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ArribaAbajo19.ª lección

Tercera de Calderón


Además de las comedias urbanas o de capa y espada de Calderón, de las cuales enumerarnos las mejores en la lección interior, hay otras que perteneciendo al mismo género, atendidos los personajes que entran en la fábula, no tienen sólo por objeto describir el carácter de los caballeros y damas españolas en una intriga bien enlazada, seguida y desenvuelta, sino describir un carácter vicioso o ridículo. A este género de comedias hemos llamado terencianas o de costumbres. Pero Calderón no divertía a su auditorio como Lope, presentándolo rufianes, mujeres prostituidas y militares corrompidos. Ya estaba la sociedad demasiado culta para entretenerla con inmundicias morales. Puede decirse que Calderón trabajó en la verdadera comedia clásica, que consiste no en describir los vicios repugnantes de la gente grosera y ruin, sino los que suelen notarse en la clase culta, y cuya pintura y castigo puede corregir a los hombres de esta clase.

Calderón, en las comedias de este género es, como en todas, excelente dramático: la acción marcha con rapidez y verosimilitud, y generalmente sin salir fuera de los límites de las tres unidades. Es además ingenioso, lleno de gracias de dicción, y siempre buen versificador y poeta. Pero es preciso confesar una falta que es esencial en este género, la falta de fuerza cómica. En esta parte es muy inferior a Tirso, y aun al mismo Lope de Vega. Sin embargo, su talento dramático y las gracias de su elocución hacen que se te perdone este defecto, que nosotros atribuimos a su juventud, porque hemos creído notar en la mayor parte de   —58→   las Comedias de este género, que el estilo de Calderón no está en ellas tan formado como en otras, y más que su estilo propio, brilla en ellas la intención de imitar el de Lope: proyecto que solo podría ser natural en sus años juveniles. Después desplegó el arte de una versificación más complicada, de períodos más extensos, de números más llenos y cortados. En una palabra, fue Calderón, y no el imitador de su maestro.

Las comedias de Calderón en el género terenciano son las siguientes:

1.º No hay cosa como callar, en la cual se describe un caballero, cuyo amor era mera lubricidad, y una dama amiga, como dice Hurtado de Mendoza, de ganar voluntades y de guardallas.

2.º ¿Cuál es mayor perfección, hermosura o discreción? Píntanse en ella las impertinencias de una mujer tan necia, como hermosa.

3.º No hay burlas con el amor. Los caracteres y principales es un caballero, inclinado al bello sexo, pero enemigo del amor; y una dama que tiene la manía de hablar en culto, medio en latín, medio en castellano.

4.ª Mañanas de abril y mayo. Hay contraste entre dos amantes verdaderos y otros dos que se engañan mutuamente.

5.ª Hombre pobre todo es trazas. El principal personaje es lo que llamarnos un caballero de industria.

6.ª El Astrólogo fingido. En ella se hace burla de la credulidad vulgar. Esta comedia y la anterior fueron imitadas por Tomás Corneille.

7.ª Guárdate del agua mansa. Es de figurón montañés, el primero que se ha conocido en nuestro teatro, y que después ha sido imitado muchas veces por Cañizares y otros. Hay en ella dos damas, una esparcida y que admite los galanteos, pero sin querer a nadie, y otra hipócrita, que con el velo de recogimiento y de virtud, es más atrevida que su hermana.

Empezaremos nuestros análisis por la de Hombre   —59→   pobre todo es trazas, la más regular y de más mérito en la descripción del carácter principal.

D. Diego de Osorio, caballero pobre de Granada, fugitivo de su patria por una pendencia en que hirió a otro, pasa a la corte, donde hallándose con pocos medios, se vale de trazas no sólo para subsistir, sitio también para enamorar a dos damas, de las cuales estaba prendado, de Doña Clara por su dote, y de Doña Beatriz por su hermosura. Para con la primera era Don Diego de Osorio; porque había traído cartas de recomendación para el padre de esta dama, antiguo amigo del suyo; para con Doña Beatriz había tomado el nombre de D. Dionís Vela, fingiendo llegar de Flandes, donde había militado.

Cada una de estas dos señoras tenía, antes de conocerle, un amante: Doña Clara a Leonelo, despreciado siempre de ella, y Doña Beatriz a D. Félix, no mal admitido antes, pero mirado con esquivez desde que se presentó en la escena el fingido D. Dionís.

Las principales escenas a que da lugar la combinación dramática de esta comedia son en el primer acto, el regalo que hizo el hombre pobre a Doña Beatriz de una cadena que ella creyó ser de oro y era de alquimia: jugábase en casa de Beatriz: presentóse en ella Rodrigo, criado de D. Diego, disfrazado de caballero con su cadena al cuello; ganósela D. Diego, y se la regaló a su dama como barato.

En el segundo acto visita Beatriz a Clara, y ve en su casa a D. Diego, que Doña Clara había dicho ser su amante. D. Diego, que ve reunidas a sus dos damas, no se turba. Hace el papel de D. Diego con Clara, y finge no conocer a Beatriz. En las escenas siguientes, presentándose a ella en la calle como D. Dionís, por medio de un amigo suyo trata de persuadirla que el amante de Doña Clara era muy semejante a él; pero Beatriz se obstina en no creerlo, sino ve a los dos juntos.

