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Capítulo tercero

De la vieja morisca



CANCIÓN MAYOR
 
Suma del número.         ¡Que no viera yo un barbero acaso,
Habla con Calíope.      O siquiera un albeítar no se hallara,
     Que con ballestilla o mano de mortero,
     De la vena poética sangrara
     Un triste rozayerbas del Parnaso!
Finge el autor que, de enfado desta inicua vieja, no quiere aun sumar el número en verso. Es figura retórica que encarece la materia.      ¿No basta media vez decir no quiero,
     Sino que a fuer de fuero,
     Me pidas, Musa mía,
Símil.      Que con mi talante
     Los hechos de una vieja en verso cante?
     Que doña Lucía,
     Si no una parca, una arpía en el alma y gesto,
     Vaya en prosa, que de verso sobra aquesto.
 
Pinta un río y su ornato.      Así como los caudalosos ríos se van ufanamente gallardeando por junto a las márgenes de la tierra, sustentando un paso grave y entonado, usando de sus hinchadas olas como de brazos para ir poniéndolos sobre las cabezas de las tiernas plantas que a uno y otro lado le acompañan, llevando un ruido majestadoso y autorizado, pero en entrando en la corte de la mar, en presencia del emperador Neptuno, enmudecen y se esconden, sin dar más muestras de autoridad que si se hubieran convertido en terrestre limo o polvo seco y menudo, así yo, la que entre estudiantes, galfarros, barberos, mesoneras, bigornios, pisaverdes, mostré mi entono, sin poder alguno medir conmigo lanzas iguales, reconociéndome todos superioridad, dando a la excelencia de mi ingenio título de grandioso, ahora que entré a competir con el mar de una morisca vieja, hechicera, experta, bisabuela de Celestina, me verás rendir mi entono y humillar mi no domada cerviz, sin más ruido ni semejanza de quien fui que si nunca fuera.
Justina, río, y la vieja, mar.
Encarece las astucias de la vieja.
Vieja de Andújar.      Esta vieja, en cuya casa posaba, era advenediza, natural de Andújar. No dudo sino que me recibió de buena gana en su posada por parecerle que era yo algo a propósito para enseñarme el arte, ca es muy proprio de herejes y de brujos desear herederos de su profesión. Son como los bubosos, que quieren beber por todos los vasos porque hereden todos sus bubas. Ella era morisca inconquistada, y aún tengo por cierto que sabía mejor el Alcorán que el Padrenuestro, y viéraselo un niño, no sólo en la lengua, pero en las obras, de las cuales diré algo, no para escandalizar al lector, sino para que fíe poco de viejas ruines que parecen rezaderas y ejemplares y no relucen sino al candil del diablo, y para que te guardes de tales.
Herejes y brujos son como bubosos.
Vieja indevoluta debe ser huida. Refiérense sus blasfemas necedades.
     Yo creo en Dios, pero que ella creía en él, créalo otro. Cuando se persinaba, no hacía cruces, sino tres mamonas en la cara, como quien espanta niños, y cuando llegaba al pecho, hacía un garabato y dábase un golpecito con el dedo pulgar en el estómago. Entiende por allá el presignum.
     Si la quería enmendar, respondía:
     -No querer máx persino, que no ser santiguadera.
     Preguntábala si sabía el Ave María.
     Respondía:
     -Ben saber Almería, e Serra de Gata e todo.
     En las cuatro oraciones decía más herejías que palabras, que por no hacer agravio a tan santas oraciones, no quiero conquistar la risa con trabucos de necedades y aun blasfemias.
     Preguntábala por qué no se había casado ni quería casar.
Por qué no se quería casar la morisca.      Respondía:
     -No haber marido bueno si no ser morisco.
Algunos moriscos, sospechosos.      No sé en qué lo podía fundar, sino en que temía casarse con quien la hiciese ser christiana.
     No niego que pueda haber y haya muchos moriscos buenos christianos, mas cosa notable es que los más no quieran casarse con christianos viejos. Quién duda sino que dan sospecha, de que quiero callar, por no me acordar del cuento del que castigaron, y yo conocí, que antes que bautizasen un hijo o él hiciese alguna aparencia de christiano, decía.
     -Perdonar, Mahoma, que no poder más, so pena de caraña.
     En lo que toca a ir esta mujer a misa, era hablar en cosas excusadas. Una sola vez la vi ir a misa, y mientras estaban alzando, se echó de hinojos sobre la tierra, y todo el más resto de la misa estuvo tosiendo, con ser la mujer más enjuta y avellanada que en mi vida vi, y tanto, que jamás, sino entonces, la vi toser.
     ¡Maldita sea persona que de cuantas veces Dios nos visita con sus bienes, no va a visitar a Dios en su casa! Pero si yo se lo decía, cumplía con trómposelas. Veis aquí un clavo para la herradura.
     Y ahora me acuerdo que un día, tratando ella y yo de la obligación que todos teníamos a la Iglesia y a los señores curas, que son nuestros pastores.
     -Sí, hija, que el primer medio real que yo gano cada año lo guardo para el cura.
     Yo que pensé que tenía devoción de dar aquel medio real al cura para aceite de la lámpara o para la fábrica de la iglesia, o por otra cualque devoción, y no era sino que ella pensaba que todo el toque de la confesión y de los misterios de la Iglesia consistía en pagar el medio real, y que con eso se acababan cuentos. Nunca vi tal vieja.
Otras indevociones.      De la gente en procesión se espantaba y huía, y cuando había truenos, se salía a la calle. Si pasaba el Sacramento, luego tenía en qué entender en algún retrete, y si había un ahorcado, se descervigaba por mirarlo, y hasta perderle de vista, le hacía ventana, que era pura para dama de ahorcados. El día que los había era el día de sus placeres, y, con ser coja, todos aquellos tres días siguientes no cojeaba, antes con gran prisa salía todas aquellas tres noches de casa. Lo cierto era que no iba a rezar por ellos, sino que la primer noche traía los dientes que podía, la segunda de la soga y la tercera hacía conjuros al pie de la horca. ¡Qué demonio! Dábala osadía el diablo, que es el maeso destas obras. Era cosa particular el agua que gastaba en lavatorios y cocimientos. Malditas sean personas que tan sin gusto, ni honra, ni provecho se dejan engañar del diablo. Siempre yo entendí della que era bruja, y no me engañaba, porque ella hacía unos ungüentos y unos ensalmos, que no era posible ser otra cosa.
 
