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Libro de Alexandre

Estudio y Edición de Francisco Marcos Marín

Marcos Marín, Francisco


En memoria de Pilar Lago de Lapesa



El sol, que se había ido elevando mientras cantaba Salicio, declina al tiempo que Nemoroso entona sus estrofas, envueltas en funérea penumbra. Al apagarse la voz del pastor se ha iniciado ya el ocaso. Una bellísima descripción del atardecer, elaborada con notas de Sannazaro y Virgilio, pone fin a la égloga: nubes encendidas con orlas de oro, sombras que descienden de los montes. Los pastores, «recordando ambos como de un sueño», se recogen lentamente al extinguirse las últimas luces.



Rafael Lapesa

La trayectoria poética de Garcilaso

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ArribaAbajoEstudio Crítico


ArribaAbajoAlejandro Magno

Las palabras que voy a citar a continuación pueden muy bien servirnos para entrar en materia:

Ya otros han escrito sobre Alejandro (no hay, en efecto, nadie sobre quien lo haya hecho mayor número de historiadores, o de manera más discordante entre sí. [...] Sobre Alejandro hay también infinidad de relatos, compilados por otros historiadores.



Estas frases, que parecen de hoy, fueron escritas para el Prefacio de la Anábasis de Alejandro Magno, en el siglo II de nuestra era, por Lucio, o tal vez Aulo, Flavio Arriano Jenofonte. Pueden suscribirse, sin tocar una coma, y añadir lo que sigue: Alejandro Magno, por la transcendencia de su propia obra y también por un especial favor de la Fama, ha gozado de la atención especial de los historiadores; pero también ha servido de inspiración artística en las artes plásticas, como testimonian retratos, iluminaciones y miniaturas en libros, pinturas, tapices, al mismo tiempo que ocupa un lugar especial en la historia de la literatura. Con decir que, en la Edad Media, su leyenda se extendía desde el mar de la China hasta el Finisterre, queda dicho que era conocido no sólo en los confines de nuestra civilización greco - romana, sino también en la islámica, desde donde había penetrado en las culturas del Extremo Oriente, a través de los hindúes y de pueblos de lengua turca que vagaban por las estepas del Asia Central.

De todas estas tradiciones, escritos, leyendas y poemas, plasmados en obras y lenguas de muy diversa condición, no ha resultado una figura unitaria y   —12→   monofronte, por decirlo así, sino un personaje de variadas e interesantes facetas; señalar alguna de ellas será el objetivo de esta exposición, en la que, inmediatamente, haremos una mínima introducción técnica sobre la leyenda del rey macedonio, a partir del libro fundamental de Reinhold Merkelbach, Die Quellen des griechischen Alexanderromans.

Para comprender inicialmente la figura de Alejandro debemos tener en cuenta la situación social y política de su lugar natal, en ese momento y en sus primeros años. Macedonia era una región situada en los bordes de la Hélade, nada más que un pequeño reino al noreste de Grecia. El padre de Alejandro, Filipo, buscó la unión de toda la península bajo su mando y reformó la organización política y militar de los territorios bajo su dominio. Su madre, Olimpia(s), era hija del rey Neoptolemo del Epiro. Alejandro, nacido en el mes de julio del año 356 a. J.C., en Pella, Macedonia, cerca de la actual Yiannitsá, tuvo la fortuna de recibir una doble formación, imprescindible en su tiempo, la militar, con su padre1, y la filosófica, con Aristóteles, cuyo discípulo fue, y a quien los textos literarios se refieren con frecuencia. El año 338 a. J.C. derrotó Filipo a los atenienses y tebanos, que no aceptaban su mando, en la batalla de Queronea, y recibió el título de hegemon, en una asamblea reunida en Corinto. Este título fue conservado por Alejandro, quien pasó a gobernar tras ser asesinado su padre el año 336 a. J.C., después de sofocar las revueltas que se produjeron tras esa muerte y de someter al resto de Grecia, salvo Esparta, con un castigo ejemplar a Tebas2.

A continuación emprendió el joven rey la gran campaña de Asia, que le hizo dueño de un enorme imperio y puso en contacto la cultura helénica con las culturas milenarias del continente asiático, desde Persia a la India, y desde allí a China.

La puerta de este poderío fue la conquista del imperio persa, gobernado a la sazón por Darío III Codomano, al cual los griegos pagaban tributo. El 334 a. J.C. fueron derrotados por primera vez los persas, en el río Gránico. Alejandro, que trataba de reproducir las hazañas de los griegos en Troya, cuyas ruinas había visitado tras desembarcar en Asia, aprovechó también el apoyo de las colonias mercantiles griegas en Asia Menor para asegurarse un respaldo económico en la zona. El 333, en Issos, derrota de nuevo a los persas, esta vez con el propio Darío al frente, cuya familia queda prisionera. Cuando, el 332, conquista Egipto, los sacerdotes de Amón lo reciben cual si de un faraón se tratara, lo que enlaza con la leyenda que lo hace hijo de este dios. Funda allí la ciudad de Alejandría, la más importante de las varias que han recibido este nombre.

Darío es definitivamente derrotado el primero de octubre del 331 a.J.C., en Gaugamela (Arbela). Tras su asesinato (330 a.J.C.), a manos de los habituales oportunistas, cruelmente castigados por el rey griego, Alejandro recompone el   —13→   imperio aprovechando la organización existente, contra la opinión de muchos de sus compañeros, lo que conduce a la resistencia de algunos de éstos, la revuelta y la ejecución de los recalcitrantes.

El 327 a. J.C. empezó la campaña de la India, en la que derrotó al rey Poro, en combate personal, junto al río Hidaspes, el 326. Esta victoria fue decisiva para el intercambio artístico entre la cultura helénica y la antigua india. El rey, sin embargo, no tuvo tiempo de gozar de los frutos de su esfuerzo, pues murió en circunstancias extrañas, tal vez asesinado, el 13 de junio del año 323 a. J.C.. Su imperio se deshizo a su muerte, tras el asesinato de su mujer, Roxena, y de su hijo Alejandro (310/309 a.J.C.). La influencia cultural, pese a ello, se mantuvo en muy buena parte, al producir un nuevo período, el helenismo alejandrino. La realidad, en este caso, puede superar a la leyenda.




ArribaAbajoLa Novela de Alejandro


ArribaAbajoPrehistoria del texto

El texto crucial para la transmisión de la leyenda de Alejandro es, como sabemos, la llamada Novela de Alejandro o, en la traducción española de Carlos García Gual (1977), Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, obra compuesta, al parecer, en el siglo III d.J.C., por un autor cuyo nombre e identidad desconocemos, aunque lo denominamos siempre Pseudo-Calístenes. Este nombre se debe a la falsa atribución (en algunos manuscritos de la familia B) a Calístenes de Olinto, personaje del séquito del propio rey de Macedonia, quien fue uno de los primeros historiadores de la vida de Alejandro. Este Calístenes era alumno de Aristóteles y, según Plutarco, hijo de una sobrina de éste. Acabó condenado a muerte por rebelarse contra la autodivinización de Alejandro.

La Novela de Alejandro reúne dos peculiaridades notables: la primera de ellas es su extraordinaria difusión, en muy diversas lenguas, como el árabe, el armenio, o el latín, p. ej., y desde éste a todas las familias lingüísticas de Europa, en las que puede también conocerse desde el griego, y la segunda es que esta difusión supone siempre varias versiones, que recrean la materia original, convertida así en una base de texto, más que en un texto mismo; se hace, en suma, tradicional, en el sentido técnico del término.

Los estudiosos de la Novela de Alejandro han visto, durante mucho tiempo, un hiato entre los escritos históricos sobre el héroe, algunos de ellos muy tempranos, y la propia Novela, y han intentado salvar ese salto señalando el carácter muy artificioso y fantástico de la historiografía alejandrina, desde sus inicios. Contamos hoy, sin embargo, con mejores armas, lo que nos permite esbozar una evolución que, resumida, se daría en cuatro etapas:

  1. Historiadores coetáneos de Alejandro.
  2. Novelización de la vida del héroe.
  3. Historiografía posterior de Alejandro.
  4. Novela de Alejandro.
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Este resumen requiere dos precisiones: la primera es que no cuesta ningún trabajo suponer que las primeras leyendas y formas poéticas sobre Alejandro nacieron ya en vida de éste y la segunda que el punto tercero, es decir la historiografía de Alejandro redactada por quienes no fueron sus coetáneos, se superpone temporalmente al segundo y al cuarto, o sea, a las dos etapas de la poetización típica de la leyenda, y se prolonga hasta hoy, como toda historiografía. Así, por ejemplo, la biografía incluida en las Vidas Paralelas de Plutarco (s. II) se anticipa alrededor de un siglo al Pseudo Calístenes.

La ventaja de esta tesis es que salva el supuesto hiato entre los historiadores coetáneos del conquistador y la Novela de Alejandro. Para ello, como es lógico, tiene que ser cierta, de lo cual nos ocupamos enseguida.

Comprobamos la existencia de la novelización de la vida del rey de Macedonia gracias a unos papiros publicados en 1947 y 1954, en los que se contiene una serie de cartas entre distintos personajes, p.ej. de Darío a Alejandro, de Polydos a Darío, de Alejandro a Darío, de Darío a los sátrapas, de Poro a Alejandro, entre otras. Cinco de las cartas están también en la novela del Pseudo Calístenes. No cabe sino preguntarse: ¿derivan las cartas conservadas en los papiros de esta obra, o viceversa? A esta pregunta responde Merkelbach con seguridad y con razones críticas muy acertadas que las cartas son anteriores y que nos obligan a postular la existencia de una novela epistolar sobre Alejandro, la cual llenaría nuestra etapa segunda a la vez que explicaría algunas de las características del ciclo.

La realidad, por tanto, puede reconstruirse, para las dos primeras etapas, de este modo:

  1. Historiografía alejandrina escrita por los coetáneos del caudillo griego.
  2. Novela epistolar de Alejandro, conservada fragmentariamente en los papiros.

Aunque los textos no se nos conserven completos, no cabe duda de la veracidad de estos dos postulados.

Muchos son los historiadores que se han ocupado de Alejandro Magno. Los primeros se encuentran entre los compañeros del rey mismo, como el ya mencionado Calístenes de Olinto, cuyos fragmentos, de carácter sumamente fantástico, explican por qué se le pudo atribuir la Novela, o Cares de Mitilene, su chambelán, quien se deleita con las descripciones de festejos, fuente de detalles, como la tienda de Darío, de amplia repercusión posterior. Estos lujos llevan a la condena de los moralistas, como Efipo de Olinto, ciudad destruida por el ejército griego el 348 a.J.C.. Medio de Larisa era el tetrarca de la flota de Alejandro, y responsable de la intendencia, por lo que ha pasado a ser sospechoso del envenenamiento del rey. Detalles geográficos útiles para el propio Estrabón se encontraban en la obra de Policlito de Larisa. A Onesícrito de Astipalea se debe, al parecer, el tono idílico y utópico de escenas como las de la India: amazonas, hombres extraordinariamente longevos, monstruos marinos. También fundamental para la parte de la India es   —15→   Nearco de Creta, capitán del viaje del Indo al Eúfrates, cuyos datos tienen una apariencia objetiva mucho más acusada.

También fue compañero de Alejandro Aristóbulo de Casandrea, de quien se habla a menudo como «técnico». Tolomeo Lago, el futuro rey, se aprovecha de la historia alejandrina para contar sus propias hazañas, por lo que Antonio Bravo García, en su excelente introducción a la edición española de la Anábasis de Arriano, señala el carácter de «memorial» que pudo tener su obra. No podemos mencionar todos los autores recogidos en este amplio estudio en el nuestro, necesariamente más limitado. De los autores posteriores deben mencionarse Quinto Curcio Rufo, cuya obra (escrita, al parecer, entre el 41 - 54 d.J.C., en época de Claudio) ha sido calificada recientemente de «mezcla de Los tres mosqueteros3 y Simbad el Marino», Plutarco, Justino y, por supuesto, Arriano, cuya Anábasis se escribió alrededor del 140 d.J.C.. Los investigadores de fuentes hablan de la «fuente de los mercenarios», supuesta obra de un griego al servicio de los persas, desconocida por Arriano, pero usada, al parecer, por Quinto Curcio. Dos fuentes documentales, los llamados «diarios», y la «correspondencia» de Alejandro, son dudosas. Se trata, por supuesto, de textos, a veces de muy antiguo origen, pero no tienen, según parece, ningún carácter oficial.




ArribaAbajoLa redacción de la Novela de Alejandro

El héroe griego deseaba que, al igual que Homero cantó las hazañas de Aquiles, un gran poeta se hiciera cargo de transmitir las suyas. La fortuna, al menos en su lengua, no le acompañó. Del Pseudo Calístenes no puede decirse, desde luego, que fuera un gran poeta. Gran fabulador, conocedor de los resortes de la literatura popular, y de los mecanismos socioliterarios de su tiempo, dio a la leyenda alejandrina lo que tal vez un gran poeta no habría podido: impulso para mantenerse en las más variadas lenguas y literaturas a través de los siglos.

Tras la segunda edición de las Quellen de Merkelbachsabemos con mucha mayor seguridad que se basó en alguna o algunas biografías helenísticas y en la novela epistolar de Alejandro, que recoge en parte y a la que hizo, sin duda, perderse en el olvido.

Un complejo stemma de la Novela es el trazado por A. Lolos4, del que tomamos los datos siguientes:

La forma más antigua, A, se conserva en un ms. tardío,Cod. París 1711 (s. XI). De este tipo inicial nacen las dos traducciones antiguas, la latina de Julio Valerio (s. IV) y la armenia (s. V-VI), así como las recensiones de la familia b, con sus subfamilias, de las cuales la más nutrida es , que constituye   —16→   el núcleo de donde arrancan las versiones griegas posteriores y las versiones eslavas5, así como la versión árabe moderna. De la rama imagen, formada hacia el siglo VI, nacen, por un lado, las versiones persa, siriaca, árabe antigua y etíope, que han sufrido diversas vicisitudes, y, por otra parte, la segunda versión latina, del arcipreste León. Volveremos a ello en el apartado siguiente, cuando hablemos del desarrollo de la Novela de Alejandro

A este complejo panorama pueden añadirse los datos aportados por J. Trumpf6 de donde se desprende la existencia de numerosísimos manuscritos e impresiones de la Novela. Si sumamos a ello las notas de J. Irmscher7 veremos que se elevan a más de treinta y cinco las lenguas a las que fue traducida. Su carácter de obra popular y difundida es, pues, incuestionable.

Los rasgos esenciales están ya fijados: Alejandro no es hijo real de Filipo, sino resultado del engaño del egipcio Nectanebo, quien se finge el dios Amón, lo cual no podrá ser admitido por píos autores como el del Libro de Alexandre, pero sí por enemigos del héroe, como Petrarca. El nacimiento y la muerte están llenos de prodigios, que abundan en el texto como guijarros en el lecho de un río. La descripción de la figura de Alejandro, nada heroica: pequeño, con un ojo oscuro y otro claro, melena leonina, y la constante insistencia en que no se parece en nada a Filipo, enlazan con una amplia tradición popular, bien representada en todas las literaturas, de héroes nada apuestos. El Alejandro del Pseudo Calístenes es fuerte pero cruel, gallardo pero soberbio, valiente pero astuto; por eso ha dado pie a todo tipo de interpretaciones y adaptaciones, incluso contradictorias. Un literato de escasa calidad fue capaz de crear un prototipo, una fuente de la que bebieron muy numerosos poetas de muy diversas literaturas, lenguas y épocas.

Elemento fundamental de la Novela son las epístolas. Incluidas en la misma o como apéndices, incluso cosidas con posterioridad en diversas encuadernaciones de varios manuscritos, las cartas completan el panorama y son, generalmente, el punto de mayor interés para los aspectos didácticos o la descripción de tierras y personajes fantásticos. Recordemos que incluso el manuscrito O del Libro deAlexandre contiene, intercaladas en el texto en verso, muestras de este otro género prosístico.




ArribaAbajoDesarrollo de la Novela de Alejandro

A partir de la Novela empieza la gran difusión de la leyenda por todas las literaturas cultas o escritas. A ella se añaden otros textos. Por ejemplo, a la   —17→   traducción de Julio Valerio, del siglo IV d. J.C. (entre el 310 y el 330, más probablemente, según Merkelbach, p. 17), se suman un texto histórico anterior, como la Vida de Alejandro en la serie de Vidas paralelas escritas en griego por Plutarco (46 - p. 119 d.J.C.), o textos literarios - didácticos como la «Conversación de Alejandro con Dindimo, rey de los brahmanes», y la «Epístola de Alejandro a Aristóteles sobre las maravillas de la India», conservada esta última como texto independiente completo en su versión latina, muy difundida en la Edad Media a juzgar por el enorme número de manuscritos supervivientes, y conservada también parcialmente, de dos formas distintas, en dos distintas redacciones griegas de la Novela de Alejandro. La epístola contiene la profecía de la muerte del rey por envenenamiento y es por ello esencial en el desarrollo de la leyenda.

Aparte de la versión latina de Julio Valerio, que sigue un códice de la llamada recensión , y que se difundió más a través de un epítome o resumen, Oriente proporciona una segunda versión, quizás de mayor importancia, a partir de un texto griego, ahora de la redacción d, también traducido al latín, en el siglo X. No se conserva el original de la traducción, pero sí un manuscrito latino (Bambergensis E. III. 14) en cuyo prólogo un narrador nos cuenta que el arcipreste León fue a Constantinopla como embajador de los duques de Campania Juan y Marino ante los emperadores Constantino VII Porfirogénito y Romano II, hacia el año 950. Terminada la embajada recogió varios códices griegos, entre los cuales figuraba una versión de la Novela de Alejandro que tradujo a su regreso a Nápoles, después del 952, por encargo del duque Juan. Este texto es la base de la famosísima Historia Alexandri Magni regis Macedoniae de Praeliis, o Nativitas et Victoria Alexandri Magni regis.

