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ArribaAbajoDe cómo después que fuý a la corte, hallé en Valladolid al dicho marqués de Ayamonte con todos los grandes del reino, que avía llamado el Emperador, y lo que me pasó con él

Yo llegué a la villa de Valladolid y visitava mucho al duque de Véjar, de quien era eredero el mismo marqués, por ser casado con hija de su hermano y no tener hijos el duque ni otro más propinco heredero. Y no estava bien con el marqués, por lo que avéys oýdo en el capítulo antes déste. Y topávale por las calles y en palaçio e no le hablava de bonete ni de lengua, apartándome dél y dando otros onestos desvíos. E un día, yendo a comer con el dicho duque, díxome: «Don Alonso, ¿avéys savido como el marqués de Ayamonte á conprado un cavallo blanco a don Françisco, hijo del conde de Miranda, por quinientos ducados?», con grande admiraçión -y tenía razón- porque entonçes el mayor presçio del mejor cavallo eran dozientos ducados, y quando llegava a trezientos, teníase por desatino. Y en la verdad avía sido, demás de ser muy bueno el cavallo, el eçesivo presçio querer el marqués contentar al dicho don Françisco por ser de la cassa de Çúñiga y del dicho duque e ducado que él heredava, porque syenpre travajó de tener contento, así al mismo duque, como a padre y señor, como a todos los demás deudos y amigos suyos.

Y respondiendo a lo que el duque me dixo, díxele: «Señor, no se espante Vuestra Señoría el marqués aver dado quinientos ducados por ese cavallo, porque los da del pan de su compadre y no de su padre, que es a pagar quando eredare de vos lo que tenéys miserado y guardado». Y antes que os diga lo que el duque desto syntió y respondió, quiero que syntáys e sepáys que yo hablava sienpre, bien de los que quería bien y sienpre mal de los que quería mal, porque, demás de paresçerme bestialidad dezirme bien de todos ni mal de todos, no resta agradesçimiento ni vengança. Y aunque ésta está proyvida en nuestra santa fee católica, como no soy santo sino pecador y confío más en la misericordia de Dios que no en mis obras, tengo consuelo con esperança de enmienda y deseo della, aunque lo mejor sería ser santos y no pecar. Mas como Dios permitió oviese diablos y otras ocasiones, no es de maravillar, espeçialmente que con pasión todo se deve de perdonar más que lo que se haze con viçio.

El duque se alteró de lo que le dixe en grand manera y díxome: «Juro a Dios y al cuerpo de Dios que le á de ser más larga la paga que piensan, ni que el uno ni el otro». Y díle negra comida, y el marqués, de que lo supo, que fué luego, negra çena. Y otro día, paseándonos el marqués de los Veles e yo por la Corredera delante de palaçio, topamos con el dicho marqués de Ayamonte e con el conde de Nieva. E dixo el marqués de Ayamonte al de los Veles: «Señor, troquemos compañías, porque quiero hablar al señor don Alonso». E sacóme hazia el campo e a la salidam de la villa mandó quedar sus criados, y fuémonos solos los dos en sendas mulas y espadas y capas. Díxome: «Señor don Alonso, yo os é sacado aquí para deziros lo que oyréys». E yo quisiera más estar doliente en la cama, para dezir verdad, que sano allí; porque estos grandes señores pocas vezes se determinan, y ver a éste tanto, y tenerle por valiente, y que matarme él a mí o yo a él todo me era demandarlo, tenblóme la contera y aun el coraçón.

«Ya sé» -dixo el marqués-, «questáys enojado de mí. No tenéys razón, porque sy yo favoresçí contra vosotros al comendador Tello, entrava en mi casa y vos no. Y él me dió el pago que yo meresçía y que vos me avíades de dar, porque yo me enemysté con el señor don Pedro Enrríquez, que es persona tan calificada y mi primo segundo, y con los demás que le acuchillastes, que pocos me salían de deudo. Y encarguéle y roguéle que sy avía de ser amigo de vosotros por otra mano, que no lo fuese syno por la mía, para restaurarme con vosotros. Y que si no lo avía de ser y se sentía por ynjuriado, que yo pornía mi persona y estado por él contra vosotros. Y con esto me fuý a Ayamonte, do dixe que me enbiase el aviso de lo que de mí quisiese.

»Y quando no pensé, supe por otras vías como por mano del señor duque de Arcos avían hecho sus amistades. Y creo que me an dicho que no quisiera que me fuera de con él. Y a los que quiero más de lo ques razón no les doy nada, por do podréys entender que no os estorva mi amistad la del comendador Tello. Tras esto os quiero dezir que é visto que no me habláis bien y que habláis mal de mí al duque mi señor. Es menester que os determinéys aquí; y si no os determináredes, os hago saver que sy quisyéredes mi amistad, en mí ternéys buen amigo; y sy no, yo os prometo, como cavallero, de hazeros matar, sy más dezís mal de mí al duque».

Yo le respondí: «Yo é oýdo todo lo que Vuestra Señoría me á dicho, y respondiendo a todo junto con brevedad, digo que quiero más bivir en vuestra amistad y ser vuestro servidor que no morir de otra manera; quanto más que yo ya veýa esto que Vuestra Señoría me á dicho e yo deseava reconçiliarme en vuestra graçia,» como desde entonçes quedé. Y después le ynbié presentes, y él a mí merçedes. Y ansý se da fin en esto.




ArribaAbajoCómo llegué al Emperador y lo que me pasó con él çerca desta pendençia

En besándole la mano al Emperador, de rezién venido de Sevilla, díxome un flamenco que se llama Falconete, a quien avía dado el Emperador la encomienda y veintiquatría de Sevilla que tenía el dicho comendador Tello, porque se tubo por çierto que avía muerto de las heridas: «¿Por qué no matastes a aquel comendador, que avía avido yo su vacante?» El emperador se acordó dello y díxome: «Pues ¿cómo, don Alonso? ¿todas ésas eran vuestras valentías, que fuystes doze e muy armados a matar a uno?» Yo le respondí: «Señor, es verdad, y yôs diré por qué. Avéys de saber que yo lo quería matar y por esto fuý con doze e muy armados; que sy yo quisiera que me matara él a mí, fuera solo y desarmado».

Y asý doy fin a esta plática por daros quenta de lo que me pasó con Su Magestad açerca de mi venida en Sevilla, en la reduzión del reyno de Mallorca y defensión de la ysla de Ybiça, porque ya os tengo dicho que quando a esta çiudad vine y me acontesçió esto que os tengo contado destas cuchilladas y diferençias, venía de servir a Su Magestad en esto, y Su Magestad me avía scripto que descansase en Sevilla y luego fuese allá.

Y porque no quede nada por dezir, desque el comendador Tello fué sano de las dichas heridas, porque yo dixe çiertas palabras contra él, se juntó con sus deudos y me dixo otras, de que todos quedamos satisfechos, aunque después, por otra lyviana cossa, le desafié, diziendo que ya que yo le avía tomado con mis deudos y él a mí con los suyos, que bien sería que nos hablásemos a solas y que escogese él el lugar, que yo yría con una espada y una capa. Y él fué a la Vitoria a esperarme, que es fuera de la çiudad. Y súpose syn falta suya ni mía. Y fuimos presos y amigos, aunque no mucho, porque aunque no nos hablamos, no nos tomamos mala voluntad ni nos hazemos malas obras. No pongo en este mi libro las palabras que pasamos, porque las que se dizen con ýnpetu no está en mano de las gentes ni se deve hazer caso dellas. Y pues nosotros no lo hazemos, no lo agáis vosotros, espeçialmente que yo os confieso que él no quedó de mí afrontado. Y quien dixere que lo quede yo dél, miente.




ArribaAbajoLo que me passó con el Emperador, nuestro señor, quando fuý a darle quenta y descargo del cargo que me dió de la defensión de Ybiça y reduzión de Mallorca, en respuesta de que su secretario me escrivió a Sevilla que me esperava Su Magestad para saberlo de mí

Primero os quiero dezir y avisar que no me echéys culpa ni dubdéys porque paresçería en algunas partes este mi libro que desvaría y desconforma las razones de los tiempos. Porque algunas cossas digo en un capítulo que acaesçió en dos tienpos diferentes uno de otro y que me acaesçieron otras cosas en otro tiempo que uvo en medio, acuerdo ponerlo todo junto por no derramar lo que haze a un casso en muchas partes. Y por tanto, dad crédito a todo. No digáis: «¿Cómo pudo ser esto?», porque yo os çertifico que passó ansý y que en algunas cossas me acorto por la prolixidad y por otros ynconvinientes.

E viniendo en lo que haze al casso del dicho capítulo: yo llegué a la Corte del Emperador no tan próspero como el Próspero Colona ni tan desautorizado como don Pedro de Baçán. Y fuýme derecho a casa del secretario Cobos, do le hallé en anochesçiendo, que él me vió e yo le vý y él ojo en mí e yo ojo en él, como en el balandrán de la otra con la otra. Pesándole de verme, se turbó y un rato no me habló, porque le avían dicho que ansí en robos como en fuerças como en synjustiçia, ahorcando los honbres sin causa, corronpiendo donzellas, dañando e disfamando dueñas, cohechando de sus dueños y consintiendo los robos en mis soldados, avía sydo muy desconçertado y malmirado en serviçio de Dios y del Rey y de mi cargo. Y quando me habló, díxome: «No quiero reprehenderos lo que me dizen que avéys hecho, syno lo que veo que hazéys, teniendo en poco en el acatamiento que devéys al Emperador y a la guarda de vuestra persona, queriendo poner a vuestros amigos en travajos, no pudiendo remediaros, segund dizen, que son muchos vuestros desconçiertos. Yo, como el que más os quiero, dellos, así por lo que toca a vos, como en lo que toca a mí, en vuestro peligro y en mi travajo, os aconsejo y quanto puedo ruego con vuestra ausençia déys lugar a que se olviden vuestras cosas, porque çierto os çertifico que é travajado que no os vayan a buscar y que está de vos enojado el Emperador».

Yo le dixe: «No echo culpa a quien á ynformado a Vuestra Merçed ni a Vuestra Merçed averlo creýdo, porque ellos por hablar con vos y vos por usar con ellos vuestra acostumbrada bondad con todos en oýllos y dallos crédito. Pero pídoos por merçed que, sabida la verdad y oýdas e vistas las partes a quien atañe, como viene en las provisyones reales, sy alguno de mi derecho yo hiziere tuerto, lo que contra mi alma y serviçio del Rey y onrra de mi persona que yo é hecho o dicho, o hiziere, que Vuestra Merçed dé por ninguno lo entendido e oýdo e asý creydo, porque bien creo de mí no juraría Vuestra Merçed ser verdad el mal que os dixo, porque soy muy hidalgo e muy honrrado y muy leal en el serviçio del Rey e muy afiçionado a Vuestra Merçed. De do se debe creer como paresçerán mal vuestras costumbres, las quales an sido dechado de mis lavores, que aunque no estávades presente de mi vista, nunca Vuestra Merçed ni sus condiçiones lo dexó destar en mi voluntad e deseo y obras, por do se deve creer no fueron tan malas como me mostráys que os an dicho. Antes os quiero dezir que desta manera, muchas graçias a Dios y a vos, fueron tan buenas que vos me avéys de dar muchas graçias por lo que toca al serviçio de Dios y de mi honrra, y el Rey muchas merçedes».

Eacute;l me respondió que por quienquiera holgara mucho de aquesto, quanto más por mí, que no avía a quien más quisiese. Yo le començe a dar quenta dello, como adelante veréys, y él a creerme. Respondióme que holgava mucho dello, que le dixese en que quería que me ayudase. Yo le dixe que en hazer que mi resydençia me la tomase cavallero y no letrado, porque yo fuý proveído por capitán y no por governador e hize justiçia con razón e no con leyes. Él se obligó a ello y ansý lo hizo, como adelante veréys. Y lluego me llevó a las ancas de su mula a la casa del duque d'Alva, don Fadrique de Toledo, el qual no se espantó menos de mi vista que os é dicho que hizo el secretario. El qual dixo: «¡Cómo! ¿tenéys con vos ese perdido?» Y ansí de la manera que dicho tengo, satisfize al uno como al otro.

Y conçertamos como otro día me llevase el duque a besar las manos del Emperador, el qual hallamos en una quadra, de pechos en una ventana. Y dixo el duque: «Dé Vuestra Magestad las manos al visorrey de Ybiça», burlándose con él e conmigo. El Emperador bolvió y no le plugo de me ver, segúnd mostró, y no me preguntó nada ni me dió de buena gana la mano. Y el duque llegó a él y le dixo que a segund mi razón y atrevimiento, él creýa que yo traýa buen juego y más para ganar con él que no para perder. El Emperador dixo: «Deso holgaré yo, por çierto». Y Ansý se entró en una cámara e yo me fuý con el duque a su possada. Y otro día me dixo el secretario Covos que Su Magestad mandava que la resydençia que fuese tomada por Hernando de Vega, cavallero de la orden de Santiago y comendador mayor de Castilla, y por el dotor Caravajal, letrado y de su Consejo de Cámara; los quales me la tomaron.

Y en prinçipio preguntaron si era verdad que yo avía ahorcado o mandado ahorcar un onbre porque no tenía çapatos. Yo les dixe que sý. Preguntaron porqué hize una cosa ynorme en desserviçio del Rey e de Dios e de mi honrra. Yo les dixe, protestándoles primero que mirasen mi confisión por términos de onbres de guerra; y que los moros vinieron y çercaron a una, yglesya de la ysla, la qual era fuerte, junto a un puerto que se llama de Pormaña, dos leguas de la çiudad do yo y mi gente estávamos aposentados. E como tube el aviso que no fué pequeño, porque con çinco pieças de artillería y con quinientos turcos y moros, todos arcabuzeros y flecheros y escopeteros la conbatían. Estavan dentro dos frailes hermitaños y hasta treynta onbres y mugeres y muchachos comarcanos que allí se avían acogido, los quales tienen por allí sus casas y hazendejas; y llámanles pajeses, como acá labradores.

