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Introducción general

Para todos los tomos y libros escrita de mano de Justina intitulada La melindrosa escribana

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Es tan artificiosa introducción, que con su ingenio capta la benevolencia a los discretos, y con su dificultad despide, desde luego, a los ignorantes.
Divídese esta introducción en tres números
NÚMERO PRIMERO
Del melindre al pelo de la pluma
 
REDONDILLAS
 
        Cuando comenzó Justina
     A escribir su historia en suma,
     Se pegó un pelo a su pluma,
     Y al alma y lengua mohína.
 
Suma del número.         Y con aquesta ocasión.
     Dice símbolos del pelo,
     Para hacer su introducción.
 
     Un pelo tiene esta mi negra pluma. ¡Ay, pluma mía, pluma mía! ¡Cuán mala sois para amiga, pues mientras más os trato, más a pique estáis de prender en un pelo y borrarlo todo! Pero no se me hace nuevo que me hagáis poca amistad, siendo (como lo sois) pluma de pato; el cual, por ser ave que ya mora en el agua como pez, ya en la tierra como animal terrestre, ya en el aire como ave, fue siempre símbolo y figura de amistad inconstante, si ya no dicen los escribanos de el número, y aun los sin número, que con ellos han hecho treguas sus plumas. En fin, señor pelo, no me dejáis escribir.

     No sé si dé rienda al enojo o si saboree el freno a la gana de reírme, viendo que se ha empatado la corriente de mi historia, y que todo pende en el pelo de una pluma de pato. Mas no hay para qué empatarme; antes os confieso, pluma mía, que casi me viene a pelo el gustar de el que tenéis, porque imagino que con él me decís mil verdades de un golpe y un golpe de mil verdades. Y entenderéis el cómo si os cuento un cuento que puede ser cuento de cuentos.

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Pluma de pato es símbolo de la amistad inconstante
Huélgase de la travesía del pelo
Cuento a propósito que los pelos hablan.      La prudentísima reina doña Isabel, prez y honor de los dos reinos, queriendo persuadir al rey don Fernando que cierta derrota y jornada que intentaba era tan contra su gusto, cuan contra el buen acierto, volvió los ojos a unas malvas que estaban en el camino y, mirándolas, le dijo:
Pregunta de la reina doña Isabel      -Señor, si el camino donde están malvas, y no otra cosa, nos hubiera de hablar en esta ocasión a vos y a mí, ¿de qué tratara?
     Respondió el rey:
     -Vos lo diréis, señora.
     Entonces dijo la reina:
     -Claro es que el camino donde solas las malvas sirvieran de lengua no supieran, en esta ocasión, decirnos a mí ni a vos otra cosa, sino mal vas.
     Volvió la rienda el prudentísimo monarcha, y, sonriéndose, dijo a su Isabela:
     -No entendí que las malvas sabían hablar tan a propósito y tan bien.
     La reina, echando el sello a su prudentísimo discurso y cathecismo, dijo:
Los hechos de los reyes las piedras los pregonan. Cuento a propósito y una fábula.      -No os espantéis, señor, de que las malvas hablen tan bien, porque los yerros de los reyes, como son personas tan públicas y comunes, por secretos que sean, las piedras los murmuran y las malvas los pregonan.
     Dijo la reina por extremo bien.
     Que aun allá fingió el poeta que por doquiera que caminaba Júpiter, rey de los dioses, llevaba delante de sí, como pajes de hacha, sol y luna y todas las estrellas, para que el mundo y dioses menores viesen los caminos por donde su rey andaba. Y otro pintó a un rey cargado de los ojos de sus vasallos.
     Mirad, pues, ¡oh pelos de mi pluma!, cuánto me honráis y cuánto os debo, pues, para decir mis yerros, mis tachas y mis manchas, hacéis lengua de vuestros pelos, como si fueran yerros de real persona, que las malvas los pregonan. Así que, de haberse atravesado este pelo, y de lo que yo alcanzo, por la judiciaria picaral, colijo para conmigo que mi pluma ha tomado lengua (aunque de borra) para hablarme. Sin duda, que me quiere dar matraca por ver que me hago coronista de mi misma vida. En lo cierto estoy, como si lo adivinara. Ella es matraca. Al arma, señora pluma. Aquí estoy, y resumo fielmente lo que me decís, porque en pago escribáis con fidelidad lo que yo os dijere.
Los reyes son muy sojuzgados. Tráense a propósito jeroglíficos.
El pelo de la pluma honra a la escritora.
Fíngese que los pelos dan matraca a la pícara; habla con ellos y responde.
       ¿Ofrecéisme ese pelo para que cubra las manchas de mi vida, o decísme, a lo socarrón, que a mis manchas nunca las cubrirá pelo? Agradézcoos la buena obra, pero no la buena voluntad, ni menos la sana intención. Mas entended que no pretendo (como otros historiadores) manchar el papel con borrones de mentiras, para por este camino cubrir las manchas de mi linaje y persona; antes, pienso pintarme tal cual soy, que tan bien se vende una pintura fea, si es con arte, como una muy hermosa y bella; y tan bien hizo Dios la luna, con que descubrir la noche obscura, como el sol, con que se ve el claro y resplandeciente día. En las plantas hacen labor las espinas, en los tiempos el verano, y en el orden del universo también hacen su figura los terrestres y ponzoñosos animales; y, finalmente, todo lo hizo Dios hermoso y feo. Dígolo a propósito, que no será fuera dél pintar una pícara, una libre, una pieza suelta, hecha dama a puro andar de casa en casa como peón de ajedrez; que todo es de provecho, si no es el unto del moscardón. Los que pretendieren entretenimiento, tras el gasto hallarán el gusto. No quiero, pluma mía, que vuestras manchas cubran las de mi vida, que (si es que mi historia ha de ser retrato verdadero, sin tener que retratar de lo mentido), siendo pícara, es forzoso pintarme con manchas y mechas, pico y picote, venta y monte, a uso de la mandilandinga. Y entended que las manchas de la vida picaresca, si es que se ha de contar y cantar en canto llano, son como las del pellejo de pía, onza, tigre, pórfido, taracea y jaspe, que son cosas las cuales con cada mancha añaden un cero a su valor.
 
No es fuera de propósito pintar una vida pícara. Tráense símiles a propósito.
La vida picaresca préciase de sus tachas. Símiles a propósito.
El pelo de la pluma moteja de pelada y bubosa. Cuento a propósito.      Mas ya querréis decirme, pluma mía, que el pelo de vuestros puntos está llamando a la puerta y al cerrojo de las amargas memorias de mi pelona francesa. Parecéisme al galán que, por quejarse de un golpe de los desvíos presentes y daños pasados de su dama, hizo que le sacasen de invención, echado e un pelambre, con un mote que decía:
 
        Acordaos de un olvidado,
     Que por vos está pelado.
 
Matraca a un buboso y pelado, y dícelo la pícara por sí misma.



Cabellos de un buboso; compárense, etc.

