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ArribaAbajo24.ª lección

Octava de Calderón


Uno de los géneros más abundantes en el teatro es el de las fábulas mitológicas, en las cuales satisfizo el gusto de la corte y del pueblo a las decoraciones y transformaciones escénicas, sin renunciar por eso al tipo ideal que él se había formado del amor y del honor. Presentó en la escena a Apolo arrojado del cielo por Júpiter, y enamorado de Climeno (Apolo y Climene); a Faetón, rigiendo el carro del sol con bastante felicidad, hasta que vio a su rival Epafo en los brazos de Tétis su amada; el furor de los celos le hizo abrasar el mundo y perecer (El hijo del Sol Faetón); a Céfalo, dando muerte a su esposa Prócris, creyendo que mataba una fiera (Celos aun del aire matan); a Perseo, dando la muerte al monstruo marino por salvar a Andrómeda (Fortunas de Andrómeda y Perseo, muy superior a la de Lope que ya hemos analizado y a la Andrómeda de Corneille); a Prometeo, robando un rayo del sol y animando con él a Pandora (La Estatua de Prometeo); a Hércules, domado por el amor y afeminado a los pies de Hiole (Fiera afemina el amor); a Cupido, enamorado de Psiquis (Ni amor se libra de amor); a Anajarte, convertida en piedra en castigo de su esquivez (La Fiera, el Rayo y la Piedra); a Ulises, detenido por el amor en el palacio de Circe (El mayor encanto amor); a Narciso, enamorado de sí mismo y desdeñando a Eco (Eco y Narciso); a Ulises, arrancando a Aquiles de los brazos de Deidamia (El monstruo de los jardines); y en fin, las fábulas del vellocino de oro, del Minotauro y de Hércules abrasado en el Oeta, en una sola comedia,   —199→   dividida en tres jornadas. En cada una se representa una de aquellas tres acciones; y en la última se reúnen los tres héroes Jasón, Teseo y Hércules, que se habían separado en la loa, que sirve también de prólogo y de exposición (Los tres mayores prodigios).

Escribió también tres piezas en un acto, mezcladas de música y representación; especie de óperas, que después tomó el nombre de Zarzuela, porque las primeras se representaron en la casa de campo de este nombre, que era uno de los sitios reales. Estas piezas son la Púrpura de la Rosa, cuya acción es la muerte de Adonis, El Laurel de Apolo o la transformación de Dafne, y El Golfo de las Sirenas, por el cual pasó Ulises atado al mástil de su navío, y así se libertó de la voz y de la hermosura de aquellos monstruos. A esta composición le dio el nombre de Égloga piscatoria, que recuerda la infancia del teatro en tiempo de Juan de la Encina.

Pero Calderón, muy distante ya de aquella época, cultivó muy poco el género bucólico, y eso solamente en algunas comedias mitológicas, como Eco y Narciso y El laurel de Apolo, o en algunos autos sacramentales, cuyos asuntos eran tomados del antiguo testamento. En vano se buscara en sus pastoras la sencillez, la frescura de colorido, la naturalidad encantadora de los que introduce Lope de Vega en sus dramas. Los del Poeta de Felipe IV no son más que cortesanos mal disfrazados.

De los dramas mitológicos de Calderón, analizaremos el de Fieras afemina amor, el de El Monstruo de los jardines, y el de Eco y Narciso, este último porque es a un mismo tiempo del género mitológico y del pastoril, y los dos primeros por la excelencia de los caracteres de Hércules y de Aquiles.

En efecto, el carácter de Hércules está perfectamente descrito, y es una de las mejores creaciones de Calderón. La escena es en Libia, y la comedia empieza luchando Hércules con un león y dándole la muerte.   —200→   Después de esta hazaña, esperando a Euristeo, rey de Libia, que le había enviado a llamar, quiso descansar en el palacio de las Hespérides. Sabiendo que estaba dentro el dragón que defendía las manzanas de oro, se incitó a entrar para vencerlo; mas sabiendo que aquellas manzanas tenían la propiedad de hacer amable a su dama al hombre que poseyese una de ellas, renunció a la empresa: tan enemigo es del amor, que deja de emprender hazaña tan grande como triunfar de aquel monstruo, por no dar armas favorables a aquella pasión. Véanse las razones en que se funda.

HÉRCULES
...¿Qué me ofende
oír que haya hombre que pretenda
que le merezca, un hechizo
lo que él por si no merezca?
¿Qué bajo espíritu debe
e tener quien se contenta
con que lo que es voluntad
lo haya de adquirir por fuerza?
¿Una muger violentada
es más, si se considera,
que una estatua algo más viva,
con alma algo menos muerta?
Y esto a una parte, no menos
me ofende que haya quien quiera
ni ser amado, ni amar.
¿Es amor más que una ciega
tiranía, a quien yo doy
las armas con que me venza?
¿Yo he de introducir en mí
otro yo, que con su fuerza
mande en mí más que yo mismo?
¿Yo una doméstica guerra
que haga al corazón campaña
de sentidos y potencias?
¿y luego para qué triunfos?
¿para qué glorias? ¿qué empresas?
—201→
¿qué laureles? ¿qué blasones,
más que conquistar la tierna,
la mal defendida plaza
de una flaca muger? Si ellas,
por natural vasallage,
están al hombre sujetas,
¿para qué he de darlas yo
la vanidad de que sean,
cuando no amadas, humildes,
y cuando amadas, soberbias?
Tan equívoca victoria
es la suya, que hay quien mueva
cuestión, cual me quiere más,
la dama que me desdeña,
o la que me favorece;
pues conformemente opuestas,
si aquesta mira a mi agrado,
esotra a mi conveniencia.
Y cuando no hubiera tantos
ejemplares como cuentan
del tiempo el buril en bronces,
de la fama el bronce en lenguas,
de altos héroes que afearon
las hazañas de suprema
opinión, con el lunar
de que el amor los divierta,
el de Aquiles me bastara
no más, para que aborrezca
amor y muger, cuando oigo
cuan vil por Deidamia bella
vistió femeniles ropas,
peinando el cabello a trenzas;
en cuya oposición, yo,
en vez de holandas y sedas,
desde hoy vestiré la piel
de ese león; porque vea
el mundo, que si hubo héroe
que en dama el amor convierta,
—202→
hubo héroe, que contra amor
el odio convirtió en fiera;
y así, bien puedes, piadosa
Espéride, sin que temas
que yo pise tus umbrales,
hacer que te abran sus puertas,
que aunque me arrastra el oír
que hay nuevo monstruo que ofrezca
una hoja más a mi sacro
laurel, no he de hacerlo, en muestra
de que no quiero dejar
sin guarda tronco que pueda
ser medio de amar a nadie:
despedace, rompa y hiera
de ese vestigio la saña,
de ese terror la soberbia,
a cuantos necios amantes
probar sus frutos pretendan,
que no se lo he de impedir
yo, sólo con que tú creas
que hago en no vencerle más,
que lo que en vencerle hiciera,
pues venciera allá su furia,
y aquí venzo la mía mesma7.


Queda solo, duérmese sobre la yerba, y Venus y Cupido aparecen en el aire, y para vengar la injuria que el héroe hace a ambas deidades, lo presentan en el sueño una beldad. Cupido le dispara a Hércules la flecha de oro, y guarda para aquella hermosura la de plomo que inspira aborrecimiento. Hércules despierta: llega Euristeo, que le quería para darle el mando de sus tropas contra un rey con quien tenía guerra, ofreciéndole   —203→   en premio anticipado de su victoria la mano de su hija Hiole. Hércules acepta el mando; pero rehúsa casarse, alegando que no era justo recibir el laurel antes del triunfo. Hiole llega entonces, y Hércules se siente admirado y conmovido de ver en ella la misma beldad que se lo había presentado en sueños. La ama, pero espera vencerse a sí mismo. Así concluye el primer acto.

En el segundo vuelve Hércules victorioso de la guerra; pero antes de entrar en la corte, sabe que aquel mismo día se celebraban las bodas de Hiole con Anteo, hijo de la diosa Cibele. Euristeo, resentido de la frialdad con que Hércules recibió su proposición, y la aversión de Hiole al hijo de Alcmena, vino en su casamiento. La impresión que hizo esta noticia en el ánimo del héroe, está muy bien descrita en los versos siguientes.

