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Lectura de una lectura : Juan Bautista Alberdi y el «Facundo»

Mónica L. Bueno






1. Cuestión preliminar: fluencia entre lecturas

Si bien la figura del lector ha sido siempre explícita o implícitamente considerada por muchos críticos o escritores, ha adquirido relevancia teórica en las elaboraciones de la Escuela de Constanza. Ya no es posible prescindir del contexto de recepción o del efecto de recepción o del efecto de recepción en la consideración de un texto y sus posibles lecturas. «La lectura -afirma Iser- se sitúa en el centro de las reflexiones siguientes, pues en ella es posible contemplar los procesos que los textos literarios son capaces de introducir»1. La obra literaria posee, entonces, dos polos -ya señalados por el formalismo ruso en su momento-: el artístico y el estético. El primero describe la obra del autor, y el segundo, la concreción efectuada por el lector. En este último centraremos nuestra reflexión. Tomemos en cuenta que el lector no recibe el sentido del texto como algo preexistente y acabado, sino que en el acto de lectura lo constituye, por lo tanto constituiremos aquí una posible lectura que incorpora otra. Debemos advertir, por otra parte, que procederemos efectuando un sesgo entre dos aspectos de la estética de la recepción. En efecto, recordemos que esta corriente posee dos líneas: por un lado, la de su fundador, Hans R. Jauss, que construye el lector de época mediante el sustrato empírico perteneciente a un código cultural determinado; por otro, la noción de lector implícito que postula Iser, es una construcción teórica a partir de las pautas que el texto ofrece. La primera corriente es de carácter eminentemente historicista y sociológico; la segunda, de influencia fenomenológica, se centra en la textualidad.

Lo señalado más arriba soporta el enfoque que aquí se propone. En efecto, esta lectura parte de las estrategias textuales de Facundo para acceder a una imagen de lector que el texto postula pero incorpora críticamente la lectura efectuada por un lector de época: nos referimos a Juan Bautista Alberdi en su Tercera Carta Quillotana. Se abre así un espectro de intertextualidad enriquecedora que se inscribe en la serie literaria y en la ideológica: lectura de una lectura.

¿Por qué considerar a Alberdi un lector de época privilegiado? En primer lugar, por algo obvio: tenemos el testimonio institucionalizado de su lectura.

Además, estas mismas cartas también forman un corpus intertextual con la escritura sarmientina al configurar la célebre polémica. Son también de carácter híbrido: a medias literarias (por su contenido y metatexto); a medias ideológico-políticas y también paratextuales en tanto apuntan a ambos autores como testimonio de su carácter e ideas (en tal sentido ingresan a la serie histórica) y por referirse a las actividades escriturales que ambos practicaron. Más tarde señalaremos el contexto situacional de las Cartas, pero nos interesa destacar la intencionalidad polémica que rige la interpretación alberdiana del Facundo. Por ello la consideramos privilegiada, ya que su penetración en los implícitos textuales estará profundizada por esa intencionalidad y polarizada hacia lo político. Alberdi, se ha dicho, es un lector de época. Recordemos, también que compartió con Sarmiento la misma generación, el exilio, la ideología liberal unitaria, la oposición militante a Rosas, el periodismo. Hablaremos luego de las circunstancias que generaron sus profundas diferencias pero rescatemos como central que esta tarea periodística es el eje de la polémica y de la intertextualidad, por cuanto ambos compartían -como era común en su época- la idea de la literatura como escritura de combate. Este lector empírico (Alberdi) cuestionará no sólo las estrategias explícitas del texto, que por su carácter de prosa argumentativo-persuasiva le otorgan el rango de ensayo ideológico, sino las implícitas que para la sagaz mirada de Alberdi son el hito fundamental para la carrera política de Sarmiento: su constitución como escritor-mito político.