No acaban ahí las aportaciones orientales: de un manuscrito griego emparentado con el del arcipreste León se hizo una versión que pasa por el árabe, a través de un tortuoso camino, que no me resisto a mencionar, para que podamos hacernos una idea de los vericuetos que recorren las obras literarias en una época como la Edad Media, que nos gusta presentarnos de un manera tan simplista como falsa:

El texto griego fue traducido primero, en el Irán, al pelví o persa medio, al final de la época sasánida, según Nöldeke. Este texto pelví, no posterior al siglo VII, en todo caso, se perdió; pero no sin ser antes traducido al siriaco por un sirio nestoriano. De esta versión siriaca se hizo la primera traducción al árabe, perdida también. La traducción árabe sirvió de base para una retraducción al etíope, de manera que entre el antecesor siriaco y el sucesor etíope podemos saber bastante bien cómo fue el texto árabe.

Otra segunda traducción al árabe nos testimonia, en cambio, la difusión de las versiones latinas, porque se trata de una retraducción, a partir del latín, no del de Julio Valerio, sino de la Historia ... de Praeliis, más o menos interpolada. De esta segunda versión árabe, también perdida, deriva una traducción hebrea, de Samuel ibn Tibbon de Arles, entre 1199 y 1204, la cual hace suponer a García Gómez que la versión del latín al árabe se hizo a mediados del siglo XII. Testimonio de la vitalidad de la leyenda árabe de Alejandro en España es su   —18→   difusión entre los moriscos, donde se nos ha conservado. Por otra parte, la azora XVIII del Alcorán, en la que interviene el héroe, con el apodo árabe de Dulcarnain, es buena prueba del temprano conocimiento que los musulmanes tuvieron de estas leyendas.

En las versiones al árabe deben distinguirse las antiguas y las modernas. Relacionado con las antiguas, posiblemente con la primera, tenemos el texto editado y traducido en 1929 por García Gómez, quien, por desgracia, no pudo aprovechar más que apresuradamente (como reconoce en págs. CXVIII y CXIX) los Beiträge deNöldeke. Las versiones modernas al árabe proceden de la redacción , los antecedentes griegos son del siglo XV. El autor de la versión al árabe desde el griego moderno, como ha demostrado Trumpf (p.22), corrigiendo a Nöldeke (p.54), fue el monje ortodoxo del Sinaí Yuwâsif ibn Suwaidân, quien llevó a cabo su trabajo en Estambul:disponemos incluso de una fecha, febrero de 1671.

La literatura islámica en árabe ofrece también un muy rico desarrollo de la leyenda alejandrina, que va más lejos de la Novela, por no decir nada de la riqueza del tema en la literatura persa, o su extensión a otras del mundo islámico, desde Turquía a Malaya.

Nöldeke, de quien tomó esos datos García Gómez, tuvo ya ocasión de estudiar la leyenda cristiano siriaca de Alejandro, compuesta en los años 514, 515 d. J.C., conservada en los manuscritos siriacos de la Novela. En ella el héroe se ha convertido en un asceta cristiano. El obispo siriaco Jacobo de Sarug aprovechó esta leyenda ascética en el año 521, para componer su Homilía, en la cual se desarrolla otro de los mitos alejandrinos, el que se plasmaría en latín, en el siglo XII, como Alexandri Magni Iter ad Paradisum. Esta leyenda, junto a la expedición de Alejandro a la fuente de la vida (que él no logra descubrir, pero sí su cocinero, casualmente), y otros textos legendarios, ocupa en el mundo islámico un lugar de honor, al pasar a la azora XVIII del Alcorán. Ello motiva, necesariamente, que los investigadores islámicos de la tradición se hayan ocupado minuciosamente de la figura de Alejandro. Los aspectos correspondientes a la literatura tradicionalista islámica (hadiz) fueron estudiados por Friedländer, en 1913, los de la literatura popular y el Alejandro «sudarábigo» en 1978 por Nagel. Las maravillas de la India, el viaje a las fuentes de la vida, y los pueblos de Gog y Magog, contra los que se levanta una muralla, cuya puerta se abrirá cuando empiece la época de la destrucción de los pueblos conocidos, son los aspectos más notables del ciclo legendario. Dentro de éste, las leyendas tienen, cada una, un variadísimo recorrido. La de Gog y Magog, por ejemplo, es posible que llegara a la Novela desde fuentes judías. El historiador Flavio Josefo, p. ej., la conocía a partir de esta fuente.

Las narraciones legendarias tienen a menudo su ciclo completo independizado. Ocurre esto con el episodio de la conversación de Alejandro con los gimnosofistas, o brahmanes, en la línea de interpretación moral de la figura, que tendrá gran éxito8.

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El viaje aéreo de Alejandro, que tiene eco coránico (XVIII, 83),goza de gran favor en el mundo islámico, lo mismo que el descenso al fondo del mar, y encaja perfectamente en el gusto por los elementos fantásticos. No creamos, sin embargo, que el eco de Alejandro en el mundo islámico se limita a lo que pudiéramos llamar la «literatura fantástica». Alejandro, o Dulcarnain «el de los dos cuernos»9, distinguido así, como Moisés en la escultura de Miguel Ángel, por un poder especial, es una obra privilegiada de Dios. Ambiciona conquistar, pero también saber: en su torno se teje una serie de colecciones del género bien conocido de «sentencias de los filósofos», frases a veces profundas, a veces simplemente ingeniosas, que responden a la rica experiencia vital del héroe, un héroe que, por otro lado, no lo olvidemos, para poder dar cuenta de cuanto el tradicionalismo islámico le atribuye, habría vivido alrededor de mil seiscientos años.

En el mundo románico, por otra parte, nos encontramos con un conjunto de textos de diversas épocas, metros y autores que recibe el nombre común de Roman d'Alexandre. Sabemos que hubo un poema épico francés, escrito a mediados o en la primera mitad del siglo XII, del que sólo se conserva un fragmento, transcrito precisamente en las últimas páginas de un Quinto Curcio de la Laurentiana. Este poema fue escrito por Alberic de Besançon, nombre que conocemos posiblemente de modo imperfecto gracias al traductor alemán, el clérigo Lamprecht (o Lambrecht)10. El poema de Alberico se encuentra al inicio del ciclo poético francés de tema pagano; tuvo éxito, como prueba su traducción al alemán. En lo que concierne a su influjo posterior, hacia 1160 se compuso en el Poitou una versión decasilábica, que parece ofrecer mucho más material del que puede suponerse en el fragmento octosilábico de Alberico y constituye a su vez una introducción a la parte más larga, en versos dodecasílabos («alejandrinos» en la métrica francesa, precisamente por ese texto), que forma el núcleo del Roman d'Alexandre, cuya influencia en el Libro de Alexandre español ha sido perfectamente estudiada por Willis. Lambert le Tort de Châteaudun es el autor de esta versión dodecasilábica, pero su versión se fundió inmediatamente con ampliaciones, adiciones y variantes que complican extraordinariamente la línea de la transmisión (cfr. el stemma en Armstrong et al.:II, vi). La versión más o menos unificada y tardía es el resultado de la ampliación del texto de Lambert le Tort por el normando Alejandro de París (p. 1180).

Sin pretender entrar en los complejos problemas de los textos franceses, podemos intentar resumir la situación a partir de tres textos: el octosílabo de Alberico, el decasílabo posterior que depende hasta cierto punto de él, y empalma, incluso físicamente, con el Roman d'Alexandre en dodecasílabos escrito por Lambert le Tort y Alejandro de París. Si ya Alberico rechazaba la parte del pseudo Calístenes que achaca a Nectanebo la paternidad de Alejandro, como algo impropio de un héroe medieval, las versiones posteriores aumentan la   —20→   carga de hechos extraordinarios para presentar un héroe descomunal, como los de la épica francesa. Este carácter es, curiosamente, mucho menos significativo en el texto español.

El Roman d'Alexandre se divide en cuatro partes o ramas, la más antigua de las cuales podría ser la tercera. En la primera se trata de la infancia y primeros hechos guerreros del héroe, y la primera guerra contra Darío, hasta el sitio de Tiro. La segunda contiene el episodio de Jerusalén y la derrota de Darío. En la tercera se nos presenta la persecución y muerte de Darío, el descenso de Alejandro al fondo del mar, la expedición a la India y sus maravillas, que separan el relato de las dos derrotas de Poro, las columnas de Hércules, las amazonas, la toma de Babilonia y la traición. La cuarta, por último, incluye la muerte y testamento de Alejandro y la lamentación de los doce pares.

Dejamos a un lado los problemas de las interpolaciones, alguna del XIII, de la redacción de cada autor, y de la intervención de otras manos, como la de Pierre de Saint Cloud, para señalar que el núcleo fundamental del Roman estaba ya fijado h. 1190.

Sin embargo, aunque el influjo del poema francés sea notable, el Libro español deriva fundamentalmente de un poema latino, la Alexandreis, recientemente editado por Marvin L. Colker (1978), lo cual ha permitido a nuestro conocimiento sobre la obra ganar en profundidad (y en comodidad, por disponer ahora de una visión conjunta de la información.)

Galterus de Castellione, o Gautier de Châtillon, su autor, fue uno de los poetas cultos del siglo XII de mayor fama. El poema, dividido en diez libros, cada uno de los cuales comienza con una letra del nombre del arzobispo de Reims, GUILLERMUS, consta de unos 5.500 hexámetros dactílicos y fue acabado, según Christensen (p. 10) hacia 1182.

El libro I está dedicado a los consejos de Aristóteles; el II versa sobre el nudo gordiano, la enfermedad del rey y el escudo de Darío. Se ocupa el III de la batalla de Isos y el eclipse. La descripción de la muerte de la esposa de Darío y su mausoleo se halla en el IV, mientras que el V vuelve al tema guerrero, la batalla de Arbela, la huida de Darío y la entrada en Babilonia. El libro VI se dedica a la toma de Persépolis; en el VII muere Darío en una conspiración preparada ya en el libro anterior. Trata el libro VIII de la visita de la reina de las amazonas, de la conspiración contra Alejandro y de la muerte de Bessus, uno de los asesinos de Darío. Alejandro tiene noticia de la vida sencilla de los escitas. La campaña contra Poro, rey de la India, es el tema del libro IX. En el libro X la Naturaleza y las deidades del mundo inferior causan la caída de Alejandro.

De sus tres fuentes principales: Quinto Curcio, Justino y Julio Valerio, el primero es el más usado.

Es necesario tener en cuenta que el éxito de la Alexandreis fue instantáneo. Tan sólo siete años después de su probable fecha de finalización influyó en el epitafio del rey Enrique II de Inglaterra (1189). Pasó inmediatamente a las antologías y a ser fuente de historiadores como Alfonso X, quien lo llama «maese Gualterio de las escuelas», pues ya en el s. XIII había alcanzado la   —21→   categoría de texto de lectura escolar. Este último aspecto, indudablemente, debe tenerse en cuenta para comprender las diferencias que existen entre los dos manuscritos del Libro de Alexandre, del cual es, sin duda, la fuente primera. Tampoco olvidemos que la Alexandreis fue ampliamente glosada, de modo que su ciclo de anotaciones pasa a ser una rica fuente de datos enciclopédicos. La deuda del Libro con la Alexandreis ha sido detalladamente estudiada por Willis, quien precisa a este propósito la originalidad y características del autor del Libro.

A este poema latino se suman influjos procedentes del mundo árabe (relación con el tema de Gog y Magog) y aventuras fantásticas, que proceden de la tradición calisténica, como el descenso al fondo del mar, o el vuelo, en la faceta de Alejandro como explorador e investigador, también documentada en textos aljamiados moriscos, es decir, textos en lengua románica, sobre todo aragonés, escritos en caracteres semíticos, más frecuentemente árabes.

La leyenda aljamiada se conserva en el Recontamiento del rey Alixandre, editado por F. Guillén Robles en 1888, y estudiado por Nykl en 1929. El manuscrito árabe del que se copió el texto aljamiado romance era, por su parte, un manuscrito iluminado: el texto aljamiado señala los lugares en los que iban las miniaturas en el libro que traduce.

El conjunto de leyendas alejandrinas incluidas en el Recontamiento es grande, pero no notable, pues los episodios incluidos son los conocidos, con variantes por exceso o defecto que ya señaló correctamente García Gómez, al cotejarlo con el texto árabe, en su valioso libro sobre el rey griego.

La continua serie de variantes, adiciones, supresiones e interpolaciones resulta a menudo, desde fuera, bastante caótica; sin embargo, la selección de episodios suele ser coherente y, como veremos al ocuparnos de la figura de Alejandro, sitúa a éste en distintas perspectivas, literarias o morales.

El Libro de Alexandre, por su parte, aunque se integre en una línea literaria occidental, ofrece un contraste de elementos orientales y románicos, que deben ser cuidadosamente esclarecidos por los investigadores de fuentes literarias11.

Podemos verlo así dentro de un tema clásico griego, por ejemplo, el de la guerra de Troya. Ésta se presenta como una larga interpolación, que procede de una versión de la Ilias Latina, paráfrasis de la Iliada, atribuida a Píndaro el tebano, escrita en hexámetros entre los años 54 - 68 d. J.C. y que consta de unos mil versos. La fuente, en otras ocasiones, es un libro científico, como las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, pues no olvidemos que el poema es una variada muestra de conocimientos enciclopédicos. El recurso a la tradición calisténica es también complejo: la Historia de Preliis no influye sólo desde su forma latina, sino principalmente a través de una obra francesa, el Roman d'Alexandre, otras veces parece tratarse de leyendas orales.





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ArribaAbajoEl Libro de Alejandro


ArribaAbajoEl Libro de Alexandre

Esta obra nos muestra, en su sentido general, que la literatura española de la Edad Media no se circunscribe a temas locales y religiosos, sino que puede tomar los grandes asuntos de la literatura europea de su época. La extensión del texto, que supera los diez mil versos, la relevancia de las fuentes y los asuntos tratados, puesta ya de manifiesto en el apartado anterior, la enorme erudición que se muestra y la internacionalidad de la intención hacen de este libro tal vez el más interesante de los medievales españoles.

Sus problemas son muchos; para empezar la existencia de dos textos, el de la Biblioteca Nacional de Madrid (ms. V-5-n.º 10), procedente de la biblioteca de la casa de Osuna, por lo cual se llama manuscrito O, del siglo XIV, o muy finales del siglo XIII, copiado en León por Fray Lorenzo de Astorga, y el de la Bibliothèque Nationale de París (manuscript espagnol 488), del s. XV, aragonés, manuscrito P, que el copista atribuye a Gonzalo de Berceo, célebre poeta riojano del siglo XIII, autor de obras de carácter religioso, escritas en la misma estrofa de cuatro versos de catorce sílabas (tetrástrofos monorrimos o cuaderna via) que el Libro de Alexandre, y que constituyen, como este libro y el Libro de Apolonio, los ejemplos más antiguos de la escuela poética denominada mester de clerecía12. El Libro de Alexandre se ha conservado también en algunos fragmentos menores, de escaso número de versos, que testimonian la gran extensión antigua de las familias de manuscritos, pues no se relacionan muy directamente con ninguno de los dos manuscritos largos conservados, ninguno de los cuales, por su parte, está tampoco completo.

El texto que podemos reconstruir a base de lo conservado se compone de 2675 estrofas. El total de versos no es el equivalente de multiplicar esas 2675 por cuatro, porque a veces los manuscritos difieren en un verso, lo añaden o lo suprimen, o los hemistiquios están cambiados de orden, entre distintos versos. La cifra de 10.700 versos es, en consecuencia, una aproximación muy cercana, si se nos permite decirlo así. El manuscrito P consta, por su parte, de 2.639 estrofas, mientras que O tiene sólo 2.510. Esta es una de las razones por las que se ha preferido a P desde su descubrimiento, aunque esta preferencia no tiene razón de ser: los dos manuscritos tienen notables deficiencias y las lecturas se apoyan aveces en uno y a veces en otro, como veremos en las anotaciones.

El fragmento del Archivo Ducal de Medinaceli (Med, signatura Archivo   —23→   Histórico, caja 37, documento 50) es del siglo XIV y contiene los primeros veintisiete versos, es decir, llega hasta el verso c de la estrofa 7.

Del perdido manuscrito en pergamino de Bugedo (B) se conservan tres fragmentos, publicados en una obra póstuma de Francisco de Bivar ( m. 1635): Marci Maximi Caesaraugustani, viri doctissimi continuatio Chronici omnimodae Historiae ab Anno Christi 430 (ubi Flav. L. Dexter desiit) usque ad 612 quo maximus pervenit... Madriti. Ex typ. Didaci Diaz de la Carrera. Anno M.D.C.LI, in fol.. Las estrofas citadas, aducidas como argumento en favor de la antigüedad de la lengua castellana, son las 787 - 79313, 851 y 1167-1168b.El fragmento reproducido por José Pellicer en el Informe del origen, antiguedad, calidad, i sucession de la excelentissima casa de Sarmiento de Villamayor y las unidas a ella por casamiento (Madrid, 1663, fol. 35 v.º; cfr. Morel-Fatio, 1906, XII) imprime lo conservado de las estrofas 1167 y 1168 (seis versos) de B tal como lo había editado Francisco de Bivar, de cuyo libro lo toma.