En efecto, los ve en el tercer acto. Escribió a Clara   —60→   que la enviase una joya para mandar hacer otra por ella, por mano de su amante D. Diego, y que este viniese a su casa a las tres de la tarde en punto, por. que ni antes ni después estaría en su casa; y al mismo tiempo envió a decir a D. Dionís que viniese a su casa a la misma hora. He aquí el medio de que se valió el caballero de las trazas para salir del apuro de tener que hacer de un hombre dos.

Hizo que Rodrigo, poco antes de las tres, pasase por la calle de Beatriz disfrazado como el caballero de la cadena. Saludó a Beatriz que estaba en el balcón, esperando con impaciencia a los dos parecidos, y la dama se le quejó de la falsedad de la cadena que ya era conocido. Llega entonces D. Dionís, le acusa por el mismo motivo y riñe con él. Rodrigo se retira torciendo una esquina, y grita muerto soy. Llega un alguacil, que estaba apalabrado y se lleva preso al fingido vencedor, el cual vuelve a aparecer, diez minutos después, con otro vestido a hacer el papel de Don Diego con la joya de Clara, en casa de Beatriz.

La acción está siempre bien dirigida y se reconoce el genio dramático de Calderón en sacar de los incidentes todo el partido posible para disponer otros. Pero el desenlace está mal fraguado, y no se parece a los que ya hemos admirado y todavía admiraremos en otras comedias suyas. D. Félix y Leonelo, celoso cada uno por su dama, se desafían detrás de San Gerónimo. Él acepta, porque es valiente; pero a fin de determinar con cuál de los dos ha de reñir, les explica de qué manera siendo una sola persona, ha hecho el papel de dos. Beatriz y Clara, que habían salido juntas a pasearse, viéndolos ir al campo sospecharon lo que podía ser, y ocultas detrás de las tapias del convento, oyeron la explicación de D. Diego. Presentáronse entonces en el campo, impidieron el desafío y se volvieron llevándose cada una a su antiguo galán, y dejando a D. Diego para mal caballero. El amigo con quien había salido al desafío, avergonzado de haberlo   —61→   sido, y hasta su criado Rodrigo lo abandonan para que diga solo la última sentencia o moralidad del drama. Esta conclusión no tiene el artificio ni la verosimilitud que brilla en otros dramas de Calderón.

Para conocer su estilo en este género, leeremos dos escenas que a él pertenecen: en ellas se verá más urbanidad que fuerza cómica, y un estilo más templado que satírico.

La 1.ª es la del segundo acto en que D. Diego encuentra juntas a sus dos damas. En un momento que Beatriz quedó sola con él, le dijo:

BEATRIZ
Y es verdad, pues que me ha dado
ocasión, ingrato, en que
pueda hablar, pueda quejarme,
porque el silencio cruel,
hecho ponzoña en el alma,
mil veces quiso romper
la cárcel, y reprimido,
hizo con mayor poder
un cuchillo al corazón,
y a la garganta un cordel.
D. DIEGO
¿Vos con tanto sentimiento
conmigo? ¿cómo o por qué?
¿quién dio causa a tanta pena?
¿a tanta desdicha quién?
BEATRIZ
¿Esta es, ingrato amante,
vil caballero, esta es
la prometida firmeza
de lealtad, amor y fe?
Si sois de Granada, ¿cómo
sois de Flandes? Y si os veis
ausente por una dama,
¿cómo decís que tenéis
pretensiones? Si os llamáis
D. Diego, ¿cómo os hacéis
D. Dionís? ¿Es gran victoria
engañar a una muger?
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D. DIEGO
Viven los cielos, señora,
que no os entiendo, ni sé,
qué decís, pues jurar puedo
no haberos visto otra vez.
BEATRIZ
¿Vos lo que oyen los oídos,
vos lo que los ojos ven
queréis negar? ¿vos no sois
quien liberal y cortés
me dio anoche esta cadena?
D. DIEGO
No señora.
BEATRIZ
¿No?
D. DIEGO
¿Por qué
lo negara, si el serviros
fuera mayor interés?
Bueno fuera negar yo
dádivas, cuando uso es,
no sólo negar aquello
que se da, pero también
con vanidad y arrogancia
decirlo sin que se dé:
advertid que en una estampa
suele duplicar y hacer
dos formas naturaleza
con repetido pincel.
BEATRIZ
¿Luego intentáis todavía
desconoceros?
D. DIEGO
No sé
qué responderos.
BEATRIZ
¿No sois
D. Dionís Vela?
D. DIEGO
¿Por qué
negara mi nombre?
BEATRIZ
¿Cuándo
venisteis?
D. DIEGO
Aun no habrá un mes.
BEATRIZ
¿Dónde vivís?
D. DIEGO
En la calle
del Príncipe.
BEATRIZ
¿En qué entendéis?
D. DIEGO
En ver la corte.
BEATRIZ
¿Y el nombre?
D. DIEGO
¿Ya no os han dicho que es
D. Diego Osorio?
BEATRIZ
¿Qué amigos
hoy en la corte tenéis?
D. DIEGO
Muchos.
BEATRIZ
¿Y D. Juan de Torres,
no lo es vuestro?
D. DIEGO
No escuché
aquese nombre en mi vida.
BEATRIZ
¿Visitáis una muger
—63→
junto a las Descalzas?
D. DIEGO
No.
BEATRIZ
Mentís, mentís, que sí hacéis.
D. DIEGO
Por más preguntas que ha hecho
no me ha podido coger.