HÉRCULES
Maldígate el cielo, amen8.
LICAS
Tente, que si esto no basta,
habré de decir que ha sido
engañarte, por si dabas
algo adelantado.
HÉRCULES
Mientes,
que ahora es cuando me engañas;
pues aunque tú te desdigas,
no se desdice la saña
que ha introducido en mi pecho
pensar que Euristio me agravia
en la estimación, ya que
no en el gusto; pues es clara
cosa, que en la estimación
ofende, el que a la fe falta
—204→
de la palabra que dio.
Y aunque nunca la palabra
yo le había de pedir,
son dos cosas muy contrarias,
ver él que yo no la pida,
o ver yo que él la quebranta.
Mas ay, que no es esto sólo
lo que me hiela y me abrasa
tan a un tiempo, que no sé
qué fiera en el pecho inflama
tal ira, que escede a todas
con haber lidiado a tantas.
Beldad que vi en vaga sombra,
sombra que vi en forma humana
¿a qué efecto en brazos de otro
a mis ojos te retratas
menos aparente, y más
viva que nunca? ¿no estaba
ya apagado aquel primer
afecto que al verte causas?
¿Pues cómo ahora, aún en menos
visible forma que en ambas,
(pues allí toda eras vista
y aquí eres imaginada)
con mayor fuerza me vences,
con mayor poder me arrastras?
¿Qué fuera (¡ay de mí!) qué fueran
celos, si hay celo, la brasa
que envuelta en cenizas no
se sabe que oculta arda,
hasta que desvanecidas
del soplo que las levanta,
lo que era ceniza es polvo,
y lo que era polvo es ascua?
¿Pero qué digo? ¿yo amor?
¿yo celos? No es sino rabia
de la desestimación;
y así, he de intentar vengarla:
—205→
¿Aristeo?
ARISTEO
¿Qué me quieres?
HÉRCULES
A los dos Euristio agravia
en el empleo de Hiole
con Anteo, a ti en negarla,
y a mí en ofrecerla; y más
viendo que es para entregarla
a un desvanecido joven
de quien ni padre ni patria
se sabe, pues sólo ser
de la tierra hijo, lo ensalza,
según los tesoros que ella,
rasgándose las entrañas,
en despedazados montes
para su fausto desangra,
ya de sus venas en oro,
ya de sus minas en plata.
Pues siendo así que en los dos
ofende a un rey de Tesalia
y a un Hércules, a quien dio
en premio de sus hazañas
la alcaidía del Parnaso
Apolo, de quien es guarda,
¿cómo los dos no tomamos
de un agravio dos venganzas?


En efecto, se vengó. Hace armas contra Euristeo, y lo quita el reino y la vida. Anteo huye; Hiole se refugia en el jardín de las Espérides. Hércules va a asaltarlo; pero Cibele conmueve la tierra, y hace salir de ella un denso vapor que le impide ver el palacio. Para vencer este encanto, va al monte Parnaso, cuya custodia le había encargado Apolo, y toma el caballo Pegaso, para entrar por el aire donde no podía por la tierra.

El tercer acto comienza en el jardín de las Espérides por la lid entro Hércules en el caballo alado y el Dragón, alado también, que se levanta contra él. Durante la batalla, dice, Hércules los versos siguientes:

  —206→  
HÉRCULES
Avenenado Hipogrifo,
que áspid del jardín más bello
no sólo el tesoro guardas
de amables hechizos, pero
de aborrecidas beldades.
No a robar tus pomas vengo
por ser dichoso en amores,
sino en aborrecimientos.
Embiste otra vez, que no
me has de poner en recelo,
por más que, escamada nube,
traigas abortando incendios,
el relámpago en los ojos,
en los bramidos el trueno,
y el rayo en la exhalación
del tósigo de tu aliento.
La clava de Hércules es
la que te hiere; y supuesto
que oír de Hércules el nombre
más que la clava, le ha muerto
a tierra, Pegaso, y vea,
que a pesar de sus violentos
Vesubios, Volcanes y Ethnas,
introducido en el centro
de sus vedados jardines,
a ella y a sus monstruos venzo.
Y tú, tronco del amor,
de tus dorados renuevos
este me da por testigo
del triunfo, no porque quiero
ni ser amado, ni amar
sino vencer mis desprecios.


Muerto el monstruo de aquel jardín Hércules, hace prisionera a Hiole, y quiere llevarla por esclava suya: opónesele Anteo, que le desafía a singular combate. La escena del desafío, en que perece Anteo, está muy bien descrita.

  —207→  

Es conocida la fábula de que Anteo, hijo de la tierra, siempre que caía en ella cobraba nuevas fuerzas: hé aquí cómo describe Calderón este combate.

ANTEO
Al sitio que apenas bruta
planta pisó, guiando vengo
tus pasos porque ninguno
nos siga, y se ponga en medio.
HÉRCULES
Dí que a fin de dilatar
tu muerte, que es lo más cierto;
pues ya que solos estamos,
y ocultos, saca el acero.
ANTEO
Son muy desiguales armas
espada y clava; y en duelo
aplazado, el igualarlas
es ley; y así, pues yo dejo
la espada, deja la clava,
y ven a los brazos.
HÉRCULES
Eso
ya es lo contrario, pues es
gana de morir más presto.
ANTEO
Tú lo verás, cuando veas
que cobro, en dando en el suelo,
dobladas fuerzas.
HÉRCULES
¿Qué aguardas?
llega, pues, y del primer
ímpetu verás si doy
contigo en tierra.
ANTEO
¿Qué has hecho
en eso, si con mayor
valor a la lucha vuelvo?
HÉRCULES
Más resistencia hallo en ti
de la que antes hallé; pero
no importa, para que deje
de ser superior mi esfuerzo.
ANTEO
También superior el mío,
volverá a embestir de nuevo.
HÉRCULES
¿Qué es esto, cielos, pues cuando
más le rindo, más le encuentro
fortalecido?
ANTEO
Pues va
siempre mi fuerza en aumento,
—208→
en escediendo a la suya,
que le he de vencer, es cierto.
HÉRCULES
Como es su madre la tierra
sin duda ella le da alientos,
cuando a ella cae; y así
no ha de volver a ella.
ANTEO
Cielos,
como ahora no me arroja,
desalentado fallezco
haga maña lo que antes
era fuerza.
HÉRCULES
Ahora veo,
pues que te dejas caer
tú, cuando yo no te dejo
que es señal de que la tierra
te fortalece en cayendo.
ANTEO
Sea lo que fuere, vuelve
a la lid.
HÉRCULES
Sí haré, ya vuelvo;
pero advertido de que
si allá vencí sus portentos,
porque me valí del aire,
he de hacer aquí lo mesmo:
no ha de caer en la tierra,
por si en el aire le venzo,
haciéndole que en mis brazos
reviente.
ANTEO
Valedme, cielos,
que oprimido, sin tocar
en la tierra, desfallezco.
¿Quién creerá, cuando en los brazos
de Hércules espira Anteo,
que dando el aliento al aire,
me niegue el aire el aliento?
HÉRCULES
Quien viere que yo te arrojo
hecho pedazos al viento
y tú, enemiga Cibele,
en tu horrible oscuro centro,
a quien meciste en la cuna
construye su monumento.


Entre tanto las tres Espérides se preparan a templar   —209→   el enojo de Hércules, y Venus y Cupido persuaden a Hiole que finja amar a Hércules, y finja en su presencia que llora.


Pues llore aunque finja,



dice Cupido; y él y su madre repiten:


       Pues llore, supuesto
que no es la primera que llora fingiendo.



Hércules vuelve al jardín, sin entender si lo que sentía hacia Hiole era rencor o amor. Al entrar en el jardín, encuentra a Verusa, la más bella de las Hespérides, y la dice:

HÉRCULES
       ¿Dónde, dí,
Hiole está? ¿pues cómo así
la espalda me vuelves? ¿no
merezco respuesta yo?
VERUSA
El semblante de tu ira
tanto de ti me retira,
que su temor me obligó
a intentar irme sin verte.
HÉRCULES
¿Tanto asombro? ¿tanto espanto?
VERUSA
Fácil fuera decir cuánto.
HÉRCULES
¿De qué suerte?
VERUSA
Desta suerte.
Tú mismo en ti mismo advierte,
si espanto y asombro das.
HÉRCULES
¡Yo soy este! Ya con más
causa a mi descuido riño,
pues no me debió el aliño
verme a una fuente jamás.
¡Qué varia naturaleza
es en su desigualdad!
¡qué mal dice una fealdad
en brazos de una belleza!
Si es tan grande mi fiereza,
—210→
¿qué mucho que la luz pura
huya de la sombra oscura,
y que lo haga novedad
ver a la monstruosidad
en brazos de la hermosura?
Disculpada Hiole bella
en cierta parte se halla;
¿qué digo? que el disculpalla
ya camina hacia querella:
¿pero si por otro ella
me dejó? ¿pero si yo
maté a por quien me dejó?
¿y si en su memoria queda?
¿y si hay como yo pueda
borrarle della? ¿quien vio
tan rara contrariedad?
Quítame esa luna impura,
no vea yo que es tu hermosura
espejo de mi fealdad.
Ya sin verme, a mi crueldad
vuelvo...


