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Las «performances» autobiográficas en la frontera de lo político y lo literario: dos memorias (post)sandinistas, Gioconda Belli y Sergio Ramírez

Barbara Dröscher





Las memorias de los nicaragüenses, tanto «El país bajo mi piel» de Gioconda Belli (2000) como «Adiós muchachos» de Sergio Ramírez (1999), reconstruyen experiencias de vida en el contexto del sandinismo. Por un lado, las posturas que sostienen ambos autores en el momento de la experiencia parecen comparables, por el otro habría que señalar marcadas diferencias. Ambos participaron no sólo en el mismo proyecto de resistencia contra el dictador Somoza y en su derrocamiento a finales de los setenta, sino también en la revolución y reconstrucción política y cultural de la sociedad nicaragüense en los ochenta. Sin embargo, su lugar en la acción fue diferente. No obstante que los dos forman parte relevante del imaginario del sandinismo en el movimiento de la solidaridad internacional, sus posiciones como actores en relación al poder eran considerablemente diferentes. Sergio Ramírez actuaba como persona de enlace entre el Grupo de las Doce y el FSLN, era vicepresidente y asociado a los nueve comandantes, es decir, estaba ubicado en el centro del poder. Gioconda Belli, por su parte, se encontraba en la posición de militante intermedia, era portavoz, funcionaria, asistente y amante.

Pero las memorias no tratan solamente de aspectos políticos y tradicionalmente públicos. Como textos autobiográficos de personalidades públicas presentan en sí un carácter ambiguo. Esta clase de textos desborda la tradicional distribución entre los espacios públicos y privados. El relato autobiográfico se desarrolla por un eje subjetivo, discursos e imaginarios colectivos se entremezclan con historias personales, sentido se mezcla con sentimiento, lo relatado a veces pasa y/o transgrede los límites entre el público y la intimidad. En lo que se sigue nos ocuparemos de la mediación de estas experiencias en las formas específicas de las dos memorias literarias y de cómo la posición de entonces se transforma en la construcción de una nueva posición política y literaria en tiempos postsandinistas. Nos proponemos observar a Gioconda Belli y a Sergio Ramírez como actores en el espacio público, en donde participan en la negociación de la memoria1, y se posicionan como intelectual letrado y mujer letrada.

En lo que concierne a la transformación general del espacio público en América Latina, el análisis de la configuración específica de la relación entre experiencia y espacio público2 en estos dos libros nos puede ofrecer aspectos de la memoria, ejemplificado en un caso particular: la revolución nicaragüense, que en los años ochenta y a principios de los noventa sirvió como punto de referencia en el debate público internacional.

Desde los noventa se hace notar una expansión del campo de investigación acerca del funcionamiento de la memoria cultural, la cultura del recuerdo y las formas de su representación. En este contexto el concepto mismo de la memoria se fue transformando fundamentalmente. Mientras que con el nacimiento del sujeto moderno (psico)lógico en el siglo XIX,

«the subject-oriented function of memory was increasingly moved to the center of interest in the wake of the recognition that the often painful and strenuous "Penelope work of recollection" was the high road to self-consciousness and integrated life experience»


(Berndt 1998: 23)                


la memoria a finales del siglo XX ya no es más «measured against the ideal of a unified, integrated individual consciousness capable of comprehension, signification and interpretation» (Berndt 1998: 23). Es decir, la memoria no se define más como depósito pasivo, sino que se concibe como mecanismo «developing itself through the material»3 -sobre la base de textos constantes y comunes del colectivo, códigos constantes y una determinada regularidad en la transmisión de informaciones- que garantiza una cierta invariabilidad del sentido (Sinninvarianz) y que al mismo tiempo ofrece suficiente potencial para que se puedan articular transformaciones (Lachmann 1993: 17). Este mecanismo se organiza como una constante discriminación entre recolección y olvido, constituye y no (re)-presenta el evento pasado.

