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Lecciones de Literatura Española

Explicadas en el Ateneo Científico, Literario y Artístico

Tomo II

Alberto Lista y Aragón



Portada





  —1→  

ArribaAbajo17.ª lección

Primera de Calderón


Cuando después de leídas las mejores comedias de Lope, Tirso, Mira de Mescua y Velez, se pasa a leer el teatro de Calderón, se experimenta una sensación muy semejante a la que se experimenta pasando de los dramas de Virúes, Juan de la Cueva y Cervantes, a los de Lope: parece que se entra en un mundo nuevo, en que el arte se halla más perfeccionado. Lope fijó las formas dramáticas: fue el inventor de las situaciones, de los efectos y de los caracteres: este era un paso de gigante en la penúltima decena del siglo XVI. Calderón dio otro no menos grande después del primer tercio del XVII, y llevó a su perfección el teatro español, dando a la fábula una regularidad desconocida hasta él, deduciendo de una situación dada todos los incidentes que debía producir, desdeñando los medios y recursos imprevistos que tantas veces afean las comedias de Lope rompiendo la unidad de acción y extraviando el interés. Su versificación es más llena, más robusta, más artificiosa: pocos le han igualado en el arte de formar períodos poéticos, y hasta él no se conocieron los cortes en el verso de ocho sílabas, que hasta entonces sólo se creía propio por su facilidad y sencillez para expresar afectos tiernos.   —2→   Su estilo es fogoso, atrevido, lleno de expresiones y metáforas nuevas: su lenguaje, que es constantemente urbano y propio de la buena sociedad de su siglo, se eleva a toda la grandilocuencia de la lírica y de la epopeya cuando el asunto lo requiere, aunque en los asuntos pastoriles no pueda sufrir comparación con la amable candidez de Lope. Sus sales cómicas, sin ser malignas como las de Tirso, están sin embargo llenas de intención satírica; pero no hieren, sólo pican agradablemente como las de Horacio.

Tantas y tan grandes prendas dramáticas bastarían por sí solas para hacer superior a Calderón a todos sus predecesores, incluso el mismo Lope, a pesar de la sinceridad y nobleza con que el mismo Calderón le cita en varios pasajes de sus comedias. Pero todavía hay en este insigne poeta un mérito mucho mayor que todos los que hemos enunciado; y es el de haber creado un mundo ideal, en el cual se hallaban satisfechas las principales necesidades morales de la sociedad en que vivía.

En efecto: cuando él comenzó a trabajar para el teatro de una manera constante, que fue en 1536, habiendo vuelto de Flandes, donde militó de 10 a 11 años, era todavía la nación española la más poderosa de Europa, y por consiguiente el centro de la política. A la verdad el sistema de conquistas cesó con la muerte de Felipe II: habíase adoptado el de la conservación. El siglo XVI había sido todo de acción y de movimiento: en el XVII empezó la época del descanso: y en esta situación es cuando las grandes naciones gustan de reflexionar sobre sí mismas, de estudiar su carácter propio, y de conocer las prendas y cualidades que las han elevado a un alto grado de poder.

Calderón, si hemos de dar asenso a las cortas noticias que nos restan de su vida, y que están conformes con el personaje de caballero español que tan frecuentemente repitió en sus dramas, era por su carácter personal el de su nación. Sabemos   —3→   él que era caballero por su origen, noble en sus sentimientos, valiente, afable con los iguales e inferiores, respetuoso sin bajeza con los superiores, dadivoso, caritativo. Sabemos además que poseía en alto grado el espíritu de la religión, a la cual consagró sus últimos años, recibiendo las sagradas órdenes: en lo cual fue semejante a Lope y a Tirso; pero no fue casado antes como Lope, ni la historia ha conservado ninguna anécdota amorosa de su vida. De creer es que poeta y soldado, no le faltarían en su juventud: mas también es de creer, que su manera de amar sería la misma que describe en sus comedias, porque esa es la única digna de un caballero, cuyas prendas consta que poseía en alto grado.

Pues bien: esas mismas prendas eran las generales de las personas distinguidas no sólo de su época, sino también de las anteriores: porque como en los siglos de mayor rudeza, las cualidades aun propias del noble español eran la piedad religiosa, el valor, el amor, el respeto al bello sexo, la generosidad y la lealtad. Si Calderón quería interesar a sus contemporáneos, bastábale describirse a sí mismo.

En cuanto a las mujeres, tenía a la vista dos grandes modelos: Lope, que las describió verdaderamente amables, pintando la ternura y la constancia de su pasión, y Tirso, que las presentó casi siempre, amando a la verdad; pero con un amor mezclado de vanidad, de interés y de liviandad. Calderón con el tacto fino que siempre acompaña al genio, conoció que las mujeres de Tirso no podían interesar a los espectadores de su época, que conocían el verdadero amor, que la liviandad descrita, aunque sea con toda la urbanidad y destreza de Tirso de Molina, produce siempre efectos perniciosos en moral: y por consiguiente se resolvió a seguir el sistema de Lope de Vega en cuanto a los caracteres mujeriles añadiéndoles un dote, que templando la expresión de la ternura, excesiva tal vez en los dramas de su modelo, diese una nueva dirección   —4→   a las ideas y sentimientos amorosos. Este dote fue la altivez. Una dama de Lope ama a su galán: una de Calderón ama no sólo la persona de su querido, sino su honor, su gloria, su engrandecimiento: y renunciaría por estos nobles y sublimes objetos, al mismo amor en que cifra su felicidad.

Estos son, pues, los elementos del mundo ideal que creó Calderón, que repitió en la mayor parte de sus comedias, y que se encuentra imitado y adoptado, aunque con otras modificaciones, en las obras inmortales de Corneille y Racine. Estúdiense los caracteres de las princesas que estos dos insignes trágicos describieron en sus tragedias, y sabiendo que fueron posteriores a Calderón, que la lengua española era entonces el idioma común de la diplomacia y de los palacios, como lo fue después la francesa, y que las composiciones del poeta favorito de Felipe IV eran tan conocidas en París como en Madrid, no será necesario preguntar si deben las heroínas de aquellos trágicos franceses la altivez generosa, la noble sublimidad que las distingue, a las damas que describió Calderón en sus comedias.

El grande agente del teatro de los griegos y de los romanos era el fatalismo: potencia invisible y misteriosa, cuya acción, prevista por los oráculos y conocida después en el efecto, llenaba los espectadores de terror y piedad. El grande agente del teatro que perfeccionó Calderón, es el honor erigido en divinidad. El amor mismo, aunque deidad también, le estaba sometido. Con este principio queda explicado el mundo ideal de sus dramas; y es la clase de todos sus caracteres.

Los hombres son valientes, porque la cobardía es incompatible con el honor: incapaces de sufrir impunemente una injuria; pero también incapaces de faltar al amor ni a la amistad. Aman con idolatría, y el amor es la ocupación exclusiva no sólo de su corazón, sino también de su entendimiento: de aquí sus largos razonamientos   —5→   acerca de esta pasión, que algunos críticos necios han censurado como alambicados, fríos y contrarios a la pasión: no advirtiendo que la mayor prueba que puede dar un delirante de su locura es raciocinar mucho sobre ella, y todos los enamorados de Calderón aman con delirio. Aman, sí; pero sus celos son terribles, porque el honor los exalta, el honor, que se cree ofendido con la competencia de un amante casi tanto como con el proyecto de seducir una esposa. Hasta que el galán se haya desengañado de sus celos, no espere de él su querida más pruebas de cariño que furores y proyectos de venganza contra su rival.

Las mujeres aman con la misma idolatría, pero teniendo siempre presente el respeto debido a su honor. Reciben las quejas celosas con altivez, pero procuran satisfacerlas. Las dan cuando creen tener motivo para ello: pero se valen de todos los recursos artificios del sexo para dar fuerza a su razón. No pueden tolerar que sus amantes vivan desairados o sin honor, y emplean toda la vehemencia de su alma y todos los medios que están a su alcance para borrar hasta el menor vestigio de desaire o de mancha.

En una palabra, el amante en Calderón es el protector que el cielo ha destinado a la amada: esta es una deuda de honor: pero para cumplirla necesita ser absoluto y exclusivo dueño de todas las afecciones de su dama. La amada por su parte se somete a este dominio: pero necesita para recibir el yugo que el honor de su amante esté tan intacto como el corazón que ella le entrega. Este género de amor, que en nuestro entender es el más intimo y verdadero, porque liga las almas con el lazo más fuerte de todos, que es el del honor cuando se cree en él, dominó en nuestro teatro desde Calderón, que lo introdujo a mediados del siglo XVII, hasta Zamora, el último de sus imitadores que merece ser mencionado, y que escribía a principios del XVIII.

Casi todas las comedias urbanas o de capa y espada   —6→   de Calderón, se reducen a la fábula siguiente: un amor turbado por los celos, y que viene a ser feliz por el desengaño. Parece imposible que no fastidie un mismo asunto repetido tantas veces: y en eso es en lo que estriba más el talento dramático de Calderón. Sabe diferenciar de tantas maneras el motivo de los celos, y por consiguiente los incidentes y el desenlace; sabe distribuir la acción con tanta maestría y subordinar los lances haciéndolos derivarse naturalmente unos de otros, que aunque el fondo del cuadro sea igual, no lo son ni las figuras ni los sucesos. Siempre Calderón es el mismo y siempre es diferente. Sólo es constante en llevar siempre embelesado al espectador o al lector de suceso en suceso hasta el fin del drama. En efecto sobre todas las dotes que hemos explicado de este insigne poeta, sobresale la mayor de todas en la poesía dramática, que es la de interesar. Es imposible analizar el artificio o los medios que emplea para ello: el don de producir interés, es el secreto del genio: y a veces el mismo genio ignora que los posee hasta que ve sus efectos en los espectadores. Sin embargo hasta cierto punto hemos visto ya las cualidades que podían asegurar aquel don a nuestro Calderón. Las exposiciones son tan brillantes por lo menos como las de Lope: las situaciones y actos teatrales los mismos: pero no le sucedía como a su maestro introducir episodios desligados del asunto, ni salir de una situación por medio de un suceso imprevisto. Por más complicadas que sean sus fábulas, no sucede nada en ellas, que no sea consecuencia de una situación ya dada y bien expuesta. Si a esto se agrega la belleza ideal de los caracteres, la magia del estilo, la vivacidad del diálogo, y la expresión metafórica y atrevida de la sentencia, no deberá extrañarse el grado de interés que inspiran sus composiciones.

Este interés es tan grande, que en sus autos sacramentales se siente con respecto a los mismos seres ideales y alegóricos que introduce. La gracia, la naturaleza   —7→   humana, el hombre, la muerte misma nos excitan sentimientos ya de amor, ya de piedad, ya de terror.