El Vitorial o Crónica de don Pero Niño, escrita en el s. XV por Gutierre Díez de Games, nos conserva también algunas estrofas, en dos versiones, una en la edición de Llaguno y Amirola, Madrid, 1762, págs. 221 - 222, y la otra en el manuscrito de la crónica, del siglo XV (Cárdenas et al.) que se conserva en la Academia de la Historia (Est. 24, gr. 2a., B28), con la particularidad de que en esta última está copiado como prosa. Ambos contienen las estrofas 51 - 55, 57 - 58, 61, 66 - 67, 73, 75 - 76, 80 - 82 y 84; el fragmento manuscrito (G', que nosotros llamaremos GA por comodidad de programación) contiene además la 77,que falta en el impreso (G).

Esta complicada situación afecta a la caracterización lingüística. Partidarios de un original leonés han sido Tomás Antonio Sánchez (1782) para quien Juan Lorenzo era el autor, Emil Gessner (1867) y R. Menéndez Pidal, también defensor de la autoría de Juan Lorenzo. Hacia un tipo occidental peninsular, en todo caso, parecen inclinarse Joan Corominas y Yakov Malkiel, de acuerdo con la tendencia predominante de las letras castellanas, que reciben desde el oeste la influencia de mayor prestigio. A. Morel-Fatio (1875) parece ser el primero en señalar que un copista leonés habría añadido estos rasgos dialectales a un original castellano. El carácter castellano sería predominante, según Julius Cornu (1880), mientras que Gottfried Baist, en ese mismo año, habla de un castellanismo básico, que hay que matizar, puesto que defiende la autoría de Gonzalo de Berceo. Estas afirmaciones, no lo olvidemos, se producen antes del descubrimiento de P y su compra por la Bibliothèque Nationale, en 1887. El mismo Baist ve en el nuevo manuscrito una confirmación de su tesis castellana previa, al mismo tiempo que advierte, frente a la tesis de un Gonzalo de Berceo como autor de la obra, que ni Diaz (sic) de Games ni el marqués de Santillana dan tal noticia, que no hubieran callado de serles conocida.

Con posterioridad a este hecho, W. H. Chenery (1905), Emil Müller(1910) y Ruth I. Moll (1938) se encuadran en la teoría castellana, con puntualizaciones que van desde la negación de leonesismo por el segundo, inclinado a la tesis de   —24→   un Berceo juvenil como autor de la obra, al apunte de rasgos orientales de la tercera, quien no acepta esta atribución. Emilio Alarcos (1948), tras resumir y discutir estas opiniones, se inclina hacia un original castellano, apoyándose, de acuerdo con A. Steiger (1923), en una capa lingüística precastellana, luego relegada a las zonas limítrofes por el empuje del castellano, pero no sin dejar huellas duraderas que, en el caso del texto que nos ocupa, pueden ser reforzadas por el dialectalismo de los copistas, leonés en el manuscrito de Madrid y aragonés en el de París, sin ser confundidas con características específicas de esos dialectos. La atribución a Berceo ha sido defendida recientemente por Dana Nelson. Esta tesis riojana, cuyas dificultades fueron puestas de manifiesto por Rafael Lapesa, en 1980, encontró un apoyo subsidiario en la crítica de Raymond Willis (1983) a la edición de Nelson y posteriormente fue diluyéndose en hipótesis de la escuela de la catedral de Palencia, estilo de grupo y similares.




ArribaAbajoObservaciones sobre la fecha de composición

La determinación de la fecha del Libro de Alexandre aritméticamente es posible a partir de la complicada interpretación de la estrofa 1799. El proceso implica un doble cómputo: por un lado está la fecha de la muerte de Darío (330 a.JC), en la que se sigue el texto de la Alexandreis, VII, 429-430, a continuación el autor castellano añade un verso final para establecer la fecha de su propia composición, siguiendo el sistema del modelo latino. Hay que tener en cuenta que los dos procesos aritméticos se compensan, equilibran y autocomprueban, para comprender hasta dónde nos llevan, que no es sino la fecha exacta de una obra literaria.

Los autores cultos intentaron, a lo largo de la Edad Media, conservar la grammatica. No pudieron conseguirlo siempre, bien por errores propios, por fallos en la interpretación, o por ambas cosas. Exponemos un ejemplo muy concreto en el cual esperamos mostrar cómo la acumulación de errores de interpretación de los numerales en la transmisión de una obra literaria ha llevado a una solución imposible, mientras que su posible (y fácil) corrección ayuda a resolver un espinoso problema filológico.

Sobre la fecha del Libro de Alexandre no hay acuerdo preciso, fuera de los límites muy generales de la primera mitad del siglo XIII: tiene que ser posterior a 1182, fecha del poema latino de Galterio de Chatillon, Alexandreis, que traduce en buena parte, y anterior a 1250, fecha aproximada del Poema de Fernán González, en el que influye. El punto de partida es el propio texto, que incluye una referencia a su fecha, en la estrofa 1799. En el apartado correspondiente de la edición unificada (pp. 24-26) no se quisieron alargar la exposición y la aclaración de cómo puede descubrirse el error de cómputo por mala interpretación de los numerales latinos. Pareció suficiente la explicación, precisamente por lo que para el editor era su obviedad. Ahora se ve que lo que era obvio era la necesidad de explicar más los datos aducidos. En estudios anteriores (la edición unificada de 1987, Incipit 1992 y 1993) hemos ido señalando cómo es necesario relacionar un error en la interpretación de los nombres del número, o sea, un error gramatical, con las convenciones de cómputo, según distintas escalas cronológicas. Aspiramos en esta versión electrónica a sumar todos los datos y dar una respuesta completa.

El pasaje se sitúa en el siguiente contexto: Apelles se encarga de construir el sepulcro de Darío, ricamente decorado, que incluye el cómputo de la muerte del rey a partir de la fecha de la creación del mundo. (Estrofas 1791-1803). La fuente es Alexandreis VII 429-30:


In summa annorum bis milia bina leguntur
Bisque quadringenti decies sex bisque quaterni

Estas cifras corresponden a la fecha del asesinato del rey persa, que -una vez interpretados los numerales latinos- se calcula como bis milia bina «dos veces mil dos veces», sumado a bis quadringenti «dos veces cuatrocientos», sumado a decies sex «sesenta», sumado a bis quaterni «dos veces cuatro»:

(2 x ( 2 x 1000)) + (2 x 400 ) + (10 x 6) + (2 x 4) = 4868

Darío, por tanto, fue asesinado el año 4868 y hay que preguntarse ahora «el año 4868 de qué cómputo». La respuesta fue anticipada por Ware (1965), precisando apreciaciones anteriores (Willis: 1934, Solalinde: 1936) y marcando una línea seguida también por Nelson (1978). Se trata del año 4868 de la Creación, según el cómputo isidoriano. Esta fecha es, en nuestro calendario, el 330 a. J.C.

Esta manera de fechar fue del agrado del autor del Libro de Alexandre, que la mantuvo y le dio una aplicación más, lo cual permite tratar de calcular la fecha de composición de su obra. Sin embargo, los textos conservados en los manuscritos extensos (de París y de Madrid) transmiten fechas divergentes:

Manuscrito de París


Allj escriujo la cuenta que de coraçon la sabie 1799 1778
el mundo quando fue fechō quantos años auje
de tresimagenjll e nueueçientos e do se non tollje
agora quatroçientos e seimagens imagenjll enprendie

  —25→  

Manuscrito de Madrid (Osuna)


Escreuio la cuenta / ca de cor la sabia 17991637
el mundo quando fue fecho / & quantos annos auia
de tres mil & nueue çientos / doze les tollia
agora .iiijº. mil & trezientos / & quinze prendia

El verso d es una adición del autor castellano: ha seguido el reto aritmético de Gualterio de Chatillon y ha dado la fecha en la que escribe su obra. Los errores de transmisión, debidos a copistas menos hábiles aritméticamente, han deturpado un texto que, entre la clave latina y la posible comprobación de las operaciones, se puede reconstruir.

Los editores y estudiosos de este problema, sin excepción hasta nuestra edición unificada (1987), han interpretado que O no ha comprendido el cálculo y han rechazado su verso d. Es cierto que no se entiende fácilmente dónde radica el error de O; pero veremos que, una vez que se analiza, nos da la prueba para comprobar la fecha. En cuanto a P, su error es simplemente de transmisión textual y por ende mucho más sencillo.

El texto latino dice bis milia bina (2x1000x2), que corresponde a 'cuatro mil'. En los dos manuscritos (O y P) aparece >tres<, que es un error de la fuente remota común de ambos. Este error de >tres< por 'cuatro' se explica tal vez por algo tan simple como una mera supresión de un trazo al copiar de una operación hecha con numerales romanos o al tomarlo de una copia intermedia, que podría haber estado escrita en cifras romanas, como ocurre en O 1637d (1799d en la numeración unificada).

Bisque quadringenti decies sex ha sido interpretado como si bis multiplicara a quadringenti decies sex 'dos veces cuatrocientos dieciséis' (+ 2 x 416), 'ochocientos treinta y dos', en lugar de separar bisque quadringenti ('dos veces cuatrocientos') por un lado y decies sex (que está por sedecim y vale 16 y no 60) por otro; mientras que bisque quaterni, en vez de ser interpretado como (+ 2 x 4) lo ha sido como (+ 2 x 40). La prueba está en la simple comprobación aritmética, basta con realizar las operaciones. Se trata, en esta fase, de un proceso de confusión de numerales latinos y románicos, específicamente, de multiplicativos y cardinales. Estos procesos de confusión eran frecuentísimos y están ampliamente atestiguados (Marcos Marín: 1997).

Tenemos así que interpretar aritméticamente el verso d de P como:

(2 x (1000 x 2)) + (2 x 416) + (2 x 40)

o, lo que es lo mismo:

4000 + 832 + 80 = 4912

tal como aparece en el texto, sin más corrección que la de tres jll por quatro. Las discrepancias señaladas como errores de interpretación de los numerales son reales, como se ve, no especulaciones nuestras, puesto que las operaciones matemáticas arrojan los resultados esperados.

El cálculo de O nos daría, si lo hiciéramos del mismo modo, 2888 o, con la corrección de 'cuatro' por >tres<, 3888, cifras que no son aceptables en ninguno de los dos casos. Por eso Nelson corrige:

de [quatro] mill nue[f] cientos [treinta e dos] tollié

con preferencia por el final de O y por las matemáticas, pero no por los textos, que carecen de los elementos para esa reconstrucción de [treinta e dos] en vez del doze común a los dos manuscritos. Ya veremos que esa solución de que el problema dé el resultado esperado aunque las operaciones no sean correctas es una explicación de lo que le ocurrió a algún copista, en la cadena transmisora.

A partir del 6400 de P «quatroçientos e ses jll» Ware da como fecha el año 1204 d. J.C.. El cálculo de Nelson, en su edición:

((6400 - 4868) = 1532) - 330 = 1202

(cálculo que, por otra parte no le sirve, porque no conviene a su atribución a Berceo) no podía ser definitivo, al no incluir las diferencias del calendario y las correcciones del cómputo según Ware, que piden contar un año antes y un año después de Jesucristo como magnitudes correctoras entre los calendarios.

Lo definitivo, sin embargo, y en ello consiste nuestra aportación personal, en la que hemos ido trabajando desde 1985, es darse cuenta de que la solución y la comprobación están en O y de que hay aspectos subyacentes al criterio de fecha que son muy reveladores acerca del autor y su mundo cultural. La calve para interpretar O radica en un fenómeno muy sencillo: el copista (o uno de los copistas intermedios) tenía el resultado de una operación que no comprendía y trató de reconstruir la estrofa para que el resultado quedara bien, sin entender el sistema de cálculo.

A pesar de sus dificultades, es O, en efecto, quien nos ofrece la solución posible del rompecabezas. Para ello partimos de esa necesaria reconstrucción del verso c como «quatro mill», en vez del tres de ambos manuscritos. Si, al corregir, intercambiamos el tres de c y el iiij de d en O, nos queda --sin entrar aquí en detalles-- este texto:


de [quatro] mill nueue cientos e doze les tollia
agora [tres] mill e trezientos e quinze prendia

La operación correspondiente puede realizarse ahora:

(4000- 912) + 3315 = 6403

  —26→  

Con ella llegamos al año 6403 de la Creación, que ofrece sólo tres años de diferencia con el 6400 de P. Restamos de esta cifra la que resulta al calcular la suma del año de la muerte de Darío, 4868, más los 330 años que faltan para el año de comienzo de la era cristiana, y el resultado es:

6403 - (4868 + 330) = 1205

con lo que perviven esos tres años de diferencia que afectan a la fecha más clara, la del año 6400 (o 6403) de la creación del mundo. El criterio corrector de un año antes y después de Jesucristo que propuso Ware podría llevarnos hasta 1207.

Desde aquí caben varias posibilidades, a partir del hecho innegable de que el cálculo de la fecha desde los datos de los manuscritos conservados ya no es un imposible, puesto que la interpretación del error básico, la confusión de los numerales latinos, deja claro el valor del año 6400 en P. La diferencia de tres años con O, según la leve e imprescindible reconstrucción propuesta, no sólo no es un argumento en contra de la fecha, sino que, como veremos, la refuerza.

La fecha que se nos da en el texto podría ser la de la copia de la Alexandreis que el autor del Alexandre utilizó. En este caso hemos de suponer un texto latino, que no se ha conservado, en el que, frente al resto de la tradición, se añadieran uno o dos versos, los supuestamente traducidos por el autor castellano, necesarios exclusivamente para este fin. La diferencia entre 6400 y 6403 no se aclara tampoco de este modo, O y P hubieran debido repetir la fecha del texto latino, que sería igual para los dos.

Los tres años entre la fecha de composición dada por P y la que da O tienen una posible y necesaria explicación. En ella intervienen dos factores que, creemos, se reducirán al final a uno: la cronología hebrea de la creación y la isidoriana.

La fecha de 6400 o 6403 adapta la datación de la muerte de Darío de la Alexandreis a una fecha de composición del Libro de Alexandre establecida según la era isidoriana de la creación, que no coincide con la era de la creación, el sistema hebreo de cómputo cronológico más general. En hebreo se llama minyan leyeimagenirah y también minyan ha`olam, era del mundo o libriat ha`olam, creación del mundo, abreviado A.M. (Finegan: 1964, 126-131). Mas esta fecha, contrariamente a lo que podría pensarse, admite una pequeña fluctuación, no aleatoria.

Los libros talmúdicos se muestran, en varias ocasiones, muy preocupados por la cronología. El rabí Yosi ben Halafta, que murió h. 160 d.JC, nos dejó en el Seder `Olam Rabba' o Libro del Orden del Mundo, una crónica, la más antigua hebrea, en la que se establece una cronología entre Adán y Noé. Adán habría nacido el año 0, fue padre de Set a la edad de 130 años, éste lo fue de Enós a los 105, éste de Kenan a los 90 y así hasta llegar a Noé. En el siglo VIII avanzado, una obra menor, el Seder `Olam Zuimagenah', comienza con esta cifra, 1056 años, entre Adán y Noé, y continúa hasta los albores del siglo IX. Aunque a veces hay un año de divergencia, las cifras suelen coincidir en ambos libros.

El nacimiento de Cristo se habría producido en los años 311, 312 ó 313 de la era seleúcida, que corresponden a 3758-60, 3759-61, 3760-62 A.M. La destrucción del Segundo Templo (le-imagenurban ha-Bayit), en el año 70 de la era cristiana, fue un acontecimiento que marcó el destino del pueblo judío y sirvió, en consecuencia, como un nuevo criterio de cómputo cronológico. Este cómputo se puso en correlación con la era del mundo; pero no sin un posible desajuste. Así nos lo cuenta una tradición citada en el siglo III d.JC. por Rabí Hanina, en el tratado Aboda' Zara' del Talmud babilónico:

Dijo Rabí Hanina: a partir del año 400 de la destrucción [del segundo templo], si alguien te dice, «compra un campo que vale mil denarios por un denario», no lo compres. En una baraita14 se enseña: desde el año cuatro mil doscientos treinta y uno de la Creación del Mundo, si uno te dice, «cómprate un campo que vale mil denarios por un denario», no lo compres. ¿Qué diferencia hay entre los dos?- Hay una diferencia de tres años entre ellos, el [período] de la baraita es tres años más largo.

El año del mundo 3828, año de la segunda destrucción (69/70 d.JC) más 400, es el año del mundo 4228, igual a 4231 (A.M. citado en la baraita) menos 3. Teniendo en cuenta esos tres años de diferencia, la fecha de la destrucción del Templo es la misma para la baraita, para Rabí Hanina y también, añadimos, para el Seder 'Olam Rabba'.

Si la creación de Adán se sitúa en el año 0, los años 1, 2, 3, etc., coinciden con esos años de su edad y, por ello, con la edad de la humanidad. Otro cómputo partiría del año 0 como año de la creación del mundo y el 1 el de la creación de Adán, con lo que tendría un año el año 2 y la destrucción del segundo Templo habría sido el 3829 A.M. Es mejor la interpretación que sigue. El Libro del Génesis (1:2), en la versión Vulgata, dice «Terra autem erat inanis et vacua, et tenebrae erant super faciem abyssi: et Spiritus Dei ferebatur super aquas». Si el año uno corresponde a esta época de la Tierra informe, el dos a la creación del hombre, el tres al año de edad de Adán y el 4231 a la destrucción del Templo, tendríamos aclarados los tres años de diferencia, tal como se dan entre los textos talmúdicos y, simultáneamente, aclararíamos la divergencia de tres años entre las dos fechaciones del Alexandre. Un cómputo llama «año cero» al que otro llama «año dos»; los años «cero», «uno» y «dos» son tres años, no dos, adviértase.

