Explicadas
en el Ateneo Científico, Literario y Artístico
Tomo II
Alberto Lista y Aragón
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17.ª lección
Primera de Calderón
Cuando después de leídas
las mejores comedias de Lope, Tirso, Mira de Mescua y Velez,
se pasa a leer el teatro de Calderón, se experimenta
una sensación muy semejante a la que se experimenta
pasando de los dramas de Virúes, Juan de la Cueva
y Cervantes, a los de Lope: parece que se entra en un mundo
nuevo, en que el arte se halla más perfeccionado.
Lope fijó las formas dramáticas: fue el inventor
de las situaciones, de los efectos y de los caracteres: este
era un paso de gigante en la penúltima decena del
siglo XVI. Calderón dio otro no menos grande después
del primer tercio del XVII, y llevó a su perfección
el teatro español, dando a la fábula una regularidad
desconocida hasta él, deduciendo de una situación
dada todos los incidentes que debía producir, desdeñando
los medios y recursos imprevistos que tantas veces afean
las comedias de Lope rompiendo la unidad de acción
y extraviando el interés. Su versificación
es más llena, más robusta, más artificiosa:
pocos le han igualado en el arte de formar períodos
poéticos, y hasta él no se conocieron los cortes
en el verso de ocho sílabas, que hasta entonces sólo
se creía propio por su facilidad y sencillez para
expresar afectos tiernos.
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Su estilo es fogoso, atrevido,
lleno de expresiones y metáforas nuevas: su lenguaje,
que es constantemente urbano y propio de la buena sociedad
de su siglo, se eleva a toda la grandilocuencia de la lírica
y de la epopeya cuando el asunto lo requiere, aunque en los
asuntos pastoriles no pueda sufrir comparación con
la amable candidez de Lope. Sus sales cómicas, sin
ser malignas como las de Tirso, están sin embargo
llenas de intención satírica; pero no hieren,
sólo pican agradablemente como las de Horacio.
Tantas
y tan grandes prendas dramáticas bastarían
por sí solas para hacer superior a Calderón
a todos sus predecesores, incluso el mismo Lope, a pesar
de la sinceridad y nobleza con que el mismo Calderón
le cita en varios pasajes de sus comedias. Pero todavía
hay en este insigne poeta un mérito mucho mayor que
todos los que hemos enunciado; y es el de haber creado un
mundo ideal, en el cual se hallaban satisfechas las principales
necesidades morales de la sociedad en que vivía.
En efecto: cuando él comenzó a trabajar para
el teatro de una manera constante, que fue en 1536, habiendo
vuelto de Flandes, donde militó de 10 a 11 años,
era todavía la nación española la más
poderosa de Europa, y por consiguiente el centro de la política.
A la verdad el sistema de conquistas cesó con la muerte
de Felipe II: habíase adoptado el de la conservación.
El siglo XVI había sido todo de acción y de
movimiento: en el XVII empezó la época del
descanso: y en esta situación es cuando las grandes
naciones gustan de reflexionar sobre sí mismas, de
estudiar su carácter propio, y de conocer las prendas
y cualidades que las han elevado a un alto grado de poder.
Calderón, si hemos de dar asenso a las cortas noticias
que nos restan de su vida, y que están conformes con
el personaje de caballero español que tan frecuentemente
repitió en sus dramas, era por su carácter
personal el de su nación. Sabemos
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él que era
caballero por su origen, noble en sus sentimientos, valiente,
afable con los iguales e inferiores, respetuoso sin bajeza
con los superiores, dadivoso, caritativo. Sabemos además
que poseía en alto grado el espíritu de la
religión, a la cual consagró sus últimos
años, recibiendo las sagradas órdenes: en lo
cual fue semejante a Lope y a Tirso; pero no fue casado antes
como Lope, ni la historia ha conservado ninguna anécdota
amorosa de su vida. De creer es que poeta y soldado, no le
faltarían en su juventud: mas también es de
creer, que su manera de amar sería la misma que describe
en sus comedias, porque esa es la única digna de un
caballero, cuyas prendas consta que poseía en alto
grado.
Pues bien: esas mismas prendas eran las generales
de las personas distinguidas no sólo de su época,
sino también de las anteriores: porque como en los
siglos de mayor rudeza, las cualidades aun propias del noble
español eran la piedad religiosa, el valor, el amor,
el respeto al bello sexo, la generosidad y la lealtad. Si
Calderón quería interesar a sus contemporáneos,
bastábale describirse a sí mismo.
En cuanto
a las mujeres, tenía a la vista dos grandes modelos:
Lope, que las describió verdaderamente amables, pintando
la ternura y la constancia de su pasión, y Tirso,
que las presentó casi siempre, amando a la verdad;
pero con un amor mezclado de vanidad, de interés y
de liviandad. Calderón con el tacto fino que siempre
acompaña al genio, conoció que las mujeres
de Tirso no podían interesar a los espectadores de
su época, que conocían el verdadero amor, que
la liviandad descrita, aunque sea con toda la urbanidad y
destreza de Tirso de Molina, produce siempre efectos perniciosos
en moral: y por consiguiente se resolvió a seguir
el sistema de Lope de Vega en cuanto a los caracteres mujeriles
añadiéndoles un dote, que templando la expresión
de la ternura, excesiva tal vez en los dramas de su modelo,
diese una nueva dirección
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a las ideas y sentimientos
amorosos. Este dote fue la altivez. Una dama de Lope ama
a su galán: una de Calderón ama no sólo
la persona de su querido, sino su honor, su gloria, su engrandecimiento:
y renunciaría por estos nobles y sublimes objetos,
al mismo amor en que cifra su felicidad.
Estos son, pues,
los elementos del mundo ideal que creó Calderón,
que repitió en la mayor parte de sus comedias, y que
se encuentra imitado y adoptado, aunque con otras modificaciones,
en las obras inmortales de Corneille y Racine. Estúdiense
los caracteres de las princesas que estos dos insignes trágicos
describieron en sus tragedias, y sabiendo que fueron posteriores
a Calderón, que la lengua española era entonces
el idioma común de la diplomacia y de los palacios,
como lo fue después la francesa, y que las composiciones
del poeta favorito de Felipe IV eran tan conocidas en París
como en Madrid, no será necesario preguntar si deben
las heroínas de aquellos trágicos franceses
la altivez generosa, la noble sublimidad que las distingue,
a las damas que describió Calderón en sus comedias.
El grande agente del teatro de los griegos y de los romanos
era el fatalismo: potencia invisible y misteriosa, cuya acción,
prevista por los oráculos y conocida después
en el efecto, llenaba los espectadores de terror y piedad.
El grande agente del teatro que perfeccionó Calderón,
es el honor erigido en divinidad. El amor mismo, aunque deidad
también, le estaba sometido. Con este principio queda
explicado el mundo ideal de sus dramas; y es la clase de
todos sus caracteres.
Los hombres son valientes, porque
la cobardía es incompatible con el honor: incapaces
de sufrir impunemente una injuria; pero también incapaces
de faltar al amor ni a la amistad. Aman con idolatría,
y el amor es la ocupación exclusiva no sólo
de su corazón, sino también de su entendimiento:
de aquí sus largos razonamientos
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acerca de esta pasión,
que algunos críticos necios han censurado como alambicados,
fríos y contrarios a la pasión: no advirtiendo
que la mayor prueba que puede dar un delirante de su locura
es raciocinar mucho sobre ella, y todos los enamorados de
Calderón aman con delirio. Aman, sí; pero sus
celos son terribles, porque el honor los exalta, el honor,
que se cree ofendido con la competencia de un amante casi
tanto como con el proyecto de seducir una esposa. Hasta que
el galán se haya desengañado de sus celos,
no espere de él su querida más pruebas de cariño
que furores y proyectos de venganza contra su rival.
Las
mujeres aman con la misma idolatría, pero teniendo
siempre presente el respeto debido a su honor. Reciben las
quejas celosas con altivez, pero procuran satisfacerlas.
Las dan cuando creen tener motivo para ello: pero se valen
de todos los recursos artificios del sexo para dar fuerza
a su razón. No pueden tolerar que sus amantes vivan
desairados o sin honor, y emplean toda la vehemencia de su
alma y todos los medios que están a su alcance para
borrar hasta el menor vestigio de desaire o de mancha.
En
una palabra, el amante en Calderón es el protector
que el cielo ha destinado a la amada: esta es una deuda de
honor: pero para cumplirla necesita ser absoluto y exclusivo
dueño de todas las afecciones de su dama. La amada
por su parte se somete a este dominio: pero necesita para
recibir el yugo que el honor de su amante esté tan
intacto como el corazón que ella le entrega. Este
género de amor, que en nuestro entender es el más
intimo y verdadero, porque liga las almas con el lazo más
fuerte de todos, que es el del honor cuando se cree en él,
dominó en nuestro teatro desde Calderón, que
lo introdujo a mediados del siglo XVII, hasta Zamora, el
último de sus imitadores que merece ser mencionado,
y que escribía a principios del XVIII.
Casi todas
las comedias urbanas o de capa y espada
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de Calderón,
se reducen a la fábula siguiente: un amor turbado
por los celos, y que viene a ser feliz por el desengaño.
Parece imposible que no fastidie un mismo asunto repetido
tantas veces: y en eso es en lo que estriba más el
talento dramático de Calderón. Sabe diferenciar
de tantas maneras el motivo de los celos, y por consiguiente
los incidentes y el desenlace; sabe distribuir la acción
con tanta maestría y subordinar los lances haciéndolos
derivarse naturalmente unos de otros, que aunque el fondo
del cuadro sea igual, no lo son ni las figuras ni los sucesos.
Siempre Calderón es el mismo y siempre es diferente.
Sólo es constante en llevar siempre embelesado al
espectador o al lector de suceso en suceso hasta el fin del
drama. En efecto sobre todas las dotes que hemos explicado
de este insigne poeta, sobresale la mayor de todas en la
poesía dramática, que es la de interesar. Es
imposible analizar el artificio o los medios que emplea para
ello: el don de producir interés, es el secreto del
genio: y a veces el mismo genio ignora que los posee hasta
que ve sus efectos en los espectadores. Sin embargo hasta
cierto punto hemos visto ya las cualidades que podían
asegurar aquel don a nuestro Calderón. Las exposiciones
son tan brillantes por lo menos como las de Lope: las situaciones
y actos teatrales los mismos: pero no le sucedía como
a su maestro introducir episodios desligados del asunto,
ni salir de una situación por medio de un suceso imprevisto.
Por más complicadas que sean sus fábulas, no
sucede nada en ellas, que no sea consecuencia de una situación
ya dada y bien expuesta. Si a esto se agrega la belleza ideal
de los caracteres, la magia del estilo, la vivacidad del
diálogo, y la expresión metafórica y
atrevida de la sentencia, no deberá extrañarse
el grado de interés que inspiran sus composiciones.
Este interés es tan grande, que en sus autos sacramentales
se siente con respecto a los mismos seres ideales y alegóricos
que introduce. La gracia, la naturaleza
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humana, el hombre,
la muerte misma nos excitan sentimientos ya de amor, ya de
piedad, ya de terror.
