ende, sus proyectos de invasión:

«Sí, Napoleón, los españoles se reconocen (en algún modo) como al autor de su independencia y el restaurador de sus derechos y los de su nación. (En este sentido) tenías mil veces razón cuando en tus proclamas y por tus agentes nos repetías tan de continuo que habías venido a regenerarnos. El resultado de tu invasión (de tus crueldades, de tus atentados, de tus engaños) ha sido nuestra libertad y nuestra gloria.» ¡Ay Sr. Procurador! ¡Qué consecuencias tan bonitas se pueden sacar de la filosofía de nuestra Abeja! ¡Con que la regeneración y felicidad que ahora nos presenta la Abeja es la misma que Napoleón nos ofrecía! ¡Con que a esto se dirigían sus proclamas y la misión de sus agentes! Luego la Abeja y sus secuaces obran a un fin y de acuerdo con Napoleón? ¿Luego nuestra libertad y nuestra gloria no es la de (como todos pensábamos) librarnos de su tiranía y rescatar a nuestro amado Fernando, sino la de sacudir la sujeción a nuestros monarcas y el yugo de nuestra religión? pues a este fin dirige sus vuelos la oficiosa Abeja.358



Desde fechas muy tempranas Napoleón se convierte para los españoles en la encarnación del Mal, en el «leopardo del Apocalipsis» y «bestia horrenda de siete cabezas y diez cuernos, salida del mar, y autorizada con toda la potestad infernal» como lo representa Simón López en su Despertador cristiano-político de 1808, el nuevo Anticristo y el protoateo, como lo llamaba también El Patriota Compostelano en 1809359. María Manuela insiste como Simón López en descubrir la faceta de este hombre de pecado, de este hombre bestial que odia tanto a la monarquía como a la religión porque ambas instituciones se apoyan mutuamente para frenar los proyectos deístas o ateos que les permitirían dar rienda suelta a sus apetitos pasionales. La Iglesia católica es el objeto a batir, asegura Simón López, «porque es un freno de su libertad de pensar y de su soberbia», «quisieran que no hubiera Dios para no temer el castigo de sus delitos y poder pecar con más libertad»360, lo que pretenden es liberar al hombre-bestia.

Sostiene María Manuela -y en ello incide a continuación- que la Abeja trata de preparar un clima favorable para que los españoles acepten la presencia de los franceses durante varios años más, de modo que se pudieran llevar a cabo las reformas previstas por el nuevo sistema constitucional, que irónicamente loa con las siguientes palabras:

a la verdad sería gran lástima que la obra prodigiosa de cinco años se nos deshiciera: obra admirable que nos ha librado de reyes, de inquisición, de obispos refractarios y desobedientes, de nuncios obstinados e intrigantes; y nos librará si Dios o el diablo no lo impide, de monjas, de frailes, de diezmos, de rancios y serviles.361



Es decir, toda la obra de las Cortes se ha conducido a liberar a los españoles de cualquier tipo de sistema que tratase de mantenerlos dentro de la religión católica, esto es, del freno de su brutalidad. Más adelante, María Manuela vuelve a considerar que la presencia de los franceses no ha traído ventaja alguna, pues no ha mejorado la suerte de los españoles que no era tan desgraciada bajo la monarquía del débil, pero no tirano, Carlos IV, y, en cambio, las miserias que los soldados de Napoleón han infligido al pueblo español han sido tan grandes que ningún beneficio las podría compensar:

Padres y Madres que tantas víctimas habéis sacrificado entre el horror de la guerra y los incendios de las pasiones más brutales: Esposas y huérfanos infelices que perdisteis vuestro consuelo y apoyo con el acero y con el hambre: doncellas que lloráis vuestra ignominia: pueblos y provincias asoladas; habitantes despojados de vuestros bienes, venid todos, presentaos a los ojos de este insecto atolondrado, para que saciéis la hidropesía de sangre que le devora. Su negro corazoncillo, sus imperceptibles entrañas que se avergüenzan de ver los hombres humillarse y dar muestras de respeto a los pies del trono; que se estremecen a la memoria de una negra, llamada entre nosotros, santa, y a la idea de horca, azotes, y demás suplicios, sólo usados a la vista de tan horrorosos como inocentes espectáculos; ni su alma fría y brutal (como ella misma reconoce) se muestra sensible.362



En esa concepción patriarcal María Manuela defiende a la Inquisición como instrumento necesario para controlar las pasiones de quienes se rebelan contra el yugo de la religión, motivo por el que la Abeja y en general todo el gremio de liberales teme al Santo Oficio. Ahora María Manuela descubre con claridad la máscara de este ser des-almado, de esta bestia insensible cuyo único temor proviene del recuerdo de la actuación de la negra, porque teme el suplicio que le amenaza. Cabría recordar aquí las palabras del Rancio a quien tanto respetaba esta escritora:

¿Y quién ha dudado jamás de que el palo y el castigo son el mejor específico para curar los antojos, cuando la razón no alcanza a curarlos? [...] Volverá al ejercicio de sus funciones la Inquisición; se enterará y no muy tarde el público en el fondo del asunto, y como cualquiera de estas cosas suceda, veremos a ustedes transformados de filósofos en hipócritas, de liberales en serviles y de despreocupados en supersticiosos.363



En fin, de todo lo expuesto deduce María Manuela que los planes de la Abeja coinciden con los de Napoleón, que sus deseos de libertad son de verdadero libertinaje y que sólo pretende la soberanía popular para dirigir la opinión pública conforme a sus propios intereses:

Napoleón extingue la Inquisición, persigue los fanáticos, abre los teatros y las casas de... y vosotros pretendéis, anunciáis y conseguís otro tanto. Es verdad que entonces no se hubiera gritado soberanía, ¿pero ésta la disfruta el pueblo? El pueblo a quien tanto habéis adulado? ¿No sois vosotros los que a pretexto de ser órgano de su voz, queréis dirigir la opinión pública en todo lo que a ella le es contrario?364



Aunque puede decirse que el debate sobre la licitud o ilicitud del teatro estaba superado en estas fechas, una vez que los gaditanos vieron abierto su coliseo el 1 de diciembre de 1811, no por ello dejó de hacerse eco María Manuela de los argumentos que habían esgrimido sus correligionarios -en el sentido religioso y político- contra la apertura de dicho teatro. Para fortalecer sus críticas contra los periodistas liberales incide en el fervor que estos mantienen por Napoleón, al que considera un mal ejemplo como autor de la suspensión de la Inquisición y a un tiempo de la reapertura del teatro y las casas de prostitución365. Es decir, todas las reformas promovidas por las Cortes son reducidas por María Manuela al intento de eliminar cualquier sujeción y favorecer el libertinaje que sólo los liberales desean y quieren disfrutar. Por eso concluye este artículo exhortando a estos periodistas a que demuestren su verdadero patriotismo incluso hasta el punto -les solicita irónica- de morir dignamente en pro de la patria:

Pero si tanto es tu ardor y celo por el bien de la que llamas tu patria, ¿cómo no has volado presurosa al ejército, a clavar tu penetrante aguijón en las huestes enemigas, como hacía mi paisano D. Quijote, con su lanza cuando vio los gigantes armados? A tu industria y sutileza le era dado llegar hasta la misma testa coronada de tu redentor admirable: clavándole tu delicado rejo en su omnipotente (aunque no grande) frente, le hubieras irritado para que te complaciese con nuevos decretos de desolación y de muertes. ¿Y cuál fuera tu dicha, y la nuestra si el valor de tu preciosa sangre se hubiera juntado a tanta menos digna de ser derramada que la tuya? O si quemadas tus sutiles alitas por el aliento de alguna boca de bronce, y quebradas tus delicadas patitas con el casual encuentro de una bala, pudieras exclamar con alegría, y entusiasmo, como el personaje citado en la Triple Alianza (cuyo autor podrá ser conozcas): ¡Oh! ¡cuán dulce y hermoso es morir por la patria!366



Curiosa la utilización de D. Quijote como emblema del hombre batallador que lucha contra el enemigo invasor, tal vez no fuera casualidad que su figura fuese también utilizada en el periódico El Nuevo Don Quijote de Sevilla (1812), que se publicó en dicha ciudad para defender a los regulares de las críticas que les dirigía el cura Manuel López Cepero desde la tribuna Sevilla libre367. De paso, María Manuela ha sacado a colación a los periodistas de la Triple Alianza, de modo que insinúa así la existencia de un complot urdido por los periodistas liberales, que no serían sino falsos filósofos, para conseguir los fines últimos de todos los que pretenden derribar el yugo de la religión y de la monarquía en toda Europa. Pero esta impugnación no ha concluido aquí, continúa en el número siguiente, y en este vuelve a exorcizar sus demonios napoleónicos y a denunciar a los periodistas como agentes de «una filosofía tan falsa como traidora». Además condena su osadía al comparar la redención de Cristo con la de Bonaparte, e ironiza:

Es verdad que nuestro Redentor Jesús nos quitó en cambio de estos eslabones las pesadas cadenas de la culpa, ¿pero qué es esto en comparación de la libertad que nos proporciona nuestro regenerador Buonaparte, ni de los bienes y felicidades que nos comunica? Él nos ha presentado la ocasión más ventajosa para sacudir el yugo de la arbitrariedad y tiranía: para desprendernos de preocupaciones y fanatismo: hemos descubierto a la sombra de sus luces el secreto que ignorábamos de que la potestad y poder la da y comunica el pueblo, reservándose la acción de quitarla como y cuando quiera. Somos o nos llamamos libres, participamos (aunque no lo percibimos) cada uno un buen trozo o retazo del todo de la soberanía: hemos logrado la destrucción de la célebre plaza del freidero y sus fortalezas, y lograremos... Mas esto no es para ahora hasta que el tiempo lo diga. Sabemos por los principios de eterna verdad que nuestros derechos imprescriptibles nacen con nosotros y se concluyen cuando se acaban los de las bestias, esto es, al tiempo que las máquinas de nuestros cuerpos se descomponen, los espíritus vitales se disuelven y todo lo demás se va y desaparece. ¡Qué portento! ¿Y qué, no es completa nuestra dicha comparada con la que Jesucristo nos promete? Pues si ésta después de los trabajos y disgustos de esta vida, nos asegura la esperanza de una eterna felicidad, aquella nos consuela con un inevitable descanso.368



Los principales tópicos del discurso reaccionario se encierran en este párrafo, los progresos de la incredulidad amparados en el anhelo de liberación de la bestialidad humana y los ataques a una soberanía popular que puede cambiar leyes y reyes a su antojo, sin que el pueblo obtenga ventaja alguna a cambio. Prerrogativas que en todo caso tendrían como término la muerte, tras la que no cabría esperar nada. Eso explica la ascendencia que tiene la religión y en este caso la católica, que consuela al hombre con la esperanza de goces eternos. Seguidamente María Manuela se lamenta de no tener más espacio para continuar su explicación y prácticamente no tendría ya tiempo tampoco de hacerlo, pues la próxima vez que se ocupe de este periódico será ya para dedicarle un epitafio al conocerse la muerte de la Abeja que, por voluntad de sus redactores, dejaría de publicarse en ese mes de septiembre369.

En ese mismo mes había vuelto a ocuparse del Redactor y, con motivo de los insultos recibidos por unos diputados por Sevilla, trata de acusar a los redactores de este periódico de que con los Diputados de Aragón habían utilizado voces «no menos sediciosas y alarmantes que las de la citada cuadrilla, que según dicen personas que vieron, tenían sus individuos todas las señas de verdaderos patriotas a la francesa, esto es, de Sansculotes o nacionales»370. Los sansculottes o descamisados, junto con los jacobinos y el propio Napoleón son los representantes del sueño romántico de esta emergente burguesía que anhelaba decidir su propio destino, por eso la amenaza que encerraban, como advertía José Joaquín Colón, era mayor:

¿Cómo era posible... que un hombre solo oscuro por nacimiento, desconocido, sin conexiones..., pudiera haber hollado los tronos más firmes, usurpado sus cetros, abatido a sus príncipes y hecho tirar del carro de su desolada ambición mucho más de la mitad de su Europa, amenazando a la otra mitad con igual suerte?371



Los privilegios de la Iglesia y los nobles, el sosiego de los pueblos sometidos al vasallaje de las monarquías católicas, estaban en peligro por la acción y la codicia de un hombre que en otro tiempo, desde luego no antes de la Revolución Francesa, no hubiera tenido derecho a ser oído siquiera, a ser tenido en cuenta, aquí radica el verdadero temor de los serviles, que eran conscientes de que el triunfo de Napoleón, y sobre todo, la extensión de su mensaje liberador era el principio del fin del Antiguo Régimen.

Así pues, lo que en los discursos de la mayor parte de las mujeres no pasa de ser una serie de críticas puntuales a la actuación de los franceses, a su política de terror y una contribución igualmente coyuntural a la construcción del mito de Fernando el Deseado, y a su divinización, en los artículos periódicos de María Manuela constituye una expresión más sistemática y acabada de la política servil, realizada principalmente como contestación a la prensa liberal, pero fundamentada en la censura de sus ideas materialistas, en su concepción de la independencia y soberanía nacional y en lo que desde su óptica es un intento de manipular y acaparar a la opinión pública que ella considera no se ve representada mayoritariamente por las ideas de estos liberales que atacan las esencias patrias, su religión y su monarquía.




ArribaAbajo2.2.3. Las modalidades poético-líricas

Pero María Manuela López de Ulloa, lo mismo que C. G. y A., fue además autora de varias poesías, género de mayor calado entre un pueblo aficionado a aprender y repetir este tipo de composiciones. Ambas escritoras vieron publicados sus poemas en primer lugar en El Procurador General y luego en la Atalaya de la Mancha; además algunos de los más largos, o los que podían estar dotados de mayor coherencia o gozaron de mejor acogida, fueron también publicados en folletos exentos. Si bien las formas poético-líricas se cultivan abundantemente en la época, pues por su brevedad y su musicalidad se prestan a insertarse en las páginas de un folleto o un periódico y a propagarse oralmente tanto en las tertulias como en el teatro, no son, con las excepciones ya citadas, tan frecuentadas por las mujeres. Si bien las de María Manuela y las de C. G. y A. no son las primeras ni las únicas.