La cronología rabínica debía establecer exactamente el primer momento de la Creación. Ese día tenía que ser una luna nueva astronómica, es decir, con la luna en conjunción con el sol (molad) y empezaba a las seis horas post-meridianas. La luna nueva, el molad que marca el comienzo del año 1 en la era I de la Creación (1 A.M.), se llama molad tohū, es decir «luna nueva [de la tierra] sin forma, tohū». Corresponde a lo que en el calendario actual sería el domingo 6 de octubre del 3761 a. JC, a las once de la noche y once minutos más un tercio, para el cómputo judío el domingo 7 de octubre del mismo año a las cinco horas 1204 imagenalakim (cada hora se divide en 1080 imagenalakim). Los cómputos antiguos, como nos demuestran los textos talmúdicos, no eran tan uniformes: daban ese margen de los tres años.

La cronología de San Isidoro de Sevilla, por su parte, se expone en los capítulos 38 y 39 de las Etimologías y en los párrafos 66 y 121 del Chronicon15. La base de la cronología isidoriana, como él mismo reconoce, se halla en la historia de Julio el Africano y en las crónicas canónicas de Eusebio de Cesarea y Jerónimo.

En las Etimologías nos dice que el término aetas se puede aplicar al mundo y que éste tiene seis edades: de Adán hasta Noé (1), de Noé hasta Abrahán (2), de éste hasta David (3), de David hasta la emigración de Judá a Babilonia (4), desde entonces hasta la venida del Salvador (5) y desde entonces hasta el fin del mundo (6). El capítulo 39 consiste en una tabla de hechos por edades. Se inicia con que en el año 230 Adán engendró a Set y finaliza con el emperador Augusto Heraclio o el reinado sobre los godos de Suintila. La toma de Jerusalén por Alejandro se habría producido el año 4868, año del asesinato de Darío. Nótese, incidentalmente, que se marca una fecha de interés para la comunidad hebrea, en las Etimologías, sistituida por un episodio gentil en la Alexandreis. El nacimiento de Cristo se produce el año 5210, Su crucifixión el 5233. El 5857, año décimo del reinado de Recesvinto, cuando San Isidoro fecha su escritura, corresponde al año 696 de la era Hispanica, año 658 d.JC.

Según las Etimologías (39.42), el 696 de la era Hispanica se corresponde con el 5857 de la era de la Creación. Seguido este dato fielmente, obtenemos:

1240 (1202JC) = (1240 - 696) + 5857 = 6401

1243 (1205JC) = (1243 - 696) + 5857 = 6404

Me hace notar Georgina Olivetto, sin embargo, que el 5857 yerra en un año, sin decidirse si en relación con el cálculo o no de un año 0 o por una simple cuestión de cuentas. Chindasvinto asocia al trono a su hijo Recesvinto -quien comienza a gobernar inmediatamente- en el 649, por lo que nos encontramos en el 658 de J.C. cuando transcurre su décimo año de reinado (precisamente 696 de la era Hispanica). Si damos por aceptada la cronología del Chronicon, podemos corregir entonces:

1240 (1202JC) = (1240 - 696) + 5856 = 6400

1243 (1205JC) = (1243 - 696) + 5856 = 6403

que son precisamente las fechas de los dos manuscritos del Libro de Alexandre.

El Chronicon (PL.83.1056b) resume en su párrafo 66 las edades que hemos expuesto anteriormente según las Etimologías y en el 121 fecha según la era Hispana:

121. Fiunt igitur ab exordio mundi usque in praesentem aeram 654, hoc est in anno quinto imperatoris Heraclii, et quarto16 gloriosissimi principis Sisebuti, anni quinquies mille octogenti quatuordecim.

El 5814 corresponde explícitamente al 654 eH y, por tanto, al 616 de JC, luego:

1240 (1202 JC) = (1240 - 654) + 5814 = 6400

1243 (1205 JC) = (1243 - 654) + 5814 = 6403

lo que comprueba las dos fechas del Libro de Alexandre, en sus dos manuscritos, otra vez.

Pero aún nos ha parecido interesante revisar otra fecha. Según el Chronicon (PL.83.1038b, dato que aportan en la nota 81 los editores de las Etimologías a propósito del comienzo de la Sexta Edad), Augusto reinó durante 56 años y el nacimiento de Cristo tuvo lugar el año 42 de su mandato. Según las Etimologías (39.25-26, p.561), Octaviano sucedió a César a partir del 5154 (o 5153) por lo que Cristo habría nacido en el 5195. Ahora bien, confrontemos con los datos precedentes:

5814 de la Creación (Chr.83.1056b) - 5195 = 619 de J.C. (657 eH)

5856 de la Creación (Etim.39.42) - 5195 = 661 de J.C. (699 eH)

El resultado es que persisten los tres años de diferencia con el 654 que consignaba el Chronicon y el 696 de las Etimologías, respectivamente. Usemos el sistema de cómputo que usemos (dentro de los que estamos considerando) siempre hay, incluso en un mismo autor, una línea de fechación que realiza un cómputo con tres años de diferencia en relación con la otra. El doble cómputo se explica atendiendo al arranque de la era de la creación en el modelo judío, aunque luego los cómputos se hayan diversificado y las fechas ya no coincidan en la tradición isidoriana y la hebraica.

La hipótesis de este trabajo es clara, a la luz de los datos: el autor del Alexandre aprovechó el modelo de fecha de la Alexandreis para añadir el momento de su composición. Al diversificarse la transmisión en sus dos ramas representadas hoy, una rama adaptó el cómputo a un tipo de recuento del año de la creación y otra a otro, siguiendo las dos posibilidades del modelo judío, pero con el cómputo isidoriano de las fechas (que también ofrece esa diferencia de tres años entre las Etimologías y el Chronicon, explicable por las variaciones en esa cifra del modelo judío, en sus escritos correspondientes), aunque sin cambiar los datos numéricos de la fechación (salvo por deturpación en el proceso de copia, porque las copias se hicieron sin comprender el fundamento aritmético del texto). La rama de O se olvidó además de la muerte de Darío, para quedarse sólo con la fecha de la composición castellana. El mecanismo que justifica los tres años de diferencia en el cómputo hebraico se aplica al cómputo isidoriano. Detrás de ello puede haber, en el proceso de copia, una comprobación de la Alexandreis, con una confusión de la era isidoriana de la creación y la libriat ha`olam, creación del mundo (VII, 425-428), en el pasaje que precede a la fecha de la muerte de Darío según el cómputo isidoriano:


Preterea Hebreos et eorum scripta secutus,
Praeteriti serie reuoluta temporis, annos
Humani generis a condicione notauit
Vsque triumphantis ad bellica tempora Magni.

Claro que puede no hacer falta irse a la Alexandreis. José Hernando Pérez ha señalado cómo en la Historia Scholastica (s. XII) de Pedro Coméstor, (ML, 198, col. 1540, 1550, 1552) se encuentra la diferencia de tres años entre Adán y Jesús : 5196 años según unos, ó 5199 según otros. Volvemos a encontranos con esos tres años de fluctuación, que no son «insignificantes», como dice J. Hernando y hemos pensado todos en algún momento, sino muy significativos, porque señalan la influencia de dos modos de contar según el cálculo hebreo de la libriat ha`olam. Quienes siguen la versión griega de los LXX y quienes siguen la Biblia Hebrea cuentan con tres años de diferencia (el cómputo hebreo corregido o moderno tiene esos tres años menos); al traducir al cómputo isidoriano se llevan consigo esos tres años. Para recordar la pervivencia de la versión griega en España baste mencionar que la Biblia Políglota Complutense (1514-1522) nos ofrece la primera impresión del texto griego de los LXX. Tampoco estará de más recordar que parte de la versión del Antiguo Testamento al árabe se hizo desde el texto griego y no desde el hebreo.

Desde el punto de vista de la fecha del texto castellano, los detalles del cómputo se subordinan a la realidad probada ahora aritmética y cronológicamente: el Libro de Alexandre se escribió entre 1202 y 1205. Si, como quiere Ware, corregimos el cómputo habida cuenta de la inexistencia de un año 0, tendríamos que decir entre 1204 y 1207. Esta corrección, sin embargo, habida cuenta de que las correspondencias ya las hacen los autores de la Latinidad tardía, cada vez me parece menos necesaria.

Los copistas, desde luego, no entendieron la complejidad del mecanismo del cómputo, como no entendieron otras muchas cosas que la impresionante erudición del autor les ponía muy difíciles. Corresponde ahora a los críticos unir este hilo con otros de la trama infinita del texto, para tejer un nuevo fragmento de la tela. Es más, el peso de O en este nuevo razonamiento podría inducir a alguien a preguntarse si no sería preciso modificar la edición unificada con preferencia por este manuscrito (con las correcciones inevitables), para llegar a este texto:


Escriuio la cuenta ca de cor la sabie 1799
el mundo quando fue fechō quantos años auje
de tres mill nueue çientos [&] doze les tollie
agora .iiijº. mill & trezientos & quinze prendie

Que O haya tenido una peor transmisión final, no significa, lo vemos cada vez más claro, que dependa de peores copias antiguas. Sin embargo, en este caso, no parece oportuno corregir la edición unificada porque, si nos fijamos, O viene a resolver el problema simplemente numérico, la operación

(4000 - 912) + 3315 = 6403

da el mismo resultado que

(3000 - 912) + 4315 = 6403

La rama de O se ha preocupado, como un alumno regularcillo de aritmética, de que el resultado (6403) fuera el correcto, sin entender la base del cálculo y sin fijarse en que precisamente lo que garantiza la corrección del resultado (y la intencionalidad de fechar del autor) es la coherencia del proceso, desgraciadamente interrumpida por la mala traducción del texto de la Alexandreis VII 429-30, que repetimos para terminar:


In summa annorum bis milia bina leguntur
Bisque quadringenti decies sex bisque quaterni

fecha del asesinato del rey persa, que se calcula como bis milia bina «dos veces mil dos veces», sumado a bis quadringenti «dos veces cuatrocientos», sumado a decies sex «dieciséis», sumado a bis quaterni «dos veces cuatro»:

(2 x ( 2 x 1000)) + (2 x 400 ) + (10 x 6) + (2 x 4) = 4868

El juego cronológico, en torno a ese año 4868 del cómputo isidoriano, fecha de la muerte de Darío y de la entrada de Alejandro en Jerusalén, resultó ajeno al menos a los copistas de las dos ramas o su antecesor común inmediato (no al autor castellano, pues la pervivencia de la estrofa muestra su intención al escoger esa clave). En cambio no resultó incomprensible a los transmisores que el resultado final debía corresponder a la fecha de escritura y procuraron mantenerla a toda costa. Desandando los complejos vericuetos del proceso hemos podido reconstruir el mecanismo originario y las interferencias de sistemas cronológicos que lo complicaron.

En resumen: la diferencia de tres años entre un cómputo y otro se explica, sencillamente, por la adaptación a la fechación de la edad del mundo isidoriana de los dos posibles cómputos del anno mundi, A.M., la «era de la creación» o «era del mundo» de la Biblia hebraica y la versión de los Setenta. Si se asigna el año 1 a la edad del nacimiento de Adán, el año 3828 A.M. sería el año de la destrucción del segundo templo. Mas también puede contarse el año 1 como año de la tierra informe (Gen 1:2), el año 2 como año de la creación de Adán y el año 3 cuando tenía un año de edad. Esta diferencia de tres años, que está comprobada en textos talmúdicos y rabínicos, es precisamente la que separa las fechas reconstruidas en los dos manuscritos. No cabe duda de que un Alexandre de h. 1202-1205 no pudo ser obra del Gonzalo de Berceo autor de los Milagros, ni de que las copias que se nos conservan muestran una sustancial modernización del texto, junto a su dialectización. Esa intervención de los transmisores podría incluir alguna adición, en una etapa primitiva, con la cual se explicaría el verso 860d, referido a Damieta, aparentemente relacionado con sucesos de la quinta cruzada (1217) y la reconquista de esta ciudad en 1217. La estrofa 2522, en cambio, puede contener una alusión al rey de Sicilia y la cruzada de 1228. Advertíamos (proféticamente en el sentido etimológico) en nuestra edición unificada que hasta entonces nadie había hecho hincapié en esos pasajes para fechar la obra; pero que, dada la volubilidad de la naturaleza humana, nada tendría de extraño que esos argumentos de minucia calendárica recobraran una fuerza insospechada. Así se pretende, recurriendo incluso a las fechas de reconquista de Sevilla (1248) a partir de una mención de esta ciudad con Toledo y Galicia, pocos versos antes, por cierto. Como si antes de su reconquista nadie hubiera oído hablar de la ciudad.

La causa de la confusión radica en la mezcla de cardinales, múltiplos y distributivos en el texto latino, que los copistas del texto castellano no han entendido correctamente, a lo cual hay que añadir la mezcla de criterios de fechación, con su posible incomprensión a lo largo del proceso difundidor y las deturpaciones posteriores del texto, en una mala transmisión. Un ejemplo aducido inicialmente como prueba de esa confusa mezcla de numerales y la pérdida de la distinción entre las distintas clases se convierte así en una clave más para la interpretación de este texto riquísimo. La conjugación de las fechas del texto y de los usos del calendario, más el factor de corrección de un año antes y un año después del teórico año cero, permite establecer aritméticamente que el Libro de Alexandre se escribió entre 1202 y 1207. En esos años el futuro poeta Gonzalo de Berceo tendría unos siete o nueve años de edad, como mucho, y no pasaría de monaciello. En esos años también hay que buscar por qué un autor castellano tendría interés en escribir un libro sobre un rey pagano, a partir de dos obras escritas en Francia,en latín y francés respectivamente, y por qué intercaló con tanta abundancia los elementos semíticos. También importa pensar por qué, después de algunos años, esa obra extraordinaria parece desaparecer de toda mención y casi se limita a servir de contrapunto para que el Arcipreste de Hita ejercite su tremenda ironía, lo cual, indirectamente, nos dice que todavía tenía vigencia.




ArribaAbajoLa filiación de los manuscritos

Anteriormente expusimos cómo se ha conservado el texto. Señalamos entonces la dificultad de relacionar los manuscritos y fragmentos y de remontarnos hasta el arquetipo o los arquetipos procedentes del original perdido [O]. De acuerdo con Alberto Blecua (1983) nos parece necesario precisar el sentido que damos a la terminología empleada, que es el siguiente: el original es el códice concreto, origen último a fortiori de toda la tradición, perdido en nuestro caso, al que llamamos [O] u [w] para evitar la confusión con la sigla O empleada tradicionalmente para designar el códice Osuna de Madrid. El arquetipo es también un códice concreto, que puede ser un original o una copia y haberse conservado o no (en nuestro caso el o los arquetipos se han perdido) y que se caracteriza por transmitir los llamados errores comunes conjuntivos a sus descendientes   —27→   . Para designar los arquetipos perdidos disponemos convencionalmente de las últimas letras del alfabeto, a partir de la X. Las ramificaciones secundarias, a partir del arquetipo, son los subarquetipos, que pueden designarse con letras del alfabeto griego o, como haremos aquí, con minúsculas latinas entre corchetes. Con [G] designamos el manuscrito completo o fragmentario del que se copiaron los fragmentos G' y G o, en este segundo caso, del que se copió el texto enviado verosímilmente a la imprenta.

Ya que lo esencial para la separación de arquetipos y subarquetipos es la transmisión del error común a los descendientes que de ellos dependen, nuestra metodología nos ayudará en el establecimiento de la filiación, en la recensio, y en la determinación de la variante lingüística en la que se escribió [O], al menos hasta el punto de permitirnos determinar qué ramas de la tradición manuscrita se encuentran más cerca unas de otras.

La comparación de los manuscritos y los fragmentos nos ha permitido ir anotando, con seguridad, todas las ocasiones en las que se realizan lecturas distintas. El criterio esencial que hemos seguido ha sido la búsqueda del error común separativo, en lo cual hemos atendido también a las diferencias dialectales en las opciones registradas. Por ejemplo, en 7c P registra las grafías orientales >leyte< y >muller<, frente a Med y O >leche<, Med >muger<, O >mugier<. Está claro que Med y O se separan de la norma gráfica que sigue P y que, en consecuencia se deben mantener aparte. A continuación podemos fijarnos en el plano de la palabra, especialmente de las palabras llenas, donde nos encontramos que -por seguir con los ejemplos- frente a P 'yerro', Med ofrece 'riepto' y O 'rjeto'. Mayor interés tienen las diferencias de sintagmas completos, en distintos grados: 6b nos ofrece una lectura distinta en P, «que fue de grant esfuerço», en el primer hemistiquio, frente a Med y O, que leen «que fue franco & fardido». Lo ocurrido se explica por un inmediato error de copia, pues P repite el primer hemistiquio de 5b. No puede deducirse de ello gran cosa respecto al manuscrito del que copian, por tratarse de un error meramente mecánico. En cambio, es muy significativo que 3a ofrezca en O y Med la lección «Qui oir lo quisier a todo mi creer», y en P «Segunt que yo entiendo qui lo quisier saber», porque la diferencia sólo es explicable a partir de una separación de textos, no por un mero error material. También aquí cabe hacer distingos, pues no ocurre lo mismo en 6d, a pesar de las apariencias: P y Med leen «nunca con auol ome ouo su atenencia17» y O «nunca conosçió» seguido de un vacío que el corrector posterior rellenó con la frase «ome su par en la sufrençia». Podemos pensar que el copista de O «dibujó» conosçio al no entender con auol, dejando el resto en blanco, por defecto de su manuscrito, del tipo que fuere, o de su capacidad de leerlo.

