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Las vírgenes siguen al Cordero [fragmento]

Sor Úrsula Micaela Morata





En la octava del Santísimo Sacramento -escribe-, entre los muchos favores que recibí, sólo diré uno, que los demás sólo los conoce mi alma para el agradecimiento y conocimiento de cuán indigna soy de recibirlos, mas no me es posible el saberme explicar; mas diré lo que alcanzare mi corta capacidad, y fue que estando en oración delante del santísimo Sacramento, que toda la octava le tenemos descubierto, uniéndose mi alma y transformándose en aquel inmenso y encendido amor a mi amado Esposo, me mostró lo mucho que ama a sus esposas, en particular a las vírgenes que siguen al Cordero sin mancilla, como celebrando los castos y divinos desposorios con sus amadas esposas, los premios, que les daba, por haber sido fieles en guardar lo que le habían ofrecido. Tomó a mi venerable madre sor María Ángela Astorch de la mano y a mí, y díjonos que le siguiésemos como lo hacían otras vírgenes que iban en su seguimiento. Yo me hallé corrida, conociendo mi desnudez y pobreza... Me dio una vestidura de color violáceo y plata, una corona de hermosas flores, dándome inteligencia que aún no había trabajado como las otras vírgenes para merecer traer las riquezas y coronas que ellas traían; quedé entendida de que me quedaba mucho por padecer. A la venerable madre (Ángela) el Padre recibióla con amor de padre que tiernamente la amaba como a hija; púsole un vestido nácar con realces de oro, púsole una corona de oro muy rica y hermosa; diéronme inteligencia que le daban premio de mártir por lo mucho que había padecido desde que estaba en Religión y, en particular, en aquel tiempo que padecía mucho con las criaturas y cosas de grande sentimiento, y los llevaba con mucha paciencia e igualdad de ánimo.

Los efectos que me quedaron fueron grandes deseos de padecer, no por interés del premio, sino sólo por darle gusto a mi Dios, que sólo esto desea mi alma, sintiendo grande gozo y paz en ella del premio que le daba mi divino Señor a mi venerable Madre, porque la amaba yo tiernamente; y aunque en este tiempo me apretaba lindamente, temió interiormente, forzada de lo que las criaturas le incitaban para que lo hiciera; mas (no) dejaba de darme todo el consuelo que podía, sin que nadie lo echase de ver.





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