E yo, doliéndome dellos, puesto que no era obligado a más de guardar la çiudad, constituçión real, considerando esto que é dicho; y aquello deve de agradesçer el señor a su criado que a aventura de su persona haze en su serviçio más de lo que es obligado, por do le deve de pagar más de lo que con él está conçertado. E yo, como lo avía más por esto que no por estotro, que aunque era mucho mi salario -porque eran quatro ducados cada día e çiento cada mes-, en más tenía lo por venir que lo presente, haziendo quenta que sy bivía, vençía, e sy moría, no veýa ni oýa, hize tocar mis atanbores e mi gente en hordenança y salí una ora después de amanesçido de la çiudad con çient soldados, -porque los demás que allí avía metido se avían muerto de pestilençia- los quarenta escopeteros e doze vallesteros e quarenta e ocho piqueros e çinquenta onbres de la tierra con sus vallestas, mal aderesçados.

Y a legua e media de la çiudad paré en un pozo a refrescar y allí, visto yo en la gente buen ánimo e voluntad de pelear, e yo, mal por mal, más gana de morir a manos de aquellos moros en serviçio de Dios que a manos de ruynes físicos del mal de pestilençia -que avía mucha-, en serviçio del Rey. Mandé hazer el esquadra para efetuar nuestra yntençión. Y en esta sazón llegó a mí el dicho soldado ahorcado por no tener çapatos e díxome:. «Señor, el Grand Capitán de gloriosa memoria, que fué más esforçado que Aníbal y más sabio que Salamón y más franco que Alexandre, oýa a todos los que le querían aconsejar, de cualquier manera o calidad, en qualquiera cantidad, y después hazía lo que le paresçía. Y pues en todo soys su semejança, seldo en esto».

Yo le dixe, más por esforçallo que por creerlo ni ser vano, que en todo dezía verdad y que ansý quería oýllo, encargándole fuese breve, porque me davan priesa las lamentaçiones de los frayles que en la iglesia estavan y las clamaçiones de las mugeres y alaridos de los moros, lo qual todos casi oýamos y mis corredores del campo me dezían. Él me dixo: «Señor, brevemente os quiero dezir que por tres cosas no devéys de pelear: la una, porque hazéys más de lo que soys obligado, y ternía el Rey razón de se enojar, porque el Rey no os mandó que defendiésedes los campos ni los montes ni la yglesya de Sant Antón, sino la çiudad y vezinos della. Y si aquí morís e morimos, quedan desmanparados y vos no avéys hecho lo que devéys. La otra es que avíamos de venir hartos y bien armados, y tenemos mucha falta de lo uno y de lo otro. La otra es que son ellos quinientos y nosotros çiento. Y porque no penséys que lo digo de miedo, digo con esta çiento que lo tengo dicho que creo de vuestra persona, que sy peleamos que no me haréys ventaja».

Yo le dixe: «Mucho más huelgo desto postrero que con todo lo que me avéys dicho. A lo qual, aun no tenemos mucho tiempo, quiéroos responder. Y a lo primero os digo que sy vençiéremos, con el vençimiento seremos gozosos y avremos cunplido. Y Si muriéremos, una higa para Su Magestad y otra para quien nos lo tubiere a mal. Y quanto a lo segundo, digo que ninguno á hanbre, si no lo pide al que sabe que se lo á de dar. Y pues vos lo avéys hecho, debaxo de aquella higuera está un criado mío con cosas de comer, al qual os remito, y tanbién para que os dé una cota de malla o un coselete, qual más quisiéredes. Y a lo terçero, que pues son quinientos y nosotros çiento, que vos soys tan valiente como yo, que como dicho tengo no me á pesado de salir, digo que devéys vos pelear por dozientos, que yo por otros tantos pienso hazello, y peleando vos e yo por quatroçientos y los çiento por çiento, somos tantos a tantos». Él me dixo que lo avía satisfecho.

Y a todo esto no çesava mi sargento y lugarteniente de hazer el esquadrón y poner la gente en horden de pelear. E yo voyme a poner en la hilera delantera como es razón y suelen los capitanes. Yendo mi camino adelante, dentro de poco tienpo bolví mi cabeça atrás y ví, obra de tres tiros de vallesta, al dicho soldado camino de la çiudad por un prado fuera de camino. El qual creo yo que quisiera él más que fuera monte, aunque no llevara los pies tan a su plazer, quebrado como conejo, remitiéndose más a las armas dél que no a las que yo llevava. E yo, disimulando quanto pude -porque los soldados son en parte como carneros, porque por donde va el uno van todos- dixe a mi lugarteniente que fuese poco a poco hasta meter la gente en una cañada y allí hiziese alto, como dizen los onbres de guerra, para estar quedos hasta que yo bolviese.

Y tomé mi alguazil y cançiller y dos alabarderos y fuéme a caçar mi soldado, y no con falta de temor que se me avía de entrar en alguna cueva que fuera menester hurón para sacallo. Y él, cansado y parado como perdiz -que a todo esto se puede comparar- e contenpla en su bravosydad. Díxele: «¿Dónde vays?» Díxome: «Señor, a la çiudad, porque yo me é hecho una quenta que dexaréys pasar la syesta y en este tiempo seré de buelta con unos çapatos, porque estoy descalço». Y es menester que os acordéys como arriba digo que avía legua y media a la çiudad y media a los enemigos. Yo, desque ví la ruyndad del conejo o perdiz -qual más quisiéredes-, el qual avía llevado syete o ocho meses sueldo como valiente honbre al Rey, que por ladrón meresçía muerte y no la vida por covarde, mandéle ahorcar en un árbol por donde avía de pasar con un papel en los pechos que dezía así: 'Éste manda don Alonso ahorcar porque no tenía çapatos'. Y en la verdad, aunque no fuera por más de por esto, lo meresçía, porque le dava paga doble -que son seys ducados cada mes- y no tenía çapatos. E ya que los tubiera, quería más andar legua y media por huyr que media por alcançar.

Pasando por allí los soldados e viendo esto, el que no deseava ser valiente honbre deseava ser çapatero sy no tenía çapatos, o sy los tenía rotos, para cosellos. Y asý llamé luego un vallestero para que me descubriese un montezillo, y no tenía çapato en un pie. E díxele: «Llamáme otro que esté mejor herrado». Y él, con pensamiento que lo avía de ahorcar como al otro, díxome: «Señor, luego ví que me queríades enbiar fuera y ando mejor syn çapatos que no con ellos, y por eso me descalçé éste y por venir presto a vuestros mandamientos no me descalçé estotro». Fué y vino, rebentada la sangre por los dedos de los pies. Y porque por esto quise ynbiar a otro a otra cosa semejante y no ynbiava a él, me dixo: «Mientras más sangre me sale por los pies más rezio estoy; por esso no me dexéys de mandar».




ArribaAbajoDe la manera que se dió la batalla, y después a esto diré cómo fué asuelto de la residençia, bolviendo a este propósito

Luego nos fuemos hazia los moros y los moros hazia nosotros. Y venía delante un capitán esforçado y en todo peligro osado, con un grand capuz de grana vestido y lo de los lados alçado en los onbros y una escopeta dorada en las manos, armada y una mecha ençendida, y sus soldados con unas jaquetas coloradas que no le avían de aver costado mucho. Y por dalles a entender que era más poderoso que ellos, acostéme hazia la mar; y ellos no me creyeron, y tenían razón, porque ya tenían presos de la tierra quatro o çinco honbres que los avían avisado, e yo no lo sabía. Y ansimismo se acostaron ellos hazia la tierra; nosotros, para que ninguno dellos no se nos fuese a la mar, y ellos, para que ninguno de nosotros fuese a la tierra. Y más por falta de tiempo y lugar que con sobra de voluntad, rebolví sobre ellos y ellos sobre nosotros. Y a los primeros enquentros fueron el dicho su capitán e yo, porque veníamos cada veynte passos delante de nuestra gente.

Murieron el mismo capitán y quarenta honbres, y prendimos setenta y herimos muchos. Y ellos a nosotros mataron diez e syete e hirieron hasta treynta, en los quales entré yo no menos que el que más, que me cupieron diez e seys heridas de flechas y un arcabuzazo. Y dimos con ellos en sus navíos, todos los más dellos a nado. Fué la mayor parte de nuestro vençimiento que llegamos muy presto los unos a los otros y llevamos nosotros picas y ellos no. Y no tubieron lugar, syno de escopetas, y hazernos mucho daño, lo qual tubieron las picas. Y en esto quiero çesar en esta materia aunque otro día bolvieron creyendo que yo estava. muerto, y medio byvo salí. Y quiero contentarme con avérmelo loado de la manera que avéys visto, lo qual, çierto, no é podido escusar por contaros la verdad y porque una razón tirava de otra. Y como en ellas yo era el prinçipal, demás de hazerme agravio a mí dexallo de hazer, hazello-ýa a la escritura.




ArribaAbajoCómo salí de la residençia y cunplió conmigo el secretario Covos

Hernando de Vega y el dotor Caravajal, que, como dicho tengo, a mandado del Emperador y negoçiaçión del secretario Covos, el qual no solamente mantubo verdad y trabajó por mí sino por todos que se le encomendaron, porque era noble de condiçión y naçión, desque vinieron, oýda la respuesta que les dí del que ahorqué porque no tenía çapatos y de otros que me hizieron, no solamente vieron que era razón no darme pena ni culpa syno graçias y merçedes.

Y otro día fuý a ponerme delante el Emperador, el qual, antes que yo llegase, porque yva determinado de dezirlo, me llamó y me dixo: «Don Alonso, mucho é holgado de la buena quenta que avéys dado, aunque creo que os avéys ayudado con vuestra discreçión. Pero comoquiera que ello sea, me tengo de vos por muy servido». Yo, muy agraviado de aquellas palabras, le dixe: «Señor, bien creo que Vuestra Magestad save la verdad y queréys alegar dubda con color de hazerme discreto, porque sy me oviésedes de pagar lo que os é servido, me avéys de hazer rico, y esto no podía ser syn que quedásedes vos pobre». El se riyó; díxome: «Tenéys razón. Hablá a Covos que acuerde vuestros negoçios».

Al qual no fué menester ynportunarlo mucho, segund el cuydado que dellos tenía y de todos los del reyno, en espeçial de los que avían servido, asý por lo que tocava a la honrra y conçiençia de su señor el Rey, como por hazer su noble condiçión, que era tanta su bondad que çierto os sé çertificar en el mundo conosçí par ni creo que nadie. Porque el Emperador nunca lo tubo con él y por él se governó en conformidad e concordia de sus reynos e señoríos y en loor de todos los otros, así de cristianos como de moros, porque con sus obras se cree que eran por graçia del Espíritu Santo, segund eran generales. Asý su loor era general y no creo que estubo encubierto en ningund rincón del mundo.

Y bolviendo a lo de arriba, dentro de nueve días me dixo el dicho secretario Covos: «El Emperador me ha mandado que os diga que por el asyento de contino de quarenta mill maravedís que os dava y os quitó quando os despidió y desterró de sus reynos por el enojo que de vos ovo en Flandes, que agora os haze merçed de un asyento de gentilonbre de su casa, que son noventa mill maravedís en cada un año e quinientos ducados en dineros, para en tanto que se ofrezca en que poderos hazer merçedes. Y que el hábito de Santiago que le avéys pedido no os da al presente hasta que haga capítulo de esta horden, porque en el pasado él á prometido de no darlos syno en capítulo».

Yo le besé las manos a él, o besara, sy me las quisiera dar; y le mostré alegría y el agradesçimiento al Rey, no porque me paresçían mayores las merçedes que lo que yo las meresçía syno considerando que no por sólo ellas lo avía yo hecho ni por resçivir paga; antes, la mayor parte por pagar lo que devía a quien soy. Esto no lo quiero jurar. Tanbién lo hize porque, asý como los serviçios están en mano del servidor y a su eleçión e condiçión, ansý an de estar las merçedes en el señor. Y por tanto ninguno deve de dexar de hazer lo que es obligado. Y si por falta de naturaleza y de otras cosas que le liga, no lo es, travájelo consygo, porque más digno de loar es el que paga syn prenda ni contrato su deuda que no el que por codiçia de cobralla la prenda o miedo que por justiçia se la haga pagar, la pague.

Ni deve culpar, a lo menos con feroçidad, al señor no dalle tanto quanto le paresçe a él que deve ser, porque lo deve de saber él mejor. Porque nosotros, como cosas propias nuestras, dámosles otros entendimientos y parésçennos más hermosas, y no nos acordamos tan bien de los desméritos como los méritos. Y muy aýna será porque el señor no podrá. Y para serlo es menester quiçá más lo que gaste deshordenadamente en su cassa que no la horden de dallo a algunos de los que se lo meresçen. Porque teniendo ponpa, el señor satisfaze más a más y muestra temor y señorío con potençia para tenernos en paz y en justiçia. Y si se aberigüare que sólo por no querer no lo da, aun esto se puede pasar, porque como cossa que Dios le dió, para que hiziese dello lo que quisiese, como cristianos y ley virtuosa devemos avello por bien.




ArribaAbajoLo que ya como cortesano me subçedió

Començéme a poner en horden, aderesçando mi cassa y persona y criados y bestias, ansý con los quinientos ducados como con dos mill e tantos que de Ybiça saqué. Andube lo más honrradamente que pude en la Corte tres años, porque los dichos noventa mill maravedís de partido no eran bien pagados. Y en este tiempo poco más o menos acaesçió ser preso el rey de Françia en una batalla en Ytalia con el exército del Emperador. Y quando vino la nueva a Su Magestad, estava en la villa de Madrid. Y acordó hazerlo saver a los reyes sus amigos y a los onbres de título de su reyno y a sus çiudades. Y a mí, como uno de los gentilesonbres de su casa, porque por ynformaçión del secretario Covos supo que la mitad de mi linaje tenía en Portugal, enbióme allá con cartas de creençia, segund como aquí veréys porque yvan abiertas, para hazer saver al Rey y a la Reyna la prisión del dicho rey, con las palabras que aquí diré y las que me respondieron, porque no me mandaron tener secreto ni hallo que conviene a nada tenello.




