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Capítulo cuarto

De las obligaciones de amor

Suma del número.

 
Dice Justina qué causas la obligaron a amar a su Lozano, y las que generalmente obligan a todas las mujeres, y encarece por la mayor el interés.
HEXÁMETROS ESPAÑOLES
 
     Tanto crece el amor cuanto la pecunia crece,
     Que hoy día todo a él se rinde y todo le obedece.
 
Natural deseo del matrimonio. Varios símiles.

Símil de la paloma y la yedra.

     Varias semejanzas y jiroblíficos dibujaron los antiguos para por ellos significar qué cosa es la mujer, pero casi en todos iban apuntando cuán natural cosa le es buscar marido para que la apoye, fortalezca, defienda y haga sombra, ca aun pintadas, no nos quieren dejar estar sin hombres. Unos, la dibujaron en la paloma, porque esta ave sin hembra conocida, jamás está en palomar ni la hembra sin el macho. Si así nos pareciéramos a ellas en tener la yel en el zancajo, no fuera malo. Otros, por la yedra, por cuanto esta planta jamás puede prevalecer sin tener parte de adonde asir, en tanta manera, que por asirse fuertemente a lo que topa, suele derribar los muros, a cuya causa establecieron las leyes que no plantasen yedra junto a los muros, lo cual he visto yo traer a propósito de que las mujeres hagan menos sombra en los muros de la república y demoronen menos cal. Bien aludieron a esto los que dijeron ser la mujer una planta que en ojos, frente, cabellos, manos y vestidos tenía raíces como de yedra para prender doquiera que acostase. Otros llamaron a la mujer tierra, otros agua, otros aire, otros fuego y otros cielo, y aunque esto fue dicho a diversos propósitos, conviene a saber: que por su bajeza y menoría, la llamaron tierra; por su parlería, ola, y por su fecundidad, mar; por su instabilidad, aire; por su cólera, fuego, y por su hermosura, cielo. Pero todos estos epítetos convienen en que así como todas estas cosas buscan su centro y natural región para conservarse y el cielo polos y ejes en que apoyarse, así la mujer, naturalmente, apetece hombre que la defienda, y como salió del hombre, que es su centro, al mismo quiere tornar para adquirir su conservación, si ya no es que lo apliques a que una mujer dentro de una casa es junta la contrariedad de todos los elementos.
Varios epítetos de la mujer.
Mujer, salió del hombre y a él desea tornar.
     ¡Hola, amigo, basta! Lo aplicado estaba bueno.
Modo de bien querer.      Viendo, pues, yo que allende de las comunes y generales obligaciones que las mujeres tenemos de ser varonesas y buscar varón, a mí me corría tan particular por el aprieto en que me vía, me casé con un hombre de armas a quien yo había nombrado curador y defensor en los negocios de mi partija. Este hombre de armas me armó, y si quieres saber cómo fue, no digo más sino que me miró y miréle, y levantóse una miradera de todos los diablos, semejante al humo de cal viva. Ahora, ¡qué cosi, cosi! Solía yo con este hombre hablar de la oseta y meter más ruido y armonía que gorrión en sarmentera; mas luego que le quise bien, nunca tuve palabras.
 