La 2.ª es más cómica: D. Juan de Torres su amigo, a quien había dicho que tenía que cobrar una letra de Granada, le pide dinero.

D. JUAN
Don Dionís, buscándoos vengo.
D. DIEGO
Pues, D. Juan, ¿qué me mandáis?
D. JUAN
Sabed que un hombre, a quien debo
ochocientos reales, hoy
me aprieta mucho por ellos:
seis días me da de plazo,
y aunque es verdad que yo tengo
los cuatrocientos aquí
en plata, pediros quiero,
que, para cumplir con él,
me deis otros cuatrocientos,
pues que tenéis una letra
de cuatro mil.
D. DIEGO
¿Para eso
era menester hacerme
prevenciones, siendo vuestro
todo cuanto fuere mío?
Que os los dé, tened por cierto;
mas no podré hasta de hoy
en cuatro días, al tiempo
que la letra cumple: aquí
está Rodrigo, que en esto
no me dejará mentir.
RODRIGO
Si dejaré yo por cierto.
D. DIEGO
Yo estaba diciendo ahora
que estoy también sin dineros:
lo que podemos hacer,
porque nos acomodemos
entrambos, es, que me deis
ahora esos cuatrocientos
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que traéis, que a los seis días,
y antes mucho, yo me ofrezco,
D. Juan, a que a vuestra casa
se os lleven los ochocientos.
D. JUAN
Decís bien; véislos aquí
atados en este lienzo.
RODRIGO
Diole con la Camarguina.
D. DIEGO
Torna, Rodrigo, y con estos
paga al huésped, ve gastando,
y no te aflijas tan presto,
que no desampara Dios a nadie.
RODRIGO
Por fe lo tengo;
pero si en esta materia
desampara a alguno,
creo que es D.Juan
D. DIEGO
De aquí a seis días
hay un sin fin...


La hermosa versificación de Calderón se reconoce en el siguiente apólogo que D. Félix dice a Beatriz quejándose de su mudanza. No debe extrañarse ver en boca de un caballero expresiones que solo pertenecen a un poeta, porque entonces no había ninguno que no se ejercitase más o menos en hacer versos, y procurase hablar en este estilo con más o menos hinchazón.

D. FÉLIX
Estaba un almendro ufano
de ver que su pompa era
alba de la Primavera,
y mañana del Verano;
y viendo su sombra vana
que el viento en penachos mueve
hojas de púrpura y nieve,
aves de carmín y grana,
tanto se desvaneció,
que Narciso de las flores,
empezó a decirse amores
cuando un lirio humilde vio,
a quien vano dijo así:
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¿Flor que magestad no quieres,
no te desmayas, y mueres
de envidia de verme a mí?
Sopló en esto el Austro fiero,
y desvaneció cruel
toda la pompa que a él
le desvaneció primero:
vio que caduco, y helado,
diluvios de hojas derrama,
seco tronco, inútil rama,
yerto cadáver del prado:
volvió al lirio, que guardaba
aquel verdor que tenía,
y contra la tiranía
del tiempo se conservaba,
y díjole: Venturoso
tú, que en un estado estás
permaneciente, jamás
envidiado, ni envidioso
tu vivir sólo es vivir;
no llegues a florecer,
porque tener que perder,
sólo es tener que sentir.


Estos dos últimos versos encierran la moral de la fábula: en una colección de apólogos o de fábulas no desdecirían nada estos conceptos, singularmente los cuatro primeros versos, y sobre todos el de... «yerto cadáver del prado:» pues llamar a un árbol que está despojado de hojas y verdor yerto cadáver, es una de las expresiones más poéticas que se pueden imaginar.

Y en la siguiente comparación que hace Clara, manifestando a Beatriz su amor a D.Diego.

¿No has visto hermosa fuente, que risueña,
por propiedades del sol, o por rigores,
instrumento de plata, se despeña,
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con quien cantan las aves sus amores,
sepultarse en la falda de una peña,
donde estaban sedientas cuantas flores
llamadas de su música venían,
y por ser sus aljófares bebían?
¿Y esta fuente, que allí dejó burlada
la beldad de las flores peregrina,
por venas de la tierra dilatada,
siendo de plata ya líquida mina,
nacer segunda vez tan desdichada,
que entre rústicos céspedes camina,
sin que a su inútil nacimiento deba
que noble flor de sus cristales beba?