     Así vos, con ese pelo, queréis publicar mi pelona antes que yo la escriba. Según eso, ya me parece, señora pluma, que me mandáis destocar y poner in puribus, como a luchador romano, y que animando vuestros puntos a la batalla, viéndolos con pelo y a mí sin él, tocáis al arma y les hacéis el parlamento, fundándolo en el que se suele practicar en la batalla del ajedrez, que dice: cuando tuvieres un pelo más que él, pelo a pelo te pela con él. Confiésoos de plano, señora pluma, que, con solo un pelo que se os ha pegado a los puntos, me lleváis conoscida ventaja; y confieso, si ya por tanto confesar no me llaman confesa, que los pelos que de ordinario traigo sobre mí, andan más sobre su palabra que sobre mi cabeza, que tienen más de bienes muebles que de raíces, que son como naranjas rojas puestas en arco triunfal, que adornan plantas que no conocen por madres, ni aun por parientas. Y que son mis cabellos de manera que, si me toco de almirante, temo barajas de postre, no tanto por el chinchón (que como ha tanto que soy condesa de Cabra no temo golpes de frente), cuanto porque mis cabellos son amovibles y borneadizos, temo que al primer tope vuelva barras al almirante y descubra el calvatrueno de mi casquete, el cual, como está bruñido sobre negro parece pavonado como pomo de espada.
     ¿Toda esta fanega de confusiones confieso que hay para ello? Digo que sí. Concedo que soy pelona docientas docenas de veces. ¿Seré yo la primera que anocheció sana en España y amaneció enferma en Francia?. ¿Seré yo la primera camuesa colorada por defuera y podrida por de dentro? ¿Seré yo el primer sepulchro vivo? ¿Seré yo el primer alcázar en quien los frontispicios están adornados de ricos jaspes, pórfidos y alabastros, encubriendo muchos ocultos embutidos de tosca mampostería, y otras partes tan secretas como necesarias? ¿Seré yo la primera ciudad de limpias y hermosas plazas y calles, cuyos arrabales son una sentina de mil viscosidades? ¿Seré yo la primera planta cuya raíz secó y marchitó el roedor caracol? ¿Seré yo la primer mujer que al pasar el lodo diga las tres verdades de un golpe, cuando, enfaldándome por todos lados, diga: muy sucio está esto?; en fin, ¿seré yo la primera fruta que huela bien y sepa mal? No me corro de eso, señora la de los pelos; antes pretendo descubrir mis males, porque es cosa averiguada que pocos supieran vivir sanos si no supieran de lo que otros han enfermado; que los discretos escriben el arancel de su propia salud en el cuerpo de otro enfermo, y no hay notomía que menos cueste y más valga que la que hace la noticia propia y la experiencia ajena. ¿Y piensa el dómine pelo que de eso me corro yo? ¡Dolor de mí, si supieran los señores cofrades del grillimón, que me corría yo de pagar culpas obscuras con penas claras! No, mi reina; que ya se sabe que un mismo oficial es el que tunde las cejas y la vergüenza y, de camino, con el tocino de las tijeras, unta las mejillas para desterrar el rosicler de las corridas. Un clavo saca otro. Como este mal es todo corrimientos, con él se quitan los corrimientos, y ansí se ve que ningún pelado se corre, por más que lluevan fisgas y matracas. Otra tecla toque, señor pelo, que esa, por más que se curse, nunca me sonó mal. Antes, en buena fe, que me holgase saber si hogaño los señores cofrades publican congregación, porque, como quien soy, juro, a lo menos como quien fui (que el otro juramento daba el golpe en vago), de ir, por honrar su junta, más cargada de parches por la cara, que si ella fuera privilegio rodado y ellos sellos pendientes.
Símiles para consolarse un buboso.





Mujer cuando dice las tres verdades de un golpe.

Prueba convenir manifestar sus enfermedades.

Los bubosos no tienen vergüenza, ni se corren, y por qué.
Juramento en vago.
No quita un dolor todos los gustos.      ¡Desmelenadas, desmelenadas de nosotras, si cuando nuestros gustos dieron al dolor la tenencia de nuestros cuerpos, desterraran para siempre de nuestras almas el consuelo!; como si el alma no pudiera o no supiera dar posada a muchos gustos que vienen en hábito de peregrinos, mientras el cuerpo llora y afana. Sin pelo salí del vientre de mi madre y sin pelo tornaré a él; y si alguno pensare que nací con pelo, como hija de selvajes, terné el consuelo de la rana.
Fábula a propósito de cómo se consuelan los bubosos.

Mosca y cisne envidiados de la rana.

     Dicen las fábulas, a propósito de que nadie hay contento con su suerte, que la rana, en realidad de verdad, nació con pelo, pero no tanto que no naciese con mucha más envidia que pelo; y de quien tuvo envidia fue del cisne y de la mosca. Del cisne, porque cantaba dulcemente en el agua, y de la mosca, porque dormía todo el invierno sin cuidado. Y así pidió a Júpiter le diese modo como ella durmiese todo el invierno y cantase todo el verano. El Júpiter oyó benignamente su petición, y la dijo:
     -Hermana rana, haráse lo que me pedís; mas para conseguir el efecto que pretendéis, es necesario que os pelemos, y del pelo que os quitaremos se os infundirá una almohada sobre que durmáis todo el invierno como la mosca, y del mismo pelo os haremos una lengua, de borra con que al verano cantéis, no con tanta melodía como el cisne, pero con más gusto y mejor ocasión, pues él canta para convidar a la muerte, pero vos cantaréis para entretener la vida.
     Pelóse la rana, y el pelarse le valió conseguir su gusto y su petición.
Aplícase la fábula.      A propósito. Los pelados tenemos este consuelo: que si algún tiempo fuimos gente de pelo y ahora no le tenemos más que por la palma (Dios sea loado), podemos decir que del pelo hecimos almohada para dormir, mientras los sanos están en misa y sermón, imitando las moscas, que todo el invierno son de la cofradía de los siete dormientes; y, juntamente, hecimos lengua de borra para decir de todos sin empacho. Y viene esto bien con el refrán de los del hospital de la folga, en Toledo, que dice: «los pelados son hidalgos eclesiásticos y pájaros harpados». Y dícenlo, porque los de nuestra factión sin pena pierden la misa y sin vergüenza la fama. Dicen de todos más que relator en sala de crimen, y aun de sí no callan; y si una vez dan barreno a la cuba del secreto, hasta las heces derrama. Para decir de los otros son como galeotes en galera, y para pregonar su caza son como gallinas ponedoras, que para un huevo atruenan un barrio.
 

Bubosos: hidalgos eclesiásticos y pájaros harpados, y por qué.

Bubosos son parleros.

Sesenta especies de bubas.