Aunque, sin duda, los dos libros nos presentan relatos de parte de lo que estos autores han vivido, como sucede con todos los relatos que recoleccionan experiencias, no pueden (re)-presentar lo pasado como tal. Lo «auténtico» se halla más bien en el acto de la representación misma, en la performance como puesta en escena del sentido. En éste se inscriben tanto la situación y el contexto de la mediación como los patrones y los discursos culturales. En los casos de Belli y Ramírez, los textos se refieren además a específicas tradiciones literarias y discursos políticos. Al mismo tiempo, estas memorias individuales son textos que adquieren recepción pública, dirigiéndose a lectores que se suponen interesados en sus experiencias personales y/o políticas como escritores o activistas del sandinismo. De esta manera participan en el constante proceso de reproducción y transformación de la memoria colectiva. Relatando experiencias, los textos autobiográficos construyen memoria y participan en la producción cultural del sentido y su transformación.

En el caso de las dos memorias hay un espacio doblemente público, constituido no sólo materialmente por la publicación de los libros como textos literarios, sino también por el campo discursivo en el cual estas memorias se presentan, es decir, la historia política nacional. Relatando su propia versión, respectivamente, de la historia del sandinismo, forman parte de la (de)construcción discursiva de la identidad nacional. Respecto de la transformación de la memoria, uno de los aspectos más interesantes para el análisis en las dos memorias (post)sandinistas son los procesos de la recolección y del olvido respecto a la construcción discursiva de tradiciones en que se funda la política sandinista. Es por esto que parece útil apoyarse en otro concepto, el del discurso, que permite analizar las dos memorias tanto en relación a otros discursos como en cuanto al acto performativo de la construcción de una posición. En este sentido, el espacio público en las siguientes lecturas de las dos memorias está concebido como campo de negociación de posiciones y la mediación de experiencia individual con un escenario público.

A los autores de las memorias, Gioconda Belli y Sergio Ramírez, no sólo se los reconoce por su papel político en el contexto del sandinismo (ambos autores participaron en la revolución sandinista, ambos decidieron separarse finalmente del partido para apoyar un movimiento de renovación del sandinismo) sino también como escritores con gran reconocimiento internacional. Es por ello que los textos requieren además un estudio literario en el sentido más estrecho, en donde se puedan analizar las relaciones intertextuales con otros textos literarios y tradiciones literarias. Parece pertinente analizar los modelos de la escritura que aparecen como intertextos en las memorias. Al pertenecer expresamente al campo «literatura», en ellas están inscritas tradiciones literarias y culturales que fundan también un estatus por distinción cultural (Bourdieu).

En cuanto a la posición que reclaman Gioconda Belli y Sergio Ramírez como escritores y su performance en el espacio público literario, hay que tener en cuenta el contexto específico centroamericano. Desde su formación como campo autónomo la literatura tiene una relación especial con lo público entendido como espacio social. En la construcción del espacio público burgués europeo, una parte de las obras literarias se ubicaban como objetos de raisonnement acerca de las condiciones sociales (Habermas), incluso los núcleos de un nuevo público ciudadano se formaron en los salones literarios4. En América Latina los escritores tradicionalmente asumían un papel clave en la producción del imaginario de la nación y en la segunda parte del siglo XX les estaba asignada la función de articular el pensamiento crítico tanto torno a la situación social y política en sus países y la región como en torno a las relaciones internacionales. Sobre todo bajo condiciones de mayor restricción de la expresión de la opinión política, el campo literario asumía la función de una arena subsidiaria o alternativa para la articulación de conflictos sociales. De ahí se puede explicar por qué las declaraciones de escritores adquirieron una importancia de mayor grado que en las sociedades del norte occidental5. Por otro lado, bajo las dictaduras y durante las guerras civiles, el sector literario casi siempre fue el objeto de mayor represión y persecución. Considerando esto, no es de sorprender el que muchos de los escritores de esta época hayan expresado una extraordinaria autoconfianza respecto de la función social de su oficio. En los años noventa se advierte un cambio de escena en América Central respecto del estatus del escritor, parecido al que ya se había manifestado desde antes en otras partes de América Latina: en sus países de origen, el reconocimiento y prestigio del intelectual letrado se fue reduciendo notablemente. Esto se debe por un lado a los efectos de la globalización en el mercado de libros, pero por otro lado también al desarrollo de las ciencias sociales y el crecimiento de una sociedad civil con sus redes y organizaciones no gubernamentales en la región. Muchos autores se desplazaron al margen de la sociedad transformada, otros -entre ellos Gioconda Belli y Sergio Ramírez- se podían posicionar en el contexto del campo literario suprarregional y en el espacio público internacional6.