Eglé canta las glorias del amor y le detiene, como también Esperia, citando los héroes que han sido cautivos de esta pasión; pero ninguna consigue triunfar de la ferocidad de su ánimo, sino Hiole, puesta a sus pies, fingiendo y llorando.

Hércules la lleva a la corte, la corona reina de Libia, y se adormece a su lado en el seno de los placeres. Hiole se venga, robándole su clava mientras está dormido, poniéndolo una rueca en su lugar, llenándole de cintas el cabello, y haciéndole que le vieran en esta situación los grandes de la corte. La última escena es el triunfo de Venus y Cupido, llevando atado al carro de su triunfo al domador de fieras.

Esta es una comedia de teatro, y llena de grandes y variados espectáculos; pero el interés no decae nunca, y la vista esta sometida al ingenio, lo que no podremos   —211→   decir en otras pertenecientes a este género. La versificación en este drama, como en los demás mitológicos de Calderón, es más variada y sostenida que en las otras comedias del mismo autor.

El Monstruo de los Jardines no es comedia de espectáculo. Pero en ella la impetuosidad y nobleza de origen divino del carácter de Aquiles, están muy bien descritas.

Tétis guardaba a su hijo Aquiles en las entrañas de un risco cercano a Egnido, para evitar los peligros con que el hado lo amenazaba saliendo al mundo antes de cumplir los tres lustros de edad. Esta época se acercaba, cuando Ulises llegó a la corte de Egnido buscando a Aquiles, sin el cual, según otros oráculos, no podrían los griegos triunfar de la soberbia Troya. Antes de que se cumpliese el término fatal que esperaba Tétis, vino Deidamia, princesa de Egnido, a solazarse con sus damas a un valle cercano a la cueva donde se criaba Aquiles. Este habla siempre obedecido a su madre, y conservádose siempre en su prisión; pero atraído del canto y de los instrumentos de las damas, rompió el precepto, salió de la cueva y halló a Deidamia dormida entre las flores. El aspecto selvático de Aquiles, su vestido de pieles, asustan a las damas. Acuden los guardias, el rey, Ulises, y Lidoro, príncipe de Epiro, esposo prometido de Deidamia. Todos quieren detenerle, sabiendo que es Aquiles, y él pelea contra todos con valor sobrehumano, temiendo el enojo de Tétis; pero esta deidad sale de un peñasco, le libra de la pelea y le oculta a la vista de todos. Así concluye el primer acto.

La primer escena del segundo acto es la siguiente, en que se muestra el furor de Aquiles separado de Deidamia, que lo había cautivado el corazón. Obsérvese que este segundo acto es continuación del primero; lo que observó Calderón en muchos de sus dramas, para probar que no lo era imposible observar las unidades de tiempo y de lugar.

  —212→  
AQUILES
¿Esta es piedad?
TÉTIS
Sí.
AQUILES
Pues no
quiero admitirla.
TÉTIS
¿Qué intentas?
AQUILES
Arrojarme despechado
desde esa más alta peña
al mar, adonde mi vida,
desesperada y resuelta,
de un sepulcro a otro sepulcro
pase de una vez, y tengan
fin tantas ansias.
TÉTIS
Advierte...
AQUILES
Es en vano.
TÉTIS
Considera...
AQUILES
No es posible.
TÉTIS
Mira...
AQUILES
¿Qué
hay que mire, qué hay que advierta,
qué hay que considere, cuando
sujeto a tirana fuerza,
segunda vez solicitas
reducirme a más estrecha
prisión que la que echó a mal
los años de mi edad tierna?
¿Cuando juzgué que el abrirse
en duras bocas la tierra,
amparándome de tantos
como me sitiaron, fuera
para mi seguridad,
vuelve a ser para mi afrenta?
Pues no, no ha de ser, que ya
es tarde para obediencias.
Antes que viera del sol
las luces, antes que viera,
de los cielos la armonía,
de los montes la soberbia,
de las flores la hermosura
de las aves la belleza,
y la inquietud de los mares,
ya toleraba mi estrella
en la fe de la ignorancia
el voto de la paciencia.
Pero después que los vi,
y vi que juraba reina
—213→
de la hermosura a Deidamia,
toda la naturaleza,
¿cómo quieres que otra vez
sin ellos viva, y sin ella,
y me consuele de hallarla
tan sólo para perderla?
Y así, piadosa cruel,
que me amparas y me fuerzas,
que me crías y me afliges,
me halagas y me atormentas
perdóneme tu respeto,
que aunque obedecerte quiera
mi voluntad, mi pasión
no quiero que te obedezca.
Yo he de seguir de Deidamia
la luz, aunque lo defiendan
los hados, o has de quitarme
la vida, porque no tenga,
a pesar de mi valor,
aqueste triunfo su ausencia.
TÉTIS
Ay, Aquiles, si supieses
cuán piadosamente atenta
esta, que llamas crueldad,
tu vida ampara y reserva
de opuesto influjo...
AQUILES
¿Qué influjo
habrá tan cruel que pueda
más que quitarme la vida?
Pues si tú me quitas esta,
¿qué me das? y así, perdona,
digo otra vez; y pues fiera
constelación una vida
destina a dos muertes, deja
que la pierda a gusto mío,
si es preciso que la pierda.
Vuelve, pues, bella Deidamia
y cuantos te siguen vuelvan
a lograr en mi las iras
con que mi muerte desean:
—214→
Aquiles os llama, Aquiles.
TÉTIS
Suspende la voz, y piensa...
AQUILES
Ya te digo que es en vano,
si ya no es que me convenza
superior razón; y así,
mientras la causa no sepa
que te obliga a que me ocultes
quién eres y soy, y mientras
no volviere a ver el cielo
de aquella deidad, aquella
sin quien ya será imposible
que alivio mis ansias tengan,
no ha de volver a domarme
el yugo de tu obediencia.


Tétis, viendo la resolución de su hijo, le da cuenta del hado que le amenaza, y le propone que viva disfrazado de mujer al lado de Deidamia, fingiendo ser su prima Astrea, que no era conocida en Egnido por haberse criado en una provincia lejana, donde mandaba su padre. Aquiles acepta, porque, dice,


si a vivir voy con Deidamia,
si a adorar voy su belleza,
nombre, ser, honor y fama,
¿qué se pierde en que se pierda?



Las ninfas de Tétis llevan a Aquiles al mar y le embarcan en un navío, donde debían vestirle de mujer. Ulises, que se había quedado en el monte, no dejó de notar el embarque del monstruo; y oyó el canto de las ninfas, cuyo estribillo es:


Veamos si sus hados
vence cuando sea
monstruo en los jardines,
quien lo fue en las selvas.



  —215→  

Es admirable el monólogo de Ulises, en que descríbese la invención de la trompa y la caja, con el objeto de descubrir con él a Aquiles.

ULISES
Cielos, si a vuestras estrellas
persuadisteis a que influyan
en mi favor los afectos
que caudillo me intitulan
de toda Grecia. ¿por qué
después que el nombre me ilustra
me andáis regateando el medio
y escaseando la ventura?
Sin Aquiles, esta guerra
no tendrá, según pronuncia
el oráculo de Marte,
favorable la fortuna.
¿Pues cómo a darla noticia
hasta su deidad augusta,
y a descubrirle no basta?
Mas ¡ay de mí! que sin duda
opuesto poder le ampara;
bien lo muestra y asegura
hacer cuando deja verse
que por los vientos nos huya.
Pues yo no me he de rendir
a dificultad alguna;
que si hay un Dios que le guarda,
otros hay que te descubran.
Y si por humanos medios
esto puede ser, mi industria
dará trazas con que a efecto
llegue, y esta ha de ser una.
Muchos días ha que noto
que en la milicia no supla
la humana voz otra voz
superior a todas, cuya
orden gobierne las tropas,
ya divididas, ya juntas,
—216→
un horroroso sonido
que ánimo y valor infunda
en los pechos de los hombres,
de suerte que su confusa
armonía, con variarla
de las cláusulas algunas,
todo un ejército entero,
si una vez el son escucha,
entienda lo que le manda,
porque lo ejecute y cumpla.
Con esta imaginación,
han trazado mis astucias
dos instrumentos: el uno
de curadas pieles rudas;
y el otro, de retorcidos
metales; ambos retumban
de suerte, que armoniosos
en una y otra voz juntan
los apartados estremos
del horror y la dulzura.
De estos instrumentos dos
que erizan y que espeluznan
al que los oye, he de usar
hoy de Aquiles en la busca
y siendo así que de Monstruo
de las montañas, le muda
a Monstruo de los Jardines
quien nos le guarda, quién duda,
pues la voz sola entrar puede
en la estancia más oculta,
que como este horror su oído
hiera, la prisión no sufra,
porque joven a quien Marte,
para sus triunfos anuncia,
gran corazón le guarnece,
gran espíritu le ilustra;
y no es posible que quien
ya en los vaticinios triunfa,
—217→
y en los oráculos vence,
oyendo este idioma, cumpla
con su mismo natural,
si arrebatado no busca
la horrible voz de la guerra,
que sus aplausos pronuncia.
Y cuando no se consiga
por tal medio tal ventura,
otros habrá sin que de
por vencidas mis industrias.