2. Facundo: entre la biografía y el ensayo

Son bien conocidas las perplejidades que han signado la trayectoria del Facundo en lo que hace a su tipología: ¿ensayo, biografía, cuadro de costumbres, estudio sociológico? Si hay un texto que por su poder convocador y poético ha suscitado discusiones es éste, sin olvidar, claro, las pasiones ideológicas que la también apasionada escritura sarmientina despierta. Nos importa destacar ahora dos rasgos: el carácter ensayístico predominante en el texto y la constitución de una biografía como modelo de negatividad ética y social. De entre todas las caracterizaciones del ensayo como tipo discursivo, es útil para nuestro propósito destacar aquí la que lo señala como metatexto cultural. Es un tipo discursivo disciplinariamente descentrado, cuyo sujeto de enunciación se identifica con el autor quien comparte libremente con el lector sus reflexiones acerca de la cultura de su época, asumiéndose plenamente como sujeto ideológico. El autor busca la participación del lector en sus ideas; pretende convocarlo, persuadirlo y adoctrinarlo. Así considerado, pierde sentido la dicotomía biografía/ensayo en el caso de Facundo, por cuanto la primera se inserta claramente como ejemplaridad, si bien negativa, de un discurso ensayístico fuertemente persuasivo2.

El rango ensayístico del texto compele al lector, mediante un tono eminentemente apelativo, a incorporar una imagen de la barbarie, término que sintetiza todo lo dañino, caótico, oscuro y enigmático, en tanto resistente a un ordenamiento que la racionalidad de la civilización debería llevar a cabo. Nadie duda de que el propósito fundamental de Sarmiento es éste: conformar en el lector una imagen representativa de los males a superar en el país, tal como él los ve. Queremos destacar la índole argumentativa del texto para mostrar los vínculos entre la supuesta representación de lo real (biografía del caudillo) y lo específicamente ensayístico (cuyo lenguaje asume rasgos sociológicos o cuasi-científicos), a cuyo servicio se propone en una primera lectura, la biografía erigida en modelo. Nuestra hipótesis sostiene que el lector aceptará esa representación del país no racionalmente convencido por las argumentaciones ensayísticas, sino mediante la conformación poética de la figura ofrecida por la biografía. El relato biográfico -propuesto como subsidiario a fin de servir de ejemplo probatorio- se impone estéticamente al lector y así éste participará en los argumentos ideológicos, que no serán «probados» en cuanto tales, sino poéticamente sustentados por la imagen convocada.

Para apoyar teóricamente nuestra propuesta de lectura, citaremos a Wolfgang Iser en su explicación de lo que ha denominado «potencialmente de ensamblaje»:

...sólo cuando los esquemas del texto son mutuamente referidos, comienza a constituirse el objeto imaginario, esa operación solicitada del lector posee en los espacios vacíos un momento central desencadenante. Por su medio queda marcado el potencial de ensamblaje de sus elementos.


(p. 280, el subrayado es nuestro)3.                


Cuando el texto sarmientino desarrolla sus argumentos o cuando media la información sobre su objeto representado (la realidad del país), aparece inmediatamente la constitución del sujeto de la enunciación: el propio autor. Pero aquí se puede observar una importante variante manejada por Sarmiento respecto del discurso ensayístico: el sujeto explicativo de los argumentos es el propio Facundo. Esta estrategia propiamente novelística -cede la voz al personaje- es el potencial de ensamblaje fundamental para lograr la convicción del lector: trasladar la autoridad del argumento a la propia sombra del muerto: «Sombra terrible de Facundo...». Al producirse una constante y mutua referencia entre la biografía y el ensayo, ambos discursos se refrendan uno al otro: no hay -en tanto constitución del objeto simbólico en la conciencia del lector- ninguna verdad «objetiva» que buscar extratextualmente. Ningún lector -ni actual ni de su época- se detendrá a buscar documentos verificadores de la verdad histórica que la biografía supone. Nos dejaremos llevar poéticamente de la mano de la sombra, erigida en arquetipo, y de su voz que narra un relato mítico, pues surge de la boca del arquetipo: hasta tal punto la fuerza convocadora de su propia imagen sirve a Sarmiento para sus propósitos ideológicos.