Después de haber contextualizado la lectura de las dos memorias en el campo teórico y situados los dos autores en los campos políticos y literarios, en la siguiente lectura me interesa enfocar tres aspectos comparativos: primero, los rasgos discursivos de ambos textos; segundo, las memorias como críticas del discurso dominante en el FSLN respecto de la tradición y los antecedentes; por último, las memorias como apología del proyecto revolucionario.




Los rasgos discursivos de las dos memorias

Aunque es evidente el carácter literario de los dos ensayos autobiográficos, ambos no se presentan en primer lugar como obras estéticas, sino más bien se manifiestan como performances, eso es, actos de comunicación que a la vez son actos de traducción. El prestigio internacional de las personas/autores y la estrategia de publicar las memorias al mismo tiempo, o casi inmediatamente después en Europa, sugieren que se trata de una mediación entre la experiencia nicaragüense, la revolución en uno de los países más pobres del mundo y el debate internacional.

El sujeto de la memoria en el texto de Sergio Ramírez es una persona pública, reconocida en ambos espacios, político y literario. Como escritor se hace visible en el artificio de la escritura y unas remisiones a sus novelas, pero la primera posición que representa y ocupa es la del hombre político. Su autoridad para narrar la historia se basa en la experiencia y la responsabilidad de la función política que había asumido en el marco histórico relatado. El discurso se revela como monólogo, el punto de vista de la narración se ubica en el centro de los sucesos. De esta manera lo privado se maneja sólo con respecto a lo público y lo íntimo se mantiene al margen.

La relación entre lo político y lo personal se mantiene dentro del modo de una carta familiar de fin de año, redactada por un político y dirigida tanto a los amigos como a los amigos políticos, con tal de resumir la vida pública y privada de épocas pasadas. Éste atribuye cierto carácter familiar al relato, sugiriendo un espacio de amistad e interés personal en el hombre político y la persona pública. Así parece que el discurso construye una escena de interlocución a un público de simpatizantes dentro y fuera del país y de esta manera constituye un espacio discursivo solidario para tratar las experiencias sandinistas.

No obstante que el título Adiós muchachos de las memorias de Ramírez recurre a una fórmula muy usual en los ambientes del FSLN para dirigirse a los subalternos7, el lector implícito no es primordialmente el «compa» o el «muchacho» del FSLN. La figura destinataria de su discurso es más bien polivalente en su aspecto cultural y el marco del discurso delimitado como discurso mantenido entre los simpatizantes del proyecto es mucho más amplio. Así es que el relato sobre los acontecimientos proporciona la suficiente cantidad de datos y es tan coherente que sirve no sólo para hacer memoria para los enterados sino también para introducir una persona de afuera, un extranjero u outsider, al ambiente. El gesto de despedida de este «Adiós muchachos» indica a primera la ruptura con el FSLN, y a la vez parece anticipar un tema central de estas memorias, la despedida de los muertos, de los perdidos en el camino de la revolución, el recuento también de los que se fueron del país o incluso se afiliaron a la Contra. Sobre ello volveré más tarde. En resumen, dirigiéndose a un auditorio público nacional e internacional, pero con una relación amistosa hacia los sandinistas, la performance de Sergio Ramírez es la de un actor público en una comunidad imaginaria basada en el proyecto político.