El conjunto de observaciones de este tipo que hemos ido realizando al fijar el texto conjunto nos permite concluir que los manuscritos y fragmentos conservados   —28→   del Libro de Alexandre proceden de un arquetipo único, perdido, al que llamaremos X. No están nada claras las relaciones entre X y los textos que se conservan, aunque proponemos, con bastantes precauciones, el stemma de la figura 1, cuya justificación trataremos de dar a continuación, y que se mantiene, deliberadamente, con carácter incompleto:

imagen

El stemma anterior, con todo, a pesar de su carácter conjetural, representa varias relaciones que son bastante claras. La primera es que O y P están bastante lejanos del arquetipo y son, en términos absolutos y relativos, los restos del texto más alejados entre sí. La segunda es que entre todos los fragmentos Med es el más cercano a O, mientras que B es el más cercano a P. La tercera relación es la que se establece entre los fragmentos G' y G, ambos tienen las suficientes diferencias entre sí como para obligarnos a pensar que existió un texto [G], perdido, del que se copió G'; en cuanto a G, lo más natural es que de [G] se hiciera una copia para la imprenta, sin que nos sea dado saber el número de copias intermedias. No puede excluirse, naturalmente, que el propio [G] sirviera para la imprenta y, como es normal en estos casos, se perdiera; pero nos parece poco probable, por su presumible antigüedad.

Tanto G como G' muestran una continua relación con O en los pequeños detalles, además de las coincidencias más significativas: falta, como en O, la   —29→   estrofa 56, que sólo se conserva en P; pero se conserva la 57, que falta en O. así como las 80, 81. Los versos que no coinciden -en todo o en buena parte- con P ni con O son varios (57b, 73a, 73d, 75b, 76b, 76c, 77a, 81a, 82c). [G] corresponde, pues, a una versión distinta, cuyas relaciones con otras (subarquetipo [b], por ejemplo) son muy difíciles de determinar, aunque sus lecturas cercanas a O son más significativas que las que se acercan a P: 54d, 82b. Alguna aparente coincidencia con P frente a O (77d) se explican por otros motivos (cfr. nota). Es cierto que también B parece coincidir con O en varias ocasiones llamativas (p. ej. 851a); pero ello puede explicarse por la dependencia de un único arquetipo: ejemplo de lo contrario, la relación con P frente a O, sería 1168b. Dado el panorama textual, más abundante en conjeturas que en realidades, pensar en el estudio de las contaminaciones posibles entre las distintas versiones es utópico.

Al terreno puramente conjetural pertenece el establecimiento de dos subarquetipos, [a] y [b], o la existencia de [a']. Con ello queremos marcar, simplemente, que entre lo conservado y el arquetipo, que creemos único, hubieron de existir varias copias. De acuerdo con nuestras deducciones existieron del Alexandre al menos siete manuscritos más o menos completos:

  1. El arquetipo X, perdido.
  2. El subarquetipo [a], perdido, a cuya familia pertenece la mayoría de lo conservado, el subgrupo [G] , del que no podemos decir que constituyera un manuscrito completo, pues nos faltan datos, y
  3. El manuscrito [a'], perdido, origen de:
  4. El manuscrito O, conservado, y el fragmento Med, cuyas características hacen pensar en una copia incompleta, de acuerdo con Willis.
  5. El subarquetipo [b], perdido, del que proceden otros dos manuscritos:
  6. El manuscrito B del que se conservan los fragmentos B, suficientes para hacer suponer que proceden de un manuscrito extenso.
  7. El manuscrito P, conservado, el resto más extenso de la tradición.

Esta perfecta ramificación binaria lleva indefectiblemente a pensar que el stemma presentado es demasiado ideal como para forzar a la realidad a coincidir con la teoría. No supone más que un principio de clasificación cuyos aspectos conjeturales no deben tenerse en cuenta, si bien es imposible que un editor se prive de la extraña satisfacción de construirlo.

Puede ser más interesante recurrir al stemma para determinar algunos aspectos lingüísticos, como la cuestión del dialecto. Ésta puede ser una contribución de la informática a la dialectología histórica, con el atractivo de la conjunción de problemas tradicionales con metodología innovadora y, sobre todo, ágil.




ArribaAbajoLa caracterización de la figura de Alejandro

Aunque no conservamos los textos completos de los historiadores de la época helenística, sabemos que pertenecen a la corriente interesada en mover el ánimo del lector con los sucesos históricos, en lugar de darle una objetiva   —30→   presentación de los hechos, y ya hemos tenido ocasión de señalar algunos de sus rasgos principales. Los historiadores posteriores, cuyas obras ya se han conservado, al menos en parte, como Diodoro, Quinto Curcio o Justino, constituyen un perfecto nexo entre esa tendencia a la fábula de los coetáneos de Alejandro y la pura narración novelada del Pseudo Calístenes.

Merkelbach, en su estudio de las fuentes históricas, señala una y otra vez cómo la anécdota hiperbólica se va abriendo camino al correr los siglos. Un breve ejemplo: Plutarco nos ha conservado una frase atribuida a Alejandro, cuando le preguntaron si tomaría parte en las Olimpiadas. Respondió así: «Si mis contrincantes fueran reyes lo haría con gusto.» El Pseudo Calístenes convierte esta disposición en realidad: Alejandro participa en las Olimpiadas contra reyes de todas partes, los vence, por supuesto, y regresa a tiempo de interponerse en la segunda boda de su padre, que había repudiado a Olimpias, la madre de Alejandro, y de decir a los embajadores persas que Filipo, con su hijo al lado, ya no tiene que pagar tributo a Darío. Todo ello con la corona olímpica en primer plano.

Si el ejemplo anterior nos ofrece un desarrollo de la leyenda a partir de datos que en puntos mínimos coinciden con los historiadores, en otras ocasiones tenemos una reelaboración de la realidad, a partir de la simple verosimilitud, como en el episodio de los recaudadores persas del tributo que Filipo debía pagar. Aquí Alejandro se presenta ya como el artífice de la unión de Grecia contra Persia, y el heraldo de la victoria. La verosimilitud histórica puede, incluso, perderse por completo, y así ocurre cuando se nos presenta a los romanos sometidos a Alejandro, o se nos sitúa, en perfecto anacronismo, en plenas guerras púnicas, literariamente anticipadas a su época sólo para que Alejandro pudiera intervenir.

De estas breves notas se puede ir ya desprendiendo la idea de una figura de Alejandro como conquistador, joven jactancioso, y héroe militar, imagen bastante acartonada que no es, sin embargo, la que hemos adquirido en nuestra propia cultura. En general la figura de Alejandro nos es hoy simpática y esto se debe, naturalmente, a que los rasgos de su carácter han sido pintados con simpatía a lo largo de los siglos.

No siempre ha sido así, ni todos los autores han estado de acuerdo. María Rosa Lida de Malkiel cita el ejemplo bien conocido de Dante y Petrarca; el primero tenía simpatía por Alejandro, mientras que el segundo le profesaba una antipatía feroz, que tal vez los psiquiatras pudieran explicar razonablemente.

Estas observaciones nos llevan, indefectiblemente, a lo que pudiéramos denominar «la paradoja alejandrina». Un hombre joven, guerrero, conquistador, autor de hazañas extraordinarias, no sólo pasa a la historia literaria por esa faceta, tratada, además, de modo negativo por muchos autores, sino que desarrolla un buen número de aspectos parciales, que se pueden agrupar en tres modelos:

  1. El primero es, por supuesto, el modelo de héroe guerrero. Es el esencial en la Novela de Alejandro o en el Libro de Alexandre, por dar sólo un par de   —31→   ejemplos. Lo esencial de este modelo es que se adapta inmediatamente a la literatura caballeresca, por lo que el personaje se convierte inmediatamente en un héroe como los de la épica medieval, o muy parecido a ellos, así lo vemos en el Roman d'Alexandre. La concepción caballeresca muestra, sin embargo, una falla seria: a pesar de algunos intentos, las leyendas amorosas sobre Alejandro no prosperaron: faltaba material biográfico, y el amor es un componente esencial en la caracterización de un caballero medieval.
  2. El segundo es el modelo didáctico, moral. No cuenta sólo el poder del que Alejandro llega a disponer, sino también, y sobre todo, el uso que haga de él. Nuestro personaje es estudiado por los tratadistas de lo que hoy llamaríamos ética, o comportamiento social, para obtener resultados aplicables a los seres humanos corrientes, que nunca podrán desarrollar las facetas de la personalidad del rey macedonio descritas en el punto anterior. De especial interés en este apartado es un episodio que falta como tal en el Libro de Alexandre: nos referimos a la relación de Alejandro con los brahmanes, y al epistolario entre el héroe griego y el rey de éstos, Dindimo, que tiene abundantes ramificaciones en los textos medievales.Sin embargo, el propio Libro de Alexandre hispánico, aunque dentro de la sarta de vidas del héroe, ofrece una continua actitud educativa y moralizadora, muy en relación con este segundo tipo, e incluye con fruición largos episodios que tienen este carácter, como los consejos de Aristóteles, conservados en los dos manuscritos mayores y en los dos fragmentos del Victorial, G y G', lo que los convierte en una de las partes mejor conservadas y conocidas del Alexandre presumiblemente castellano. La tradición de los libros titulados «espejo de príncipes» se nutre también de buen número de anécdotas alejandrinas.
  3. Todavía podemos dejar un tercer grupo, insertable en el segundo, para el Alejandro curioso, investigador, viajero, el rey que no sólo quiere poseer, sino también saber. Esta faceta se enraíza en la literatura didáctica alejandrina por la «Epístola a Aristóteles», pero aparece en otras varias ocasiones. Por la continua presencia de elementos fantásticos y maravillosos entronca con los libros de viaje y se muestra con generosidad en los libros procedentes del mundo musulmán.

El culto a la personalidad de Alejandro, según Deimann(Abfassungszeit und Verfasser des griechischen Alexanderromans, p.48), renació en tiempo de los Severos. Lo apoyó Septimio Severo(193-211) y lo favoreció extraordinariamente Caracalla (211-217), imitador del héroe hasta el punto de desplazarse a Troya para rendir culto a Aquiles. Elio Lampidio, en la biografía de Alejandro Severo (222-235), señala cómo este culto llegó al grado máximo. Por esta época escribió el Pseudo Calístenes su Novela, movido sin duda por la boga del personaje. La literatura latina tardía es muy rica en anécdotas y referencias, que no caben aquí y a las que debemos referirnos para no dar la falsa idea de que haya una interrupción de la continuidad entre esta época y el Medievo, al que pasamos a referirnos.

Se debe a George Cary un estudio de cita imprescindible sobre la fama de   —32→   Alejandro en la literatura medieval, magistralmente reseñado y completado, para la literatura española, por la ya mencionada María Rosa Lida de Malkiel. Antes de repasar, en el próximo apartado, algunos de los rasgos del conquistador macedonio en la literatura medieval, queremos hacer un resumen y referirnos a qué tipos de ideas sobre el rey griego se reciben en la Edad Media.

No sobrarán, posiblemente, unas observaciones acerca del significado de los términos, y el cambio de valor de los criterios morales. Nosotros, hoy, consideramos que el lujo es algo positivo, mientras que la lujuria es negativa. Véanse, para confirmarlo, los contenidos tan distintos de las frases «vivir con lujo» o «vivir con lujuria». Sin embargo, la raíz de ambas formas léxicas es la misma. Lo mismo ocurre en los casi veinticinco siglos de evolución del léxico y las ideas que separan a Alejandro de nosotros. Los estoicos, por ejemplo, y Séneca a su cabeza, encuentran que el lado moral de la figura de Alejandro es negativo, porque la liberalidad del héroe se convierte en vanidad: humilla a sus contemporáneos al hacer ostentación de su poder, aunque sea para dar. La reacción es muy humana y la vemos en la mezcla de gratitud y odio con que los desfavorecidos, hombres o naciones, reciben hoy la ayuda de los afortunados, procedente por lo general de los bienes superfluos de estos últimos. Ahora bien, si esta liberalidad es negativa para los estoicos, para los cristianos, no tan estoicos como se nos ha intentado hacer creer, es una virtud, la virtud de la largueza o generosidad, a la que corresponde en la lengua medieval el adjetivo «franco».

Tampoco sería exacto sostener que el cristianismo es, sin más, favorable a esta figura. La influencia de Séneca, Justino y Orosio provoca la aparición de escritos que narran anécdotas alejandrinas y critican la actitud del rey, frente a otros que se esfuerzan por comprender, salvando las diferencias de lugar y tiempo. Así, se trata de presentar a la Biblia, San Jerónimo y San Agustín como hostiles, aspecto de la obra de Cary con el que María Rosa Lida no está de acuerdo. Otras veces son las naciones: Alemania mantiene una actitud hostil, mientras que España lo ve con simpatía, Francia con admiración e Italia con ironía. Estas generalizaciones peligrosísimas deben tomarse, naturalmente, en lo que valgan.

Lo más ilustrativo, a estas alturas de la exposición, puede ser un ejemplo. La actitud de Alejandro en Jerusalén es, según diversos autores, significativa. El conquistador reconoce el poder de Dios en la figura del pontífice hebreo y se porta magnánimamente con el pueblo elegido. El Libro de Alexandre desarrolla muy positivamente la escena, dentro de su línea habitual de presentarnos un Alejandro precursor del cristianismo, ampliamente documentada. San Jerónimo busca en la figura de Alejandro la manifestación de la gloria divina, de modo que el héroe actúe en virtud del poder que le ha sido conferido, no por mérito propio. San Agustín, como muy bien puntualiza la profesora argentina, presenta al conquistador dentro de la línea esperable en su doble concepción de la historia: antes de Cristo se suceden los tiranos y las calamidades; Cristo supone la salvación. Orosio, que se caracteriza por su crítica implacable, suprime bonitamente el episodio completo y se evita así la ocasión de introducir un elemento que pueda interpretarse en favor del joven griego.

  —33→  

La cristianización de la figura alejandrina, por otra parte, puede a veces entroncar con fuentes orientales, y llegar a través de cosmovisiones religiosas muy distintas. García Gual menciona uno de los textos de este tipo, el Iter Alexandri Magni ad Paradisum, de principios del siglo XII, compuesto por un judío, al parecer, y traducido al alemán medieval. El texto puede ser una síntesis de lo caballeresco, lo didáctico y lo fantástico. Según se nos narra, Alejandro llega al Paraíso y encuentra las puertas cerradas. Busca la entrada y se abre una ventanilla del portón por la cual un anciano presenta al rey una piedra preciosa cuya cualidad milagrosa radica en su peso: pesa más, en la balanza, que todo el oro del mundo; sin embargo, si se ensucia con un poco de tierra puede contrapesarse con una leve pluma, que incluso pesará más que ella. En la piedra tenemos, evidentemente, un ejemplo de lapis ex coelis, inmediatamente relacionable con el Grial, Wunsch von Paradies, en el Parzival de Wolfram von Eschenbach (h. 1210). Alejandro se hace de este modo precursor del caballero cristiano y sus viajes se reinterpretan en el sentido del peregrinar del hombre hacia su transcendencia.

El Libro de Alexandre nos presenta a un Alejandro en el que también se entrecruzan estas varias facetas:


5 Quiero leer un libro de un rey pagano
que fue de grant esfuerço de coraçon loçano
conquiso todo el mundo metio-lo so su mano

Pero la faceta de conquistador se completa enseguida, tres versos después, con la humanística:

que fue franc[o] & [f]ardi[do] & de grant sa[bi]encia

aclarada en las estrofas 14-19, donde aparece como valeroso e ingenioso, esforzado e instruido. Todo ello, no obstante, está al servicio de su destino: sacar a Grecia del yugo persa. La sumisión a Darío provoca una terrible reacción en el príncipe, que desencadena todo lo que acontece en el Libro.


Entiendo bien gramatica se bien toda natura
bien dicto e uersifico connosco bien figura
de cuer se los actores de libro non e cura
mas todo lo oluido tanto e fiera rancura

El rasgo de precristianismo se da en sus relaciones con la Divinidad. Cuando se inician sus hazañas, al ir a recoger todas las armas, reza aun dios único:


Sennor dixo que tienes el mundo en poder
a qui çielo e tierra deue obedeçer
tu guia mi fazienda si't cae en plazer
que pueda lo que asmo por ti acabeçer

Esta precristianización, reiterada, se manifiesta explícitamente en varias ocasiones, incluso con tanta claridad como en la estrofa 196:

  —34→  
Era esta Corintio una noble ciudat
conuertio-la Sant Pablo despues a la uerdat
sobre todas las otras auia grant potestat
cabeça fue de todas bien de antiguedat

En la muerte de Darío, asesinado por Narbocenes y Besus, se muestra claramente la magnanimidad de Alejandro: no sólo honra al rey muerto, a quien dedica una preciosa oración fúnebre y manda erigir un rico sepulcro, sino que castiga con la muerte a los culpables.

Muchos son los aspectos del Libro de Alexandre en los que podríamos detenernos. Limitémonos, sin embargo, a uno más, la relación de Alejandro con las mujeres. Es evidente, en este sentido, que el amor materno predomina sobre los otros. La reina Olimpias está muy presente en el relato, desde la infancia hasta la carta de consuelo por la muerte del rey que se incluye en el manuscrito O. El amor de otro tipo no desempeña casi ningún papel y por ello la relación del héroe con Calectrix, reina de las amazonas, y con Roxena, la hija de Darío18, con la que se casa, es de pura conveniencia. La primera le pide que le haga un hijo, para que éste sea del mejor linaje posible, a la segunda la deja al poco tiempo de la boda, para empezar la campaña de la India:


El rey maguera nouio non quiso grant uagar
calço-se las espuelas penso de caualgar
deçendio pora India fue a Poro buscar
maguer era cansado non quiso detardar

El contexto social es lo que cuenta, como puede apreciarse en la lamentación de Roxena a la muerte de Alejandro.

La multiplicidad de matices, de episodios y de facetas caracteriza y enriquece también esta obra de clerecía. Al cabo, como corresponde a su época y escuela, la consecuencia es la esperable, la lección moral:


Alexandre que era rey de gran poder
que en mares nin tierra non podie caber
en una fuessa ouo en cabo a caber
que non podie termino de doze pies tener

Esta lección moral es tópico de la época y no se le puede dar mayor importancia que ésta, lo mismo que no conviene desquiciar el peso didáctico del Libro. Lo que para nosotros resulta excesivo podía ser el mínimo normal esperable en el siglo XIII.