La que se presenta a sí misma como una «Ingenua Española» y que firmó su texto con las iniciales M. P. M. dio a la luz en un folleto de unas doce páginas un poema en alejandrinos pareados de ciento noventa y ocho versos372. El folleto, publicado en 1808 tuvo algún eco pues existen dos ediciones diferentes, la que se encuentra en la Biblioteca del Senado consta de 8 páginas en formato de 12 cm., mientras que la que se conserva en la Biblioteca Nacional tiene 12 páginas y 19 cm. Interesa conocer de este poema encomiástico, de fácil factura, de qué modo se reúnen aquí muchos de los tópicos que empiezan a circular en la literatura de la época, como he señalado al examinar algunos de los textos en prosa, y que reaparecen luego también en los versos de María Manuela López de Ulloa, C. G. A. y Frasquita Larrea.

Efectivamente, esta loa a los españoles, pasa por la alabanza a Fernando, y comienza con un motivo, el de la oscuridad que se ha cernido sobre España, de enorme fortuna en esta literatura patriótica, y que he señalado en algunos textos de Frasquita y María Manuela. En el texto de M. P. M. tal oscuridad es presentada como un periodo de amplia duración «¡Oh noche prolongada, que en el Hispano suelo / Aun los rayos de Apolo tapabas con tu velo! / Tres lustros se han pasado, que de la hermosa España / El halagüeño Cielo densa nube lo empaña», es decir la autora retrotrae dicho periodo de negrura hasta 1793, cuando Godoy firmó en Aranjuez el tratado de alianza con Francia y contra Inglaterra. El inmenso poder del privado de Carlos IV es pues el causante de que la Justicia se encuentre oprimida y los sabios varones no puedan sino lamentar su destino y mirar al cielo: «Por ver a su Sol fijo en el Hispano Oriente / Aquel Sol destinado por orden Soberano», anhelando que «Salga a adornar la Esfera, en que dueño ha nacido». Se trata de una divinización de Fernando VII que cuenta con referencias de base pagana pero cristianizadas, en el que el mito del Deseado aparece identificado con la luz regeneradora.

La conmoción en la que se halla España es tal que sólo un fenómeno divino, «un recio trueno y tormenta espantosa», descubre el engaño, al tiempo que alienta el valor y despierta los talentos. En ese momento, la escritora es testigo de las nuevas muestra de heroicidad española y del clamor con que el pueblo espera la liberación de su rey:


Pues de un momento a otro os veo transformados
De ciudadanos tibios en guerreros soldados,
Y en los alistamientos que el gobierno ha mandado,
Todo gallardo joven corre a ser apuntado,
A defender su Patria, a defender su Rey,
Y a defender constante su sacro-santa ley,
Y el Gaditano Pueblo en alta voz clamando,
Todos dicen que viva el SÉPTIMO FERNANDO.

El heroísmo del ciudadano español no estaba ausente sino que esperaba encubierto, y soportando el yugo francés mientras no se descubría el ardid; pero una vez destapado el engaño el pueblo español cobra más vigor, y se dispone a plantear abiertamente la lucha:


Héroes erais callando, y Héroes erais sufriendo,
Y ahora lo sois hablando, peleando y venciendo.

El destino mítico de Fernando se dispone a ser cumplido, Dios ha espoleado a los españoles que se preparan para convertirse en el instrumento de su voluntad. Luchar por España es luchar por Fernando y por la Religión, hacer que se cumpla la ley divina, por eso el pueblo gaditano saluda a Fernando como su caudillo, el nuevo Moisés que devolverá el honor a la nación elegida por Dios.

Para mostrar el verdadero carácter español se alaba su lealtad, equidad, constancia, piedad, modestia, espíritu esforzado, etc. y para reforzar esta loa se ridiculiza a Napoleón, «un rey de comedias» que ha sido ayudado en su felonía por Godoy. Entonces el vituperio alcanza notas máximas:


Las Furias infernales, aborto del Averno,
Se empeñaron en dar dos monstruos al Infierno,
Que en intrigas maldades, traiciones e imposturas,
No puedan dar idea las edades futuras:
Ya advertirá el que lee, que al punto a citar voy
Al traidor Bonaparte, y al infame Godoy:
El uno su tramoya cual farsa dirigía,
Y el vil Napoleón el telón descorría:
Estos bellos galanes, y una primera dama,
Y algunos metemuertos, actores de este drama,
Pensaron, cual comedia, que en bien acabarían,
Y jamás descubiertas sus intrigas serían:
Pero el dedo Divino a los dos señalaba,
Y al joven más amable el triunfo preparaba:
Es verdad que Godoy salió de España libre,
Más treinta y dos heridas ésta le dio por timbre;
Es verdad que engañados el Corso nos tenía,
Pero ya está pagando su indigna felonía;
[...]

Una curiosa alegoría dramática que escenifica muy bien373 el enfrentamiento que se vive en el país y la farsa en la que se creían inmersos los españoles desde que gobernara Godoy, una farsa, desde luego, con ribetes trágicos muy intensos.

Es tal la circunstancia que se vive que la autora ve a sus paisanas transmutadas en «fuertes Amazonas» que, espada en mano, acudirían a la batalla si hiciese falta. Una visión pagana, pues, de lo que en otros textos aparece bajo la figura de las mujeres fuertes de la Biblia. Como he señalado ya, toda ayuda para acabar con el enemigo es poca, y las mujeres se ven a sí mismas como un instrumento más de esta lucha de religión, aunque su actuación deba permanecer en el plano virtual mientras haya un solo hombre dispuesto a batallar.

En esta coyuntura, la autora pide confianza al soberano, «Que ya el León de España del sueño ha despertado» y que él ocupará el trono «De aquel tu ínclito Abuelo y Santo Rey Fernando, / Que en nombre y en virtudes tu lo estás imitando». La simbolización de España en la figura del león es frecuente, especialmente en las alegorías visuales, por ser el símbolo de la insignia española, frente al águila francesa. Y el paralelismo entre Fernando VII y Fernando III el Santo reaparecerá en algunos poemas de María Manuela, como ya lo había hecho en la voz de Frasquita Larrea. La mitificación de Fernando como el rey elegido viene reforzada, una vez más, por su vinculación con Fernando III. La víctima inocente de la perversidad de los dos monstruos, Napoleón y Godoy, podrá transformarse en el caudillo elegido gracias a la heroicidad de su pueblo y de sus más destacados guerreros.

Siguen entonces las alabanzas a Castaños -uno de los héroes preferidos del imaginario mítico- y una nómina de las sucesivas victorias a que ha conducido a los españoles su religiosidad, así como el amparo de Dios y la Virgen María. Una pequeña muestra de «que el mérito español nunca fue ponderado» y que aún espera -asegura, recurriendo al tópico de la modestia- quien lo haga con verdadera justicia.

Precisamente sobre esa víctima pretendidamente inocente que es Fernando versa la poesía escrita por una inglesa, aunque traducida por un hombre, Amarino Corbh, bajo el título La inocencia perseguida o las desgracias de Fernando VII, y, en línea muy similar, la Caramañola nueva: sacada por una señora española, por lo sucedido con nuestro soberano, y pasages del dia 2 de mayo: compuesta para poderse cantar.

De tema diferente son un par de canciones, dedicada una de ellas a José Bonaparte, y ya en 1812 un poema trágico pastoril. De este último sólo conozco hasta la fecha la reseña del Redactor General que indica:

La autora, sentando candorosamente que son dignos de disculpa los yerros de una pluma, puesta en manos de una mujer, canta la historia de dos amantes. Evaristo muere arcabuceado por desertor; y próximo al suplicio habla largamente con su amiga y compañera Rufina de lo que es la muerte, y cuánto deba resignarse en ella un cristiano. Rufina como en natural, muere también de amor y pena.374



Es una lástima no haber podido localizar este texto pues sería interesante comprobar de qué manera el desertor se convierte en el héroe llorado y ensalzado.