Veamos la forma de representación del discurso: el paratexto -con introducción, índice que enumera 13 capítulos, epílogo y glosario de cronología y demás explicaciones de nombres y siglas- produce a primera vista la impresión de un libro académico. Pero ya los títulos de los capítulos subrayan, por su carácter metafórico, el carácter literario de estas memorias. En la introducción, el mismo autor nos indica la relación transtextual que determina el carácter literario de sus memorias, comparando su función de cronista con la de Bernal Díaz de Castillo. Las memorias de Sergio Ramírez se sitúan en el género literario de la crónica. Tal como lo sugiere su referencia a la crónica de Bernal Díaz, Sergio Ramírez toma como eje los sucesos que él personalmente vivió y los complementa con reflexiones e informaciones generales. Esto es lo que lo distingue del historiador. El cronista, siempre en el centro de los sucesos, nos presenta impresiones detalladas del proceso político desde los setenta hasta el gobierno de Violeta de Chamorro. Describe la construcción de redes nacionales e internacionales de la lucha contra el dictador Somoza, operativos espectaculares, acciones heroicas y acciones poco profesionales e ingenuas, el factor de la casualidad en momentos clave, el carácter aparentemente carnavalesco de los caóticos primeros meses del gobierno, la evolución de las relaciones y conflictos internacionales, los cambios en la estrategia y los efectos del poder, siempre haciendo referencia al contexto de la guerra. Esta crónica cobra su carácter fresco en un sinnúmero de retratos, anécdotas y episodios, en parte trágico, en parte grotesco, que refuerzan la memoria con imágenes. En un permanente cambio entre observaciones humorísticas, ironía y tristeza, a veces amargura, el autor nos transmite su manera emocional de involucrarse. Detalles desde el interior de los círculos del poder complementan el cuadro y pretenden corregir algunas ideas que circulan en el público. Estos no solamente corrigen a los historiadores sino también consolidan la autoridad y posición central del cronista.

Mientras que por un lado se determina la relación transtextual de la crónica, a la vez el autor rompe el esquema cronológico de este género literario. Ni la secuencia de los capítulos ni su narración siguen el hilo histórico de los eventos. La secuencia de los capítulos es producto de una composición temática y dentro de los capítulos, prolepsias y analepsias, hábilmente agregadas, que producen una representación compleja de los sucesos. Nuevamente recurre al Bernal Díaz del Castillo para explicar su propia motivación. Mientras que Bernal Díaz quiere comunicar su propia participación en la conquista del «Nuevo Mundo» para defender sus derechos sobre este relato, Sergio Ramírez se propone relatar las experiencias del «proyecto sandinista» para asegurarle su debido lugar en la historia del siglo XX. Como hemos visto, la lucha por el poder de la significación y la interpretación se mantiene en una base de afirmación del proyecto, aunque en un margen transnacional. Tiene carácter de negociación. Esto significa que el cronista asume la posición de mediador, valorando y respetando las reservas y preguntas de aquellos que son los destinatarios de su relato. Pretende defender el proyecto frente a un público internacional que él conoció bien como protagonista con conexiones internacionales.

Pero no es sólo la crónica la única tradición que determina el carácter del discurso, también se inscribe en el género discursivo de la confesión. Ya desde el título del primer capítulo, «Confesión en partes», dirigido a los hijos, se señala ese carácter. Evoca la forma discursiva de la confesión para realizar el acto de rendición de cuentas.

Gioconda Belli, por su parte, abre su discurso, aclarando la posición y el estado de su persona en el momento del recuerdo, que es distinta de la Gioconda Belli como protagonista del relato de la revolución. Se nos presenta a la que recuerda como la persona madura, una mujer consciente de sí misma, que se formó en esta historia personal, enredada en la revolución y la literatura. Su discurso se mantiene en una tradición literaria de la autobiografía con rasgos del Bildungsroman, pero con un carácter dialogizante. Comparada con la forma de monólogo de la crónica o confesión en las memorias de Sergio Ramírez, la performance de Gioconda Belli tiene forma de diálogo. Ella nos presenta sus memorias como una charla, poco pretenciosa. A veces intercala un gemido o alguna alusión irónica. Gioconda Belli no sólo evoca la inmediatez de un diálogo con sus gestos lingüísticos, también la estructuración temporal del relato contiene una tensión dialogal entre recuerdos de sucesos y posiciones de la protagonista en los años setenta y ochenta. La autora los recuerda y comenta lo relatado.