El aspecto viajero, científico, o simplemente curioso del personaje está bien representado en el Libro de Alexandre. La argumentación se explicita en los   —35→   preparativos del viaje marítimo tras la conquista de la India y la derrota de los últimos resistentes:


Enuio-nos por esto Dios en aquestas partidas19
por descobrir las cosas que iazen sofondidas
cosas sabran por nos que non serien sabidas
seran las nuestras nueuas en antigo metidas

Esta intención de viajero científico, con ansia de posterioridad también en este terreno, origina los dos episodios más conocidos, que son, por supuesto, el viaje al fondo del mar y el viaje aéreo. Ambos están muy bien representados en la iconografía.

Sobre el viaje al fondo del mar el poeta tiene sus dudas, ya que la historia no está tomada, nos dice, de una obra escrita, sino de la leyenda popular, que sería en este caso, con probabilidad bastante grande, una de las difundidas por la literatura oral islámica:



Una façanna suelen las gentes retraer
non iaze en escripto es malo de creer
si es uerdat o non yo non he y que fer
pero non la quiero en oluido poner

Dizen que por saber que fazen los pescados
commo uiuen los chicos entre los mas granados
fizo cuba de uidrio con puntos bien çerrados
metio-s' en ella dentro con dos de sus criados

Esta cuba de vidrio es suspendida de unas cadenas y sumergida. Durante quince días quiere observar el rey la vida marina, que sirve, naturalmente, para las consecuencias morales de rigor (2316:)


uio que los mayores comien a los menores
los chicos a los grandes tenien-los por sennores
maltrayan los mas fuertes a todos los menores

Sus tropas lo sacan del mar antes del término previsto, lo que no deja de ser una notable concesión a la verosimilitud del relato. Para continuar en esta línea el autor se vale luego de personajes abstractos, como Natura, irritada por la curiosidad de Alejandro, a quien quiere castigar, dando así pretexto a un viaje al Infierno, con la adecuada descripción geográfica y biológica del mismo. Lo fantástico se entrelaza naturalmente con los episodios científicos o de viajes.

El viaje de Alejandro por el aire no es menos ingenioso que el marino, ni se sitúa en contexto menos fantástico20.

Comienza en la estrofa 2496, tras el episodio de los árboles del sol y la luna,   —36→   después de la victoria de la India. En esta ocasión el rey manda capturar dos aves fantásticas, dos grifos, a los que acostumbra a comer carne. Ordena preparar luego una bolsa de cuero bien cosida, que se ata a los grifos mediante un arnés. En esa bolsa se mete, con cuidado de no cubrirse la cabeza, para ver mejor, después de tener a los grifos sin comer durante tres días, a fin de que estén hambrientos. Una vez dispuesto así todo:



Priso en una pertiga la carne espetada
en medio de los grifos pero bien alongada
los grifos por prender-la dieron luego uolada
cuydauan-se çeuar mas non les ualio nada

Quanto ellos uolauan el tanto se erguia
el rey Alexandre toda uia sobia
a las uezes alçaua a las uezes premia
alla yuan los grifos do el rey queria

Como en los dos apartados previos, también en éste se mezcla lo caballeresco con lo didáctico, y ambos con lo científico o simplemente fantástico. Es natural: el mismo poeta que se cuida muy bien de salvar su responsabilidad sobre la veracidad del viaje al fondo del océano nos cuenta con gran lujo de detalles, inmediatamente después, sin posible sombra de duda, cómo era el infierno, mucho más real que el fondo marino para un hombre de la Edad Media.

Tampoco es el humor un rasgo ajeno a la personalidad del rey. En el episodio mismo del viaje aéreo hay elementos humorísticos, como el propio «invento» para hacerlos volar y dirigirlos, y lo mismo ocurre en varios lugares de la obra, a veces con cierta crueldad, como en 230, cuando los tebanos, derrotados tras su sublevación, se entregan:


balauan commo oueias que yazen en corral
diz el rey estos borros cobdiçia an de sal

o en la burla de Menelao, en las estrofas 463-470. Este humor es de carácter popular (cfr. 157d) y basado en episodios bien conocidos de los cuentos populares. Empezamos a encontrarlo nada más iniciarse su vida, en la irónica respuesta a los embajadores persas, sólo conservada en O:



Fallo en cas del padre / messagerios de Dario
que uenian demandar / el çenso tributario
quando ouo leimagendas / las cartas el notario
dixo el infante / imageno cesso este aniuerssario

Yde dezir a Dario / esto sea a imagenna
qve quando non auia Philippo / fijo enna Re imagenna
ponia ge ouos doro / siempre vna gallina
quando nasçio el fijo / morio la gallina

La historia de la gallina de los huevos de oro no es, por supuesto, el único rasgo folclórico, del mejor populismo, en el Libro. Al otro extremo del mismo   —37→   el autor incluye el delicioso episodio de los doce meses del año (2554-2566), otras tantas viñetas donde vemos el transcurrir de la vida y de la meteorología en la Edad Media castellana, en las que el autor se aparta de sus fuentes habituales21.

Hemos trazado, hasta aquí, una caracterización, más o menos rápida, a partir del Libro de Alexandre. Podemos ahora referirnos a otros textos que completan el retrato que vamos esbozando.




ArribaAbajoDespués del Libro de Alexandre

El texto más largo sobre Alejandro tras el Libro es el contenido en la parte IV de la General Estoria de Alfonso X el Sabio, último tercio del siglo XIII, publicado en 1982 por Tomás González Rolán y Pilar Saquero. Desciende de la Historia de preliis (recensión J2, subarquetipo d de la familia b, pero con variantes, lo cual demuestra que su antecedente latino era un códice mixto). A la Historia se suma, en parte, la Alexandreïs. Los redactores de la Estoria, no lo olvidemos, conocían también el Speculum Historiale de Vicente Bellovacense, que para Alejandro sigue la versión abreviada de la traducción latina de Julio Valerio.

El interés de los redactores reales por la figura del macedonio puede ponerse en relación con la construcción del concepto cristiano del poder real. No olvidemos que la culminación de los tiempos será la llegada de Cristo Rey, y que se establece una línea que va hasta Él desde todos los monarcas. Si Alejandro es un modelo de realeza se debe, es la explicación consecuente, a la ayuda continua de la Divinidad.

También en este punto es claro el episodio recogido en el testimonio de Jerusalén, donde el pontífice hebreo aparece convertido en obispo, y Alejandro expresa su esperanza en la ayuda de Dios en términos inequívocos.

A lo largo de los capítulos a él dedicados evoluciona el emperador de los griegos, desde la crueldad y la insolencia impulsivas de su juventud, en la que mata a Nectanebo, presentado como su padre -de acuerdo con la tradición calisténica-, y se enfrenta con Filipo, hasta una temprana madurez en la que prudencia y audacia, sapientia et fortitudo, se combinan canónicamente. Hasta su aspecto físico no resulta tan desfavorecido, dentro de la tónica de fealdad heredada del Pseudo Calístenes y la tradición:

Cap. XCVI: Alexandre el grand fue de estado mediano, la barva luenga, los ojos alegres, las mexielas nobles e coloradas pora pagarse de su vista los omnes; otrossi los otros miembros dell cuerpo con una majestad de fermosura, vencedor fue de todos los omnes, mas el fue vençudo d'una poca de poçon.



Aunque la faceta caballeresca no esté ausente de estos escritos en prosa, como nos muestra también la Gran conquista de ultramar, en el mismo siglo XIII, es el aspecto didáctico el que se va imponiendo en ellos.

  —38→  

La General Estoria dedica ya un largo apartado al episodio de los gimnosofistas o brahmanes, gentes que iban desnudas, vivían en cuevas, no comían carne y se reunían con sus mujeres una vez al año. La correspondencia entre Alejandro y su rey, Dindimo, forma parte de las series epistolares alejandrinas. El episodio está ausente como tal en el Libro de Alexandre, pero tal vez pueda rastrearse su eco en dos ocasiones, una antes de la guerra con Poro, y no después, como sería su lugar apropiado, cuando se presentan ante Alejandro unos pobres indios pacifistas, cuya caracterización coincide con los rasgos brahmánicos, según otros textos de la leyenda, la segunda vez posible se halla en las estrofas 2308 y 2309, donde se habla de hombres desnudos. De ambos párrafos nos hemos ocupado en otro lugar, al estudiar las formas léxicas de brahmán.

Este episodio ocupa también lugar destacado en otra rama de la incidencia de la leyenda de Alejandro en la literatura española. Nos referimos a los textos aljamiado-moriscos (español escrito con caracteres árabes) editados por Guillén Robles en 1888. Esta figura de Alejandro enlaza con la tradición islámica, en la cual corresponde al héroe griego un lugar central, en relación con la leyenda de Gog y Magog, y donde aparece citado incluso en el Alcorán, como hemos tenido ocasión de decir. La base de esta caracterización del personaje ha sido estudiada por Tilman Nagel en su libro de 1978, Alexander der GroBe in der frühislamischen Volksliteratur. El tema alejandrino ofrece a los moriscos dos puntos convenientes de meditación: la evanescencia de las grandezas terrenales y la injusticia del destino.

La fuente árabe no vierte al castellano sólo a través de la literatura aljamiada. El didactismo se nutre de ella con frecuencia. Los Bocados de Oro, traducción de una obra de Abu-l-Wafa' al-Mubassir ibn Fatik (1019-1097 J.C.), recogen también el episodio de los brahmanes, cuya lección moral es evidente y corrobora buena parte de lo que llevamos dicho:

E desende fue-se luego Alixandre a los barhemios. E ante que llegase a ellos enbiaron-le una conpaña de sus sabios, e dixieron-le: Tu non avies por que venir a lidiar conusco, ca nos somos pobres, e non avemos al, si non la sabencia. E si tu la sabencia demandas ruega a Dios que tela de, ca non se gana por lid. E quando esto oyo Alixandre mando a su cavalleria que fincase alli, e fue-se el para ellos con poca de su caballeria. E fallo-los despojados [desnudos] e pobres, e sus fijos e /54 d/ sus mugeres cogian las verças por los canpos. E estudo con ellos faciendo-les muchas quistiones de sabencia, e dixo-les: Demandat-me algunt buen don que de al vuestro pueblo. E dixieron-le: Non queremos al de ti, si non, que nos fagas bevir sienpre. E dixo-les: ¿Como puede fazer bevir a otro [sienpre], el que non puede añader una ora en su vida [a si mismo]? E esto non es en poder de ninguno. E dixieron-le: Pues que esto sabes, ¿por que pugnas en estragar tanta gente e ayuntar los thesoros de la tierra?, sabiendo tu que lo as todo de dexar. Edixo-les: Yo non fago esto por mi; mas el mi Dios me embio para fazer parescer la su ley, e para estragar los que en el decreen. ¿E non sabedes vos que las ondas de la mar non se mueven fasta que la mueve el viento? E yo otrossi, si el mi Dios non me enbiase non saliera de mi lugar; mas yo sienpre obedesci al mandamiento de Dios, e lo obedescere de aqui do me venga la muerte e quitar-me-he del mundo, desnudo como vine a el.



Es ocioso insistir en la constante del personaje de Alejandro en la literatura española. María Rosa Lida de Malkiel ejemplifica -provisionalmente- con el Libro de Buen   —39→   Amor, el Poema de Alfonso Onceno, el Libro del consejo e de los consejeros de «Maestre Pedro», el rico anecdotario de Fray Juan de Castrojeriz, tomado principalmente del Policraticus de Juan de Salisbury, en el siglo XIV, o el Cancionero de Baena, Jorge Manrique, Las edades del mundo de Pablo de Santa María, Fernán Pérez de Guzmán, el Marqués de Santillana, y otros varios autores en el XV. Este siglo, en cuya segunda mitad tanto auge toman las crónicas individuales y los escritos fantásticos y de viajes, es ya una reiterada muestra de la figura del personaje, excesiva para su resumen ahora, aunque debe citarse la obra compuesta entre 1471 y 1476 por Lope García de Salazar, Libro de las bienandanzas e fortunas (cfr. Rey y Solalinde: 1942, y Severin: 1979). Desde entonces hasta hoy son centenares los escritos donde aparece este rey: Lope de Vega, por quedarnos con un ejemplo señalado también por María Rosa Lida, toma como punto central de la carrera del héroe el episodio de Jerusalén. La lista es fácilmente ampliable.

El estudio pormenorizado de la evolución del concepto del personaje desde el siglo XVI en adelante está todavía por hacer y a buen seguro que deparará luz, no sobre Alejandro en sí, probablemente, sino sobre la época en la cual su figura se haya reflejado.

¿Quién era Alejandro? ¿Qué han creado los historiadores y poetas? Hijo de un rey, o de un dios, o de un farsante, hombre de extraño y mágico aspecto físico, curioso insaciable y prudente alumno del gran Aristóteles, guerrero ambicioso y generoso conquistador, que trata con todo respeto a la familia de Darío22 y castiga despiadado a los asesinos de este monarca, pero también desasosegado inquisidor de su propio futuro. Imitador de las hazañas de Aquiles, supera a éste en la realidad de las suyas, como a Ulises en la longitud de sus viajes. Se pregunta por el más allá y por muchas razones de la existencia, y no escapa a una muerte traicionera, en la cima de su poder. Son demasiadas las interrogantes que su estudio abre, quizá porque en él como en pocos héroes famosos de la Antigüedad vemos nítidamente reflejada la condición humana. La superficie donde ésta se refleja, en su caso, no se evapora como el agua; se parece más al acero, no cambia con los avatares de los tiempos.






ArribaAbajoFilología e Informática


ArribaAbajoUna edición unificada del Libro de Alexandre

Lo expuesto conduce naturalmente a la pregunta por el interés de una edición unificada del Alexandre. La respuesta, nos parece, es obvia: esta edición resulta del mayor interés, por varias razones. La primera, tal vez, la simple comodidad del lector; el Alexandre es una obra literaria cuya lectura se ve perturbada por ese constante movimiento pendular de una página a otra, si queremos hacerla a partir del texto más fiable, por completo, la edición paleográfica   —40→   de Willis, en la cual, como se sabe, los manuscritos P y O se disponen en páginas enfrentadas, mientras que los fragmentos, en las páginas correspondientes, se editan bajo el texto de los manuscritos más largos. Esta razón, por supuesto, justifica la necesidad de realizar una edición con coherencia de contenido, pero sin mayores exigencias filológicas. El texto puede leerse, como ocurre en la edición de Jesús Cañas Murillo o, en la modernizada, para mayor facilidad, de Elena Catena.

Sin embargo, nadie pone en duda que, por muy útiles que sean las dos ediciones citadas, nuestro conocimiento del texto no aumenta mucho con ellas. Un paso más supone la monumental edición de Dana Nelson, a partir de la atribución a Berceo, que impregna todo el criterio reconstructor. Esta edición, un magnífico trabajo, ha partido de un criterio, en último término, externo, el de la búsqueda de la autoría, según una pista, ciertamente, que se encuentra en el manuscrito P. La misma razón, plausiblemente, habría valido para investigar sobre Fray Juan Lorenzo de Astorga, firmante del manuscrito O. El texto de Nelson es una gran ayuda; pero en él la participación del editor es muy grande, y altera el resultado, aunque lo haga en las proporciones admisibles por la Filología para una edición crítica. Queremos decir que Nelson no se conforma con el texto, y busca algo más, que es la faceta creativa de su trabajo, es decir, una labor de recreación del editor, no del autor ni del lector, apoyada en datos externos críticamente cribados.

Tenemos el mayor interés en hacer todas estas puntualizaciones porque, como se verá, nuestra edición no va «contra» nada ni nadie ni pretende «superar» a los esforzados críticos que nos han precedido cronológicamente. Precisamente por sus propias peculiaridades puede ser usada en sí misma, o como complementaria de otro trabajo, por aquellos que crean que el resultado pudiera ser, a veces, excesivamente mecánico. Esta condición no nos impide, lo decimos ya, reclamar un valor «creativo» para nuestro trabajo, el cual depende de las opciones que el lector vaya haciendo a partir de los datos que tendrá en su mano y que le permitirán, bien optar por nuestra opción, saber por qué hemos tenido que elegirla, o bien preferir las variantes que se le darán en las notas.

Las dificultades de editar nuestro poema son muchas, pero esencialmente una: los dos manuscritos presentan a simple vista notabilísimas diferencias, que los mantienen aparentemente muy alejados. Por su extensión la comparación palabra por palabra resultaría penosísima y no digamos nada llevar cuenta de todas las formas y variantes que aparecen en el texto, tanto de palabras como de frases o morfemas.

La única solución objetiva es la comparación pormenorizada, y el único medio de llevarla a cabo es un procedimiento totalmente mecánico en los detalles y al mismo tiempo lo suficientemente flexible como para permitir la intervención constante del editor cada vez que la ocasión lo requiera. Este último debe tener también en sus manos la posibilidad de saber fehacientemente cuál es la realidad del texto para cada interrogación sobre el mismo. El texto debe conocerse y tratarse palabra por palabra, morfema por morfema y, si se   —41→   nos apura, grafema por grafema. Para un ser humano esto requiere una larga dedicación, una atención sin un solo fallo y un fichero perfecto. La utilización de la electrónica permite asegurar muchas de estas exigencias en un grado absoluto y ahorra, indudablemente, muchísimo tiempo. El editor, no lo olvidemos, maneja siempre su instrumento, mucho más apto y flexible que cualquier medio tradicional, mucho más seguro también, y mucho más exigente: cuando se dispone de la totalidad de los datos sobre el texto no se pueden «hacer trampas» editoriales, se impone continuamente la confesión de la verdad.