ArribaAbajoLa carta que scrivió el Emperador al rey de Portugal

Serenísimo y muy exçelente rey, primo y hermano: Sabed que el rey de Françia tenía su exérçito y persona en Ytalia sobre la muy çiudad de Pavía. Y mis capitanes generales con su exérçito socorrieron la dicha çiudad y diéronles la batalla y prendieron al dicho rey de Françia y desbarataron su exérçito, como más largamente os dirá don Alonso Enrríquez de Guzmán, gentilhombre de mi casa real, que va ynformado de un gentilonbre que me traxo la nueva y çertificaçión, el qual no os enbío porque llega muy cansado. La serenísima y exçelente persona real vuestra Dios Nuestro Señor guarde y aumente. De Madrid. El Rey. Covos, secretario.

Otra carta desta manera llevé para la Reyna su muger, hermana del Emperador. Y fuýme derecho a apear a cassa de su enbaxador, el qual hizo saver luego mi llegada al Rey. Y el Rey enbió a dezir que otro día, sávado, me llevase, porque ya él savía a lo que venía. Y entrava en Consejo para saver como lo tomaría, porque aunque el Emperador era su cuñado y amigo, como el rey de Françia era cristiano y no era su enemigo, era bien mirallo. Y otro día, sábado, enbiónos a dezir que quedase para otro día, domingo, acabando de comer. Y así fuemos a esta ora, y fué conmigo el dicho enbaxador, que se llamava Juan de Çúñiga, el qual fué por secretario del Grand Capitán y mediante sus buenas obras y mejores pensamientos llegó a esto y creo que sy no muriera, creo que a más. Vinieron a yr conmigo el conde de Villanova, mi cuñado, cassado con mi prima hermana, y el capitán de la ysla de la Madera y conde de las Desyertas, casado con hermana de mi padre, e don Diego, mi hermano, y don Juan de Guzmán, que a la sazón estava huydo allá y era natural de Sevilla.

Y entramos al Rey en una quadra donde me estava aguardando, muy bien acompañado, así de obispos como de señores y otra gente. E yo, syn le pedir la mano, porque ansý fué hordenado, hinqué la rodilla en el suelo y besé la carta del Emperador, diziendo cúya era. Se la dí y levantéme; y él començó a leer la carta. Y acavado, me dixo: «Don Alonso Enrríquez de Guzmán, el Emperador me escrive que vos me ynformaréys cómo fué preso el rey de Françia de su parte. Yo vos ruego, si no resçivís travajo en ello, lo hagáys; y sy no, quando más os holgáredes dello». A todo esto él estava en una sylla sentado e yo en pie, algo abaxado. Hinqué las rodillas en tierra y pedíle la mano. Y diómela, asyendo de la mía tanto, dándome a entender a mí y a los que nos vían que fué para levantarme, como para que se la besase. Y ansymismo me la mandó, e yo beséle la mano y levantéme.

Y díxele que: «El Emperador, mi señor, haze saver a Vuestra Alteza, como a su primo y hermano y de quien, creo, holgará de toda buena ventura que le aya acaesçido, como a Su Magestad de la que acaesçiere a Vuestra Alteza segund el deudo y amistad y razón que entre entrambos ay, que estando el exérçito del rey de Françia sobre la su çiudad de Pavía en Lonbardía, el rey de Françia con su propia persona se quiso hallar en la toma della, queriendo usurpar y por fuerça tomar su juridiçión real, con derecho e justiçia que a la dicha çiudad y reino Su Magestad tiene, queriendo con fuerça de armas atraer a su serviçio la dicha çiudad y reyno, haziendo forçosamente muchas fuerças y daños en los cristianos -teniendo nonbre de cristianísimo- en desserviçio de Dios Nuestro Señor y en desplazençia de la magestad del Emperador mi señor.

«Y su capitán y capitanes generales con su exérçito se llegaron hazia la dicha çiudad. Y una noche el marqués de Pescara, que es uno dellos, con dos mill escopeteros, dió dentro en el foso dellos y aunque era breve su estada, no dexava de tener tiempo de se poner a cavallo los que no lo estavan. Y peleando fué preso el dicho rey de Françia y el prinçipal, que ellos dizen de Varra, y otros muchos mosiores que en este memorial se contienen. Y el rey de Françia y ellos fueron metidos en la çiudad de Pavía con más acatamiento que pudieron, aunque se cree que más le tubiera en París. Y desbarataron su exérçito de manera que no quedó ninguno syn ser preso o muerto o herido o huydo; e que en el exérçito del Emperador mi señor, ansý como no ovo culpa no ovo daño.

«E porque yo no tengo más que dezir syno responder a lo que Vuestra Alteza me preguntare, hago saver a Vuestra Alteza que vengo ynformado de todo lo que más allá pasa del mismo que de allá vino a hazerlo saver al Emperador, que Su Magestad lo mandó que asý lo hiziese para dezillo a Vuestra Alteza, el qual no vino como Su Magestad quisiera, porque se halló su persona en todo, porque viene muy cansado».

El Rey dixo: «Don Alonso, dezí al Emperador que yo é holgado mucho de toda buena ventura que le aya acaesçido, espeçialmente désta, que tengo por çierto que será causa de paz universal en la cristiandad». Luego me aparté del dicho rey, porque demás de ver que se acabava aquí la plática, en sus meneos ví que avía gana de retraerse. Y fuémonos al aposento de la Reyna su muger, e halléla sentada en un estrado y díle la carta. Y leyóla e díxome: «Don Alonso Enrríquez, a vos os quiero yo satisfazer, que al Emperador mi señor y hermano no ay nesçesidad, segund la confiança que Su Magestad de mí tiene y la razón que yo tengo. Yo soy ynformada que vos no avéys comido y téngoos gran ventaja para pelear con vos, porque me avéys de dezir muy por estenso todo cómo á pasado, porque çierto Dios á mostrado la justiçia y razón del Emperador, por lo que le doy muy grandes graçias. Y porque al Rey mi señor, en holgar desto, nadie ni yo le hará ventaja y no sé si querrá que con vos santifiquemos esta fiesta, ýos a comer y estad aparejado para quando os enbiare a llamar».

-«Tanpoco ay nesçesidad de dezir yo a Vuestra Alteza que el Emperador mi señor cree que Vuestra Alteza holgará de sus buenas venturas».

Y poniendo fin a nuestra habla por entonçes, levantéme y fuýme a comer. Y todos los que dicho tengo que fueron conmigo y otros muchos bolvieron y dexáronme en casa del dicho enbaxador. Y fuéronse a comer a sus casas y los más dellos bolvieron a la tarde. Y la Reyna no me enbió a llamar hasta una ora antes que anochesçiese. Y quando me vió, me dixo: «Aunque el Rey mi señor me á dicho lo que le avéys dicho, que no é estado ocupado en otra cossa, holgaré que tornemos a hablar en ello». En lo qual no hezimos parada hasta que el Rey vino. Y dende en media ora que ovimos todos tres hablado, que sería una después de anochesçido, levantóse el Rey y tomó a la Reyna por la mano. Y vamos a un corredor, do hallamos a la ynfanta, su hermana, con todas las damas de la Reyna y suyas y los ynfantes sus hermanos, don Luys e don Hernando, y el Cardenal y menestriles y cantores y hórganos y clavezínbanos. Y sentámonos en serao, y començaron las músicas a andar por su horden, y las damas y galanes a dançar y a baylar, ansý en morisco como en cristiano.

En este tiempo atravesó una dama muy privada de la ynfanta, por nonbre doña Leonor de Castro, y pidiendo liçençia a la con quien yo estava, que era una sobrina mía, se sentó en medio y me dixo: «Do ao demo la fala entre parentes, que non podéys falar en padres e madres y persoas pasadas de esta vida. De mí os hago saver que vengo enamorada de vos. Por tanto os suplico que me vaya bien con vos, porque vengo determinada de serviros y andar de amores con vos, porque me paresçe que sy no, hago con vos lo que nunca hizo muger con onbre, segund lo que me paresçéys y vengo ynformada». Yo luego ví que querría grasejar, como ellos dizen, y que grasejase yo con ella. Yo, como no soy falto desto por la miseraçión divina, acordé de darle las manos llenas, y ansý hiziera lo demás, sy ella quisiera, aunque era fea.

Díxele: «Señora, Vuestra Merçed á açertado en enamoraros de mí, porque soy mejor en sustançia que no en aparençia. En lo qual y en todo lo que Vuestra Merçed fuere de mí servida, lo seréys. Y tan poco faltará potençia como voluntad. Lo qual os digo porque es muy çierto de los negoçios dezir que suplirá la voluntad lo que las fuerças no alcançaren. Pues yo é alcançado hasta el çielo en alcançaros a vos, digo que alcançaré hasta los abismos, sy es en vuestro serviçio». Díxome: «Castellano, soys o demo y falays peligroso. Por ende digo, aynda que me avéys enojada en responderme a lo que no vos digo, mucho más os quiero agora. Ya que estoy enamorada de vos, mientras más hiziéredes porque no lo esté, menos aprovecha. Dígoos, sy me queréys entender, que vos ruego que no hagáys conmigo tan gran señor como soys ni de tanto meresçimiento, syno que vos umanéys y os conforméys con el mío». Yo le dixe se, que fuese asý, que toda la ventaja que le tenía dava por ninguna y que yo me hazía su ygual, pero que era menester que ella lo consyntiese.

En estas risas y falsas consequençias estuvimos todo el dicho serao, que turaría tres oras. Y ansý rogándome que, porque no era razón que ella fuese a buscarme por el autoridad de mi meresçimiento, que viniese otro día al comer de la ynfanta su señora. E yo caý luego en la quenta que, como se tratava cassamiento entre el Emperador y la ynfanta, quería granjearme ella. Y ella otro día fué al comer de la ynfanta.




ArribaAbajoQué es lo que de allí me passó y después açerca dello

Yo entró donde la ynfanta comía, ya que casi acabava. Yva conmigo el enbaxador del Emperador. Y por este respeto y por el que dicho tengo ovo gran regozijo y alboroto sobre nuestra entrada, ansý en la serenidad de la serenísima ynfanta como en la diligençia de sus ofiçiales, apartando y conponiendo la gente, como la conpostura de sus damas. E yo, como no avían alçado la messa, fuéme derecho a la mía, la qual me resçivió con alegre gesto y no con fermosso, por lo qual devéys de creer que era muy sabia y muy privada. Porque después que su ama fué cassada con el Emperador, cassó ella con el hijo del duque de Gandía, primogénito de su casa y estado.

Y estando hablando semejantes cosas que las pasadas alçaron la messa. Y llegué a la ynfanta y díxele: «Señora, el Emperador mi señor me á enbiado a los sereníssimos y muy exçelentes Rey y Reyna, hermanos de Vuestra Alteza, con la çertificaçión de la prisión de la persona del rey de Françia y rota de su exérçito. Yo que é traydo nueva y buena no querría bolver syn ella. Por lo que acordé y determiné de ver y hablar a Vuestra Alteza y besarle sus reales manos, a quien suplico me perdone mi atrevimiento». Y besándoselas, me dixo: «Don Alonso Enrríquez de Guzmán» -syn avérsele yo dicho ni dádole carta por do le viese, y después de casada no me supo el nonbre, como adelante veréys- «yo os agradezco mucho la nueva que avéys traýdo y no la que llevaréys. Pero yo os ruego y encargo que autorizéys la que lleváredes, como avéys hecho la que truxistes, acordándoos que soys la mitad portugués». Yo le dixe: «Eso más tenéys».

Y riyéndose e riyéndome, levantéme más enamorado della que de mi dama, ni que mi dama de mí, aunque dezía de sí. La qual no pudo dexar de declararse conmigo, ansý en las veras como en las burlas, diziéndome mill bienes de su señora la ynfanta. A lo qual le dixe: «Ya vos entiendo, como dixo la marquesa de Portugal a un criado suyo que andava enamorado». Díxome: «Pues que me entendéys, entenderéys el bien que vos viene en ello». Digo: «Señora, ¿habláis en general o en particular? porque no soy muy amigo de la república, y mío, soylo mucho». Díxome: «Sy vos hazéys algo en esto, de lo que vos sobrará verná bien a muchos, ynda que vos no queráys». Y despedíme por aquel día. Y estube çinco días en Portugal, pasando cada uno dellos mill cosas déstas.

El Rey e la Reyna, quando quisieron que me partiese, me enbiaron çiertas cartas de creençia para el Emperador, en respuesta a las que traxe, treynta cruzados de a diez ducados cada uno de parte del Rey, e de la Reyna veynte, que en nuestro vulgar castellano son quinientos ducados. Yo tomélos y guardélos, aunque çierto me pesó, como Dios es verdad, en que no eran más. Y ansý me partí, donde vine al Emperador.




ArribaAbajoLo que con Su Magestad entonçes me acaesçió. Después diré el pago que su muger me dió

Bolviendo por la posta, como avía ydo, encontré que salía de su villa de Coria el duque d'Alva, en unas andas metido. Y llegué a besarle las manos y a verlo. Y no me quisso hablar hasta queme entrasse dentro en las dichas andas con él. Y dióme quenta y mostróme una carta del Emperador que él le avía scripto, en que le hazía saver que luego se partía de la villa de Madrid, donde yo le avía dexado, a Nuestra Señora de Guadalupe; y que él yva derecho allá a besar las manos de Su Magestad. Y segund la dicha carta dezía el día señalado que avía de ser en Guadalupe, no me hazía mucho estorvo el consejo y ruego y rodeo que el dicho duque me hazía, y casi fuerça, porque en ley de razón se contiene o se deve creer que el ruego del señor es mandamiento, y teniendo yo por tal al duque y él a mí por amigo -y como tal syenpre me ayudó y aconsejó-, aunque no dexé de ver que fuera bien no enbarcarme en otra cossa hasta que oviera dado quenta al Emperador mi señor de lo que me avía mandado, espeçialmente syendo el ympedimiento con el mismo duque, que el Emperador savía que me holgava yo con él y él conmigo, que paresçía que esto hazía olvidar lo que onbre era obligado.