Entre los moldes formales más cultivados destacan los más populares como la quintilla, la letrilla, la copla, el romance, la décima y otros clásicos como el soneto y la octava. La España triunfante de sus enemigos exteriores é interiores, del vil Napoleón y sus secuaces a fuerza de maravillas: en décimas y cuartetas, publicada en Madrid por la librería de Alonso Ranz, en 1808375, es un poema anónimo de 495 versos donde se contienen buena parte de los tópicos clásicos en este tipo de literatura, pero se publicaron muchas colecciones y es posible que pudieran encontrarse en ellas alguna otra muestra de la contribución lírica de las españolas. Aunque aún no ha aparecido en ninguna es posible que este fuera el fin de las composiciones de María Joaquina de Viera y Clavijo, que en 1808 escribió una décima glosada, una séptima real y unas décimas terminadas en esdrújulos contra Godoy, así como unas décimas celebrando que la Real Audiencia de Canaria no reconociese a la Junta de Tenerife y permaneciese fiel a Fernando. Hasta fecha reciente estas composiciones se encontraban únicamente manuscritas376.

Más amplio eco tuvo la poesía de María Manuela López de Ulloa, de raíz puramente combativa, como muestra el hecho de que la primera vez que se da a conocer en las páginas de El Procurador es para rebatir a quienes tratan de presionar para que la opinión pública salve a Bartolomé José Gallardo y su Diccionario crítico-burlesco del acoso a que lo someten los serviles. María Manuela usa con bastante habilidad la rima y se amolda lo mismo a la quintilla, que a la décima, adoptando con frecuencia el mismo molde métrico que el poema que le sirve para su glosa, pero con bastante asiduidad se sirve también del romance en poemas en los que, no obstante, parece querer alcanzar mayor vuelo poético. Así lo cultiva en su poema Fiddelida en honor a Lord Wellington, en los Afectuosos gemidos y en su aún más negro Tiernos afectos377, dedicados estos últimos a celebrar el cumpleaños de Fernando VII. En sus Poesías C. G. y A. se sirve del soneto, la octava, la copla, el romance endecha, y el romance heroico; además utiliza el endecasílabo pareado en un extenso poema de sesenta y seis dísticos.

La primera poesía de María Manuela se publica en El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 85, el 24 de diciembre de 1812. Se trata de una glosa del epigrama «Con impío corazón» publicado primero en el Diario mercantil de Cádiz el 2 de diciembre, al día siguiente la reproduce El Redactor General donde ella lo lee378. En esta quintilla su autor, J. F., ataca a los que amparados en una supuesta fe religiosa buscan la ruina de cualquier hombre. En su opinión esta actitud sólo se explica en quienes siguen siendo amantes de la Inquisición. Efectivamente, los serviles, desde el pulpito y las páginas de sus periódicos, pasando por los pasquines, habían pedido para Gallardo un castigo ejemplar, al tiempo que justificaban la necesidad de resucitar al tribunal del Santo Oficio. María Manuela responde en su glosa recriminando a su vez al periodista y a los «filósofos del día» que como él sólo pretenden destruir la Inquisición movidos por su impiedad. Al mismo tiempo defiende que los del «Católico partido» hayan querido escarmentar al «filósofo atrevido», Gallardo, por haber declarado la guerra a esta institución y haber tratado de derribarla. Desde su punto de vista, el autor tiene motivos para temerle, como todo «hereje y francmasón» que actúe así. En este primer poema aparece ya lo que será una de sus bestias negras, la francmasonería:


Teme el ladrón el suplicio,
Huye de justicia el nombre
Por ser antiguo en el hombre
Ir el temor con el vicio:
Ved por lo que el Santo Oficio
Causa tal perturbación
Al hereje y francmasón:
Mas aunque huyan estos de él,
Será el Católico fiel
Quien quiera la Inquisición.

Por ser un breve epitafio prácticamente calcado de otro que los «filósofos parisienses» dedicaron a su «ilustrísimo ascendiente y maestro» Diderot, tiene menor interés el que le dedica a la Abeja Española en El Procurador General de la Nación y del Rey n.º 338, de 3 de septiembre de 1813. No obstante, es ilustrativo el hecho de que la autora diga haber leído el primero en la Historia de la revolución de Francia del Abate Hervás, es decir, el ensayo del jesuita Lorenzo Hervás y Panduro Causas de la Revolución de Francia en el año 1789 (Madrid, 1807), de bastante difusión en la época. Esta obra, cuya publicación había sido inicialmente prohibida, fue publicada en 1803 sin autorización, y confiscada y recogida por la Inquisición, debido a los ataques que profería contra los jansenistas y contra los franceses, aliados entonces de los españoles379.

Pero donde María Manuela pretende ofrecer mayores calidades de su vuelo poético es en el romance heroico Fiddelida, poema en cuatro cantos380, firmado en Cádiz a 25 de agosto de 1813, y dedicado a Lord Wellington, el gran aliado del imaginario servil. Se trata de un poema alegórico en que Fiddelida representa a la fidelidad española, «hija legítima del honor y la Nación». Esta tiene a su vez un hijo bastardo, Patrio-teísmo, encarnación de las sectas filosóficas liberales que «pretende disfrazarse» de patriotismo. Este sistema de alusiones simbólicas lo explica su autora en la advertencia que precede al poema, donde además sintetiza lo que trata en cada uno de los cuatro cantos. En el primero se habla de la Revolución francesa, de la guerra entre España y Francia, y de paz engañosa que esta le ofrece; en el segundo, se canta al patriotismo español y su amor por el rey Fernando, traicionado por quien subrepticiamente rapta a su monarca; en el tercero se narra la alianza de España con Inglaterra, se alaba a Lord Wellington, y se denuncian los ataques que se han hecho a la Religión; en el cuarto se muestra la confianza que los fieles tienen en la oración y cómo Dios-Apolo escucha sus súplicas y «envía interiores inspiraciones» en que asegura su protección. «La primera Ninfa que se presenta a Fiddelida tiene alusión a la esperanza, y la segunda significa la Fama que justamente se ha adquirido el Héroe Britano que nos protege»381. Sin duda los ataques que vertería Wellington a la constitución de Cádiz acabarían de encumbrarlo como salvador de la patria, además de su necesaria contraposición en la mitología servil al enemigo francés382.

Este es pues el primero de los poemas donde se canta al mítico salvador de España, al también conservador Wellington, que tantas críticas proclamaría hacia la Constitución gaditana. El mismo tema lo abordaría en un artículo publicado en el n.º 46 del Diario Patriótico de Cádiz es decir el 5 de septiembre de 1813, donde incluiría un himno dedicado igualmente a Wellington que empieza «¡Oh Adalid fuerte!»383.

