Uno de los géneros más
abundantes en el teatro es el de las fábulas mitológicas,
en las cuales satisfizo el gusto de la corte y del pueblo
a las decoraciones y transformaciones escénicas, sin
renunciar por eso al tipo ideal que él se había
formado del amor y del honor. Presentó en la escena
a Apolo arrojado del cielo por Júpiter, y enamorado
de Climeno (Apolo y Climene); a Faetón, rigiendo el
carro del sol con bastante felicidad, hasta que vio a su
rival Epafo en los brazos de Tétis su amada; el furor
de los celos le hizo abrasar el mundo y perecer (El hijo
del Sol Faetón); a Céfalo, dando muerte a su
esposa Prócris, creyendo que mataba una fiera (Celos
aun del aire matan); a Perseo, dando la muerte al monstruo
marino por salvar a Andrómeda (Fortunas de Andrómeda
y Perseo, muy superior a la de Lope que ya hemos analizado
y a la Andrómeda de Corneille); a Prometeo, robando
un rayo del sol y animando con él a Pandora (La Estatua
de Prometeo); a Hércules, domado por el amor y afeminado
a los pies de Hiole (Fiera afemina el amor); a Cupido, enamorado
de Psiquis (Ni amor se libra de amor); a Anajarte, convertida
en piedra en castigo de su esquivez (La Fiera, el Rayo y
la Piedra); a Ulises, detenido por el amor en el palacio
de Circe (El mayor encanto amor); a Narciso, enamorado de
sí mismo y desdeñando a Eco (Eco y Narciso);
a Ulises, arrancando a Aquiles de los brazos de Deidamia
(El monstruo de los jardines); y en fin, las fábulas
del vellocino de oro, del Minotauro y de Hércules
abrasado en el Oeta, en una sola comedia,
—199→
dividida en tres
jornadas. En cada una se representa una de aquellas tres
acciones; y en la última se reúnen los tres
héroes Jasón, Teseo y Hércules, que
se habían separado en la loa, que sirve también
de prólogo y de exposición (Los tres mayores
prodigios).
Escribió también tres piezas en
un acto, mezcladas de música y representación;
especie de óperas, que después tomó
el nombre de Zarzuela, porque las primeras se representaron
en la casa de campo de este nombre, que era uno de los sitios
reales. Estas piezas son la Púrpura de la Rosa, cuya
acción es la muerte de Adonis, El Laurel de Apolo
o la transformación de Dafne, y El Golfo de las Sirenas,
por el cual pasó Ulises atado al mástil de
su navío, y así se libertó de la voz
y de la hermosura de aquellos monstruos. A esta composición
le dio el nombre de Égloga piscatoria, que recuerda
la infancia del teatro en tiempo de Juan de la Encina.
Pero
Calderón, muy distante ya de aquella época,
cultivó muy poco el género bucólico,
y eso solamente en algunas comedias mitológicas, como
Eco y Narciso y El laurel de Apolo, o en algunos autos sacramentales,
cuyos asuntos eran tomados del antiguo testamento. En vano
se buscara en sus pastoras la sencillez, la frescura de colorido,
la naturalidad encantadora de los que introduce Lope de Vega
en sus dramas. Los del Poeta de Felipe IV no son más
que cortesanos mal disfrazados.
De los dramas mitológicos
de Calderón, analizaremos el de Fieras afemina amor,
el de El Monstruo de los jardines, y el de Eco y Narciso,
este último porque es a un mismo tiempo del género
mitológico y del pastoril, y los dos primeros por
la excelencia de los caracteres de Hércules y de Aquiles.
En efecto, el carácter de Hércules está
perfectamente descrito, y es una de las mejores creaciones
de Calderón. La escena es en Libia, y la comedia empieza
luchando Hércules con un león y dándole
la muerte.
—200→
Después de esta hazaña, esperando
a Euristeo, rey de Libia, que le había enviado a llamar,
quiso descansar en el palacio de las Hespérides. Sabiendo
que estaba dentro el dragón que defendía las
manzanas de oro, se incitó a entrar para vencerlo;
mas sabiendo que aquellas manzanas tenían la propiedad
de hacer amable a su dama al hombre que poseyese una de ellas,
renunció a la empresa: tan enemigo es del amor, que
deja de emprender hazaña tan grande como triunfar
de aquel monstruo, por no dar armas favorables a aquella
pasión. Véanse las razones en que se funda.
Queda solo, duérmese sobre la yerba, y Venus y Cupido
aparecen en el aire, y para vengar la injuria que el héroe
hace a ambas deidades, lo presentan en el sueño una
beldad. Cupido le dispara a Hércules la flecha de
oro, y guarda para aquella hermosura la de plomo que inspira
aborrecimiento. Hércules despierta: llega Euristeo,
que le quería para darle el mando de sus tropas contra
un rey con quien tenía guerra, ofreciéndole
—203→
en premio anticipado de su victoria la mano de su hija Hiole.
Hércules acepta el mando; pero rehúsa casarse,
alegando que no era justo recibir el laurel antes del triunfo.
Hiole llega entonces, y Hércules se siente admirado
y conmovido de ver en ella la misma beldad que se lo había
presentado en sueños. La ama, pero espera vencerse
a sí mismo. Así concluye el primer acto.
En
el segundo vuelve Hércules victorioso de la guerra;
pero antes de entrar en la corte, sabe que aquel mismo día
se celebraban las bodas de Hiole con Anteo, hijo de la diosa
Cibele. Euristeo, resentido de la frialdad con que Hércules
recibió su proposición, y la aversión
de Hiole al hijo de Alcmena, vino en su casamiento. La impresión
que hizo esta noticia en el ánimo del héroe,
está muy bien descrita en los versos siguientes.
En efecto, se vengó.
Hace armas contra Euristeo, y lo quita el reino y la vida.
Anteo huye; Hiole se refugia en el jardín de las Espérides.
Hércules va a asaltarlo; pero Cibele conmueve la tierra,
y hace salir de ella un denso vapor que le impide ver el
palacio. Para vencer este encanto, va al monte Parnaso, cuya
custodia le había encargado Apolo, y toma el caballo
Pegaso, para entrar por el aire donde no podía por
la tierra.
El tercer acto comienza en el jardín de
las Espérides por la lid entro Hércules en
el caballo alado y el Dragón, alado también,
que se levanta contra él. Durante la batalla, dice,
Hércules los versos siguientes:
—206→
HÉRCULES
Avenenado Hipogrifo,
que áspid del jardín más bello
no
sólo el tesoro guardas
de amables hechizos, pero
de aborrecidas beldades.
No a robar tus pomas vengo
por ser dichoso en amores,
sino en aborrecimientos.
Embiste otra vez, que no
me has de poner en recelo,
por más que, escamada nube,
traigas abortando
incendios,
el relámpago en los ojos,
en los
bramidos el trueno,
y el rayo en la exhalación
del tósigo de tu aliento.
La clava de Hércules
es
la que te hiere; y supuesto
que oír de Hércules
el nombre
más que la clava, le ha muerto
a
tierra, Pegaso, y vea,
que a pesar de sus violentos
Vesubios, Volcanes y Ethnas,
introducido en el centro
de sus vedados jardines,
a ella y a sus monstruos
venzo.
Y tú, tronco del amor,
de tus dorados
renuevos
este me da por testigo
del triunfo, no porque
quiero
ni ser amado, ni amar
sino vencer mis desprecios.
Muerto el monstruo de aquel jardín Hércules,
hace prisionera a Hiole, y quiere llevarla por esclava suya:
opónesele Anteo, que le desafía a singular
combate. La escena del desafío, en que perece Anteo,
está muy bien descrita.