Considerando las dichas cosas que dicho tengo, acordé de yrme con el duque y despachar luego el correo que yo llevava por guía con una carta del duque y otra mía para el secretario Covos, haziéndole saver la causa y las causas de mi quedada, y que sy Su Magestad no oviese de venir a Guadalupe o sy dilatase la venida, lo hiziese saver, con el mismo correo, para que yo cunpliese mi jornada, segund Su Magestad fuese servido e yo devido y Su Merçed conplazido. Porque como dicho tengo y más diré y más meresçe, este secretario Covos todas las causas agenas que se le encomendavan tomava como propias, y más las mías que de nadie.

Y fuýmonos el duque e yo gastando nuestro tiempo, que aunque no fuera refrán verdadero Qualquier tiempo pasado fué mejor, lo podía dezir por éste, porque dentro en las andas hablamos en burlas y en veras y hazíamos visajes y esgrimíamos y caçávamos, haziendo falcones de burlas y de los escuderos perros, porque dondequiera que yo me hallo querría dar este ofiçio a esta gente. Porque os hago saver que es el más ruyn estado, porque son ynportunos y lisongeros e ynteresables y suzios y maçorrales, y presumen del contrario de todo esto por ser mentirosos. Y no quiero dexar de dezir lo que más me paresçe dellos. Y digo que el peor enxerto en que la cavallería se deve de enxerir es en esta mala savandija de scuderos, porque en confesos son amorosos y liberales y linpios y onrrados y bien ataviados, y en villanos son verdaderos y corteses y conosçidos y onrrados. Y no quiero dezir el por qué es todo esto, porque está muy claro y por ocuparme con el escudero y acavar la jornada del duque y mía.

El qual en syendo cavallero, luego es sobervio y dize que es montañés y que dél abaxo no deve nada a nadie. Es peligroso; sobervios todos, desafiadores, porque digan: «Fulano y Çutano se acuchillaron». Todo lo que tienen les paresçe poco, ansý de onrra como de hazienda. Son amançebados y nunca oyen misa. No temen el ynfierno porque an pasado por la rueda de los estribos y açicates y tajones de las correas, del espada, y laonas de las curaças. Hiédeles la boca. Por la mayor parte son yzquierdos. Los más no conosçen ningund pariente, ansý por no hazerles bien como porque no les haga mal. Porque, como dicho tengo, luego os dirán que son Mendoças o Ortizes o Guzmanes. E generalmente son borrachos y particularmente son muy bellacos. Son perrillos de muchas bodas todos. Los más son barbiprietos. No tienen otro bien syno saver trasnochar y madrugar. Y no pierden el camino. Y hazen bien gaspachos con azeyte y vinagre y sal y agua; y para esto es menester que consyntáys que os quiebren la caveça con dezir que es usança de guerra, y que no vale nada el onbre que no es para todo, y que en Françia todos son ofiçiales, y que el Rey y los musiores, quando se pierden en las casas de sus criados, ellos se guisan de comer y sacan sus alfanges de hazer leña y fuego. Y para reduzir esto y tornar a lo que se trata deste capítulo y comienço dél, aunque no é començado a dezir lo que ay en esta gente, segund ay mucho que dezir dellos, acabo con dezir que son ladrones, aunque no sea con nesçesidad de «sy te ví, burléme; sy no, calléme,» aplicándolo a cosas de palaçio, aunque las haziendas no les ayudan a ser cavalleros y a llamar a sus mugeres e hijas «don», y presto será, a ellos.

E llegados el duque e yo a Guadalupe con todos los plazeres y regozijos que dicho tengo, fuymos bien resçibidos de los frayles de la santa casa, ado, holgando y contenplando asý en el monesterio como en la villa y campo, estubimos çinco días, en cabo de los quales vino el Emperador. Y no aquel día que llegó, syno otro, le fuý a besar las manos y a dar quenta de lo que me avía mandado, y el duque conmigo porque ya él lo avía hecho. Y hallélo en un corredor y díxele lo que dicho tengo que el rey de Portugal me respondió y la Reyna su muger, y díle sus cartas. Beséle la mano, la qual nunca quise ver cortada, porque demás de conosçerle buena voluntad para me hazer merçed, un rey en quien tantas calidades en cantidades concurren nunca se á visto ni esperé ver. Del qual no digo más, porque muchos que dél scriven, a quien devéys dar más crédito que a mí, lo hazen.

Y luego me dixo: «Don Alonso, Vos, avéys cunplido muy bien con lo que devéys e me devéys». Y hechóse de pechos ençima de un pretil del dicho corredor y díxome: «Llegaos acá y dezíme de vos y a mí qué mundo corre en Portugal». Yo le dixe: «Sy Vuestra Magestad quiere que yo os hable con todo el acatamiento que devo y mesura hordinaria, será responder a Vuestra Alteza a lo que me fuere preguntado. Y si lo tengo de hazer como amigo -pues quel mayor serviçio que os puedo hazer es teneros por tal-, será dar a trueque cortesías de señor por verdades con amor. Las quales, sy soy consentido, pues del desacato no ay nadie testigo, deziros-é como de mío todo lo que ví y oý y devéys de hazer». El me dixo que holgava mucho dello como yo lo quisiese.

E yo le dixe: «Señor, ví un rey gordo, pequeño de cuerpo, con pocas barvas, mançebo y no muy discreto. Paresçe a Gutierre López de Padilla. Vi a la Reyna su muger, bien dispuesta y apuesta, muy onrrada y muy sabia. Paresçe con Vuestra Alteza. Vý una ynfanta bien asý y más, sy más puede ser, a la qual querría que paresçiésedes vos, dándole quenta de lo que dicho os tengo en el capítulo antes déste y ansymismo lo que dixe y me dixo. Lo cual no le paresçió mal, segund adelante ví y veréys, aunque al presente metió palabras en medio, syn responder a ellas, diziéndome: «Dezidme sy el ynfante don Luys es tan alto como yo y en qué se ocupa».

Y acabado de le dar quenta dél y de los otros sus hermanos y cosas de todo Portugal, por lo menos de la Corte que es lo más, que él me dixo: «Tornáme a dezir, don Alonso, estas palabras que me dixistes que os respondió la ynfanta». Yo le dixe: «Agora creo que es buena yerva la que trayo, pues obra en vuestra herida. Agora creo que soys onbre como los otros que Dios a su semejança hizo, pues sentís lo que se deve de sentir. Y desta manera efetuaréys una cossa de que Dios será muy servido y vos muy contento y vuestros vasallos satisfechos, porque todos lo desean. Y aunque la ynfanta no tubiese otra cosa buena syno desearos, porque trae en sus ynsygnias e devisas «Çésar o nichil», os meresçe, quanto más que no tiene par ni quento ni basta ningund juizio saverlo -asý como ello es- dezir su hermosura, su cordura, su saver, su prudençia, su meneo, su sosyego, su hedad, su senblante, su mirar, su honestidad, su oyr, su considerar».

«Yo vos ruego y aconsejo, so pena de muerte -que me la déys sy os miento- que sy oviéredes de enbiar a alguien que os case con ella, sea de quien os confiéys; antes que os la llegue que no que os la aparte; y que sy pudiéredes yr corriendo, que no vais a espaçio». El Emperador me dixo: «Avéys visto que me é reydo. Esto basta a daros por respuesta. Pero todavía, ya que os é hecho enbaxador, por hazer bueno mi juego, quiero hazer quenta de vos. No os pregunté que me dixésedes otra vez lo que la ynfanta me dezía, desque os respondió, syno para saver si se lo levantáys y verlo en ver sy me lo dezís la una vez como la otra». Yo le dixe: «Mucho más os quiero agora, pues eso no puede ser syno para agradaros más della. Y lo uno huelgo de posponer por lo otro, pero como ello sea tan verdad no é miedo de herrar». Y como çierto lo era, tornéselo a dezir asý y no fué sólo aquel día ni sólo aquella vez las que me lo preguntó.

Y agora diré, para venir a lo que paró esto, la enemistad que tube con su confesor, y cómo la reyna de Portugal me dió una carta para él; lo que, desque se la dí, él me dixo, y entre el Emperador y él y mí açerca dello passó.




ArribaAbajoLa enemistad del obispo de Osma, confesor del Emperador, y mía, y la amistad de mi señora doña María de Mendoça, muger del secretario Covos, comendador maior de León de la horden de Santiago, y bienes y merçedes que me hizo, teniendo respeto ella a que me quería bien su marido y su marido a que me quería ella, conosçiendo entrambos el deseo que yo tenía de servirlos y ellos usando su virtuosa condiçión. Y ansí se concluirá en este capítulo hasta que se casó el Emperador

El obispo de Osma fué frayle de la horden de Santo Domingo y tan agudo e diligente e mañoso que le hizieron general de la dicha horden. Y después, en reputaçión del cargo e dicha de su sygno, vino a ser confesor, del Emperador y obispo de Osma de la manera que digo que ovo estotro cargo. Doña María de Mendoça, muger del secretario Covos, comendador mayor de León de la horden de Santiago, fué hija mayor de don Juan Hurtado de Mendoça, conde de Ribadavia, y de doña María Sarmiento, condesa, su muger. La qual sobredicha doña María de Mendoça, demás de ser hija deste padre y desta madre, que fueron muy altos de linaje y muy baxos de humilldad, fué ella tan discret a e graçiosa y tan cuerda y tan honrrada que ningund sabio descontentó ni descontenta de su bondad, honrrando a todo el mundo, no desonrrando a nadie, haziendo bien a muchos e mal a ninguno, manparando y negoçiando a quien se le encomendava. Era cristianísima y afable e conversable, muy misericordiosa, muy hermosa y bien dispuesta, muy onesta, con ser regoçijada, usando de los tiempos conforme a razón. No paresçía syno hermana de su marido, asý conformesen la condiçión como en la yntençión y costumbres.

Por parte de lo qual y de mi buen conosçimiento, diligençia y comedimiento fué admitido a su voluntad, asý dél como della, aunque ella, como muger, en aparençias, asý con lágrimas y hablas en mis malos acaesçimientos mostrava más sentimiento, como en los buenos, alegría. Y así en regalos y en almuerzos y meriendas y camissas y tovallas syenpre me proveýa y con cuydado requería, como sy yo fuera su hermano de los que ella mucho quería.

Yendo Su Señoría un día a holgarse a una huerta en Madrid, estando allí la Corte, e yendo con ella dos señoras de allí, doña Ysabel de Quintanilla la una y doña Catalina Laso la otra, y sus hermanos e yo, desnudámonos en calças y jubón en la dicha huerta. Y como avíamos merendado, corriendo tras de uno dí una tan grand caýda de la qual quedé por un grand rato muerto y tenido por tal. Mi señora doña María y las otras señoras, llorando, se llegaron a mí, y púsome en sus faldas mi señora, llamándose desdichada, y desastrada su venida, segund después me dixeron. E llegó el arçobispo de Toledo, que venía a ver la dicha huerta, y con él el dicho obispo confesor. Y como vieron el alboroto y la junta y supieron que estava allí mi señora doña María, llegaron e hizieron su cortesía. Y brevemente se les fué hecha relación del acaesçimiento. Y respondió el confesor, corno onbre que creyó que yo era muerto: «En esto avía de parar éste. Váyase Vuestra Señoría». Y llevóla luego de allý el arçobispo, el qual me dió por disculpa después, que avía açeptado el dicho del confesor, por no ver llorar a mi señora doña María. Del qual confesor no quise tomar disculpa syno cargalle muy grand culpa. Y fundé enemistad contra él, hablándole por «Merçed», que segund era vano era la mayor vengança que yo dél podía tomar, especialmente syendo perlado.

Mediante el qual tiempo, como dicho tengo en el capítulo antes de éste, me enbió el Enperador a Portugal. Y la Reyna, quando me quise venir a Castilla, no sabiendo nuestra enemistad, dióme una carta para el dicho obispo confesor, rogándome y encargándome mucho se la truxese a buen recaudo; y quando se la diese, mucho le encargase de su parte el negoçio que en ella venía y que se lo acordase muchas vezes, porque era cossa que, sy se hazía, resçiviría yo parte del bien, que era muy grande. E yo, ansí por cunplir su mandamiento como porque el tiempo me dixera lo que era el negoçio de que yo avía de resçivir parte, aunque se me hizo mal por nuestra enemistad, topé con el dicho frayle en una claustra del monesterio de Guadalupe, que salía del aposento del Emperador. Y fuýme hazia él y él hazia mí. Creyendo que le yva a demandar perdón, porque era quaresma, me dixo que ya Nuestra Señora y el tiempo haze milagros.

Yo díle la carta de la Reyna, encargándosela mucho. Y él leyóla y díxome: «Señor, yo pensé que la Reyna de todos los reynos espirituales y temporales era la que hazía este milagro, que en este santo tiempo y en esta santa casa suya me hablásedes y perdonásedes. Sy en algo creéys que os é herrado, lo qual yo no é hecho con voluntad de os enojar, antes fué de serviros, porque segund me dizen que fué la causa, no fué la mía hazeros synsabor syno quitaros la gente de ençima de vuestra congoxa que, quando dezís que os enogé, teníades. Y agora áme venido esta merçed por la ynterséçión de la Reyna del más pequeño reyno temporal. Mas como no se menea acá la hoja en el árbol syn la voluntad de Dios, dél resçivo estas merçedes; y no creo que son las menores que me á hecho».

Y por conservar esta mi amestad y por hazerla de nuevo segund mi voluntad, acordó de mostrarme la dicha carta que yo le avía traýdo y darme quenta del negoçio, asý por tener conversaçión conmigo corno darme crédito que me tenía en mucho, diziéndome: «La Reyna de Portugal á mucho tiempo me manda que case al Emperador con la señora ynfanta su cuñada. Y en verdad que, asý por lo que devo a obedesçer sus mandamientos como a hermana del Emperador y señora a quien se deve acatar y obedesçer, como por la voluntad y meresçimiento de la misma ynfanta, como vos que de allá venís bien creo que sabéys. De lo qual os suplico me informéys, que será lo que más que otra cosa creeré.