Astrea llega al puerto de Egnido es recibida con muchas caricias por su engañada prima Deidamia; y a fines del segundo acto se prevé ya que Aquiles, hembra para todos, se declarará muy pronto con ella.

En efecto, a principios del tercero se hablan ya como amantes en el jardín, favorecidos por el silencio protector de la noche. Pero el rey quiere, que su hija case con Lidoro; amplia materia de discusión entre Aquiles y Deidamia. Lidoro entra en el jardín, y riñe con Aquiles. Deidamia se retira. El esposo prometido pregunta al amante ¿quién es?, y él le responde, sin dejar de reñir,


El Monstruo de estos Jardines.

Lidoro repite admirado esta expresión, y Ulises, que llega entonces, oyéndola de su boca, cree que es Lidoro el héroe que busca: se pone al lado de su rival, el cual por no ser conocido se ausenta. Lidoro desengaña a Ulises y le cuenta el suceso. Ulises, convencido de que Aquiles se oculta en el palacio, pone en práctica todas sus artes. A la mañana siguiente penetra en el cuarto de Deidamia con un criado disfrazado de mercader extranjero, que entre muchas joyas riquísimas traía, como por casualidad, unas armas.   —218→   Deidamia feria a sus criadas las alhajas que más les gustan, y Astrea se ciñe la espada, se pone el yelmo y embraza el escudo; terrible indicio para el astuto rey de Ítaca del carácter belicoso de aquella, que hasta entonces tenía por mujer.

El rey entra después con Lidoro y toda su corte en el cuarto de Deidamia, y dice a esta como había recibido noticias de que el bajel en que la verdadera Astrea venía a Egnido, había perecido en el mar. Aquiles se turba: Deidamia disimula mejor y habla vagamente de la falsedad de las voces relativas a la pérdida de los navíos. Nuevo motivo de sospechas para Ulises. Durante un sarao que se da en palacio, Ulises hace tocar sus instrumentos bélicos, que como no conocidos hasta entonces, aterran aun a los mismos militares; pero Aquiles entusiasmado dice:

AQUILES
Vuestro discurso yerra,
que aqueste es el idioma de la guerra,
que a grandes cosas llama;
pues su concepto grave,
mezclando lo horroroso y lo suave,
el pecho anima, el corazón inflama
y la muerte apellida,
en glorioso desprecio de la vida
¿quién sus templadas cláusulas escucha,
y a la campaña por salir no lucha?
Viva el Imperio griego,
y Troya se destruya a sangre y fuego:
no quede a vida bárbaro enemigo.
Más loca estoy, no sé lo que me digo
perdona, gran señor, que este portento
mi atención se ha llevado tras mi acento.


Poco después encontrando Ulises a Astrea sola, clama a sus espaldas:

ULISES
Guárdate, Aquiles, que te dan la muerte.
—219→
AQUILES
¿Quién me da la muerte? ¿quién
tan piadoso es? Pero ay cielos,
¿qué digo?
ULISES
No disimules,
que ya es en vano, supuesto
que no has podido vencer
aquel descuidado afecto
natural que tras el nombre
lleva el primer movimiento.
AQUILES
¿Qué es lo que decís? ¿con quién
habláis? Que yo no os entiendo.
ULISES
Perdonadme, hermosa Astrea,
que desalumbrado y ciego
llegué a hablar con vos, juzgando
que hablaba (¡qué devaneo!)
con Aquiles, tal en busca
suya traigo el pensamiento:
loco estuve; perdonadme
digo otra vez, que ya veo,
señora, que no sois vos
Aquiles ni podéis serlo,
porque joven a quien Marte,
dios de las lides sangriento,
destina para caudillo
de sus mayores trofeos,
joven a quien apellidan
para héroe suyo los cielos
para honor suyo los dioses,
los astros para instrumento
de sus influjos, los hados
para honor de sus decretos,
la fama para su asunto,
la historia para su ejemplo,
la patria para su amparo
y para su aplauso el tiempo
claro es que no había de estar
en viles ropas envuelto,
cuidando de los afeites,
perfumes, galas y ascos,
—220→
que son fealdades del alma,
y no hermosura del cuerpo
y así pues yo me engañé,
queda con Dios, advirtiendo,
si no le descubro ahora,
que yo le descubra presto.
AQUILES
Aguarda, Ulises, espera.
ULISES
¿Que me quieres?
AQUILES
Los sucesos
que improvisamente asaltan
el muro del pensamiento,
la mayor ruina que dejan,
después de saquearle al pecho,
es no dejarle palabras.
ULISES
¿Pues qué quieres?
AQUILES
Sólo quiero
lugar para responder.
ULISES
¿Qué tanto plazo?
AQUILES
Un momento.
ULISES
Pues yo vendré.
AQUILES
No te vayas.
ULISES
¿Tan presto ha de ser?
AQUILES
Tan presto.


Aquiles, después de luchar en su ánimo el honor con el amor, resuelve, como él dice,


Poner en salvo su honor;



y concierta con Ulises salir por la puerta de los jardines aquella noche para reunirse con el ejército griego. Despéjase de las ropas mujeriles. Deidamia llega al dar la señal convenida con Ulises para su fuga la caja y la trompa, y le detiene con sus caricias y lágrimas en el jardín. Llegan el rey y Ulises. Lidoro llega y riñe con él. Aquiles se declara. El rey, viendo el ultraje de su casa, quiere matarle: Ulises le defiende, y Tétis se aparece, le declara por hijo suyo, y el rey accede al casamiento de Aquiles y Deidamia; y el héroe se prepara a partir al sitio de Troya.

Concluyamos nuestros estudios del teatro de Calderón con la análisis de la comedia de Eco y Narciso, mitológica a un tiempo y pastoril.

  —221→  

Eco, pastora rica de Arcadia, dotada de los dones de la hermosura y del canto, es objeto de la adoración de todos los pastores; mas ella no los paga sino con un cortés agradecimiento. Había en las cercanías de aquellos campos un monstruo en figura humana, que aterraba toda la comarca. Anteo, pastor y cazador, le persigue, le aprisiona y le lleva a Eco. Pero el monstruo era Liriope, hija de Sileno, anciano pastor que aún vivía, y que robada en su juventud por Céfiro, concibió de él a Narciso. Abandonada de su versátil amante, fue protegida por el sabio adivino Tiresias, en cuya cueva dio a luz y crió a su hijo, y aprendió el arte mágica. Tiresias al morir le hizo el horóscopo de su hijo, diciéndolo que su ruina serían una voz y una hermosura. Esta relación que hizo Liriope a los pastores de la Arcadia, la confirmó el anciano Sileno su padre, que estaba presente; y todos se preparan a buscar a Narciso, que había quedado solo en la cueva.

En el segundo acto se encuentra a Narciso en lo intrincado de la montaña, que también buscaba a su madre. Eco es la primera que le encontró, y cuya voz le atrajo cantando. Es conducido al valle el nuevo pastor, objeto ya del amor de Eco. Él también la ama; pero avisado por su madre de los peligros que le esperan de una voz y de una hermosura, se niega a aceptar su mano y sus riquezas, que Eco misma le ofrece. Febo y Silvio, pastores amantes de Eco, sabedores de la pasión de la ninfa y del desprecio de Narciso, quieren ya matarle, ya defenderle alternativamente, y con estas escenas de amor y de celos termina el segundo acto.

En el tercer acto Liriope, conociendo el peligro a que expone a su hijo el amor de Eco, le obliga a que se retire del llano y vaya a las selvas a entretenerse en la caza con Bato su criado, y el mismo pone en los sitios donde Eco apacienta su ganado una yerba venenosa que tiene la virtud de impedir el habla y dejarla reducida a las últimas sílabas de lo que dicen otros.