—207→
Es conocida la fábula
de que Anteo, hijo de la tierra, siempre que caía
en ella cobraba nuevas fuerzas: hé aquí cómo
describe Calderón este combate.
ANTEO
Al sitio que apenas bruta
planta pisó, guiando vengo
tus pasos porque ninguno
nos siga, y se ponga en medio.
HÉRCULES
Dí
que a fin de dilatar
tu muerte, que es lo más
cierto;
pues ya que solos estamos,
y ocultos, saca
el acero.
ANTEO
Son muy desiguales armas
espada y clava;
y en duelo
aplazado, el igualarlas
es ley; y así,
pues yo dejo
la espada, deja la clava,
y ven a los
brazos.
HÉRCULES
Eso
ya es lo contrario, pues es
gana de morir más
presto.
ANTEO
Tú lo verás, cuando veas
que cobro, en dando en el suelo,
dobladas fuerzas.
HÉRCULES
¿Qué
aguardas?
llega, pues, y del primer
ímpetu
verás si doy
contigo en tierra.
ANTEO
¿Qué
has hecho
en eso, si con mayor
valor a la lucha vuelvo?
HÉRCULES
Más resistencia hallo en ti
de la que antes hallé; pero
no importa, para que
deje
de ser superior mi esfuerzo.
ANTEO
También
superior el mío,
volverá a embestir de
nuevo.
HÉRCULES
¿Qué es esto, cielos, pues
cuando
más le rindo, más le encuentro
fortalecido?
ANTEO
Pues
va
siempre mi fuerza en aumento,
—208→
en escediendo a
la suya,
que le he de vencer, es cierto.
HÉRCULES
Como es su madre la tierra
sin duda ella le da alientos,
cuando a ella cae; y así
no ha de volver a
ella.
ANTEO
Cielos,
como ahora no me arroja,
desalentado fallezco
haga
maña lo que antes
era fuerza.
HÉRCULES
Ahora
veo,
pues que te dejas caer
tú, cuando yo
no te dejo
que es señal de que la tierra
te
fortalece en cayendo.
ANTEO
Sea lo que fuere, vuelve
a la lid.
HÉRCULES
Sí
haré, ya vuelvo;
pero advertido de que
si allá
vencí sus portentos,
porque me valí del
aire,
he de hacer aquí lo mesmo:
no ha de
caer en la tierra,
por si en el aire le venzo,
haciéndole
que en mis brazos
reviente.
ANTEO
Valedme,
cielos,
que oprimido, sin tocar
en la tierra, desfallezco.
¿Quién creerá, cuando en los brazos
de
Hércules espira Anteo,
que dando el aliento al
aire,
me niegue el aire el aliento?
HÉRCULES
Quien viere que yo te arrojo
hecho pedazos al viento
y tú, enemiga Cibele,
en tu horrible oscuro centro,
a quien meciste en la cuna
construye su monumento.
Entre tanto las tres Espérides se preparan a templar
—209→
el enojo de Hércules, y Venus y Cupido persuaden
a Hiole que finja amar a Hércules, y finja en su presencia
que llora.
Pues llore aunque finja,
dice Cupido; y él y su madre repiten:
Pues
llore, supuesto
que no es la primera que llora fingiendo.
Hércules
vuelve al jardín, sin entender si lo que sentía
hacia Hiole era rencor o amor. Al entrar en el jardín,
encuentra a Verusa, la más bella de las Hespérides,
y la dice:
HÉRCULES
¿Dónde,
dí,
Hiole está? ¿pues cómo así
la espalda
me vuelves? ¿no
merezco respuesta yo?
VERUSA
El semblante
de tu ira
tanto de ti me retira,
que su temor me obligó
a intentar irme sin verte.
HÉRCULES
¿Tanto asombro?
¿tanto espanto?
VERUSA
Fácil fuera decir cuánto.
HÉRCULES
¿De qué suerte?
VERUSA
Desta
suerte.
Tú mismo en ti mismo advierte,
si espanto
y asombro das.
HÉRCULES
¡Yo soy este! Ya con más
causa a mi descuido riño,
pues no me debió
el aliño
verme a una fuente jamás.
¡Qué
varia naturaleza
es en su desigualdad!
¡qué
mal dice una fealdad
en brazos de una belleza!
Si
es tan grande mi fiereza,
—210→
¿qué mucho que la luz
pura
huya de la sombra oscura,
y que lo haga novedad
ver a la monstruosidad
en brazos de la hermosura?
Disculpada Hiole bella
en cierta parte se halla;
¿qué digo? que el disculpalla
ya camina hacia
querella:
¿pero si por otro ella
me dejó? ¿pero
si yo
maté a por quien me dejó?
¿y si
en su memoria queda?
¿y si hay como yo pueda
borrarle
della? ¿quien vio
tan rara contrariedad?
Quítame
esa luna impura,
no vea yo que es tu hermosura
espejo
de mi fealdad.
Ya sin verme, a mi crueldad
vuelvo...
Eglé canta las glorias del amor y le detiene, como
también Esperia, citando los héroes que han
sido cautivos de esta pasión; pero ninguna consigue
triunfar de la ferocidad de su ánimo, sino Hiole,
puesta a sus pies, fingiendo y llorando.
Hércules
la lleva a la corte, la corona reina de Libia, y se adormece
a su lado en el seno de los placeres. Hiole se venga, robándole
su clava mientras está dormido, poniéndolo
una rueca en su lugar, llenándole de cintas el cabello,
y haciéndole que le vieran en esta situación
los grandes de la corte. La última escena es el triunfo
de Venus y Cupido, llevando atado al carro de su triunfo
al domador de fieras.
Esta es una comedia de teatro, y llena
de grandes y variados espectáculos; pero el interés
no decae nunca, y la vista esta sometida al ingenio, lo que
no podremos
—211→
decir en otras pertenecientes a este género.
La versificación en este drama, como en los demás
mitológicos de Calderón, es más variada
y sostenida que en las otras comedias del mismo autor.
El
Monstruo de los Jardines no es comedia de espectáculo.
Pero en ella la impetuosidad y nobleza de origen divino del
carácter de Aquiles, están muy bien descritas.
Tétis guardaba a su hijo Aquiles en las entrañas
de un risco cercano a Egnido, para evitar los peligros con
que el hado lo amenazaba saliendo al mundo antes de cumplir
los tres lustros de edad. Esta época se acercaba,
cuando Ulises llegó a la corte de Egnido buscando
a Aquiles, sin el cual, según otros oráculos,
no podrían los griegos triunfar de la soberbia Troya.
Antes de que se cumpliese el término fatal que esperaba
Tétis, vino Deidamia, princesa de Egnido, a solazarse
con sus damas a un valle cercano a la cueva donde se criaba
Aquiles. Este habla siempre obedecido a su madre, y conservádose
siempre en su prisión; pero atraído del canto
y de los instrumentos de las damas, rompió el precepto,
salió de la cueva y halló a Deidamia dormida
entre las flores. El aspecto selvático de Aquiles,
su vestido de pieles, asustan a las damas. Acuden los guardias,
el rey, Ulises, y Lidoro, príncipe de Epiro, esposo
prometido de Deidamia. Todos quieren detenerle, sabiendo
que es Aquiles, y él pelea contra todos con valor
sobrehumano, temiendo el enojo de Tétis; pero esta
deidad sale de un peñasco, le libra de la pelea y
le oculta a la vista de todos. Así concluye el primer
acto.
La primer escena del segundo acto es la siguiente,
en que se muestra el furor de Aquiles separado de Deidamia,
que lo había cautivado el corazón. Obsérvese
que este segundo acto es continuación del primero;
lo que observó Calderón en muchos de sus dramas,
para probar que no lo era imposible observar las unidades
de tiempo y de lugar.
—212→
AQUILES
¿Esta es piedad?