Amor tiene pocas palabras.
     Sin duda es que diz que el dios de amor condena a los parleros a que saquen la lengua por los ojos y el corazón por las manos. Ya es verdad que en esto de sacar la lengua, siempre apelamos con las mil y quinientas. Pienso, sin duda, que la causa que movió a pintar al dios Cupido con dos saetas es porque el amor tiene dos tiros: el uno al corazón y el otro a traspasar la lengua. Y eslo tanto, que para mostrar su destreza se venda los ojos, como el diestro tañedor que para hacer ostentación de su arte no mira al juego del instrumento más que si fuera ciego.
Amor tiene ciertos dos tiros, y cuáles sean.
Amor, por arrogante, tiene los ojos vendados.
       En resolución, digo que como el verdadero amor nunca echa su caudal en palabras, al punto que en nuestras almas entró, vació el alma del aire con que se hacen las palabras, y metió en su lugar fuego con que abrasa los corazones. Era fuego y queméme, que ni soy Larins, ni Setin, ni Arbeston, ni pabilo de la vela de Venus, ni mantel de Plinio, ni dedo de Pirros, ni cuerpo de Falisco para que el fuego no me queme.
Símil a propósito.
Cuidado dicho con pocas palabras.      Díjome Lozano su cuidado con tan pocas palabras y tan cortas, que daban bien a entender que más se hicieron para pensadas que para dichas, y como venían abrasadas del fuego de amor, salían tan estrujadas, que denotaban quererse tornar a su alma en saliendo por no se enfriar fuera della ni perder el espíritu interior con que las despedía el arco del alma por la cuerda de la lengua. Y si pocas razones manifestaron su cuidado, menores fueron las que sacaron mi consentimiento, que, en fin, es cosa constante que por pequeño que sea el eslabón, siempre es de más cantidad y más ruido que la del fuego que levanta la de la yesca en quien aprende. Sus palabras hicieron oficio de eslabón, y las mías, de amoroso fuego y yesca, de fuerza habían de ser tan pequeñas como lo es un sí quiero, que en ocho letras se concluye.
Palabras fervorosas.
     Ya no falta sino decir las gracias y partes de mi novio. Dirélas, y con ellas las tachas, que, en fin, no hay cosa criada sin chanfaina de malo y bueno, que aunque más digan de un hombre que es como un oro, nunca es oro acrisolado.
       Era mi marido lozano en el hecho y en el nombre, pariente de algo y hijo de algo, y preciábase tanto de serlo, que nunca escupí sin encontrar con su hidalguía. Podía ser que lo hiciese de temor que no se nos olvidase de que era hidalgo; y no le faltaba razón, porque su pobreza era bastante a enterrar en la huesa de el olvido más hidalguías que hay en Vizcaya. Era alto de cuerpo, tanto, que unas damas a quien pidió licencia para entrar a visitarlas, se la dieron con que se hiciese un ñudo antes de entrar. Era algo calvo, señal de desamorado; ojos chicos y perspicaces, señal de ingenioso, alegre y sobrino de Venus; nariz afilada, que es de prudentes; boca chica con frente rayada, que es indicio de imaginativos; corto de cuello, que es señal de miserables; espalda ancha, de valiente; hollábase bien, más de punta que de talón, que es señal de celoso; no tenía un cornado, señal de pícaro y efeto de pobre. Dos cosas tenía por las cuales le podía despreciar cualquier mujer de bien: la primera, que jugaba el sol antes que naciese, y no digo yo el sol, que con quedarme a buenas noches se acabara, pero jugaba toda la noche; la segunda, que era muy amigo de pollas. En esto no reparaba tanto, por creer de mí que le supiera amansar, mas lo primero siempre me dio pena, porque no tenía más retentiva en el juego que si jugara a deber o a pagar sobre los montes de la canela.
 
Phisionomía de Lozano, y su declaración.

Calvos.Nariz afilada.

Cortos de cuello y espaldudos.

Marido jugador, cosa penosa.

     Mas, ¿qué de tachas digo? Digo mal de la prenda y quedéme con ella. Caséme con él.
     Pero diráme alguno:
     -Pues, ¿cómo Justina, la tan guardada, la astuta, la que a todos engañaba y nadie a ella, se había de dejar engañar tan a ojos vistas en hacienda, en gusto y en dinero, y más en materia de casamiento, que es nudo ciego?
Excusa de casamiento errado.      A esto pudiera yo responder que quien quiere bestia sin tacha, a pie se anda; o con el otro refrán que dice: «Es mucho don Diego, buen marido y caballero.» Pero quiero que me lean el alma y en ella un consejo digno de saber de todos, ora sean de nuestro bando picaral, ora sean de otra lampa, y, en resolución, quiero enseñar la vereda por donde camina el corazón de una mujer, que quizá me echará bendiciones alguno de los muchos que andan este camino.
Verdaderas inclinaciones de la mujer en materia de amor.     Sepan todos cuantos quieren conquistar corazón de hembra que las menos se rinden a poder de pasión de amor o afición, porque en las mujeres las pasiones de amor no sólo son, como dijo el otro, reposadas y raposadas, sino son lentas y amortiguadas. Es su amor fruta que no nace en ellas, y si nace, no madura, si no es con humanas diligencias de regalos, importunidades y servicios. Es como fruta, que a veces madura en paja, otras en pez y otras en arena, y si hubiera fruta que madurara en la bolsa, era la comparación nacida.
Amor, fruta que no madura en las mujeres.
     Si quieres saber por qué caminos le viene a la mujer de acarreo el amor, yo te lo diré. Por una de tres razones ama una mujer. La primera y más principal es por dádivas e interés, por manera que, si estimamos calidades, partes, prendas y grandeza, es por pensar que es plata quebrada, por la cual hallaremos moneda e interés; en fin, que trocarnos la estima del honor por el valor del útil que deseamos. Nadie se espante de que yo diga lo mucho que puede con las mujeres el interés, pues natural razón lo persuade y patentes ejemplos lo declaran.
Los que pagan censo a la avaricia: niños, viejos y mujeres.      ¡Oh, si atinase a contrapuntear este puntillo! Tres géneros de gente hay que, por tener avinculada la necesidad, pagan fuero a la avaricia: niños, viejos y mujeres. Los niños, porque ni tienen ni saben qué es tener; los vicios porque han menester tener mucho y no tienen nada; las mujeres, porque, demás de que tienen el mal de los niños y los viejos, tienen extremo en antojos, con el cual pueden menguar el caudal imaginable. No te quejarás que esta razón ha salido mal hilada.
Todas las mujeres regatean.      ¿Quieres ver cuán codiciosas somos las mujeres? Pues repara que no hay mujer, por excelente que sea, que no regatee en lo que compra, aunque sea una reina. Nadie hay que se salga del número de las damas ni del da más; y si es verdad que al oro todas las cosas le obedecen, la mujer jamás cometió crimen lese majestatis contra esta obediencia debida al rey de oros. Así que el interés es la primera y principal cosa que acarrea nuestro amor. Esto bien claro va.
     Perdonen las Alejandras; aunque no, no perdonen, que no ha habido más de un Alejandro macho, y hembra deste hombre ni deste humor, ninguna.
Segunda obligación es verse servidas.