El objeto comparado es la misma Clara, que desdeñó el amor sincero de Leonelo por el de un hombre, de quien desconfiaba por haber dejado otro amor en Granada.

A la misma época, esto es, a la juventud de Calderón, y por los mismos argumentos, creemos que debe referirse la comedia del Astrólogo fingido. D. Juan y D. Diego aman a Doña María de Ayala; el primero, aunque pobre, correspondido y admitido a hablar con ella en su jardín todas las noches; y el segundo despreciado. Sufríalo D. Diego con la perseverancia que distinguía a los amantes de otros tiempos hasta que su criado Morón supo de Beatriz, criada de Doña María, y tercera de sus amores, la correspondencia de esta señora y D.Juan.

D. Diego en la primera ocasión que habló a Doña María, irritado de los desprecios de esta, le manifestó que sabía muy bien sus amores con D.Juan María se irrita contra Beatriz, y Morón para disculparla, dice que D. Diego lo sabía, no porque nadie se le hubiese revelado, sino porque siendo un grande astrólogo, había levantado figura y había visto a D. Juan hablando con ella en el jardín. Tal es el enlace de la comedia, que tiene el defecto de verificarse en la segunda   —67→   jornada: cosa que difícilmente se notará en otro drama de Calderón.

Leonardo, padre de María, la encuentra en la calle hablando con D. Diego, y ella se disculpa diciéndole que poseía la ciencia astrológica, y que le consultaba acerca de la suerte que tendría si se casaba. Leonardo, que gustaba también de aquella ciencia, se le ofreció con todas veras.

El autor comete otro nuevo yerro haciendo que los amigos de D. Diego sean los que divulguen su nueva habilidad, desconocida hasta entonces; porque el medio no tiene proporción con el fin, ley necesaria y fundamental en la poesía dramática. D. Diego, para salvar a Beatriz del enojo de su ama, pudo haber condescendido momentáneamente con el engaño de Morón: pero ¿qué interés podía tener un caballero rico y estimado en la corte, en divulgar una mentira contraria a su pundonor? Para hacerlo astrólogo a pesar suyo, debiera haberse valido Calderón de Leonardo, viejo alegre y charlatán con sus ribetes de necio, y por consiguiente muy a propósito para esparcir una noticia de esta clase en una sociedad crédula.

Pero hecho D. Diego astrólogo, sea como fuese, es admirable la sagacidad de Calderón en disponer los lances de manera que pueda satisfacer a todas las preguntas y peticiones que vienen a hacerla. El obliga a D. Juan a que vaya a visitar a Violante, antigua dama suya, que le creía ausente en Zaragoza, y que cuando le vio, pensó ver una sombra formada por el diablo: después, cuando ella supo que D. Juan, aunque había fingido una ausencia, se había quedado oculto en Madrid, la hace creer que por más despego que lo manifieste su amado, no por eso deja de quererla, y que sólo lo hace por probar su constancia; hace creer también a D. Carlos, amante de Violante, que los obligará con su ciencia a corresponderle; le adivina a Leonardo que una joya de diamantes que su hija fingió haber perdido, se hallaba en poder de D. Juan: en fin,   —68→   persuade a Otañez, escudero de Leonardo, que va haciendo por la región del aire un viaje a Asturias, su patria. Todos estos lances, bien enlazados unos con otros, perfectamente desenvueltos y de un efecto muy cómico, hacen más sensible que el enlace no estuviese formado con más tino y verosimilitud. El desenlace es debido a los celos de Violante, que cuando supo el amor de D. Juan y Doña María, lo declara a Leonardo, que toma por buen acuerdo casarlos. Al mismo tiempo se descubren los medios por donde el astrólogo ha obrado sus mentidos portentos; y a las acusaciones de todos, responde:


¿Alguno obligarme puede
a más que no adivinar?
Pues yo juro eternamente
de dejar mi astrología.



Al fin de la primer jornada hay una escena en que describe con gracia y exactitud de qué manera se trasmite un secreto, cuando no lo guarda quien debe, y se exagera y aumenta al pasar de boca en boca. Después que Beatriz contó a Morón el secreto de su ama y D. Juan, vuelve adonde su ama y D. Diego llega a hablar con Morón.