TÉTIS
Sí.
AQUILES
Pues
no
quiero admitirla.
TÉTIS
¿Qué
intentas?
AQUILES
Arrojarme despechado
desde esa más
alta peña
al mar, adonde mi vida,
desesperada
y resuelta,
de un sepulcro a otro sepulcro
pase de
una vez, y tengan
fin tantas ansias.
TÉTIS
Advierte...
AQUILES
Es en vano.
TÉTIS
Considera...
AQUILES
No es posible.
TÉTIS
Mira...
AQUILES
¿Qué
hay que mire, qué hay que advierta,
qué
hay que considere, cuando
sujeto a tirana fuerza,
segunda
vez solicitas
reducirme a más estrecha
prisión
que la que echó a mal
los años de mi edad
tierna?
¿Cuando juzgué que el abrirse
en duras
bocas la tierra,
amparándome de tantos
como
me sitiaron, fuera
para mi seguridad,
vuelve a ser
para mi afrenta?
Pues no, no ha de ser, que ya
es
tarde para obediencias.
Antes que viera del sol
las
luces, antes que viera,
de los cielos la armonía,
de los montes la soberbia,
de las flores la hermosura
de las aves la belleza,
y la inquietud de los mares,
ya toleraba mi estrella
en la fe de la ignorancia
el voto de la paciencia.
Pero después que los
vi,
y vi que juraba reina
—213→
de la hermosura a Deidamia,
toda la naturaleza,
¿cómo quieres que otra
vez
sin ellos viva, y sin ella,
y me consuele de hallarla
tan sólo para perderla?
Y así, piadosa
cruel,
que me amparas y me fuerzas,
que me crías
y me afliges,
me halagas y me atormentas
perdóneme
tu respeto,
que aunque obedecerte quiera
mi voluntad,
mi pasión
no quiero que te obedezca.
Yo he de
seguir de Deidamia
la luz, aunque lo defiendan
los
hados, o has de quitarme
la vida, porque no tenga,
a pesar de mi valor,
aqueste triunfo su ausencia.
TÉTIS
Ay, Aquiles, si supieses
cuán piadosamente
atenta
esta, que llamas crueldad,
tu vida ampara
y reserva
de opuesto influjo...
AQUILES
¿Qué
influjo
habrá tan cruel que pueda
más
que quitarme la vida?
Pues si tú me quitas esta,
¿qué me das? y así, perdona,
digo otra
vez; y pues fiera
constelación una vida
destina
a dos muertes, deja
que la pierda a gusto mío,
si es preciso que la pierda.
Vuelve, pues, bella Deidamia
y cuantos te siguen vuelvan
a lograr en mi las iras
con que mi muerte desean:
—214→
Aquiles os llama, Aquiles.
TÉTIS
Suspende la voz, y piensa...
AQUILES
Ya
te digo que es en vano,
si ya no es que me convenza
superior razón; y así,
mientras la causa
no sepa
que te obliga a que me ocultes
quién
eres y soy, y mientras
no volviere a ver el cielo
de aquella deidad, aquella
sin quien ya será imposible
que alivio mis ansias tengan,
no ha de volver a domarme
el yugo de tu obediencia.
Tétis, viendo la
resolución de su hijo, le da cuenta del hado que le
amenaza, y le propone que viva disfrazado de mujer al lado
de Deidamia, fingiendo ser su prima Astrea, que no era conocida
en Egnido por haberse criado en una provincia lejana, donde
mandaba su padre. Aquiles acepta, porque, dice,
si a vivir voy con Deidamia,
si a adorar voy su belleza,
nombre, ser, honor y fama,
¿qué se pierde en que se pierda?
Las ninfas
de Tétis llevan a Aquiles al mar y le embarcan en
un navío, donde debían vestirle de mujer. Ulises,
que se había quedado en el monte, no dejó de
notar el embarque del monstruo; y oyó el canto de
las ninfas, cuyo estribillo es:
Veamos si sus hados
vence cuando sea
monstruo en los jardines,
quien lo
fue en las selvas.
—215→
Es admirable el monólogo de
Ulises, en que descríbese la invención de la
trompa y la caja, con el objeto de descubrir con él
a Aquiles.
ULISES
Cielos, si a vuestras estrellas
persuadisteis a que influyan
en mi favor los afectos
que caudillo me intitulan
de toda Grecia. ¿por qué
después que el nombre me ilustra
me andáis
regateando el medio
y escaseando la ventura?
Sin Aquiles,
esta guerra
no tendrá, según pronuncia
el oráculo de Marte,
favorable la fortuna.
¿Pues cómo a darla noticia
hasta su deidad augusta,
y a descubrirle no basta?
Mas ¡ay de mí! que
sin duda
opuesto poder le ampara;
bien lo muestra y
asegura
hacer cuando deja verse
que por los vientos
nos huya.
Pues yo no me he de rendir
a dificultad
alguna;
que si hay un Dios que le guarda,
otros hay
que te descubran.
Y si por humanos medios
esto puede
ser, mi industria
dará trazas con que a efecto
llegue, y esta ha de ser una.
Muchos días ha
que noto
que en la milicia no supla
la humana voz
otra voz
superior a todas, cuya
orden gobierne las
tropas,
ya divididas, ya juntas,
—216→
un horroroso sonido
que ánimo y valor infunda
en los pechos de
los hombres,
de suerte que su confusa
armonía,
con variarla
de las cláusulas algunas,
todo
un ejército entero,
si una vez el son escucha,
entienda lo que le manda,
porque lo ejecute y cumpla.
Con esta imaginación,
han trazado mis astucias
dos instrumentos: el uno
de curadas pieles rudas;
y el otro, de retorcidos
metales; ambos retumban
de suerte, que armoniosos
en una y otra voz juntan
los apartados estremos
del horror y la dulzura.
De
estos instrumentos dos
que erizan y que espeluznan
al que los oye, he de usar
hoy de Aquiles en la busca
y siendo así que de Monstruo
de las montañas,
le muda
a Monstruo de los Jardines
quien nos le guarda,
quién duda,
pues la voz sola entrar puede
en
la estancia más oculta,
que como este horror su
oído
hiera, la prisión no sufra,
porque
joven a quien Marte,
para sus triunfos anuncia,
gran
corazón le guarnece,
gran espíritu le ilustra;
y no es posible que quien
ya en los vaticinios triunfa,
—217→
y en los oráculos vence,
oyendo este idioma,
cumpla
con su mismo natural,
si arrebatado no busca
la horrible voz de la guerra,
que sus aplausos pronuncia.
Y cuando no se consiga
por tal medio tal ventura,
otros habrá sin que de
por vencidas mis industrias.
Astrea llega al puerto de Egnido es recibida con muchas
caricias por su engañada prima Deidamia; y a fines
del segundo acto se prevé ya que Aquiles, hembra para
todos, se declarará muy pronto con ella.
En efecto,
a principios del tercero se hablan ya como amantes en el
jardín, favorecidos por el silencio protector de la
noche. Pero el rey quiere, que su hija case con Lidoro; amplia
materia de discusión entre Aquiles y Deidamia. Lidoro
entra en el jardín, y riñe con Aquiles. Deidamia
se retira. El esposo prometido pregunta al amante ¿quién
es?, y él le responde, sin dejar de reñir,
El Monstruo de estos Jardines.
Lidoro repite admirado esta expresión, y Ulises,
que llega entonces, oyéndola de su boca, cree que
es Lidoro el héroe que busca: se pone al lado de su
rival, el cual por no ser conocido se ausenta. Lidoro desengaña
a Ulises y le cuenta el suceso. Ulises, convencido de que
Aquiles se oculta en el palacio, pone en práctica
todas sus artes. A la mañana siguiente penetra en
el cuarto de Deidamia con un criado disfrazado de mercader
extranjero, que entre muchas joyas riquísimas traía,
como por casualidad, unas armas.