«Deseo que Su Magestad casase con Su Alteza. Y tanbién, porque la ynfanta de Ynglaterra con quien estava tratado es niña y más agena de nuestra naturaleza e condiçión y prinçipalmente por lo que devo al serviçio del Emperador, se lo é muchas vezes suplicado y acordado, acordándome que me dizen que paresçe, asý en el nonbre corno en sus obras segund sus muestras, a la reyna doña Ysabel, agüela de entrambos, trayéndole a la memoria algunas cosas que en secreto de Su Magestad yo sé -de la gana que tiene de yr a tomar la corona a Roma e de aý yr a dar una vuelta a Alemaña y a Flandes- y que desta manera podrá dexar contentos y pasçíficos sus reinos con tal señora y governadores».

Desque ví que dió fin a su plática, lo qual no os quento aquí ni contaré por entero, porque sería menester de solo ello hazer un libro mayor que éste, le dixe: «Señor, no quiero tornar a hablar en la quexa que de vos tengo por no acordarme mi enojo, que ya se me acaba, ni dároslo a vos para que prinçipiéys en él, segund dezís que no lo avéys tenido. Por tal solamente quiero dezir que yo más quiero que el bien en este mundo me venga público que no secreto, aunque sea con perjuizio alguno ni aun mucho; lo uno, porque no me lo dé Dios, sy no lo quiero para repartillo, espeçialmente en plazer a mis amigos y pesar a los que no lo son; y lo otro, porque quisyera yo que antes vos me quisiérades mal que pensaran todos los que allí estavan que me queríades bien que no sólo vos quererme bien y todos pensar que me queríades mal».

«Y quanto a lo que me mandáys que os diga de la señora ynfanta, lo que sé es çierto: tal qual en este mundo nunca vino ni abrá su par entre las çelestes. Y quanto a la quenta que me avéys dado, con el acatamiento que devo le beso las manos». Aunque no digo aquí que no le llamava «Señoría», no le dexé de hazer entonçes, y él a mí «Merçed».

Eacute;l me dixo: «Pues hagamos una cosa, señor don Alonso: entendamos entrambos en este casamiento, y de entramos será el travajo y sólo vuestro el galardón. Esta tarde nos juntemos con el Emperador y sy os hablare en cosas de Portugal -que segund veo, en todo este año creo no hará otra cosa- movelde plática de la señora ynfanta, poque tenga yo ocasión, syn pesadunbre dar quenta de la carta que la Reyna me escrive a Su Magestad, porque de otra manera no osaré. Que es verdad que, demás de estar conçertado el dicho casamiento, como dicho tengo, con la ynfanta de Ynglaterra, puesto que las cosas andan de arte que ayudan mucho a la razón y a lo que todos deseamos, muestra tanta vergüença y corrimiemto el Emperador hablalle en casalla, que en verdad ya yo la tengo de le hablar en ello. Que llega la cosa que, echándoselo por la suçesión de sus reynos, me dixo: 'Eredero tengo en el rey de Ungría, mi hermano, y sus hijos.' Y esto no solamente me lo dezía con la lengua syno con la color del gesto. Yo le dixe que fuese así como lo mandava y que para eso era Su Señoría grand señor en este mundo y esperava serio en el otro, para aventurar a perder lo déste de honrra por lo del otro de gloria. Quanto más que desque el Emperador viese bien lo que lo aconsejava, aunque en la primera vista lo condenase, en la revista lo daría por libre».

No con pocas çerimonias y amores nos apartamos; y a la tarde juntámonos y hablamos al Emperador. Y preguntóme: «¿Queréys que hablemos en portugués o en castellano?» Yo le dixe: «En qualquiera lengua será bien y sará bien, y sabré bien dezir la hermosura y discresçión y gravedad y autoridad y esçelençias de la ynfanta de Portugal. Y sy el diablo á de llevar el alma al obispo de Osma, confesor de Vuestra Magestad, que está presente, es porque, segund dizen, él os lo desvía; lo qual no haría -perdóneme Dios- sy oviese de gozar de su hermosura. Pero yo, como quiero bien a vuestro cuerpo y a vuestra alma y sé que con casaros con ella el cuerpo á de gozar y el alma salvar, segund es hermosa y discreta, quiero sobre ello ynportunar». Y apartándome a hablar con un flamenco, syn dexarle responderme, llegó el dicho obispo confesor y, segund después me dixo, como diré adelante donde más, e le dixo: «Porque no diga don Alonso con verdad que desvío este casamiento, él trae una carta de la serenísima reyna de Portugal» -que mostró. Y ellos estubieron hablando dos oras. Y en este tienpo me salí y dexé juntos.

Y otro día me conbidó a comer el obispo confesor. Y acabado, me dixo: «Señor, como os tengo por discretísimo y sagaz, de gran sustançia, acuerdo de daros quenta de todo lo que pasa. Avéys de saver que, como ya os tengo apuntado, el Emperador es vergonçoso, porque es muy honesto y muy acabado de bondad -bendito sea Nuestro Señor- y sobre todo muy casto. Sy no me ayudárades vos con vuestra sagasidad, no me supiera ayudar. E desta manera, travando de vuestras sustançiales y graçiosas palabras, asý entré» -y dando quenta de todo el negoçio como os tengo ya dado, aunque no de lo que le respondió el Emperador. Lo qual fué -y os diré en menos palabras que él me las dixo, por tornar a lo que haze al caso- que el rey de Inglaterra andava de tal manera que creýa que se avía de desconçertar lo conçertado y que desta manera se efetuaría estotro. Y muy gozoso el frayle porque no le avía respondido cosa que a esto paresçiese, loándome mucho al Emperador, como arriba digo.

Dixe: «Señor, de todo querría oýr loar al Rey syno de casto. Por lo que es proveýdo es por el deleyte que el onbre tiene en no serlo y el daño que haze en serlo. Para lo primero tiene Su Magestad prudençia y abstinençia, y para lo segundo hazienda para restituyr el daño, y honrra para la fama, porque no ay nadie que no querría más que fuese su hija mançeba del Rey que abadesa de un monesterio, porque después de serlo, puede ser santa, y siéndolo, no pierde honrra y gana hazienda para ella y para muchos; y no faltará quien sea abadesa. E espeçialmente que el Rey á menester tanto ser potente para dexar subçesyón en sus reynos, para dexar quien los govierne como hizieron sus anteçesores, como para ganar el reyno de Françia».

Entonçes me respondió el obispo y alçó el braço y dixo: «Quanto en eso, potentísimo, sy potentísimo ay en el mundo, es el onesto». Y callado algo, con el deseo que tenía de ser muy amigo, dióme quenta de muchas cosas; que, aunque en la verdad no fué mala su yntençión, -como dize Pero Xuares de Castilla de los exçesos del conde don Hernando, que adelante trataremos-, fué mala su obra, como fué la de este dicho conde. Sy no, tómenle juramento al conde de Gelves y al liçençiado Çespedes, que çierran la boca quando oyen hablar en él. Y bolviendo a nuestra plática, como yo estava falso con él, -porque el que una vez me hierra nunca me açierta-, dí el entendimiento que quise a sus palabras y l'asonada que se me antojó. Y representélo al Emperador, y más con lo que yo saqué con discreçión de lo que él me dixo con nesçesydad, puesto que él no era nesçio, que de la parte que él me avía dado con amor y el Emperador con çertidunbre. Porque le açertava en las mataduras, que lo tube desavenido mucho tienpo y aun es mi opinión que por apartallo de confesor lo hizo cardenal y enbió a Roma.




ArribaAbajoDe cómo cassó el Emperador y el galardón que su muger me dió

El Emperador vino a cassar con la dicha señora yrifanta; y si no queréis creer que ayudé yo a ello, creé que no desayudé, y sy mi obra no tuvo autoridad, que tubo amor y voluntad. Y venida Su Magestad a Sevilla, do se cassó e yo soy natural, vino con ella el marqués de Villarreal, que es el prinçipal señor de Portugal, el qual e yo somos primos segundos. Y llegamos entramos a Su Magestad y díxole él: «Señora, segund lo que os meresçe don Alonso Enrríquez y lo que él meresçe por su persona y linaje, más onrra me haze a mí que yo a él en que hagamos saver a Vuestra Magestad el deudo que nos tenemos, que es primos segundos. Y porque en causa propia no tiene tanto lugar, syendo manifiesta por ella el agradesçimiento, asý porque yo querría, -asý por lo que toca al serviçio de Vuestra Magestad como a él-, que fuese gratificado, acuerdo de deziros que le devéys mucho en vuestro casamiento, segund lo á deseado y procurado».

Yo le dixe: «El marqués me á hecho merçed y favor en dezir a Vuestra Magestad el deudo que le tengo y la deuda que vos me tenéys, la qual, sy se á de pagar conforme a lo que syenpre deseo y desea mi voluntad, no ay presçio ni cantidad en el mundo. Pero todavía quiero dezir que la obra fué alguna, pues para dezir bien de quienquiera no falta pesadumbre y para dezir mal, crédito». Su Magestad no me respondió palabra, lo qual al presente atribuymos al espanto dél casamiento, porque era fresco, y fué tan fresco que para mí se hizo agua o nada. Y andando el tiempo, supliquéle me hiziese merçed de pedir el ábito de Santiago al Emperador para mí. Y díxome que sý; y dilatómelo tanto con tanta floxedad que ado me pensava contentarme con el maestradgo de Santiago, me sobrara paño con solo el ábito con no ser más de un palmo de grana.

Y vista la dilaçión, bolví a mi enamorada, doña Leonor de Castro, e díxele: «Amores, tus ojos son vençedores. Plega a Dios que me vaya a mí tan bien con ser vuestro enamorado en Castilla como os fué a vos con serlo de mí en Portugal, pues todo lo que me mandastes hize, asý allá como después acá». Ella, como dicho tengo, era muy discreta, y díxome: «Yo fué parte para suplicaros lo que vos hezistes y no lo soy para pagaros lo que meresçéys. Aunque fuera Emperatriz, no creyera menos desto, quanto más seyendo su dama y no hermosa. Por manera que, aunque os quiera hazer llana mi persona para que hagáis secuçión en ella, de deuda tan devida no presta. Mas yo falaré a la Emperatriz y le diré que muito amara que a vos faça de su Consejo, porque le cunple, y vos dé muyta renta». Fué tanta que cupo en el aduana de Sevilla, que no renta más de veynte o veynte e dos quentos. Y a lo de mi ábito, respondióme en largo tiempo que no lo avía podido acavar con el Emperador su señor.




ArribaAbajoLo que de allí subçedió

El Emperador, desde dos o tres meses que se casó con su muger, de Sevilla se fué a la çiudad de Granada, do acabó de estar el verano. Y allí, viéndome gastado y travajado y desagradesçido y mal enpleado y al Emperador mi señor ocupado con su rezién casado, que yo avía negoçiado, dando graçias a Dios y contenplando la desdicha mía en remisión de mis pecados, condenándome por do pensé que me avía de salvar, dixe al Emperador: «Señor, tres o quatro años á que vine a serviros y de defenderos vuestras villas y lugares de moros y de françeses. Y dello me mandastes y dello me hiziera yo. Y en agradesçimiento dello me hezistes merçed de noventa mill maravedís en cada un año de partido, con título de gentilonbre de vuestra casa, con quinientos ducados en dineros. Luego para sello y prometimiento de, en aviendo en qué, hazerme merçed para que yo descansase en mi casa, pues soy casado, aviendo memoria que, con sello, á diez años que hago vida en vuestro serviçio y no con mi muger. Y los quatro é pasado en esta esperança, lo qual ya antes me ynportuna y os ynportuna que me consuela.

«Por lo que me contentaré y resçiviré muy grand merçed de Vuestra Magestad me déys en mi casa lo que en vuestra Corte. Y pues que el ábito de Santiago no me lo podéys dar o queréys hasta el capítulo, yo é por bien de esperallo, pues é esperado la muerte por vuestro serviçio. Y no hago menos en lo uno como en lo otro, segund los que me quieren mal an de pensar que es por desmérito de mi condiçión, lo qual fué lo que me hizo travajar en esto, porque desque supe las asperezas de la horden, me dexara dello». El Emperador me respondió que era muy contento y mandóme dar una scrivanía que a la sazón estava vaca en Málaga, que rentava veynte mill maravedís, y una çédula en esta guisa:

«Contadores mayores de la Reyna Católica, mi señora, y míos: Sabed que por muchos y buenos, leales y señalados serviçios que don Alonso Enrríquez de Guzmán, gentilonbre de nuestra casa, nos á hecho, ansý en prender al capitán Machín, que andava en la mar en nuestro desserviçio, como en la toma de Gelves y Bervería, y en la çiudad de Tornay de Françia, como en la redençión del reyno de Mallorca, como en la defensión de la çiudad e ysla de Ybiça contra moros y françeses, syendo nuestro capitán general, que nuestra merçed y voluntad es de le hazer merçed por todos los días de su vida de sesenta mill maravedís cada un año, librados y pagados por sus terçios cada quatro meses, ni un día antes ni después, señaladamente en las rentas de Sevilla, donde le sean çiertos y bien pagados. Y dadas nuestras cartas de libramientos y asentada esta mi çédula en los vuestros libros que vosotros tenéys, bolvelde este original al dicho don Alonso para que tenga en su poder. Y no fagades ende al».

Luego me vine a descansar y con boto de no casar a nadie, antes descasar a quien pudiese, por lo menos deseallo. Y en cabo de un año, poco más o menos, ofresçióse el capítulo que deseava para aver el dicho ábito, para el qual lo tenía prometido.