Brujas reprehensibles.
     Si no me tuviera Dios de su mano, yo hubiera caído en tentación de rogarla que, pues sabía tanto de nigromancia, me resucitase a mi padre, según y de la manera que la hechicera de Saúl le resucitó a Samuel, o al diablo por él. Y a fe, que si a mi padre resucitara, le había de preguntar que quién libraba peor en el infierno, porque me han dicho que los que más carena llevan son los malos escribanos, y otros, que los letrados injustos, y otros hablan diversamente. Pardiez, yo sospeché que me dijera que ni unos ni otros, sino los confesores absolvedores destos, pues sin celo de gusto ni intereses los absuelven, como ignorantes. Mas no quiera Dios que yo pidiera que a mi ruego se pusiese en cerco al diablo, que es gran pecado, porque, en buen romance, es tener al diablo por amigo y con marchán.
Brujas, amigas de enseñar sus bellaquerías.      Ella bien me quisiera enseñar el oficio por pegarme la sarna, y aun si yo quisiera aprovecharme de cosas que ella me decía, bien supiera yo en una noche coger sangre para hacer morcillas. Pero no quise, lo principal, por temor de Dios, y lo segundo, porque siempre fui enemiga de oficios que se hacen medio durmiendo como este de la brujería, en el cual por la mayor parte -como yo vía- las brujas se quedan amodorridas de sueño, y lo que en sueños hacen les persuade el diablo que es de veras, con unos enredos que, si los hubiera de contar como ella me los refirió, nunca acabara.
Brujas, todo lo que hacen, sueñan.
       Bueno es saber de todo, no para usarlo, ni aun para saberlo, sino porque ya que se sabe, sirva de defenderse una persona de bellacas brujas sanguijuelas, que así llamaron los antiguos a las lamias, brujas y megas. Y advierto que es cosa de risa pensar que es cosa de importancia, ruda, ni salvia, ni otras destas cosas sólo naturales, pues no pueden impedir que el demonio chupe la sangre y se la dé a las brujas. Lo que es de más importancia es, sobre todo, rezar; lo segundo, traer el Evangelio de San Juan escrito, y lo tercero, bendiciones santas.
Advertencia contra viejas.
Remedio contra brujas.
     Y así decía esta bruja:
     -¡Ay, hija! Las matronas (que así llamaba a las brujas), las matronas no temen ruda ni salvia, poleo ni yerbabuena, sino conjuros de abad.
     Llamaba la vieja conjuros de abad a las santas oraciones que nosotros reverenciamos.
     Con todo eso, por el bien que me hacía, estaba con ella en paz, no siendo jamás fautora de sus ensayos.
     No denuncié della porque, como ignorante, se me escapó la obligación que yo tenía de decirlo a los señores inquisidores, y si la hice bien, fue por la natural obligación que tiene cada cual a querer bien a quien le hace bien.
Bolsa inconquistada.      Estábamos como madre y hija, y aunque me quería bien la diablo de la vieja, con todo eso, ni por amores que la decía, ni servicios que la hacía, jamás pude conquistar la bolsa, porque cuando yo pensaba la cosa, ya ella iba dos leguas adelante.
       Eran sus mañas, enredos y ardides tantos y tan disimulados, que me hizo caer en la cuenta de una cosa que leí y dudaba sin atinar salida. Leí que en el templo de Arcadia dibujaron al dios Júpiter de la estatura de un gran gigante que tenía los pies sobre una tinaja vuelta boca abajo, y hacia la parte de la tierra, una vieja chica y fea. Significaban en esto que Dios tiene debajo de sus pies la luna del cielo y el terreno mundo, y el jeroglífico se concierta desta suerte: por la tinaja entendían la luna, porque ésta preside el agua, significada por la tinaja; y por la vieja entendían el mundo, porque los engaños y embustes del mundo no pueden tener mejor imagen y dibujo que una vieja hechicera.
Jeroglífico de las viejas astutas y malas.
Refrán y su emposición.      También entonces entendí un refrán que dice: «La águila enseña a vivir sin mengua», y creo quiere decir que como el águila cuando se remoza se despide de ser vieja, puédese decir que cuanto más desecha la vejez, desecha menguas que están avinculadas al estado de la senectud femenina, a lo menos, cuanto a la significación jeroglífica.
     Confieso que me acobardó tanto su ingenio, que ya, aunque dejara el arca del dinero abierta, no me atreviera a hacerle de menos un comino, antes hiciera como el Draque, que cuando vio las puertas de La Coruña abiertas, huyó y temió, pensando que era ardid.
     Pero, ¿quién diablos se ha de atrever a una bruja, que es el diablo el reñidor de sus pendencias?
 
APROVECHAMIENTO
     Mujeres viejas que son indevotas dan indicio que son un abismo de mil miserias y hechicerías.


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