—218→
Deidamia feria a sus criadas
las alhajas que más les gustan, y Astrea se ciñe
la espada, se pone el yelmo y embraza el escudo; terrible
indicio para el astuto rey de Ítaca del carácter
belicoso de aquella, que hasta entonces tenía por
mujer.
El rey entra después con Lidoro y toda su
corte en el cuarto de Deidamia, y dice a esta como había
recibido noticias de que el bajel en que la verdadera Astrea
venía a Egnido, había perecido en el mar. Aquiles
se turba: Deidamia disimula mejor y habla vagamente de la
falsedad de las voces relativas a la pérdida de los
navíos. Nuevo motivo de sospechas para Ulises. Durante
un sarao que se da en palacio, Ulises hace tocar sus instrumentos
bélicos, que como no conocidos hasta entonces, aterran
aun a los mismos militares; pero Aquiles entusiasmado dice:
AQUILES
Vuestro discurso yerra,
que aqueste es el idioma de la guerra,
que a grandes
cosas llama;
pues su concepto grave,
mezclando lo horroroso
y lo suave,
el pecho anima, el corazón inflama
y la muerte apellida,
en glorioso desprecio de la vida
¿quién sus templadas cláusulas escucha,
y a la campaña por salir no lucha?
Viva el
Imperio griego,
y Troya se destruya a sangre y fuego:
no quede a vida bárbaro enemigo.
Más
loca estoy, no sé lo que me digo
perdona, gran
señor, que este portento
mi atención se
ha llevado tras mi acento.
Poco después encontrando
Ulises a Astrea sola, clama a sus espaldas:
ULISES
Guárdate, Aquiles, que te dan la muerte.
—219→
AQUILES
¿Quién me da la muerte? ¿quién
tan
piadoso es? Pero ay cielos,
¿qué digo?
ULISES
No
disimules,
que ya es en vano, supuesto
que no has
podido vencer
aquel descuidado afecto
natural que tras
el nombre
lleva el primer movimiento.
AQUILES
¿Qué
es lo que decís? ¿con quién
habláis?
Que yo no os entiendo.
ULISES
Perdonadme, hermosa Astrea,
que desalumbrado y ciego
llegué a hablar con
vos, juzgando
que hablaba (¡qué devaneo!)
con Aquiles, tal en busca
suya traigo el pensamiento:
loco estuve; perdonadme
digo otra vez, que ya veo,
señora, que no sois vos
Aquiles ni podéis
serlo,
porque joven a quien Marte,
dios de las lides
sangriento,
destina para caudillo
de sus mayores trofeos,
joven a quien apellidan
para héroe suyo los
cielos
para honor suyo los dioses,
los astros para
instrumento
de sus influjos, los hados
para honor
de sus decretos,
la fama para su asunto,
la historia
para su ejemplo,
la patria para su amparo
y para su
aplauso el tiempo
claro es que no había de estar
en viles ropas envuelto,
cuidando de los afeites,
perfumes, galas y ascos,
—220→
que son fealdades del alma,
y no hermosura del cuerpo
y así pues yo me
engañé,
queda con Dios, advirtiendo,
si no le descubro ahora,
que yo le descubra presto.
AQUILES
Aguarda, Ulises, espera.
ULISES
¿Que me quieres?
AQUILES
Los
sucesos
que improvisamente asaltan
el muro del pensamiento,
la mayor ruina que dejan,
después de saquearle
al pecho,
es no dejarle palabras.
ULISES
¿Pues qué
quieres?
AQUILES
Sólo
quiero
lugar para responder.
ULISES
¿Qué tanto
plazo?
AQUILES
Un
momento.
ULISES
Pues yo vendré.
AQUILES
No
te vayas.
ULISES
¿Tan presto ha de ser?
AQUILES
Tan
presto.
Aquiles, después de luchar en su ánimo
el honor con el amor, resuelve, como él dice,
Poner en salvo su honor;
y concierta con Ulises salir por la puerta de los jardines
aquella noche para reunirse con el ejército griego.
Despéjase de las ropas mujeriles. Deidamia llega al
dar la señal convenida con Ulises para su fuga la
caja y la trompa, y le detiene con sus caricias y lágrimas
en el jardín. Llegan el rey y Ulises. Lidoro llega
y riñe con él. Aquiles se declara. El rey,
viendo el ultraje de su casa, quiere matarle: Ulises le defiende,
y Tétis se aparece, le declara por hijo suyo, y el
rey accede al casamiento de Aquiles y Deidamia; y el héroe
se prepara a partir al sitio de Troya.
Concluyamos nuestros
estudios del teatro de Calderón con la análisis
de la comedia de Eco y Narciso, mitológica a un tiempo
y pastoril.
—221→
Eco, pastora rica de Arcadia, dotada de los
dones de la hermosura y del canto, es objeto de la adoración
de todos los pastores; mas ella no los paga sino con un cortés
agradecimiento. Había en las cercanías de aquellos
campos un monstruo en figura humana, que aterraba toda la
comarca. Anteo, pastor y cazador, le persigue, le aprisiona
y le lleva a Eco. Pero el monstruo era Liriope, hija de Sileno,
anciano pastor que aún vivía, y que robada
en su juventud por Céfiro, concibió de él
a Narciso. Abandonada de su versátil amante, fue protegida
por el sabio adivino Tiresias, en cuya cueva dio a luz y
crió a su hijo, y aprendió el arte mágica.
Tiresias al morir le hizo el horóscopo de su hijo,
diciéndolo que su ruina serían una voz y una
hermosura. Esta relación que hizo Liriope a los pastores
de la Arcadia, la confirmó el anciano Sileno su padre,
que estaba presente; y todos se preparan a buscar a Narciso,
que había quedado solo en la cueva.
En el segundo
acto se encuentra a Narciso en lo intrincado de la montaña,
que también buscaba a su madre. Eco es la primera
que le encontró, y cuya voz le atrajo cantando. Es
conducido al valle el nuevo pastor, objeto ya del amor de
Eco. Él también la ama; pero avisado por su
madre de los peligros que le esperan de una voz y de una
hermosura, se niega a aceptar su mano y sus riquezas, que
Eco misma le ofrece. Febo y Silvio, pastores amantes de Eco,
sabedores de la pasión de la ninfa y del desprecio
de Narciso, quieren ya matarle, ya defenderle alternativamente,
y con estas escenas de amor y de celos termina el segundo
acto.
En el tercer acto Liriope, conociendo el peligro a
que expone a su hijo el amor de Eco, le obliga a que se retire
del llano y vaya a las selvas a entretenerse en la caza con
Bato su criado, y el mismo pone en los sitios donde Eco apacienta
su ganado una yerba venenosa que tiene la virtud de impedir
el habla y dejarla reducida a las últimas sílabas
de lo que dicen otros.
—222→
Narciso, cansado de la caza, llega
a una fuente, donde ve su imagen, y cree que es la diosa
de aquel manantial. El autor ha justificado esta ignorancia.
haciendo notar ya desde el principio del segundo acto que
no había salido nunca de la cueva en que su madre
le tenía, ni llegado a beber aun agua viva. Narciso,
enamorado de sí mismo, creyendo que lo estaba de una
deidad, desprecia a Eco, que llega a hablarle, ya atormentada
del veneno, y que se retira a las montañas, donde
perece de amor, y donde su espíritu responde a las
voces de los que pasan. Narciso, desengañado por su
madre, muere consumido junto a la fuente, y su cadáver
se convierte en la flor de su nombre. Es menester leer toda
la comedia, para ver con cuánta habilidad ha sabido
el autor hacer, digámoslo así, verosímil
y práctico un asunto tan ideal.