D. DIEGO
A que se fuese esperaba,
a tus acciones atento,
por solo hacer a los ojos
adivinos del suceso:
¿tienes? ¿qué ha sucedido?
¿qué te dijo? ¿qué hay de nuevo?
MORÓN
Beatriz, ya pruebo a callar,
mas vivo Dios, que no puedo.
Señor, gran mal hay.
D. DIEGO
¿Pues cómo?
¿que ha sucedido? ¿qué esto?
MORÓN
No te lo puedo decir,
y por decirlo reviento
que aunque el secreto sea tanto,
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yo no aguardo a tan secreto.
Aquí para entre los dos
aquel pobre caballero,
D. Juan de Medrano, aquel
que apenas te daba celos,
aquel que dijo que a Flandes
iba, y se quedó encubierto
en la corte, y en la casa
de D. Carlos de Toledo
es llamado, y escogido:
no puedo decir, que un lienzo
puesto en la reja de noche,
es señal, que está diciendo
que entre en el portal, adonde
le espera Beatriz; y luego
por una pequeña puerta
de un patio, que sale a un huerto,
entra hasta una reja baja,
que allí cae, del aposento
de Doña María de Ayala,
que parlan hasta el Lucero,
debe de haber más de un año.
D. DIEGO
No digas más, calla. Cielos,
alguno creerá que son
tales las penas que siento,
que la menor viene a ser
en mi desdicha los celos.
No siento que a D. Juan quiera,
y le admita, sólo siento
que hiciese soberbiamente
de mí tan loco desprecio.
Si cuerdamente culpara
mi atrevido pensamiento,
y con cortés bizarría
castigara mis deseos,
yo callara, yo sufriera;
pero con tantos extremos
de honrosas estimaciones
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de arrogantes devaneos,
de soberbias altiveces,
ni sufrir, ni callar puedo.
MORÓN
D. Antonio es este.
D. DIEGO
Mira
si sale a misa, que quiero
irla siguiendo a la iglesia.
MORÓN
¿Pues qué piensas hacer?
D. DIEGO
Pienso,
sin darme por entendido,
volver a mi amor primero,
y llegar a hablarla ahora
con mayor atrevimiento;
que a muger de quien se sabe
alguna flaqueza, es cierto
que llega a hablarla el galán
sin aquel cortés respeto
que antes tuvo, porque piensa,
teniendo su honor en menos,
que el favor que al otro hizo,
se le debe de derecho.
MORÓN
Aquí volveré a buscarte.
D. ANTONIO
Bésoos las manos, D.Diego
D. DIEGO
Yo las vuestras.
D. ANTONIO
¿Qué tenéis,
que estáis tan triste, y suspenso?
D. DIEGO
No sé qué tengo.
D. ANTONIO
Mal hice
en preguntároslo, viendo
esta calle, y estas rejas:
¿hay algo, amigo, de nuevo?
D. DIEGO
Muchas cosas.
D. ANTONIO
¿Pues qué son?
D. DIEGO
Dejadme, porque no puedo
decirlas.
D. ANTONIO
¿Pues a mí?
D. DIEGO
A vos
las dijera, si el secreto
no viniera encomendado.
D. ANTONIO
Muy seguro está en mi pecho,
y el no decírmelo ya
será ofensa, y vive el cielo
de no hablaros en mi vida.
D. DIEGO
Pues D. Antonio, es aquesto,
aquí para entre los dos.
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D. ANTONIO
Decid, que yo lo prometo.
D. DIEGO
Que aquel D. Juan de Medrano
no fue a Flandes, como dieron
muestras, plumas y colores,
pues se ha quedado encubierto
en casa de vuestro amigo
D. Carlos; la causa desto
ha sido, porque há dos años
que con muy grande silencio
entra embozado en la casa
de Doña María: no puedo
pasar de aquí.
D. ANTONIO
Yo sabré
si aqueso es verdad, muy presto,
que D. Carlos viene allí,
y él me lo dirá.
D. DIEGO
Yo espero
a esta parte retirado.
D. ANTONIO
D. Carlos, buscándoos vengo
para un negocio importante.
D. CARLOS
¿Qué mandáis?
D. ANTONIO
Sabéis si es cierto,
y esto para entre los dos,
porque me importa el saberlo,
si está D. Juan de Medrano
en vuestra casa encubierto,
y que habrá más de tres años
que con muy grande secreto
entra a hablar todas las noches
en el nocturno silencio
a Doña María de Ayala?
D. CARLOS
Miren por adónde llego
a saber quién estorbó
su partida. Aunque no tengo
licencia para decirlo,
con vos no se entiende eso,
y aquí para entre los dos,
cuanto habéis pensado es cierto:
que no se fue, que quedó
en mi casa, y que encubierto
entra en su casa, esto habrá
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más de tres años y medio.
D. ANTONIO
Idos con Dios.
D. CARLOS
Él os guarde.


Se ve aquí cómo crece la ponderación: el primero dice un año, el segundo dos años, el tercero tres años, y el último añade ya medio más.

En la escena del tercer acto en que Leonardo pide a D. Juan la joya de diamantes que perdió su hija, es en parte imitación de la Aulularia de Plauto, en que el avaro Euclion reclama de Liconides el tesoro que cree haberle robado, y Liconides piensa que se trata del honor de la hija del avaro, y contesta en este sentido. Algunos rasgos de la escena de Calderón, se hallan en la del Avaro de Moliere.