Por qué la mujer estima el tener por siervo al hombre.

Lo segundo que nos rinde y obliga es ver que un hombre nos está sujeto, rendido, puntual, reconocedor de nuestras excelencias y hermosura, protestador de que es indigno siervo y nosotras reinas meritísimas. Este es gran punto, y su fundamento también es muy natural, y, si no me engaño, es éste: las mujeres nacimos esclavas y sujetas, y como por nuestros pecados todo el dominio y sujeción es aborrecible, aunque sea natural y para nuestro bien, ni cosa más amable que el mandar, viene a ser que no hay cosa de nosotras más estimada que vernos con cetro sobre las vidas y sobre las almas, aunque sepamos que ha de durar poco. Y lo peor es que no dura más el cetro que si fuese hecho de humo, y si lo es, humo es que nace de fuego de estopa. Esta es la causa porque preciamos tanto las agorradas, los paseos, las estancias al agua, yelo, granizo, escarcha, nieve, relámpagos, truenos, torbellinos, turbiones, borrascas, rayos y peligros varios, en fe de que son esclavos nuestros, que si desto gustamos, es porque nos ensancha el verlos como a esclavos herrados con el sello de nuestra obediencia, aunque yo confieso que esto de servirnos los hombres, o no lo entiendo bien, o es el servicio del juego de quebranta hueso. Empero, vaya. Servir lo llaman, no le quitemos el nombre.
Importunidad vence a las mujeres.      El tercer modo, también muy cosario para rendir voluntades mujeriles, es la importunación perseverante o perseverancia importuna. No lo digo por decir, sino porque es verdad notoria, y la razón lo es mucho más. Las mujeres nacimos para dar gusto, y no hay cosa que a nuestro natural más le contradiga que dejar a nadie descontento. Aquí prenden los muchos alfileres con que nos prendemos; aquí consiste el deseo de componernos y ataviarnos para dar gusto; de aquí nace favorecer a los atrevidos y escoger el más feo, por ser el más importuno.
Por qué se las componen las mujeres tanto.
     Dirásme:
     -¿A qué propósito tan larga arenga?
De los fundamentos dichos colige la excusa de su yerro.      No te espantes, que para gran salto es menester tomar muy de atrás la carrera, y para excusar un tan errado casamiento es necesario poner tales fundamentos como los que has visto, y aun plega a Dios no se nos caiga la casa. Digo, pues, que no te espantes de mi yerro, porque si alguno tuvo excusas, fue el mío.
Justina, conquistada por tres caminos.      Tres cosas he dicho que rinden una mujer: interés, presumpción y importunidad. Interés, no dudes que le hubo, pues sin quien me amparara, ni mi sentencia era sentencia, ni mi hacienda fuera mía. Mi presumpción no era poca, pues casando con hijo de algo, había de salir de la nada en que me crié. Demás de que era muy puntual sirviente, y, si se puede decir, me adoraba. Y lo que es importunarme, fue de modo que siempre me andaba haciendo arrumacos y formando querellas, diciendo las arengas comunes, conviene a saber: que me matas, que me acabas, toma este puñal y muera a tus manos, tigre, y todo lo demás que en semejantes ocasiones se suele necear.
Arengas comunes de amadores.
     Con esto desató mi corazón y me determiné meterme a caballera y mujer de algo. Quísome, quísele, ¿que se ha de hacer? Puso el fuego la codicia, atizóle la importunidad, soplóle la vanagloria; el diablo cayera. Y más, después que el amor es indiano y aun avestruz, que come metal acuñado.
       De todos nuestros conciertos no dimos parte a mis hermanos, que ya sé el refrán que dice: «Quien sus propósitos parla, no se casa». Sé de cierto que si les descubriera mi pecho, antes me le atravesaran con lanzas, que dejármelas correr con este hidalgo, que ya se sabe que es natural la enemiga que tienen los villanos a los hijos de algo, que para dibujar los antiguos un villano, pintaban un montón de tierra, y para pintar un noble, dibujaban un sol. ¡Y qué bien, y qué a mi propósito! La tierra, con ser ansí que del sol recibe tantos bienes, procura, como villana, con sus vapores y exhalaciones tupir el aire y ofuscar y enturbiar la clara y hermosa luz de el sol; mas él, como hidalgo, trueca estos vapores en agua, con que se fertiliza la tierra villana, y paga su osadía con hacerse el sol estómago de sus indigestas crudezas y alquitara de sus exhalados vapores. Ansí el villano, con recibir de un hidalgo hombre de armas honra y provecho, siempre le aborrece y persigue.
Enemiga entre villanos e hidalgos.