Los versos más
notables de este drama son los que dice Eco cuando ofrece
su mano y su amor a Narciso.
También son hermosos
los versos en que Eco, herida del tósigo, resuelve
esconderse entre los montes.
—225→
ECO
En mi vida me verán
humanas gentes la cara;
huyendo de los poblados
a
las ásperas montañas
iré, y escondida
en ellas,
las más cóncavas estancias
viviré, triste y confusa,
repitiendo a cuantos
pasan
últimos acentos solo.
Ásperos montes
de Arcadia,
de Arcadia apacibles selvas,
nobles pastores,
zagalas
hermosas, blancos rebaños,
verdes troncos,
fuentes claras,
Eco, vuestra compañera,
ya
de entre vosotros falta
no la busquéis, porque
oculta
en las ásperas entrañas
de los
montes, va a vivir
de Narciso enamorada.
Mas si queréis
saber de ella
desde los valles habladla,
que de responder
a todos
desde aquí doy la palabra,
llorando
con los que lloran,
cantando con los que cantan.
Acaso el deseo de dar a conocer las bellezas de Calderón
me haya obligado a extenderme más de lo que debiera
en el estudio y examen de sus composiciones. Sin embargo,
nada he dicho de los cuentos, chistes y sales que pone en
boca de los graciosos, que son muchos, variados y profundos,
nada de sus adornos y episodios líricos. Nada tampoco
diré de sus autos sacramentales, para los cuales reservó
el mérito de la elocución más elevada
y culta. Como en ellos no sobresalen las bellezas de la composición
dramática, aunque en nada de cuanto escribió
este ilustre poeta
—226→
falta el interés, no me han parecido
objeto digno de un examen particular. Sin embargo, no dejaré
de decir que el doctor Bowring, sabio humanista inglés,
apreciaba en gran manera las traducciones que se encuentran
en dichos autos de muchos pasajes de la Biblia.
Aquí
termina, pues, nuestro examen del teatro de Calderón.
Ningún poeta dramático anterior o posterior
le igualó en la composición, es decir, en el
arte de deducir verosímilmente unos incidentes de
otros, en el interés de la acción, siempre
variada, siempre sostenida; ni en la descripción del
amor y el honor, como entonces se sentían en la sociedad
española. La parte ideal de estos dos afectos nadie
la pintó como él. Su versificación es
constantemente noble, gallarda, artificiosa, codada, si bien
tal vez se le puede acusar del gongorismo, culteranismo y
simetría, que eran de gusto en su tiempo. Sus caracteres
se parecen; todos
tienen un tipo, que es el caballero y
la dama castellana del siglo XVII; así como en Alfieri
no encontramos más que tiranos y conspiradores. Alfieri
fue un gran hombre; pero aténgome a Calderón.
Sus figuras son y serán siempre más agradables,
y sobre todo, más morales. Ya hemos advertido, en
prueba de nuestra imparcialidad, que desfiguró, más
de lo que es permitido al poeta dramático, la historia
y la geografía.
Calderón debe estudiarse no
sólo como el mejor autor de nuestro antiguo teatro,
sino también como un repertorio de riquezas dramáticas
y de versificación, y como un modelo de lenguaje noble
y caballeroso. Abunda en frases formadas por él mismo
y no usadas antes, y nada es más poético que
la reunión de voces que parecían no poder hallarse
juntas.
En la lección venidera emprenderemos el examen
de Ruiz de Alarcón.
—227→
25.ª lección
Comedias de D. Juan de Alarcón
D. Juan Ruiz de
Alarcón, coetáneo, y émulo o discípulo
de Calderón, riquísimo como este y como Lope
de Vega en la invención de la fábula y de las
situaciones, no añadió nada al poeta de Felipe
IV en cuanto a la construcción dramática, es
decir, en cuanto al arte de la exposición, del enlace
de los incidentes y la deducción de la catástrofe;
pero le es muy superior en la creación y desenvolvimiento
de los caracteres morales, que en Calderón tienen
todos un tipo general, como ya hemos notado al examinar su
teatro. Alarcón presenta índoles o condiciones
particulares, ya de vicios, ya de virtudes, y los contrastes
que le son consiguientes. Así, es de todos nuestros
poetas el que más se acerca al género terenciano.
Calderón conservaba su superioridad ordinaria cuando
describía un carácter individual, como el de
Segismundo en La Vida es Sueño, el de Cipriano en
El Mágico Prodigioso: pero su Hombre pobre, que todo
es trazas, y su Astrólogo fingido, tienen que ceder
al Embustero y al Maldiciente de Alarcón.
En cuanto
a las dotes de la elocución, es Alarcón el
más puro, el más correcto, el único
digno de ser tenido por padre de la lengua entre nuestros
autores cómicos, iguales a Calderón en la urbanidad
y en las gracias; pero lo es inferior, muy inferior, en la
poesía y en el estilo.
Dos, pues, son las prendas
que sobresalen en este poeta, y por las cuales es digno de
un estudio particular: la pureza, propiedad y corrección
del lenguaje, y su superioridad en la descripción
de los caracteres.
—228→
Pero Alarcón tiene otro mérito
más, y es el de haber dado en su comedia de La Verdad
sospechosa el tipo del Mentiroso del gran Corneille, en parte
traducido y en parte imitado; y es menester no olvidar que
el drama de Corneille es la primer comedia buena que tuvo
el teatro francés. Parece que estaba en el destino
de aquel grande hombre, creador de la tragedia y de la comedia
francesa, que no se pusiese en actividad la centella eléctrica
de su genio, sino con la lectura de dramas españoles.
Uno de ellos lo inspiró El Cid, y otro El Mentiroso.
Es natural, pues, que comencemos nuestros estudios del teatro
de Alarcón por su comedia de La Verdad sospechosa,
clásica ya en la historia de la literatura dramática.
D. García, hijo de D. Beltrán, noble madrileño,
vuelve a la corte de sus estudios de Salamanca. Es joven,
galán, valeroso; pero tiene el defecto de mentir,
aun cuando no le importe, y mentira mucho mejor, cuando alguna
pasión e interés le obligue a ello. El enlace
consiste en una dama, llamada Jacinta, que vivía en
compañía de una amiga suya llamada Lucrecia;
García se prenda de Jacinta: pero por el informe que
tomó Tristán, criado de D. García, del
cochero de aquellas señoras, informe mal interpretado
por su amo, se persuado este a que el nombre de la que adora
es Lucrecia. Toda la comedia gira sobre esta primera equivocación.
El embustero miente a Jacinta fingiendo que es indiano,
y que hace un año que la ronda; miente a su antiguo
amigo D. Juan, fingiendo que ha dado una magnífica
cena y baile a una dama en el soto de Manzanares; miente
a su padre, que le propone el casamiento con la misma Jacinta
que él ama pero no sabe que es ella, por la equivocación
del nombre, fingiendo que estaba casado en Salamanca, y que
su mujer estaba en cinta; miente a su mismo criado Tristán,
fingiendo que había dado muerte en un desafío
—229→
a su amigo D. Juan; pero en el momento que Tristán
lamenta la desgracia del pobre caballero, le ve pasar por
la calle, y dice a su amo:
En
esta escena añade Corneille un rasgo muy gracioso,
porque el criado apenas ve venir a D. Juan, tan bueno y tan
galán, dice a su amo:
Les gents que vous tuez
se portent assez bien.
Las gentes que usted mata, están
buenas y sanas.
Síguese a esta la escena en que su
padre D. Beltrán reprende al hijo el fingimiento del
matrimonio de Salamanca, y no quiere interesarse con el padre
de Lucrecia, a quien el embustero dice que ama, porque no
le cree. García le dice:
D. GARCÍA
No señor, lo que a las obras
se remite, es verdad clara;
y Tristán, de quien
te fías,
es testigo de mis ansias:
dílo,
Tristán.