LEONOR
Él es; tiemblo de hablalle:
¡que un mozo desta cara y deste talle
hiciese tal! A no tener María
su gusto aquí, por vida suya, y mía,
que no se la pidiera, y he tenido
vergüenza de miralle;
pero no me daré por entendido
de que él la hurtó: yo vengo.
D. Juan buscándoos.
D. JUAN
Desde aquí me tengo
por dichoso, si ha sido
para mandarme, porque agradecido
al favor, he deseado
serviros.
LEONOR
¡Qué cortés! ¡Qué bien hablado!
¡gran lástima es, por cierto,
que veneno tan vil esté encubierto
en tan hermoso vaso!
Yo he venido, D. Juan, vamos al caso,
buscándoos (¡ciego estoy!) porque he sabido
que una joya tenéis, que hoy se ha perdido
en mi casa. ¡Turbado
qué presto su delito ha confesado!
D. JUAN
¡Cielos, qué es lo que he oído!
LEONOR
No digo yo que vos habéis tenido
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culpa, sino es aquella
mano de quien la hubisteis.
D. JUAN
¡Triste estrella
es la mía!
LEONOR
Ni dudo,
D. Juan, que quien la dio, darla no pudo;
vos estáis disculpado,
pues al fin la tomasteis engañado:
así un error tan grave
le pretendo dorar.
D. JUAN
Todo lo sabe
celoso viene, mas por Dios, María,
que aquí toda la culpa de ser mía.
Señor...
LEONOR
Yo no pretendo,
D. Juan, satisfacción.
D. JUAN
Dártela entiendo,
para que de tu engaño
llegues con mi verdad al desengaño:
la joya yo la tengo,
que esta disculpa que ahora te prevengo,
no es para mí; yo he sido
solamente, señor, quien ha tenido
culpa, que te ha engañado
quien te dijo que nadie me la ha dado.
LEONOR
Tanto su error lo ciega,
que se le encubro yo, y él no le niega.
D. JUAN
Yo solo...
LEONOR
Don Juan, mira
que yo lo sé muy bien.
D. JUAN
¡A quién no admira
que él venga a disculparme!
Luego el mejor camino es declararme.
Señor, pues has sabido
quién la joya me dio, mas advertido
sabrás, que há muchos días
que con piedad oyó las quejas mías
yo, como habrás oído,
aunque obre, señor, soy bien nacido.
LEONOR
Disculpas son forzosas;
mozo fui, no me espanto de esas cosas.
D. JUAN
Pues que mi bien dispones,
por quitarnos de tales ocasiones,
honra la humildad mía
con tu hija, señor, Doña María,
—74→
Y cesará con esto
la ocasión que en tal lance nos ha puesto;
tú mismo...
LEONOR
Poco a poco,
D. Juan; este hombre es loco;
porque él ladrón no sea,
quiere que yo le case (¿hay quien tal crea?)
con mi hija: ¡y qué presto
dijo, que la ocasión cesa con esto!
Vete cuando quisieres,
que el casarte con mi hija no lo esperes,
D. Juan, yo te prometo.
D. JUAN
¿A tu hija, señor?
LEONOR
Basta el secreto.


El estilo de esta comedia, sin dejar de ser urbano y caballeroso, no tiene tanta poesía como desplegó más tarde este autor. Apenas hemos encontrado versos líricos en toda ella, a no ser que lo sean los siguientes:

BEATRIZ
Sal presto, que ya amanece,
y no hay nadie que te vea.
D. JUAN
¡Que tan veloz, Beatriz, sea
el tiempo! No me parece
que há un hora que anocheció;
y presumo que envidioso
de mi gloria el sol hermoso,
más temprano descubrió
entre nubes de oro y grana
los reflejos a quien dora
sus lágrimas el aurora.
BEATRIZ
¿Requiebros a la mañana?


Las comedias de No hay burlas con el amor y Mañanas de amor y mayo, pertenecientes al mismo género, se representan todavía en nuestro teatro, y son bastante conocidas. Haremos, pues, la análisis de ¿Cuál es mayor perfección, hermosura o discreción? obra de la época en que Calderón había ya perfeccionado   —75→   su estilo, y en la cual parece que se propuso purgar, por decirlo así, los afectos del amor y del honor de la exageración que entonces tenían, y someterlos al uso de la razón.

Angela, hija de D. Alonso de Toledo, era la hermosura de Madrid, pero necia y vana hasta el exceso. Su prima Beatriz, que vivía con ella, aunque poco habla, estaba dotada de las prendas morales que entonces se estimaban más, la discreción en el trato, la prudencia en la conducta, y un temple de alma fuerte, capaz de resistir al infortunio y a las sugestiones de la pasión.

La hermosura de Angela hizo en D. Félix, caballero de la corte, una impresión amorosa sumamente profunda, pero mezclada con el disgusto de ver la necedad incorregible de aquella bellísima estatua: necedad tanto más notable, cuanto contrastaba singularmente con el carácter de su prima Beatriz, que amaba en secreto a D. Félix, a quien salvó con su industria de un grave compromiso en que le puso el amor de su boba, y salvó el honor, recogiendo en su casa a Leonor, hermana de Félix, fugitiva de la suya por un lance amoroso, y haciendo que casase con D. Luis de Mendoza, su amante.

La situación de D. Félix es severa y enteramente ideal: ama a Angela, pero estima a BEATRIZ Enamórale en la primera la hermosura: cautívale el entendimiento despejado, el trato amable y la firmeza de carácter de Beatriz; hasta al fin, conociendo todo el mérito de su alma, agradecido a sus beneficios y finezas, premia su amor dándola la mano. El carácter de Félix es una de las grandes creaciones de Calderón, así como el de Beatriz, luchando al mismo tiempo contra el infortunio y contra una pasión largo tiempo desgraciada.

