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Paredes
Núñez, editor de Aficiones peligrosas,
advierte que «su temática llena de
reflexiones sobre la lectura, la novela moderna y la función
de la literatura, presenta un aliciente particular a este texto
primerizo, tocado también de autobiografismo»
(1989: 20). Acerca de la operatividad del polo receptor o lectorado
de novelas en el planteamiento teórico-crítico de la
autora, cfr..
Patino Eirín: 1998, 260-272 y 329-335.
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La tesis de la
novela, que ha llegado fragmentariamente a nosotros,
continúa mediante argumentos palmarios: «Una persona de poca instrucción que lea
novelas, puede estar bien segura de que colocará el Duero
muy cerca del Cáucaso y creerá que el hatchís
es una region de América habitada por negros. Además,
la novela aleja de tal manera de la vida real, que es imposible
verla sin hastio después de haber atravesado toda aquella
brillante fantasmagoría. Hace un siglo se escribían
la Pamela y los Huérfanos de la Aldea, salmodias
moralizadoras que un niño podía leer, pero hoy se
reúne en MonteCristo y la Dama de las Camelias todo lo que
seduce mas al corazón y al espíritu, y por
consiguiente, lo que con mas facilidad puede extraviarlos. [...]
así pues la lectura de aquellas obras causó en la
adolescente el efecto de uno de esos narcóticos que antes de
adormecer producen vértigo, y su alma juvenil,
impregnándose de todas aquellas arrebatadoras teorías
como de un perfume embriagador, las guardaba en su memoria como un
germen de destrucción»
[sic, 63-64].
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Las mismas
primeras lecturas españolas de la autora, después del
Quijote, como advierte en carta a Polo y Peyrolón
fechada en 1884, y corroborará en los «Apuntes»:
«mi tío D. Santiago Pineiro, general de Artillería, y
persona muy culta, era entusiasta de Fernán y de Trueba,
cuyas obras me puso en las manos siendo yo muy
niña»
(Lanzuela Corella: 1986, 289).
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Expresión
que doña Emilia emplea en varios lugares de su
ficción («Apuntes autobiográficos»,
Una cristiana -en palabras de Portal a Salustio-, o en
Memorias de un solterón: «Feíta era la mujer nueva, el albor de una
sociedad distinta de la que hoy existe. Sobre el fondo
burgués de la vida marinedina, destacábase con
relieve singular el tipo de la muchacha que pensaba en libros
cuando las demás pensaban en adornos; que salía sin
más compañía que su dignidad, cuando las
demás, hasta para bajar a comprar tres cuartos de hilo,
necesitaban rodrigón o dueña; que ganaba dinero con
su honrado trabajo, cuando las otras sólo
añadían al presupuesto de la familia una boca
comilona y un cuerpo que pide vestimenta; que no se turbaba al
hablar a solas con un hombre, mientras las restantes no
podían acogernos sino con bandera de combate
desplegada...»
([1896], 157). Sin embargo, sólo
Asís Taboada puede llegar a coincidir con los
parámetros de independencia de los gustos eróticos
que a la mujer nueva atribuye Bornay: 1998, 80 y ss.
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Más
adelante, la vemos, selectiva en sus lecturas, «enfrascada en un librote, cuya portada rezaba:
Argos divina. Nuestra Señora de los Ojos
Grandes»
. Título este que había
aparecido en Doña Milagros, 1894, vulgarmente
evocado por el narrador, el poco profundo Benicio Neira, que lo
llama «librote del siglo
pasado»
, y de donde provenía el apelativo de una
de sus hijas ([1894], 34). Bajo el toldo de las acacias en flor,
Minia desestima sin embargo otras lecturas prosaicas: «El correo le producía fastidio, con los
diarios que inunda la contradictoria información
telegráfica, con las revistas también inficionadas de
noticierismo intelectual, con el epistolario aburguesado de las
postales; y siempre vacilaba al recibir el chaparrón de
papel»
(1991, 511).
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No sólo el Romancero, obras concretas cuya lectura ha dejado profunda huella en su memoria son evocadas en el transcurso de sus memorias, así El Médico de su honra (204) por vía de ejemplo.
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En carta a Oller,
fechada en 1883, la escritora gallega le confiesa: «Yo lloro muy poco en los dramas y en cambio los
líricos casi siempre me arrancan dulces lágrimas,
sobre todo leídos como leí estos versos, en una
hermosa tarde, a bordo de una lancha y entre dos orillas que
limitan el curso de la ría. No me avergüenzo de este
género de debilidad porque en lo demás soy más
bien dura y concentrada que blanda de corazón»
(Mayoral: 1989, 385).
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«Sobre todas las cosas deberá evitar el
novelista el propósito de adular la maligna curiosidad y la
concupiscencia de los lectores»
, dejó escrito en
el prólogo a La Quimera (1991, 119).
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En carta al
director de La Voz de Galicia, en la última vuelta
del camino, en 1913, repasa aquel hecho: «En el prólogo del primer tomo, y
único por ahora publicado de mi nuevo libro, La cocina
española antigua, explico las causas que me impulsaron
a imprimir algunas de las muchas recetas que he coleccionado desde
años ha, y creo que se verá que, en tan sencilla
resolución trasluce la influencia de un desengaño
ideal. Cuando yo fundé la 'Biblioteca de la Mujer', era mi
objeto difundir en España las obras del alto feminismo
extranjero, y por eso di cabida en ella a La esclavitud
femenina, de Stuart Mill, y a La mujer ante el
socialismo, de Augusto Bebel. He visto, sin género de
duda, que aquí a nadie le preocupan gran cosa tales
cuestiones, y a la mujer, aun menos. Cuando, por caso
insólito, la mujer española se mezcla en
política, pide varias cosas asaz distintas, pero ninguna que
directamente como tal mujer, la interese y convenga. Aquí no
hay sufragistas, ni mansas ni bravas»
(Gómez-Ferrer: 1999, 328).
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La serie, aparecida de mayo a diciembre de 1894 en El Imparcial, está recogida en Aguilar, vol. 3, 1973, vid. p. 1192.