Acuérdome que en mi juventud, hablando con un grande amigo mío y compañero en el estudio de la literatura, me dijo una vez: «¿Podrás tú explicarme, por qué cuando leo una tragedia de Racine o una comedia de Moliere, puedo dejarla sin concluir, y si me pongo a leer una comedia de Calderón (que bien ves tú, ninguna sigue las reglas del arte) me es imposible abandonar la lectura hasta acabarla?» Entonces no supe explicar este fenómeno: ahora ya podría responder que la principal regla del arte, y sin la cual de nada sirven las demás, es interesar.

Calderón interesó en gran manera a su siglo, y la prueba es que sus numerosos sucesores imitaron su género. Si en nuestros días no interesan sus comedias, y están como desterradas del teatro, la culpa no es suya, sino nuestra. La generación actual es muy positiva, como dicen, y ha cerrado quizá para siempre las puertas del Paraíso amoroso que creó Calderón. Guárdanlas, no un arcángel con espada de fuego, sino los monstruos tan aborrecibles como la lubricidad y el interés.

¡Ah! si esta cátedra fuera de filosofía moral, y no de literatura española, ¡cuánto placer tendría en analizar lo que quiere decir el epíteto positivo, aplicado al siglo presente y contrapuesto a lo que se llaman ilusiones de la imaginación! Pero no es este mi deber: bastará sólo decir lo que ninguno de los que tienen la bondad de oírme dejará de sentir en lo íntimo de su corazón por poca experiencia que haya tenido del mundo: a saber, que en un momento de ilusión, ya artística, ya moral, está encerrado un tesoro de verdadera y pura felicidad, incomparablemente mayor que el que pueden producir muchos años de placeres y goces exclusivamente materiales. Lo que el mundo llama Ilusiones compone la verdadera vida   —8→   del hombre. Pero volvamos a nuestro propósito.

El suceso más insignificante basta a Calderón para formar el nudo de su fábula. Un galán ausente vuelve a Madrid, y su dama se ha mudado a otra casa, sin haber podido avisárselo: tal es el enlace de la comedia Dar tiempo al tiempo, una de las más complicadas y mejor distribuidas. Una alhacena que se creía en firme y estaba en falso, bastó para inventar la ingeniosa fábula de la Dama duende. El retrato del galán de una dama, sorprendido casualmente en manos de otra, dio orden al drama de Bien vengas mal, si vienes solo. Un sombrerillo de una señora, visto en manos de otra, es la intriga de Mañanas de abril y mayo.

En las comedias en que se introducen personajes de más alta esfera que caballeros particulares, y que llamaremos heroicas a imitación de Pedro Corneille, el origen del enlace no es tan tenue ni las fábulas tan complicadas; pero la buena distribución y el interés es el mismo: siempre se observa la mano maestra de Calderón, tanto en estas, como en las mitológicas y de santos (porque Calderón se ejercitó en los mismos géneros que su maestro Lope), en vano se buscarán variedad de caracteres. Los héroes de Roma y de Grecia, los dioses del paganismo, los pastores y los santos de la Iglesia hablan siempre y sienten como hablarían y sentirían, si hubiesen sido caballeros españoles. El teatro de Calderón es un grande monumento elevado exclusivamente a la gloria de nuestro carácter nacional. El idealismo en los diferentes géneros es diverso: pero nunca se olvida de conducir al espectador a un mundo nuevo y desconocido.

Para que no pueda atribuirse esta monotonía de caracteres a infecundidad de una nación, escribió comedias de costumbres en el género que hemos llamado terenciano: pero sin caer en las inmundicias morales de Lope. En ellas se acerca más a la vida existente y a los sentimientos corrientes de la sociedad. Escribió   —9→   otras en que pintó caracteres individuales; entre estas deben contarse también sus dramas trágicos, que no son los de menos mérito, aunque mezclado, como los de Shakespeare con escenas cómicas. En una de sus comedias No siempre lo peor es cierto, quizá la mejor de las de capa y espada, creemos haber visto el primer drama lastimero o sentimental que se ha escrito en Europa.

Mucho he elogiado a Calderón; y en mi opinión, no todo lo que él merece. Mas no por eso te creemos libre de defectos, que debemos manifestar, como hemos hecho con Lope y Tirso: el interés del arte lo exige así, aunque no mi gusto particular, más inclinado a admirar lo bueno que a censurar lo malo. Pero antes de entrar en el examen de sus faltas, debemos desvanecer algunas que se lo han atribuido, a mi ver sin razón.

El más casto de nuestros antiguos poetas dramáticos ha sido acusado de haber infringido los principios de la moral, pintando mujeres livianas, atrevidas, que hablan con sus galanes por la ventana a hurto de sus padres y hermanos, que tal vez los introducen en sus aposentos, que van a buscarlos a sus casas, en fin, que huyen con ellos si es menester. Esta censura nos parece injusta.

No creo que merezcan el nombre de livianas ni en moral filosófica, ni en moral cristiana, las mujeres que después de una solicitud decorosa en la cual han podido conocer el carácter y prendas de su amante, corresponden a su amor con el fin de premiarlo por medio de un lazo legítimo. Si los padres y hermanos tienen motivos para celarlas, no los tienen ellas menos poderosos y justos para procurar conocer, por sí mismas hasta qué extremo son amadas, y lo que deben esperar o temer del hombre a quien piensan ligar irrevocablemente su suerte. Las costumbres actuales, que permiten una decente comunicación entro los que aspiran a ligarse con el vínculo del matrimonio, son   —10→   más justas que las antiguas, excesivamente rígidas a causa de la excesiva delicadeza del honor, que se creía manchado aun con la más leve sospecha.

Las conversaciones nocturnas por las rejas ha sido de tiempo inmemorial en España el medio de comunicación entre los novios, y aun lo es en gran parte de la Península. En los tiempos de mayor fluidez era permitido en Palacio mismo el galanteo del terrero: llamábase así un sitio a que concurrían los galanes para hacer señas a las damas de Palacio que estaban en los balcones o en las azoteas. Pero ni el trato entre los amantes por las ventanas, en los jardines en los aposentos, ni aun las visitas de las damas en casa de sus galanes, pueden alarmar al pudor en los amores que Calderón describe, sometidos siempre a la ley inflexible del honor en ambos sexos; ley que dominaba entonces en la sociedad culta con muy pocas excepciones. Ni los caballeros ni las damas se atreverían entonces a infringirla.

Calderón no describió el amor platónico imposible de Petrarca y Herrera, ni despojó esta pasión de sus caracteres físicos. Lo hizo mejor dejándola en su estado natural, ligó a ella las virtudes caballerosas y la necesidad del honor. Una dama que huía del furor de su padre y de su hermano en compañía de su amante, iba tan segura como hubiera estado en su misma casa. Bien sé que estos sentimientos parecerán extravagantes exagerados en nuestros días; tanto peor para nosotros, sino creemos ni aun en la posibilidad de la virtud: y mucho peor, si creyéndola, la tratamos de necedad.

Es falso, pues, que las damas de Calderón fuesen livianas, a no ser que confundamos las ideas de amor y de liviandad. En mi opinión si volviesen a renacer en el mundo social los sentimientos nobles y generosos que supo ligar al amor, nuestro poeta, ganaría mucho la moral doméstica, fuente de la civil y de la pública. Los inocentes y amables artificios de una joven para asegurarse de la pasión de su amante, y aumentarla cuanto le es dado por medios justos y decorosos, no son   —11→   los que introducen en las familias la discordia, el adulterio y el suicidio: no son los que influyen en la perversa educación de los hijos: no son los que corrompen el lecho nupcial, y desde él toda la sociedad.

Más difícil, aunque no imposible, es libertar a Calderón de la nota de amigo de equívocos, de antítesis, frases más ingeniosas que sólidas en que tal vez incurre. Sin negar estos defectos, diremos que no siempre son suyos. Copió fielmente su siglo, y copió hasta su lenguaje. Ahora bien; nadie ignora que en su tiempo era general el gusto, o por mejor decir, la moda de las figuras ingeniosas, como son las que hemos citado. Sus personajes han debido imitar la fraseología de su tiempo: y se le debe mucho a Calderón en haberla templado con la gravedad de la sentencia y el tono caballeroso que reina en todos sus dramas.

Se le ha censurado, en fin, porque sus graciosos son casi siempre personajes episódicos e inútiles a la acción principal. A esto respondemos que el bobo desde los principios de nuestro teatro fue siempre una figura de obligación, como el arlequín en la farsa italiana. Calderón no pudo excusarse de introducirlos; pero sacó de ellos más partido que el que piensan sus censores. Reflejándose en ellos siempre los sentimientos e ideas de los personajes principales, satiriza las costumbres y afectos innobles del vulgo. Además, todo gracioso de Calderón tiene una idea fija; uno la de sacar siempre un reloj que le habían regalado para anunciar la hora con toda exactitud hasta que se le para por haberse roto la cuerda, y hace que su amo falte a una cita. Otro llama trecemesino a un niño de que encuentra madre a su novia después de trece meses de ausencia: otro es casado, y cela ridículamente a su mujer; y todos tienen los defectos propios de su clase, el vino, el juego, el chime y la ruindad. Tales son los medios de Calderón para excitar la risa. En estos caracteres tiene originalidad y fuerza cómica.

Ya es tiempo de hablar de los defectos que se deben   —12→   censurar en Calderón. El primero es el trastorno continuo, voluntario, y que de nada sirve para el interés dramático, de las nociones más comunes de geografía y de historia, trastorno tanto más censurable en él, cuanto según dice Villaroel, su biógrafo, amigo y discípulo, había estudiado en Salamanca, entre otras facultades, la geografía, cronología e historia política y sagrada. Además, un hombre de talento, estudioso y aficionado a las letras, que viajó por España, Italia, Alemania y Flandes, no podía ignorar, por ejemplo, que Jerusalén no es un puerto de mar, como supone en la comedia del Mayor monstruo los celos, que el rey de Persia, destronado por Alejandro Magno se llamaba Darío y no Ciro como le llama en Duelos de amor y lealtad, que la fundación de Tiro no fue coetánea a la conquista de Persia por los macedonios, como finge en la misma comedia, que un reyezuelo de los sabinos en Italia no pudo estar casado con una princesa de Celtiberia, como se halla en las Armas de la hermosura, y en fin, que la defección de Coriolano no tuvo su origen en el disgusto que le causó la ley contra los adornos mujeriles.

Es permitida en el teatro la alteración de algunos sucesos de poca monta, y subalternos y eso por motivos dramáticos, y cuando la alteración es útil a la buena disposición y mayor interés del drama; pero una corrupción tan completa a sabiendas, de la historia, cronología y geografía, no tiene disculpa alguna, mucho más cuando sin esos errores podrían muy bien existir los dramas que hemos citado, y con el mismo mérito e interés. Bastábale para ello mudar algunos nombres de pueblos o personas. Mucho he meditado en esta materia, y jamás he podido atinar con el objeto de Calderón al cometer semejantes errores.

