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«[Los hombres] atienden y se aficionan a saber las ciencias, artes o habilidades a que las estrellas más las inclinan» (Persiles, I, 115, 15-17, I, 18); «aquella ciencia a que más le vieren inclinado» (Don Quixote, III, 204, 21, II, 16); «aquella inclinación que le dio el cielo» (Don Quixote, III, 206, 13, II, 16); «por donde su estrella le llama» (Don Quixote, III, 206, 25, II, 16); «inclinado de mi estrella» (Don Quixote, III, 390, 25, II, 32); «inclinóme mi estrella, si bien en parte a las letras, mucho más a las armas» (Persiles, I, 32, 5-6, I, 5); «nací, según me inclino a las armas, debaxo de la influencia del planeta Marte» (Don Quixote, III, 96, 32-97, 2, II, 6); «tuve, tengo, y tendré los pensamientos / merced al cielo que a tal bien me inclina / de toda adulación libres y essentos» (Parnaso, 56, 3-5).

 

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«Al desdichado las desdichas le buscan y le hallan, aunque se esconda en los últimos rincones de la tierra» («Coloquio de los perros», 777, 183, 26-28).

 

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«El amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos, y tiene la misma condición que la muerte: que assí acomete los altos alcáçares de los reyes como las humildes choças de los pastores» (Don Quixote, IV, 231, 4-8, II, 58). También «las humildes chozas de los pobres» (Don Quixote, III, 262, 5, II, 20); «las chozas de los pastores» («La gitanilla», I, 85, 8); «algunas cabañas de pastores» (Don Quixote, II, 259, 14, I, 41).

 

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«En estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura. Y tened para vos, como yo tengo para mí, que devía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas» (Don Quixote, I, 160, 19-25, I, 12); «la diligencia christiana de los sacerdotes y religiosos del pueblo, el qual se alborota de livianas ocasiones» (Persiles, II, 91, 20-23, III, 9).

 

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«Está tan estragado el mundo» (9:30). Expresiones parecidas: «estos tan calamitosos tiempos» (Don Quixote, I, 128, 31-129, 1, I, 9; I, 280, 4-5; I, 20); «aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería» (Don Quixote, II, 200, 3-5, I, 38); «al rigor y estrecheza de entonces no llegan las penitencias de los [hermitaños] de agora» (Don Quixote, III, 305, 19-21, II, 24). Es notable la evolución del punto de vista de Cervantes, quien en el prólogo a La Galatea (I, xlviii, 20) se refiere a «la edad dichosa nuestra», y en el «Canto de Calíope» al «siglo venturoso nuestro» (II, 216, 24), «edad dorada, siglo venturoso» (II, 217, 13) y «la venturosa nuestra edad presente» (II, 224, 36), aunque a la conclusión del «Canto», se queja de que muchos ingenios no publican sus obras, porque «no meresce el mundo ni el mal considerado siglo nuestro, gozar de manjares al alma tan gustosos» (La Galatea, II, 238, 14-16).

 

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«Felicíssimos y venturosos fueron los tiempos donde se echó al mundo el audacíssimo cavallero don Quixote de la Mancha, pues por aver tenido tan honrosa determinación, como fue el querer resucitar y bolver al mundo la ya perdida y casi muerta orden de la andante cavallería, gozamos aora, en esta nuestra edad, necessitada de alegres entretenimientos, [...] de la dulçura de su verdadera historia» (II, 7, 9-17, I, 28); «lo que pienso hazer es el rogar al cielo le saque dél [error], y le dé a entender quán provechosos y quán necessarios fueron al mundo los cavalleros andantes en los passados siglos, y quán útiles fueran en el presente, si se usaran; pero triunfan aora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo» (Don Quixote, III, 231, 4-11, II, 18).

 

87

Ed. M. MARTÍNEZ DE BURGOS, Clásicos Castellanos, 29, pág. 192, II. 23-25.

 

88

OVIDIO, Metamorfóseos, I, vv. 89-112; Juan del ENCINA, Viaje y peregrinación, que sólo conocemos por Green, Western Tradition, IV, pág. 25; Agustín de ROJAS, «Loa de las cuatro edades», en El viaje entretenido, ed. Jean Pierre RESSOT, Clásicos Castalia, 44, Madrid: Castalia, 1972, págs. 479-480; para otros autores, vea Geoffrey STAGG, «Ille tempore: Don Quixote's Discourse on the Golden Age, and its Antecedents», en «La Galatea» de Cervantes 400 años después, Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1985, 71-90. A la bibliografía ofrecida por STAGG, nada más hay que añadir Américo CASTRO, El pensamiento de Cervantes, págs. 173-181, Peter N. DUNN, «Two Classical Myths in Don Quijote», Renaissance and Reformation, 9 (1972), páginas 2-10, y el libro de Stelio CRO, Realidad y utopía en el descubrimiento y conquista de la América Hispana (1492-1682), Troy, Michigan: International Book Publishers y Madrid: Fundación Universitaria Española, 1983. Tampoco hemos visto nosotros el libro de R. J. HUMM, Don Quixote und der Traum vom goldenen Zeitalter, Olten, 1939, citado por Juan Bautista AVALLE-ARCE, La novela pastoril española, Madrid: Istmo, 19742, pág. 211, n. 13.

 

89

Por ejemplo, «Estos isleños de la Española [...] viven desnudos, sin pesas, sin medidas y, sobre todo, sin el mortífero dinero en una verdadera edad de oro» (Pedro Mártir de Anglería, citado por CRO, pág. 12). Para desarrollo del tema, véase Antonio ANTELO, «El mito de la Edad de Oro en las letras hispanoamericanas del siglo XVI», Thesaurus, 30 (1975), págs. 81-112.

 

90

En su estudio de los antecedentes del discurso de Don Quixote, citado en la nota 85, STAGG indica que aunque la miel se menciona muchas veces, es única en Don Quixote la mención de las abejas.

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