ArribaAbajoCómo fué a negoçiar el ábito de Santiago y lo que me subçedió sobre ello y açerca dello

El Emperador a la sazón llamó a Cortes, asý a los grandes de su reyno como procuradores de sus çiudades. Y hizo capítulo de todas tres órdenes, -Santiago, Calatrava y Alcántara-, porque le escrivió el rey de Ungría, su hermano, la muerte del rey de Ungría su cuñado, de quien él subçedió y tomó nonbre del dicho reyno por su muger, y del ronpimiento y mortandad y destruyçión que en el mismo reyno hizo y esperava hazer el Gran Turco, y a pedir socorro para lo defender y ofender. Y juntos en la villa de Valladolid yo fuý allí en requesta de aquesta dama, porque en la verdad, como en algunas partes deste libro lo tengo començado a dezir, yo quando pedí este ábito, enamoréme dél por su gentileza syn saber sus asperezas. Y como pasó tiempo syn poderlo alcançar, ovieron lugar los que me quisieron mal de juzgar lo que quisieron, y aparejo en mí para poderlo dezir y çertificar por ser regozijado y hecho a mi voluntad, siendo, -como Dios es verdad- contra ella en lo que tocase en mi deshonrra. Y pues, como en prinçipio é dicho, que quando esto se leyere tengo nesçesidad de más onrra pata el alma que para el cuerpo, y ésta no se á de ganar con juramentos falsos, podréysme creer, pues éste es el menos que se puede jurar.

Y después me conosçí que me avía de costar caro el casamiento de esta dama o, por mejor dezir, resçivir travajo manteniendo con ella lo que su estado meresçe, y trayendo tan poco dote, porque encomienda nunca la dan syno a quien mata puerco y no a quien mata moro, como solía, porque desta manera la de don Pedro Puertocarrero, que es la mejor de la horden, fuera mía, syno doze mill maravedís de pan y agua mal pagados y çiento y treze paternostres de rezar cada día; y que, aunque mi muger sea fea, sea obligado a echarme con ella y no con otra. Entonçes no pude salirme afuera, porque ví que el Emperador holgava conmigo como con loco.

Y ansí avían de ser las merçedes, porque no podía negallas, viendo que me las hazía. Y aunque eran pequeñas segund lo que yo le meresçía, heran grandes segund Su Magestad era mezquino y que en cosa de horden ni de onrra no me avía de hazer merçed. Y considerándolo tal, ni el rezar ni la castidad no me lo estorvó ni otra cossa mayor lo hiziera. Travajélo y seguílo y no fué menester poco, porque por el desafío pasado y contado el Emperador quedó de mí tan enojado que no solamente determinó de no dármelo, pero jurólo y fué menester traer dispensaçión de Roma para asolvello del dicho juramento. Porque, como creo que dicho tengo, que fueron causa çiertas palabras que el Emperador me dixo en secreto, de que el que desafié de mí le avía dicho, que aunque tomado todo junto fuera bien disimulallo, tomándolo como se deve tomar, fué bien hazelle lo que hize y aventurar lo que aventuré, aunque no lo ygnoré.

Y llegué a la villa de Valladolid, donde hallé al Emperador en las dichas Cortes con todos sus grandes y procuradores de çiudades, como dicho tengo que llamó. E yo fuý en conpañía, esta jornada, de don Pedro Enrríquez de Ribera, natural de la çiudad de Sevilla, primogénito eredero del marqués de Tarifa, el qual dicho don Pedro fué un onbre más presto honbre que creo que ninguno en el mundo, bivo de yngenio, verdadero amigo de su amigo, espeçialmente sy no le davan lugar a que no se pudiese yndeterminar. Tenía muy liberal codidiçión, mucho esfuerço y pocas fuerças, muy franco y poca hazienda. Y con esto bivió muy onrradamente y fué temido y amado. El qual por su virtuosa condiçión, aunque entre mí y entre él no avía deudo conosçido, -y si alguno avía, pasava de segundo grado-, sienpre holgó de mi compañía.

Y llegamos juntos a la dicha villa de Valladolid. Fuýme a posar con Su Merçed y luego a hablar al Emperador. Y díxele: «Mis amores, tus ábitos son vençedores. Señor, ya Vuestra Magestad sabe quánto á que deseo el ábito de Santiago, y me lo tenéys prometido para el capítulo primero, en el qual estamos. Acuérdoos la memoria y acúsoos la promesa». El me dixo: «Don Alonso, al fin se canta la Gloria». Y hasta ver este fin pasaron seys meses, y creo que turaran más, sy no lo concluyera sospecha, -nonbre de pestilençia-, que hizo al Emperador partir de allí para Palençia. Y mandó que no fuese con él nadie syno sus ofiçiales y los de su muger, y déstos, no más de los que no podían escusar; y los grandes y perlados y procuradores y comendadores, que se fuesen donde quisyesen y por bien tubiesen.

Y el prior den San Juan, que es uno de los prinçipales del reino en calidad y en cantidad, que es un honbre, como ya tengo tocado en este libro, que á por nonbre don Diego de Toledo, todo junto y cada cossa sobre sý de alto y derecho y blanco y colorado; las otras cossas que la gentileza demanda, tan bastesçido quanto su condiçión y obras en lo spiritual y temporal meresçe, conviene a saver: ser muy buen cristiano, deboto de oýr sermones, ynclinado a ver missas y hazer mucho bien por Dios, no dezir mal dél ni oýllo a nadie, muy noble de condiçión, muy liberal, muy honrrado y esforçado, muy cuerdo y considerado, muy poderoso y muy baxo, syendo poderoso con poderosos y umillde con los umilldes, muy conversable y aplazible, muy agradesçido, muy ynclinado a hazer syempre bien a muchos y no mal a ninguno, aunque fuesse en su perjuizio, antes syendo el mejor del reyno que no de ninguno, aunque fuese el más ruyn. Debaxo de la qual comparaçión que se sygue, juzgaréis, esto y lo demás.

Eacute;l tenía syenpre muchos y buenos cavallos y dava çient mil maravedís de partido a un cavallerizo para que fuese conforme a su serviçio y voluntad y a la honrra de sus cavallos. Y porque un barvero suyo, que á por nonbre Pero Gonçales Moxarra, se enseñó a vellos curar y pensar y engordar en su mismo perjuizio, ¡ay de la onrra de sus cavallos! porque les hazía tirar coçes, no sabiéndolos cavalgar, syendo conosçido por barvero y paresçiendo çapatero desposado a la gineta, le tubo y sostubo en el dicho ofiçio.

Y tornando al mío, el dicho prior me dixo: «Hermano mío, pues el Emperador se va con sus ofiçiales a Palençia, yo me quiero yr con mis amigos a Consuegra. Por ende, pues vos soys uno dellos, aparejaos, que el uno es don Enrríque de Toledo». Éste es un primo hermano suyo, el qual, como Dios es verdad, syn compostura, todo lo que sé juzgar y considerar, hazía ventaja asý al dicho prior como alguno, sy alguno avía en el mundo tal como él. Porque quando eso digo, os sé dezir que no teniendo más de çiento e çinquenta mill maravedís de renta, en bestias y criado e onestas comidas, syn borracheras ni puterías syno con honrrados cavalleros que llegava a sý y se llegavan a él por su noble condiçión y conversaçión y fama, gastava dos mill ducados cada año el que menos. Y no os sé dezir de dónde los avía syno que no los robava ni malganava, porque nunca a nadie ví quexarse dél. Verdad es que el dicho prior de San Juan le ayudava como hazía a todos sus parientes y a los que no lo eran.

Y ansymismo me dixo que llevava a don Enrrique de Sylva y a don Hernand Álvarez de Toledo, syn otros criados suyos de muy buen linaje y onrrados y muchos, «con quien» -me dixo, «hermano»-, como dicho tengo, «holgaremos y abremos plazer. Y de allí creo que yremos a visitar a la mi villa de Lora, que es nueve leguas de vuestra tierra». Yo le dixe que le besava las manos a Su Señoría, mas que así como era obligado más a él que a nadie, asý lo era más a mí que a él, que yo avía esperado tanto tiempo al capítulo de orden de Santiago para que me diesen el ábito, el qual estava ya fenesçido, y el Emperador para proveer. Y él me dixo: «Mirá que no á de entender en nada Su Magestad hasta en Palençia, adonde no os á de dexar entrar a vos ni a nadie. Y como avéys destar una legua de allí solo, mejor estaréys conmigo, aunque sea más lexos». Yo le dixe que obedesçía mediante el acatamiento de su persona, pero que no le asegurava en ausençia.

Luego, syn más yo saber, aquella noche se fué al Emperador y le dixo: «No quiero dezir a Vuestra Magestad quánta razón es que deys el ábito de Santiago a don Alonso, pues la razón soys vos y vos la razón, syno suplicar a Vuestra Magestad me haga merçed de mandalle que vaya conmigo a Consuegra y prometelle que su ausençia no le hará daño». El Emperador me dixo otro día: «Don Alonso, bien será que os vays con el prior, porque no á de entrar nadie conmigo en Palençia syno los que no puedo escusar para mi serviçio. Yo me acordaré de vos ni más ni menos como sy fuésedes presente». Yo caý en la quenta. Y estava el señor prior presente; y llaméle y díxele en presençia del Emperador: «¿Vuestra Señoría anda por allí?» Y así determinamos todos tres la partida.

Y de allí nos fuemos el prior e yo al secretario Covos, e díxole el prior al secretario todo lo que pasava y su yntençión que era llevarme consigo, pidiéndole por merçed me aconsejase que lo hiziese. Y ofresçióse de ayudarme en mi ausençia y ansý lo hizo. Y conçertamos que se quedase un moço del prior con él para que luego que se hiziese el negoçio, enbiase el despacho, el qual fué dentro de dos meses, casi en cabo dellos.

Una carta para el prior y otra para mí del secretario Covos; palabras y tenor de las quales:

«Muy illustre señor: A don Alonso Enrríquez scrivo sobre lo que Vuestra Señoría me mandó y çierto, por deuda del uno y obligaçión, yo quisiera enbiar el despacho a su voluntad. Mas como a los reyes no deva onbre ynportunar ni repetir en cosas tan determinadas como Su Magestad tiene de no le dar el ábito, porque lo juró quando aquel enojo le hizo en Flandes, me deve Vuestra Señoría perdonar y a don Alonso aconsejar que aya paçiençia, como por mi carta verá, que creo que le valdrá más. Y así çeso, rogando a Nuestro Señor Dios por la muy illustre persona de Vuestra Señoría».




ArribaAbajoCarta del dicho Covos para don Alonso

«Señor, bien creo que tenéys creýdo de mí que soy vuestro amigo y que deseo vuestra voluntad y prosperidad. Y por esto no os quiero dezir, lo que holgara, que el Emperador os diera lo que deseáys y meresçéys. Y en quanto a lo del ábito, no á lugar al presente porque Su Magestad á dado muchos que no á podido escusar, así a procuradores de Cortes como a otros que lo an menester más que vos, para ser onrrados con él. Parésçeme que será bien que supliquemos a Su Magestad que cunpla los setenta mill maravedís de juro que os tiene hecho merçed a çiento, pues avéys más menester esto que eso otro para quien soys. Y porque el señor prior os dirá sobre esto su paresçer, çeso».




ArribaAbajoRespuesta de don Alonso para Covos

«Muy magnífico señor: Resçiví la carta de Vuestra Merçed. Y a lo postrero della digo que querría más dos maravedís que dos palmos de onrra, quanto más treynta mill que me ofresçéys; y más perder setenta mill que dezís que Su Magestad me á dado que no perder dos dedos della. Lo qual pierdo yo más, sy el Enperador no me da el ábito de Santiago, pues me lo tiene prometido, e yo publicado. Y çierto, sy no me lo da, antes será más çierto serville yo en bolverle los dichos setenta mill maravedís que me hizo merçed que no resçivir los treynta para cunplir a çiento, porque éstos serían açotes y no maravedís, y dados de mis enemigos, los quales dizen que por onbre desconçertado me lo dexa Su Magestad de dar. A quien suplico mire lo que haze. Y porque tras ésta seré allá, ado responderé a lo primero y alegaré a esto postrero, no digo más syno que diré tanto quando allá esté que o meresçeré el ábito de Santiago para bivir en él, o en el de San Françisco para morir, sy no me dexaren salir del reyno, porque esto meresçe el rey que paga mal a sus criados y servidores. A Vuestra Merçed no echo culpa, aunque no dexo de creer que toda la tenéys». Luego me partí dentro de ocho días; y el dicho prior de San Juan me ayudó y favoresçió, ansý con sus dineros como con sus cartas para el Emperador y para su confesor y para el secretario Covos, de muy buena tinta y con grande afiçión de que supiesen la razón que yo tenía de me quexar y de se él agraviar, por paresçer que avía causado mi ausençia mi menospreçio dél, de no aver aprovechado su suplicaçión. Y porque la del confesor me acuerdo y es más digna de loar, pongo aquí, que dezía desta manera:

«Reverendísimo señor: Yo supliqué al Emperador nuestro señor no dañase venirse conmigo a este mi prioradgo don Alonso Enrríquez para aver el ábito de Santiago que Su Magestad le tiene prometido y él, por çierto, muy meresçido, que es el mayor ynconveniente que tiene para avello, por muy buenos y señalados serviçios que él le tiene hechos, como por su persona e linaje. Lo qual acordando yo a Su Magestad, me dixo que nadie lo savía mejor que él. Y aviéndome conosçido esto y prometido que no le haría estorvo llevarle conmigo, parésçeme que hazía menos por mí en darle el ábito que hazía por Diego Hurtado, quando le dió çinco para quien él quisiese. Holgaré y resçiviré merçed que Vuestra Señoría diga esto a Su Magestad por la mejor manera que le paresçiere y quisiere. Y por lo que toca a don Alonso hologaría que se me deshiziese este agravio y resçiviré merçed en ello, y será la primera que Su Magestad que me aya hecho en mi vida. Y no á sido éste el primer agravio, porque me quitó el prioradgo de San Juan quando el Rey Católico, de gloriosa memoria, me lo dió, syendo elegido por la religión de San Juan de Rodas. Y çierto quisiera hallarme en dispusiçión de yr a dar quenta desto a Su Magestad en persona».