La posible reconstrucción del lector implícito en el texto sarmientino es engañosamente fácil. En efecto, el género mismo que Sarmiento transita requiere de la constante apelación y ello sin entrar a considerar los rasgos personales que su autor imprime en el fuerte sello de su escritura. Desde la famosa invocación inicial, la convocatoria a que el lector es sometido por el texto es reiterada y fuertemente apelativa: se hace imposible no participar muy activamente en la cooperación textual que mantiene asido al lector a la argumentación autoral: el texto parece apoderarse del lector. Como técnicas evidentes en tal sentido basta mencionar las apelaciones continuas y explícitas, las interrogaciones directas, la inclusión del lector en una primera persona plural, pero más aún, los vertiginosos cambios de registro en el discurso -desde el informativo al científico, de éste al poético y descriptivo- y cierta oralidad configurativa que Ana María Barrenechea ha definido como «una estética de lo espontáneo»4. Por otra parte, ciertas estrategias textuales perfilan un tipo particular de lector: el lector culto. Así podemos señalar las alusiones literarias, las fuentes historiográficas, la mención de teorías en boga y la recurrencia obsesiva por legitimar documental y científicamente el texto. Al respecto, coincidimos con Ricardo Piglia en su demostración del mecanismo de la cita como modelo productor5.

Ciertos datos extratextuales contribuyen a poner de relieve la importancia que Sarmiento otorga al lector de Facundo. Se trata de permanentes ajustes que atienden a los cambios del contexto situacional de la obra. La primera edición (28 de julio de 1845) lleva por título Civilización i barbarie. Vida de Facundo Quiroga i aspecto físico, costumbres i óbitos de la República Argentina. La inversión en las ediciones posteriores parece obedecer a la preeminencia del propósito político: ya desde el título la biografía se impone al lector. Se refrenda, de este modo, las relaciones textuales biografía/ensayo analizadas más arriba.

Del mismo modo, la Advertencia de esta primera edición se diría que justifica y anticipa todas las enmiendas, agregados y supresiones que Sarmiento introduce en las tiradas posteriores de su libro.

En vida de Sarmiento aparecen cuatro ediciones de Facundo. Recordemos que previamente la obra había sido dada a conocer en el folletín del diario El Progreso. En la segunda edición de 1851 Sarmiento suprime la Introducción y los dos últimos capítulos. Está próximo el fin de Rosas y Sarmiento quiere limar asperezas y ganar adeptos para su causa, tanto unitarios como federales. La tercera aparece en 1868. Se mantienen las mutilaciones efectuadas en las anteriores. Las razones son evidentes: deberá llevar como compañero de fórmula para la presidencia de la Nación a un miembro del partido autonomista, contrario a la proclamación de Buenos Aires como capital de la República. Recordemos que en los capítulos suprimidos se afirma que la única capital posible del país era, precisamente, Buenos Aires. Finalmente la cuarta edición (1874) aparece en el año en que Sarmiento abandona la presidencia. Se restituyen las partes suprimidas. Es claro, en ese contexto situacional, que Buenos Aires se convertirá inevitablemente en la capital de la Nación6.

Volvamos, entonces al texto, ¿cuál es el contenido explícito al que este culto lector se debe adherir? Es obvio, remitimos a lo tan mentado por la crítica de todos los tiempos: la antinomia que se condensa en los pares opuestos, barbarie-caudillo-interior-Facundo-España-pre-europea y civilización-partido unitario-ciudad-Paz-Europa moderna-Estados Unidos. Así se constituye la primera imagen del bárbaro caudillo y del medio que lo ha determinado. Pero a medida que el texto avanza, se configura lo que Jitrik ha denodado la segunda imagen del Facundo7 -según mi lectura, determinante de es inversión entre el título y el subtítulo que antes mencioné- que entra en crisis con la primera a partir de la intermediación de la figura de Rosas. Para alinear a ambos caudillos Sarmiento debe forzar su dicotomía inicial y por razones ideológicas, justificar la pertenencia de Rosas a Buenos Aires. «Hijo de la culta Buenos Aires sin serlo él» acota Sarmiento. Podemos situar en este viraje la ubicación del lector en los puntos de ensamblaje del texto, es decir los espacios virtuales de lo no dicho en la textualidad explícita que el lector debe interpretar mediante el «rellenado» de los blancos. De aquí surgen las interpretaciones tradicionalmente conocidas de la crítica en lo que hace a la segunda imagen de Facundo: la admiración secreta que el escritor provinciano siente por él, el engrandecimiento de su figura que entra en conflicto con su expresa adhesión ideológica. De los pares de opuestos se llena más densamente en la conciencia del lector la oscuridad de la barbarie que la luz de una civilización más postulada que definida. ¿Será porque el lector de Buenos Aires, el lector ya civilizado en términos de Sarmiento al que éste se dirige conoce ya su propio mundo? ¿Será porque el escritor sanjuanino que tan bien conoce la barbarie aspira a ingresar en la civilización de modo privilegiado? Veamos cómo responde Alberdi críticamente a estos interrogantes.




