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Las «Rimas» de Luis Rosales

Ricardo Gullón





En el año 1935 publicó Luis Rosales su libro Abril; en 1936, vísperas de la guerra, aparecieron casi a la vez Sonetos amorosos de Germán Bleiberg; Cantos del ofrecimiento de Juan Panero; Cantos de Primavera de Luis Felipe Vivanco. Podía hablarse -y yo hablé entonces- de un movimiento poético, no lejos del cual quedaba Miguel Hernández, que, con El rayo que no cesa y el auto sacramental Quien te ha visto y quien te ve, coincidía en señalar una orientación de retorno al poema de apariencia tradicional. Todos los poetas mencionados (y junto a ellos Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Ildefonso-Manuel Gil, Arturo Serrano Plaja) contaban menos de treinta años. Rosales, Vivanco y los hermanos Panero surgían en grupo, dentro de una amistad, ligados por ideales comunes no muy remotos de los sustentados por el grupo fundacional de la revista Cruz y Raya.

Sería equivocado suponer que entre los poetas mencionados y la generación precedente, la generación de 1925, se había producido una ruptura. No. Ni siquiera es del todo exacto decir que en los jóvenes se advertía la voluntad de regreso a la norma; conviene establecer distingos, matices, precisar que la impronta de lo tradicional no deja de observarse en la aventura vanguardista, con frecuencia ligada a nuestro mejor pasado, y esclarecer si aquel retorno constituye una pura regresión a lo pretérito o es más bien una finta, un ardid de buena ley para, por otra vía, seguir avanzando.

Tema incitante que en esta ocasión sólo puedo apuntar, pues debo limitarme a dar cuenta de la situación actual de una poesía: la de Luis Rosales, conforme la encontramos en sus recientes Rimas.

Partiendo del inicial Abril, tras las canciones del Retablo sacro de Navidad y las emocionantes prosas de El contenido del corazón, llegó Rosales a La casa encendida, en donde su voz resuena con acentos nuevos y halla una venturosa libertad que le permite lograr la expresión verbal más adecuada a los ritmos del pensamiento. Las Rimas ahora publicadas (y galardonadas con el premio Nacional de Literatura, 1951) constituyen un precioso librito de «varios», un libro de poemas menos unitario, menos construido, desgranado al azar de cada día, según el color de su esperanza y el impulso de su corazón.

De su corazón, sí, pues toda la lírica de Luis Rosales -y no sólo las prosas poéticas reseñadas- constituye un inventario de sentimientos y emociones, un rememorar, en la ternura y desde la ternura, acontecimientos que fueron su vida y que al formarle le integran en el ser de hombre y de poeta en que hoy se reconoce.

Llamar «rimas» a este manojillo de composiciones arguye una visión clara de lo que se pretende conseguir: poesía sencilla y entrañable, poesía entregada a la divagación de cada instante, sin preocuparse por lograr esa unidad externa que aquí no resultaría concebible. El librito reúne, simplemente, una colección de poemas diversos cuya semejanza se funda en la identidad de estilo y en la fidelidad a la inspiración. Poesía en donde la palabra cumple su misión expresiva sin interponerse ni excederse, sin derivar hacia la complacencia en sí misma (es decir, hacia la retórica); la palabra y el verso devueltos a su misión real; servir de instrumento para la canción, para poner en movimiento el espíritu del locutor, conmoverlo y alzar en él bandadas de emociones.

Por esta exaltación del verbo, por esta adecuación entre lo intuido y lo expresado, el lenguaje de Rosales abre en su transparencia las puertas del campo, las puertas del alma. Todo está en claro, mas con un ronsel de secreto que el lenguaje normal no acertaría a sugerir. En Tú, sí los llamarás, por ejemplo, evoca a los sufrientes, a los hombres que lloran, con un patetismo cuya profundidad se obtiene precisamente por el misterio, y ese misterio es consecuencia de emplear las palabras en tal forma, que, bajo su preciso significado, se trasluzca como en filigrana, una serie de imágenes densas de misterio y hechizo. Son las metáforas, resplandecientes en el mundo oscuro de las evocaciones que suscitan: el vivir «deletreándose»; los muertos-vivos, ardiendo «con aceite de Dios»; los «náufragos del hombre»... Las imágenes tienden a fundirse en la emoción originaria, jalonando el poema de referencias luminosas, de súbitas penetraciones en orbes patéticos. A veces basta un adjetivo: cuando dice «los semovientes náufragos», el empleo del calificativo no sólo sorprende por su rareza, sino por la precisión con que define el desamparo, el enajenamiento, la falta de dominio de sí implícita en el término «semovientes». Hay una velada alusión a su carácter de seres a quienes alguien ciegamente, torpemente, niega la condición humana.

Luis Rosales y Ricardo Gullón

Luis Rosales y Ricardo Gullón

En la invención de la palabra necesaria, corriente e insólita a la vez, reside una de las mejores capacidades de Rosales, para quien el poema constituye una restitución de la verdad según la ve y no según la tópica banalidad de esos pretenciosos pseudopoetas que atisban el mundo desde el lugar común. El don verbal va en él unido al don visual, y éste podría ser definido -en su caso- como el don de doble vista merced al cual se penetra en la realidad del alma, en las zonas donde vibra el espíritu y palpitan signos capaces de expresarlo.