Su estilo es el de un relato oral ante un círculo interesado en su persona como autora de textos sobre vida y erotismo de las mujeres, temas feministas como también sobre el proyecto sandinista. La memoria no contiene informaciones sobre Nicaragua y los sucesos históricos más allá de lo indispensable para que el lector se pueda orientar en el espacio donde transcurrió la vida política y el desarrollo personal de Gioconda Belli. Las memorias incluyen asuntos muy personales como la primera experiencia sexual perturbadora, el amor y la maternidad, lo que le da un carácter más íntimo y busca satisfacer las expectativas de los lectores de sus novelas. Su auditorio ideal no es el mismo que lo de Sergio Ramírez. Mediante su particular combinación de temas íntimos/privados con asuntos públicos/políticos, logra dirigirse no solamente a un público interesado en la revolución sandinista sino también interesado en la autora que había vendido muchos de sus libros siendo presentados como «literatura de mujeres».

Como persona política, Gioconda Belli se presenta en este libro como una figura de la base, al margen de los procesos de decisión política, involucrada en el debate más bien por sus amoríos que por su función política. De esta manera, a diferencia de Adiós, muchachos de Sergio Ramírez, el punto de vista del recuerdo se deduce de la posición de la protagonista de entonces, en cierta manera marginal respecto del público, y por otra parte central respecto de la vida privada. Mientras tanto, la posición de la persona que recuerda (y escribe) es determinada por su satisfacción de ser una mujer adulta y mediadora entre las culturas y entre el espacio público y privado. Hay en ello cierto marco de reflexión en la posición de esta mujer adulta, que abre un espacio donde los recuerdos de su vida legal, su vida doble como militante clandestina de la resistencia armada contra Somoza, la persecución, la preocupación por la organización revolucionaria, su vida como militante en el exilio, sus aventuras como correo del FSLN y finalmente como funcionaria del nuevo régimen revolucionario, cobran una dimensión no sólo de experiencia personal sino también de importancia política.




Las memorias como críticas al discurso dominante en el FSLN

En las publicaciones oficiales del FSLN generalmente resalta una línea de tradición desde Sandino hasta Carlos Fonseca Amador. Es curioso que las memorias de ambos autores coincidan en no reproducir este esquema de historia oficial de partido. Ciertamente, ambos hacen referencia a la importancia de Sandino como portador de la tradición antiimperialista, pero ni Sergio Ramírez ni Gioconda Belli le otorgan especial importancia a Carlos Fonseca, el fundador del Frente Sandinista. En el libro de Sergio Ramírez sólo aparece mencionado dos veces y no es descrito como personaje particularmente simpático. Esa parquedad de Ramírez sorprende porque sus memorias son, en buena parte, recuerdos de personas y, en particular, de los muertos, que se nos presentan con sus propias historias y con personalidades memorables. Los que sí desempeñan un papel especial en ambos libros son Eduardo Contreras y Pedro Joaquín Chamorro.

Sergio Ramírez hace referencia a cada uno de ellos en el título de un capítulo. En «El probable número trece» (capítulo 8), habla de una carta firmada por Pedro Joaquín Chamorro pocos días antes de su asesinato. El retrato, caracterizado por una alta estima y simpatía familiar, muestra a Pedro Joaquín Chamorro como un liberal testarudo pero radical y democrático. Más allá de su posible integración al Grupo de los Doce, él jugó un papel central en la resistencia contra Somoza. «Honesto y franco, y muchas veces antipático por franco, Pedro Joaquín era una oveja descarriada para la oligarquía [...] fue un libre pensador en todo sentido». Sergio Ramírez recuerda que el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro en enero de 1978 fue el detonante decisivo que provocó los levantamientos populares y finalmente la caída del dictador. «El asesinato de Pedro Joaquín, en 1978 encendió a Nicaragua como él nunca pudo lograrlo». El levantamiento en el barrio Monimbó de Masaya se interpreta como consecuencia inmediata del asesinato y como el hecho que aceleró la ejecución de los planes de insurrección del FSLN.