  —222→  

Narciso, cansado de la caza, llega a una fuente, donde ve su imagen, y cree que es la diosa de aquel manantial. El autor ha justificado esta ignorancia. haciendo notar ya desde el principio del segundo acto que no había salido nunca de la cueva en que su madre le tenía, ni llegado a beber aun agua viva. Narciso, enamorado de sí mismo, creyendo que lo estaba de una deidad, desprecia a Eco, que llega a hablarle, ya atormentada del veneno, y que se retira a las montañas, donde perece de amor, y donde su espíritu responde a las voces de los que pasan. Narciso, desengañado por su madre, muere consumido junto a la fuente, y su cadáver se convierte en la flor de su nombre. Es menester leer toda la comedia, para ver con cuánta habilidad ha sabido el autor hacer, digámoslo así, verosímil y práctico un asunto tan ideal.

Los versos más notables de este drama son los que dice Eco cuando ofrece su mano y su amor a Narciso.

ECO
Bellísimo Narciso,
que a estos amenos valles
del monte en que naciste
las asperezas traes.
Mis pesares escucha,
pues deben obligarte,
cuando no por ser míos,
sólo por ser pesares.
Amor sabe con cuánta
vergüenza llego a hablarte,
y no dudo ni temo
que tú también lo sabes,
si atiendes los colores
que en el rostro me salen,
la púrpura y la nieve
variada por instantes.
Porque en cada suspiro,
que en efecto son aire,
—223→
camaleón de amor
se muda mi semblante.
Desde el primero día
que al monte fui a buscarte,
te hallé en la primera
entro sus soledades,
mi vida a tu hermosura
rindió sus libertades,
haciendo tu estrañeza
de mi altivez donaire.
Que aunque estaba tan bruto
entonces el diamante
de tu pecho, ya daba
muestra de sus quilates.
Eco soy, la más rica
pastora de estos valles,
bella decir pudieran
mis infelicidades;
que de amor en el templo,
por culto a sus altares,
de felices bellezas
pocas lámparas arden9.
Todo aquese occéano
de vellones que hace,
con las ondas de lana,
crecientes y menguantes,
desde aquella alta roca
hasta este verde imagen,
esmeraldas paciendo
y bebiendo cristales,
todo es mío, no hay
pastores que lo guarden
—224→
que a mi sueldo no vivan
atentos y leales.
Todo a tus pies lo ofrezco,
y no porque a rogarte
lleguen hoy mis ternezas,
imágenes que nacen,
en la constancia mía
de usadas liviandades.
Supuesto, bello joven,
que no puede obligarme
sino es de ser tu esposa
a que mi amor declare,
porque tengas en mí
siempre firme y constante
una alma que te adore
un pecho que te ame,
una fe que te estime,
un nudo que te enlace;
atención que te sirva,
amor que te regale,
deseo que te obligue
cuidado que te agrade.
Y si estos rendimientos
no pueden obligarte,
triste, confusa, ciega,
muda, absorta, cobarde,
infelice, afligida
me verás entregarme
tanto a mis sentimientos
que en voces lamentables
el aire confundido
de mis voces, se alabe
de que Eco enamorada
se ha convertido en aire.


También son hermosos los versos en que Eco, herida del tósigo, resuelve esconderse entre los montes.

  —225→  
ECO
En mi vida me verán
humanas gentes la cara;
huyendo de los poblados
a las ásperas montañas
iré, y escondida en ellas,
las más cóncavas estancias
viviré, triste y confusa,
repitiendo a cuantos pasan
últimos acentos solo.
Ásperos montes de Arcadia,
de Arcadia apacibles selvas,
nobles pastores, zagalas
hermosas, blancos rebaños,
verdes troncos, fuentes claras,
Eco, vuestra compañera,
ya de entre vosotros falta
no la busquéis, porque oculta
en las ásperas entrañas
de los montes, va a vivir
de Narciso enamorada.
Mas si queréis saber de ella
desde los valles habladla,
que de responder a todos
desde aquí doy la palabra,
llorando con los que lloran,
cantando con los que cantan.


Acaso el deseo de dar a conocer las bellezas de Calderón me haya obligado a extenderme más de lo que debiera en el estudio y examen de sus composiciones. Sin embargo, nada he dicho de los cuentos, chistes y sales que pone en boca de los graciosos, que son muchos, variados y profundos, nada de sus adornos y episodios líricos. Nada tampoco diré de sus autos sacramentales, para los cuales reservó el mérito de la elocución más elevada y culta. Como en ellos no sobresalen las bellezas de la composición dramática, aunque en nada de cuanto escribió este ilustre poeta   —226→   falta el interés, no me han parecido objeto digno de un examen particular. Sin embargo, no dejaré de decir que el doctor Bowring, sabio humanista inglés, apreciaba en gran manera las traducciones que se encuentran en dichos autos de muchos pasajes de la Biblia.

Aquí termina, pues, nuestro examen del teatro de Calderón. Ningún poeta dramático anterior o posterior le igualó en la composición, es decir, en el arte de deducir verosímilmente unos incidentes de otros, en el interés de la acción, siempre variada, siempre sostenida; ni en la descripción del amor y el honor, como entonces se sentían en la sociedad española. La parte ideal de estos dos afectos nadie la pintó como él. Su versificación es constantemente noble, gallarda, artificiosa, codada, si bien tal vez se le puede acusar del gongorismo, culteranismo y simetría, que eran de gusto en su tiempo. Sus caracteres se parecen; todos

tienen un tipo, que es el caballero y la dama castellana del siglo XVII; así como en Alfieri no encontramos más que tiranos y conspiradores. Alfieri fue un gran hombre; pero aténgome a Calderón. Sus figuras son y serán siempre más agradables, y sobre todo, más morales. Ya hemos advertido, en prueba de nuestra imparcialidad, que desfiguró, más de lo que es permitido al poeta dramático, la historia y la geografía.

Calderón debe estudiarse no sólo como el mejor autor de nuestro antiguo teatro, sino también como un repertorio de riquezas dramáticas y de versificación, y como un modelo de lenguaje noble y caballeroso. Abunda en frases formadas por él mismo y no usadas antes, y nada es más poético que la reunión de voces que parecían no poder hallarse juntas.

En la lección venidera emprenderemos el examen de Ruiz de Alarcón.



  —227→  

ArribaAbajo25.ª lección

Comedias de D. Juan de Alarcón


D. Juan Ruiz de Alarcón, coetáneo, y émulo o discípulo de Calderón, riquísimo como este y como Lope de Vega en la invención de la fábula y de las situaciones, no añadió nada al poeta de Felipe IV en cuanto a la construcción dramática, es decir, en cuanto al arte de la exposición, del enlace de los incidentes y la deducción de la catástrofe; pero le es muy superior en la creación y desenvolvimiento de los caracteres morales, que en Calderón tienen todos un tipo general, como ya hemos notado al examinar su teatro. Alarcón presenta índoles o condiciones particulares, ya de vicios, ya de virtudes, y los contrastes que le son consiguientes. Así, es de todos nuestros poetas el que más se acerca al género terenciano. Calderón conservaba su superioridad ordinaria cuando describía un carácter individual, como el de Segismundo en La Vida es Sueño, el de Cipriano en El Mágico Prodigioso: pero su Hombre pobre, que todo es trazas, y su Astrólogo fingido, tienen que ceder al Embustero y al Maldiciente de Alarcón.

En cuanto a las dotes de la elocución, es Alarcón el más puro, el más correcto, el único digno de ser tenido por padre de la lengua entre nuestros autores cómicos, iguales a Calderón en la urbanidad y en las gracias; pero lo es inferior, muy inferior, en la poesía y en el estilo.

Dos, pues, son las prendas que sobresalen en este poeta, y por las cuales es digno de un estudio particular: la pureza, propiedad y corrección del lenguaje, y su superioridad en la descripción de los caracteres.   —228→   Pero Alarcón tiene otro mérito más, y es el de haber dado en su comedia de La Verdad sospechosa el tipo del Mentiroso del gran Corneille, en parte traducido y en parte imitado; y es menester no olvidar que el drama de Corneille es la primer comedia buena que tuvo el teatro francés. Parece que estaba en el destino de aquel grande hombre, creador de la tragedia y de la comedia francesa, que no se pusiese en actividad la centella eléctrica de su genio, sino con la lectura de dramas españoles. Uno de ellos lo inspiró El Cid, y otro El Mentiroso.