Sea cual fuere la causa de ellos, lo cierto es que al leer sus comedias heroicas, es preciso que nos olvidemos de lo que sabemos de historia geografía, para que no nos ofendan tantos desaciertos, y no dañe   —13→   nuestro disgusto al interés del drama, que siempre es grande. Más fiel es en sus comedias mitológicas a las tradiciones de las fábulas del gentilismo. Quizá los españoles contemporáneos de Calderón se dedicaban más al estudio de la mitología que al de las ciencias históricas, y por eso se atrevió a falsificar estas y no aquella. Sin embargo, no nos parece esto cierto; pues aunque entonces se estudiaba mal, la lectura de Mariana era común, y ella sola bastaba para dar a conocer cuán grandes eran los errores de Calderón.

Pero este defecto que hemos notado es accidental, no esencial al arte del poeta dramático, que puede cubrir los yerros históricos y geográficos, si dice con verdad: he interesado a mi auditorio. Pero al arte pertenece el defecto de gongorismo mitigado en que algunas veces incurre: digo mitigado, porque nunca llega a la afectada oscuridad de las Soledades y del Polifemo, por lo cual dijo un poeta cómico español (Rojas) hablando de una noche muy oscura:


«Hecho un Góngora está el cielo.»



Calderón se entiende siempre. Su gongorismo consiste en el uso de metáforas y antítesis atrevidas, que suelen no venir al caso. Llamar a un caballo desbocado:


rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,



no es presentar imágenes, sino hacinar palabras vacías de sentido.

Pero apresurémonos a decir que este defecto, que se te pegó del contagio literario del siglo, no es frecuente en él. Calderón es uno de nuestros mejores poetas, y el mejor de nuestros, versificadores.

Reasumiendo toda la presente lección, diremos que Calderón de la Barca es el mejor poeta cómico de nuestro teatro antiguo, y cuya manera imitaron sus   —14→   coetáneos y sucesores, contándose entre ellos los nombres célebres de Rojas, Moreto, Ruiz de Alarcón, Hoz y Mota y Cañizares: que perfeccionó el drama novelesco, dándolo una completa unidad, conduciendo y repartiendo la fábula sin más incidentes que los que ella misma daba de sí: que creó un mundo ideal desconocido antes, ennobleciendo y embelleciendo los afectos del amor y del honor, y las prendas caballerosas propias de su siglo: que por estos medios, y con el auxilio de una excelente versificación, del corte que él inventó en los versos pequeños, de la grandilocuencia en los mayores, de un estilo, muchas veces poético y frecuentemente urbano y noble, a pesar de algunos defectos de afectación, y de tal cual expresión en boca de los graciosos, no deshonesta, sino poco limpia, dio al drama todo el interés de que es capaz, y le llevó por consiguiente al más alto grado de interés. Su furor en desfigurar la historia y la geografía es más bien un defecto de sabio y de literato que de poeta dramático.

Mucho hemos dicho acerca de este célebre poeta; y nuestra intención es justificar cuanto hemos dicho con el examen de sus comedias. En la lección siguiente, comenzaremos el trabajo de las numerosas análisis que pensamos hacer de ellas.



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ArribaAbajo18.ª lección

Segunda de Calderón


He elegido para comenzar los análisis de Calderón la comedia de No siempre lo peor es cierto, porque además de ser una de las mejores suyas de capa y espada, pertenece también al género que después se ha llamado sentimental, y del cual es este drama el primero que se escribió en Europa.

D. Carlos, caballero de la corte, enamorado y correspondido de Doña Leonor de Lara, la hablaba por las noches en un aposento de su casa. D. Diego Centellas, caballero valenciano que estaba en la corte siguiendo un pleito, galanteó a Leonor y fue despreciado. Supo por una criada que sobornó que su dama amaba a otro: y se introdujo por medio de la misma criada en el aposento de Leonor a la misma hora que Carlos venía a hablarla. Fue sentido, los dos rivales pelearon, y D. Diego recibió una herida de que quedó casi muerto. Al ruido de la pendencia despertó la familia y el padre de Leonor. La infeliz amante implora el socorro de Carlos, que aunque celoso y ofendido, cumple la obligación de caballero, pone en salvo a su dama, y pasa con ella a Valencia.

La primer jornada empieza en una posada de esta ciudad, donde llega Carlos e inmediatamente manda llamar a su primo y amigo D. Juan de Roca, y consulta con él los medios de poner en seguridad a Leonor: después de lo cual pensaba en partirse a Italia a servir en el ejército español. Convienen en que Leonor, disfrazada de nombre y traje, entre en casa de D. Juan a servir a su hermana Doña Beatriz Roca; y así se hace.

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Pero esta determinación, que parecía poner fin a la fábula, es precisamente su enlace. D. Diego sanó de la herida; y temiendo el enojo de la ilustre familia de los Laras, volvió a Valencia y al amor de Doña Beatriz, de la cual era correspondido antes de ir a la corte. Beatriz, informada por Ginés, criado de D. Diego, de todo lo que había pasado a éste en Madrid, le recibe con cariño aparente, y al fin, no pudiendo disimular, acusa su perfidia y su mudanza. La conversación se prolonga, llega D. Juan, D. Diego se esconde; y no pudiendo salir por la puerta, después que todos se habían recogido, se arrojó de un balcón a la calle.

La segunda jornada comienza en la misma hostería que la primera, donde Carlos está haciendo los preparativos de su viaje a Italia: pero su primo D. Juan, que había visto desde su cuarto la bajada de D. Diego por el balcón, llega y le suplica que le ayude a recobrar su honor que cree perdido, aunque no conoce a su enemigo. Determinan que D. Carlos se esconda en el cuarto de D. Juan, para que esté en situación de auxiliarle en cualquier ocurrencia.

Entre tanto D. Diego que creía no haber sido observado la noche antes, vuelve a casa de Beatriz a satisfacerla y desenojarla. D. Juan, que estaba hecho centinela de su honor, le vio, entrar, y avisando a Carlos que estuviese a la mira, registra la casa espada en mano. D. Diego, huyendo de él, llega hasta el cuarto donde estaba Leonor, y se queda espantado al verla: pero le ocurre inmediatamente para D. Juan la disculpa de que había entrado en su casa solo por ver a Leonor, a quien había amado en Madrid. D. Juan, que no ignoraba el suceso de la corte, le creyó: pero para satisfacerse enteramente, le preguntó si era aquella la primer vez que había entrado a ver a su dama. D. Diego, temiendo que la pregunta traía malicia, le dijo que no: que la noche antes había entrado también y había salido por un balcón. D. Carlos, que   —17→   oía oculto estas satisfacciones, sale ardiendo en celos a venarlos, y entrambos acometen a D. Diego. Beatriz y sus criadas apagan las luces: Ginés da el grito de muerto soy, con lo que desaparece alguna gente que había entrado de la calle al ruido de la pendencia, y él y D. Diego se escapan. Leonor, reconocida ya por quien es, e insultada por su amante enfurecido, que no oye satisfacción alguna, se desmaya. Así acaba el segundo acto.

El tercero comienza en el cuarto de D. Juan, donde se había retirado Carlos, y donde consultan lo que debe hacerse; porque ya había llegado a Valencia D. Pedro de Lara, padre de Leonor, con cartas de recomendación para D. Juan, a perseguir a D. Diego Centellas, que era el único que conocía de los dos rivales. Tanto D. Juan como D. Carlos estaban persuadidos, a pesar de todas las protestas de Leonor, de que esta amaba a D. Diego: Carlos forma el noble proyecto de casarla con él. D. Juan lo aprueba; y resuelven que Beatriz su hermana, que como dama trataría mejor este asunto, el más delicado del duelo, llamase a D. Diego, y le instase a que volviese su honra a Leonor. Entre tanto queda D. Carlos escondido en el cuarto de D. Juan, sin que lo supiese nadie de la casa.

Beatriz manda a llamar a D. Diego, y le hace la proposición. Su amante, admirado de que ella misma sea quien le busque esposa, describe con la mayor exactitud y fidelidad los sucesos de Madrid y de Valencia. Como estaban en un cuarto inmediato al de D. Juan, no perdió Carlos nada de aquella interesante conversación, de la cual constaba la inocencia de Leonor en todos los lances que parecían acriminarla.

Llegan en esto D. Juan y D. Pedro de Lara: Beatriz dice a D. Diego que evite la vista del padre de Leonor. Diego va a esconderse en el cuarto donde está D. Carlos, le encuentra, le cree amante de Beatriz, y quiere reñir con él. Llega D. Pedro, conoce   —18→   a los enemigos de su honor, y los acomete. Media D. Juan, exige de D. Diego que case con Leonor, y D. Diego lo rehúsa. Pero Carlos, satisfecho ya, da la mano a su fiel amante, y obliga a su rival a que case con Doña Beatriz, cuyo amor había sabido por la propia confesión de ambos.

No puede haber una acción más interesante que la de una mujer infeliz, que ama y no es creída del noble caballero que la adora con todas las fuerzas de su alma; pero que no puede corresponderle hasta que quede satisfecho de su inocencia, contra la cual conspiran también las intrigas amorosas de la casa donde buscó asilo. Las quejas y lágrimas de Leonor, sus protestas de fidelidad que el espectador a pocos lances conoce que son verdaderas, su situación infeliz, perdida su casa, su honor, su padre, su amante, y reducida a la humillación de servir la que había sido siempre señora, inspiran un grado de interés muy semejante al que solicitan excitar los dramas sentimentales, muchos veces a fuerza de aspavientos. La situación de Eulalia en Misantropía y Arrepentimiento, añadida la verdad del delito, puede creerse tomada de la de Leonor.

El carácter de Carlos es lo más ideal del amor, del valor, de la nobleza del corazón. Es imposible llevarla a un grado más alto. Todas sus grandes cualidades se despliegan admirablemente en la narración que hace a D. Juan en la primera escena, del suceso de Madrid, y en la primera escena del tercer acto, en que propone casar a Leonor con D. Diego.