Además del mérito de estos dos caracteres principales muy bien desenvueltos, hay otros dos perfectamente descritos, el de la boba hermosa, y el de   —76→   D. Antonio de Ayala, amigo de D. Félix, excelente amigo, pero que ríe de los amantes y de sus delirios, y que para castigar la vanidad de Angela, casa con ella al fin de la comedia.

Citaremos algunos trozos de excelente versificación dramática: tal es en el primer acto la descripción que hace Leonor, hermana de Félix, de los caracteres de Beatriz y Angela.

LEONOR
Esas señoras un día,
que sin conocernos fuimos
donde acaso concurrimos
de una amiga suya y mía,
en la visita me hicieron
tantos agasajos, que
en obligación quedé
de servirlas; con que fueron
creciendo en la voluntad
correspondencias, que son
sobre alguna inclinación
buen principio de amistad.
Siempre que a casa de aquella
amiga nuestra volvían,
me avisaban, y pedían
que nos viésemos en ella;
porque esto del visitar
a quien no me visitó,
es cierto duelo, que no
le quiere nadie empezar.
Y aunque me tocaba a mí,
por ser ellas dos, y ser
yo una sola, el no tener
salud, me hizo que hasta aquí
lo dilatase, con que
salvando su vanidad
el duelo en la enfermedad,
hoy vienen a verme, un fe
del mal; y si verdad digo,
—77→
lo estimo, porque en mi vida
vi muger más entendida
que lo es la Beatriz, testigo
sea, con aplauso justo,
en las burlas, el buen gusto;
en las veras, la cordura;
en lo que cuenta, el donaire
en lo que dice, el cariño;
en lo que viste, el aliño;
y en todo, en fin, el buen aire;
tanto, para que concluya
los méritos de Beatriz,
que me tengo por feliz
solo en ser amiga suya.
D. FÉLIX
Aunque el afecto los cielos
remitieron a una estrella,
de parte, de Angela la bella
estoy por pedirte celos.
¿Es posible que no sea
Angela quien te debió
mayor inclinación?
LEONOR
No,
porque aunque hermosa la vea,
la hermosura para mí
no es alhaja, mayormente
hermosura solamente
tan a solas, que no vi
sentidos que más en calma
digan, hermosa me soy,
y no más; mil veces voy
a ver dónde tiene el alma,
creyendo que es escultura,
y solamente la encuentro
una fantasma que dentro
anda de aquella hermosura.
Si habla, es todo con enfado;
si responde, con frialdad;
si mira, con vanidad;
si escucha, con desagrado
—78→
con todas presuntuosa;
tanto, que estraños sus modos,
parece que tienen todos
la culpa de que sea hermosa.


Está perfectamente descrito el carácter de una mujer muy hermosa, pero muy vana y muy necia.

El razonamiento de D. Antonio pinta su carácter despreocupado, pues describiéndole un amante de Angela su pasión de una manera altisonante, dice:

D. ANTONIO
De esos hipérboles, llenos
de crepúsculos y albores,
el mundo cansado está
¿no los dejaremos ya,
siquiera por hoy?
Señores ¿que nunca me pase a mí
esto de una muger ver,
que sea más que una muger?
En cierta ocasión me vi
en casa de una señora
de quien decían que era
el alba su pordiosera,
y su mendiga la aurora.
A oscuras quedé algún rato,
y su luz no me alumbró,
hasta que en la cuadra entró
un candil de garabato.
Mirad que sol tan civil,
el que arrastrando despojos,
no puede hacer que sus ojos
alumbren lo que un candil.


El diálogo entre Angela y su criada, que la estaba peinando, es también característico.

ANGELA
Es posible que no acabes
de hacer esa trenza?
JUANA
Si andas,
—79→
por mirarte a todas luces,
tan inquieta, ¿qué te espantas?
ANGELA
¡Noramala para ti, qué torpe, y desaliñada
si pudiera deslucirme
algo a mí, fuera tu maña:
tres tocados son con este
los que hoy has errado.
JUANA
Aguarda,
verás si tengo disculpa.
ANGELA
¿Qué disculpa, mentecata?
JUANA
Estarte viendo, señora,
dentro de un espejo, y tanta
es la suspensión de ver
tu hermosura, que admirada
no es posible que te acierte
a servir.
ANGELA
Si esa es la causa,
yerra otros tres por mi cuenta,
y tres mil, si tres no bastan.


La tonta jurando por sus ojos, dice que los han de comer mariposicas, porque los gusanos no se atreverán a hacerlo.

En otra ocasión dice que sino está celosa, es porque no se lo ha advertido su criada.

Hay en fin una porción de rasgos de esta especie que pintan muy bien la clase de necedad de esta mujer.

La escena del segundo acto en que D. Antonio impide que riñan Félix y Luis, por el amor de la boba, está superiormente dialogada.