En su crónica del año 1978 se manifiesta claramente que el autor -a diferencia de la dirigencia del FSLN- había tratado de forjar una amplia alianza de todos los grupos sociales no sólo como instrumento coyuntural para derrocar al dictador sino como proyecto duradero. El propio Sergio Ramírez tenía la función de enlace entre el FSLN y los Doce, un grupo de personajes con convicciones democráticas, entre liberales y revolucionarias. Él describe la recepción entusiasta cuando volvieron del exilio a Managua en 1978, comparable con la llegada de los guerrilleros victoriosos luego del triunfo de la revolución en julio de 1979.

Gioconda Belli también hace referencia positiva a la tradición burguesa de oposición contra Somoza. En su historia particular no sólo describe las constelaciones personales sino también la tradición de oposición política en la clase dominante de Nicaragua y rinde especial homenaje a Pedro Joaquín Chamorro como representante de la resistencia radical burguesa contra Somoza. De una manera más clara y explícita, Gioconda Belli trastorna la tradicional jerarquía de héroes y mártires de la revolución. Ella erige un monumento a la memoria de su examante y cabeza política del FSLN, Eduardo Contreras (Marcos). Le adjudica un papel decisivo en la concepción de la exitosa estrategia de insurrección y la unificación de las tres tendencias del FSLN. Le da la misma importancia que la historiografía oficial del FSLN le da a Carlos Fonseca como fundador y estratega del Frente Sandinista. Igual que en su novela, La mujer habitada, en la cual había ya inmortalizado a Eduardo Contreras, ella crea un nuevo mito heroico de la revolución sandinista. En sus memorias, Gioconda Belli describe a Contreras como héroe masculino de gran atractivo y autoridad, muy educado, que habla cuatro idiomas, conocedor de la historia, con alta capacidad de reflexión política, honesta, responsable y, a la vez, de sangre fría en los operativos militares. Para Gioconda Belli, Contreras, en su esfuerzo de lograr la reunificación del FSLN, se ubica en el mismo nivel que Carlos Fonseca, de quien habla muy poco. Ambos lucharon por ese mismo objetivo y ambos fueron asesinados (en diferentes lugares pero casi al mismo tiempo) antes de ver su obra cumplida. La valoración de la importancia de Eduardo Conteras le sirve a Gioconda Belli para formular su crítica política a la política de poder de los hermanos Ortega. Parte de esa crítica se dirige contra la manera como los dirigentes sandinistas, en especial los Ortega, desistieron de rescatar la memoria de esta figura fuerte del FSLN. A pesar del papel positivo que Gioconda Belli le reconoce a Contreras en el campo político, ella no deja de mostrar también los aspectos problemáticos del héroe. Le critica su comportamiento machista y recuerda que en sus relaciones afectivas con las mujeres actuaba sin consideración, se mostraba incapaz de vivir una relación, totalmente absorbida en sus tareas políticas y alienado de la vida social.

También Sergio Ramírez le reconoce a Eduardo Contreras un papel fundamental en la concepción de la estrategia y del proyecto sandinista que resultaron exitosos. Pero, mientras que Gioconda Belli, a pesar de inmortalizar al guerrillero en sus memorias, no deja de poner de relieve los lados problemáticos del hombre a quien conoció en una relación íntima, Sergio Ramírez no pretende matizar su cuadro polarizado entre los mártires de la lucha contra Somoza por un lado, y los sandinistas en el poder, por el otro.

Sergio Ramírez vincula su decisión de regresar de Europa para integrarse al FSLN, directamente con el operativo del Frente del 27 de diciembre de 1974 liderado por Eduardo Contreras. La toma de la casa de Chema Castillo es descrita en detalle. Para Ramírez este hecho no solamente impulsó su decisión personal sino que marcó el inicio de una nueva etapa en la lucha contra Somoza al devolverle al pueblo la esperanza a derrocar la dictadura («[...] en Nicaragua, el entusiasmo desbordado anunciaba que la gente comenzaba a creer en la posibilidad real de deshacerse de Somoza a través de actos como aquél»; Ramírez, 1999: 85). Además este operativo volvió a colocar el problema de Nicaragua en los periódicos del mundo. A continuación retrata a Eduardo Contreras y enlaza este retrato con la descripción de cómo se empieza a crear una red de intelectuales, la elaboración de la estrategia de la tendencia de los «terceristas» (una de las tres tendencias dentro del FSLN) como el inicio con su propio posicionamiento político.