     Sor pelo: sepa que, si en el discurso de la matraca de la pelona lo quisiéramos meter a voces, no nos faltara cómo echarlo por la venta de la zarzaparrilla. Mil escapatorias tuviéramos, que sesenta son las especies de las bubas (como las de la locura), y se apela de una para otra, por vía de agravio. Y más yo, que a puro pasar clases, estoy de la otra parte de las bubas; pero no es mi desiño que salgan las monas de máscara, sino que se venda cada cosa por lo que es. Si yo quiero, después de haber sido ladrona del tiempo, predicar al pie de la horca, ¿quién me puede condenar, si no es algún sin alma, que no quiere escarmentar en cabeza ajena? El cisne canta su muerte, el cínife los daños de la canícula, la rana los ardores del verano, el carro su carga y su peligro, y el invierno pregona, con trompetas y atabales del cielo, los rayos y tempestades. Según esto, ni es injusto ni indecente que permitan el cielo y el suelo el que sea pregonera de sus males la misma que los labró por sus manos, y que con el mismo estilo con que hablaba, cuando sin sentir nada (o por sentir demasiado), se le pegó esta roña, diga ahora, a lo pícaro y libre, lo que cuesta el haberlo sido. Así que, para con este artículo de retarme en España lo que pequé en Francia, ya he cumplido.
 
 
Abona el tratar de la picardía y bubas con varios símiles.

Abona el hablar a lo pícaro.

     Mas paréceme que me dice mi pluma que se le ofrece otro escrúpulo, en prosecución de lo que significa el pelo atravesado a tal coyuntura, y es lo siguiente:
El pelo moteja de pobre, pícara, pelona.

Pobreza, hermana de picardía. Y en qué se diferencian.

Pobreza, mortero de salsas. Pobreza, cepo de limosnas.

     Díceme mi pelo que me llamó pelona, no por bubosa, sino por pobre. ¡Oh, qué lindo! Hablara yo entre once y mona, cuando contrapuntea el cochino. Sepa, señor pelo, que viene a pospelo esa injuria, y aun no la tengo por tal, ni habrá pícara que tal sienta, porque pobreza y picardía salieron de una misma cantera, sino que la picardía tuvo dicha en caer en algunas buenas manos que la han pulido y puesto en más frontispicios que rétulos de comedias; y a la pobreza la arrimaron en la casa de una viuda vieja y triste, la cual, queriéndola labrar para sacar della un mortero para hacer salsas de viandantes, sacó della un cepo de limosna. Y por tanto, como la sangre sin fuego hierve, donde quiera que se encuentran pobreza y picardía se dan el abrazo que se descostillan. Y yo, que del ripio del mortero de la vieja cogí más que nadie, tan lejos estoy de correrme de eso y de que me llaméis pelona, que antes es el mote que ciñe el blasón de mi gloria y adorna el festón y cuartel de mis armas.



Alabanza de la pobreza. Ejemplos verdaderos aplicados ridículamente. Pícaros cuando comen van a menos. Batalla naval.      Llamóme pobre y pícara mi pluma, ¡gran cosa!, ¡como si los pobres no tuvieran la piamáter en su sitio! ¿Es porque no tengo más que unas jervigillas, y esas ruines? Pues emperador ha habido tan desherrado, que tenía unos zapatos solos, y para remendarlos se quedaba en casa, hecho pisador de uva o torneador de tinteros, que son oficios de a pie mondo. ¿Es porque los pícaros siempre que comemos vamos a menos? Pues capitán ha habido a quien príncipes tributarios suyos le encontraron cenando nabos pasados por agua, dando en ellos con tal prisa y furia, que se podía decir con toda propiedad que era la batalla naval. ¿Es porque los pobres traemos el testamento en la uña del meñique? Pues romanos cónsules ha habido, para cuyo entierro fue forzoso pedir limosna, sin haber muerto con otra deuda más que la del cuerpo a la dura tierra, ¿Ello es, en resolución, que los pícaros somos pobres, mendigones, menesterosos? Pues ¿no sabes, pluma mía, que la diosa Pandora fue pobre, y por serlo tuvo ventura y aun actión a que todos los dioses la contribuyesen galas, cada cual la suya?


La pobreza tiene acción a todo. Pruébalo.
Pobreza con soberbia es cosa afrentosa. Ejemplo.      El pobre sobre todas las haciendas tiene juros, y aun el español tiene votos, porque siempre el pobre español pide jurando y votando. Si juntamente con ser yo pobre fuera soberbia, tuviera por gran afrenta el llamarme pelona, como también la misma diosa tuvo por afrenta que se lo llamasen, cuando (por haber sido pobre y soberbia) la desplumaron y pelaron toda los mismos dioses que la habían dado sus ricas y preciosas plumas, y por afrentoso nombre la llamaron la pelona o la pelada. Y de ahí ha venido que a algunos pobres hidalgos, que de ordinario traen la bolsa tan llena de soberbia cuan vacía de moneda, y piensan que por el barreno del casco han de evaporar el aire y yerran el golpe, los llaman pelones, porque son pobres pelones como la diosa pelada. Esos se podrán correr del titulillo, pues son pandorgos pelados; pero yo, pobreta, que no hay hombre a quien no me someta, no tengo por afrentoso el nombre. ¡Tristes pícaras! Si nos preciamos de emplumadas, mal; si de peladas, también. Digo que del mal, lo menos; más quiero ser pelada que emplumada.


Hidalgos pobres se llaman pelones y por qué.

Pobres hidalgos son pandorgos.

Confusión de pícara.
     Paréceme, señor pelo, que no hay ya qué hacer aquí, pues, cuanto me ha querido decir, no encaja. Podría yo jugar con él al juego que llaman los niños pelos a la mar y echarle con un soplo a galeras, y no estoy muy fuera de hacerlo. Pero antes que le dé yo vaya y se vaya, le quiero hacer una fanega de mercedes, y son: que le doy licencia para que se alabe de que, sin saber lo que ha hecho, me ha hecho sacar del arca un celemín de rethórica, porque, con atravesárseme en la pluma y discurrir los símbolos de el pelo y de los pelones, he tenido buena ocasión para pintar mi persona y cualidades, lo cual es documento rethórico y necesario para cualquier persona que escribe historia suya o ajena, pues debe en el exordio poner una suma del sujeto cuya es, describiendo su persona y cualidades, en especial aquellas que más a cargo suyo toma el historiador. De manera que mi pluma, aprovechándose de sola la travesía de un pelo, ha cifrado mi vida y persona mejor y más a lo breve que el que escribió la Ilíada de Homero y la encerró debajo de una cáscara de una nuez. Ni fue mejor abreviador el artífice Mimercides. Sólo un pelo de mi pluma ha parlado que soy pobre, pícara, tundida de cejas y de vergüenza, y que de puro pobre he de dar en comer tierra, para tener mejor merecido que la tierra me coma a mí, que si me rasco la cabeza no me come el pelo, y según mi pluma lleva la corriente atrevida y disoluta, a poca más licencia, la tomará para ponerme de lodo, porque quien me ha dado seis nombres de P, conviene a saber: pícara, pobre, poca vergüenza, pelona y pelada, ¿qué he de esperar, sino que como la pluma tiene la P dentro de su casa y el alquiler pagado, me ponga algún otro nombre de P que me eche a puertas? Mas antes que nos pope, quiero soplarle, aunque me llamen soplona.
Juegos de pelos a la mar.