TRISTÁN
Sí
señor,
lo que dice es lo que pasa.
D. BELTRÁN
¿No te corres de esto? dí:
¿no te avergüenza
que hayas
menester que tu criado
acredite lo que hablas?
Ahora bien, yo quiero hablar
a D. Juan; y el cielo
haga
que te dé a Lucrecia, que eres
tal que
ella es la engañada.
Mas primero he de informarme
en esto de Salamanca;
que ya temo, que en decirme
—231→
que me engañaste, me engañas.
Que aunque
la verdad sabia
antes que a hablarte llegara,
la
has hecho ya sospechosa
tú con sólo confesarla.
Al fin, García sabe que Lucrecia es diferente de
la que él ama, pero tiene que casarse con ella, porque
ya D. Beltrán y el padre de Lucrecia están
convenidos en ello. Dos castigos prepara el autor al carácter
del embustero: vino, casarse por consecuencia de sus mismos
enredos, con la mujer que no amaba; y otro, hacer en su boca
difícil de creer y sospechosa la misma verdad. Por
sus mentiras pierde la mano y el corazón de Jacinta
que había empezado a amarle, pierde la amistad de
D. Juan, el aprecio de los que le conocen y el amor de su
padre. Si hay una comedia verdaderamente moral, es esta.
El carácter del mentiroso está muy bien dibujado.
Borda con tanto ingenio y prontitud sus mentiras, que casi
obliga a creerlas. Véase la descripción que
hizo a su criado del supuesto desafío con D. Juan
D. GARCÍA
Yo te lo quiero contar;
que pues sé por esperiencia
tu secreto y tu prudencia,
bien te lo puedo fiar.
A las siete de la tarde
me escribió que me aguardaba
en San Blas D. Juan
de Sosa
para un caso de importancia.
Callé,
por ser desafío;
que quiere el que no lo calla
que lo estorben o lo ayuden:
cobardes acciones ambas.
Llegué al aplazado sitio
donde D. Juan me aguardaba
con su espada y con sus celos,
—232→
que son armas de ventaja.
Su sentimiento propuso
satisfice a su demanda;
y
por quedar bien, al fin
desnudamos las espadas.
Elegí
mi medio al punto,
y haciéndole una ganancia
por los grados del perfil
le dí una fuerte estocada.
Sagrado fue de su vida
un Agnus Dei que llevaba,
que topando en él la punta
hizo dos partes mi
espada.
Él sacó pies de gran golpe;
pero
con ardiente rabia
vino, tirando una punta;
mas yo
por la parte flaca
cogí su espada, formando
un atajo, él presto saca
(como la respiración
tan corta línea le tapa,
por faltarle los
dos tercios
a mi poco fiel espada)
la suya, corriendo
filos;
y como cerca me halla,
porque yo busqué
el estrecho,
por la falta de mis armas
a la cabeza
furioso
me tiró una cuchillada:
recibila en
el principio
de su formación y baja,
matándole
el movimiento
sobre la suya mi espada.
Aquí
fue Troya; saqué
un revés con tal pujanza,
que la falta de mi acero
hizo allí muy poca
falta;
que abriéndole en la cabeza
—233→
un palmo
de cuchillada,
vino sin sentido al suelo,
y aun sospecho
que sin alma.
Dejéte así, y con secreto
me vine; esto es lo que pasa,
y de no verlo estos días,
Tristán, es esta la causa.
La comedia bien
conducida hasta el fin, aunque oscura en algunas escenas
(porque Alarcón no poseía el arte de enlazar
los incidentes como Calderón), está llena de
excelentes rasgos satíricos y de carácter.
Para muestra de ello y del excelente lenguaje de nuestro
poeta, véase la primera escena, en que el ayo de D.
García en Salamanca da cuenta a D. Beltrán
del defecto de su hijo, antes de irse a un corregimiento
que lo había alcanzado D. Beltrán.
LETRADO
Mas una falta no más
es la que le he conocido,
que por más que le he
reñido
no se ha enmendado jamás.
D. BELTRÁN
¿Cosa que a su calidad
sera dañosa en Madrid?
LETRADO
Puede, ser.
D. BELTRÁN
¿Cuál
es?, decid.
LETRADO
No decir siempre verdad.
D. BELTRÁN
¡Jesús, que cosa tan fea
en hombre de obligación!
LETRADO
Yo pienso que o condición
o mala costumbre
sea;
con la mucha autoridad
que con él tenéis,
señor
junto con que ya es mayor
su cordura
con la edad
ese vicio perderá.
D. BELTRÁN
Si la vara no ha podido,
en tiempo que tierna ha sido,
—234→
enderezarse, ¿qué hará
siendo ya tronco
robusto?
LETRADO
En Salamanca, señor
son mozos,
gastan humor,
sigue cada cual su gusto;
hacen donaire
del vicio,
gala de la travesura,
grandeza de la locura,
hace al fin la edad su oficio.
Mas en la corte mejor
su enmienda esperar podemos,
donde tan válidas
vemos
las escuelas del honor.
D. BELTRÁN
Casi me mueve a reír
ver cuán ignorante
está
de la corte: ¿luego acá
no hay
quien le enseñe a mentir?
En la corte, aunque haya
sido
un estremo, D. García
hay quien le dé
cada día
mil mentiras de partido.
Y si aquí
miento el que está
en un puesto levantado
en
cosa en que al engañado
la hacienda u honor le
va,
¿no es mayor inconveniente
quien por espejo está
puesto
al reino? Dejemos esto,
que me voy a maldiciente.
Como el topo a quien tiró
la vara una diestra
mano,
arremete al más cercano
sin mirar a
quién hirió;
así yo con el dolor
que esta nueva me ha causado,
en quien primero he encontrado
ejecuté mi furor.
Créame, que si García
—235→
mi hacienda de amores ciego
disipara, o en el juego
consumiera noche y dia;
si fuera de ánimo
inquieto
y a pendencias inclinado;
si mal se hubiera
casado;
si se muriera en efecto,
no lo llevara tan
mal,
como que su falta sea mentir.
¡Qué cosa
tan fea!
¡qué opuesta a mi natural!
Ahora bien,
lo que he de hacer
es casarle brevemente,
antes que
este inconveniente
conocido venga a ser.
Yo quedo muy
satisfecho
de su buen celo y cuidado,
y me confieso
obligado
del bien que en esto me ha hecho.
¿Cuándo
ha de partir?
LETRADO
Querría
luego.
D. BELTRÁN
¿No
descansará
algún tiempo, y gozará
de la corte?
LETRADO
Dicha
mía
fuera quedarme con vos
pero mi oficio
me espera.
D. BELTRÁN
Ya entiendo; volar quisiera,
porque va a mandar. A Dios.
LETRADO
Guarde os Dios.
Dolor estraño
le dio al buen viejo la nueva
al fin el más sabio lleva
agriamente un desengaño.
Aquel volar quisiera, porque va a mandar, ¡cuán
bien pinta el resentimiento del viejo contra quien le ha
mostrado la falta de su hijo!, resentimiento injusto, el
mismo D. Beltrán lo conoce y lo ha dicho ya antes;
pero muy propio de la debilidad humana. También es
un excelente rasgo de carácter el artificio con
—236→
que
el licenciado atenúa y disculpa el defecto de su alumno.
Después de censurar en La Verdad sospechosa uno de
los defectos más graves que puede tener un caballero,
reprendo aún con más severidad y con igual
inteligencia otro que no es menos infame, cual es el de ser
maldiciente. Este es el objeta moral de la comedia Las Paredes
oyen.