D. CARLOS
Yo vi una hermosura, y yo
la amé, D. Juan, tan a un tiempo
todo, que entre ver, y amar,
aún no sé cuál fue primero.
Rendido ostenté finezas,
constante sufrí desprecios;
fino merecí favores
—19→
celoso lloré tormentos:
que estas son las cuatro edades
de cualquier amor, pues vemos
que en brazos del desdén nace,
crece en poder del deseo,
vive en casa del favor,
y muere en la de los celos.
Entraba de noche a hablarla,
de un criado al aposento
que corresponde a su cuarto:
escuchamos pasos dentro;
volvió ella, y yo tras ella,
o recelando, o temiendo
que fuese su padre, cuando
vimos un hombre encubierto,
que de su cuarto venía
a hurto sus pasos siguiendo.
¿Quién es? dijo; él respondió:
quien sólo quiso ver esto.
Yo nada hablé, porque a vista
de mi dama, y de mis celos,
remití toda la voz
a la lengua del acero.
Saqué la espada, y cerrando
los dos, a morir resueltos,
quiso, no sé bien si diga
piadoso, o cruel, el cielo,
que de una herida cayese
en la tierra, para hacernos
iguales la suerte; pues
nos vimos a un punto mesmo,
muerto de la herida él,
y yo del agravio muerto.
Bien pensaréis, que esta es sola
mi desdicha, y que el suceso
para en que yo delincuente
me vengo a Valencia huyendo
del rigor de la justicia;
—20→
pues no, D. Juan, pues no es eso,
que ahora empieza el más extraño,
el más notable, el más nuevo
lance de amor, que jamás
dio la cadena a su templo.
Al ruido de las espadas,
de la dama los estremos,
dieron las criadas gritos,
despertó su padre a ellos:
consideradme a mí agora
sobre declarados celos,
conjurando contra mí
su familia a un noble viejo,
desmayada aquí mi dama,
y allí mi enemigo muerto.
En este trance me hallaba,
cuando ella ¡ay de mí! volviendo
del desmayo, me pidió
su vida amparase. ¡Ah cielos,
qué bien hace la muger,
que habiendo de hacer un yerro
lo fía de buena sangre!
Dígalo yo, pues en medio
de su traición, y mi agravio,
dispuse acudir primero
al reparo de su vida,
que no al de mi sentimiento.
Sígueme presto, la dije;
y haciendo muro mi pecho,
salí con ella a la calle,
donde las alas del miedo
nos ampararon de suerte
veloces, que en un momento
en cas de embajador
tomamos seguro puerto.
Envié a llamar un criado,
que informado de secreto
de todo, volvió a decirme
—21→
que el hombre era un caballero
forastero, que en la corte
estaba a seguir un pleito,
cuyo nombre, aunque le oí,
por agora no me acuerdo.
Que la herida en la cabeza
le privó el sentido; pero
aunque con poca esperanza
de vida, no estaba muerto,
sino en otra casa; adonde
le llevó un alcalde preso:
que habiendo sabido que era
yo el agresor del suceso,
mi hacienda estaba embargando:
y añadió después a esto,
que el padre, como hombre al fin,
prudente, advertido y cuerdo,
ni querella, ni otra alguna
diligencia había hecho;
porque su venganza solo
librada tenía en su esfuerzo.
Yo, viéndome, pues, cercado
de penas, y en un empeño
tan grande, como amparar
la causa dellas, resuelvo
salir de Madrid, adonde
pueda vivir por lo menos
sin temor de la justicia,
ni de su padre, y sus deudos.
Y así, lleno de pesares,
y de obligaciones lleno,
acordándome de vos,
de vos a valerme vengo.
Yo, D. Juan, traigo conmigo
aquesta dama, a quien tengo
de salvar la vida, a costa
de todos mis sentimientos.
En dejándola segura,
—22→
pues esta es en todo riesgo
mi primera obligación,
podrán mis desdichas luego
acudir a la segunda;
pues la segunda que tengo,
es, huir desta enemiga
que como noble defiendo,
que como quejoso obligo,
como enamorado quiero,
y como ofendido huyo;
y en dos contrarios estremos,
acudiendo a las dos partes,
de amante y de caballero,
enamorado la adoro,
y celoso la aborrezco:
cuyas dos obligaciones
tan cabal la acción han hecho,
que desde Madrid aquí,
sino es hoy, juraros puedo
que no la hablé dos palabras,
porque no quise que en tiempo
alguno, de mí dijese
la fama, que pudo menos
mi valor, que mi apetito;
que es hombre bajo, que es necio,
es vil, es ruín, es infame,
el que solamente atento
a lo irracional del gusto,
y a lo bruto del deseo,
viendo perdido lo más,
se contenta con lo menos.
Mirad vos, cómo en Valencia
con otro nombre supuesto,
podrá vivir esta dama,
en qué casa, en qué convento,
en qué retiro, en qué aldea,
donde veréis que la dejo
lo poco que traer conmigo
—23→
pude, para su sustento;
que a mi me basta esta espada,
pues al instante, al momento
que ella asegurada quede
yo tengo de ir della huyendo.
A Italia, a servir al rey
me pasaré, donde al cielo
le pido, que la primera
bala acierte con mi pecho;
porque con mi vida acaben
de una vez tantos recelos,
tantas penas, tantas ansias,
agravios, y sentimientos,
que como noble las huyo,
y como amante las siento.


Jornada III

Salen D. CARLOS y D. JUAN.

D. CARLOS
¿Volvió del desmayo?
D. JUAN
Sí,
pero volvió de manera,
que pienso que mejor fuera
no haber vuelto.
D. CARLOS
¿Cómo así?
D. JUAN
Como al instante que allí
restauró el perdido aliento,
fue tan grande el sentimiento
que de tenerle ha tenido,
que a un tiempo cobró el sentido
y perdió el entendimiento,
según los estremos son
que hace confusa y turbada.
D. CARLOS
¿Qué dice?
D. JUAN
Que es desdichada,
sin oírla su razón.
D. CARLOS
¡O mal haya mi pasión
D. JUAN
¿Vos qué habéis determinado?
D. CARLOS
Dos cosas he imaginado,
y sólo, D. Juan, quisiera,
—24→
que nadie me las oyera
sin estar enamorado.
Queréis que os diga, D. Juan
sobre tantas confusiones,
fantasías, e ilusiones,
como a mí vienen y van,
cuáles son las que me dan
más gusto cuando las toco,
cuáles las que me provoco
más a ejecutarlas?
D. JUAN
Sí.
D. CARLOS
No os habéis de reír de mí,
pues confieso que estoy loco.
Si en este estado pudiera
yo conseguir que a Leonor
todo su perdido honor
D. Diego satisfaciera,
que honrada, y en paz volviera
con su padre a su lugar,
fuera la más singular
venganza, y a esta muger
la sabré hacer un placer,
cuando ella espera un pesar,
Leonor está enamorada,
D. Diego lo está también
dígalo el lance; pues bien,
¿qué pierdo yo? todo, y nada:
y así, en pena tan airada,
como tengo y he tenido
sólo este me ha parecido
que despicarme sabrá
ganemos a Leonor,
ya que a Leonor hemos perdido.
D. JUAN
Es vuestra resolución
tan honrada como vuestra:
y bien en su efecto muestra
ser hija de una pasión
tan noble.
D. CARLOS
Pues a su acción
¿qué medio, D. Juan, pondremos?
—25→
No sé: porque sí queremos
a D. Diego hablar yo, y vos,
por lo mismo que los dos
el casamiento tratemos,
él no lo hará, que no fuera
justo que un hombre otorgara,
por más que él lo deseara,
lo que el galán lo pidiera
de su dama: de manera,
que otra persona ha de haber.
D. CARLOS
Pues lo que se puede hacer
es, que a su padre digáis
como a Leonor ocultáis;
y él lo podrá disponer.
D. JUAN
Tiene eso un inconveniente.
D. CARLOS
¿Qué?
D. JUAN
El empeño de los dos:
fuera de que entonces vos
no hacéis la acción.
D. CARLOS
Cuerdamente decís.
¿Quién habrá que intente esta
plática mover?
D. JUAN
Ya sé yo quién ha de ser;
veréis que todo lo allana.
D. CARLOS
¿Quién?
D. JUAN
Doña Beatriz, mi hermana,
que es en efecto muger,
con quien, lo uno, no habrá
duelo en la proposición:
y lo otro, es debida acción
suya el honrar a quien ya
dentro de su casa está
declarada por quien es.
D. CARLOS
Bien pensáis.


La fábula está perfectamente conducida, y por más extraordinarias que parezcan las situaciones todas están justificadas, admitida la hipótesis tan natural y tan sencilla de que al mismo D. Diego Centellas, que galanteó a Leonor en Madrid, sea el amante correspondido de Doña Beatriz en Valencia. De aquí el encuentro   —26→   verdaderamente dramático de Diego y Leonor en casa de Beatriz, que proporciona a D. Diego una disculpa, y que irrita los celos de D. Carlos; de aquí la situación, no menos dramática, de Doña Beatriz, que, se ve obligada a proponer casamiento con otra mujer a su amante: de aquí las quejas y lamentos de Leonor y los furores de Carlos, entre los cuales deja siempre ver el amor más exaltado. Sería necesario leer toda la comedia para conocer y sentir todas sus bellezas. La acción camina con rapidez, y cada vez se estrecha más el nudo: el desenlace es tan natural como imprevisto y agradable. No hay incidentes inútiles y que no nazcan de las situaciones. El amor de Beatriz y D. Diego no puede llamarse episódico, pues forma el nudo de la comedia. No se observa ya aquella incertidumbre de Lope acerca de los medios, ni la llegada imprevista de un suceso o personaje inesperado, que llega precisamente para el desenredo de algún lance o de la fábula entera. Todo está justificado y motivado; todo interesa, porque todo, todo, aunque extraordinario, es natural.

Citemos para conocer la especie de sal cómica de Calderón, la escena del segundo acto, en que D. Diego quiere que vuelva a casa de Beatriz su criado Ginés, que al caer del balcón se lastimó una pierna.

D. DIEGO
Tú has de ir.
GINÉS
Yo no he de ir.
D. DIEGO
¿Por qué?
GINÉS
Porque la más singular
razón que hay para no andar,
es, tener quebrado un pie.
D. DIEGO
¡Válgate Dios! ¡qué notable
estás!
GINÉS
Para entre los dos,
me acuerda el válgate Dios,
cierto cuento razonable.
En un pozo un portugués
cayó: al verlo, dijo un hombre:
válgate Dios; y el de abajó
le respondió: ya non pode.
—27→
Fácil es la aplicación,
y a propósito ha venido
si es lo mismo haber caído
de un pozo que de un balcón
D. DIEGO
¿yo también, no salté, y no
me hice, daño?
GINÉS
¿Pues qué quieres
si tú quebradizo no eres,
y soy quebradizo yo?
D. DIEGO
Tu poca maña condeno.
GINÉS
Estreno, señor, de pies,
malo para uno es,
lo que para otro es bueno.
Con hambre y cansancio un día
a una posada llegó
cierto fraile y preguntó,
a la huéspeda, ¿qué había
que comer? Si una gallina
no mato, le dijo ella,
nada hay. ¿Quien podrá comella,
respondió con gran mohína,
acabada de matar?
Tierna estará, replicó
la huéspeda; porque yo
sé un secreto singular
con que se ablande; y cogiendo
la polla, que viva estaba,
vio que los pies la quemaba,
con que a nuestro reverendo
muy blanda le pareció,
y aunque el hambre pudo hacello,
atribuyéndolo a aquello,
en la cama se acostó.
Estaba la cama dura,
tanto que le tenía inquieto,
y él, cayendo en el secreto,
pegarla a los pies procura
la luz; dijo al ver la llama
la huéspeda: ¿Padre, qué es
eso? Y él dijo: nuestra ama,
—28→
Porque se ablande la cama
quemo a la cama los pies.
Así no te dé mohína,
que en los dos no haga el secreto
su efecto, porque en efecto ti,
eres paja y yo gallina.
D. DIEGO
Por más que tu voz me diga,
no has de escaparte Ginés,
de ir a verá Inés.
GINÉS
¿Inés?
¿No es una fiera enemiga,
que anoche con mil rigores,
tras tenernos a un rincón,
nos vació por un balcón,
al fin, como servidores,
yo suyo, y tú de su ama?
Pues vive Dios, de no vella
en mi vida.
D. DIEGO
Antes por ella
se aseguró vida y fama
de Beatriz, y agradecido
debo a la fineza.
GINÉS
Yo no, que aun agradecer
no puede un hombre caído.
D. DIEGO
Ya es notable tu estrañez.
¿Pues no quieres que me enoje,
señor, si a los dos nos coge tu amor
de pies a cabeza?
D. DIEGO
Por mí has de ir allá.
GINÉS
Yo iré.
Pero por partido tomo
traerte mal despacho.
D. DIEGO
¿Cómo?
GINÉS
Como voy con muy mal pie.