Pero la fama le llegaría a María Manuela con la publicación de los Afectuosos gemidos que los españoles consagran a su amado rey y Señor Don Fernando VII, el 14 de octubre de 1813 para homenajear al monarca en el día de su cumpleaños. Este detalle no impidió que fuera declarado subversivo y mandado recoger por la Junta Provincial de Cádiz, pues, además de abundar en el entusiasmo hacia Fernando el Deseado, María Manuela entra en la arena política y recurre a la visión maniquea y al tono descalificador para pintar la situación de España, lanzando las más ofensivas acusaciones contra los liberales:


Infeliz día más que nunca ahora,
En que España viles imbuidos
En el orgullo y voces seductivas
De igualdad, libertad, y (qué delirio!)
Nación, independencia, ciudadanos,
Derechos naturales e imprescriptos,
Intentan olvidar entre nosotros
Y aun infamar (horror me da decirlo!)
Este amado Monarca virtuoso,
Que de su reino la delicia ha sido.384

Conviene tener en cuenta cómo María Manuela es consciente de que la revolución del lenguaje es una manera de introducir la revolución en las mentalidades, de socavar, pues, los cimientos del Antiguo Régimen.

El caso es que, según cuenta Gómez Imaz, la poesía se leyó en cafés y tertulias hasta ser conocida por los liberales, entonces Manuel Antonio González, oficial de la Contaduría Nacional del Crédito Público, lo denunció a la Junta Censoria, que lo calificó de subversivo y sedicioso. Cuando hubo de verse la causa ante el tribunal, se produjo un enorme revuelo al revelarse la femenina autoría del poema:

Llegó el momento de comparecer el autor del escrito, achacado por el público a algún antiliberal furibundo, siendo la sorpresa de todos extraordinaria a ver personarse ante el Juez de primera instancia a D.ª María Manuela López para defenderse de la declaración, dejando a todos cariacontecidos de ver con la energía, desenvoltura y discreción con que contestó a los cargos, rebatiendo los argumentos de sus perseguidores con toda lucidez y acierto.385



En el mismo año de 1813 el texto había conocido una reimpresión madrileña, tal vez poco antes de que María Manuela apelara la decisión de la Junta mediante una carta firmada en Cádiz a uno de Noviembre de 1813, después de que, según explica Gómez Imaz, «aunque el Juez de primera instancia no logró que recayera sentencia, siguieron dando largas al asunto, quedando la autora bajo el peso de la acusación sin miramientos a la justicia ni consideraciones de parte de los jueces a la mujer perseguida o vejada por el apasionamiento político de sus adversarios»386.

En cualquier caso, la Atalaya de la Mancha en Madrid no se haría eco de su calificación contraria hasta el n.º 67 de 1 de marzo de 1814. María Manuela no se rendiría y en este periódico madrileño, cuando las circunstancias ya eran favorables a su posicionamiento ideológico, publicaría los Tiernos afectos el 14 de octubre de 1814, con que de nuevo excitaba a la patria a celebrar el cumpleaños de Fernando VII. Se advierte que María Manuela aprovecha la nueva coyuntura para dar aún mayor rienda suelta a su entusiasmo hacia Fernando y adoración por la religión. No es de extrañar, pues, que lo dedique al Dr. de Ostolaza, como al gran defensor de los derechos de S.M.

Pero María Manuela va más allá, y se va a presentar casi como oráculo de la Providencia. Tras saludar el «trastorno feliz» producido por el regreso del monarca, se declara inflamada por los «portentos realizados» por la providencia siguiendo la línea divinizadora que se practicaba desde hacía varios meses en la Atalaya de la Mancha para interpretar el regreso de Fernando VII. Al mismo tiempo pide al «estro divino» inspiración para recordar «a mis amados compatriotas / las penas y amarguras de aquel tiempo, / en que este mismo día nos causaba / mayor dolor, más vivo sentimiento; / y en el que en triste tono, triste canto / mezclaba entre las cláusulas del metro / grandes temores, dulces esperanzas, / suspiros tiernos y gemidos tiernos», es decir, que con la excusa de recordar tiempos pasados rememora a la vez su adscripción fernandina.

A partir de aquí empieza a rememorar lo que ella considera infeliz situación de la patria, acosada por «vándalos soberbios». Siguiendo este tono descalificador, y desde una perspectiva providencialista trata de poner al descubierto el ya consabido complot de las «sectas insolentes» que, según las interpretaciones más reaccionarias, habían jurado «aniquilar el Trono y los Altares / en el más fiel y religioso Reino». Impiedad, ateísmo, destructoras reformas, promesas de libertad que acaban «esclavizando al Pueblo que adulaban» y un gobierno despótico que termina «a la virtud y justos persiguiendo», aboliendo «nuestras antiguas leyes» e imponiendo en su lugar «un código perverso». Repite, pues, lo que ya he señalado en sus discursos y artículos periodísticos, el esquema servil que justifica la maldad de la Constitución por ir en contra de las leyes antiguas y promover unas reformas que no esconden sino una revolución calcada de la francesa.

Describe a continuación cómo consiguieron derribar «el sagrado místico edificio» de la Inquisición para derramar «sin tasa su veneno» de irreligión, y cómo amparados en la libertad de imprenta sus «mordaces plumas» «hieren lo más sagrado en tierra y cielo»:


Ya la Tiara, el Capelo y Mitra,
El Hábito y Sotana son objeto
De burlas, de sarcasmos, ironías
En millares de escritos y folletos.
Los ancianos Prelados respetables
Unos son desterrados, otros presos,
Y osadamente todos ultrajados
De las llamadas Cortes y Gobierno.

Pero antes de que pudieran culminar «sus infames diabólicos proyectos» éstos se vieron desbaratados por «el brazo omnipotente del Dios grande» que hizo aparecer a Fernando en la cumbre «de los soberbios montes Pirineos». Para hacer frente a la soberbia aniquiladora de los liberales Dios ha querido, desde la lógica servil, que Fernando sea liberado.

«Al formidable rasgo de una pluma», es decir, mediante el Decreto de 4 de Mayo, el monarca deshizo la torre de Babel en que se había convertido la nación por obra de «los descendientes de Nembrot soberbio». Los liberales son, una vez más culpables, como el mítico fundador de Babilonia, de haber confundido a los españoles llevados de su soberbia y de querer igualarse en poder al monarca.

Desde la visión providencialista de la autora el cielo «para el natal glorioso de Fernando / destinó desde antes de los tiempos» el día feliz en que se viera España libre «no sólo de sus enemigos extranjeros, / sino del yugo que sus propios hijos / querían imponer sobre su cuello». Como he señalado ya, desde los primeros meses de 1814, en que el regreso de Fernando VII se veía seguro, periódicos como El Procurador General habían vuelto a traer a sus páginas la imagen divinizada de Fernando, pero esta exaltación religiosa adquiere un carácter patológico387 casi en las páginas de la Atalaya de la Mancha. En este poema, María Manuela asume la visión que fray Agustín de Castro había proyectado sobre Fernando VII como un rey predestinado por la providencia para sacar a España de su postración, y que había expresado meses atrás en estos términos: «Una cadena no interrumpida de prodigios, los más incontestables, nos había puesto a la vista que Fernando estaba reservado por la divina Providencia para servir desde su trono a obras maravillosas que el Todopoderoso tenía decretado ejecutar bajo su feliz reinado»388. Una invención que días antes, a finales de abril, Frasquita Larrea había verbalizado de forma similar en Fernando en Zaragoza. Una visión: «Tú, Fernando, semejante a la estrella que esperaban los magos de Egipto, estás destinado en los arcanos celestiales para guiar a esta nación noble y generosa por la senda de la verdadera ilustración [...]»389.