Aplícase el atravesar el pelo al hacer el autor su introductión rethórica.

Cualidad de exhordios.

 
Nota el artificio con que se trae todo lo dicho a propósito, y se resume lo dicho.
La pluma da seis nombres de P.
Sopla Justina la tinta para quitar el pelo de la pluma.
 

APROVECHAMIENTO

     De lo que has leído en este número primero (lector christiano) colegirás que hoy día se precian de sus pecados los pecadores, como los de Sodoma, que con el fuego de sus vicios merecieron el fuego que les abrasó. Es, sin duda, que el mundo y demonio, por fomentar la liga que tienen hecha con la carne, nuestra enemiga, acreditan y honran los vicios carnales.



NÚMERO SEGUNDO
Del melindre a la mancha
A propósito de la mancha

de la saya, prosigue

artificiosamente el autor la

introductión de su libro.

QUINTILLAS
 
          Por soplar, manchó Justina
       Saya, tocas, dedos, palma ,
       Y por el mal que adivina,
Suma del número.      Aunque no era tinta fina,
     Le llegó la mancha al alma.
 
        Que no hay más justo recelo
     Que temer manchas de lengua,
     Pues no hay jabón en el suelo
     Que, si te manchan un pelo,
     Te pueda sacar la mengua.
 
Quéjase de los daños de la tinta.

Pinta el tiempo de su mocedad, y cómo todo se muda.

Excusa sus rugas graciosamente.

Excusa el habérsele caído los cabellos.

   ¡Ay, que me entinté palma, lengua, toca y dedo por quitar un pelo! Ya yo sabía, señora tinta, que vivo en cuaresma y con velaciones cerradas, sin que ella viniera muy aguda a echar sobre el retablo de mis dedos otro de duelos, con el guardapolvo de su luto. Pues no nos coque, que tiempo hubo en el cual, si yo quisiera, me sobraran sacrismochos que de un instante a otro me quitaran el guardapolvo y me pusieran de veinte y cinco. Pasó aquel tiempo, vino otro. No es culpa mía. Atribúyolo a la fortuna que es ciega, al tiempo que es loco, al albedrío humano que es voltario, y, para decir verdad, parte de culpa tienen unos sulquillos que me han salido a la cara, que algunos los llaman rugas; y engáñanse, no lo son, sino que mi rostro es muy blando de carona, y los cabellos soltadizos, que de noche se me han derribado por cuello, cara y frente, me sulcaron la carne y me dejaron estas señales, y yo, de puro enojada contra tan traviesos cabellos, los segué un agosto, y me unté con sangre de morciélago, porque no naciesen más cabellos tan villanos y tan amigos de arar tierra virgen. Y aunque hallé remedio para dar carta de lasto a mis cabellos, no le he descubierto para embeber estas alforzas o bregaduras del rostro, que parece hojaldrado.
Consuelo de una mujer vieja.      Una bruja me dijo que no se me diese nada, que diz que las rayas de mi rostro no se me echaban de ver más que por la palma. ¡Tómame el consuelo! ¡Como si en la palma no se vieran las rayas! Ahora bien, pasé de la raya y saliéronme muchas rayas. No importa, que el alma tiene muchos agujeros y, si huye de la cara, acude a la lengua.
     Consuélome con que si la tinta se entona, por lo mucho que reluce, a poder de goma preparada, tiempo hubo en el que relucía mi cara como bien acecalada; tiempo en el cual mi cara andaba al olio, mudando más figuras que juego de primera, ejercitando más metamorphosis que están escritos en el poeta de las Odas, mudando más colores que el camaleón, estrujando pasas, encalando carbón, desgerrumando redomas; en fin, tiempo en el cual estaba en mi mano ser blanca o negra, morena o rubia, alegre o triste, hermosa o fea, diosa o sin días. Verdad es que como esta arte estabularía requiere sciencia y potencia, yo lo compasaba de modo que la potencia la encomendaba a mi mocedad y a mis manos, y la sciencia a tres redomas y dos salseras. Y con esto, cuando tañían a concejo en mi villa el día de fiesta cantaba yo al son de mi bandurria tres y dos son cinco, y a Dios; que esquilan.
Píntase una mujer afeitada.
 
 
Todo el bien parecer está en manos de una mujer.

Quien se afeita, tiene la potencia en las manos y la sciencia en las salseras.

De qué se acuerda, y con qué ocasión.      Mas ¡ay!, que no hay tanta infelicidad cuanto haber sido dichosa una persona. Este amargo trago, aquesta memoria triste debo yo a la mancha y fealdad que la tinta ha querido poner en los dedos con que yo solía hacer estas maravillas. Mas creedme, señora tinta, que aunque más ufana estéis de haber manchado mis dedos, toca y lengua, y tras esto lo estéis de que la mancha vuestra me llegó al alma, por lo menos no podréis negarme que habéis calificado mi historia, porque de haber vos dado a entender que ya no tengo sumilleres de corps, ni de cortina, ni sacrismochos despolvorantes desojados por mi contemplación, creerán que soy escritora descarnada, desocupada de mociles ejercicios, que ni me vierto ni divierto, que estoy machucha, que soy de mollera cerrada, que soy cogitabunda y pensativa, y no como otros historiadores de jaque de ponte bien que de la noche a la mañana hacen madurar una historia como si fuera rábano. Pero, porque no se alabe tanto la hermana tinta, ni se precie de manchega y de que se halla bien con estas carnes pecadoras, a fe que la he de quitar con saliva.
Aplícase la mancha a la introducción de la historia.
Moja Justina el dedo y no puede quitar la mancha, antes se entinta la saya. Hace dello melindre, y concluye a propósito. Saliva en ayunas.      ¡Ay! ¡Ay! ¡Por el siglo del buen Diego Díez, mi padre, que he mojado tres veces el dedo con saliva en ayunas y no quiere salir la mancha! Demonio es la negra tinta, pues aunque fuera serpiente, hubiéramos ya aventádola y aun muértola, que, según dicen en alabanza del ayuno, la saliva en ayunas mata las serpientes. Mas, según veo, esta tinta, mientras más la escupo, cunde tanto como si fuera olio, con que asientan y se entrañan la tinta y colores. Por mi fe, que lleva camino de pedir término peremptorio y meses de plazo antes de salir a cumplir el destierro. Aun si fuese peor de sacar una mancha de las carnes que de los vestidos, sería el diablo.
Sopla Justina y cáese tinta en la saya. La mancha es mal pronóstico, y lo primero es símbolo de castigo de soberbia.      Peor está que estaba. Juro como mujer de bien, a lo menos, como mujer de buenos, que por quitar la mancha del dedo, se me ha entintado la saya blanca de cotonia, puesta de hoy. Ya es esto mal pronóstico. Tiros son a mi fama, irremediable pena. Que, en fin, para el vestido hay jabón, pero no para la mengua en la fama, contra quien esta mancha arma la mamona, estando en ley jirolífica, y quiere que mi misma pluma dispare contra mí la ballestilla.
     ¡Ay de mí! Por soberbia me tiene la fortuna, pues ansí me trata, pareciéndole que para humillar mi entonación son necesarias todas estas diligencias. ¡Oh fortuna! Admito la advertencia, pero niego el presupuesto. Nadie piense que el intitularme pícara es humildad superba, o que pretendo hacer lo que algunos, los cuales, disfrazando su nombre o debajo de bucólicas églogas y diálogos pastoriles, intentan lisonjear a otros y ensalzarse a sí mismos, volviendo las trabas en sueltas, trepando con grillos de cordel y sacando caras de hombres debajo de las máscaras de monas. Que quien entendiere bien qué cosa es nombrarme la pícara, dará por creído que tomo otro rumbo y voy ajena de toda soberbia y altivez.
 