Acuérdome que en mi juventud,
hablando con un grande amigo mío y compañero
en el estudio de la literatura, me dijo una vez: «¿Podrás
tú explicarme, por qué cuando leo una tragedia
de Racine o una comedia de Moliere, puedo dejarla sin concluir,
y si me pongo a leer una comedia de Calderón (que
bien ves tú, ninguna sigue las reglas del arte) me
es imposible abandonar la lectura hasta acabarla?» Entonces
no supe explicar este fenómeno: ahora ya podría
responder que la principal regla del arte, y sin la cual
de nada sirven las demás, es interesar.
Calderón
interesó en gran manera a su siglo, y la prueba es
que sus numerosos sucesores imitaron su género. Si
en nuestros días no interesan sus comedias, y están
como desterradas del teatro, la culpa no es suya, sino nuestra.
La generación actual es muy positiva, como dicen,
y ha cerrado quizá para siempre las puertas del Paraíso
amoroso que creó Calderón. Guárdanlas,
no un arcángel con espada de fuego, sino los monstruos
tan aborrecibles como la lubricidad y el interés.
¡Ah! si esta cátedra fuera de filosofía moral,
y no de literatura española, ¡cuánto placer
tendría en analizar lo que quiere decir el epíteto
positivo, aplicado al siglo presente y contrapuesto a lo
que se llaman ilusiones de la imaginación! Pero no
es este mi deber: bastará sólo decir lo que
ninguno de los que tienen la bondad de oírme dejará
de sentir en lo íntimo de su corazón por poca
experiencia que haya tenido del mundo: a saber, que en un
momento de ilusión, ya artística, ya moral,
está encerrado un tesoro de verdadera y pura felicidad,
incomparablemente mayor que el que pueden producir muchos
años de placeres y goces exclusivamente materiales.
Lo que el mundo llama Ilusiones compone la verdadera vida
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del hombre. Pero volvamos a nuestro propósito.
El
suceso más insignificante basta a Calderón
para formar el nudo de su fábula. Un galán
ausente vuelve a Madrid, y su dama se ha mudado a otra casa,
sin haber podido avisárselo: tal es el enlace de la
comedia Dar tiempo al tiempo, una de las más complicadas
y mejor distribuidas. Una alhacena que se creía en
firme y estaba en falso, bastó para inventar la ingeniosa
fábula de la Dama duende. El retrato del galán
de una dama, sorprendido casualmente en manos de otra, dio
orden al drama de Bien vengas mal, si vienes solo. Un sombrerillo
de una señora, visto en manos de otra, es la intriga
de Mañanas de abril y mayo.
En las comedias en que
se introducen personajes de más alta esfera que caballeros
particulares, y que llamaremos heroicas a imitación
de Pedro Corneille, el origen del enlace no es tan tenue
ni las fábulas tan complicadas; pero la buena distribución
y el interés es el mismo: siempre se observa la mano
maestra de Calderón, tanto en estas, como en las mitológicas
y de santos (porque Calderón se ejercitó en
los mismos géneros que su maestro Lope), en vano se
buscarán variedad de caracteres. Los héroes
de Roma y de Grecia, los dioses del paganismo, los pastores
y los santos de la Iglesia hablan siempre y sienten como
hablarían y sentirían, si hubiesen sido caballeros
españoles. El teatro de Calderón es un grande
monumento elevado exclusivamente a la gloria de nuestro carácter
nacional. El idealismo en los diferentes géneros es
diverso: pero nunca se olvida de conducir al espectador a
un mundo nuevo y desconocido.
Para que no pueda atribuirse
esta monotonía de caracteres a infecundidad de una
nación, escribió comedias de costumbres en
el género que hemos llamado terenciano: pero sin caer
en las inmundicias morales de Lope. En ellas se acerca más
a la vida existente y a los sentimientos corrientes de la
sociedad. Escribió
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otras en que pintó caracteres
individuales; entre estas deben contarse también sus
dramas trágicos, que no son los de menos mérito,
aunque mezclado, como los de Shakespeare con escenas cómicas.
En una de sus comedias No siempre lo peor es cierto, quizá
la mejor de las de capa y espada, creemos haber visto el
primer drama lastimero o sentimental que se ha escrito en
Europa.
Mucho he elogiado a Calderón; y en mi opinión,
no todo lo que él merece. Mas no por eso te creemos
libre de defectos, que debemos manifestar, como hemos hecho
con Lope y Tirso: el interés del arte lo exige así,
aunque no mi gusto particular, más inclinado a admirar
lo bueno que a censurar lo malo. Pero antes de entrar en
el examen de sus faltas, debemos desvanecer algunas que se
lo han atribuido, a mi ver sin razón.
El más
casto de nuestros antiguos poetas dramáticos ha sido
acusado de haber infringido los principios de la moral, pintando
mujeres livianas, atrevidas, que hablan con sus galanes por
la ventana a hurto de sus padres y hermanos, que tal vez
los introducen en sus aposentos, que van a buscarlos a sus
casas, en fin, que huyen con ellos si es menester. Esta censura
nos parece injusta.
No creo que merezcan el nombre de livianas
ni en moral filosófica, ni en moral cristiana, las
mujeres que después de una solicitud decorosa en la
cual han podido conocer el carácter y prendas de su
amante, corresponden a su amor con el fin de premiarlo por
medio de un lazo legítimo. Si los padres y hermanos
tienen motivos para celarlas, no los tienen ellas menos poderosos
y justos para procurar conocer, por sí mismas hasta
qué extremo son amadas, y lo que deben esperar o temer
del hombre a quien piensan ligar irrevocablemente su suerte.
Las costumbres actuales, que permiten una decente comunicación
entro los que aspiran a ligarse con el vínculo del
matrimonio, son
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más justas que las antiguas, excesivamente
rígidas a causa de la excesiva delicadeza del honor,
que se creía manchado aun con la más leve sospecha.
Las conversaciones nocturnas por las rejas ha sido de tiempo
inmemorial en España el medio de comunicación
entre los novios, y aun lo es en gran parte de la Península.
En los tiempos de mayor fluidez era permitido en Palacio
mismo el galanteo del terrero: llamábase así
un sitio a que concurrían los galanes para hacer señas
a las damas de Palacio que estaban en los balcones o en las
azoteas. Pero ni el trato entre los amantes por las ventanas,
en los jardines en los aposentos, ni aun las visitas de las
damas en casa de sus galanes, pueden alarmar al pudor en
los amores que Calderón describe, sometidos siempre
a la ley inflexible del honor en ambos sexos; ley que dominaba
entonces en la sociedad culta con muy pocas excepciones.
Ni los caballeros ni las damas se atreverían entonces
a infringirla.
Calderón no describió el amor
platónico imposible de Petrarca y Herrera, ni despojó
esta pasión de sus caracteres físicos. Lo hizo
mejor dejándola en su estado natural, ligó
a ella las virtudes caballerosas y la necesidad del honor.
Una dama que huía del furor de su padre y de su hermano
en compañía de su amante, iba tan segura como
hubiera estado en su misma casa. Bien sé que estos
sentimientos parecerán extravagantes exagerados en
nuestros días; tanto peor para nosotros, sino creemos
ni aun en la posibilidad de la virtud: y mucho peor, si creyéndola,
la tratamos de necedad.
Es falso, pues, que las damas de
Calderón fuesen livianas, a no ser que confundamos
las ideas de amor y de liviandad. En mi opinión si
volviesen a renacer en el mundo social los sentimientos nobles
y generosos que supo ligar al amor, nuestro poeta, ganaría
mucho la moral doméstica, fuente de la civil y de
la pública. Los inocentes y amables artificios de
una joven para asegurarse de la pasión de su amante,
y aumentarla cuanto le es dado por medios justos y decorosos,
no son
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los que introducen en las familias la discordia,
el adulterio y el suicidio: no son los que influyen en la
perversa educación de los hijos: no son los que corrompen
el lecho nupcial, y desde él toda la sociedad.
Más
difícil, aunque no imposible, es libertar a Calderón
de la nota de amigo de equívocos, de antítesis,
frases más ingeniosas que sólidas en que tal
vez incurre. Sin negar estos defectos, diremos que no siempre
son suyos. Copió fielmente su siglo, y copió
hasta su lenguaje. Ahora bien; nadie ignora que en su tiempo
era general el gusto, o por mejor decir, la moda de las figuras
ingeniosas, como son las que hemos citado. Sus personajes
han debido imitar la fraseología de su tiempo: y se
le debe mucho a Calderón en haberla templado con la
gravedad de la sentencia y el tono caballeroso que reina
en todos sus dramas.
Se le ha censurado, en fin, porque
sus graciosos son casi siempre personajes episódicos
e inútiles a la acción principal. A esto respondemos
que el bobo desde los principios de nuestro teatro fue siempre
una figura de obligación, como el arlequín
en la farsa italiana. Calderón no pudo excusarse de
introducirlos; pero sacó de ellos más partido
que el que piensan sus censores. Reflejándose en ellos
siempre los sentimientos e ideas de los personajes principales,
satiriza las costumbres y afectos innobles del vulgo. Además,
todo gracioso de Calderón tiene una idea fija; uno
la de sacar siempre un reloj que le habían regalado
para anunciar la hora con toda exactitud hasta que se le
para por haberse roto la cuerda, y hace que su amo falte
a una cita. Otro llama trecemesino a un niño de que
encuentra madre a su novia después de trece meses
de ausencia: otro es casado, y cela ridículamente
a su mujer; y todos tienen los defectos propios de su clase,
el vino, el juego, el chime y la ruindad. Tales son los medios
de Calderón para excitar la risa. En estos caracteres
tiene originalidad y fuerza cómica.
Ya es tiempo
de hablar de los defectos que se deben
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censurar en Calderón.
El primero es el trastorno continuo, voluntario, y que de
nada sirve para el interés dramático, de las
nociones más comunes de geografía y de historia,
trastorno tanto más censurable en él, cuanto
según dice Villaroel, su biógrafo, amigo y
discípulo, había estudiado en Salamanca, entre
otras facultades, la geografía, cronología
e historia política y sagrada. Además, un hombre
de talento, estudioso y aficionado a las letras, que viajó
por España, Italia, Alemania y Flandes, no podía
ignorar, por ejemplo, que Jerusalén no es un puerto
de mar, como supone en la comedia del Mayor monstruo los
celos, que el rey de Persia, destronado por Alejandro Magno
se llamaba Darío y no Ciro como le llama en Duelos
de amor y lealtad, que la fundación de Tiro no fue
coetánea a la conquista de Persia por los macedonios,
como finge en la misma comedia, que un reyezuelo de los sabinos
en Italia no pudo estar casado con una princesa de Celtiberia,
como se halla en las Armas de la hermosura, y en fin, que
la defección de Coriolano no tuvo su origen en el
disgusto que le causó la ley contra los adornos mujeriles.
Es permitida en el teatro la alteración de algunos
sucesos de poca monta, y subalternos y eso por motivos dramáticos,
y cuando la alteración es útil a la buena disposición
y mayor interés del drama; pero una corrupción
tan completa a sabiendas, de la historia, cronología
y geografía, no tiene disculpa alguna, mucho más
cuando sin esos errores podrían muy bien existir los
dramas que hemos citado, y con el mismo mérito e interés.
Bastábale para ello mudar algunos nombres de pueblos
o personas. Mucho he meditado en esta materia, y jamás
he podido atinar con el objeto de Calderón al cometer
semejantes errores.