En algunos de estos versos se habrá notado el defecto de poca limpieza en que tal vez incurre Calderón.

Veamos otra comedia en que no tiene tanto lugar el sentimiento de compasión que excita el infortunio de Leonor en la que acabamos de analizar; no deja de ser muy interesante por la fábula perfectamente expuesta, desenvuelta y terminada. Esta comedia   —29→   es la de Dar tiempo al tiempo. El enlace consiste en haber mudado de casa Doña Leonor, amante de Don Juan de Toledo, durante la ausencia de este, sin que él pudiese saberlo por estar ya en camino para Madrid cuando su dama le escribió la novedad. De este sencillo hecho se deducen todos los incidentes del drama hasta su conclusión.

La comedia empieza en el momento en que Don Juan, acabado de llegar a Madrid, sale con su criado Chacón de noche para ir a ver a su dama. Al llegar a la casa antigua donde vivía, ve llegar un hombre a la reja, hacer una seña, salir una criada, abrirle la puerta e introducirle. D. Juan, ardiendo en celos, da golpes a la ventana, grita que salga el caballero que ha entrado, y a este tiempo llega otro de quien tiene que defenderse. Al ruido de las cuchilladas sacan luz de la casa, acude gente, y D. Juan huye.

Habíase mudado a la casa que antes ocupaba Leonor, Doña Beatriz su amiga, cuyo amante D. Pedro Enríquez era el caballero introducido; y su hermano D. Diego, el que viendo su casa ofendida por los golpes de D. Juan, riñó con él. D. Diego entra en su casa, riñe con su hermana por el escándalo, e irritado con sus respuestas quiere matarla. D. Pedro, que estaba dentro oculto, lo impide matando la luz y oponiendo su espada a la de D. Diego, que le busca con la suya, dando lugar a que Beatriz salga a la calle. Cuando la juzga ya en salvo se retira para buscarla.

Beatriz da con D. Juan, que no se había alejado mucho, y que creyendo siempre que era Leonor, trata de llevarla donde sus otros amantes no sepan nunca de ella. Da con una ronda que quiere reconocerla, pelea con toda ella, y da lugar a Beatriz de escaparse; la cual busca asilo en casa de su amiga Leonor, cuyo padre D. Luis la acoge con benignidad y promete reconciliarla con su hermano. Chacón, que vio donde había entrado, lo avisa a su amo, que había logrado escaparse de la ronda, y que, entrando en la misma   —30→   casa, halla a Leonor, y la acusa sus creídas infidelidades. Fácil fue satisfacerle probándole que aquella era su casa, y contándole el suceso de Beatriz, en el cual él mismo había tenido tanta parte; pero bajo la obligación de tenerlo encubierto. Tal es el estado en que queda la fábula al fin del primer acto.

En la segunda jornada se presenta D. Luis en casa de D. Diego, le anuncia que Beatriz está en la suya, y que no saldrá de ella sino casada. Al mismo tiempo intercede con D. Diego, y este por recobrar su honor viene en admitir por cuñado al amante de su hermana, si es caballero; porque en cuanto a lo ilustre de la sangre, declara que no dispensará nada.

Sólo queda ya un escrúpulo para terminar la acción, y es que D. Pedro Enríquez está celoso del que llamó a la ventana. Beatriz le escribe un papel para satisfacer sus sospechas, y Leonor lo da a una criada para que le lleve al tiempo que llega D. Juan, el cual receloso pide que se le muestre. Después de leído, y enterado de lo que era, trata de desenojar a Leonor. Sorpréndelos D. Luis, que conocía a D. Juan, aunque ignoraba que fuese el amante de su hija, y quiere averiguar el motivo de la disputa. Leonor por disculparse finge que es el amante de Beatriz que viene a verla, y para confirmar el engaño, le presenta el papel. D. Luis, alegre de ver destruido el único escrúpulo de D. Diego por ser tan gran caballero D. Juan, va a dar al hermano tan fausta noticia.

Al principio de la tercera jornada se le da efectivamente, y D. Diego a D. Pedro, que era su amigo, aunque ignoraba sus conexiones con su hermana. D. Pedro celoso busca a D. Juan en su casa para matarle; pero al empezar a reñir se presenta Leonor, que había venido a ver a su amante, mientras Beatriz buscaba el suyo para deshacer las equivocaciones de la reja y del papel, y darle satisfacción. Leonor desengaña completamente a D. Pedro; Beatriz, perseguida de su hermano, que la vio a la puerta de la casa de Don   —31→   Juan, viene a buscar asilo en D. Luis, que había entrado en ella para tratar con D. Juan del casamiento que le habían fingido, y estrecha a este para que case con Leonor, que estaba cubierta con el manto, y que él cree ser Beatriz. D. Juan le da la mano y, la descubre; al mismo tiempo D. Pedro, satisfecho ya de sus celos, da la suya a Beatriz.

La fabula está perfectamente conducida; porque el incidente del papel, que parece formar un segundo, no es más que un medio dramático para preparar el desenlace. En efecto, sin el engaño de Leonor, que convirtió a su amante en amante de Beatriz, D. Pedro, que nada sabía del paradero de esta, y temía si la ocultaba su hermano para matarla o el supuesto amante, que llamó a la reja, no hubiera acudido a casa de D. Juan, donde Leonor le satisfizo.

Este drama está perfectamente versificado. Leeremos de él dos escenas. La primera del primer acto contiene una multitud de incidentes, que pintan bastante bien el estado de Madrid por las noches en aquella época.

Escena I

CHACÓN
Vive Dios, que tienes cosas
notables.
D. JUAN
Sígueme, y calla Chacón.
Seguirte sí haré, callar
es mucho pedir, y basta,
puesto que tú la mitad
de las raciones no pagas,
hacer la mitad también
yo de lo que tú me mandas.
Es posible, que después
de una jornada tan larga,
como de Sevilla aquí,
aun un hora no descansas?
Pues luego es buena la noche,
tu bolsa no es más cerrada,
ni más negra mi ventura:
—32→
¿Dónde vas?
D. JUAN
¿De qué te espantas?
si ya sabes que partí,
Chacón, sin vida, y sin alma,
que con esta prisa vuelva
donde la dejé a buscarla.
CHACÓN
Una bobería (perdona,
que no hallo nombre que darla
más decoroso) pensé
que harías, saliendo hoy de casa
a estas horas ya son dos.
D. JUAN
La otra di.
CHACÓN
Que te persuadas
a que una dama en la corte,
discreta, hermosa y bizarra,
esté tan fina en ausencia
que de ti se acuerde.
D. JUAN
Calla,
villano, que vive el cielo
que te mate, si me hablas
en que se pudo mudar
muger que lágrimas tantas
vi llorar en mi partida.
CHACÓN
Yo también, pero repara,
que lágrimas de muger
no son penas, sino alhajas,
que para servirse dellas,
las tiene como en el arca,
abre, y llora, cierra, y ríe.
D. JUAN
Presto verás que te engañas,
y que Leonor no es muger,
sino deidad soberana.
CHACÓN
Sí será; pero tras eso,
no has visto en tres meses carta.
D. JUAN
¿Qué mucho, si desde el día
que la sentencia ganada
del pleito a que fui, no he estado
nunca en un lugar a causa
de tomar las posesiones
del mayorazgo, que se hayan
perdido? Ven, y verás
—33→
con que fineza me aguarda.
CHACÓN
Ya son tres las boberías,
y no es la menor, que vayas
confiado en que a estas horas
no esté Leonor acostada,
y su padre recogido.
D. JUAN
Con llegar a su ventana,
y hacer en esta la seña,
cumplido habré con mis ansias.
CHACÓN
Ya son cuatro.
D. JUAN
Necio estás,
no me obligues a que haga
un disparate contigo.
CHACÓN
Por mayor no doy dos blancas:
¡Jesús mil veces!
D. JUAN
¿Qué es eso?
CHACÓN
Caer, si el uso no me engaña
en garapiña de lodo,
porque está frío que mata,
y entro líquido, y cuajado,
ni es bebida, ni es vianda.
D. JUAN
A la luz de aquella tienda,
es de una fuente la zanja.
CHACÓN
Pues harto es, purgando tanto
la tal fuente, estar tan mala
la calle.
D. JUAN
Entra a sacudirte
en el portal de esa casa.
CHACÓN
Por Dios, aunque me sacuda
más que moza mal mandada,
no me sacudiré el polvo.
UNA
Agua va.
CHACÓN
Mientes, picaña,
que esto no es agua.
D. JUAN
¿Qué ha sido?
CHACÓN
¿Qué ha de ser? Pese a mi alma,
cosas de Madrid precisas,
que antes fueron necesarias:
vive Cristo...
D. JUAN
No des voces.
CHACÓN
¿Cómo no? Puerca, verganta,
si eres hombre, sal aquí.
D. JUAN
No el barrio alborotes, calla.
CHACÓN
Calle un limpio.
D. JUAN
¡Qué cansado!
—34→
vuelve volando a casa.
CHACÓN
¿Así, y solo, y a estas horas?
D. JUAN
Sí, que no quiero que vayas
conmigo así.
CHACÓN
Lo que haré,
será, ya que aquí me halla
este fracaso, llamar
donde me den una capa
que a guardar dejé, con otras
alhajillas de importancia.
D. JUAN
¿Mas qué es en casa de aquella
señora, cuya criada,
si bien me acuerdo, querías
antes ir?
CHACÓN
No sino el Alba.
D. JUAN
Pues bueno es tener de una
pícara tú confianza,
y querer que no la tenga
yo de una principal dama.
CHACÓN
Déjame llegar, verás
que mi Juanilla me aguarda
más fina, que a ti Leonor,
haciendo que a un silbo salga.
CRIADA
¿Eres tú?
CHACÓN
Mira qué presto:
yo soy.
CRIADA
Albricias, que nada
nuestra ama entendió, porque
ha andado muy muger Juana:
toma, y gózale mil años,
y hazle cristiano mañana,
que ha sido el parto terrible.
CHACÓN
Oye.
CRIADA
A Dios, a Dios.
CHACÓN
Aguarda.
D. JUAN
¿Qué te ha dado?
CHACÓN
Una criatura;
que en vez de darme otra capa,
viendo que esta tiene ya
perdido el miedo, a las manchas
la aplicó para mantillas;
y es lo peor que al entregarla,
me pide albricias, y dice
que ha andado muy muger Juana.
D. JUAN
Y cómo que ha andado, bien
—35→
la experiencia lo declara.
CHACÓN
¿Qué tanto, señor, habrá,
que ya de la corte faltas?
D. JUAN
Trece meses.
CHACÓN
¿Trece meses?
pues vóile a echar en la zanja
que caí, no quiero hijo
trecemesino en mi casa.
D. JUAN
Tente, que no es cristiandad
echar a perder un alma.
CHACÓN
¿Y echar a perder un cuerpo
una pícara bellaca,
es cristiandad?
D. JUAN
Yo no tengo
de consentirte que hagas
tan grande inhumanidad.
CHACÓN
¿No es peor hacer una ingrata,
una humanidad, que yo
una inhumanidad?
D. JUAN
Basta,
que no lo he de permitir.
CHACÓN
Pues ya que de esto te cansas,
espera, que aquí en la esquina
ha de vivir una santa
comadre mía, y de todos,
que siempre sabe de amas
que acomodar, y ella puede
cuidar della hasta mañana,
y aun hasta el día del juicio.
D. JUAN
Pues vé volando a buscarla,
y mira que voy tras ti,
para ver a quién la encargas.
CHACÓN
Venid el trecemesino,
venid, que yo os doy palabra
de que mi venganza sea
más campanuda venganza,
que la de aquel veinticuatro
de Córdoba, u de Granada.
D. JUAN
Estrañas cosas suceden
en Madrid, y por estrañas,
no molestan tanto, como
—36→
por lo que aquí me dilatan
llegar a adorar, Leonor
los umbrales de tu casa.
¡O si fuera tan dichoso,
que por la reja escuchara
tu voz siquiera!
CHACÓN
Ya queda
mi trecemesino en guarda
por esta noche.
D. JUAN
Pues vamos
antes que otro estorbo haya,
al centro donde ya fueron
delante mis esperanzas.
SOLDADO 1.º
Hidalgos, cuatro soldados
muy hombres de bien...
CHACÓN
Ya escampa,
SOLDADO 2.º
Ya ven el frío que hace,
han menester una capa.
D. JUAN
Yo también la he menester.
CHACÓN
Yo daré la mía barata,
sólo con que vuesarcedes
hallen por donde tomarla.
SOLDADO 3.º
No alborotemos la calle,
ni fíen de su arrogancia,
que no les estará bien.
CHACÓN
¿Vuesarcedes, camaradas,
aconsejan, o capean?
SOLDADO 4.º
Cuerpo de tal lo que garlan.
D. JUAN
Ahora lo verán mejor.
CHACÓN
¿Qué va que me descalabran,
según ando de dichoso?
D. PEDRO
Allí son las cuchilladas.
D. DIEGO
Lleguemos, por si podemos
estorbar una desgracia.
GINÉS
Paz.
TODOS
Ténganse.
SOLDADO 1.º
Aquí no hay,
sino apelar a las plantas.
D. PEDRO
Teneos, pues van huyendo.
D. JUAN
Sí haré, que a mi honor lo basta,
quien por la capa viene,
vuelva huyendo sin la capa;
el socorro os agradezco,
—37→
quedad con Dios.
CHACÓN
Si se tardan
en huir, por vida del
trecemesino, y de Juana,
según estoy de furioso,
que huyera yo.