Es natural, pues, que comencemos nuestros estudios del teatro de Alarcón por su comedia de La Verdad sospechosa, clásica ya en la historia de la literatura dramática.

D. García, hijo de D. Beltrán, noble madrileño, vuelve a la corte de sus estudios de Salamanca. Es joven, galán, valeroso; pero tiene el defecto de mentir, aun cuando no le importe, y mentira mucho mejor, cuando alguna pasión e interés le obligue a ello. El enlace consiste en una dama, llamada Jacinta, que vivía en compañía de una amiga suya llamada Lucrecia; García se prenda de Jacinta: pero por el informe que tomó Tristán, criado de D. García, del cochero de aquellas señoras, informe mal interpretado por su amo, se persuado este a que el nombre de la que adora es Lucrecia. Toda la comedia gira sobre esta primera equivocación.

El embustero miente a Jacinta fingiendo que es indiano, y que hace un año que la ronda; miente a su antiguo amigo D. Juan, fingiendo que ha dado una magnífica cena y baile a una dama en el soto de Manzanares; miente a su padre, que le propone el casamiento con la misma Jacinta que él ama pero no sabe que es ella, por la equivocación del nombre, fingiendo que estaba casado en Salamanca, y que su mujer estaba en cinta; miente a su mismo criado Tristán, fingiendo que había dado muerte en un desafío   —229→   a su amigo D. Juan; pero en el momento que Tristán lamenta la desgracia del pobre caballero, le ve pasar por la calle, y dice a su amo:

TRISTÁN
¿También a mí me la pegas?
¿Al secretario del alma?10
Por Dios que se lo creí,
con conocelle las mañas.
¿Mas a quien no engañaran
mentiras tan bien trovadas?
D. GARCÍA
Sin duda que lo han curado
por ensalmo.
TRISTÁN
Cuchillada
que rompió los mismos sesos,
¿en tan breve tiempo sana?
D. GARCÍA
¿Es mucho? Ensalmo sé yo
con que un hombre en Salamanca,
a quien cortaron a cercén
un brazo con media espada,
volviéndosele a pegar,
en menos de una semana
quedó tan sano y tan bueno
como primero.
TRISTÁN
¡Ya escampa!
D. GARCÍA
Esto no me lo contaron;
yo lo vi mismo.
TRISTÁN
Eso basta.
D. GARCÍA
De la verdad, por la vida,
no quitaré una palabra.
TRISTÁN
¡Que ninguno se conozca!
Señor, mis servicios paga
con enseñarme ese ensalmo.
D. GARCÍA
Esta en dicciones hebraicas,
y sino sabes la lengua
no has de saber pronunciarlas.
TRISTÁN
¿Y tú sábesla?
D. GARCÍA
¡Qué bueno!
mejor que la castellana:
—230→
hablo diez lenguas.
TRISTÁN
Y todas para mentir no te bastan11.


En esta escena añade Corneille un rasgo muy gracioso, porque el criado apenas ve venir a D. Juan, tan bueno y tan galán, dice a su amo:

Les gents que vous tuez
se portent assez bien.


Las gentes que usted mata, están buenas y sanas.

Síguese a esta la escena en que su padre D. Beltrán reprende al hijo el fingimiento del matrimonio de Salamanca, y no quiere interesarse con el padre de Lucrecia, a quien el embustero dice que ama, porque no le cree. García le dice:

D. GARCÍA
No señor, lo que a las obras
se remite, es verdad clara;
y Tristán, de quien te fías,
es testigo de mis ansias:
dílo, Tristán.
TRISTÁN
Sí señor,
lo que dice es lo que pasa.
D. BELTRÁN
¿No te corres de esto? dí:
¿no te avergüenza que hayas
menester que tu criado
acredite lo que hablas?
Ahora bien, yo quiero hablar
a D. Juan; y el cielo haga
que te dé a Lucrecia, que eres
tal que ella es la engañada.
Mas primero he de informarme
en esto de Salamanca;
que ya temo, que en decirme
—231→
que me engañaste, me engañas.
Que aunque la verdad sabia
antes que a hablarte llegara,
la has hecho ya sospechosa
tú con sólo confesarla.


Al fin, García sabe que Lucrecia es diferente de la que él ama, pero tiene que casarse con ella, porque ya D. Beltrán y el padre de Lucrecia están convenidos en ello. Dos castigos prepara el autor al carácter del embustero: vino, casarse por consecuencia de sus mismos enredos, con la mujer que no amaba; y otro, hacer en su boca difícil de creer y sospechosa la misma verdad. Por sus mentiras pierde la mano y el corazón de Jacinta que había empezado a amarle, pierde la amistad de D. Juan, el aprecio de los que le conocen y el amor de su padre. Si hay una comedia verdaderamente moral, es esta.

El carácter del mentiroso está muy bien dibujado. Borda con tanto ingenio y prontitud sus mentiras, que casi obliga a creerlas. Véase la descripción que hizo a su criado del supuesto desafío con D. Juan

D. GARCÍA
Yo te lo quiero contar;
que pues sé por esperiencia
tu secreto y tu prudencia,
bien te lo puedo fiar.
A las siete de la tarde
me escribió que me aguardaba
en San Blas D. Juan de Sosa
para un caso de importancia.
Callé, por ser desafío;
que quiere el que no lo calla
que lo estorben o lo ayuden:
cobardes acciones ambas.
Llegué al aplazado sitio
donde D. Juan me aguardaba
con su espada y con sus celos,
—232→
que son armas de ventaja.
Su sentimiento propuso
satisfice a su demanda;
y por quedar bien, al fin
desnudamos las espadas.
Elegí mi medio al punto,
y haciéndole una ganancia
por los grados del perfil
le dí una fuerte estocada.
Sagrado fue de su vida
un Agnus Dei que llevaba,
que topando en él la punta
hizo dos partes mi espada.
Él sacó pies de gran golpe;
pero con ardiente rabia
vino, tirando una punta;
mas yo por la parte flaca
cogí su espada, formando
un atajo, él presto saca
(como la respiración
tan corta línea le tapa,
por faltarle los dos tercios
a mi poco fiel espada)
la suya, corriendo filos;
y como cerca me halla,
porque yo busqué el estrecho,
por la falta de mis armas
a la cabeza furioso
me tiró una cuchillada:
recibila en el principio
de su formación y baja,
matándole el movimiento
sobre la suya mi espada.
Aquí fue Troya; saqué
un revés con tal pujanza,
que la falta de mi acero
hizo allí muy poca falta;
que abriéndole en la cabeza
—233→
un palmo de cuchillada,
vino sin sentido al suelo,
y aun sospecho que sin alma.
Dejéte así, y con secreto
me vine; esto es lo que pasa,
y de no verlo estos días,
Tristán, es esta la causa.


La comedia bien conducida hasta el fin, aunque oscura en algunas escenas (porque Alarcón no poseía el arte de enlazar los incidentes como Calderón), está llena de excelentes rasgos satíricos y de carácter. Para muestra de ello y del excelente lenguaje de nuestro poeta, véase la primera escena, en que el ayo de D. García en Salamanca da cuenta a D. Beltrán del defecto de su hijo, antes de irse a un corregimiento que lo había alcanzado D. Beltrán.