Sea cual fuere la causa de ellos, lo
cierto es que al leer sus comedias heroicas, es preciso que
nos olvidemos de lo que sabemos de historia geografía,
para que no nos ofendan tantos desaciertos, y no dañe
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nuestro disgusto al interés del drama, que siempre
es grande. Más fiel es en sus comedias mitológicas
a las tradiciones de las fábulas del gentilismo. Quizá
los españoles contemporáneos de Calderón
se dedicaban más al estudio de la mitología
que al de las ciencias históricas, y por eso se atrevió
a falsificar estas y no aquella. Sin embargo, no nos parece
esto cierto; pues aunque entonces se estudiaba mal, la lectura
de Mariana era común, y ella sola bastaba para dar
a conocer cuán grandes eran los errores de Calderón.
Pero este defecto que hemos notado es accidental, no esencial
al arte del poeta dramático, que puede cubrir los
yerros históricos y geográficos, si dice con
verdad: he interesado a mi auditorio. Pero al arte pertenece
el defecto de gongorismo mitigado en que algunas veces incurre:
digo mitigado, porque nunca llega a la afectada oscuridad
de las Soledades y del Polifemo, por lo cual dijo un poeta
cómico español (Rojas) hablando de una noche
muy oscura:
«Hecho un Góngora está el cielo.»
Calderón se entiende siempre. Su gongorismo consiste
en el uso de metáforas y antítesis atrevidas,
que suelen no venir al caso. Llamar a un caballo desbocado:
rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
no es presentar
imágenes, sino hacinar palabras vacías de sentido.
Pero apresurémonos a decir que este defecto, que
se te pegó del contagio literario del siglo, no es
frecuente en él. Calderón es uno de nuestros
mejores poetas, y el mejor de nuestros, versificadores.
Reasumiendo toda la presente lección, diremos que
Calderón de la Barca es el mejor poeta cómico
de nuestro teatro antiguo, y cuya manera imitaron sus
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coetáneos
y sucesores, contándose entre ellos los nombres célebres
de Rojas, Moreto, Ruiz de Alarcón, Hoz y Mota y Cañizares:
que perfeccionó el drama novelesco, dándolo
una completa unidad, conduciendo y repartiendo la fábula
sin más incidentes que los que ella misma daba de
sí: que creó un mundo ideal desconocido antes,
ennobleciendo y embelleciendo los afectos del amor y del
honor, y las prendas caballerosas propias de su siglo: que
por estos medios, y con el auxilio de una excelente versificación,
del corte que él inventó en los versos pequeños,
de la grandilocuencia en los mayores, de un estilo, muchas
veces poético y frecuentemente urbano y noble, a pesar
de algunos defectos de afectación, y de tal cual expresión
en boca de los graciosos, no deshonesta, sino poco limpia,
dio al drama todo el interés de que es capaz, y le
llevó por consiguiente al más alto grado de
interés. Su furor en desfigurar la historia y la geografía
es más bien un defecto de sabio y de literato que
de poeta dramático.
Mucho hemos dicho acerca de este
célebre poeta; y nuestra intención es justificar
cuanto hemos dicho con el examen de sus comedias. En la lección
siguiente, comenzaremos el trabajo de las numerosas análisis
que pensamos hacer de ellas.
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18.ª lección
Segunda de Calderón
He elegido para comenzar los
análisis de Calderón la comedia de No siempre
lo peor es cierto, porque además de ser una de las
mejores suyas de capa y espada, pertenece también
al género que después se ha llamado sentimental,
y del cual es este drama el primero que se escribió
en Europa.
D. Carlos, caballero de la corte, enamorado y
correspondido de Doña Leonor de Lara, la hablaba por
las noches en un aposento de su casa. D. Diego Centellas,
caballero valenciano que estaba en la corte siguiendo un
pleito, galanteó a Leonor y fue despreciado. Supo
por una criada que sobornó que su dama amaba a otro:
y se introdujo por medio de la misma criada en el aposento
de Leonor a la misma hora que Carlos venía a hablarla.
Fue sentido, los dos rivales pelearon, y D. Diego recibió
una herida de que quedó casi muerto. Al ruido de la
pendencia despertó la familia y el padre de Leonor.
La infeliz amante implora el socorro de Carlos, que aunque
celoso y ofendido, cumple la obligación de caballero,
pone en salvo a su dama, y pasa con ella a Valencia.
La
primer jornada empieza en una posada de esta ciudad, donde
llega Carlos e inmediatamente manda llamar a su primo y amigo
D. Juan de Roca, y consulta con él los medios de poner
en seguridad a Leonor: después de lo cual pensaba
en partirse a Italia a servir en el ejército español.
Convienen en que Leonor, disfrazada de nombre y traje, entre
en casa de D. Juan a servir a su hermana Doña Beatriz
Roca; y así se hace.
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Pero esta determinación,
que parecía poner fin a la fábula, es precisamente
su enlace. D. Diego sanó de la herida; y temiendo
el enojo de la ilustre familia de los Laras, volvió
a Valencia y al amor de Doña Beatriz, de la cual era
correspondido antes de ir a la corte. Beatriz, informada
por Ginés, criado de D. Diego, de todo lo que había
pasado a éste en Madrid, le recibe con cariño
aparente, y al fin, no pudiendo disimular, acusa su perfidia
y su mudanza. La conversación se prolonga, llega D.
Juan, D. Diego se esconde; y no pudiendo salir por la puerta,
después que todos se habían recogido, se arrojó
de un balcón a la calle.
La segunda jornada comienza
en la misma hostería que la primera, donde Carlos
está haciendo los preparativos de su viaje a Italia:
pero su primo D. Juan, que había visto desde su cuarto
la bajada de D. Diego por el balcón, llega y le suplica
que le ayude a recobrar su honor que cree perdido, aunque
no conoce a su enemigo. Determinan que D. Carlos se esconda
en el cuarto de D. Juan, para que esté en situación
de auxiliarle en cualquier ocurrencia.
Entre tanto D. Diego
que creía no haber sido observado la noche antes,
vuelve a casa de Beatriz a satisfacerla y desenojarla. D.
Juan, que estaba hecho centinela de su honor, le vio, entrar,
y avisando a Carlos que estuviese a la mira, registra la
casa espada en mano. D. Diego, huyendo de él, llega
hasta el cuarto donde estaba Leonor, y se queda espantado
al verla: pero le ocurre inmediatamente para D. Juan la disculpa
de que había entrado en su casa solo por ver a Leonor,
a quien había amado en Madrid. D. Juan, que no ignoraba
el suceso de la corte, le creyó: pero para satisfacerse
enteramente, le preguntó si era aquella la primer
vez que había entrado a ver a su dama. D. Diego, temiendo
que la pregunta traía malicia, le dijo que no: que
la noche antes había entrado también y había
salido por un balcón. D. Carlos, que
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oía oculto
estas satisfacciones, sale ardiendo en celos a venarlos,
y entrambos acometen a D. Diego. Beatriz y sus criadas apagan
las luces: Ginés da el grito de muerto soy, con lo
que desaparece alguna gente que había entrado de la
calle al ruido de la pendencia, y él y D. Diego se
escapan. Leonor, reconocida ya por quien es, e insultada
por su amante enfurecido, que no oye satisfacción
alguna, se desmaya. Así acaba el segundo acto.
El
tercero comienza en el cuarto de D. Juan, donde se había
retirado Carlos, y donde consultan lo que debe hacerse; porque
ya había llegado a Valencia D. Pedro de Lara, padre
de Leonor, con cartas de recomendación para D. Juan,
a perseguir a D. Diego Centellas, que era el único
que conocía de los dos rivales. Tanto D. Juan como
D. Carlos estaban persuadidos, a pesar de todas las protestas
de Leonor, de que esta amaba a D. Diego: Carlos forma el
noble proyecto de casarla con él. D. Juan lo aprueba;
y resuelven que Beatriz su hermana, que como dama trataría
mejor este asunto, el más delicado del duelo, llamase
a D. Diego, y le instase a que volviese su honra a Leonor.
Entre tanto queda D. Carlos escondido en el cuarto de D.
Juan, sin que lo supiese nadie de la casa.
Beatriz manda
a llamar a D. Diego, y le hace la proposición. Su
amante, admirado de que ella misma sea quien le busque esposa,
describe con la mayor exactitud y fidelidad los sucesos de
Madrid y de Valencia. Como estaban en un cuarto inmediato
al de D. Juan, no perdió Carlos nada de aquella interesante
conversación, de la cual constaba la inocencia de
Leonor en todos los lances que parecían acriminarla.
Llegan en esto D. Juan y D. Pedro de Lara: Beatriz dice
a D. Diego que evite la vista del padre de Leonor. Diego
va a esconderse en el cuarto donde está D. Carlos,
le encuentra, le cree amante de Beatriz, y quiere reñir
con él. Llega D. Pedro, conoce
—18→
a los enemigos de
su honor, y los acomete. Media D. Juan, exige de D. Diego
que case con Leonor, y D. Diego lo rehúsa. Pero Carlos,
satisfecho ya, da la mano a su fiel amante, y obliga a su
rival a que case con Doña Beatriz, cuyo amor había
sabido por la propia confesión de ambos.
No puede
haber una acción más interesante que la de
una mujer infeliz, que ama y no es creída del noble
caballero que la adora con todas las fuerzas de su alma;
pero que no puede corresponderle hasta que quede satisfecho
de su inocencia, contra la cual conspiran también
las intrigas amorosas de la casa donde buscó asilo.
Las quejas y lágrimas de Leonor, sus protestas de
fidelidad que el espectador a pocos lances conoce que son
verdaderas, su situación infeliz, perdida su casa,
su honor, su padre, su amante, y reducida a la humillación
de servir la que había sido siempre señora,
inspiran un grado de interés muy semejante al que
solicitan excitar los dramas sentimentales, muchos veces
a fuerza de aspavientos. La situación de Eulalia en
Misantropía y Arrepentimiento, añadida la verdad
del delito, puede creerse tomada de la de Leonor.
El carácter
de Carlos es lo más ideal del amor, del valor, de
la nobleza del corazón. Es imposible llevarla a un
grado más alto. Todas sus grandes cualidades se despliegan
admirablemente en la narración que hace a D. Juan
en la primera escena, del suceso de Madrid, y en la primera
escena del tercer acto, en que propone casar a Leonor con
D. Diego.
D. CARLOS
Yo vi una hermosura, y yo
la amé, D. Juan, tan a un tiempo
todo, que entre
ver, y amar,
aún no sé cuál fue primero.
Rendido ostenté finezas,
constante sufrí
desprecios;
fino merecí favores
—19→
celoso lloré
tormentos:
que estas son las cuatro edades
de cualquier
amor, pues vemos
que en brazos del desdén nace,
crece en poder del deseo,
vive en casa del favor,
y muere en la de los celos.
Entraba de noche a hablarla,
de un criado al aposento
que corresponde a su cuarto:
escuchamos pasos dentro;
volvió ella, y yo tras
ella,
o recelando, o temiendo
que fuese su padre,
cuando
vimos un hombre encubierto,
que de su cuarto
venía
a hurto sus pasos siguiendo.
¿Quién
es? dijo; él respondió:
quien sólo
quiso ver esto.
Yo nada hablé, porque a vista
de mi dama, y de mis celos,
remití toda la voz
a la lengua del acero.