Con esta carta y con las otras que dicho tengo fue a Burgos, do la Corte estava, y fuéme derecho a darle quenta al confesor de mi vida y de mi muerte, porque por tan çierto tenía lo uno como lo otro, y así avía menester remedio el alma como el cuerpo. Porque estava desconfiado y dañado y determinado a no bolver a mi tierra syno yrme lexos della, syn el dicho ábito, por no dar plazer a mis enemigos e hazellos verdaderos, y pesar a mis amigos, haziéndolos mentirosos. Y díle la dicha carta y díxele lo que me paresçió y os deve paresçer. Y él me rogó que comiese con él y que, en acabando, me respondería. E ya casi que acavamos de comer, entró el secretario Covos. E yo hízemele estraño y díle la carta del prior de San Juan. Y todavía me quiso abraçar y dixo que quando le oviese oýdo, no le echaría culpa. Y apartáronse el dicho confesor y él. Dende un rato me llamaron entrambos, y allí me dió muy grandes desculpas, con juramento, el secretario, que no estava más en su mano. Y se conçertaron él y el confesor de hablar al Emperador. Y me rogó el secretario me fuese a çenar con él y con mi señora doña María, su muger, que me tenía deseo de ver y sabía que estava allí y estava enojada y espantada como no me avía ydo a apear a su posada como otras veces solía. E yo se lo prometí y cunplí. Y a la noche fuy, y no mal resçivido, porque como dicho tengo, ella es tan buena como la bondad y la bondad no tal como ella. Y dentro de quatro días que me dixo el secretario y el confesor que ya avían hablado a Su Magestad y que el negoçio estava en buenos términos.

Fué y le dixe: «Muy poderoso señor, sy tan riguroso avéys de ser para governar vuestros vasallos como los agenos, tan presto perderéys los unos como ganaréis los otros. Acuérdesele a Vuestra Magestad lo que os é servido, y sy no os queréys ocupar en esto, sea que me avéys prometido el ábito de Santiago y dádolo a muchos a quien no lo avéys prometido ni ellos tan bien meresçido». Él me dixo: «Don Alonso, no os lo dexo de dar por no acordarme de lo uno y de lo otro. Pero bien sabéys que por el enojo que me hezistes en Flandes, juré de no dároslo». Yo le dixe: «Señor, juramento... en perjuizio de parte no es válido, espeçialmente de onrra y de alma, que en todo se me seguiría peligro, haziendo Vuestra Magestad este agravio en conplazençia de los que me quieren mal, dándoles autoridad y crédito Vuestra Real Magestad». Él me respondió: «Hablá a Covos». Y entróse en su recámara. Y dentro de ocho o diez días me dixo el secretario Covos que el Emperador me hazía merçed del ábito de Santiago; y porque yo tenía muchos que me querían mal, casi tantos como los que me querían bien, fué menester la provança de mi linaje tan de raíz que, después de averla yo hecho y pasado el travajo, holgué con todo más que sy se oviera hecho quando luego lo quise.




ArribaAbajoDe cómo salí de allí con mi ábito

Fuý con el Emperador que se partió a la sazón a la villa de Madrid. Y en medio del camino está un lugar grande con una muy buena casa fuerte que se llama Buitrago, que es del duque del Ynfantadgo. «Y a la entrada de la dicha cassa, que se apeó el Emperador en ella, que avía acavado la jornada de aquel día, todos los que con él yvan se fueron a sus posadas syno yo, que venía muy contento y privado suyo. Y al subir de la escalera, púsose delante de Su Magestad de rodillas un onbre pequeño de cuerpo, barvinegro, escofiado, y dixo: «Sacra e Çesárea Magestad, yo soy un camarero, criado del duque del Ynfantadgo, vuestro vasallo. Y como supe la partida de Vuestra Magestad de Burgos a Madrid y que avía de ser el camino por esta villa, syn saberlo Su Señoría, tomé algunas cosas de su recámara para ponerlas en esta cassa. Y aunque estoy çierto que de serviros no se enojará, no lo estoy de no averos traýdo lo que más pudiera aver traýdo, lo qual no hize por no aver lugar para ello, haziéndoselo saver, porque anda en el monte çinco o seys leguas de Guadalajara, donde tiene su asyento. Suplico a Vuestra Magestad que mande dar una carta de seguro para él». El Emperador dixo que bien, e yo dixe que tenía razón.

Y entramos en una sala muy grande, la qual estava aderesçada de una tapiçería de oro y seda y lana de figuras grandes del tiempo viejo con muy gran dosel de brocado pelo. Y luego entramos en una quadra de muy buena tapiçería de oro, seda y lana, y una cama de brocado pelo. Y el camarerito barbinegrito, escofiadito, morisquito, -porque diz que avía sydo esclavo-, yva delante guiando al Emperador. Entramos en otra grand sala entapiçada de otra tan rica tapiçería con una cama de lo mismo. Luego entramos en otra sala entapiçada de muy rica tapiçería, syenpre mejor la una que la otra, y un dosel de raso carmesí guarnesçido de oro. Luego entramos en una quadra, la qual estava colgada de paños de brocado raso y una cama de lo mismo, asý en lo alto como en lo baxo, y por el suelo en lugar de alhonbras brocado pelo, para lo qual no solamente me paresçe que lo traxo prestado de sus vezinos, syno que no bastaron las azémilas y carruajes de sus lugares, syno que buscó de los agenos.

Y el Emperador sentóse en una sylla, e yo holgara de sentarme en un vanco, aunque fuera de aquellos altos del herrador. Y díxome el Emperador, no menos falso él en la negoçiaçión que yo deseava que lo estubiese, porque de oýdas tenía por tan vano a este duque quanto era, y me aborresçía: «Don Alonso, mejor aderesçada está mi posada que no la vuestra. Dixe yo: «Por eso es Vuestra Magestad rey e yo vuestro vasallo, y vuestro huésped, el duque del Ynfantadgo, y mío, un vasallo suyo». Dixo el Emperador: «No deve ser eso, syno que vos devéys ser muy ruyn escudero e yo muy buen cavallero». Yo le dixe: «Señor, de veras tengo deseo de conosçer este duque. Segund las grandezas que dél oyo contar, parésçeme que deve ser de otra hechura en su cuerpo que los otros duques, pues lo es en sus grandezas. ¿Qué deve ser lo prinçipal de su recámara, pues esto es lo açesorio?

El Emperador puso la mano en el rostro para encubrir la rissa. Y el camarero no asentava los pies en el suelo de gozo, que no ay alvéytar que le diera por sano, paresçía que tenía veynte esparavanes, que no avía sentado el un pie en el suelo quando luego el otro, y el otro quando luego el otro. Yo hazía que no le veýa. El Emperador díxome: «¿Nunca avéys visto al duque del Ynfantadgo?» Dixe: «No, señor, pero figúraseme que deve ser un onbre de çient e çinquenta años, segund son muchas las cosas que dél oygo, alto de cuerpo y menbrudo, la cara grande y un grande ojo en la frente y que está syempre riéndose. Señor, ¿es éste el que dió al rey de Françia los cavallos aderesçados de oro y perlas y los grandes collares esmaltados y las gruesas cadenas de oro a sus criados?» Dixo el Emperador: «Sý». Digo: «Pues agora que no está aquí nadie que se lo pueda dezir, y aun con todo esto le é miedo Vuestra Magestad le mande matar, que juro a Dios que son términos los suyos y maneras para ser señor del mundo. Mirad, señor, que lo fué Jullio Çésar», mirad, señor, que es bueno quitar los ynconvinientes». El Emperador dixo: «No tengáis pena, don Alonso, que mientras vos biviéredes, no é miedo a nadie». Y éntrase en una recámara, e yo fuýme a mi posada. E dixo verdad el Emperador, que no la hallé tan aderesçada como él la suya, porque cené en una cozina e dormí en una cozina y desnudéme e vestíme en una cozina.

Y otro día de mañana Su Magestad se partió de allí a un monte que estava çerca de allí, y otro día a Madrid, enel qual y por el camino no dexamos de gustar de lo tratado y pasado. Y paresçe que el dicho camarero después, omediante su buena diligençia o clemençia divina, fue perdonado de su dueño, syn carta del Emperador, y contólelo que avía pasado, de lo qual gustó y creo yo tan bien el amo como el criado. Y porque me avía olvidado entre las otras cosas que pasaron entre el Emperador y mí, el Emperador, saviendo que me pesava que algunos grandes señores me escriviesen descortésmente, me preguntó: «¿Con qué manera os contentaría de que escriviese el duque del Ynfantadgo?» E yo le avía dicho: «Antes que viese estos retaços de su recámara ni oviese oýdo otras grandes grandezas suyas, no me contentaría con menos de 'Magnífico señor'. Y agora lo haré con 'Especial amigo». Y paresçe que contóle esto con lo otro; y escrivióme una carta desta manera: «Señor -y si quisiéredes 'magnífico', hazedme del ojo: Un criado mío á dicho que supo que dixistes al Emperador nuestro señor que deseávades conoscerme. Y desta manera cierto bivimos entramos con un deseo, porque lo mismo hago de veros yo a vos, señor, y teneros por mi grande amigo, porque por no avello hallado tal qual me dizen que soys que me satisfaga, estoy syn ninguno. Pídoos por merçed, si queréys aceptar esta conformidad, vengáis a ver esta vuestra casa que tengo en este lugar de nuestro señor el Rey. Y ansý quedo, rogando a Nuestro Señor guarde vuestra muy noble persona y mi estado acresçiente. De Guadalajara, para lo que, señor, mandáredes. El duque del Ynfantadgo». Esta carta me dieron en Madrid, que son diez leguas de Guadalajara, y luego le respondí otra, que es ésta:

«Muy illustre señor: Una carta de Vuestra Señoría resçiví y no quiero besaros las manos por ella, porque haze Vuestra Señoría lo que le cunple. Porque siendo Vuestra Señoría tan grand señor e yo tan buen servidor, no quedaría nada en el mundo que no fuese vuestro. Y ansý porque bivo con el Emperador y no querría que fuese en su perjuizio como porque, sy está Vuestra Señoría contento de mí, quiero yo contentarme de vos, hasta que sepa, no acepto el amistad, ni obedezco el mandamiento syno apelo dello, hasta en tanto que vea lo que me cunple. Porque como la vida es corta y por los amigos se á de poner y en esto no ay ventaja ni diferencia syno en el estado y señorías, que es cossa que se puede tomar por fuerça, quiero ver primero lo que hago. Y ansý quedo, no por eso dexando de ser obligado de servir a Vuestra Señoría, por cuya muy Ilustre persona acresçiente quedo rogando a Nuestro Señor. De Madrid, buen servidor de Vuestra Señoría. Don Alonso Enrríquez».

Destas cartas nos screvimos muchas de burlas y de veras, hasta que nos vimos, yéndose el Emperador a Ytalia, y pasó por allí. Y yo quedéme dos días con él, haziéndome muy grandes fiestas y gasajados, y dióme un cavallo. Pero adelante veréys por dónde, aunque me diera dos ni todo su estado, tengo razón de estar quexoso dél, porque en la verdad syenpre hizieron en mí más ynpresión las buenas obras que las muchas dádivas, e yo más caudal de lo primero que de lo segundo.




ArribaAbajoDe cómo el emperador se fué a ytalia e yo quedé en españa, syendo moço y rezio, y su criado y capitán y su afiçionado

De Madrid fué el Emperador a parar a Toledo, do determinó y efetuó su partida a Ytalia para tomar la corona del Ynperio y posesión de rey de Romanos en Roma. E yo, como posava y tratava en la posada del secretario Covos, comendador mayor de León, supe antes que muchos esta determinaçión. Y una noche hallé al Emperador en conversaçión con sus cortesanos y entré e dixe: «Señor» -que lo oyeron todos- «ofresçer yo a Vuestra Magestad lo que soy obligado, no hago nada, que sería mi persona y mi hazienda para esta yda que queréis hazer a Ytalia, porque por parte de ser vuestro criado y vasallo os lo devo. Ofresçeros mi libre alvedrio, que Dios me dió, y serviros con buena voluntad, esto quiero hazer y hago. Y se me deve agradesçer y ansý creo que lo harán quantos biven en vuestros reinos». El Emperador holgó desto, porque le dió ocasión a que diese quenta de su partida a todos en general, syn paresçer que le constreñía nesçesydad, porque como sus escritores más largamente escrevirán, era un onbre libre y syn querer que creyese nadie que tenía nesçesidad de nadie. Y dixo: «Señal es eso que hasta aquí no me avéys servido en buena voluntad, pues no me lo avéys ofresçido hasta agora, y también que nos queréys dar a entender que sabéis antes los secretos de nuestra determinaçión que nadie. Y pues ya vos los sabéys, bien es que lo sepan todos». El duque de Alburquerque dixo: «Teniendo Vuestra Magestad don Alonso, çierto para esta jornada no será menester más». Yo respondí en burlas al dicho duque y de burlas venimos a las veras.

Y tratóse y declaróse la partida; dende en quatro o çinco meses efetuóse y el mismo día que Su Magestad salió de Toledo para yrse, yendo su camino en el campo, llegué al él y le dixe: «Señor, aunque seáys seco para otros, no lo avéys de ser para mí porque todos dizen que quando ponen en vuestras manos su determinaçión para seguiros y serviros en esta jornada, les laváys de aquel pecado y lo ponéys en las suyas. Y aunque en el prinçipio de vuestra determinaçión os ofresçí mi libre alvedrío y determinada voluntad que Dios me dió, no se entiende que, si no lo es la vuestra, lo á de ser la mía. Quiero saber sy es vuestra voluntad y holgaréys que os vaya a servir, y esto no para que os obliguéys a hazerme merçedes, que ansy como me las podéys negar quando os las pidiere, sy quisiéredes, me podéy negar esta palabra, syno por llevar más contentamiento y armada mi voluntad para pelear y aventurar la vida y mi estómago para que no se me rebuelva en la mar».

Fuymos hablando en esto una gruesa legua. Y no bastó averle dicho esto ni tener más conversaçión con él que nadie para dexarme de responder lo que a los otros. Y fué esto: «Don Alonso, hazé lo que quisiéredes, que de lo uno y de lo otro me terné de vos por servido y tan bien me podré servir de vos acá como allá, y allá como acá». Yo le dixe: «Señor, pues determino de esa manera: de matar antes conejos en un monte mío y comellos, que no que me mate la mar y me coman peçes». Y beséle la mano y quedéme. Y víneme a Sevilla a mi cassa y holgué en ella y en el dicho monte.