El título de pícara no es con mal fin.
Authores hay que con apariencia de estilo humilde, lisonjean y hacen otras impertinencias.
Historia de Herodes ensoberbecido con sus vestidos.

El cielo es enemigo de los soberbios

     Herodes se ensoberbeció tanto un día que se vio adornado con ricas topas de tela, reverberantes con el sol, que deslumbrado del resplandor de su vestido, o por mejor decir, de su ignorancia, dio en decir que era Dios y que como a tal le adorasen. Mas como el cielo es enemigo de soberbios (y tanto que por no poder sufrirlos dio con la carga en el suelo y aun en el infierno), quiso confundir su soberbia loca a papirotes, y aun a menos. Confundióle con manchas, las cuales, cayendo sobre la ropa, le traspasaron el alma, como si cada gota llevara una saeta de celestial fuego envuelta en sí. Y fue que un día le envió tanta agua y con ella manchas sobre su vestido rico, con que le dio a entender que su nueva divinidad era ahogadiza y pasada por agua, y aun aperdigada a ser pasada por fuego. Justo castigo, no lo niego. Justa pena contra quien, por verse vestido de oro, se olvida que es de polvo y lodo, como si el oro y cuantos ricos metales hay no trajesen consigo la memoria de la muerte y corrupción, en razón de que las arenas exhaladas, corrompidas y acabadas, en virtud de su corrupción, se convierten en saphyros y en las demás piedras y metales preciosos. Y la misma memoria traen las sedas consigo, por haberlas tejido y labrado un gusano, el cual, por unos mismos pasos va caminando a la muerte y a hacer su tela.
 
Divinidad ahogadiza, etc.
 
Todo es memoria de la muerte. Oro y metales.



Sedas. Gusano de seda.
       Mas, ¿a qué propósito se ha enfrascado Justina en el miércoles de Ceniza, no habiendo pasado Carnestolendas? Yo te lo diré, amigo preguntador. A un Herodes relleno de divinidad postiza, bien fue que la tinta le diese a entender que tenía más de manchego que de inmortal dios. Pero ni de mi vestido, ni del nombre que me doy en esta historia, ¿qué soberbia se puede presumir, para que así me humille el cielo? Es, sin duda, que me tienen por tan soberbia los murmuradores destos mis escritos, que han pedido al cielo que, para humillar mi entono, no se contente con haberme echado en remojo a puro hacer saliva, sino que llueva agua de Guinea sobre mis vestidos. Pues, por mi fe, que no hay para qué.
Excúsase de la comparación de Herodes. Y atribúyelo a los murmuradores.
Cuenta cómo le dio la saya a un bobo. Y que la saya no tiene culpa que meresca pena de muerte      Ya sería posible que esta culpa no estuviese en mí, sino en mi saya. Mas, por cierto, que no sé yo, saya mía, qué culpas sean las vuestras que merezcan tan desproporcionadas penas; antes, de verdad, afirmo que en mi vida tuve saya que más en estado de inocencia viviese.
El rifador castigado.      Diome esta saya un inocente de los que caen por verano, habrá cuatro días, con tan sana intención y con tantas reverencias, que tuve escrúpulo de vestir saya tan reverenciada y reverenda, imaginando si acaso la había rifado a alguna imagen, como el otro que azotaron porque, después de haber ganado a San Antón la moneda, le rifó todas las cochinillas que le encomendasen aquel año. Y lo mismos hizo con una Sancta Lucía, a quien, después de ganado el dinero que tenía para aceite a la lámpara, le dijo:
     -Señora Santa Lucía, una noche, y sin ojos, bien os podréis acostar a escuras.
     Con su salsa se lo coma, que, a lo menos, si pudo rifar la moneda a estos santos, pero no los docientos amapolos que le mandaron asentar los señores inquisidores por estas insolencias y otras semejantes, que ni en burlas ni en veras es bueno partir peras con los santos, que son nuestros amos. Así que quizá este era rifasayas, como el otro era rifa cochinos. Pero débome de engañar. Sin duda fue que aquel bendito que me dio la saya había sido fraile novicio, y al dármela no me habló por no quebrar silencio, si ya no es que las niñas de sus ojos (como niñas, en fin, parleras) me parlaron un montón de cosicas. También es verdad que ayer, que se contaron tres días después de la data, salió, como ahogado, a la orilla del río, donde me columbró, yendo yo a una ermita de un ventero, y me dijo dos o tres razones pavonadas, en que me apuntó algo tocante a la saya. Mas como yo estaba ya ensayada y ero moza de buenas costumbres y mejores pasos, y el hombre no sonaba, no dejé el portante, sino, a lo envarado, le volví a mirar con unos ojos que enfrenaran un berraco, y desde aquel punto y hora quedó tan a tapón el pobre noviciote, que no me ha dicho chus ni mus. Así que la saya no tiene la culpa, la pecadora, y no sería justo que si la culpa es mía, lo pague ella. Señora saya, que ya se pasó el tiempo de los Sicconios, Píndaros, Colonios, en el cual ahorcaban los sayos y sayas de los malhechores, lo cual, después, la gentilidad tomó por jiroblífico de la injusticia que hacen los jueces cuando imponen al inocente la culpa del malhechor.




Niñas de los ojos.
Jeroglífico de la injusticia.
Péganse las malas mañas.      Mas ya podría ser que alguna otra saya mía, compañera vuestra, os hubiese pegado ruines mañas merecedoras destas manchas, que esto de malas mañas pégase más que frisa de verdugo a carnes de público penitente.
     Mas, ¿qué hago de espulgar culpas de mi saya? Ya no me falta sino mirar si en el alforza se le ha retraído algún pecado nefando o alguna descomunión de matar candelas, según ando echándola hurones que husmeen los deméritos que la acarrearon la mácula. Mas, ¿para qué me gasto, para qué me consumo en despabilar las entendederas? ¿Qué puede haber sido el haberme manchado, lo primero los dedos, y lo segundo el vestido, sino un pronóstico y figura de lo que me ha de suceder acerca de mi libro, si ya no me ha sucedido? Los dedos, ¿no son con quien escribo mi historia? Pues ¿quién duda sino que el haber caído en ellos mancha pronostica las muchas que han de poner o imponer a mis escritos?