Pero el padre Gacetero no se contenta con esta mitificación religiosa de Fernando y crea una fábula en torno a la vida del Deseado que recuerda la de los héroes de los libros de caballerías, llena de pruebas que ha ido superando y que manifiestan su condición de hombre elegido por la divinidad:

La enfermedad y la muerte le atacan del modo más cruel en los primeros años; la persecución de un perverso va tras él después de su primera juventud, la calumnia atroz decreta ponerle más adelante en un patíbulo..., pero el dedo del Omnipotente le saca de un modo prodigioso de todos estos peligros390.



Y un poco más adelante añade:

Nuevos y más estupendos milagros sacan a Fernando de su prisión, y le restituyen a su reino antes de que ellos puedan contemplar sus terribles combinaciones... La milagrosa llegada de nuestro rey a su territorio es justamente el momento en que los perversos enemigos de la religión y del trono reúnen todos sus esfuerzos contra el enviado del Señor.391



Pero como señala también María Manuela, Fernando ha regresado para desbaratar los infernales proyectos liberales:


Restablecidas sus antiguas leyes,
Y despreciada, hollada por el suelo
La gran Constitución tan celebrada,
Vil producción del ilegal Congreso.

Así pues, como diría también Frasquita en el texto que acabo de citar, y habrían expresado antes el Obispo de Orense y José Joaquín de Lardizábal, la Constitución era un código ilegal, como ilegal era un Congreso que había hecho residir en sí la soberanía nacional supeditando a su voluntad la del Rey, motivo por el que el Obispo se había negado a prestar su juramento392.

María Manuela hace coincidir este día feliz en que se ve la Religión triunfante, con Pío VII colocado en la Silla de San Pedro «Y el Séptimo Fernando sobre el Trono / del Piadoso Pelayo y Recaredo». En el principio de la guerra Pelayo simbolizaba para todos los patriotas la lucha de los españoles contra el tirano invasor -así aparecía ya en la elegía El día dos de mayo, compuesta por Juan Nicasio Gallego, que reproduciría el Semanario Patriótico, de José María Blanco en 1809-, pero junto a este emblema común los liberales habían elegido a Padilla y los comuneros como estandarte de la libertad, de la lucha contra la opresión de la monarquía absoluta, mientras los serviles prefieren identificar a Fernando con la lucha por el catolicismo, que lo asimila a Fernando III, como también había visto Frasquita Larrea. Por eso, en ese día los «Pastores desterrados» pueden regresar «llamados del Católico Fernando» y ver restituidos sus derechos y bienes. María Manuela aún va más allá y puede ya vislumbrar «el baluarte / de la divina Fe, que tanto miedo / impone a sus contrarios, restaurado / contendrá los insultos del perverso»:


O los abrasará, si atolondrados,
Rebeldes, obstinados y protervos
A disparar sus tiros y saetas
Se atreven, sin temor del blanco y negro
Lebrel, que vigilante nunca duerme,
Como fiel centinela de su dueño.

Una visión casi apocalíptica que retornará al final del poema.

Como en otras composiciones anteriores abundan las personificaciones, aquí se trata de una «grave Matrona», la Religión, que conduce al pueblo español, al tiempo que espanta los monstruos con una cruz que lleva «estrechada contra el pecho»:


Y señalando con la diestra mano
A la sagrada Biblia y Evangelio,
Enseña al Pueblo dócil que la oye,
Que el poder real dimana de Dios mesmo.

El poema culmina con una exhortación a Fernando para que sea bondadoso con el vasallo fiel que «sufrió insultos, ultrajes y desprecios» y con el hombre instruido y religioso que pueda servirle de descanso y de «felicidad y bien al Reino»; no así con los enemigos del Trono y el Altar:


Pero con los Ateístas y Traidores,
Cuyo cierto y verídico proceso
Son sus mismos escritos, no retardes
El castigar su loco atrevimiento.
Imita pues, o Séptimo Fernando,
La piadosa justicia del Tercero,
Que conduciendo sobre sus espaldas
(Abrasado de un justo y santo celo)
La leña que sirvió para la hoguera
Que redujo a cenizas un blasfemo
Albigense, añadió un nuevo realce
Al esplendor y lustre de sus hechos.
Así, Señor separa el grano puro,
Y aprovechando el favorable viento,
Y el tizón, la neguilla y la cizaña
Redúcelo a cenizas en el fuego.

No hace falta comentario alguno para probar el carácter absolutamente reaccionario y exaltado de su autora, que, como el Rancio, reivindica una vuelta apoteósica de la Inquisición con toda su parafernalia de hogueras. Una más que discutible política que sin embargo María Manuela parece recordar con placer y que le lleva a establecer un paralelismo igualmente dudoso entre Fernando VIII y Fernando III el Santo. De modo similar, Frasquita había hecho vagar en derredor del recobrado monarca «las augustas sombras de Alfonso el sabio, Fernando el tercero, Carlos quinto y el buen Carlos tercero», para poner de manifiesto que con el joven Fernando «no se ha extinguido la raza de los Pelayos» cuyo trono él viene a consolidar393. No en vano el motín contra los franceses fue capitalizado por el discurso servil para reivindicar el favor popular de que gozaba la monarquía, y particularmente Fernando.

La Atalaja de la Mancha en Madrid n.º 53, de martes 24 de mayo de 1814 trae un artículo titulado Viva la verdadera libertad, firmado por la «Española en la Corte»394, que puede ser la propia María Manuela. En él se incluyen dos cánticos en honor a la victoria obtenida y de alabanza a Fernando, con referencias a salmos bíblicos, concretamente se reproduce el versículo 17 del Salmo 117, el 5 del Salmo 63, el 7 del mismo salmo y los versículos 12 y 13 del Salmo 36, según se indica en nota en las mismas páginas del periódico. De este modo la alabanza a Fernando prácticamente sufre un proceso de divinización similar al que he apuntado páginas atrás al analizar otros poemas. Concretamente el cántico empieza así:


Sus enemigos se lisonjeaban395
De verlo perecer entre sus manos:
Feroces, inhumanos,
Su ruina proyectaban:
¿Quién podrá descubrirnos? exclamaban;
Mas para confusión de los malvados396
Fernando reina y vive,
Y sus proyectos son desbaratados:

Aquí reaparece el tópico del enemigo reducido a un conjunto de entes bestiales, incrédulos, confiados en alcanzar mediante su unión la liberación de la sociedad y de los individuos, pero cuyos planes se han visto confundidos y deshechos por voluntad divina.