La segunda es el diálogo entre D. Diego y D. Luis cuando este intercede por Beatriz en la segunda jornada. En ella se muestra el lenguaje y las ideas caballerosas de aquella época. Para entenderlo es menester saber que D. Diego amaba a Leonor, aunque no era correspondido, y que la noche antes rondando su calle, le había visto con sospecha D. Luis, bien que no le conoció. D. Diego a él sí, y temía que le hubiese conocido.

D. LUIS
Tendréis a gran novedad,
señor D. Diego, que venga
yo a visitaros.
D. DIEGO
Las dichas
y más tan grandes como esta,
siempre a quien no las aguarda,
la hacen. Unas sillas llega,
Ginés, aquí: perdonadme
que os reciba en esta pieza,
que por ser este su cuarto,
y estar mi hermana indispuesta,
no os suplico entréis adentro.
D. LUIS
Bien prudente es la advertencia,
huélgome de haberla oído.
D. DIEGO
Salte, Ginés, allá fuera.
D. LUIS
Anoche os busqué.
D. DIEGO
No pude
prevenir dicha como esta;
y así no me estuve en casa.
D. LUIS
Pues recado os dejé en ella.
D. DIEGO
A saberlo yo, os buscara:
¿quién vio confusión tan nueva?
D. LUIS
Materias, señor D. Diego,
—38→
del honor, en quien profesa
sustentarlas como noble,
son tan sagradas materias,
que no se tratan, sin que
hayan de costar por fuerza,
o vergüenza en quien las oye,
o en quien las dice vergüenza,
pero cuando este respeto,
que se les pierde al moverlas,
es por hombre de mis canas,
de mi sangre, y de mis prendas
parece que encomendada
llevan no sé qué licencia,
que hace tratable el horror,
si no apacible la ofensa:
esto viene a parar todo...
D. DIEGO
Pluguiera a Dios no supiera,
yo en lo que viene a parar.
D. LUIS
En facilitar mi lengua
términos con que deciros
que permitáis que no os crea,
decirme, que mi señora
Doña Beatriz adolezca,
cuando vengo de su parte,
dejándola yo muy buena
en mi casa con Leonor.
D. DIEGO
Ya esto es de otra materia.
¿En vuestra casa, Beatriz?
D. LUIS
En mi casa, porque ella
es tan cuerda, tan prudente,
tan advertida, y atenta,
que hizo elección de la mía,
así como faltó desta.
No digo yo que disculpo
haber con causa, o sin ella,
vuestra cólera irritado,
ni que vos con la ira ciega
os destemplaseis tampoco,
—39→
pero al fin, cosas como estas,
que de una parte, y de otra
no fáciles se sujetan,
ni en ella al uso del juicio,
ni en vos al de la prudencia;
ya sucedidas, no hay cosa
como acudir con presteza
al reparo que las calla,
y no al golpe que las cuenta.
El que no llega a saber,
que el honor de un aire enferma,
es más dichoso que honrado;
pero el que sin culpa llega
a saber que hay accidentes
en su honor, y los remedia,
más honrado es, que dichoso:
y en estas dos diferencias,
ninguno lo es más, porque
igualmente airosos quedan,
el uno, porque lo ignora,
y el otro, porque lo enmienda.
En fin, lleguemos al caso:
Doña Beatriz es tan cuerda,
(ya lo dije) que ya que hubo
de dejar tímida, y ciega
su casa, se fue a la mía;
porque yo a deciros venga,
que sin que nada supláis
en estimación, porque esta,
ni es plática que ella usara,
ni medio que yo eligiera,
perdonéis no sé qué yerro
de amor, tan dorado en ella,
que restaura en calidad,
lo que pierde en conveniencias:
(este es el caso, entre ahora
el juicio de quien le media.)
Si hoy en términos, D. Diego,
—40→
vuestra elección estuviera,
lo mejor fuera mejor;
pero cuando no hay defensas,
para que lo que ya está
sucedido, no suceda,
no hay cosa como engañarse
uno a sí mismo, y que sea
la que obre la voluntad,
porque no lo haga la fuerza
del mal el menos; y más
cuando prosigue ella mesma,
que si de vuestro rencor
su rendimiento no llega
a dispensar en lo fácil,
postrada, humilde, y sujeta,
por mí, a vuestros pies os pide,
que sólo la deis licencia,
para elegir de un convento
por sepultura una celda.
D. DIEGO
Señor D. Luis, yo os he oído,
con deseo de que sean
hermanas de un mismo parto
la pregunta, y la respuesta
pero habiendo de ser mía
la una, y siendo la otra vuestra,
claro está, que al conformarlas,
han de disonar por fuerza;
porque no pueden unirse
en metáfora de cuerdas,
la que templa la cordura,
con la quel dolor destempla
pero ya que mitigado,
y no en poca parte, deja
arbitrios para que elija
lo mejor, muy mal hiciera
en no hacerlo, pues no hallara
disculpa, si en tanta pena
se desbocara el enojo,
—41→
teniéndole vos la rienda.
A mi hermana, lo primero
es justo que la agradezca,
ya que su casa dejó,
que la dejó por la vuestra.
Y así en albricias, D. Luis,
de una elección tan discreta,
quiero pagarla con otra;
mas digo mal, que es la mesma:
pues si ella de vos se vale,
yo también, y en competencia
suya, a vuestras plantas pongo
honor, fama, vida, hacienda:
todo es vuestro, nada mío;
id, y de cualquier manera
que vos, señor, despongáis
la plática, vengo en ella,
como antes que la voz corra,
Beatriz a su casa vuelva
trátese con el decoro
igual, y digno a sus prendas,
el estado que ella elija,
que a precio que no se entienda
que falta Beatriz de casa,
ni que a mi disgusto intenta
tomar estado, yo quiero
anticipar la licencia:
mas debajo del pretesto,
que en calidad, en nobleza,
en punto, en estimación,
un átomo, una apariencia
he de dispensar, porque
en tocando esta materia,
importará mucho menos
que lo perdido se pierda,
que lo por perder, que un daño
o se olvida, o se consuela,
o se acaba con la vida;
mas no cuando el daño queda
—42→
vinculado en una casa,
a ser de su sangre herencia.
D. LUIS
Una y mil veces los brazos
me dad, que de otra manera
estilo no hallo con que
tal valor os agradezca:
quedad con Dios, que no veo
la hora de llevar con nueva
de tanto gusto.
D. DIEGO
Esperad,
que por la quietud siquiera
del pensamiento de un triste,
será justa piedad sepa,
ya que la fineza hace,
por quién hace la fineza.
D. LUIS
Tenéis razón, mas no puedo
decirlo yo, que discreta
Beatriz lo calla, por no
empeñaros en la ofensa,
hasta la resolución;
y supuesto que es tan cuerda,
yo sabré quién es, y al punto
volveré con la respuesta.
D. DIEGO
¿No será mejor que vaya
yo con vos, para saberla?
D. LUIS
No, que hasta estar informado
yo de todo, no quisiera,
que quien a Beatriz parece
digno, a vos no os lo parezca,
y estando en mi casa...
D. DIEGO
Oid
no prosigáis, fuera de ella
me quedaré.
D. LUIS
En eso haced
vuestro gusto.
D. DIEGO
¿Quién creyera
que el que juzgué que venía
cargado de honrosas quejas,
a darme por su honor muerte,
a dar vida a mi honor venga?
—43→
LEONOR
Mucho, Beatriz, me pesa,
que ya que a mi amistad tanto interesa
hoy en tu compañía,
la triste, la mortal melancolía,
que padeces, sea parte