D. Mendo de Guzmán, caballero noble, poderoso,
rico, valiente y galán, tiene una lengua de víbora:
no perdona ni a sus damas, ni a sus amigos ni a rivales.
De Teodora, una dama que tuvo, dice:
Quería
que yo fuese su marido,
como si hubieran nacido
mis
abuelos en Turquía.
De Lucrecia, a quien todavía
trata, aunque ama para casarse con ella a Doña Ana
de Contreras, viuda joven y rica, que ignorando su defecto
le corresponde, dice que es una cansada, una necia, a quien
engaña, sólo porque la quiso algún día;
y esto lo dice a un amante encubierto de la misma Lucrecia,
que no deja de contárselo a ella: pero al mismo tiempo
D. Mendo le envía una carta en que celebra su hermosura
como superior a la de Doña Ana, así como escribe
después a Doña Ana una carta en ofensa de Lucrecia.
De la misma Doña Ana, objeto entonces de su pasión,
habla muy mal a su amigo el duque de Urbino, a quien la había
celebrado D. Juan de Mendoza, amante desdeñado de
la viuda.
Ella tiene el cerca feo,
si el lejos os ha agradado,
que yo estoy desengañado
porque en su casa la
veo.
DUQUE
¿Visitáisla?
MENDO
Por
pariente
—237→
alguna vez la visito;
que sino fuera delito
según es de impertinente.
...Si el labio
mueve
su mediano entendimiento,
helado queda su aliento
entre palabras de nieve.
.................................
Pues la
edad no sufre engaños
aunque la tez resplandece:
...............................
Mil botes son el Jordán
con que se remoza y lava.
DUQUE
¿Pues cómo D.
Juan la alaba?
MENDO
Para entre los dos, D. Juan
es
un buen hombre, y si digo
que tiene poco de sabio,
puedo sin hacerle agravio.
Y poco después, dice
a D. Juan hablando del duque:
...Es más devoto
de mugeres que de espadas.
En la misma escena, paseándose por Madrid con el
duque, D. Juan y Beltrán, criado de éste, maldice
de todo y de todos.
D. MENDOZA
Esta es la calle Mayor.
D. JUAN
Las indias de nuestro polo.
D. MENDOZA
Si hay Indias de empobrecer
yo también Indias la
nombro.
D. JUAN
Es gran tercera de gustos.
D. MENDOZA
Y gran corsaria de tontos.
D. JUAN
Aquí compran
las mugeres.
D. MENDOZA
Y nos venden a nosotros.
DUQUE
¿Quién habita en estas casas?
—238→
D. JUAN
D. Lope de Lara, un mozo
muy rico, pero más noble.
D. MENDOZA
Y menos noble, que tonto.
DUQUE
Tened,
que bailan allí.
D. JUAN
San Juan es fiesta
de todos.
D. MENDOZA
Yo aseguro que van estos
más alegres que devotos.
DUQUE
¿Quién vive,
aquí?
D. JUAN
Una
viuda,
muy honrada y de buen rostro.
D. MENDOZA
Casta es la que no es rogada;
alegres tiene los ojos.
D. BELTRÁN
¡Bien haya tan buena lengua!
¡Vive Cristo que es un Momo!
D. JUAN
Esta imagen
puso aquí
un estrangero devoto.
D. MENDOZA
Y entre aquestas devociones
no le sabe mal un logro.
D. JUAN
Un regidor de esta villa
hizo este hospital
famoso.
D. MENDOZA
Y primero hizo los pobres.
D. BELTRÁN
Por Dios que lo arrasa todo.
Doña Ana, sabedora
de las malas ausencias que le hacía, y de su intriga
con Lucrecia, lo arroja de su vista; y él, indignado,
trata de robarla cuando volvía de Alcalá a
Madrid: los cocheros de Doña Ana, que eran el duque
y D. Juan disfrazados, le hieren y ahuyentan; y hé
aquí cómo explica D. Mendo este suceso:
Que siempre estas viudas mozas,
hipócritas y santeras,
tienen galanes humildes
para que nadie lo entienda.
Tal valor en un cochero
los celos no más lo engendran.
El maldiciente
es castigado con perder la mano de Doña Ana, que casa
con D. Juan, la de Lucrecia, que
—239→
casa con otro amante, la
amistad del duque y de todos los hombres de bien.
El drama
tiene grande interés y está muy bien conducido.
El espectador se complace al ver los progresos que hace D.
Juan en el corazón de Doña Ana, a proporción
que esta va rechazando de su memoria al odioso D. Mendo.
Para muestra del lenguaje de Alarcón y de su habilidad
para el diálogo, leeremos la escena del primer acto
en que D. Juan declara su amor a Doña Ana, cuando
ella amaba todavía a D. Mendo.
D. JUAN
Que me atreva no te altere,
pues estoy solo contigo,
y un agravio sin testigo
al punto que nace muere.
Desde que la vez primera
vi la luz de tu arrebol,
dos veces la ha dado el sol
a los signos de su esfera;
como al que el rayo tocó
de Júpiter vengativo,
por gran tiempo muerto
vivo
en un instante quedó;
como aquel, que la
cabeza
de la Górgona miraba,
por un peñasco
trocaba
la humana naturaleza;
tal en viéndote
me veo,
tan absorto y admirado,
que en admirable ocupado,
no doy lugar al deseo;
que esos divinos despojos
tanta gloria me mostraron
que al punto me arrebataron
toda el alma por los ojos.
Dª. ANA
Tened, D. Juan:
¿esto para
todo en que amor me tenéis?
—240→
D. JUAN
No, porque ya lo sabéis,
y en vano el tiempo gastara.
D.ª ANA
¿En que os morís?
D. JUAN
No
señora;
pues ni en morir parará,
que
en el alma vivirá,
el amor que os tengo agora.
D.ª ANA
¿Para en pedirme que os quiera?
D. JUAN
Ni llega, señora ahí,
que no hay méritos
en mí
para que a tal me atreviera.
D.ªANA
Pues decid lo que queréis.
D. JUAN
Quiero...
Solo sé que os quiero,
y que remedio no espero,
viendo lo que merecéis.
Como el mísero
doliente
que en el lecho fatigado,
a cualquier parte
inclinado
los mismos dolores siente
y por huir del
tormento,
que en cada lado es mayor,
busca alivio
a su dolor
en el mismo movimiento
así yo con
mi cuidado
vengo a vos, dueño querido,
no
de esperanza inducido,
sino de dolor forzado;
por no
morir con caballo,
no por sanar con decillo,
que es
imposible el sufrillo,
como lo es el remediallo.
Y así no os ha de ofender
que me atreva a declarar,
pues va junto el confesar,
que no os puedo merecer.
D.ª ANA
¿Queréis más?
D. JUAN
¿Qué
más que vos?
Si entender queréis mi estado,
en que os quiero está cifrado.
D.ª ANA
Pues
señor D. Juan, a Dios.
—241→
D. JUAN
Tened; ¿no
me respondéis?
¿de esta suerte me dejáis?
D.ª ANA
No habéis dicho que me amáis?
D. JUAN
Yo lo he dicho, y vos lo veis.
D.ª ANA
¿No decís que vuestro intento
no es pedirme que
yo os quiera,
porque atrevimiento fuera?
D. JUAN
Así lo he dicho y lo siento.
D.ª ANA
¿No decís
que no tenéis
esperanzas de ablandarme?
D. JUAN
Yo lo he dicho.
D.ª ANA
¿Y
que igualarme
en méritos no podéis,
vuestra lengua no afirmó?
D. JUAN
Yo lo he
dicho de este modo.
D.ª ANA
Pues si vos lo decís
todo,
¿qué queréis que os diga yo?