Esto no lo percibe
El impío que ciego y orgulloso
Se consume y cavila sin reposo397.
¿Mas qué consigue? Nada, solamente
Que brille más patente
La diestra soberana.
¡Cuan poco vale la prudencia humana!
   El pecador observa cuidadoso398
Todos los pasos que en el justo advierte,
Cruel veneno vierte
Su labio malicioso,
Como efecto del odio más rabioso
Que le instiga y excita a destruirle.
Es grande su locura;
¿Pero quién podrá de ella disuadirle?
A lograr se apresura
Sus infames proyectos, mas en vano,
Pues el Señor va a darle con su mano
El golpe más fatal que ha merecido;
Ya acabó su partido,
Inútil es su empeño
Contra las decisiones de su dueño

Una vez más, desde la óptica servil, los liberales se muestran orgullosamente atentos a sus propias ideas, a su filosofía. Es el orgullo y la soberbia de quien considera a su razón por encima de la divinidad misma. Estos librepensadores no procuran sino la destrucción de la sociedad para su propio beneficio y cuando ven detenidos sus planes dan rienda suelta al odio, superan toda contención y tratan de esparcir sus ideas venenosas con mayor excitación. Esa lucha entre el Bien y el Mal, desde la lógica reaccionaria, no podía acabar de otra manera que con el triunfo de Fernando, instrumento divino, nuevamente devuelto a su patria para terminar con el partido liberal. Así, a la autora sólo le queda invitar al editor de la Atalaya -y por ende, a sus lectores- a cantar «nuestro triunfo» y celebrarlo «con himnos y cánticos nuevos»: «Cantemos al Señor cántico nuevo /...». En este nuevo cántico de victoria y venganza la «Española en la Corte» pide, al igual que María Manuela en sus Afectuosos gemidos, la justicia del Antiguo Testamento, del ojo por ojo y el diente por diente:


Premio y castigo claman, ¡oh FERNANDO
Las voces de tus pueblos, de tus hijos;
Premio y castigo piden tus derechos,
Violados de unos, de otros defendidos;
Premio y castigo piden con justicia
Los gritos de inocentes perseguidos;
Premio y castigo piden finalmente
La Religión, la Iglesia y sus Ministros,
Ultrajada del modo más infame
Que se ha visto en la serie de los siglos.
Tu nombre así será siempre glorioso,
No menos justiciero que benigno.

Parece que los cánticos de «La Española en la Corte» no cayeron en saco roto y que Fernando VII no tardó mucho en engrasar la maquinaria represora. Una orden de 8 de mayo desataría una caza de traidores entre los que se incluían indiscriminadamente a franceses y colaboradores con los constitucionalistas399.

En El Procurador General de la Nación y del Rey también escribía otra española que se situaba en la misma estela de María Manuela, a la que llegó a tributar un soneto, «a la autora de los gemidos afectuosos de los españoles el día del cumple años de FERNANDO», que comienza «Confianza y valor dan tus gemidos...» en el n.º 417, de 22 de noviembre de 1813. Este poema, dedicado a María Manuela, se da a la luz el mismo día en que sus Afectuosos gemidos son declarados subversivos por la Junta Provincial de Cádiz.

Este mismo soneto volvió a publicarse en un apéndice a este periódico dedicado a presentar una Colección de varias poesías escritas por doña C. G. y A., vecina de la Real ciudad de San Fernando400. Dicha colección está integrada por trece poemas entre los que figuran cuatro sonetos, unas coplas, un extenso poema en pareados endecasílabos, dos canciones, dos octavas, un romance heroico y dos décimas. En el conjunto puede comprobarse que esta escritora se sitúa en la órbita del pensamiento reaccionario español, que se declara admiradora también de Fernando VII y de Blas de Ostolaza, y que cultiva los mismos temas que la autora con la que explícitamente declara compartir el bando del servilismo.

La colección se abre con un soneto escrito «En el principio de nuestra gloriosa revolución, y declaración de guerra a la Francia» para animar a los soldados españoles a combatir al «cobarde usurpador tirano» para hacer víctima «del valor hispano / al vil usurpador de las naciones». La rebelión popular, incluso en el imaginario servil, aparece en clave revolucionaria, pero, eso sí, de guerra santa.

Le sigue el soneto dedicado a María Manuela, cuyos «Gemidos» dan «gloria a tu sexo, rabia a los malvados» y muestran que, si algunos intentan violar los derechos sagrados de Fernando, hay españoles que han sabido permanecer fieles:


   Mas si del otro sexo el patriotismo
Se llegase a extinguir, por nuestro bando
Abrazaremos siempre el servilismo,
   Intrigas y falacias despreciando;
Y conservar sabremos con heroísmo,
Amor eterno al nombre de Fernando.

A continuación se incluye unas coplas «para cantarse en unos ejercicios devotos en que se rogaba al señor por la felicidad de España, y libertad de nuestro augusto Soberano». La canción contiene un estribillo que debe cantar el coro:


   Suspended vuestro enojo,
oíd nuestro clamor
volved, Señor, su Rey,
al fiel pueblo español.

Claramente se explica el secuestro de Fernando como reacción divina, como castigo por la conducta reciente del pueblo español. En los versos siguientes se muestra a Fernando como «príncipe perseguido» desde su nacimiento, pues cuando apenas había empezado a brillar su reinado, le fue arrebatado por «una mano impía» que «cual a otro Jonatás llevado por Trifon401» lo condujo a Bayona. La nación suspira por quien incluso en prisión «siempre se mostró Rey / Católico español». El triste destino de Fernando se justifica de nuevo como el resultado de las culpas de la nación y termina: «ya contritos lloramos / implorando el perdón. / Suspended vuestro enojo, etc.», ruego con el que se pretende conjurar el efecto de la cólera divina y lograr así el regreso del Deseado.

Tras las coplas se incluye un largo poema de ciento treinta y dos versos en endecasílabos pareados, «En Diciembre de 1813, algunas reflexiones sobre la Libertad de imprenta». El texto, que discurre en el molde empleado largamente por Félix María de Samaniego en sus Fábulas, comienza mostrando a una España gozosa por haber «hollado ya la tiranía» de Godoy «y perniciosa liga con la Francia»402, y «salir del letargo en que yacía» para vencer a Napoleón que ha osado cautivar a «su amado Rey». Luego hace aparecer a «una turba de escritores, / de las Gallas copistas, mas que autores» que para satisfacer su ambición decidieron destruir a Dios y al Rey con las armas del «sarcasmo, la sátira y libelo, / (¡Peste cruel que infesta nuestro suelo!)», sin respetar al clero, la grandeza o la milicia. Hace comparecer a continuación a los que considera responsables de este intento de desmoralización, con alusiones que luego explica en nota, El Redactor General de Cádiz que «redacta algunas impiedades / por ridiculizar otras verdades», a la Triple alianza, «sectario del materialismo» que «quiso ser aliado del abismo», el diccionarista atrevido, «autor del escandaloso Diccionario Crítico Burlesco», según hace constar en la nota tercera, el Semanario Patriótico de Cádiz que bajo tal apellido sólo intentaba arruinarla, «inventando por colmo a nuestros males, / los nombres de... serviles, liberales...»403. Una vez más, el mismo discurso esgrimido anteriormente por María Manuela y el Filósofo Rancio, y después por el padre Vélez.

A continuación, C. G. A. explica que las «plumas más doctas e ilustradas» trataron de remediar dichos males, pero que sólo recibieron insultos, desprecios e incluso verse desterrados por el gobierno supremo, alcanzado por el influjo y ascendiente de los publicistas liberales. Por eso el poema termina por suplicar al «Noble ilustre Congreso» para que contenga la destrucción de la patria, el abuso de la libertad de imprenta, se prive de su uso «a los que escriben para nuestra afrenta» y se castigue con rigor «a los que en nuestro daño así la emplean»:


Pues si no se contienen sus furores,
Mientras que libres corren sus errores,
Vacila el Trono, la opinión padece,
Y la moralidad desaparece.

Es evidente, que la misma visión maniquea, desarrollada con tópicos y motivos similares, se encuentra en las poesías de María Manuela, como igual posicionamiento político subyace a la canción «A la libertad de Madrid por el célebre

Lord Wellington». Esta composición consta de siete estrofas de versos heptasílabos compuesta cada una a modo de romance endecha con rima asonante diferente para cada una de ellas y encabezadas por el siguiente estribillo que abre el coro:


Feliz Madrid respira
libre de la opresión,
y canta honor y gloria
al héroe de Albión.