Como lo anterior puede volver a dar la idea de un trabajo excesivamente frío y mecánico, terminaremos este apartado con una observación, tal vez evidente, pero siempre necesaria: el editor dispone, además, de los recursos tradicionales de la crítica, las fuentes, la Historia de la Lengua, la gramática del texto, los conocimientos históricos y literarios, o los personales, como intuición, experiencia, o conocimiento de un determinado campo. La diferencia estriba en que los elementos materiales que tiene ahora a su disposición son incomparablemente más completos y exactos; que si, por ejemplo, desea saber cuántas veces aparece la forma «auien» en un texto, dispone de una sencillísima instrucción y obtiene con absoluta seguridad el resultado exacto, y así en tantas y tantas cosas.

Las personas con experiencia en edición de textos medievales se habrán preguntado ya, seguramente, qué acercamiento al «original» permite, en principio y como punto de partida, nuestro método. La respuesta es que, al menos en lo que concierne al Libro deAlexandre no hemos pretendido acercarnos a su teórico «original» del siglo XIII, sino construir una edición unificada con coherencia textual, lo que, dicho de modo demasiado fácil, significa más bien que hemos podido reconstruir una buena copia del siglo XIV, con rasgos arcaizantes, es decir, con reflejos de la obra original del siglo XIII, y con ciertas simplificaciones que se detallarán en su momento y en cada caso, que darán al texto un aire menos polimórfico del que tendría ese repetido «original». Sin embargo, una de las muchas cosas sorprendentes del método es hasta qué punto puede conservarse el polimorfismo característico de los textos medievales. La otra es, por supuesto, la gran cantidad de dudas que se despejan directamente. Por fortuna queda siempre un margen para el «delectare» del editor.




ArribaAbajoPlanteamiento de una edición con ayuda del ordenador

Nuestro objetivo primordial ha sido, por tanto, la reconstrucción de un texto unificado del Alexandre, lo más cercano posible al arquetipo del XIII, con un criterio primordial: la coherencia interna del texto. Este criterio supone, como primera medida, que las formas atestiguadas en el texto son en principio preferibles, o sea,que si O y P ofrecen dos lecturas distintas de una palabra o de una frase en lugares simétricos del texto, el primer criterio para resolver qué forma debe preferirse será ver si en el texto común, para la misma palabra o frase, hay una forma compartida por ambos. En caso afirmativo, si sólo hay una, se elige automáticamente, con la posibilidad evidente de señalar en nota   —42→   las peculiaridades y la obligación de anotar la variante del otro manuscrito, para que el lector la elija si lo prefiere. Con esto se pretende que el lector pueda en todo momento ir reconstruyendo otra versión unificada que le guste más, por los motivos que él sepa.

Puede ocurrir que ambas variantes estén atestiguadas en el texto común, o que no lo esté ninguna. En ese caso se recurre a los fragmentos, y se decide según ellos aplicando el criterio primordial de máxima coherencia del texto. Si todavía no se ha encontrado la solución se aplican los procedimientos tradicionales de crítica textual: si se trata de un evidente error del copista (metátesis, salto de verso, anticipación, error de oído, o debido a que se copia de un manuscrito intermedio en el que los versos estaban copiados en líneas seguidas, como prosa), si las fuentes lo aclaran, si nuestro conocimiento del léxico o la gramática coetáneos lo solventan, y así sucesivamente. Podemos anticipar, sin embargo, que el resto dejado al criterio editorial personal es pequeño. Como todo ello está concienzudamente anotado, el lector se percatará de las diferentes ocasiones.

Para llevar a buen fin este proyecto ha sido necesario recorrer una serie de etapas, que analizamos a continuación:

Copia del texto: El texto ha sido copiado de la edición paleográfica de Willis, teniendo en cuenta las correcciones de Solalinde y microfilmes y fotografías de los manuscritos de París y Madrid. Aunque nuestro propósito no es una edición paleográfica, se han verificado algunas lecturas dudosas, también oportunamente anotadas. Se copió en primer lugar en disquetes blandos para un Personal Computer de IBM (en adelante PC). Esta copia se hizo teniendo en cuenta los criterios del Seminario de Estudios Medievales de Madison, en Wisconsin, que, en lo fundamental, se adecuan al teclado de la máquina de escribir inglesa, es decir, a los códigos primarios del ordenador, dicho en otros términos. Estas normas son de aplicación muy sencilla y tienen la ventaja adicional de su fácil reconversión a representaciones más exactas, o más elegantes, mediante el uso de los distintos códigos hexadecimales. A guisa de ejemplo diremos que la sigma se representa como >z'< la cedilla como >c'<, la tilde abreviatura como >'< o >-< tras la letra, p. ej. >om-e<23.

El teclado del PC permite, por supuesto, ampliar el número de signos; pero optamos por conservar una copia realizada con escrupuloso criterio paleográfico (es decir con distinción de los varios tipos de >s< y de >i, j< que distingue Willis, p.ej.) en nuestro archivo y pasar al código de Madison otra copia del texto, para realizar sobre ella el trabajo. Esto nos permite, naturalmente, tener una completa copia de seguridad, además de la edición paleográfica impresa, y de las habituales copias de seguridad en cinta magnética que son normales en el trabajo en un centro de cálculo.

Primeros programas, viabilidad del proyecto: La idea de utilizar el ordenador   —43→   para realizar una comparación automática de los textos parecía, en principio, tan excitante como arriesgada. Por eso decidimos tratar el texto en el PC con unos programas escritos en BASIC por nuestro colaborador Fernando Alegre, para ver si era factible que la comparación tuviera éxito. El resultado fue positivo, aunque las limitaciones de memoria del PC disponible nos obligaban a un lento proceso de dos días, es decir, unas catorce horas de trabajo sobre programas compilados.

Paso del PC al Host: La seguridad de un ahorro evidente de tiempo, por lo menos, y la certeza de obtención de datos completos y seguros para una serie de cuestiones de tipo léxico y sintáctico llevaron a pensar en la conveniencia de utilizar un ordenador más potente y rápido, en el marco del acuerdo de investigación de la Universidad Autónoma de Madrid y el Centro de Investigación UAM-IBM. Resultó esencial tener los textos copiados con el sistema del Seminario de Estudios Medievales de la Universidad de Madison (Wisconsin), pues de ese modo su tratamiento fue posible inmediatamente. En 1985-86, cuando se prepraba este trabajo, había buenas impresoras de láser, como la utilizada en la preparación de este trabajo, o de electro corrosión, también utilizada; pero estos medios eran a veces difíciles de obtener, además de presentar gran variedad de códigos. Por ello resultaba muy conveniente poder seguir un sistema simple para la codificación inicial, al transcribir el manuscrito. El texto primario, copiado según las normas citadas, tenía un aspecto de este tipo:



ALEXANDRE MS. PARÍS

3 3Segu<n>t que yo entiendo quj lo qujsier saber
aura de my solas en cabo muy' gran't plaz'er
aprendra buenas gestas q<ue> sepa Retraher
auerlohan por ello mucho's a con'oc'er



ALEXANDRE MS. MADRID (OSUNA)

3 3 Quj oyr lo q<ui>sier / a todo mjo creer
aura de mj solaz' / en cabo g<ra>nt plazer
aprendra bonas gestas / q<ue> sepa retraer
auer loan por ello / muchos a co<n>nosc'er


Libro de Alexandre: Transcripción según las normas de Madison.                


Corregidos ahora los caracteres >c'=ç<, >n'=ñ<, >o'=ô<, >z'= s< y >y'= imagen<, así como las abreviaturas, deshechas en cursiva, para imprimir   —44→   directamente en una impresora de calidad, que permite gran variedad de tipos, tendríamos este resultado:



ALEXANDRE MS. PARÍS

3 3 Segunt que yo entiendo quj lo qujsier saber
aura de my solas en cabo mu imagen grañt plaser
aprendra buenas gestas que sepa Retraher
auerlohan por ello muchôs a coñoçer



ALEXANDRE MS. MADRID (OSUNA)

3 3 Quj oyr lo quisier / a todo mjo creer
aura de mj solas / en cabo grant plazer
aprendra bonas gestas / que sepa retraer
auer loan por ello / muchôs a connosçer


Libro de Alexandre: Transcripción preparada para impresora de calidad.                


Una simple conversión de hexadecimales lo traslada a un texto normal impreso, sin necesidad de recurrir a los diacríticos que se observan en el texto anterior y de los que ya hemos hablado (>z', -<, etc.).

Decisión de aprovechamiento máximo del editor (XEDIT):

El uso del Host tiene la facilidad adicional de permitir disponer de un programa básico, XEDIT, que facilita el trabajo del editor humano.Se trata de un programa de edición de textos con gran número de funciones internas y la posibilidad de combinarlas en macroinstrucciones, o macros24.

  —45→  

Veamos algunos ejemplos de las macros más sencillas. Estas instrucciones, por supuesto, pueden funcionar solas o como partes (subrutinas) de un programa o una macro más amplia. Puede escalonarse un gran número de ellas para conseguir un tratamiento completo de un texto. Nuestra solución ha sido intermedia, con encadenamientos parciales.

Para entender lo que sigue es necesario que tengamos bien en cuenta cómo se ha copiado el texto:

La primera línea contiene el título del manuscrito o fragmento.

La segunda línea está en blanco.

En la tercera línea se copia la primera estrofa, o la primera estrofa conservada. La pantalla está dividida teóricamente en columnas numeradas. Las cuatro primeras columnas se reservan para la numeración común, es decir, la que correspondería a un manuscrito que contuviera todas las estrofas conservadas25.

Tras esas cuatro columnas, la quinta está en blanco. Las columnas sexta a novena se reservan para la numeración específica de cada manuscrito, la décima está en blanco y en la undécima empieza a copiarse el texto. Esto permite, evidentemente, que las instrucciones que afecten sólo al texto se den a partir de la columna décima. Téngase presente, no obstante, que tras numerar con la macro que veremos inmediatamente, el texto pasa a empezar en la columna trece, puesto que la once está ocupada por las letras «a, b, c, d» de cada verso y la doce se deja en blanco, como separación conveniente.

La macro NUMERAR permite simplemente poner A, B, C, D en la columna 11, es decir, inmediatamente antes del texto. Requiere que éste conste de cuatro estrofas y un blanco que las separe, en cada ocasión, y que la primera estrofa comience en la línea 3 del fichero. Se completa con la macro NUMALEX.

La macro NUMALEX numera los versos de cuatro en cuatro, a partir de la tercera línea (se supone que la primera contiene el título del ms. y la segunda está en blanco)26.

Toda la numeración no es imprescindible en el resultado final, al texto común le basta con la numeración común. Para eliminar la peculiar de cada manuscrito está la macro COMPRIME, que borra los números peculiares de los manuscritos individuales que tienen doble numeración (O y P en nuestro caso), reduciendo el fichero y el trabajo. Debe aplicarse tras ALEJO y NUMERAR   —46→   , en el caso de no estar incluida directamente en ALEJO. Se evita con ella que el programa de comparación lea las actuales columnas 6 a 9 de los ALEX, que no le sirven para nada, puesto que lo válido será la numeración común, lógicamente27.

Los ALEJOS

El punto de partida de nuestro trabajo fue sumamente sencillo.Es fácil darse cuenta de que si el ordenador compara los manuscritos con todas sus variantes, obtendrá resultados más seguros que un ser humano y en menos tiempo, pero también que el resultado de su trabajo será poco aprovechable, porque los manuscritos difieren precisamente en muchos pequeños detalles. La solución está en un programa que «normalice» el texto, eliminando las discrepancias. Para ello se iguala todo aquello que fonológicamente es irrelevante, meramente gráfico, como cedilla o ce ante vocal palatal. Con esto no basta, y se elimina lo puramente grafémico, como los tipos de >i, j, ¡<, o >u, v, b<, para pasar a >s, ss, z, ç, c+e/i<, las grafías dobles, >ll<, las tildes sobre >y, p, q, m, n<, el grupo >nb/mb< se hace >mb< y la >g< ante vocal palatal se iguala con la >j<. Como es obvio, todo este proceso se aplica exclusivamente para el trabajo mecánico, en el que ni siquiera es imprescindible, en el estado actual del proceso, si bien aquí lo hemos utilizado, como iremos explicando. En la fase final de edición el editor humano reconstruye fácilmente la grafía, con criterios filológicos, atendiendo a la correspondencia fonemática. En nuestro caso esto nos lleva fácilmente al modelo grafemático alfonsí, es decir, a la reforma gráfica de h.1250 (Marcos: 1979). Como el programa UNION PASCAL y sus derivados permiten diversas fases y selecciones por parte del filólogo, puede lograrse una aproximación gráfica de diversos grados, dentro de la época más antigua cuya reconstrucción sea posible.

La macro ALEJO es la que pasa los ficheros ALEX* a la grafía normalizada, con la intención de eliminar todo lo que no sean elementos distintivos del texto, en una amplia perspectiva diacrónica (y tal vez hasta pancrónica, puesto que se igualan las desfonologizaciones medievales y modernas, simplificando el texto al máximo). Puede incluir, al final, NUMERAR y COMPRIME.

El resultado puede verse a continuación28:

ALEXANDRE P CON GRAFÍA UNIFICADA (ALEJO-P)


3 A SEGUNT QUE IO ENTIENDO QUI LO QUISIER SAUER
B AURA DE MI SOLAS EN CAUO MUI GRANT PLASER
C APRENDRA UUENAS GESTAS QUE SEPA RETRAER
D AUERLOAN POR ELO MUCHOS A CONOSER

ALEXANDRE O CON GRAFÍA UNIFICADA (ALEJO-O)


3 A QUI OIR LO QUISIER A TODO MIO CRER
B AURA DE MI SOLAS EN CAUO GRANT PLASER
C APRENDRA UONAS GESTAS QUE SEPA RETRAER
D AUER LOAN POR ELO MUCHOS A CONOSER


ALEJOS: Resultado de la grafía unificada                


El programa COMALEX en PL/I

Una vez preparado el texto con la macro ALEJO, suprimida la numeración específica y numerados los versos, se puede proceder a la comparación. Para ella caben dos modalidades, o bien tratar el texto de modo mecánico y que cuando el programa no encuentra una estrofa busque la correspondiente de los manuscritos, sin normalizar, y la imprima, o bien un trabajo manual, que haga una preparación previa del texto, guardando lo no común para imprimirlo directamente en su lugar, y dejando exclusivamente lo común. Este trabajo permite también ordenar los versos de modo que se correspondan, puesto que a veces estáncambiados de sitio. Las posibilidades del editor XEDIT permiten realizar esta tarea con rapidez29.

La finalidad del programa es comparar los ficheros ALEJO-P yALEJO-O, ambos fijos de 70 (pueden hacerse fijos de 80 si conviene más, naturalmente)30.

  —48→  

Estos ficheros están distribuidos de la siguiente manera:

  1. Las cuatro primeras columnas contienen un número de una a cuatro cifras, cada cinco líneas, empezando por la tercera. Si el número es el 1, las tres primeras columnas están en blanco.
  2. La quinta columna está en blanco casi siempre. En raros casos se repite el número de la estrofa y en esta columna hay una B.
  3. La sexta columna, a partir de la tercera línea, tiene las letras A, B, C, D. Tras esas cuatro líneas con A, B, C, D viene una línea en blanco, y luego se repiten otra vez esas primeras letras del alfabeto.
  4. Los números de una a cuatro cifras de las cuatro primeras columnas sirven para identificar la estrofa, en la numeración común, es decir, que coinciden en los dos ficheros, porque cuando un fichero tiene estrofa y en el otro falta se han suprimido a mano. Esta supresión implica que pueden faltar una o varias estrofas en el fichero, pero entonces faltarán en los dos, a diferencia de lo que ocurre si el programa se hace para efectuar mecánicamente toda la comparación, pues entonces el programa trabaja con estrofas que pueden estar en uno de los manuscritos y no en otro. Un ejemplo: el manuscrito O contiene la estrofa 27, que falta en el manuscrito P; al elaborar los ficheros ALEJO esa estrofa se suprime en ambos ficheros, de manera que el programa no se la encontrará en uno y no en el otro. En consecuencia, la numeración pasa del 26 al 28. Para los efectos del programa COMALEX la estrofa 27 no existe en ninguna parte, pero el hueco del número se deja, para insertarla al imprimir, en la fase final. La letra de la sexta columna sirve para numerar el verso dentro de la estrofa.
  5. Cuando falta un verso se ha rellenado con puntos y rayas, de modo que no falta en realidad, aunque no tenga texto, es decir, palabras.
  6. La séptima columna está también en blanco.
  7. El programa debe respetar los números y las letras de las siete primeras columnas y empezar a comparar a partir de la columna octava. Los números y letras de las siete primeras columnas se conservan y se imprimen. Tras ellos se imprime el resultado de la comparación, verso a verso, tras su número de estrofa y verso correspondiente.