Jiroglífico de la tierra y el sol.

Símil de la tierra y el sol a propósito de la enemiga entre villanos e hidalgos.

Villanía ingrata.

Fábula de la riña de los animales nobles e hidalgos.      Y allá fingió la fábula que riñeron los hidalgos y villanos animales y publicaron sangrienta guerra. Mas salió de concierto quedos, por ambos campos, las hubiesen. En nombre de los hidalgos fue nombrada el águila y de los villanos, el dragón. Salieron al campo. El dragón anduvo en todo como villano; lo primero, dijo al águila que, para pelear con armas iguales, había de ser la batalla en el suelo y que le había de prestar unas alas. Todas estas ventajas le dio el águila, y, en entrando en batalla, al segundo encuentro se retiró el dragón diciendo que no quería pelear más. Preguntando el águila que por qué causa lo dejaba, respondió:
Ventajas y nobleza de el águila.

Jeroglíficos de hidalgos: águila y dragón.

     -Yo lo diré. O me vences, o te venzo. Si me vences, muy bien es dejarlo. Si te venzo y te mato, ya sé que es condición de águilas venir cada día muchas a ver el cuerpo muerto de su especie hasta que del todo se corrompe, y aborrézcoos tanto, que más quiero no ser vencedor, que veros tan a menudo.
     ¡Mira hasta dónde llega el odio de villanos e hidalgos! Es tanto, que un día, de burlas, se lo dije a Nicolasillo, mi hermano menor, y me dijo que la maldición de Dios hubiese si me casase con hombre hidalgo. Por esta causa se lo encubrí a los demás, hasta que un domingo fuimos mi esposo y yo y mis hermanos juntos a la iglesia, y allí nos amonestó el cura.
     Mis hermanos, cuando vieron nombrar Justina Diez, hija de Fulano Díez, con Fulano Lozano, embazaron: mirábanse unos a otros, y luego todos me miraban a mí.
En la iglesia se descomide Justina.      Y parecióme ya mucha miradera, y, pardiez, no lo pudiendo sufrir, aunque estábamos en la iglesia, afirmé mis manos sobre las sobre arcas y la cabeza sobre el cuello, y en buen tono les dije:
     -¡Yo soy! ¿No me conocéis? ¿Qué me miráis?
     ¡Mal era, en buena fe, que no les iba yo a ellos a dar cuenta de lo que yo hago! ¿Vistes ahora? ¡Buen aliño tuviera yo, para que me lo estorbaran! Lea, señor sacristán, y digan, que de Dios dijeron.
     No me chistó hombre. Riñóme el cura, mas, como dijo la asturiana, vengué mi corazón. Con esto, y con ver que mi pandero estaba en tan buenas manos como las del hombre de armas, no boquearon palabra, sino que vomitaron hasta el postrer maravedí de mi hacienda.
     Desde allí, comencé a cobrar bríos de hidalga, mas no por eso mis hermanos me tenían más respeto.
     ¡Mal haya el nacer villana y montañesa, que nunca sale la persona de capotes! Es lo que dijo el otro carnicero que no quiso adorar la imagen de Venus, porque supo que se había hecho de un tajón en que él cortaba carne, y dijo:
     -Como la conocí tajón, no la puedo tener respeto.
     Ansí que, como me habían conocido tajona, nunca me guardaban el debido acatamiento.
 
APROVECHAMIENTO
     Una mujer libre a la misma Iglesia santa pierde el respeto y en ella se descompone, porque quien niega a Dios la posada de su alma y la tiene tan en poco que, de casa de Dios, la hace pocilga de demonios, tampoco atiende cuán digno es de suma reverencia aquel divino templo en que Dios está real y verdaderamente.

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