Las siete estrofas están dedicadas a la huida de los franceses, la alegría de todo Madrid y los vítores al Rey, la derrota del francés como índice de la constancia de la ciudad madrileña. Asimismo destaca el ánimo que esta liberación de la Corte inspira al resto de la nación, la fama con la que se extiende el nombre de Wellington, el consiguiente agradecimiento de Iberia a Albión, y la promesa de obediencia cuando regrese el Rey al solio español.

Siguiendo el mismo procedimiento escribe otra canción «En la venida del Rey nuestro señor» con un estribillo que dice


Venid naciones todas
y del pueblo español
envidiaréis la dicha
que en Fernando logró.

La primera de las seis estrofas justifica el regreso de Fernando, «el Rey más virtuoso», como premio a la constancia de España. En la siguiente pide a los españoles que suspendan su llanto pues cesó su orfandad, y el Iris y la Aurora visibles son muestras de este cambio. La tercera y la cuarta contienen una alabanza a los sufridos y valientes militares y una promesa de premio a los fieles vasallos. La quinta exhorta a la obediencia, fidelidad y amor a Fernando, de modo que la Iberia sea ejemplo del mundo, y en la última estrofa se anima a adorar al cielo con humildad y pedirle para el rey «salud y bendición, prosperidad y gloria con gran generación».

Entre una y otra canción se inserta una octava «En el momento de saber la entrada de S. M. en territorio español». En ella saluda al monarca, le desea salud, y que viva siempre en los pechos de los españoles. «Gloria y honor al nombre de Fernando» es el primer verso de este poema que había visto la luz antes en el n.º 8 de la Atalaya de la Mancha en Madrid el 9 de abril de 1814. En este periódico el texto no viene firmado con sus iniciales, sino por Una Patriota en la ciudad de S. Fernando404.

Un soneto es la composición que escribe «Habiendo leído el decreto de S. M. de 4 de Mayo en Valencia». La Verdad se dirige a los mortales y, mientras la paz y el aliento se infunden en los leales, los autores viles se confunden y «suspende la impiedad su vuelo». Los fieles esperan su premio y el pueblo hispano verse vengado «de los que ajar tu gloria pretendieron».

Con un romance heroico saluda en el siguiente poema «Al Rey nuestro Señor en 14 de junio de 1814». Este poema que comienza «Ni la vista del Sol fuera tan grata» muestra el uso de los motivos clásicos de la llegada del sol tras el invierno y la nave zozobrante que descubre un puerto como imagen del placer que produce a «los fieles y leales pueblos / de esta heroica nación» al saber del regreso de Fernando VII, de la vuelta querida por el cielo, de «Padre Soberano», «Custodio», «protector», «dueño», de «Su Rey, el más amado y virtuoso». El deseo con que ansían su regreso se explica porque sin el rey su «rebaño» se había sentido huérfano, «entregado a lobos voraces», y pronto a perecer «A no tener la protección del cielo». Con el único consuelo de las lágrimas, a las mujeres, «nuestro débil sexo», sólo les cabía rezar por la libertad y dicha de su «Señor». Pero con el regreso del monarca, las zozobras desaparecen, el hombre virtuoso se siente protegido y «la Religión de nuestros padres» a salvo de los «torpes desafueros, que por boca de tantos desalmados vomitó en nuestros días el Averno». Y los sacerdotes y monjas, viudas, doncellas, las «nobles matronas de este Reino», serán nuevamente respetados. Ya todo es calma y alegría, y el caos que imperaba se ha transformado en un locus amoenus donde el «fiero Aquilón» se ha convertido en «blandos céfiros», «Y en las corrientes del undoso Betis, / que llevaron de lágrimas aumento, / hoy resuenan cantares de alegría / de bendición, de paz y de contento». Finalmente la autora desea que viva muchos «más años que del Fénix cuentan», para felicidad del Reino, la Iglesia, «honra del mundo / y protección de nuestro débil sexo» y concluye con la expresión del homenaje de «las leales matronas de la Bética». Este poema, como dije antes, se había publicado también en la Atalaya de la Mancha en Madrid el 10 de julio del mismo año, firmado con las iniciales C. G.405

Siguen a este romance dos décimas «En el convite que dio el ejército en la Real Ciudad de san Fernando, con motivo de la vuelta a España de nuestro augusto Soberano el Señor Don Fernando VII». En la primera de ellas considera que con la música que acompaña al convite y con las muestras de alegría el ejército da «nuevas pruebas de su amor» al monarca. En la segunda las «débiles gentes» tratan de mostrar que ni los militares pueden excederlas «en el amor a Fernando».

La colección se cierra con un soneto «Congratulando al Dr. D. Blas Ostolaza por el término feliz de sus gloriosos afanes». La autora se alegra de que Ostolaza haya vencido de quienes lucharon contra su tesón por defender los sagrados derechos «del Rey y Religión».

Considero que la colección pone de manifiesto en primer lugar, como ya apuntaba antes, las conexiones ideológicas con la escritura de María Manuela López de Ulloa, la misma visión providencialista, idéntico maniqueísmo, plasmado en metáforas y alegorías que coinciden en servirse de la imagen del lobo, el rebaño, el mundo infernal, los vientos destructores, la beneficiosa presencia del sol, para representar la lucha entre el Mal y el Bien. En segundo lugar, los poemas traslucen las lecturas clásicas que posee la autora, posiblemente de poetas como Fray Luis de León y Lope de Vega; evidentemente también se perciben las referencias bíblicas que sustenta buena parte del imaginario de esta época. De hecho, los Salmos y algunos otros textos del Antiguo Testamento aparecen citados explícitamente.

No obstante, difieren unos y otros escritos en la virulencia de las expresiones, en la sed de venganza, que llega incluso hasta solicitar el regreso de la actividad inquisitorial proclamado en los extensos poemas de María Manuela López de Ulloa.

Otra escritora se sitúa en esta misma línea la española autora de la Impugnación del teatro al final de este su primer ensayo inserta un poema de diez versos, cinco dísticos, en endecasílabos pareados, el mismo molde que fuera ya usado por C. G. A. o C. G. que como indiqué también firmaba en la Atalaya de la Mancha en Madrid como Una Patriota en la ciudad de S. Fernando406.

En cuanto a las modalidades épico-narrativas, abundantes en sus formas más breves en la prensa periódica, ya se trate del cuento y la fábula -en prosa o verso-, el artículo de costumbres, y la fisiología, hasta la fecha apenas había concentrado algún interés, algo que no debe extrañar cuando ni siquiera el cuento del siglo XVIII está bien estudiado, pero empieza a llamar la atención de los investigadores y la indagación ha empezado a dar sus frutos, como puede verse en los trabajos de Jesús Martínez Baro y María Rodríguez Gutiérrez, publicados en el primer volumen de esta obra. Así como en algunos que yo misma he ido publicando puntualmente. No obstante, aún no he localizado ninguno que sea obra de escritora alguna.

Catalogados los textos, y examinados algunos de los más significativos, pretendo reflexionar a continuación -siempre desde los escasos datos que han aparecido hasta la fecha-, sobre la condición de estas escritoras, los motivos que las llevan a dar a la luz sus obras, las condiciones en las que trabajan, los círculos que frecuentaban y la imagen que ofrecen de sí mismas.