La significación de la mancha, a propósito de hacer su introductión el author.
Dicho notable de Aristóteles.      Acuérdome haber leído que, tomando Aristóteles la pluma en la mano para escribir ciertas cosas contra Platón, cayó una china de lo alto, la cual le hirió en el pulgar y, aunque no era nada agorero, dijo:
     -Dedo apedreado no puede apedrear bien.
     Y cesó por entonces de impugnar a Platón.
Aplicación.      A propósito: mancharse mi dedo, y con el mismo material que le había de ayudar a escribir, es cierto pronóstico de que pondrán tachas o impondrán mácula y dolo en los dedos que lo escriben, cuanto y más en la intención mía y en la perfectión desta mi obra. Y el habérseme manchado la saya con que yo me adorno es indicio de que no sólo en la substancia desta historia pondrán los murmuradores falta y dolo, pero aun en el modo del decir y en el ornato della, conviene a saber: en los cuentos accesorios, fábulas, jiroglíficos, humanidades y erudición retórica pondrán más faltas que hay en el juego de la pelota. Pero pongan, que les llamaré gallinas; murmuren, que sobre lo que se habla no están impuestos millones; dessubstancien, que no les engordará el caldo esforzado que de aquí sacaren; digan, que de Dios dijeron; deslustren, desadornen. ¿Saben con qué me consuelo? Con una carretada de refranes: arrastren la colcha para que se goce la moza; tras diez días de ayunque de herrero, duerme al son el perro; tañe el esquilón y duermen los tordos al son; al son que llora la vieja, canta el cura en la iglesia.








Refranes a propósito de tener en poco el qué dirán.
     ¡Afuera murmuradores cuyas lenguas son acicates de mi intención!
     Cuanto y más que el tiempo, aunque es todo locura, todo lo cura, y es cierto que ningún otro médico da tan infalibles recetas para curar un desengaño. Y por eso dijo bien un poeta:
     -No hay mancha que con algo no se quite, ni detractión que el tiempo no desquite.
Excúsase de murmuradora y maldiciente.      Si yo manchare ajenas vidas, linajes, estados, oficios o personas, o descubriere algún nocivo secreto, el cielo manche mi honor. Mas, pues no trato de eso, ¿por qué me quieren matare?
Habla con su criada.      -Venga jabón, Marina, no te de pena mi mal, que como dice el refrán, no temas mancha que sale con agua.
Mira la saya atentamente, y apódala.

Treta de astutas.

Nombres varios impuestos por las melindrosas.

     Donosa hisopada, que así me ha salmonado la saya. ¡Vive diez, que como la saya es blanca y se ha salpimentado con tinta, parece naipe de suplicacionero! Mas no importa, que las astutas, de un momento a otro, hacemos verano y mudamos rostro, edad y casa. ¡Qué aliño para no mudar saya! ¡Vive diez! No digo yo saya, pero a poder de miel cerotera entraremos en tantas mudas que mudemos el pellejo como la culebra o ciliebra, que así la llaman unas benditas de mi barrio, que llaman a las zapatillas, daifas; a las ligas, tenedorcillos; a las calzas, taleguillas; al faldellín, cerco menor; a las piernas, listoncillas; al culantro, cilantro; a las turmas del carnero, hígado blanco, y usan otros nombres a este tono que les debieron de hallar en la catepina machorra, a quien atribuyó la otra Melibea, que decía que este nombre asno se había de escribir con equis.
     Pero, dejados asnos a un lado, venga papel, Marina.
 
APROVECHAMIENTO
     Especial vicio es de gente perdida no llorar los graves desastres de su alma y lamentar ligeros daños del cuerpo. Tal se pinta esta mujercilla, la cual llora la mancha de una saya como su total ruina, y de sus inormes pecados no hace caso. Deste género de gente dijo el Propheta: tienen manchas desde la cabeza a los pies, y (siquiera) no cuidan del fin en que vendrán a parar males tamaños.
 
NÚMERO TERCERO
Del melindre a la culebrilla
 
SONETO DE PIES AGUDOS AL MEDIO Y AL FIN
 
Suma del número.         Púsose a escribir Justina, y vio
     Pintada una culebra en el papel.
     Espantóse y llamó al ángel San Miguel,
Vio Justina uns culebrilla en el papel. De lo cual hace donosos melindres y, en achaque de consuelo, declara el author su intento y hacer prólogo al lector.      Diciendo: ¡Ay, que es culebra, y me mordió!
        Mas ¿si es pintada? Sí es. Mas bien se yo
     Que la culebra es símbolo cruel.
     Franqueóla el temor, luchó con él,
     Es cobarde el temor, y amainó.
        Ya que vio la figura sin temor,
     Discurre así: ¿Acaso este animal
     Anuncia sólo mal? No. Pues ¿qué más?
        Bienes. ¿Cuáles son? Fuerza y valor,
     Prudencia, sanidad. ¡Oh pesia tal!
     ¿Qué me detengo, pesar de Barrabás?
 
Miró Justina al papel de culebrilla, y hace melindres de haber visto la culebra.

Habla con su criada.

     -Jesús, mi bien! ¿Qué has traído aquí, Marina?

     Buena sea la hora que nombré culebra, pues veo con mis ojos la que con la boca nombré. Mas ¿si es dragón? ¿Si me ha mordido? ¿Si me moriré? ¡Ay Dios! Al rostro me mira, debe de ser salta rostro. ¡Válgame San Miguel que venció al diablo, San Raphael que mató al pece, válgame San Jorge que mató la araña, y S. Daniel que venció a los leones, válgame Sancta Cathalina y Sancta Marina, abogadas contra las bestias fieras! ¡Ayme, dónde huiré! Mas ¡qué boba soy!, que no es cosa viva, sino culebra pintada en el papel, que llaman de culebrilla. Ya parece que se me ha tornado el alma al cuerpo; ya no tengo miedo. Mas ¡ay, qué necia! ¡Qué presto nos consolamos las mujeres con cosas pintadas! Debe de ser porque somos amigas de andarlo siempre. Mas, si va a decir verdad, por mal pronóstico tengo ver pintada culebra en el papel en quien estampo mis conceptos, y, especialmente, me da pena el haberla visto al tiempo que tomé la pluma en la mano.

Tornó sobre sí Justina, y vio que la culebra era pintada en el papel.

Mujer, cosa pintada.