Saqué la espada, y
cerrando
los dos, a morir resueltos,
quiso, no sé
bien si diga
piadoso, o cruel, el cielo,
que de una
herida cayese
en la tierra, para hacernos
iguales
la suerte; pues
nos vimos a un punto mesmo,
muerto
de la herida él,
y yo del agravio muerto.
Bien pensaréis, que esta es sola
mi desdicha, y
que el suceso
para en que yo delincuente
me vengo a
Valencia huyendo
del rigor de la justicia;
—20→
pues no,
D. Juan, pues no es eso,
que ahora empieza el más
extraño,
el más notable, el más nuevo
lance de amor, que jamás
dio la cadena a su
templo.
Al ruido de las espadas,
de la dama los estremos,
dieron las criadas gritos,
despertó su padre
a ellos:
consideradme a mí agora
sobre declarados
celos,
conjurando contra mí
su familia a un
noble viejo,
desmayada aquí mi dama,
y allí
mi enemigo muerto.
En este trance me hallaba,
cuando
ella ¡ay de mí! volviendo
del desmayo, me pidió
su vida amparase. ¡Ah cielos,
qué bien hace
la muger,
que habiendo de hacer un yerro
lo fía
de buena sangre!
Dígalo yo, pues en medio
de
su traición, y mi agravio,
dispuse acudir primero
al reparo de su vida,
que no al de mi sentimiento.
Sígueme presto, la dije;
y haciendo muro mi
pecho,
salí con ella a la calle,
donde las
alas del miedo
nos ampararon de suerte
veloces, que
en un momento
en cas de embajador
tomamos seguro puerto.
Envié a llamar un criado,
que informado de
secreto
de todo, volvió a decirme
—21→
que el hombre
era un caballero
forastero, que en la corte
estaba
a seguir un pleito,
cuyo nombre, aunque le oí,
por agora no me acuerdo.
Que la herida en la cabeza
le privó el sentido; pero
aunque con poca
esperanza
de vida, no estaba muerto,
sino en otra casa;
adonde
le llevó un alcalde preso:
que habiendo
sabido que era
yo el agresor del suceso,
mi hacienda
estaba embargando:
y añadió después
a esto,
que el padre, como hombre al fin,
prudente,
advertido y cuerdo,
ni querella, ni otra alguna
diligencia había hecho;
porque su venganza solo
librada tenía en su esfuerzo.
Yo, viéndome,
pues, cercado
de penas, y en un empeño
tan
grande, como amparar
la causa dellas, resuelvo
salir
de Madrid, adonde
pueda vivir por lo menos
sin temor
de la justicia,
ni de su padre, y sus deudos.
Y así,
lleno de pesares,
y de obligaciones lleno,
acordándome
de vos,
de vos a valerme vengo.
Yo, D. Juan, traigo
conmigo
aquesta dama, a quien tengo
de salvar la vida,
a costa
de todos mis sentimientos.
En dejándola
segura,
—22→
pues esta es en todo riesgo
mi primera obligación,
podrán mis desdichas luego
acudir a la segunda;
pues la segunda que tengo,
es, huir desta enemiga
que como noble defiendo,
que como quejoso obligo,
como enamorado quiero,
y como ofendido huyo;
y
en dos contrarios estremos,
acudiendo a las dos partes,
de amante y de caballero,
enamorado la adoro,
y celoso la aborrezco:
cuyas dos obligaciones
tan
cabal la acción han hecho,
que desde Madrid aquí,
sino es hoy, juraros puedo
que no la hablé
dos palabras,
porque no quise que en tiempo
alguno,
de mí dijese
la fama, que pudo menos
mi valor,
que mi apetito;
que es hombre bajo, que es necio,
es vil, es ruín, es infame,
el que solamente
atento
a lo irracional del gusto,
y a lo bruto del
deseo,
viendo perdido lo más,
se contenta
con lo menos.
Mirad vos, cómo en Valencia
con
otro nombre supuesto,
podrá vivir esta dama,
en qué casa, en qué convento,
en qué
retiro, en qué aldea,
donde veréis que la
dejo
lo poco que traer conmigo
—23→
pude, para su sustento;
que a mi me basta esta espada,
pues al instante,
al momento
que ella asegurada quede
yo tengo de ir
della huyendo.
A Italia, a servir al rey
me pasaré,
donde al cielo
le pido, que la primera
bala acierte
con mi pecho;
porque con mi vida acaben
de una vez
tantos recelos,
tantas penas, tantas ansias,
agravios,
y sentimientos,
que como noble las huyo,
y como amante
las siento.
Jornada III
SalenD. CARLOSyD. JUAN.
D. CARLOS
¿Volvió del desmayo?
D. JUAN
Sí,
pero volvió de manera,
que pienso que mejor
fuera
no haber vuelto.
D. CARLOS
¿Cómo
así?
D. JUAN
Como al instante que allí
restauró el perdido aliento,
fue tan grande
el sentimiento
que de tenerle ha tenido,
que a un tiempo
cobró el sentido
y perdió el entendimiento,
según los estremos son
que hace confusa y
turbada.
D. CARLOS
¿Qué dice?
D. JUAN
Que
es desdichada,
sin oírla su razón.
D. CARLOS
¡O mal haya mi pasión
D. JUAN
¿Vos qué
habéis determinado?
D. CARLOS
Dos cosas he
imaginado,
y sólo, D. Juan, quisiera,
—24→
que nadie
me las oyera
sin estar enamorado.
Queréis
que os diga, D. Juan
sobre tantas confusiones,
fantasías,
e ilusiones,
como a mí vienen y van,
cuáles
son las que me dan
más gusto cuando las toco,
cuáles las que me provoco
más a ejecutarlas?
D. JUAN
Sí.
D. CARLOS
No os habéis de reír de mí,
pues confieso que estoy loco.
Si en este estado pudiera
yo conseguir que a Leonor
todo su perdido honor
D. Diego satisfaciera,
que honrada, y en paz volviera
con su padre a su lugar,
fuera la más singular
venganza, y a esta muger
la sabré hacer un placer,
cuando ella espera un pesar,
Leonor está enamorada,
D. Diego lo está también
dígalo
el lance; pues bien,
¿qué pierdo yo? todo, y nada:
y así, en pena tan airada,
como tengo y he
tenido
sólo este me ha parecido
que despicarme
sabrá
ganemos a Leonor,
ya que a Leonor hemos
perdido.
D. JUAN
Es vuestra resolución
tan honrada como vuestra:
y bien en su efecto muestra
ser hija de una pasión
tan noble.
D. CARLOS
Pues
a su acción
¿qué medio, D. Juan, pondremos?
—25→
No sé: porque sí queremos
a D. Diego
hablar yo, y vos,
por lo mismo que los dos
el casamiento
tratemos,
él no lo hará, que no fuera
justo que un hombre otorgara,
por más que él
lo deseara,
lo que el galán lo pidiera
de su
dama: de manera,
que otra persona ha de haber.
D. CARLOS
Pues lo que se puede hacer
es, que a su padre digáis
como a Leonor ocultáis;
y él lo podrá
disponer.
D. JUAN
Tiene eso un inconveniente.
D. CARLOS
¿Qué?
D. JUAN
El
empeño de los dos:
fuera de que entonces vos
no hacéis la acción.
D. CARLOS
Cuerdamente
decís.
¿Quién habrá que intente
esta
plática mover?
D. JUAN
Ya sé
yo quién ha de ser;
veréis que todo lo allana.
D. CARLOS
¿Quién?
D. JUAN
Doña Beatriz, mi hermana,
que
es en efecto muger,
con quien, lo uno, no habrá
duelo en la proposición:
y lo otro, es debida
acción
suya el honrar a quien ya
dentro de
su casa está
declarada por quien es.
D. CARLOS
Bien pensáis.
La fábula está perfectamente
conducida, y por más extraordinarias que parezcan
las situaciones todas están justificadas, admitida
la hipótesis tan natural y tan sencilla de que al
mismo D. Diego Centellas, que galanteó a Leonor en
Madrid, sea el amante correspondido de Doña Beatriz
en Valencia. De aquí el encuentro
—26→
verdaderamente
dramático de Diego y Leonor en casa de Beatriz, que
proporciona a D. Diego una disculpa, y que irrita los celos
de D. Carlos; de aquí la situación, no menos
dramática, de Doña Beatriz, que, se ve obligada
a proponer casamiento con otra mujer a su amante: de aquí
las quejas y lamentos de Leonor y los furores de Carlos,
entre los cuales deja siempre ver el amor más exaltado.
Sería necesario leer toda la comedia para conocer
y sentir todas sus bellezas. La acción camina con
rapidez, y cada vez se estrecha más el nudo: el desenlace
es tan natural como imprevisto y agradable. No hay incidentes
inútiles y que no nazcan de las situaciones. El amor
de Beatriz y D. Diego no puede llamarse episódico,
pues forma el nudo de la comedia. No se observa ya aquella
incertidumbre de Lope acerca de los medios, ni la llegada
imprevista de un suceso o personaje inesperado, que llega
precisamente para el desenredo de algún lance o de
la fábula entera. Todo está justificado y motivado;
todo interesa, porque todo, todo, aunque extraordinario,
es natural.
Citemos para conocer la especie de sal cómica
de Calderón, la escena del segundo acto, en que D.
Diego quiere que vuelva a casa de Beatriz su criado Ginés,
que al caer del balcón se lastimó una pierna.
D. DIEGO
Tú has de ir.
GINÉS
Yo
no he de ir.
D. DIEGO
¿Por qué?
GINÉS
Porque
la más singular
razón que hay para no andar,
es, tener quebrado un pie.
D. DIEGO
¡Válgate
Dios! ¡qué notable
estás!
GINÉS
Para
entre los dos,
me acuerda el válgate Dios,
cierto
cuento razonable.
En un pozo un portugués
cayó:
al verlo, dijo un hombre:
válgate Dios; y el
de abajó
le respondió: ya non pode.
—27→
Fácil
es la aplicación,
y a propósito ha venido
si es lo mismo haber caído
de un pozo que
de un balcón
D. DIEGO
¿yo también, no
salté, y no
me hice, daño?
GINÉS
¿Pues
qué quieres
si tú quebradizo no eres,
y soy quebradizo yo?
D. DIEGO
Tu poca maña
condeno.
GINÉS
Estreno, señor, de pies,
malo para uno es,
lo que para otro es bueno.
Con
hambre y cansancio un día
a una posada llegó
cierto fraile y preguntó,
a la huéspeda,
¿qué había
que comer? Si una gallina
no mato, le dijo ella,
nada hay. ¿Quien podrá
comella,
respondió con gran mohína,
acabada
de matar?
Tierna estará, replicó
la huéspeda;
porque yo
sé un secreto singular
con que se
ablande; y cogiendo
la polla, que viva estaba,
vio
que los pies la quemaba,
con que a nuestro reverendo
muy blanda le pareció,
y aunque el hambre pudo
hacello,
atribuyéndolo a aquello,
en la cama
se acostó.
Estaba la cama dura,
tanto que
le tenía inquieto,
y él, cayendo en el secreto,
pegarla a los pies procura
la luz; dijo al ver la llama
la huéspeda: ¿Padre, qué es
eso? Y
él dijo: nuestra ama,
—28→
Porque se ablande la cama
quemo a la cama los pies.