LETRADO
Mas una falta no más
es la que le he conocido,
que por más que le he reñido
no se ha enmendado jamás.
D. BELTRÁN
¿Cosa que a su calidad
sera dañosa en Madrid?
LETRADO
Puede, ser.
D. BELTRÁN
¿Cuál es?, decid.
LETRADO
No decir siempre verdad.
D. BELTRÁN
¡Jesús, que cosa tan fea
en hombre de obligación!
LETRADO
Yo pienso que o condición
o mala costumbre sea;
con la mucha autoridad
que con él tenéis, señor
junto con que ya es mayor
su cordura con la edad
ese vicio perderá.
D. BELTRÁN
Si la vara no ha podido,
en tiempo que tierna ha sido,
—234→
enderezarse, ¿qué hará
siendo ya tronco robusto?
LETRADO
En Salamanca, señor
son mozos, gastan humor,
sigue cada cual su gusto;
hacen donaire del vicio,
gala de la travesura,
grandeza de la locura,
hace al fin la edad su oficio.
Mas en la corte mejor
su enmienda esperar podemos,
donde tan válidas vemos
las escuelas del honor.
D. BELTRÁN
Casi me mueve a reír
ver cuán ignorante está
de la corte: ¿luego acá
no hay quien le enseñe a mentir?
En la corte, aunque haya sido
un estremo, D. García
hay quien le dé cada día
mil mentiras de partido.
Y si aquí miento el que está
en un puesto levantado
en cosa en que al engañado
la hacienda u honor le va,
¿no es mayor inconveniente
quien por espejo está puesto
al reino? Dejemos esto,
que me voy a maldiciente.
Como el topo a quien tiró
la vara una diestra mano,
arremete al más cercano
sin mirar a quién hirió;
así yo con el dolor
que esta nueva me ha causado,
en quien primero he encontrado
ejecuté mi furor.
Créame, que si García
—235→
mi hacienda de amores ciego
disipara, o en el juego
consumiera noche y dia;
si fuera de ánimo inquieto
y a pendencias inclinado;
si mal se hubiera casado;
si se muriera en efecto,
no lo llevara tan mal,
como que su falta sea mentir.
¡Qué cosa tan fea!
¡qué opuesta a mi natural!
Ahora bien, lo que he de hacer
es casarle brevemente,
antes que este inconveniente
conocido venga a ser.
Yo quedo muy satisfecho
de su buen celo y cuidado,
y me confieso obligado
del bien que en esto me ha hecho.
¿Cuándo ha de partir?
LETRADO
Querría
luego.
D. BELTRÁN
¿No descansará
algún tiempo, y gozará
de la corte?
LETRADO
Dicha mía
fuera quedarme con vos
pero mi oficio me espera.
D. BELTRÁN
Ya entiendo; volar quisiera,
porque va a mandar. A Dios.
LETRADO
Guarde os Dios. Dolor estraño
le dio al buen viejo la nueva
al fin el más sabio lleva
agriamente un desengaño.


Aquel volar quisiera, porque va a mandar, ¡cuán bien pinta el resentimiento del viejo contra quien le ha mostrado la falta de su hijo!, resentimiento injusto, el mismo D. Beltrán lo conoce y lo ha dicho ya antes; pero muy propio de la debilidad humana. También es un excelente rasgo de carácter el artificio con   —236→   que el licenciado atenúa y disculpa el defecto de su alumno.

Después de censurar en La Verdad sospechosa uno de los defectos más graves que puede tener un caballero, reprendo aún con más severidad y con igual inteligencia otro que no es menos infame, cual es el de ser maldiciente. Este es el objeta moral de la comedia Las Paredes oyen.

D. Mendo de Guzmán, caballero noble, poderoso, rico, valiente y galán, tiene una lengua de víbora: no perdona ni a sus damas, ni a sus amigos ni a rivales. De Teodora, una dama que tuvo, dice:


       Quería
que yo fuese su marido,
como si hubieran nacido
mis abuelos en Turquía.



De Lucrecia, a quien todavía trata, aunque ama para casarse con ella a Doña Ana de Contreras, viuda joven y rica, que ignorando su defecto le corresponde, dice que es una cansada, una necia, a quien engaña, sólo porque la quiso algún día; y esto lo dice a un amante encubierto de la misma Lucrecia, que no deja de contárselo a ella: pero al mismo tiempo D. Mendo le envía una carta en que celebra su hermosura como superior a la de Doña Ana, así como escribe después a Doña Ana una carta en ofensa de Lucrecia.

De la misma Doña Ana, objeto entonces de su pasión, habla muy mal a su amigo el duque de Urbino, a quien la había celebrado D. Juan de Mendoza, amante desdeñado de la viuda.

Ella tiene el cerca feo,
si el lejos os ha agradado,
que yo estoy desengañado
porque en su casa la veo.
DUQUE
¿Visitáisla?
MENDO
Por pariente
—237→
alguna vez la visito;
que sino fuera delito
según es de impertinente.
...Si el labio mueve
su mediano entendimiento,
helado queda su aliento
entre palabras de nieve.
.................................
Pues la edad no sufre engaños
aunque la tez resplandece:
...............................
Mil botes son el Jordán
con que se remoza y lava.
DUQUE
¿Pues cómo D. Juan la alaba?
MENDO
Para entre los dos, D. Juan
es un buen hombre, y si digo
que tiene poco de sabio,
puedo sin hacerle agravio.


Y poco después, dice a D. Juan hablando del duque:


...Es más devoto
de mugeres que de espadas.



En la misma escena, paseándose por Madrid con el duque, D. Juan y Beltrán, criado de éste, maldice de todo y de todos.

D. MENDOZA
Esta es la calle Mayor.
D. JUAN
Las indias de nuestro polo.
D. MENDOZA
Si hay Indias de empobrecer
yo también Indias la nombro.
D. JUAN
Es gran tercera de gustos.
D. MENDOZA
Y gran corsaria de tontos.
D. JUAN
Aquí compran las mugeres.
D. MENDOZA
Y nos venden a nosotros.
DUQUE
¿Quién habita en estas casas?
—238→
D. JUAN
D. Lope de Lara, un mozo
muy rico, pero más noble.
D. MENDOZA
Y menos noble, que tonto.
DUQUE
Tened, que bailan allí.
D. JUAN
San Juan es fiesta de todos.
D. MENDOZA
Yo aseguro que van estos
más alegres que devotos.
DUQUE
¿Quién vive, aquí?
D. JUAN
Una viuda,
muy honrada y de buen rostro.
D. MENDOZA
Casta es la que no es rogada;
alegres tiene los ojos.
D. BELTRÁN
¡Bien haya tan buena lengua!
¡Vive Cristo que es un Momo!
D. JUAN
Esta imagen puso aquí
un estrangero devoto.
D. MENDOZA
Y entre aquestas devociones
no le sabe mal un logro.
D. JUAN
Un regidor de esta villa
hizo este hospital famoso.
D. MENDOZA
Y primero hizo los pobres.
D. BELTRÁN
Por Dios que lo arrasa todo.


Doña Ana, sabedora de las malas ausencias que le hacía, y de su intriga con Lucrecia, lo arroja de su vista; y él, indignado, trata de robarla cuando volvía de Alcalá a Madrid: los cocheros de Doña Ana, que eran el duque y D. Juan disfrazados, le hieren y ahuyentan; y hé aquí cómo explica D. Mendo este suceso:


Que siempre estas viudas mozas,
hipócritas y santeras,
tienen galanes humildes
para que nadie lo entienda.
Tal valor en un cochero
los celos no más lo engendran.



El maldiciente es castigado con perder la mano de Doña Ana, que casa con D. Juan, la de Lucrecia, que   —239→   casa con otro amante, la amistad del duque y de todos los hombres de bien.

El drama tiene grande interés y está muy bien conducido. El espectador se complace al ver los progresos que hace D. Juan en el corazón de Doña Ana, a proporción que esta va rechazando de su memoria al odioso D. Mendo.

Para muestra del lenguaje de Alarcón y de su habilidad para el diálogo, leeremos la escena del primer acto en que D. Juan declara su amor a Doña Ana, cuando ella amaba todavía a D. Mendo.

D. JUAN
Que me atreva no te altere,
pues estoy solo contigo,
y un agravio sin testigo
al punto que nace muere.
Desde que la vez primera
vi la luz de tu arrebol,
dos veces la ha dado el sol
a los signos de su esfera;
como al que el rayo tocó
de Júpiter vengativo,
por gran tiempo muerto vivo
en un instante quedó;
como aquel, que la cabeza
de la Górgona miraba,
por un peñasco trocaba
la humana naturaleza;
tal en viéndote me veo,
tan absorto y admirado,
que en admirable ocupado,
no doy lugar al deseo;
que esos divinos despojos
tanta gloria me mostraron
que al punto me arrebataron
toda el alma por los ojos.
Dª. ANA
Tened, D. Juan: ¿esto para
todo en que amor me tenéis?
—240→
D. JUAN
No, porque ya lo sabéis,
y en vano el tiempo gastara.
D.ª ANA
¿En que os morís?
D. JUAN
No señora;
pues ni en morir parará,
que en el alma vivirá,
el amor que os tengo agora.
D.ª ANA
¿Para en pedirme que os quiera?
D. JUAN
Ni llega, señora ahí,
que no hay méritos en mí
para que a tal me atreviera.
D.ªANA
Pues decid lo que queréis.
D. JUAN
Quiero... Solo sé que os quiero,
y que remedio no espero,
viendo lo que merecéis.
Como el mísero doliente
que en el lecho fatigado,
a cualquier parte inclinado
los mismos dolores siente
y por huir del tormento,
que en cada lado es mayor,
busca alivio a su dolor
en el mismo movimiento
así yo con mi cuidado
vengo a vos, dueño querido,
no de esperanza inducido,
sino de dolor forzado;
por no morir con caballo,
no por sanar con decillo,
que es imposible el sufrillo,
como lo es el remediallo.
Y así no os ha de ofender
que me atreva a declarar,
pues va junto el confesar,
que no os puedo merecer.
D.ª ANA
¿Queréis más?
D. JUAN
¿Qué más que vos?
Si entender queréis mi estado,
en que os quiero está cifrado.
D.ª ANA
Pues señor D. Juan, a Dios.
—241→
D. JUAN
Tened; ¿no me respondéis?
¿de esta suerte me dejáis?
D.ª ANA
No habéis dicho que me amáis?
D. JUAN
Yo lo he dicho, y vos lo veis.
D.ª ANA
¿No decís que vuestro intento
no es pedirme que yo os quiera,
porque atrevimiento fuera?
D. JUAN
Así lo he dicho y lo siento.
D.ª ANA
¿No decís que no tenéis
esperanzas de ablandarme?
D. JUAN
Yo lo he dicho.
D.ª ANA
¿Y que igualarme
en méritos no podéis,
vuestra lengua no afirmó?
D. JUAN
Yo lo he dicho de este modo.
D.ª ANA
Pues si vos lo decís todo,
¿qué queréis que os diga yo?