El papel de la mano es buen pronóstico.      ¡No fuera este papel de la mano! Ya siquiera, con serlo, persuadiérame a que después de escrito tuviera mano para hacerme mercedes y me acarreara honra y provecho, dándome a maravedí el palmo. ¡No fuera este papel de la mano, para ganar por ella a los que blasfemaren destos renglones por ser obras de las mías! Si fuera de la mano, creyera que era mostrador del reloj, con que pintan a la esperanza cuerda. Pero siendo de culebrilla, entenderé que es amenaza de la envidia, cuyas armas fueron una sierpe o culebra que va engullendo un corazón.
Hace de todo introducción a su propósito.
Jiroglífico de la esperanza y de la envidia.
Papel de corazón, buen pronóstico.      ¡Ay mi Dios! Papel mío, ya que no sois de la mano, ¿por qué no fuistes del corazón, para que en la historia donde hago alarde de algunos empleos del mío fuérades tan felice pronóstico como yo deseo? Necesidad teníades de corazón para mostrarle en las adversidades en que os habéis de ver, y aun cuando tuviérades dos como las perdices de Faflagonia, no fueran de sobra. Mientras un animal muerto tiene dentro de sí el corazón, tarde y mal le penetra el fuego. Y así, si vos, aunque váis muerto, tuviérades corazón, tarde os venciera el fuego de la envidia de mis contrarios, los cuales, por momentos, intentarán alquitranaros con el fuego de sus lenguas fogosas. Pero, siendo de culebrilla, pensaré que sois el fogoso cancerbero o que habéis de ser traidor y ofreceros a quien de vos se quisiere servir para atacar contra mí la culebrina de su intención infernal.



Perdices de Faflagonia. Excelencia del corazón
Culebrilla es símbolo de daños.
Refiérense y declárase.
Propiedades del águila y dragón y etites.      En ver que tenéis culebrilla o dragón pintado se me caen las alas de águila, tan propias de mi arriscado ingenio, y me parece que, así como es propiedad del dragón subirse al encumbrado nido de la real águila, donde, con el veneno que allí pone, quitara la vida a sus polluelos, si el águila no se valiera de la preciosa piedra etites, llamada comúnmente piedra del águila, que es única para malos partos, para ser gratos y amorosos, y tiene otras excelentes propriedades. Así pienso que, cuando yo más me encumbrare en el nido de la altísima elocuencia, cuando más levantare el estilo sobre las nubes de la retórica, entonces el villano y terrestre vulgo hará alas de la envidia y veneno de la murmuración, y querrá, como el dragón, oprimir los polluelos de mi entendimiento, que son mis conceptos y discursos ingeniosos, que creo son particulares, por haber sido engendrados de un ingenio razonablejonazo, crecidos con lectión varia, aumentados con la experiencia, acompañados y bañados de dulces facetias que, demás de ser sin perjuicio de nadie, van en un estilo muy aparejado para dar bohemio a los principotes, cansados de cansar y estar cansados.
Alabanzas de la historia. Y historiador.
Todo animal tiene algunas buenas propiedades, en virtud de las cuales significa algo bueno.

Hormiga. Abeja. León. Águila.

Elementos. Animales venenosos.

     Mas, ¿de qué temo?, ¿qué me acobarda? Ya pensará alguno que soy agorera, y tengo tanto de eso como de ermitaña. ¿Es posible que la culebra sólo anuncia males y sólo es tablilla de malas mensajerías? No lo creo. No hay animal cuyas propiedades, en todo y por todo, sean tan malignas que, a vueltas de algunas nocivas, no tenga otras útiles y provechosas. La hormiga con su gulosía daña y con su diligencia enseña; la abeja con su miel convida y con su aguijón atemoriza; el león con su cólera mata y con su nobleza acaricia; el águila con su fiereza persigue al dragón, mas con su realeza ampara los hijos de la cigüeña montañesa, su media hermana; los elementos con sus excesos matan y con su temperamento vivifican; los animales venenosos, con lo mismo que dañan, aprovechan a los heridos; luego no es de creer que haya animal el cual no tenga algunas buenas cualidades que sean pronósticos de algún buen suceso. Según eso, algo de bueno habrá en la culebrilla que me prometa un venturoso fin. Milagro es que no se me acuerde a mí lo bueno que significa la culebrilla, que no hay hoja en los jiroblíficos, ni en cuantos authores romancistas hay, que yo no tenga cancelada, rayada y notada. Doyme en la frente con la palma para preguntar a mi memoria si está en casa. ¡Ya, ya!, ya se me acuerdan mil primores acerca del símbolo y buen anuncio de la culebrilla.
Justina, lectora de romanticistas.
 
Habla con su criada.      -Moza, abre esas ventanas, que, según me yerve de concetos esta cholla, no hay papel en casa de Anica la papelera, ni tinta en los tinteros, para comenzar a discantar los alegres pronósticos que me anuncia para en este caso la culebrilla, cuyo temor he rendido con la memoria de lo que tengo de escribir a este propósito.
Culebra, feliz pronóstico de muchas maneras. Fábula de la diosa de la sabiduría y de la elocuencia. Valentinianos.

Intento del autor en su libro. Es desengañar ignorantes.



Despídese de los necios el author.

     Por cierto, si bien lo miro, antes tengo por anuncio de gran consuelo que el papel en quien deposito mis conceptos y mi sabiduría sea de culebrillas. Lo primero, porque quien viere que mis escritos tienen por arma y blasón una culebra, pensarán que soy otra diosa Sophía, reina de la elocuencia, y que me convertí en culebra, no para engañar al dormido Adán, como los herejes valentinianos lo afirmaron de la dicha diosa Sophía, vuelta en culebrilla, sino para enseñar sabiduría a los dormidos que no saben en qué mundo viven, según como lo canta el poético choro de la misma Sophía vuelta en culebra. Y, en parte, no se engañará quien pensare de mí aquesto, porque yo, en el discurso deste mi libro, no quiero engañar como sirena, ni adormecer como Cándida, ni transformar como Circe o Medea, ni deslumbrar como Silvia, que si esto pretendiera no pusiera las redes en la plaza del mundo ni las marañas por escrito y de molde. Quiero despertar amodorridos ignorantes, amonestar y enseñar a los simples para que sepan huir de lo mismo que al parecer persuado. No hablo con los necios, que para ser oidores de mi sala, a los tales cuéntolos por sordos, y aun ternía a gran merced si para en caso de leer fuesen ciegos, que desta suerte pensaría que, siéndolo, me serían más aceptas las oraciones que me rezasen a cierra ojos, que con ellos. Así que, lo primero, la culebrilla os significa desengañadora elocuencia mía.
Sabiduría de Aristótil significada por la culebra.      Pintan a Aristóteles como que traslada sus escritos del corazón de una culebra, por ser ella símbolo de la prudencia, astucia y sabiduría. Y así debo entender e el papel que a mi authoridad importa que el papel en quien yo escribo sea de culebrilla, porque de aquí colegirán mis devotos, si gustaren, y mis enemigos aunque les pese, que mucho de lo que aquí dije lo trasladé del mismo original, de quien Aristóteles trasladó la sciencia con que se alumbra el orbe.
Medicina de ignorantes significada por la culebra. Sicionia.

Provechos deste libro.