Así no te dé
mohína,
que en los dos no haga el secreto
su efecto, porque en efecto ti,
eres paja y yo gallina.
D. DIEGO
Por más que tu voz me diga,
no
has de escaparte Ginés,
de ir a verá Inés.
GINÉS
¿Inés?
¿No es una fiera enemiga,
que anoche con mil rigores,
tras tenernos a un rincón,
nos vació
por un balcón,
al fin, como servidores,
yo
suyo, y tú de su ama?
Pues vive Dios, de no vella
en mi vida.
D. DIEGO
Antes
por ella
se aseguró vida y fama
de Beatriz,
y agradecido
debo a la fineza.
GINÉS
Yo no,
que aun agradecer
no puede un hombre caído.
D. DIEGO
Ya es notable tu estrañez.
¿Pues no quieres que
me enoje,
señor, si a los dos nos coge tu amor
de pies a cabeza?
D. DIEGO
Por mí has de
ir allá.
GINÉS
Yo
iré.
Pero por partido tomo
traerte mal despacho.
D. DIEGO
¿Cómo?
GINÉS
Como voy con muy mal pie.
En algunos
de estos versos se habrá notado el defecto de poca
limpieza en que tal vez incurre Calderón.
Veamos
otra comedia en que no tiene tanto lugar el sentimiento de
compasión que excita el infortunio de Leonor en la
que acabamos de analizar; no deja de ser muy interesante
por la fábula perfectamente expuesta, desenvuelta
y terminada. Esta comedia
—29→
es la de Dar tiempo al tiempo.
El enlace consiste en haber mudado de casa Doña Leonor,
amante de Don Juan de Toledo, durante la ausencia de este,
sin que él pudiese saberlo por estar ya en camino
para Madrid cuando su dama le escribió la novedad.
De este sencillo hecho se deducen todos los incidentes del
drama hasta su conclusión.
La comedia empieza en
el momento en que Don Juan, acabado de llegar a Madrid, sale
con su criado Chacón de noche para ir a ver a su dama.
Al llegar a la casa antigua donde vivía, ve llegar
un hombre a la reja, hacer una seña, salir una criada,
abrirle la puerta e introducirle. D. Juan, ardiendo en celos,
da golpes a la ventana, grita que salga el caballero que
ha entrado, y a este tiempo llega otro de quien tiene que
defenderse. Al ruido de las cuchilladas sacan luz de la casa,
acude gente, y D. Juan huye.
Habíase mudado a la
casa que antes ocupaba Leonor, Doña Beatriz su amiga,
cuyo amante D. Pedro Enríquez era el caballero introducido;
y su hermano D. Diego, el que viendo su casa ofendida por
los golpes de D. Juan, riñó con él.
D. Diego entra en su casa, riñe con su hermana por
el escándalo, e irritado con sus respuestas quiere
matarla. D. Pedro, que estaba dentro oculto, lo impide matando
la luz y oponiendo su espada a la de D. Diego, que le busca
con la suya, dando lugar a que Beatriz salga a la calle.
Cuando la juzga ya en salvo se retira para buscarla.
Beatriz
da con D. Juan, que no se había alejado mucho, y que
creyendo siempre que era Leonor, trata de llevarla donde
sus otros amantes no sepan nunca de ella. Da con una ronda
que quiere reconocerla, pelea con toda ella, y da lugar a
Beatriz de escaparse; la cual busca asilo en casa de su amiga
Leonor, cuyo padre D. Luis la acoge con benignidad y promete
reconciliarla con su hermano. Chacón, que vio donde
había entrado, lo avisa a su amo, que había
logrado escaparse de la ronda, y que, entrando en la misma
—30→
casa, halla a Leonor, y la acusa sus creídas infidelidades.
Fácil fue satisfacerle probándole que aquella
era su casa, y contándole el suceso de Beatriz, en
el cual él mismo había tenido tanta parte;
pero bajo la obligación de tenerlo encubierto. Tal
es el estado en que queda la fábula al fin del primer
acto.
En la segunda jornada se presenta D. Luis en casa
de D. Diego, le anuncia que Beatriz está en la suya,
y que no saldrá de ella sino casada. Al mismo tiempo
intercede con D. Diego, y este por recobrar su honor viene
en admitir por cuñado al amante de su hermana, si
es caballero; porque en cuanto a lo ilustre de la sangre,
declara que no dispensará nada.
Sólo queda
ya un escrúpulo para terminar la acción, y
es que D. Pedro Enríquez está celoso del que
llamó a la ventana. Beatriz le escribe un papel para
satisfacer sus sospechas, y Leonor lo da a una criada para
que le lleve al tiempo que llega D. Juan, el cual receloso
pide que se le muestre. Después de leído, y
enterado de lo que era, trata de desenojar a Leonor. Sorpréndelos
D. Luis, que conocía a D. Juan, aunque ignoraba que
fuese el amante de su hija, y quiere averiguar el motivo
de la disputa. Leonor por disculparse finge que es el amante
de Beatriz que viene a verla, y para confirmar el engaño,
le presenta el papel. D. Luis, alegre de ver destruido el
único escrúpulo de D. Diego por ser tan gran
caballero D. Juan, va a dar al hermano tan fausta noticia.
Al principio de la tercera jornada se le da efectivamente,
y D. Diego a D. Pedro, que era su amigo, aunque ignoraba
sus conexiones con su hermana. D. Pedro celoso busca a D.
Juan en su casa para matarle; pero al empezar a reñir
se presenta Leonor, que había venido a ver a su amante,
mientras Beatriz buscaba el suyo para deshacer las equivocaciones
de la reja y del papel, y darle satisfacción. Leonor
desengaña completamente a D. Pedro; Beatriz, perseguida
de su hermano, que la vio a la puerta de la casa de Don
—31→
Juan, viene a buscar asilo en D. Luis, que había entrado
en ella para tratar con D. Juan del casamiento que le habían
fingido, y estrecha a este para que case con Leonor, que
estaba cubierta con el manto, y que él cree ser Beatriz.
D. Juan le da la mano y, la descubre; al mismo tiempo D.
Pedro, satisfecho ya de sus celos, da la suya a Beatriz.
La fabula está perfectamente conducida; porque el
incidente del papel, que parece formar un segundo, no es
más que un medio dramático para preparar el
desenlace. En efecto, sin el engaño de Leonor, que
convirtió a su amante en amante de Beatriz, D. Pedro,
que nada sabía del paradero de esta, y temía
si la ocultaba su hermano para matarla o el supuesto amante,
que llamó a la reja, no hubiera acudido a casa de
D. Juan, donde Leonor le satisfizo.
Este drama está
perfectamente versificado. Leeremos de él dos escenas.
La primera del primer acto contiene una multitud de incidentes,
que pintan bastante bien el estado de Madrid por las noches
en aquella época.
Escena
I
CHACÓN
Vive Dios, que tienes cosas
notables.
D. JUAN
Sígueme,
y calla Chacón.
Seguirte sí haré,
callar
es mucho pedir, y basta,
puesto que tú
la mitad
de las raciones no pagas,
hacer la mitad
también
yo de lo que tú me mandas.
Es
posible, que después
de una jornada tan larga,
como de Sevilla aquí,
aun un hora no descansas?
Pues luego es buena la noche,
tu bolsa no es más
cerrada,
ni más negra mi ventura:
—32→
¿Dónde
vas?
D. JUAN
¿De
qué te espantas?
si ya sabes que partí,
Chacón, sin vida, y sin alma,
que con esta prisa
vuelva
donde la dejé a buscarla.
CHACÓN
Una bobería (perdona,
que no hallo nombre que darla
más decoroso) pensé
que harías,
saliendo hoy de casa
a estas horas ya son dos.
D. JUAN
La otra di.
CHACÓN
Que
te persuadas
a que una dama en la corte,
discreta,
hermosa y bizarra,
esté tan fina en ausencia
que de ti se acuerde.
D. JUAN
Calla,
villano, que vive el cielo
que te mate, si me hablas
en que se pudo mudar
muger que lágrimas tantas
vi llorar en mi partida.
CHACÓN
Yo también,
pero repara,
que lágrimas de muger
no son penas,
sino alhajas,
que para servirse dellas,
las tiene como
en el arca,
abre, y llora, cierra, y ríe.
D. JUAN
Presto verás que te engañas,
y que Leonor
no es muger,
sino deidad soberana.
CHACÓN
Sí
será; pero tras eso,
no has visto en tres meses
carta.
D. JUAN
¿Qué mucho, si desde el día
que la sentencia ganada
del pleito a que fui, no he
estado
nunca en un lugar a causa
de tomar las posesiones
del mayorazgo, que se hayan
perdido? Ven, y verás
—33→
con que fineza me aguarda.
CHACÓN
Ya son tres
las boberías,
y no es la menor, que vayas
confiado en que a estas horas
no esté Leonor acostada,
y su padre recogido.
D. JUAN
Con llegar a su ventana,
y hacer en esta la seña,
cumplido habré
con mis ansias.
CHACÓN
Ya son cuatro.
D. JUAN
Necio
estás,
no me obligues a que haga
un disparate
contigo.
CHACÓN
Por mayor no doy dos blancas:
¡Jesús mil veces!
D. JUAN
¿Qué
es eso?
CHACÓN
Caer, si el uso no me engaña
en garapiña de lodo,
porque está frío
que mata,
y entro líquido, y cuajado,
ni es
bebida, ni es vianda.
D. JUAN
A la luz de aquella
tienda,
es de una fuente la zanja.
CHACÓN
Pues
harto es, purgando tanto
la tal fuente, estar tan mala
la calle.
D. JUAN
Entra
a sacudirte
en el portal de esa casa.
CHACÓN
Por Dios, aunque me sacuda
más que moza mal mandada,
no me sacudiré el polvo.
UNA
Agua va.
CHACÓN
Mientes,
picaña,
que esto no es agua.
D. JUAN
¿Qué
ha sido?
CHACÓN
¿Qué ha de ser? Pese a mi
alma,
cosas de Madrid precisas,
que antes fueron
necesarias:
vive Cristo...
D. JUAN
No
des voces.
CHACÓN
¿Cómo no? Puerca, verganta,
si eres hombre, sal aquí.
D. JUAN
No el
barrio alborotes, calla.
CHACÓN
Calle un limpio.
D. JUAN
¡Qué
cansado!
—34→
vuelve volando a casa.
CHACÓN
¿Así,
y solo, y a estas horas?
D. JUAN
Sí, que no
quiero que vayas
conmigo así.
CHACÓN
Lo
que haré,
será, ya que aquí me
halla
este fracaso, llamar
donde me den una capa
que a guardar dejé, con otras
alhajillas de importancia.
D. JUAN
¿Mas qué es en casa de aquella
señora, cuya criada,
si bien me acuerdo, querías
antes ir?
CHACÓN
No
sino el Alba.
D. JUAN
Pues bueno es tener de una
pícara tú confianza,
y querer que no la
tenga
yo de una principal dama.
CHACÓN
Déjame
llegar, verás
que mi Juanilla me aguarda
más fina, que a ti Leonor,
haciendo que a un silbo
salga.
CRIADA
¿Eres tú?
CHACÓN
Mira
qué presto:
yo soy.