En un breve relato biográfico de Contreras explica el enigma que presenta el título de «El cisne sobre las brasas», un recuerdo anecdótico que da muestra de la sangre fría de Contreras. Sergio Ramírez lo presenta como Comandante Cero, jefe del comando y guerrillero más buscado por Somoza, convertido en mito sandinista. Como miembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista, distinguido por su especial terquedad, desde la perspectiva del autor Contreras juega el papel clave en el desarrollo de la nueva estrategia del FSLN. Subraya el pensamiento heterodoxo de Contreras:

«[...] hizo una rápida carrera que lo llevó en pocos meses a la Dirección Nacional del FSLN. Sus planteamientos chocaron desde entonces con las viejas concepciones dominadas por el dogma del foco guerrillero, que eran letra sagrada desde el triunfo de la revolución cubana; y las ideas que más tarde nutrieron a la tendencia Tercerista y que a la postre hicieron posible el triunfo».


(Ramírez 1999: 86)                


Hay otros aspectos en los cuales ambos autores exponen su disentimiento con la postura oficial del FSLN, como son las relaciones con los Estados Unidos, una valoración ambivalente del apoyo a la guerrilla salvadoreña o la clara y crítica distancia a la figura de Humberto Ortega. Pero en este contexto nos interesa enfatizar sobre todo la diferencia entre las dos memorias en cuanto a la valoración de las diferentes fases de la experiencia sandinista y, como resultado, la manera como defienden el proyecto.




Las memorias como apología del proyecto

En sus memorias, Gioconda Belli se dedica principalmente a la época de la resistencia y al primer año de revolución. El subtítulo del libro, «Memorias de amor y guerra», señala los dos ejes del recuerdo que están conformados por los amoríos y la guerra, entendida aquí sobre todo como resistencia armada contra Somoza. Es posible que la autora defraude a los lectores solidarios cuando sólo hace referencia tangencial a la lucha armada posterior contra la contrarrevolución (Guerra de la Contra). Ella enfoca sus propias experiencias como actora política en los años 70, época que termina con el triunfo sandinista y la liberación de Nicaragua de la dictadura somocista. Pero en los recuerdos anteriores a 1970 y después de 1981, el tema dominante son las relaciones personales, más que todo su amor hacia los hombres que determinaron su vida. Al centrar su memoria en la historia política de los años 1974 a 1979 y al tocar tangencialmente la vida política del 1980 al 1990, ella asume una actitud nítida y contundente: para Gioconda Belli, el sandinismo es, en primer lugar, la resistencia radical contra Somoza y el proyecto liberador y social, emancipatorio en sentido personal y colectivo de la revolución tal como se presentaba inmediatamente después de la caída de Somoza. La fase posterior del sandinismo «real» es dejada de lado, la autora defiende más que nada un «sentimiento de vida» radical y la pretensión humanitaria del proyecto.

La facilidad con la que evoca esos recuerdos, amplificada por el relato intercalado de su vida plena y satisfactoria a partir de 1984, amortigua los efectos trágicos, las pérdidas, las angustias y el dolor por el alto costo del proyecto. A pesar del comprensible y siempre presente matiz de tristeza, éste es un relato positivo y simpático, a veces excitante, de un proyecto con fundamento moral que fue relativamente humano en su ejecución y, por lo menos durante algún tiempo, exitoso.