Es difícil encontrar una escena más fina que
ella. Esta Doña Ana al fin quiere a D. Juan, cuando
abandona el amor de D. Mendo, y se casa con él; pero
en el primer acto en que está dicha escena no conocía
a D. Mendo por su mal carácter.
Esta manera de despedir
a un amante no correspondido, está llena de ingenio
y de delicadeza.
Al fin del segundo acto hay una escena
de costumbres populares, imitando los sarcasmos y pullas
que se usaban antiguamente entre los que se encontraban en
el camino. El lugar de la escena es el campo cercano a la
venta de Viveros, y los viajeros volvían de los toros
de Alcalá.
(Cantan dentro.)
Venta de Viveros,
dichoso sitio,
si el ventero es cristiano,
y es moro
el vino.
Sitio dichoso,
si el ventero es cristiano,
y el vino es moro.
—242→
Con mi albarda y mi burro
no envidio nada,
que son coches de pobres
burros
y albardas.
UNA MUGER
Tan gustosa yo vengo
de ver los
toros,
que nunca se me quitan
de entre los ojos.
Unos ojos que adoro
llevo a las ancas:
¿quién
ha visto los ojos
a las espaldas?
UN ARRIERRO
¿Gruñes,
o gritas, o cantas?
Mis males espanto así.
ARRIERO
¿Somos tus males aquí?
Porque también
nos espantas.
Calla y toma mi consejo,
que no es
la miel para ti.
ARRIERO
¿Fuiste a ver los toros?
Sí.
ARRIERO
¿Pues no hay en tu casa espejos?
ARRIERO 2.º
¡Ah del coche! ¿dónde bueno?
Del camino se han
salido.
O el cochero se ha dormido,
o han de hacer
noche al sereno.
¡Ah faetón de los cocheros,
que te pierdes! Por acá.
Por esos trigos se
va.
Y tras él dos caballeros.
De malas
lenguas se quita
quien va al desierto a morar.
No
van ellos a rezar,
que por allí no hay ermita.
Pasemos ya de los caracteres viciosos y ridículos
a los nobles. En esta línea pocos se podrán
presentar comparables con el del marqués D. Fadrique,
valido del rey D. Pedro, en la comedia de Ganar amigos. Es
el modelo ideal de la generosidad de sentimientos, de
—243→
la
grandeza de alma, del deseo de favorecer y servir a sus mismos
émulos y enemigos.
La escena es en Sevilla. El marqués,
acompañado una noche de sus criados, ve venir a un
caballero con la espada en la mano, huyendo de la justicia.
Había dado muerte a otro que había querido
separarle de la reja de una dama. El marqués le ofrece
su protección: llegan los alguaciles, y por ellos
sabe el marqués que la dama era Doña Flor,
a quien amaba, y el muerto un hermano suyo, que quiso quitar
de la reja aquella sombra. Sin embargo, cumple su palabra;
guarda al matador, lo saca al campo, sabe que es un caballero
de Córdoba llamado D. Fernando de Córdoba,
le da una cadena para que se escapo si le mata, pelea con
él, en venganza de la muerte de su hermano y de sus
celos, le desarma y lo vence, y le amenaza de darle muerte
si no declara la ocasión que le tenía a la
reja de Doña Flor. D. Fernando, que había prometido
a esta dama no declarar que era su amante, se obstina en
callar. El marqués, en vez de vengarse, admirado de
la nobleza con que arriesgaba la vida por un secreto, le
levanta y le perdona, y le aconseja que se mantenga oculto
por temor de la justicia inflexible del rey.
En el segundo
acto D. Diego, hermano de Doña Flor, viene a darle
quejas de que por su galanteo padece el honor de su casa.
El marqués le da palabra de no volver a verla ni hablarla,
y logra con los jueces que regulan la causa de la muerte
de su hermano, que no incomoden para nada a Doña Flor
ni a su familia. Esta generosidad le granjea el afecto de
Don Diego.
El marqués pensaba en casarse con Doña
Inés de Aragón, dama de Doña María
Padilla, tenida entonces por reina; pero D. Pedro de Luna,
que, después de marqués, era el que tenía
más lugar en la gracia del rey, lo tenía también
con la dama y entraba a gozarla de noche, delito de muerte
según nuestras leyes. El rey D. Pedro, que lo supo,
mandó al marqués
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que lo castigase, no por
vía de juicio, sino dando muerte al reo, que era harto
poderoso para someterse a la justicia. El marqués,
guiado de su innata generosidad, hace que Luna vaya a mandar
el ejército de la frontera de Granada, y obliga al
rey a aprobar esta resolución; pero Luna, creyendo
que el marqués no le daba aquel cargo sino para apartarlo
de la corte, se venga diciendo al rey en secreto que el marqués
había mandado dar muerte a su hermano por celos de
Doña Flor, y dado escape al asesino. En efecto, esta
voz, verdadera en su segunda parte, había corrido
por Sevilla, y hacía verosímil la primera.
Todos los amigos que ha ganado, le fueron necesarios en
el trance cruel en que le puso la fortuna. D. Diego, enamorado
de Doña Ana, ilustre dama de Sevilla, pero no correspondido,
se introduce de noche en su casa, fingiendo ser el marqués;
y sobornando los criados, llega a su lecho y la violenta.
A principios del tercer acto, Doña Ana se queja al
rey; el marqués niega: es preso en la torre del Alcázar:
vese su causa ante la justicia, y resultan contra él
indicios vehementes; porque el criado que sobornó
a los de Doña Ana, fingió ser de la familia
del marqués, y se averiguó ser suya una cadena
que dicho criado dio a un escudero de aquella señora.
En efecto, era la misma que el marqués dio a D. Fernando
de Godoy, y este a su criado, que pasó después
a serlo de D. Diego, y a fingir que lo era del marqués.
A la causa de fuerza se reunió la de haber dado escape
al homicida de su hermano.
En esta situación de cosas,
llegó victorioso de los moros de Granada D. Pedro
de Luna. El rey, que había mudado de intención
con respecto a él, le casa con su dama, y le dice
que vea al marqués para que sepa; a quien es deudor
de la vida. Luna va a la prisión, y sabiendo todo
el hecho, clama que es falso lo que había dicho de
él; Godoy agradecido a lo que debía al marqués,
se declara por homicida de su hermano,
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y obliga a D. Diego
a confesarse por verdadero reo de la violencia hecha a Doña
Ana. Reconócese la inocencia del marqués, y
el rey los perdona a todos, atendida la nobleza y heroicidad
con que arrostran la muerte por defender al que los había
colmado de favores.
Este drama es a un mismo tiempo de carácter
y de intriga; pero su mérito principal consiste en
la descripción de los caracteres, porque la fábula
está mal distribuida. En el primero y segundo acto
hay muchas escenas episódicas, y en el tercero se
acumulan y atropellan los sucesos. La unidad de tiempo está
quebrantada sin producir bellezas que justifiquen su infracción.
Concluiremos este examen de Ruiz de Alarcón repitiendo
lo que ya dijimos al principio. En la descripción
de los caracteres morales es el primero del siglo XVII, es
absolutamente terenciano; pinta sin exageración ni
recargamiento. Hay de él dos comedias intituladas
1ª y 2ª parte de El Tejedor de Segovia, en las cuales describió
con suma valentía un carácter individual. En
cuanto a la elocución, sobresale en la pureza y propiedad
del lenguaje, y es de todos nuestros poetas cómicos
el que merece más ser estudiado como padre de la lengua.
Su versificación es suave, fluida, exenta de los defectos
de su siglo; pero inferior sin embargo a la de Lope de Vega
y a la de Calderón.
En la lección venidera
hablaremos de Moreto, el primero de nuestros genios en cuanto
a la sal cómica.