CRIADA
Albricias,
que nada
nuestra ama entendió, porque
ha
andado muy muger Juana:
toma, y gózale mil años,
y hazle cristiano mañana,
que ha sido el parto
terrible.
CHACÓN
Oye.
CRIADA
A
Dios, a Dios.
CHACÓN
Aguarda.
D. JUAN
¿Qué te ha dado?
CHACÓN
Una
criatura;
que en vez de darme otra capa,
viendo que
esta tiene ya
perdido el miedo, a las manchas
la aplicó
para mantillas;
y es lo peor que al entregarla,
me pide albricias, y dice
que ha andado muy muger Juana.
D. JUAN
Y cómo que ha andado, bien
—35→
la experiencia
lo declara.
CHACÓN
¿Qué tanto, señor,
habrá,
que ya de la corte faltas?
D. JUAN
Trece meses.
CHACÓN
¿Trece
meses?
pues vóile a echar en la zanja
que caí,
no quiero hijo
trecemesino en mi casa.
D. JUAN
Tente, que no es cristiandad
echar a perder un alma.
CHACÓN
¿Y echar a perder un cuerpo
una pícara
bellaca,
es cristiandad?
D. JUAN
Yo
no tengo
de consentirte que hagas
tan grande inhumanidad.
CHACÓN
¿No es peor hacer una ingrata,
una humanidad,
que yo
una inhumanidad?
D. JUAN
Basta,
que no lo he de permitir.
CHACÓN
Pues ya que
de esto te cansas,
espera, que aquí en la esquina
ha de vivir una santa
comadre mía, y de todos,
que siempre sabe de amas
que acomodar, y ella puede
cuidar della hasta mañana,
y aun hasta el día
del juicio.
D. JUAN
Pues vé volando a buscarla,
y mira que voy tras ti,
para ver a quién la
encargas.
CHACÓN
Venid el trecemesino,
venid,
que yo os doy palabra
de que mi venganza sea
más
campanuda venganza,
que la de aquel veinticuatro
de
Córdoba, u de Granada.
D. JUAN
Estrañas
cosas suceden
en Madrid, y por estrañas,
no molestan tanto, como
—36→
por lo que aquí me dilatan
llegar a adorar, Leonor
los umbrales de tu casa.
¡O si fuera tan dichoso,
que por la reja escuchara
tu voz siquiera!
CHACÓN
Ya
queda
mi trecemesino en guarda
por esta noche.
D. JUAN
Pues
vamos
antes que otro estorbo haya,
al centro donde
ya fueron
delante mis esperanzas.
SOLDADO 1.º
Hidalgos,
cuatro soldados
muy hombres de bien...
CHACÓN
Ya
escampa,
SOLDADO 2.º
Ya ven el frío que hace,
han menester una capa.
D. JUAN
Yo también
la he menester.
CHACÓN
Yo daré la mía
barata,
sólo con que vuesarcedes
hallen por
donde tomarla.
SOLDADO 3.º
No alborotemos la calle,
ni fíen de su arrogancia,
que no les estará
bien.
CHACÓN
¿Vuesarcedes, camaradas,
aconsejan,
o capean?
SOLDADO 4.º
Cuerpo de tal lo que garlan.
D. JUAN
Ahora lo verán mejor.
CHACÓN
¿Qué va que me descalabran,
según ando de
dichoso?
D. PEDRO
Allí son las cuchilladas.
D. DIEGO
Lleguemos, por si podemos
estorbar una
desgracia.
GINÉS
Paz.
TODOS
Ténganse.
SOLDADO 1.º
Aquí
no hay,
sino apelar a las plantas.
D. PEDRO
Teneos, pues van huyendo.
D. JUAN
Sí haré,
que a mi honor lo basta,
quien por la capa viene,
vuelva
huyendo sin la capa;
el socorro os agradezco,
—37→
quedad
con Dios.
CHACÓN
Si
se tardan
en huir, por vida del
trecemesino, y de Juana,
según estoy de furioso,
que huyera yo.
La segunda es el diálogo entre D. Diego y D. Luis
cuando este intercede por Beatriz en la segunda jornada.
En ella se muestra el lenguaje y las ideas caballerosas de
aquella época. Para entenderlo es menester saber que
D. Diego amaba a Leonor, aunque no era correspondido, y que
la noche antes rondando su calle, le había visto con
sospecha D. Luis, bien que no le conoció. D. Diego
a él sí, y temía que le hubiese conocido.
D. LUIS
Tendréis a gran novedad,
señor D. Diego, que venga
yo a visitaros.
D. DIEGO
Las
dichas
y más tan grandes como esta,
siempre
a quien no las aguarda,
la hacen. Unas sillas llega,
Ginés, aquí: perdonadme
que os reciba
en esta pieza,
que por ser este su cuarto,
y estar
mi hermana indispuesta,
no os suplico entréis
adentro.
D. LUIS
Bien prudente es la advertencia,
huélgome de haberla oído.
D. DIEGO
Salte, Ginés, allá fuera.
D. LUIS
Anoche
os busqué.
D. DIEGO
No
pude
prevenir dicha como esta;
y así no me
estuve en casa.
D. LUIS
Pues recado os dejé
en ella.
D. DIEGO
A saberlo yo, os buscara:
¿quién
vio confusión tan nueva?
D. LUIS
Materias,
señor D. Diego,
—38→
del honor, en quien profesa
sustentarlas como noble,
son tan sagradas materias,
que no se tratan, sin que
hayan de costar por fuerza,
o vergüenza en quien las oye,
o en quien las dice
vergüenza,
pero cuando este respeto,
que se les
pierde al moverlas,
es por hombre de mis canas,
de
mi sangre, y de mis prendas
parece que encomendada
llevan no sé qué licencia,
que hace tratable
el horror,
si no apacible la ofensa:
esto viene a
parar todo...
D. DIEGO
Pluguiera a Dios no supiera,
yo en lo que viene a parar.
D. LUIS
En facilitar
mi lengua
términos con que deciros
que permitáis
que no os crea,
decirme, que mi señora
Doña
Beatriz adolezca,
cuando vengo de su parte,
dejándola
yo muy buena
en mi casa con Leonor.
D. DIEGO
Ya
esto es de otra materia.
¿En vuestra casa, Beatriz?
D. LUIS
En mi casa, porque ella
es tan cuerda,
tan prudente,
tan advertida, y atenta,
que hizo elección
de la mía,
así como faltó desta.
No digo yo que disculpo
haber con causa, o sin ella,
vuestra cólera irritado,
ni que vos con la ira
ciega
os destemplaseis tampoco,
—39→
pero al fin, cosas
como estas,
que de una parte, y de otra
no fáciles
se sujetan,
ni en ella al uso del juicio,
ni en vos
al de la prudencia;
ya sucedidas, no hay cosa
como
acudir con presteza
al reparo que las calla,
y no al
golpe que las cuenta.
El que no llega a saber,
que
el honor de un aire enferma,
es más dichoso que
honrado;
pero el que sin culpa llega
a saber que hay
accidentes
en su honor, y los remedia,
más honrado
es, que dichoso:
y en estas dos diferencias,
ninguno
lo es más, porque
igualmente airosos quedan,
el uno, porque lo ignora,
y el otro, porque lo enmienda.
En fin, lleguemos al caso:
Doña Beatriz es
tan cuerda,
(ya lo dije) que ya que hubo
de dejar tímida,
y ciega
su casa, se fue a la mía;
porque yo
a deciros venga,
que sin que nada supláis
en
estimación, porque esta,
ni es plática que
ella usara,
ni medio que yo eligiera,
perdonéis
no sé qué yerro
de amor, tan dorado en ella,
que restaura en calidad,
lo que pierde en conveniencias:
(este es el caso, entre ahora
el juicio de quien
le media.)
Si hoy en términos, D. Diego,
—40→
vuestra
elección estuviera,
lo mejor fuera mejor;
pero
cuando no hay defensas,
para que lo que ya está
sucedido, no suceda,
no hay cosa como engañarse
uno a sí mismo, y que sea
la que obre la voluntad,
porque no lo haga la fuerza
del mal el menos; y
más
cuando prosigue ella mesma,
que si de vuestro
rencor
su rendimiento no llega
a dispensar en lo
fácil,
postrada, humilde, y sujeta,
por mí,
a vuestros pies os pide,
que sólo la deis licencia,
para elegir de un convento
por sepultura una celda.
D. DIEGO
Señor D. Luis, yo os he oído,
con deseo de que sean
hermanas de un mismo parto
la pregunta, y la respuesta
pero habiendo de ser mía
la una, y siendo la otra vuestra,
claro está,
que al conformarlas,
han de disonar por fuerza;
porque
no pueden unirse
en metáfora de cuerdas,
la que templa la cordura,
con la quel dolor destempla
pero ya que mitigado,
y no en poca parte, deja
arbitrios para que elija
lo mejor, muy mal hiciera
en no hacerlo, pues no hallara
disculpa, si en tanta
pena
se desbocara el enojo,
—41→
teniéndole vos
la rienda.
A mi hermana, lo primero
es justo que la
agradezca,
ya que su casa dejó,
que la dejó
por la vuestra.
Y así en albricias, D. Luis,
de una elección tan discreta,
quiero pagarla
con otra;
mas digo mal, que es la mesma:
pues si ella
de vos se vale,
yo también, y en competencia
suya, a vuestras plantas pongo
honor, fama, vida, hacienda:
todo es vuestro, nada mío;
id, y de cualquier
manera
que vos, señor, despongáis
la plática, vengo en ella,
como antes que la voz
corra,
Beatriz a su casa vuelva
trátese con
el decoro
igual, y digno a sus prendas,
el estado
que ella elija,
que a precio que no se entienda
que
falta Beatriz de casa,
ni que a mi disgusto intenta
tomar estado, yo quiero
anticipar la licencia:
mas debajo del pretesto,
que en calidad, en nobleza,
en punto, en estimación,
un átomo, una
apariencia
he de dispensar, porque
en tocando esta
materia,
importará mucho menos
que lo perdido
se pierda,
que lo por perder, que un daño
o se olvida, o se consuela,
o se acaba con la vida;
mas no cuando el daño queda
—42→
vinculado en una
casa,
a ser de su sangre herencia.
D. LUIS
Una
y mil veces los brazos
me dad, que de otra manera
estilo
no hallo con que
tal valor os agradezca:
quedad con
Dios, que no veo
la hora de llevar con nueva
de
tanto gusto.
D. DIEGO
Esperad,
que por la quietud siquiera
del pensamiento de un triste,
será justa piedad sepa,
ya que la fineza
hace,
por quién hace la fineza.
D. LUIS
Tenéis razón, mas no puedo
decirlo yo, que
discreta
Beatriz lo calla, por no
empeñaros
en la ofensa,
hasta la resolución;
y supuesto
que es tan cuerda,
yo sabré quién es, y
al punto
volveré con la respuesta.
D. DIEGO
¿No será mejor que vaya
yo con vos, para saberla?
D. LUIS
No, que hasta estar informado
yo de todo,
no quisiera,
que quien a Beatriz parece
digno, a
vos no os lo parezca,
y estando en mi casa...
D. DIEGO
Oid
no prosigáis, fuera de ella
me quedaré.
D. LUIS
En
eso haced
vuestro gusto.