La ubicación de la narradora tiene un carácter doble. Los dos referentes territoriales conciernen a las correspondientes mudanzas culturales ente la Norteamérica blanca y Nicaragua. El lugar desde donde recuerda su historia es California, «una jaula de oro». En un entorno social que ignora su «otra existencia», un país, con el cual busca la reconciliación después de la enemistad y derrota que experimentó, el recuerdo de los tiempos de la resistencia contra Somoza y la revolución sandinista, «la otra vida», no solamente sirve para defender el proyecto de la liberación sino también su afirmación como mujer. Resumiendo se puede decir que las memorias de Gioconda Belli parten de un interés supuestamente privado para transmitir no sólo una experiencia privada sino también política. Dice: «Pero yo viví esa otra vida. Fui parte, artífice y testigo de la realización de grandes hazañas. Viví el embarazo y el parto de una criatura alumbrada por la carne y la sangre de todo un pueblo» (Belli 2000: 13). Representándose como mujer quien, impulsada por el sandinismo, logró desarrollarse como persona consciente de sí misma, emancipada y capaz de moverse entre diferentes culturas. Su autobiografía modelada como un Bildungsroman se presenta como alegoría de la posibilidad de lograr la liberación y también como la posibilidad de situarse como mujer formada en la revolución que se convirtió en mujer letrada en el marco global, siempre teniendo en cuenta que la condición previa de este Bildungsroman es una situación socialmente privilegiada.

Sergio Ramírez, fiel a su papel de cronista y al contrario de Gioconda Belli, trata las diferentes fases con la misma intensidad. Sin embargo, en su relato existe una diferencia en la representación de la fase de la resistencia contra Somoza y la representación de la fase de la política sandinista al poder hasta la derrota electoral. Los mártires representan el principio moral, el «vivir como los santos» (título del capítulo 2). Ese principio moral es la vara con la que hay que medir la política sandinista. Cuando rinde cuentas, cumple con la exigencia ética cuya fundamentación histórica se explica en el mismo capítulo sobre los santos. En sus memorias, pone especial énfasis en el luto y el cariño por los caídos. Es como si quisiera rendirles un homenaje especial mediante retratos vivos, anécdotas y episodios. En este sentido, el memorial de la despedida es también un memorial de duelo. En una prolepsis dentro del capítulo sobre los santos, estos recuerdos cronológicos son puestos en relación con los cambios del FSLN cuando está en el poder. Poco después del triunfo, las referencias a los mártires se convierten en meras fórmulas retóricas las que, para Ramírez, constituyen el pecado original que luego desemboca en la Piñata y la gradual decadencia de los valores. Al vincular esos dos bloques temáticos, el autor refuerza el contraste entre los nobles héroes de la resistencia y los líderes políticos del FSLN, corrompidos por el poder. A excepción de pocas personas -sobre todo mujeres-, las cualidades parecen nítidamente repartidas; el bien y el mal pueden ser fácilmente distinguidos. Su duelo por los caídos y su manera de compartir el luto de los familiares no permiten acentos críticos. El memorial se convierte en una especie de cumplimiento del deber de justificarse ante los muertos y, de esta manera, Sergio Ramírez se sitúa en una tradición ética como era propia del sandinismo en su forma original. Al confesar las faltas y omisiones de las que es partícipe en su narración de los hechos políticos en los siguientes capítulos, defiende esos mismos principios éticos y a la vez rescata su propia actuación. No es de extrañar que por fin se autoconfirma como escritor. De esta manera, la forma literaria artística y transtextual respecto de la crónica de rendir cuentas manifiesta que, para Sergio Ramírez, la posición adecuada para el mediador es la del intelectual letrado.






Bibliografía

  • BELLI, G. (2000): El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra. Managua: Anama/Barcelona: Plaza & Janés.
  • RAMÍREZ, S. (1999): Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista. México, D. F.: Aguilar.
  • BERNDT, F. (1998): «Aristotle: towards a poetics of memory», en: Wägenbaur, T. (ed.): The poetics of memory. Tübingen: Stauffenburg.
  • LACHMANN, R. (1993): «Kultursemiotischer Prospekt», en: Haverkamp, A./Lachmann, R. (ed.) (1993): Memoria: vergessen und erinnern. München: Fink, 17.
  • WAGENBAUR, T. (1998): «Memory and recollection. The cognitive and literary model», en: Wägenbaur, T. (ed.): The poetics of memory. Tübingen: Stauffenburg.


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