D. FÉLIX
Huélgome haberos hallado
tan presto.
D. LUIS
A mí no me pesa.
D. ANTONIO
A mí sí, que de las burlas
me sé pasar a las veras;
ninguno empuñe la espada,
sin mirar la diferencia
que hay para sacarla cuando
suceden las contingencias
—80→
entre amigos, o no amigos;
o el que la sacare, entienda
que me halle al lado del otro.
D. LUIS
Yo no la sacaré en esta
ocasión, que habiendo oído
que hay campañas, mal hiciera
en sacarla, y más adonde
hay quien impedirlo intenta.
D. FÉLIX
Si lo dije, ¿a qué más puede
obligarme, que a ir a ella?
D. LUIS
Pues guiad donde no haya
testigo que lo defienda.
D. ANTONIO
Ni guiéis vos, ni vos sigáis,
sin que primero se advierta
que antes que hallá hable el acero
puede aquí reñir la lengua.
¿Qué se ha de contar mañana,
o que de dos hombres, que eran
amigos ayer, hoy riñen,
y más por cosa tan ciega,
como el amor de dos días?
Pues para que reñir deban
dos amigos, ha de ser
tan reservada materia
que a más no poder, se esté
honestada por sí mesma:
¿visteis una dama vos?
D. FÉLIX
Y rendido a su belleza,
confieso que la dí el alma.
D. ANTONIO
Pues adónde está la queja
de que a otro lo que a vos
os aconteció acontezca?
¿tenéis vos algún favor?
D. LUIS
Ni amago de que lo tenga.
D. ANTONIO
¿Pues dónde está la esperanza,
que más que un amigo pesa?
Volved, necios, en vosotros,
y ya que la acción suspensa,
—81→
si no capitula paces,
por lo menos firma treguas;
decidme, ¿vos sois amigo
de D. Félix?
D. LUIS
De manera,
que diera por él mil vidas.
D. ANTONIO
¿Vos de D. Luis?
D. FÉLIX
Nada precia,
más que su amistad, el alma.
D. ANTONIO
Pues puesto que el reñir fuera
ya para enemigos tarde
y para amigos apriesa
hayámonos a razones.
D. LUIS
Yo confieso, que si hubiera
sabido antes de D. Félix
la pasión (esto me mueva
estarlo oyendo Leonor),
de la mía desistiera,
porque en mí no ha sido más,
que haya de ser eso fuerza;
mas páguelo el gusto, y no
la obligación de sus prendas,
que el capricho de saber
hasta dónde la soberbia
llegaba de una hermosura
tan vana.
D. FÉLIX
Yo no pudiera
nunca desistir la mía,
aunque supiese la vuestra
con que arguya la ventaja
que hay, si bien se considera,
de amor a capricho.
D. LUIS
¡Ay!
que no es la ventaja esa.
D. ANTONIO
Luego si no enamorado
estáis, y él lo está, compuesta
está la cuestión.
D. LUIS
No está
que hay segundo duelo en ella
que satisfacer.
D. ANTONIO
¿Qué duelo?
D. LUIS
Que siendo la vez primera
que su amor supe, en su casa
de Angela, buscarme en ella
—82→
tan desatento, y decir,
que los estrados no eran
campañas, me obliga a que
nadie que lo oiga, crea
que doy la satisfacción,
que solo doy por quererla
dar al temor, no...
D. ANTONIO
Oid,
que nunca D. Luis dio muestras
de que sabía reñir,
riña siempre que se ofrezca
mas quien sentó su opinión
tanto como vos la vuestra,
deje de reñir, que más
airoso, que el otro, queda
quien saben todos que sabe
reñir, y de reñir deja,
porque quiere acompañar
el valor de la prudencia:
¿quereislo mejor? D. Félix,
¿pensáis vos que pudiera
nunca dejar de reñir
D. Luis por miedo, o flaqueza?
D. FÉLIX
Y si otro lo pensara,
le matara en su defensa.
D. ANTONIO
¿Creyérades vos, D. Luis,
que si una cosa sintiera
D. Félix, dijera otra?
D. LUIS
No, de ninguna manera.
D. ANTONIO
Pues si uno no lo pensara,
y si otro no lo creyera
vivo Dios que sera un ruin
quien mal deste duelo sienta.


El monólogo de Beatriz, cuando sabe la ofensa de Félix en su honor, aunque corto, está lleno de pasión y vehemencia.

BEATRIZ
       ¡Cielos!
—83→
¿Félix restado, y su honor,
y yo sabidora de ello,
y no tratar de enmendarlo?
Eso no, que por mi mesmo
pundonor debo acudirle:
tan vana soy en aquesto,
que el tiempo de desairado
presumo que le aborrezco.
Y así, Félix, donde quiera
que estás tu dolor sintiendo
alienta, vive y respira,
adivinando, o sabiendo
que está seguro tu honor,
pues yo en mi poder le tengo.


Harto detenido examen hemos hecho de las comedias de capa y espada de Calderón, ya de carácter, ya de intriga. Tiempo es ya de pasar a las heroicas, género en que no sobresalió menos que en las urbanas. En la lección siguiente comenzaremos el análisis de ellas.