3. Alberdi y las Cartas Quillotanas

Recordemos las circunstancias desde las cuales se emite la escritura de las Cartas Quillotanas8. Sarmiento, que ha participado bajo las órdenes de Urquiza en su campaña, aunque como modesto boletinero, publica en Chile su Campaña del Ejército Grande, donde narra la empresa militar denigrando ostensiblemente la figura del vencedor de Caseros. A ésta implícita provocación responde Alberdi como decidido partidario de Urquiza, y así se entabla la polémica famosa entre ambos, contenida en las Cartas... fechadas en enero de 1853 en Quillota (Chile) y las Ciento y una del sanjuanino. Si bien el asunto explícito del debate es la función de la prensa luego de depuesto Rosas, me interesa señalar que Alberdi en su tercera carta elige una estrategia muy curiosa y que lo sitúa como privilegiado exponente del lector de época frente a la obra literaria de Sarmiento. En efecto, la tercera carta está dedicada extensamente a una crítica ideológico-literaria y esta circunstancia nos permite ese intento de lectura vincular del que hablamos inicialmente.

¿Cómo efectúa Alberdi su lectura de los puntos de ensamblaje rellenando los blancos que el texto le ofrece? En primer lugar, conformando un corpus total de la bibliografía de Sarmiento como un intento global de constituir un discurso de acceso al poder. Es así que Alberdi lee no solamente el Facundo, sino Recuerdos de provincia y Argirópolis como la conformación de un mito autobiográfico que constituye a través de la escritura, la figura del escritor-mito político, por la cual Sarmiento pueda acceder a la presidencia de la República. Alberdi conforma así la figura de un crítico adelantado a su época que interpreta el maridaje entre la biografía modelo y la imagen legitimada de la aspiración al poder. Más aún, destaca la contracara de Facundo -que Jitrik denominara la segunda imagen- cuando señala la ineficacia de la dicotomía: «Los campos fueron siempre el baluarte de nuestra independencia, y el paisano, el gaucho su primer soldado»... refiriéndose a que Facundo destaca no sólo los defectos del caudillismo, sino los errores de los unitarios. La devastadora ironía alberdiana permite un espacio en blanco para nuestra propia lectura, cuando se propone destruir la imagen tan trabajosamente elaborada por Sarmiento. En efecto, una cuestión relevante es el por qué de esa abundancia de apelaciones a un lector, que por ser culto, ya debería, según el planteo que el mismo Sarmiento hace, estar convencido de los bienes de la civilización y de los males de la barbarie. ¿Para qué dirigirse a los de Buenos Aires si el conflicto real entre unitarios y federales manifiesto en las sangrientas luchas civiles fue, efectivamente, Buenos Aires/interior? Porque, si nos remitimos a la interpretación alberdiana, Sarmiento debe ingresar, como aspirante al poder, a ese círculo, demostrando que pese a ser provinciano, si provincia es barbarie, él es, sin embargo, un teórico de la civilización. Iluminismo, historicismo romántico, determinismo y cultura son los bienes que el provinciano ilustrado esgrime para corresponder al horizonte de expectativas del lector al que aspira como interlocutor.





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