Funcionamiento del programa:

  1. Toma como fichero 1 de entrada el llamado ALEJO-P.
  2. Toma como fichero 2 de entrada el llamado ALEJO-0.
  3. Toma como fichero de salida COMALEX SCRIPT.
  4. Lee e imprime iguales las dos primeras líneas.
  5. A partir de la tercera línea, hasta el final, lee e imprime iguales las columnas 1 a 7, que va leyendo línea a línea, de este modo:
  6. Toma la primera línea completa, es decir, la tercera.
  7. Imprime iguales las siete primeras columnas.
  8. A partir de la octava columna toma la primera palabra de P.
  9. Se va a la línea correspondiente de O, busca la palabra que ha leído en P,   —49→   si la encuentra en cualquier lugar de esa línea la imprime en el sitio correspondiente de P, si no la encuentra imprime unas cuantas columnas en blanco. Un ejemplo: La primera palabra del verso C de la estrofa 263 de P es 'fueron'. Se toma esa palabra y se va a O. La primera palabra de ese verso de O es 'et'. 'Fueron' se compara con 'et'; como no son iguales se pasa a la palabra siguiente, si esta es ya 'fueron', como lo es, se imprime 'fueron' como primera palabra del verso C de la estrofa 263 de COMALEX. Si la palabra 'fueron' no está en ese verso se imprimen siete blancos en la primera posición de dicho verso y dicha estrofa de COMALEX. El orden de P (fichero 1 de entrada) determina el orden de las palabras en COMALEX.
  10. Toma la segunda palabra de P y repite la misma operación que antes.
  11. Continúa así con todas las palabras del verso.
  12. Se pasa al verso siguiente y se repite la operación, hasta acabar el fichero, verso a verso, es decir, línea a línea, con la particularidad de que cada cuatro líneas hay una línea en blanco.

El inconveniente de este sistema es doble: por un lado respeta el orden de P y lo impone. Esto se puede salvar dando la vuelta al programa y pasándolo dos veces, una desde P a O y otra desde O a P, con dos salidas diferentes.

Por otro lado, hay palabras, como «el» «a» «por» «la» «este» «es», etc., que pueden aparecer varias veces en una misma línea, y no corresponder, con lo cual salen como comunes aunque no lo sean. Este inconveniente, con ser real, no es decisivo, puesto que esas palabras son fácilmente identificables y no hay que olvidar que el programa es sólo una enorme simplificación del trabajo de edición manual, imprescindible, en el cual reducir esas diferencias de nuevo no es difícil. Se podría hacer una tabla con los artículos, preposiciones, demostrativos y personales, para que si la palabra pertenece a esa tabla sólo se compare en su posición. En cambio este sistema tiene la ventaja de que soluciona los casos de palabras iguales que están cambiadas de orden, lo cual es mucho más interesante.

Se debe aclarar también que el programa no efectúa ninguna comprobación de los datos de entrada, asumiendo, por tanto, que éstos se presentan de forma correcta. Cabe destacar que no trata la numeración de las estrofas y que, por consiguiente, supone que la numeración de las estrofas es exactamente la misma en ambos ficheros.

Tampoco deja espacios en blanco cuando no existe una estrofa, labor que no parece esencial para la finalidad del programa. En caso de considerar muy laborioso el trabajo adicional a que esto obliga, no sería difícil completar este programa con otro que tratase las numeraciones.

El esquema de funcionamiento es el siguiente. Imprime sin tratar las dos primeras líneas del primer fichero, denominado FILE1; este fichero actuará como molde durante todo el proceso. Después de leer las dos primeras líneas, el programa va leyendo secuencialmente una línea de cada fichero, comparándolas e imprimiendo las palabras de FILE1 que aparezcan en FILE2, dejando blancos en los lugares correspondientes a las palabras de FILE1 que no se encuentren en FILE2. Como se ha advertido antes, no se hacen distinciones   —50→   entre líneas en blanco o rellenas, ni hay tratamiento especial para las líneas con puntos y guiones. Por tanto, si el número de puntos y guiones de una línea vacía es el mismo, estos se imprimirán, escribiéndose una línea en blanco en caso contrario.

La comparación se efectúa en la rutina COMPARA, que toma una palabra de FILE1 y va tomando palabras de FILE2 hasta que encuentra la palabra de FILE1 o se acaba la línea de FILE2. La expresión «toma una palabra» quiere decir «llama a la rutina NEXTITEM». Un «item» para el programa es un conjunto de caracteres delimitado por blancos y en este sentido hemos hablado de palabras31.

Caben otras posibilidades; por ejemplo, para realizar la comparación letra por letra32, se modifica la longitud de los registros a 100, en la macro y en el programa, con el nombre de COMALIX. Se compila de nuevo y se pasa variando la posición de P y O, que se alternan como primer y segundo fichero. Los resultados de la comparación, los ficheros COMALIXO y COMALIXP, son el resultado de ir de O a P y de P a O respectivamente33.

Veamos el resultado en la estrofa que nos sirve de ejemplo, no sin advertir que el programa compara los dos manuscritos y guarda el resultado de la comparación en disco en un minuto y quince segundos.

ALEXANDRE COMÚN (VERSIÓN 2)


3 a__________qui lo quisier
b Aura de mi solas en cauo__________ grant plaser
c Aprendra__________gestas que sepa retraer
d __________por elo muchos a


Comparación: Tras la corrección de errores de fichero.                


  —51→  

Separación de clíticos, ALCOMCLI

Al realizar esta primera comparación se advierte que el resultado podría mejorarse si se tuvieran en cuenta las formas afijas. A falta de una morfología medieval programada, el criterio es poco fino, pues se trata de separar las formas finales de palabra que son iguales a los clíticos, teniendo en cuenta la apócope. Se pueden establecer listas ad hoc de términos no separables, pero el resultado obliga siempre a una revisión manual.

El nombre de clítico se da, en general, a las formas de los pronombres átonos de dativo y acusativo, es decir: me para la primera persona, te para la segunda, le, la, lo para la tercera, en singular, nos, os, les, las, los en plural, y el reflexivo se. La lengua medieval tiene vos en vez de nos para la segunda persona del plural y, además, permite las formas apocopadas m, t, l, s.

Nosotros no hemos hecho en realidad un análisis de los clíticos como pronombres personales, porque ello supondría la capacidad de analizar morfológicamente con el ordenador la lengua medieval, una ambición excesiva para un proyecto tan concreto. Nos hemos limitado al análisis de las formas finales de las palabras coincidentes con esos clíticos, para separarlas y compararlas, en los casos en los que las palabras no fueran iguales. Por ejemplo: dixolo es una forma que engloba al clítico lo, pero pelo no engloba a ningún clítico, ya que lo en pelo no es un pronombre personal. Para el programa UNION PASCAL, sin embargo, ambos son idénticos: si un verso de un manuscrito ofrece la forma >dixolo< y el otro manuscrito tiene en el lugar correspondiente la forma >pelo< el programa separará >lo< en ambos casos y lo pondrá como forma común, mientras que marcará (dixo) como forma del primer manuscrito y [pe] como forma del segundo.

Este sistema tiene algunos inconvenientes y debe ser sustituido, en el futuro, para desarrollar este tipo de trabajos, por un analizador auténtico. Como solución intermedia pueden construirse esas tablas a las que aludíamos antes en las que se incluyan las palabras más frecuentes que en los textos medievales pueden aparecer terminadas en m, t, me, te, l, le, la, lo, los, las. Esta solución (que ya de entrada tiene que excluir la s de se apocopado y de tantas desinencias morfológicas) no es recomendable a la larga, aunque permite dar a los textos comunes resultantes del análisis una apariencia ligeramente más elegante que la que se obtiene con la separación automática de esas formas finales.

Acabemos con una puntualización: la separación sólo se realiza en los casos de falta de coincidencia y sólo resulta visible en el texto unificado cuando lleva a una coincidencia parcial (caso de dixolo y pelo). Si esa coincidencia parcial no existe, la separación no se ve en el texto unificado, aunque sí en las variantes distintas de cada manuscrito: >dixolo< y >casa< no tienen nada en común y no aparecerían en el texto unificado; pero en las variantes del primer manuscrito de ese verso no aparecería (dixolo) sino (dixo) (lo), porque al comparar >dixolo< y >casa< y ver que no son iguales se pasa a la fase de los clíticos y se separan >dixo< y >lo< para compararlos con >casa< por separado, por si fueran parcialmente iguales.

Con todo, alterar la disposición de los elementos de la comparación nos   —52→   permitió corregir y revisar algunos fallos del programa COMALEX inicial, de manera que se convirtió en un instrumento más rentable de lo previsto. En la elaboración de UNION PASCAL resultó todavía más sugerente, por obligar a precisar con mucho cuidado los ciclos de aplicación de los pasos sucesivos del programa.

La macro ALCOMCLI separa las sílabas finales que corresponden a los pronombres átonos enclíticos, tras haber diferenciado internamente las formas de los artículos con las que podrían confundirse, así como alguna otra palabra frecuente (p. ej. GRANT). Su aplicación permite obtener con COMALEX buen número de formas que antes no coincidían y, secundariamente, muchas coincidencias sólo de estas sílabas, siempre de interés, sobre todo en posición de rima. Esta observación no es banal, pues permite intuir dónde pudo confundirse el copista. Aunque obliga a repasar a mano el texto, y es trabajosa, esta macro es muy conveniente. Para ampliarla y utilizarla con comodidad debe tenerse en cuenta que se aplica sobre los ALEJOs y que, por ello, si se quiere evitar su aplicación a una palabra, bastará con poner ésta en caja baja (minúscula), en la primera parte de la macro, en la que se encuentra la tabla de las formas salvadas, lo que evitará su tratamiento por la macro de cambio, que debe aplicarse sólo a formas de caja alta (mayúsculas), en la segunda parte de la macro34.

La misma estrofa tercera nos permite observar el ejemplo, bastante sorprendente.

ALEXANDRE COMÚN (VERSIÓN 3)

Alexandre común (desde el ms. de París)


3 a____________________qui lo quisier
b Aura de mi solas en cauo__________grant plaser
c Aprendra__________gestas que sepa retraer
d Auer lo an por elo muchos a conoser.


Comparación: Tras la separación de los clíticos.                


UNION PASCAL

El programa COMALEX/PLI es sumamente sencillo y consume muy poco tiempo de la unidad central de proceso (CPU). Sin embargo, es limitado en sus posibilidades y exige un tratamiento previo del texto considerable, aunque no   —53→   inútil, pues permite familiarizarse con el mismo, faceta nada desdeñable en una edición. En cualquier caso, desde el punto de vista informático es natural que el objetivo último sea la máxima automatización, y para ello elaboramos UNION PASCAL, programa mucho más complejo, escrito en otro lenguaje de programación, adaptado a nuestra modalidad, PASCAL/VS. Las bases de trabajo son las mismas, si bien aquí obtenemos, claramente diferenciadas, las partes comunes y también las formas peculiares de cada manuscrito. También se pueden componer tablas informativas de las formas que va encontrando, comunes o no, y su situación en el texto.

La ventaja de la aplicación de UNION PASCAL es la automatización casi completa de todo el proceso, hasta el punto de evitar todo el tratamiento previo de ALEJOs y otras macros. El sistema de comparación línea a línea es similar, si bien los ficheros no están en formato fijo, sino variable. La automatización de la comparación llega a los cambios de orden, de estrofa, de verso, o de palabras en el verso. Cuando dos palabras coinciden parcialmente imprime lo no común como > _ <. Guarda también los elementos diferentes, entre paréntesis los de FILE1 (P en este caso), entre corchetes los de FILE2 [O en este caso]. Los ficheros se pueden introducir directamente desde la transcripción, sin ningún tratamiento posterior a la copia, a diferencia de COMALEX, que requiere los ficheros de la clase ALEJO, ya tratados por esta macro; aquí, sin embargo, hemos usado una versión que parte de ALEJO.

El programa UNION PASCAL es una versión del programa completo, con la particularidad de que no se aplica sobre los ficheros originales, en los que están copiados los manuscritos, sino que actúa sobre los llamados ALEJOS. P-ALEJO y O-ALEJO son los ficheros resultantes de aplicar las macros de unificación de grafía sobre P-ALEX y O-ALEX respectivamente. Esta particularidad de los textos sobre los que actúa, ahorra a UNION PASCAL cuatro de las cinco fases de unificación, ya que la única que tiene que hacer es la separación de clíticos. El programa completo de comparación, que no se ha aplicado en este trabajo, permite al investigador decidir si quiere partir de la grafía unificada o mantener la grafía original, lo que permite estudiar las variantes puramente gráficas de los textos. También le permite decidir cuántas fases quiere aplicar, y en qué orden.

El programa pretende obtener la máxima cantidad de texto común de una forma automática. El texto común está compuesto por los resultados de tres procesos, que son los que deciden la configuración de la versión unificada, estos procesos son:

Obtención de las palabras que son iguales en las dos versiones y están en el mismo lugar del verso. Situar en el orden de P las palabras que son iguales en los dos textos pero figuran en distinto lugar del verso. Obtener las letras comunes de las palabras que son diferentes en las dos versiones.

No hay que olvidar que este programa está planteado como una ayuda a la   —54→   unificación de textos, es decir, realiza aquella parte del proceso que se puede hacer de una forma mecánica; pero se debe tener siempre presente que, una vez ejecutado el programa, se procederá a la unificación manual. En esta fase, no sólo se determinará el texto común que no se ha podido obtener de forma automática, sino que, en algunos casos, se deberán corregir los resultados obtenidos por el programa, que no serán siempre los más correctos.

Resumamos ahora el funcionamiento del programa:

En primer lugar lee una estrofa de cada versión para después compararlas. En cada comparación se estudian dos versos, cada uno de diferente versión. Una vez que tenemos un verso de cada versión se pasa a estudiarlos. Las etapas de este estudio varían con respecto al programa principal, ya que el UNION PASCAL actúa sobre los ALEJOS y, como se ha señalado antes, estos ficheros no necesitan la unificación de grafía. Las fases del funcionamiento son las siguientes:

  1. Compara los versos anotando las palabras que son iguales en los dos versos, apuntando para cada una de ellas la posición que ocupa en los versos comparados, además de una serie de datos relativos también a cada palabra.
  2. Aquellas que no han coincidido en los dos versos se anotan también con todos sus datos. Estas dos fases constituyen la preparación de los versos leídos, al transformarlos en un conjunto de palabras cada una de las cuales se asocia a un bloque de información. Será esta información la base del posterior estudio y obtención del verso unificado. La siguiente parte del programa determina qué palabra debe aparecer en la versión unificada.
  3. Una vez que tenemos todas las palabras de los versos comparados con todos sus datos (posición que ocupan, número de orden de prioridad, número de veces que han aparecido en la posición durante el proceso de comparación, número de fases de unificación que han pasado antes de coincidir en los versos comparados), se pasa a un primer estudio en el que, para cada posición del verso unificado, se crea una lista con todas las palabras que aparecieron en esa posición al comparar los versos. on esta lista creada se eligen para el verso unificado las palabras claras, es decir aquellas que aparecieron un número de veces igual al número de versiones. Estas posiciones del verso unificado que ya tienen una palabra seleccionada no se volverán a estudiar. Una vez determinadas las que están claras hay que hacer una serie de pasos para intentar determinar las dudosas. Estos pasos son:
    1. Si una palabra es igual en dos versos comparados, pero aparece en diferente posición en uno y otro, se le asigna la posición que ocupe en la de más prioridad y se desecha la otra.
    2. Intentar elegir palabra de nuevo. Si el procedimiento anterior ha modificado alguna palabra esta fase no será inútil, al haber cambio de posiciones virtuales.
    3. —55→
    4. Separación de clíticos. Al separar los clíticos de las palabras se da a menudo el caso de que palabras que antes eran diferentes aparezcan ahora iguales en las dos versiones. Por supuesto, separar un clítico supone desplazar todas las palabras siguientes del verso hacia la derecha.
    5. Volver a estudiar las posiciones del verso unificado que todavía no tienen una palabra seleccionada, aprovechando las modificaciones en los versos originales que haya producido la separación de clíticos.
  4. Si después de este nuevo intento sigue sin poderse determinar una palabra para la posición, se pasa a comparar las palabras que aparecen en esa posición y en las contiguas, para obtener las letras comunes entre palabra y palabra, eligiendo para la posición en estudio la comparación que más letras comunes nos dé. Esta palabra, formada por letras comunes y por «-» en donde no sean comunes, será la que aparezca en el verso unificado.
  5. Por último, el programa proporciona un fichero de salida, llamado FILE SALUNION, en el que aparece el verso unificado, que estará compuesto de un conjunto de palabras que fueron seleccionadas en los procesos anteriores y otra serie de palabras, no seleccionadas para ninguna de las posiciones y que aparecen entre paréntesis o corchetes, según provengan de los textos PALEJO u OALEJO respectivamente, o marcadas con un número, si se comparan más de dos versiones. A partir de este fichero, con algunas sencillas modificaciones, que dependen de la instalación, se prepara UNALEX01 SCRIPT, en nuestro caso, que es el fichero de referencia para buscar las formas comunes, con SCANFILE o con otrosmedios.

Hay que hacer algunas advertencias sobre el funcionamiento de UNION PASCAL. El proceso de separación de clíticos puede dar lugar a resultados extraños, apareciendo en el verso unificado palabras que en los textos originales no estaban y además, cambiadas de posición al colocarlas en el orden de la versión de más prioridad. Otro detalle para tener en cuenta es el funcionamiento de la obtención de las letras comunes a dos palabras; la comparación se hace siguiendo el orden de la palabra más larga, por lo que las letras comunes aparecen en el orden de dicha palabra. Si al comparar dos palabras el número de letras comunes es menor que el de las diferentes, no aparece la palabra unificada en el verso final, sino las dos palabras originales entre paréntesis o corchetes, o barras con el número pertinente. Véase el resultado en la figura aclarada en la nota 32.

La fase editorial propiamente dicha

La aplicación de todos los programas anteriores, y su depuración, más o menos mecánica, como se prefiera, permiten disponer de una preedición unificada del texto del Alexandre en la cual ya se advierte que el texto común es enorme. Las diferencias aparentes se han reducido hasta tal punto que puede afirmarse con seguridad que el número de versos que no coinciden en absoluto   —56→   es despreciable, tal vez inferior a la decena, mientras que son centenares los versos que coinciden, salvadas las diferencias de grafías y, secundariamente, las de orden de palabras en el interior del verso. Con ello se entra en la fase de interacción hombre-máquina, que es realmente activa y que describimos en el apartado siguiente.



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