D. DIEGO
¿Quién
creyera
que el que juzgué que venía
cargado de honrosas quejas,
a darme por su honor muerte,
a dar vida a mi honor venga?
—43→
LEONOR
Mucho, Beatriz,
me pesa,
que ya que a mi amistad tanto interesa
hoy en tu compañía,
la triste, la mortal
melancolía,
que padeces, sea parte
a deslucirme
el bien de consolarte.
Trata, pues, en vano
esperar
siempre lo peor; tu hermano,
de mi padre advertido
no dudo que prudente
darte el estado intente
que
a todos está bien, con que habrá sido
el
pasado disgusto
tercero felicísimo del gusto.
No siempre viene el día
de parte del pesar.
BEATRIZ
¡Ay
Leonor mía!
que aunque a despecho de mis dichas,
crea
que puede ser que sea,
como dices, tercero
el disgusto del gusto, no lo espero,
si doy crédito
a una
presunción, hija al fin de la fortuna.
LEONOR
¿Pues qué temes ahora?
BEATRIZ
Que el dueño
que ha de serlo, (¡ay de mí!) ignora
donde estoy,
y quedando persuadido
a que un aleve, un falso, un atrevido,
que a mi reja llamó, sin culpa mía,
ser mi amante podía,
¡Oh! el cielo le destruya
con el poder de toda la ira suya,
dándole más
fatigas,
que padezco por él.
LEONOR
No
me lo digas.
BEATRIZ
¿Qué te va a ti en que alivie
mis pasiones?
LEONOR
Hácenme estremecer las maldiciones.
BEATRIZ
Estará sospechoso
de presumir, en vano,
que pude, por el miedo de mi hermano,
irme a valer
de, quien está celoso;
—44→
y como a este dudoso
concepto (¡ay Dios!) la presunción entregue,
cuando
la nueva llegue
de que viene D. Diego
en nuestro
casamiento, podrá ciego
hacer reparo, en cuyo trance
advierte
cuál es, Leonor, mi desdichada suerte;
pues aún de lo mejor que me suceda,
apelación
a mis desdichas queda.
LEONOR
No queda, pues el daño
resulta en uno, y otro desengaño.
BEATRIZ
Si
tú, Leonor, quisieras,
finezas a finezas añadiendo,
hacer una por mí, fácil pudieras
vencer
el mal de que me ves muriendo.
LEONOR
Servirte sólo
es lo que yo pretendo.
BEATRIZ
Pues dame...
LEONOR
¿Qué?
BEATRIZ
Licencia
de que un papel le escriba,
porque dudando donde
estoy no viva.
LEONOR
Sí; ¿mas quién ha de
hacer la diligencia,
si ves que una criada,
que es
la que ir puede fuera solamente,
hoy vino a casa, y es
inconveniente
tan presto hacerla sabidora?
BEATRIZ
En
nada
repara quien desea:
yo la hablé ya, y como
ella gusto vea
en ti, dice que irá donde la diga.
LEONOR
Tu pena, más que tu amistad, me obliga;
haz lo que tú quisieres.
BEATRIZ
¡No, amiga, esclava
soy, mi dueño eres.
LEONOR
Ven, darete, Beatriz,
mi escribanía.
BEATRIZ
¿Juana?
JUANA
¿Señora
mía?:
BEATRIZ
Ya
licencia tengo.
JUANA
Dame el papel, verás qué
presto vengo,
que ya que me ha traído
Ginés
aquí por su amo, justo ha sido
que también
a su ama
sirva, supuesto que ella también ama
y una, y otra porfía
—45→
afectas son a la prebenda
mía.
D. JUAN
Entra primero tú, delante
pasa,
hasta saber si está Don Luis en casa.
CHACÓN
Allí está sola una criada.
D. JUAN
Della
puedes saberlo.
CHACÓN
¿Oye
usted, doncella?
¡Pero qué es lo que veo!
mentí como un sacrílego.
JUANA
El
deseo,
o sombras fine, o mi ventura ha sido;
seas,
Chacón, mil veces bien venido,
donde un alma te
espera enamorada.
CHACÓN
Tú, Juana, seas
mil veces mal hallada.
JUANA
Mal merecen estilo tan grosero
el amor, y la fe con que te espero
¿tú me hablas
desa suerte?
¿há mi bien, mi señor?
CHACÓN
Mi
mal, mi muerte.
JUANA
¿Qué es esto?
CHACÓN
¿Qué
preguntas,
si eres un Cocodrilo, una Sirena,
que para
mayor pena,
trecemesina mente a un tiempo juntas
traición
y halago? Mas pues no barruntas
lo que es esto, y fingiendo
que lo ignoras,
exequias cantas, parabienes lloras,
yo lo diré: puedes negarme, ingrata,
falsa, aleve,
cruel, fiera, mulata,
perdona el consonante,
carguéme
de razón, paso adelante,
lo que en tu misma casa
a mi me pasa?
JUANA
¿En qué casa, Chacón,
si esta es mi casa?
CHACÓN
¿Esta es tu casa?
JUANA
Desde
que te fuiste,
por vivir en tu ausencia sola, y triste,
quitada de ocasiones,
de malas lenguas, y murmuraciones,
dejé la que tenía;
criada soy de Leonor.
CHACÓN
Ay
Juana mía,
perdona, que los celos
duelo no
tienen, aunque tienen duelos:
llega, señor, oirás
el más estraño,
el mejor, el más
dulce desengaño.
—46→
JUANA
¿De eso tratas ahora?
CHACÓN
¿He de tratar del reto de Zamora?
Seas,
o Juana, el susto despedido,
bien hallada.
JUANA
Tú
seas mal venido.
CHACÓN
¿Tal pronuncia tu labio?
¿a mi Juana? ¿a mi bien?
JUANA
Mi mal, mi agravio.
CHACÓN
¿Qué es esto?
JUANA
Ser
quien soy, verme ofendida.
LEONOR
Toma, Juana, el papel,
vé por tu vida,
que porque no saliese ella acá
fuera,
yo te le traigo.
D. JUAN
Espera,
que antes que Juana con él
vaya donde tú
la envías,
han de ver las ansías mías
lo que contiene el papel.
LEONOR
Siempre conmigo cruel,
D. Juan, siempre sospechoso,
recatado, y temeroso,
cuando juzgo que previenes
más fino obligarme,
¿vienes
a ofenderme más celoso?
D. JUAN
Leonor, aunque mi albedrío
tenga de ti confianza,
ha de temer tu mudanza
el poco mérito mío.
Yo de ti no desconfío,
de quien desconfío
es de mí;
y supuesto, siendo así,
que a mí me temo,
y tengo de ver el papel...
LEONOR
¿Le has de ver?, pues oye.
D. JUAN
Dí.
LEONOR
Aqueste papel no es mío,
ni yo lo escribo,
ni sé
lo que en sí contiene, aunque
ves
que soy la que le envío:
yo de tu mano le fío;
mas con esta condición
que si lees un renglón,
—47→
de nuevo me he de ofender,
y si le vuelves sin leer
creeré la satisfacción
que tienes de
mí; de suerte
que estar de nuevo ofendida,
u de nuevo agradecida,
en tu mano pongo...
D. JUAN
Advierte
que es un examen muy fuerte,
una esperiencia muy nueva,
y muy rigurosa prueba
poner al que está mortal
en los labios el cristal,
y decirle que no beba.
Darine, Leonor, el papel,
a que en mi mano le vea,
y mandar que no le lea,
es precepto tan cruel,
como
fuera darle a aquel
que ya en la prisión desmaya,
pisando la última raya
de la vida su aflicción,
la llave de la prisión,
y decir que no se vaya.
Ver que a una criada le das,
y no ver a quién
le envías;
ver que a mi mano le fías,
para volverle no más,
lo mismo es, si atenta estás
a condición tan severa,
que si desde la ribera,
al que ahogarse miraras,
una tabla le arrojaras,
con ley de que no la asiera.
Lo mismo es decirme aquí
que no es tuyo, y pretender
que lo que yo puedo
ver,
sin ver, lo crea de ti,
que si al que ardiendo
(¡ay de mí!)
—48→
en un incendio tirano,
le persuadieras
en vano
a que el fuego no apagara,
esperando que llegara
a socorrerle otra mano.
Y así, aunque lidien,
Leonor
en tan estraño precepto
de una parte
tu respeto,
de otra parte mi temor:
perdona, que fuera
error,
que yo morir me dejara,
sin que del cristal
probara,
sin que la prisión rompiera,
sin que
a la tabla me asiera
y sin que el fuego apagara.
(Lee.)
Porque no presumáis de mí, que no deseo hacer
siempre lo mejor, sabed, que donde vine a favorecerme anoche,
fue en casa de Leonor; en ella...
No hay que leer más;
y si yo
que no te ofendía creyera
todo esto
dicho le hubiera
a quien Beatriz lo escribió.
LEONOR
En fin, no te engañé.
D. JUAN
No.
LEONOR
¿Luego ingrato eres?
D. JUAN
Soy
fiel
toma el papel.
LEONOR
¿Yo
el papel?
ni verlo quiero.
D. LUIS
Yo
sí.
LEONOR
¡Ay infelice de mí!
D. JUAN
¿Quién vio lance más cruel?
D. LUIS
¿Qué es esto, señor D. Juan?
¿vos en
mi casa? ¿qué es esto?
¿Leonor, enojada tú?
¿porfiando uno, otro sintiendo?
pero no, no lo digáis,
que pues he llegado a tiempo
que este papel me lo
diga,
del lo sabré.
D. JUAN
¡Yo
estoy muerto!
—49→
LEONOR
¡Yo confusa!
JUANA
¡Yo
turbada!
CHACÓN
Yo, si la verdad confieso,
estoy
ahora como cuando
tengo muchísimo miedo.
LEONOR
¿Para qué quieres, señor,
de aquese papel
saberlo,
si mejor de mí podrás
saber
la verdad? ¡ea, cielos,
favor aquí!
D. JUAN
¿Qué
pretende
decir Leonor?
CHACÓN
Algún
cuento.
LEONOR
Beatriz, le escribió a su amante,
que será ese caballero,
que yo no he visto en
mi vida,
ni sé quién es; él, sabiendo
por él, que está aquí Beatriz,
traído de sus efectos,
dice, que ha de entrar
a hablarla;
y porque se lo defiendo,
diciéndole
que es engaño,
(por lo que yo a mí me debo),
para convencerme él
me daba el papel, a efecto
de que le leyera yo;
y así, me estaba diciendo:
torna el papel; a que entonces
yo, el papel, ni verle
quiero
respondí, dándole al aire.
D. LUIS
Lo que dices tú, es lo mesmo
que dicen papel,
y acción.
LEONOR
Ahí verás que yo
no miento.
CHACÓN
Y cómo, así las
verdades
son de todas las del pueblo.
D. LUIS
Por
cierto, señor D. Juan,
vos no habéis
andado cuerdo,
ni en atreveros a entrar
en mi casa,
ni en poneros
en demandas con Leonor
D. JUAN
Señor,
mi amor, mi desvelo,
—50→
en amar a Beatriz, es
justo,
y...