     Esculapio, dios de la medicina, tuvo por armas y blasón una culebrilla argentada, en memoria de que en figura de culebra hizo en Sicionia milagrosas curas, en especial en materia de ojos. Esto me viene muy a propósito, porque la culebrilla me promete, y yo me prometo, que con mis escritos he de curar y desengañar muchos ciegos; conviene, a saber: madres descuidadas, padres necios, inocentes niñas, errados mancebos, labradores tochos, estudiantes bocirrubios, viejos locos, viudas fáciles, jueces tardos. Y debérseme ha el blasón de segunda Esculapia, pues lo que la culebra rasguña, mis obras lo dibujan. Y si faltare quien me diga un amén, por lo menos, podré decir que una escritora ha dicho gran bien de mis cosas, y será tanta verdad como que yo soy nacida y tengo boca.
Justina, segunda Esculapia.
Gracia y donaire, significado por la culebra.      El dios Mercurio era el dios de los discretos, de los facetos, de los graciosos y bien hablantes, y este tenía por armas una hermosa culebra enroscada en un báculo de oro. Según eso, norabuena os vea yo, culebrilla mía, enroscada en el papel sobre quien yo recliné mi corazón y mis manos. Pues con esto entenderán los que en vos vieren mis obras, que no les quiero dar pena, sino buenas nuevas, como el dios Mercurio; que les hablo con donaire y gracia y sin daño de barras; que, si con lisonjas unto el casco, por lo menos no es unto sin sal; que, si amago, no ofendo; que, si cuento, no canso; que, si una liendre hurto a la fama de alguno, le restituyo un caballo; que con los discretos hablo bien, y con los necios hablo en necio para que me entiendan. En fin, todas son gracias de Mercurio, y si doy algún disgustillo, es con palo de oro, que es como palos de dama, que ni dañan ni matan.
Intento del autor es dar gusto in hacer daño.
Palo de dama.
     Pero ya que tantas cosas se me acuerdan en pro del prójimo, querría dar con alguna en derecho de mi dedo, por no ser del bando de los galeotes, que dicen no se haber ensillado para ellos el refrán que dice: «más cerca está la camisa que el sayo».
Propriedad de la culebra.      ¡Ya! ¡Ya! ¡Una boa! La culebra, para no dar a la muerte franco el postigo de los oídos, por donde el encantador la guía, cose el un oído con el suelo, y el otro zúrcele con la cola, para que, a puerta cerrada, se torne la muerte y aun el diablo. ¡Oh culebrilla, amiga mía, y qué bien me está remirarme en el espejo que me aclara vuestro catecismo, y aprender en él y en vos cómo me he de defender de los que, so capa de melosas lisonjas, me baldonan! Bien sé que destos sirenos enmascarados me han de salir a cantar y ladrar juntamente.
Remedios contra los lisonjeros, significado por la culebrilla.
Fisgas del libro de la pícara.      Unos me dirán:
     -Buena está la picarada, señor licenciado.
     Otro dirá:
     -Gentil picardía.
     Otro:
     -¡Oh qué pícaro libro!
     Otro dirá:
     -Buena está la justinada.
     Otros:
     -Bueno es el concetillo, agudo pensamiento, gánasela a Celestina y al Pícaro.
Responde a las tácitas del murmurador.      ¡Dolor de mí, si yo no supiera que hay mordiladas insertas en unción de casco y pullas envueltas en lisonjas, y aun envidias enroscadas en alabanzas! Hermanitos, a otro perro.
     Mil años ha que hice esta obrecilla. Para aquel tiempo, sobraba, y si no fueran mocitos, que de lástima no me han dejado vaciar esta conserva, ya hubiera este librito ídose por su pie a la especería. Dícenme que está muy bueno el librito picarero, y que se holgarán con él. Vayáis norabuena, librito mío, que más cuestan los naipes y valen menos. Si ello el libro está bueno, buen provecho les haga, y si malo, perdonen, que mal se pueden purgar bien los enfermos si yo me pongo ahora muy de espacio a purgar la pícara. Mas ¡ay!, que se me olvidaba que ero mujer y me llamo Justina. Vayan con Dios, que estábamos hablando yo y el señor don papel de culebrilla.
Habla con el libro.
Torna a hablar con el papel de culebrilla.      Señor don papel: como digo de mi cuento, si alguno destos hombriperros o perrihombres os saliere a cantar por delante y a morder por detrás, no tengáis pena, que (teniendo culebrilla), con los que os ladraren, jugaréis de diente, y con los que os cantaren con lisonja o sin lisonja, haréis lo que la culebra, cosiendo el un oído con el suelo de humildad y el otro con la cola de despedida.
Definición del vulgo, que es perro de aldea.      El ignorante vulgo es de casta de perro de aldea, que halaga al saphio mal vestido, y ladra y muerde al caballero bien ataviado que pasa de camino, no teniendo otra causa deste mal acierto que su natural ignorancia y el no tener trato ordinario con los de hábito semejante. Así el vulgo ignorante, como no conoce ni sabe qué cosa es una discreción en hábito peregrino, a vulto ladra a la fama del autor, y aun si puede morder, se ceba asaz.
     Culebra tenéis, papel mío; defendeos. Si a lo grave que tenéis os perdieren el respecto, silbades, y aprovechaos de que tenéis culebra, y tenéis de pícaro lo que yo de pícara. Y si prohidiaren, morded, que los dientes no se hicieron para echar melecinas. Sólo os pido que si llegare un Pérez de Guzmán el Bueno, os rindáis a su grandeza, acompañada de su hidalga intención y noble proceder, que ni por Pérez tendrá pereza en haceros bien, ni por Guzmán le será nuevo el usar de cortesía. Y, generalmente, quiero que os rindáis y sujetéis al noble lector que con bondad pasare los ojos por vuestros sanos consejos, vestidos con el zurrón de chistes y gracias picarescas, que, en fin, tenéis culebra, y es vuestro oficio andar pecho por tierra.
Capta la benevolencia a los corteses. Pérez de Guzmán.
     Ahora bien, mal o bien preparado, ya tengo papel sin temor, dedo sin mancha y pluma sin pelos. Puesta estoy a figura para escribir. No me faltaba sino que vos, señor tintero, os entonásedes y hubiésemos menester haceros otros tantos conjuros. Mas yo os fío que, siendo tan proprio de cornudos el sufrir, siendo vos de puro cuerno (por bien lo nombremos), forzoso será que sufráis estocadas de pluma que os saquen sangre tinta, y tengáis tanta paciencia cuanta suele tener una olla de mondonguera o malcocinada, en la cual (según decía Cisneros), es mucho de ponderar que, aunque tan de ordinario es combatida de esmerilazos de cuchar herrera, jamás quebró, ni estalló, ni hendió por los lados más que si las tales ollas fueran encantadas.



Habla con el tintero.
Olla de mondonguera

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     ¡Agua va! Desvíense, que lo tengo todo a punto, y va de historia.
 
APROVECHAMIENTO
     La verdadera sabiduría es luz que no sólo descubre su objecto, pero a sí misma se manifiesta a quien la posee, de manera que nadie hay que mejor sepa lo que sabe o lo que ignora que aquel en quien la sciencia está. Y, por el contrario, el ignorante la primera ignorancia que tiene es de que es ignorante. De aquí es que con razón pinta el author esta mujercilla tan hueca de cuatro jiroblíficos que leyó en cualque romancero, en el entretanto que se le secaban los paños o traían el medio para medir cebada, que le parece que no hay sabio de Grecia a quien no la gane, ni hombre que no envidie su sabiduría y elocuencia.

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