Es difícil encontrar una escena más fina que ella. Esta Doña Ana al fin quiere a D. Juan, cuando abandona el amor de D. Mendo, y se casa con él; pero en el primer acto en que está dicha escena no conocía a D. Mendo por su mal carácter.

Esta manera de despedir a un amante no correspondido, está llena de ingenio y de delicadeza.

Al fin del segundo acto hay una escena de costumbres populares, imitando los sarcasmos y pullas que se usaban antiguamente entre los que se encontraban en el camino. El lugar de la escena es el campo cercano a la venta de Viveros, y los viajeros volvían de los toros de Alcalá.

 

(Cantan dentro.)

 
Venta de Viveros,
dichoso sitio,
si el ventero es cristiano,
y es moro el vino.
Sitio dichoso,
si el ventero es cristiano,
y el vino es moro.
—242→
Con mi albarda y mi burro
no envidio nada,
que son coches de pobres
burros y albardas.
UNA MUGER
Tan gustosa yo vengo
de ver los toros,
que nunca se me quitan
de entre los ojos.
Unos ojos que adoro
llevo a las ancas:
¿quién ha visto los ojos
a las espaldas?
UN ARRIERRO
¿Gruñes, o gritas, o cantas?
Mis males espanto así.
ARRIERO
¿Somos tus males aquí?
Porque también nos espantas.
Calla y toma mi consejo,
que no es la miel para ti.
ARRIERO
¿Fuiste a ver los toros?
Sí.
ARRIERO
¿Pues no hay en tu casa espejos?
ARRIERO 2.º
¡Ah del coche! ¿dónde bueno?
Del camino se han salido.
O el cochero se ha dormido,
o han de hacer noche al sereno.
¡Ah faetón de los cocheros,
que te pierdes! Por acá.
Por esos trigos se va.
Y tras él dos caballeros.
De malas lenguas se quita
quien va al desierto a morar.
No van ellos a rezar,
que por allí no hay ermita.


Pasemos ya de los caracteres viciosos y ridículos a los nobles. En esta línea pocos se podrán presentar comparables con el del marqués D. Fadrique, valido del rey D. Pedro, en la comedia de Ganar amigos. Es el modelo ideal de la generosidad de sentimientos, de   —243→   la grandeza de alma, del deseo de favorecer y servir a sus mismos émulos y enemigos.

La escena es en Sevilla. El marqués, acompañado una noche de sus criados, ve venir a un caballero con la espada en la mano, huyendo de la justicia. Había dado muerte a otro que había querido separarle de la reja de una dama. El marqués le ofrece su protección: llegan los alguaciles, y por ellos sabe el marqués que la dama era Doña Flor, a quien amaba, y el muerto un hermano suyo, que quiso quitar de la reja aquella sombra. Sin embargo, cumple su palabra; guarda al matador, lo saca al campo, sabe que es un caballero de Córdoba llamado D. Fernando de Córdoba, le da una cadena para que se escapo si le mata, pelea con él, en venganza de la muerte de su hermano y de sus celos, le desarma y lo vence, y le amenaza de darle muerte si no declara la ocasión que le tenía a la reja de Doña Flor. D. Fernando, que había prometido a esta dama no declarar que era su amante, se obstina en callar. El marqués, en vez de vengarse, admirado de la nobleza con que arriesgaba la vida por un secreto, le levanta y le perdona, y le aconseja que se mantenga oculto por temor de la justicia inflexible del rey.

En el segundo acto D. Diego, hermano de Doña Flor, viene a darle quejas de que por su galanteo padece el honor de su casa. El marqués le da palabra de no volver a verla ni hablarla, y logra con los jueces que regulan la causa de la muerte de su hermano, que no incomoden para nada a Doña Flor ni a su familia. Esta generosidad le granjea el afecto de Don Diego.

El marqués pensaba en casarse con Doña Inés de Aragón, dama de Doña María Padilla, tenida entonces por reina; pero D. Pedro de Luna, que, después de marqués, era el que tenía más lugar en la gracia del rey, lo tenía también con la dama y entraba a gozarla de noche, delito de muerte según nuestras leyes. El rey D. Pedro, que lo supo, mandó al marqués   —244→   que lo castigase, no por vía de juicio, sino dando muerte al reo, que era harto poderoso para someterse a la justicia. El marqués, guiado de su innata generosidad, hace que Luna vaya a mandar el ejército de la frontera de Granada, y obliga al rey a aprobar esta resolución; pero Luna, creyendo que el marqués no le daba aquel cargo sino para apartarlo de la corte, se venga diciendo al rey en secreto que el marqués había mandado dar muerte a su hermano por celos de Doña Flor, y dado escape al asesino. En efecto, esta voz, verdadera en su segunda parte, había corrido por Sevilla, y hacía verosímil la primera.

Todos los amigos que ha ganado, le fueron necesarios en el trance cruel en que le puso la fortuna. D. Diego, enamorado de Doña Ana, ilustre dama de Sevilla, pero no correspondido, se introduce de noche en su casa, fingiendo ser el marqués; y sobornando los criados, llega a su lecho y la violenta. A principios del tercer acto, Doña Ana se queja al rey; el marqués niega: es preso en la torre del Alcázar: vese su causa ante la justicia, y resultan contra él indicios vehementes; porque el criado que sobornó a los de Doña Ana, fingió ser de la familia del marqués, y se averiguó ser suya una cadena que dicho criado dio a un escudero de aquella señora. En efecto, era la misma que el marqués dio a D. Fernando de Godoy, y este a su criado, que pasó después a serlo de D. Diego, y a fingir que lo era del marqués. A la causa de fuerza se reunió la de haber dado escape al homicida de su hermano.

En esta situación de cosas, llegó victorioso de los moros de Granada D. Pedro de Luna. El rey, que había mudado de intención con respecto a él, le casa con su dama, y le dice que vea al marqués para que sepa; a quien es deudor de la vida. Luna va a la prisión, y sabiendo todo el hecho, clama que es falso lo que había dicho de él; Godoy agradecido a lo que debía al marqués, se declara por homicida de su hermano,   —245→   y obliga a D. Diego a confesarse por verdadero reo de la violencia hecha a Doña Ana. Reconócese la inocencia del marqués, y el rey los perdona a todos, atendida la nobleza y heroicidad con que arrostran la muerte por defender al que los había colmado de favores.

Este drama es a un mismo tiempo de carácter y de intriga; pero su mérito principal consiste en la descripción de los caracteres, porque la fábula está mal distribuida. En el primero y segundo acto hay muchas escenas episódicas, y en el tercero se acumulan y atropellan los sucesos. La unidad de tiempo está quebrantada sin producir bellezas que justifiquen su infracción.

Concluiremos este examen de Ruiz de Alarcón repitiendo lo que ya dijimos al principio. En la descripción de los caracteres morales es el primero del siglo XVII, es absolutamente terenciano; pinta sin exageración ni recargamiento. Hay de él dos comedias intituladas 1ª y 2ª parte de El Tejedor de Segovia, en las cuales describió con suma valentía un carácter individual. En cuanto a la elocución, sobresale en la pureza y propiedad del lenguaje, y es de todos nuestros poetas cómicos el que merece más ser estudiado como padre de la lengua. Su versificación es suave, fluida, exenta de los defectos de su siglo; pero inferior sin embargo a la de Lope de Vega y a la de Calderón.

En la lección venidera hablaremos de Moreto, el primero de nuestros genios en cuanto a la sal cómica.