D. LUIS
Disculpas
no quiero,
ni a todo lo que pudiera
estender mis sentimientos;
porque en efecto no es
ya de mi edad todo el duelo;
y mas, cuando de enmendar
trato los disgustos vuestros;
para el fin de vuestras bodas,
de hablar a D. Diego
vengo,
él responde tan prudente,
tan advertido
y atento,
que olvidado del disgusto,
sólo trata
del remedio
en su honor; y aunque dudaba
en sólo
saber si el dueño
que eligió Beatriz, tenía
en sangre merecimientos
que igualasen a la suya;
ya (siendo vos el sugeto,
en quien tan calificados
quedan todos sus recelos,
como en quien goza la altiva
sangre ilustre de Toledo)
no hay que reparar; y así,
a decirlo a Beatriz entro,
por ganar yo las albricias,
y porque sepa que dejo
toda su pena acabada:
vos
esperad, que al momento
a D. Diego llamaré
para que alegre, y contento,
hermano, y amigo os hable.
LEONOR
¿Tan presto quieres todo esto
atropellar?
D. LUIS
Estas
cosas
son mejor cuanto más presto:
no veo
la hora de echar
de mi casa tan opuestos
—51→
lances a
mi condición muy bueno,
en verdad, es esto,
Leonor para tu recato;
váyanse allá con
sus celos,
y su amor.
D. JUAN
¿Ay
Leonor mía,
qué has hecho?
LEONOR
Qué
he de haber hecho,
valerme de una disculpa,
y la
disculpa me ha muerto.
D. JUAN
Aún el empeño
que falta
es peor, porque en saliendo
Beatriz a verme,
es forzoso
decir, que no soy el dueño
de
su amor; y cuando quiera
hoy por ti fingir el serlo,
es empeñarme a tratar
con D. Luis el casamiento:
y en materia tan pesada,
no he de mentir.
LEONOR
Todo
esto
de enmendarse, D. Juan
D. JUAN
¿Con qué?
LEONOR
Con
dar tiempo al tiempo.
Vete tú antes que ellos salgan,
y déjame a mí.
D .JUAN
Mal
puedo
yo en tanto riesgo dejarte.
LEONOR
En yéndote
tú, no hay riesgo.
D. JUAN
¿Cómo si
D. Luis a mí
nombra, y Beatriz a Don Pedro,
puede dejar de quedar
todo el lance descubierto
y
resultar contra ti
la presunción del empeño?
LEONOR
No viéndote a ti, es cuestión
de nombre esa; y en efecto,
dar tiempo al tiempo te
importa.
D. JUAN
A mi pesar te obedezco.
CHACÓN
Salgamos, señor de aquí,
una por una.
LEONOR
Y
sea presto,
que vuelve mi padre ya.
D. JUAN
A Dios, mas hay otro encuentro
—52→
para no poder salir,
que está a la puerta D. Diego,
en la calle; y
es indicio
verme salir de acá dentro.
LEONOR
Pues retírate a esta cuadra.
CHACÓN
Dios
te depare embeleco
curioso, y aprovechado.
LEONOR
¿Juana?
JUANA
¿Señora?
LEONOR
Silencio,
que aunque hoy es primer día
que me sirves...
CHACÓN
¿Cómo
es eso
de primer día?
D. JUAN
¿Qué
haces?
LEONOR
Fío, que guardes secreto,
digas
que el papel diste
a quien iba.
D. JUAN
Yo
lo ofrezco.
LEONOR
Pues retírate de aquí,
que quedando sólo esto,
se hará mejor
la desecha
a la disculpa que pienso
dar de haberse
D. Juan ido.
JUANA
¡Brava trama se va urdiendo!
allí
está en gran puridad
con Beatriz volando el viejo;
D. Juan escondido aquí,
a nuestra puerta
D. Diego;
Leonor en obligación
de decir segundo
enredo;
Chacón celoso, culpada
yo; ¿ven ucedes
to esto?
pues en qué para verán
sólo
con dar tiempo al tiempo.
Elijamos otra comedia de este
género, en que se halla más perfectamente descrito
que en otra alguna el carácter caballeroso de la época;
y es el Postrer duelo de España.
D. Pedro Torrellas,
caballero de Zaragoza, amaba correspondido a Doña
Violante de Urrea, huérfana de una familia que había
hecho grandes servicios
—53→
al Estado. Observaban grande secreto
en su amor, esperando que saliendo D. Pedro con un pleito,
y ella con la pretensión de que se le premiasen los
méritos de su padre pudiesen casarse con medios para
sostener el esplendor de ambas casas. Llegó en este
tiempo a España el emperador Carlos y de vuelta de
su coronación en Alemania, y D. Pedro fue uno de los
diputados para cumplimentarle apenas puso el pie en el reino
en nombre de la nobleza de Aragón. Bien admitido y
agasajado en la corte, la siguió en el viaje que hizo
Carlos por varias provincias de España, hasta que
llegó a Zaragoza.
La comedia empieza entre los regocijos
públicos que hizo esta ciudad al recibimiento del
rey emperador, dando D. Pedro los brazos a D. Gerónimo
de Ansa, su amigo y pariente: habiéndole D. Pedro
contado los pormenores de su viaje, le hizo D. Gerónimo
confianza de su amor a una dama que no había visto
hasta pocos días antes: díjole que era desdeñado,
y que la causa de estos desdenes era, según había
sabido de una criada sobornada, tener la dama otro amor.
Mientras está en la conversación, la interrumpe
un criado de D. Gerónimo, diciéndole que ya
es hora de ir a la audiencia del emperador. D. Gerónimo
dice a D. Pedro, que va acompañando a la dama que
adora, la cual había de presentar aquel día
un memorial. D. Pedro concurre también, y ve que la
dama es su Violante. Este es el nudo de la acción.
D. Gerónimo, después de la audiencia, habla
con D. Pedro, y lo dice que para descubrir quién es
el galán oculto, que le impide ser amado, piensa hacer
público su galanteo, alborotando la calle de Violante
con músicas, lo que obligará al desconocido
a descubrirse:
que si es noble caballero
el que con favores calla ruin
el que calla con celos.
—54→
Dice esto a D. Pedro, y se despide, dejándole
incierto de lo que debía hacer, luchando entre la
obligación de vengar sus celos, y la de guardar el
secreto prometido a su dama. Aquella noche va a verla: es
recibido con sumo cariño; pero suena la música
en la calle, y los versos que se cantaban no podían
dirigirse a otra que a Violante. Retírase indignado,
y en su opinión desobligado al silencio. Con esto
se termina la primera jornada.
En la segunda D. Pedro se
declara con D. Gerónimo de la manera más suave
que le es posible. La escena es de las mejor escritas de
Calderón; y en ellas se nota hasta que punto puede
un caballero instigar los derechos de tal sin desdorarse.
Pero nada basta: su rival, indignado de que D. Pedro no hubiese
correspondido a su confianza, no quiere ceder, y el desafío
es inevitable.
Verificose al otro lado del Ebro. D. Pedro,
yendo a caballo con suma priesa, cayó y se lastimó
algo del brazo de la espada: mas no por eso dejó de
sacarla y pelear. El brazo, entumecido de la caída,
no sostuvo el valor del ánimo, y dejó caer
la espada. D. Gerónimo, en vez de valerse de su ventaja,
le da lugar noblemente para que cobre la espada, y vuelva
a la lid. D. Pedro, agradecido a la generosidad de su enemigo,
la arroja a sus plantas, y pido que le dé la muerte,
preferible al deshonor. D. Gerónimo, para asegurarle,
le ofrece mano y palabra de caballero de que jamás
descubriría a nadie lo que había pasado; y
se despide de él sin exigirle nada, pero diciendo
que él amaba a Violante, y que no podía olvidarla.
Fue testigo oculto de toda esta escena Benito, criado de
una vecina casa de campo, donde vivía Serafina, prima
y amante de D. Pedro, aunque no correspondida, y que llevaba
muy a mal que este caballero no admitiese las proposiciones
que le hacía la parentela de casar con ella. Benito
como a su ama todo lo que había visto; y Serafina,
que tenía amistad con
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Violante, sabiendo el secreto
de su amor, irritada de los celos y del desprecio, tratar
de vengar uno y otro. Para esto hace un viaje a la ciudad,
visita a Violante, la pide que mande llamar a D. Pedro, con
quien tiene que tratar un asunto de importancia. Preséntase
D. Pedro, y Serafina en un discurso, lleno de malignidad
y de hiel, le ruega que prosiga en no dar oídos a
las proposiciones de los parientes para el casamiento de
ambos: porque ella, concluye, no ha de dar su mano a un hombre
a quien se le cayó la espada en un desafío.
Dicho esto, se retira, dejando helada a Violante, y enfurecido
a D. Pedro contra su rival, que en su opinión había
faltado al secreto prometido.
En el tercer acto, mientras
busca D. Pedro los medios de venganza, oye cantar a los villanos
que entraban eh la ciudad esta canción:
«Salieron a reñir dos caballeros;
cayósele la espada al uno de ellos.»
Su furor
llega a ser delirio: encuentra a D. Gerónimo, y le
acomete: D. Gerónimo se defiende; impiden el lance
los señores de la corte amigos de ambos. El rey, que
no estaba lejos, se presenta, y D. Pedro le informa del duelo
y de la causa de él, concluyendo con pedirle campo,
según el fuero de Aragón, para pelear con su
enemigo. El rey le remite al Condestable, que le señala
campo en Valladollid, adonde en aquel momento partía
Carlos V. Violante camina a la misma ciudad con el pretexto
de sacar el despacho de su pretensión, pero en realidad
siguiendo a su amante. Serafina, sabido el triste efecto
de sa despecho, sigue su ejemplo por ver si llega a tiempo
de instruir a D. Pedro de la fidelidad con que D. Gerónimo
guardó el secreto, e impedir los desastres del duelo.
Antes que ella pueda presentarse se verifica el duelo, presidido
por el mismo Carlos V en persona, y ejecutado con toda las
ceremonias de jurar los
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combatientes, trocar las armas,
partir el sol y presentarse a la pelea, descritas fielmente.
Esta escena, bien ejecutada, es un espectáculo que
debe agradar sobremanera. Después que hubieron peleado
con las hachetas de desarmar y las espadas, vienen a los
brazos. El César arroja en el campo la vara de oro,
en señal de que cese el duelo; y viendo que no se
separaban, dice enojado:
«¿Qué es esto? Pues ¿cómo, cuando
yo depongo la vengala
de oro en el campo, en señal
de que tomo
sobre mí de ambos la causa,
dándoos
a los dos por buenos
caballeros, la ira es tanta,
que no os detenéis? prendedlos.
PADRINO
Señor...
OTRO
Señor...
CARLOS
Basta,
basta;
y a tales padrinos pueden
agradecer que no haga
más demostración: a entrambos
desenlazad
las coladas,
y daos las manos de amigos:
porque habiendo
visto cuánta
es vuestra bizarría, quiero
no me haga a otras lides falta
más generosas.
Serafina, que avisó aunque tarde al padrino de
D. Gerónimo, se presenta en el palenque, y declara
que lo que había sabido era por boca de Benito, y
no de aquel caballero. D. Gerónimo, agradeciendo el
cuidado de dejar bien puesto su honor, le da la mano, al
mismo tiempo que D. Pedro a Violante. La comedia concluye,
mandando el César que se escriba al papa para que
prohíba con los anatemas de la Iglesia la costumbre
del duelo: lo que justifica el título de El postrer
duelo de España que tiene el drama.