a deslucirme el bien de consolarte.
Trata, pues, en vano
esperar siempre lo peor; tu hermano,
de mi padre advertido
no dudo que prudente
darte el estado intente
que a todos está bien, con que habrá sido
el pasado disgusto
tercero felicísimo del gusto.
No siempre viene el día
de parte del pesar.
BEATRIZ
¡Ay Leonor mía!
que aunque a despecho de mis dichas, crea
que puede ser que sea,
como dices, tercero
el disgusto del gusto, no lo espero,
si doy crédito a una
presunción, hija al fin de la fortuna.
LEONOR
¿Pues qué temes ahora?
BEATRIZ
Que el dueño que ha de serlo, (¡ay de mí!) ignora
donde estoy, y quedando persuadido
a que un aleve, un falso, un atrevido,
que a mi reja llamó, sin culpa mía,
ser mi amante podía,
¡Oh! el cielo le destruya
con el poder de toda la ira suya,
dándole más fatigas,
que padezco por él.
LEONOR
No me lo digas.
BEATRIZ
¿Qué te va a ti en que alivie mis pasiones?
LEONOR
Hácenme estremecer las maldiciones.
BEATRIZ
Estará sospechoso
de presumir, en vano,
que pude, por el miedo de mi hermano,
irme a valer de, quien está celoso;
—44→
y como a este dudoso
concepto (¡ay Dios!) la presunción entregue,
cuando la nueva llegue
de que viene D. Diego
en nuestro casamiento, podrá ciego
hacer reparo, en cuyo trance advierte
cuál es, Leonor, mi desdichada suerte;
pues aún de lo mejor que me suceda,
apelación a mis desdichas queda.
LEONOR
No queda, pues el daño
resulta en uno, y otro desengaño.
BEATRIZ
Si tú, Leonor, quisieras,
finezas a finezas añadiendo,
hacer una por mí, fácil pudieras
vencer el mal de que me ves muriendo.
LEONOR
Servirte sólo es lo que yo pretendo.
BEATRIZ
Pues dame...
LEONOR
¿Qué?
BEATRIZ
Licencia
de que un papel le escriba,
porque dudando donde estoy no viva.
LEONOR
Sí; ¿mas quién ha de hacer la diligencia,
si ves que una criada,
que es la que ir puede fuera solamente,
hoy vino a casa, y es inconveniente
tan presto hacerla sabidora?
BEATRIZ
En nada
repara quien desea:
yo la hablé ya, y como ella gusto vea
en ti, dice que irá donde la diga.
LEONOR
Tu pena, más que tu amistad, me obliga;
haz lo que tú quisieres.
BEATRIZ
¡No, amiga, esclava soy, mi dueño eres.
LEONOR
Ven, darete, Beatriz, mi escribanía.
BEATRIZ
¿Juana?
JUANA
¿Señora mía?:
BEATRIZ
Ya licencia tengo.
JUANA
Dame el papel, verás qué presto vengo,
que ya que me ha traído
Ginés aquí por su amo, justo ha sido
que también a su ama
sirva, supuesto que ella también ama
y una, y otra porfía
—45→
afectas son a la prebenda mía.
D. JUAN
Entra primero tú, delante pasa,
hasta saber si está Don Luis en casa.
CHACÓN
Allí está sola una criada.
D. JUAN
Della
puedes saberlo.
CHACÓN
¿Oye usted, doncella?
¡Pero qué es lo que veo!
mentí como un sacrílego.
JUANA
El deseo,
o sombras fine, o mi ventura ha sido;
seas, Chacón, mil veces bien venido,
donde un alma te espera enamorada.
CHACÓN
Tú, Juana, seas mil veces mal hallada.
JUANA
Mal merecen estilo tan grosero
el amor, y la fe con que te espero
¿tú me hablas desa suerte?
¿há mi bien, mi señor?
CHACÓN
Mi mal, mi muerte.
JUANA
¿Qué es esto?
CHACÓN
¿Qué preguntas,
si eres un Cocodrilo, una Sirena,
que para mayor pena,
trecemesina mente a un tiempo juntas
traición y halago? Mas pues no barruntas
lo que es esto, y fingiendo que lo ignoras,
exequias cantas, parabienes lloras,
yo lo diré: puedes negarme, ingrata,
falsa, aleve, cruel, fiera, mulata,
perdona el consonante,
carguéme de razón, paso adelante,
lo que en tu misma casa a mi me pasa?
JUANA
¿En qué casa, Chacón, si esta es mi casa?
CHACÓN
¿Esta es tu casa?
JUANA
Desde que te fuiste,
por vivir en tu ausencia sola, y triste,
quitada de ocasiones,
de malas lenguas, y murmuraciones,
dejé la que tenía;
criada soy de Leonor.
CHACÓN
Ay Juana mía,
perdona, que los celos
duelo no tienen, aunque tienen duelos:
llega, señor, oirás el más estraño,
el mejor, el más dulce desengaño.
—46→
JUANA
¿De eso tratas ahora?
CHACÓN
¿He de tratar del reto de Zamora?
Seas, o Juana, el susto despedido,
bien hallada.
JUANA
Tú seas mal venido.
CHACÓN
¿Tal pronuncia tu labio?
¿a mi Juana? ¿a mi bien?
JUANA
Mi mal, mi agravio.
CHACÓN
¿Qué es esto?
JUANA
Ser quien soy, verme ofendida.
LEONOR
Toma, Juana, el papel, vé por tu vida,
que porque no saliese ella acá fuera,
yo te le traigo.
D. JUAN
Espera,
que antes que Juana con él
vaya donde tú la envías,
han de ver las ansías mías
lo que contiene el papel.
LEONOR
Siempre conmigo cruel,
D. Juan, siempre sospechoso,
recatado, y temeroso,
cuando juzgo que previenes
más fino obligarme, ¿vienes
a ofenderme más celoso?
D. JUAN
Leonor, aunque mi albedrío
tenga de ti confianza,
ha de temer tu mudanza
el poco mérito mío.
Yo de ti no desconfío,
de quien desconfío es de mí;
y supuesto, siendo así,
que a mí me temo,
y tengo de ver el papel...
LEONOR
¿Le has de ver?, pues oye.
D. JUAN
Dí.
LEONOR
Aqueste papel no es mío,
ni yo lo escribo, ni sé
lo que en sí contiene, aunque
ves que soy la que le envío:
yo de tu mano le fío;
mas con esta condición
que si lees un renglón,
—47→
de nuevo me he de ofender,
y si le vuelves sin leer
creeré la satisfacción
que tienes de mí; de suerte
que estar de nuevo ofendida,
u de nuevo agradecida,
en tu mano pongo...
D. JUAN
Advierte
que es un examen muy fuerte,
una esperiencia muy nueva,
y muy rigurosa prueba
poner al que está mortal
en los labios el cristal,
y decirle que no beba.
Darine, Leonor, el papel,
a que en mi mano le vea,
y mandar que no le lea,
es precepto tan cruel,
como fuera darle a aquel
que ya en la prisión desmaya,
pisando la última raya
de la vida su aflicción,
la llave de la prisión,
y decir que no se vaya.
Ver que a una criada le das,
y no ver a quién le envías;
ver que a mi mano le fías,
para volverle no más,
lo mismo es, si atenta estás
a condición tan severa,
que si desde la ribera,
al que ahogarse miraras,
una tabla le arrojaras,
con ley de que no la asiera.
Lo mismo es decirme aquí
que no es tuyo, y pretender
que lo que yo puedo ver,
sin ver, lo crea de ti,
que si al que ardiendo (¡ay de mí!)
—48→
en un incendio tirano,
le persuadieras en vano
a que el fuego no apagara,
esperando que llegara
a socorrerle otra mano.
Y así, aunque lidien, Leonor
en tan estraño precepto
de una parte tu respeto,
de otra parte mi temor:
perdona, que fuera error,
que yo morir me dejara,
sin que del cristal probara,
sin que la prisión rompiera,
sin que a la tabla me asiera
y sin que el fuego apagara.

 (Lee.) 

Porque no presumáis de mí, que no deseo hacer siempre lo mejor, sabed, que donde vine a favorecerme anoche, fue en casa de Leonor; en ella...