Las Rimas están compuestas con materiales imaginativos muy refinados; el engarce se realiza sin violencia, de una en otra imagen, buscando la sugestión total y el completo encanto a través de la transfiguración lírica. La imagen tiene a menudo funcionamiento de símbolo: el bosque de los muertos, un bosque ardiente bajo el mar desnudo fulgura en el soneto y provoca la impregnación poética por un cúmulo de notaciones encaminadas a envolver al hombre en vastos embrujos indecisos.

Rosales pretende que cada poema exista, aliente como un ser vivo, y lo consigue por el camino del símbolo, por el camino de la poesía total, que no se dirige primordialmente al entendimiento pero rodea al hombre, le cerca y asedia desde una multiplicidad de puntos. Luis Felipe Vivanco escribía hace años que «en el verso sobran las ideas porque él mismo es idea. Un ser vivo es una idea. ... Y una obra de creación también... Conceptos, ideas, pensamientos manejables, pensables, ¿no son acaso lo opuesto a la idea original y viva en la que hay que participar? Acercamiento a Platón. ¿Qué sabemos sobre la naturaleza misma de las ideas?... De un lado, tener ideas, tener sentimientos. De otro, pertenecer uno a la idea o al sentimiento: entregarse». No sé si Rosales se planteó el problema de esta manera ni si su poética arranca de principios análogos, pero es seguro que tanto como posesión sus poemas son entrega a la idea o al sentimiento, de que habla Vivanco; entrega en plena lucidez, con perfecta conciencia de su significación. Pues entrega, lejos de equivaler a abandono, implica deliberación y conocimiento, y en tal sentido nuestro poeta vive entregado, generosa e ilusionadamente entregado a la poesía y al sentimiento.

En el magnífico prólogo puesto a las Rimas, Dámaso Alonso, maestro en la caracterización de obras y personas, subraya como rasgo definitivo de Rosales la capacidad de ilusión. «Toda la vida de Luis Rosales -escribe- es un soñar, tan encristalizado, tan enfanalado en su sueño, que a veces nos dan ganas de desencristalizarle violentamente y zarandearle». Iluso por entregado a la poesía, a la esperanza, al pensamiento. Y en el poema está diciéndose según es, con autenticidad, partiendo de la necesidad de comunicar los avatares de su pasión, de su colmado ensueño, explicando cómo nace un recuerdo, describiendo a un amigo, cantando a una mujer.

Ecos, rumores escapados del bellísimo poema que es La casa encendida, proclaman la persistencia de los sentimientos y emociones a que Rosales vive entregado. Poeta del recuerdo, del amor y de la amistad, supo hallar palabras fluidas y etéreas para cantar con diáfana ternura las realidades que le habitan. Realidades quizá espectrales, según Dámaso sugiere, pero tan consistentes como las figuras cotidianas. Presencias fecundas yendo y viniendo por su vida y por su sueño, digo por su poesía, donde alcanzan a ser, a existir, en el milagro de la palabra creadora.

Rosales vive su lenguaje, anima y vitaliza las palabras infundiéndolas fuerza transfiguradora, vigor adolescente. Artista de la palabra, y tanto como eso, hombre cuya poesía brota de la vida. Poesía y vida son en él una sola cosa: y no porque viva para la poesía, en el sentido que suele darse a la frase cuando referida a otros poetas, sino porque sus versos surgen rezumantes de vida, tejidos con experiencias y henchidos por la cargazón de nostalgias de que son portadores. Por esa identificación de poesía y vida resulta fácil descubrir en las Rimas, como en La casa encendida, el hombre en el poeta, el hombre que hace al poeta y desnuda en el poema su intimidad, sus intuiciones profundas, oscuramente captadas en el remolino del alma y al fin descubiertas del todo cuando aparecen en el poema, cristalizadas en la palabra reveladora.

A través de esa palabra conocemos al hombre y en él su mejor condición: la viril ternura, la pasión de crear en el recuerdo lo pasado y lo presente; de revivir cada hora en la memoria, para que sucesos y seres cobren el relieve necesario y el amor o la amistad tengan nombre y fisonomía, concretándose en una voz, una mirada, un ademán plásticamente convocados en el poema.

Frente a la actitud solemne y dramática de ciertos líricos, las Rimas traen brisa de alma pura, de preocupaciones sin desesperación. La angustia de lo presente ha de traslucirse en la creación poética, mas bueno es que alguien se sienta capaz de sobreponerse a ella y sin dejar de sentirla, incluso revelando en el verso reflejos de ella, cante sencillamente pasión y recuerdo, dolor y alegría. Rosales escucha el mensaje de su tiempo, pero también la historia susurrada por la fuente, la remuneración que anega la memoria, la fantasía sugerida por el amor. Ciego, no: atraído por sentimientos eternos y en el estrato más hondo apoyado humildemente en la fe, en la convicción de estar sucediendo en el sueño de Dios, sintiéndose -como expresa en un excelente poema- mano e instrumento suyo.

Porque su palabra es clara y su intención pura; porque su mundo está lleno de luz y de esperanza; porque canta las emociones y se deja guiar por ellas; porque los elementos de sus poemas están proclamando una presencia de espíritu intensa, generosa y confiada, la poesía de Luis Rosales llega al corazón de los hombres y les hiere en la fibra más intemporal y sensible, provocando un movimiento de adhesión, un impulso que hace sentir como propios los sentimientos cantados por el poeta y escuchar en su voz la expresión de nuestra tristeza, de nuestra nostalgia.





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