No hay que leer más; y si yo
que no te ofendía creyera
todo esto dicho le hubiera
a quien Beatriz lo escribió.
LEONOR
En fin, no te engañé.
D. JUAN
No.
LEONOR
¿Luego ingrato eres?
D. JUAN
Soy fiel
toma el papel.
LEONOR
¿Yo el papel?
ni verlo quiero.
D. LUIS
Yo sí.
LEONOR
¡Ay infelice de mí!
D. JUAN
¿Quién vio lance más cruel?
D. LUIS
¿Qué es esto, señor D. Juan?
¿vos en mi casa? ¿qué es esto?
¿Leonor, enojada tú?
¿porfiando uno, otro sintiendo?
pero no, no lo digáis,
que pues he llegado a tiempo
que este papel me lo diga,
del lo sabré.
D. JUAN
¡Yo estoy muerto!
—49→
LEONOR
¡Yo confusa!
JUANA
¡Yo turbada!
CHACÓN
Yo, si la verdad confieso,
estoy ahora como cuando
tengo muchísimo miedo.
LEONOR
¿Para qué quieres, señor,
de aquese papel saberlo,
si mejor de mí podrás
saber la verdad? ¡ea, cielos,
favor aquí!
D. JUAN
¿Qué pretende
decir Leonor?
CHACÓN
Algún cuento.
LEONOR
Beatriz, le escribió a su amante,
que será ese caballero,
que yo no he visto en mi vida,
ni sé quién es; él, sabiendo
por él, que está aquí Beatriz,
traído de sus efectos,
dice, que ha de entrar a hablarla;
y porque se lo defiendo,
diciéndole que es engaño,
(por lo que yo a mí me debo),
para convencerme él
me daba el papel, a efecto
de que le leyera yo;
y así, me estaba diciendo:
torna el papel; a que entonces
yo, el papel, ni verle quiero
respondí, dándole al aire.
D. LUIS
Lo que dices tú, es lo mesmo
que dicen papel, y acción.
LEONOR
Ahí verás que yo no miento.
CHACÓN
Y cómo, así las verdades
son de todas las del pueblo.
D. LUIS
Por cierto, señor D. Juan,
vos no habéis andado cuerdo,
ni en atreveros a entrar
en mi casa, ni en poneros
en demandas con Leonor
D. JUAN
Señor, mi amor, mi desvelo,
—50→
en amar a Beatriz, es
justo, y...
D. LUIS
Disculpas no quiero,
ni a todo lo que pudiera
estender mis sentimientos;
porque en efecto no es
ya de mi edad todo el duelo;
y mas, cuando de enmendar
trato los disgustos vuestros;
para el fin de vuestras bodas,
de hablar a D. Diego vengo,
él responde tan prudente,
tan advertido y atento,
que olvidado del disgusto,
sólo trata del remedio
en su honor; y aunque dudaba
en sólo saber si el dueño
que eligió Beatriz, tenía
en sangre merecimientos
que igualasen a la suya;
ya (siendo vos el sugeto,
en quien tan calificados
quedan todos sus recelos,
como en quien goza la altiva
sangre ilustre de Toledo)
no hay que reparar; y así,
a decirlo a Beatriz entro,
por ganar yo las albricias,
y porque sepa que dejo
toda su pena acabada:
vos esperad, que al momento
a D. Diego llamaré
para que alegre, y contento,
hermano, y amigo os hable.
LEONOR
¿Tan presto quieres todo esto
atropellar?
D. LUIS
Estas cosas
son mejor cuanto más presto:
no veo la hora de echar
de mi casa tan opuestos
—51→
lances a mi condición muy bueno,
en verdad, es esto,
Leonor para tu recato;
váyanse allá con sus celos,
y su amor.
D. JUAN
¿Ay Leonor mía,
qué has hecho?
LEONOR
Qué he de haber hecho,
valerme de una disculpa,
y la disculpa me ha muerto.
D. JUAN
Aún el empeño que falta
es peor, porque en saliendo
Beatriz a verme, es forzoso
decir, que no soy el dueño
de su amor; y cuando quiera
hoy por ti fingir el serlo,
es empeñarme a tratar
con D. Luis el casamiento:
y en materia tan pesada,
no he de mentir.
LEONOR
Todo esto
de enmendarse, D. Juan
D. JUAN
¿Con qué?
LEONOR
Con dar tiempo al tiempo.
Vete tú antes que ellos salgan,
y déjame a mí.
D .JUAN
Mal puedo
yo en tanto riesgo dejarte.
LEONOR
En yéndote tú, no hay riesgo.
D. JUAN
¿Cómo si D. Luis a mí
nombra, y Beatriz a Don Pedro,
puede dejar de quedar
todo el lance descubierto
y resultar contra ti
la presunción del empeño?
LEONOR
No viéndote a ti, es cuestión
de nombre esa; y en efecto,
dar tiempo al tiempo te importa.
D. JUAN
A mi pesar te obedezco.
CHACÓN
Salgamos, señor de aquí,
una por una.
LEONOR
Y sea presto,
que vuelve mi padre ya.
D. JUAN
A Dios, mas hay otro encuentro
—52→
para no poder salir,
que está a la puerta D. Diego,
en la calle; y es indicio
verme salir de acá dentro.
LEONOR
Pues retírate a esta cuadra.
CHACÓN
Dios te depare embeleco
curioso, y aprovechado.
LEONOR
¿Juana?
JUANA
¿Señora?
LEONOR
Silencio,
que aunque hoy es primer día
que me sirves...
CHACÓN
¿Cómo es eso
de primer día?
D. JUAN
¿Qué haces?
LEONOR
Fío, que guardes secreto,
digas que el papel diste
a quien iba.
D. JUAN
Yo lo ofrezco.
LEONOR
Pues retírate de aquí,
que quedando sólo esto,
se hará mejor la desecha
a la disculpa que pienso
dar de haberse D. Juan ido.
JUANA
¡Brava trama se va urdiendo!
allí está en gran puridad
con Beatriz volando el viejo;
D. Juan escondido aquí,
a nuestra puerta D. Diego;
Leonor en obligación
de decir segundo enredo;
Chacón celoso, culpada
yo; ¿ven ucedes to esto?
pues en qué para verán
sólo con dar tiempo al tiempo.


Elijamos otra comedia de este género, en que se halla más perfectamente descrito que en otra alguna el carácter caballeroso de la época; y es el Postrer duelo de España.

D. Pedro Torrellas, caballero de Zaragoza, amaba correspondido a Doña Violante de Urrea, huérfana de una familia que había hecho grandes servicios   —53→   al Estado. Observaban grande secreto en su amor, esperando que saliendo D. Pedro con un pleito, y ella con la pretensión de que se le premiasen los méritos de su padre pudiesen casarse con medios para sostener el esplendor de ambas casas. Llegó en este tiempo a España el emperador Carlos y de vuelta de su coronación en Alemania, y D. Pedro fue uno de los diputados para cumplimentarle apenas puso el pie en el reino en nombre de la nobleza de Aragón. Bien admitido y agasajado en la corte, la siguió en el viaje que hizo Carlos por varias provincias de España, hasta que llegó a Zaragoza.

La comedia empieza entre los regocijos públicos que hizo esta ciudad al recibimiento del rey emperador, dando D. Pedro los brazos a D. Gerónimo de Ansa, su amigo y pariente: habiéndole D. Pedro contado los pormenores de su viaje, le hizo D. Gerónimo confianza de su amor a una dama que no había visto hasta pocos días antes: díjole que era desdeñado, y que la causa de estos desdenes era, según había sabido de una criada sobornada, tener la dama otro amor. Mientras está en la conversación, la interrumpe un criado de D. Gerónimo, diciéndole que ya es hora de ir a la audiencia del emperador. D. Gerónimo dice a D. Pedro, que va acompañando a la dama que adora, la cual había de presentar aquel día un memorial. D. Pedro concurre también, y ve que la dama es su Violante. Este es el nudo de la acción.

D. Gerónimo, después de la audiencia, habla con D. Pedro, y lo dice que para descubrir quién es el galán oculto, que le impide ser amado, piensa hacer público su galanteo, alborotando la calle de Violante con músicas, lo que obligará al desconocido a descubrirse:


que si es noble caballero
el que con favores calla ruin
el que calla con celos.



  —54→  

Dice esto a D. Pedro, y se despide, dejándole incierto de lo que debía hacer, luchando entre la obligación de vengar sus celos, y la de guardar el secreto prometido a su dama. Aquella noche va a verla: es recibido con sumo cariño; pero suena la música en la calle, y los versos que se cantaban no podían dirigirse a otra que a Violante. Retírase indignado, y en su opinión desobligado al silencio. Con esto se termina la primera jornada.

En la segunda D. Pedro se declara con D. Gerónimo de la manera más suave que le es posible. La escena es de las mejor escritas de Calderón; y en ellas se nota hasta que punto puede un caballero instigar los derechos de tal sin desdorarse. Pero nada basta: su rival, indignado de que D. Pedro no hubiese correspondido a su confianza, no quiere ceder, y el desafío es inevitable.

Verificose al otro lado del Ebro. D. Pedro, yendo a caballo con suma priesa, cayó y se lastimó algo del brazo de la espada: mas no por eso dejó de sacarla y pelear. El brazo, entumecido de la caída, no sostuvo el valor del ánimo, y dejó caer la espada. D. Gerónimo, en vez de valerse de su ventaja, le da lugar noblemente para que cobre la espada, y vuelva a la lid. D. Pedro, agradecido a la generosidad de su enemigo, la arroja a sus plantas, y pido que le dé la muerte, preferible al deshonor. D. Gerónimo, para asegurarle, le ofrece mano y palabra de caballero de que jamás descubriría a nadie lo que había pasado; y se despide de él sin exigirle nada, pero diciendo que él amaba a Violante, y que no podía olvidarla.

Fue testigo oculto de toda esta escena Benito, criado de una vecina casa de campo, donde vivía Serafina, prima y amante de D. Pedro, aunque no correspondida, y que llevaba muy a mal que este caballero no admitiese las proposiciones que le hacía la parentela de casar con ella. Benito como a su ama todo lo que había visto; y Serafina, que tenía amistad con   —55→   Violante, sabiendo el secreto de su amor, irritada de los celos y del desprecio, tratar de vengar uno y otro. Para esto hace un viaje a la ciudad, visita a Violante, la pide que mande llamar a D. Pedro, con quien tiene que tratar un asunto de importancia. Preséntase D. Pedro, y Serafina en un discurso, lleno de malignidad y de hiel, le ruega que prosiga en no dar oídos a las proposiciones de los parientes para el casamiento de ambos: porque ella, concluye, no ha de dar su mano a un hombre a quien se le cayó la espada en un desafío. Dicho esto, se retira, dejando helada a Violante, y enfurecido a D. Pedro contra su rival, que en su opinión había faltado al secreto prometido.

En el tercer acto, mientras busca D. Pedro los medios de venganza, oye cantar a los villanos que entraban eh la ciudad esta canción:


«Salieron a reñir dos caballeros;
cayósele la espada al uno de ellos.»



Su furor llega a ser delirio: encuentra a D. Gerónimo, y le acomete: D. Gerónimo se defiende; impiden el lance los señores de la corte amigos de ambos. El rey, que no estaba lejos, se presenta, y D. Pedro le informa del duelo y de la causa de él, concluyendo con pedirle campo, según el fuero de Aragón, para pelear con su enemigo. El rey le remite al Condestable, que le señala campo en Valladollid, adonde en aquel momento partía Carlos V. Violante camina a la misma ciudad con el pretexto de sacar el despacho de su pretensión, pero en realidad siguiendo a su amante. Serafina, sabido el triste efecto de sa despecho, sigue su ejemplo por ver si llega a tiempo de instruir a D. Pedro de la fidelidad con que D. Gerónimo guardó el secreto, e impedir los desastres del duelo.

Antes que ella pueda presentarse se verifica el duelo, presidido por el mismo Carlos V en persona, y ejecutado con toda las ceremonias de jurar los   —56→   combatientes, trocar las armas, partir el sol y presentarse a la pelea, descritas fielmente. Esta escena, bien ejecutada, es un espectáculo que debe agradar sobremanera. Después que hubieron peleado con las hachetas de desarmar y las espadas, vienen a los brazos. El César arroja en el campo la vara de oro, en señal de que cese el duelo; y viendo que no se separaban, dice enojado:

«¿Qué es esto? Pues ¿cómo, cuando
yo depongo la vengala
de oro en el campo, en señal de que tomo
sobre mí de ambos la causa,
dándoos a los dos por buenos
caballeros, la ira es tanta,
que no os detenéis? prendedlos.
PADRINO
Señor...
OTRO
Señor...
CARLOS
Basta, basta;
y a tales padrinos pueden
agradecer que no haga
más demostración: a entrambos
desenlazad las coladas,
y daos las manos de amigos:
porque habiendo visto cuánta
es vuestra bizarría, quiero
no me haga a otras lides falta
más generosas.


Serafina, que avisó aunque tarde al padrino de D. Gerónimo, se presenta en el palenque, y declara que lo que había sabido era por boca de Benito, y no de aquel caballero. D. Gerónimo, agradeciendo el cuidado de dejar bien puesto su honor, le da la mano, al mismo tiempo que D. Pedro a Violante. La comedia concluye, mandando el César que se escriba al papa para que prohíba con los anatemas de la Iglesia la costumbre del duelo: lo que justifica el título de El postrer duelo de España que tiene el drama.



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