Y dende a syete o ocho meses echóme de Sevilla el asystente della, por conplazençia y diligençia de los que me querían mal en ella, de los quales por ello era él muy su amigo, porque de antes que lo fuese, me quería mal. Llamávase el conde don Hernando de Andrada, porque siendo muchacho fué a Ytalia con un capitán general que se llamava Puertocarrero y él yva capitán particular de quinientos soldados de Galizia, donde él era natural. Y llamávase entonçes Hernando de Andrada y tenía seysçientas mill maravedís de renta. Y después ovo el 'don' y título y más renta, porque el dicho Puertocarrero, en llegando a Ytalia, murió y como onbre de buen linage encomendó el exérçito hasta que el Rey proveyese de capitán general. Mediante este tiempo, se dió una batalla con los françeses, y de buena dicha vençióla, aunque la batalla no fue capital ni de mucha gente syno de hasta dos mill onbres que salían de un castillo, que yvan a otro, y él con otros tantos. Los Reyes Católicos, don Hernando e doña Ysabel, de gloriosa memoria, que miravan mucho esto y lo pagavan, tubieron respeto a su poca edad y a su buena dicha y diéronle el 'don' y el título y mucha más renta de la que tenía. Y truxéronlo a su Corte por no quitalle el cargo con menospreçio. Y allí estubo mucho tiempo, donde se hizo tan cortido cortesano, asý con vino de Sant Martín como con maliçias y enbidias y desvergüenças que allí se usan y se aprenden, lo qual es malo, sy es para sólo usallo, y bueno, sy es para sólo entenderlo.

El qual, no tiniendo respeto ni miedo ni vergüença a nadie y, como dicho tengo, como ya de antes me quería mal, hizo pesquisa contra mí y prisiones en mí. E yo fuéme a la Emperatriz nuestra señora y su real Consejo, que quedó por governador en estos reinos, y quexéme dél y llevéme mill y seysçientos capítulos contra él. Y luego me dieron una provysión, asý como prové su mala yntençión y nuestras enemistades antes que viniese a ser juez, en que le mandavan que no tubiese que hazer conmigo ni con mis criados syno el alcalde de la justiçia de Sevilla y que él o su lugarthiniente fuese con él, a hazer las pesquisas contra mí y enbiarlas allá. Y prometiéronme que en cunpliendo los dos años que oviese estado en la dicha çiudad, lo quitarían della, porque por ley hecha y pasada en Cortes estava capitulado que no pudiese ser uno juez ni asystente más de dos años en ninguna çiudad ni lugar syn serle enbiada resydençia, y que con este título le sería mas onesta, y que yo oviese paçiençia ocho meses que faltavan.

E hízome la Enperatriz nuestra señora merçed de trezientos ducados de oro de ayudas de costas, para lo que el dicho su juez me avía hecho gastar contra justiçia y razón. Los quales me fueron librados y mal pagados, como penitençias dadas e no cunplidas, en Martín Sanches, contador de quentas, y no benditas. El qual era vizcaíno viejo, gordo y mal criado y mal ynclinado. Y sobre la cobrança dellos quise matar a él y a un hijo suyo; y fuý preso por ello en casa de un alguazil y después desterrado çinco leguas de la Corte.




ArribaAbajoLo que me acaesçió en este destierro con el dicho duque del Ynfantadgo y con el marqués de Villena, duque de Escalona, y cómo fué libre y pagado

La Corte a la sazón estava en la villa de Madrid, y para cunplir el dicho destierro paresçióme buen lugar Santorcás, que era çinco o seys leguas de allí y dos de Guadalajara, donde el dicho duque del Ynfantadgo estava, creyendo que así cunplía su voluntad como el destierro. Y llegado al dicho lugar, el qual es del arçobispo de Toledo, don Alonso de Azevedo, que es otra buena joya, como adelante trataremos, fuý a un mesón. Y creyendo que a lo menos de mi amigo, el dicho duque, vinieran muchas cargas de çevada y gallinas, hize echar mucho a mis cavallos y en lugar de otras carnes, que comiesen gallinas mis criados, con aditamento y aperçivimiento al mesonero que de la provysión que el duque mi amigo hiziese pudiese pagarle çevada por çevada y gallinas por gallinas. Y el dicho mesonero, como savía mejor la verdad desto que yo, aunque no era tan su amigo, que todas sus liberalidades y grandes grandezas eran torres y humos y falsas consequençias, díxome: «Señor, ¿vos traéys dinero para pagarme sy el duque no proveyere?» Digo: «Sy; sy no, cata ay mis bestias. Pues echa y derrueca». La raçión de mis criados de cada día era una gallina a comer y otra a çenar y tres çelemines de çevada por bestia, porque se la hazía mondar y aechar muy bien. Y escrevíle una carta que dize asy:

«Muy Ilustre señor: Ya Vuestra Señoría sabrá lo que me á pasado en mi tierra con el conde Hernando y en la Corte con Martín Sanches. Yo soy llegado a esta villa, desterrado hasta que sea la voluntad de Su Magestad que no lo esté. No me entré luego en esa villa do Vuestra Señoría está, porque ya saven en ella que soy vuestro amigo y vengo desbaratado. Es menester que Vuestra Señoría me enbíe luego a negoçiar mi destierro».

Respondióme:

«Señor: Yo hago luego lo que me mandáys. Y así quedo para lo que me mandáredes».

Pasáronse syete días. Yo, desque ví que se tardava la respuesta y que ya no avía gallinas en el lugar ni venía la paga dellas, escrevíle otra, suplicándole me hiziese merçed de dar priesa a mis negoçios y de enbiarme çinquenta ducados. Él, como supo del segundo mensajero -y dizen que la sobrecarga suele matar la bestia que no la carga- derrengóse con él, y en leyendo la carta bolvióse de pechos ençima de una cama y dixo que le dolía el estómago. Y echaron fuera al moço, riñendo con él sus criados, de que pensó ser muerto, diziendo qué desdicha avía sydo aquélla que, en dándole la carta, estubiese malo el duque. Yo, desque sentí la negoçiaçión y de conosçer a mi amigo; çenamos aquella noche mis criados e yo una muy gentil ensalada. Y otro día de mañana pagué la posada y lo que avíamos comido, bien gastado de lo que avíamos gastado. Fuýme a Yllescas, syete o ocho leguas de Escalona, y enbié un mensajero y escreví una carta al duque della y marqués de Villena, que dezía asy:

«Muy Ilustre señor: Aunque la familiaridad no aya sido mucha, la voluntad que yo sienpre é tenido no á sido poca para servir a Vuestra Señoría, a quien hago saver que yo ando desterrado de la Corte y gastado, y al presente tengo nesçesidad de çinquenta doblas. Vuestra Señoría me las mande ynbiar y será tener pagado adelantado para serviros de mí».

Respondióme:

«Magnífico señor: Resçiví vuestra carta, y sé todos vuestros acaesçimientos, de lo que en verdad me á pesado. Y de no aver sydo nuestra conversaçión -como, señor, dezís- mucha, no me á plazido; antes syenpre la é deseado y procurado. Y porque no solamente querría serviros con mis dineros syno con deziros lo que deseo que hagáis, querría que viniésedes a Escalona. Y si asý acordáredes, enbiádmelo a dezir a este monte do estoy monteando, que luego me yré allí. Y sy no, lo que más fuere vuestra voluntad, porque allí proveeré lo que, señor, mandáredes, para lo qual estaré syenpre aparejado. El marqués y duque».

Luego me fuý a Escalona y allí le hize un mensajero al monte, quatro leguas de allí. Y luego otro día vino y me aposentó. Y sy el mesonero de Santorcás estubiera allí, de las gallinas y çevada que sobrava se pudiera muy bien pagar. Y estube allí quatro días comiendo con él y con mi señora la marquesa, su muger, la qual es muy onrrada y muy hermosa. Y quando me quise partir, me enbió çient ducados dobles y a dezir que no me enbiava más porque podía yo enbiar por más cada vez que quisiese.

De allí me vine a Toledo, do estava con su padre el conde de Ribadavia, que era corregidor de allí, mi señora doña María de Mendoça, muger del secretario Covos, comendador mayor de León. La qual escrivió luego al presidente del Consejo Real que negoçiase con la Enperatriz que me alçase mi destierro. Y alçómelo, y de allí víneme a Sevilla, syn querer entrar en la Corte, con una çédula de la Enperatriz que dize asý:

«La Reyna.

Por quanto los nuestros alcaldes de Corte, por çiertas palabras de amenaza que don Alonso Enrríquez dixo, le desterraron desta nuestra Corte con çinco leguas alderredor della, syn declarar tiempo, mi merçed y voluntad es de declarar, como por la presente declaro, que el dicho destierro sea por seys meses, los quales comiençen correr desde el día que fue desterrado. Y aviendo cunplido aquellos, por esta mi çédula le doy liçençia e facultad para que pueda entrar y estar en esta nuestra Corte con las dichas çinco leguas alderredor, libremente, syn caer ni yncurrir por ello en pena ni calunia alguna. En Ocaña, a veynte e syete días del mes de otubre de quinientos e treynta años. Yo la Reyna».

E yo, viendo que esta çédula vino monda y que los ducados de que avía hecho merced -por lo que ove enojo con Martín Sanches- no venían, acordándoseme que por ellos avía estado ocho o diez meses en la Corte, gastando lo que tenía y lo que no tenía, porque el conde de Miranda y la marquesa de Lonbáyn y Juan Vázquez de Molina me avían dicho que esperase, que Su Magestad quería hazer alguna merçed, con la qual confiança no solamente, como dicho tengo, gasté mi hazienda pero gastara la del arçobispo de Toledo, sy él quisyera. Porque a la sazón os hago saver que me vino una muy grande enfermedad, peligrosa y congoxosa. Y dándoseme por amigo el dicho arçobispo, don Alonso de Azevedo, le screví una carta que dize asý:

«Muy illustre y reverendísimo señor: Yo estoy purgado oy para cauterizarme mañana de una muy grande enfermedad. Con el dotor Xuárez vuestro físico Vuestra Señoría se puede ynformar. Y tengo nesçesidad de algund dinero para me curar. Suplico a Vuestra Señoría me socorra, pues soy cavallero y pobre, y vos generoso y rico».

Respondió al que llevó esta carta que de aquellos ducados que syendo yo capitán de Yviça que avía ganado me podía curar agora. Y bolvióse para los que allí estavan y dixo: «¡Gentil cossa! Díxome el otro día que tenía çinco mill ducados en dinero y enbíame agora a pedir que le socorra». Dixo el dotor Villalobos: «¿Quién, señor?» Dize: «Don Alonso Enrríquez». Vino a notiçia todo esto de Juan de Samano, secretario de Sus Magestades e del Consejo de las Yndias. Y fué por mí a mi posada y llevóme a la suya y curóme çinquenta días que turó la enfermedad, con tantos regalos como sy yo fuera ynfante de Castilla. Y aýna diré que no con menos solenidad, porque era un onbre que con ser muy hidalgo y buen cavallero, por aver sydo pobre, no se quería ahorrar ni dexava de usar lo que entonçes. La señora doña Juana de Castrejón, su muger, ni más ni menos holgó de curarme y gastar su hazienda, que para muger no es poco esto. Desque sano, me dixo Juan de Samano: «Ved, señor don Alonso, el dinero que avéys menester para yros o para estaros, que mi casa y lo que en ella oviere no os puede faltar».

El conde de Osorno, don Garçía Manrrique, me socorrió de muchas nesçesidades que tube, ansy en darme de comer a mí y a los míos y a mis bestias como en muy buenas veneras de oro e sortijas. Era un onbre muy cuerdo fuera de su casa y de muy grande autoridad, y muy loco e muy regozijado en ella, digo conmigo y con el arçediano de Segovia y con don Pero Lasso, el de Madrid, y don Benito, que eran onbres desta condiçión.




ArribaAbajoDespués bolví a la Corte; lo que me acaesçió en ella

Vine de pasada por la Corte, que estava entonçes en Medina del Campo, viniendo de Valladolid de ver a mi señora doña María de Mendoça -y era camino para mi tierra- y por besar las manos al presydente, el qual se llamava don Juan Tavera y residió mucho tienpo en Sevilla; y ansý porque entonçes no tiniendo él mucho, era mi padre muy grand su amigo, como porque después, syendo arçobispo de Santiago y presydente del Consejo Real, me tratava como entonçes y me tenía muy buena voluntad; y tanbién por ver a la señora doña María Madalena, hija del dicho conde de Osorno, dama de la Emperatriz y muy mi señora. Fuy a Palaçio una noche a la çena de Su Magestad, no para la hablar ni a quantos con ella son, syno porque en este tienpo podía hablar a la dama. Y vióme la dicha doña Leonor de Castro, marquesa de Lonbay; y como dicho tengo, era muy sabia y muy discreta. Acordándosele el cargo en que me era su querida señora por su ynterseçión, enbióme a dezir con un moço hidalgo que fuese muy bien venido. Por lo que me obligó otro día a yrle a besar las manos a su casa.

Y díxome en viéndome: «Señor don Alonso, no tenéys razón de estar quexoso ni mal conmigo». Contándosela yo y dándosela a entender, respondió su marido, don Françisco de Borja, marqués de Lonbay, primogénito eredero del duque de Gandía su padre: «Señora, nunca medre yo, sy no tiene razón el señor don Alonso». Dixo la marquesa: «¿No veys que no quiere besar las manos a la Emperatriz?» Pasamos muchas cosas que serían prolixas contarlas. Conbidáronme otro día para comer. Estube allí ocho días holgándome con mis amigos, espeçialmente con mi Juan de Samano, syn besar las manos a la Enperatriz ni dello cuydado avía. Ya que me quería partir, fuéme a despedir del dicho presydente. Y preguntóme sy avía besado las manos a la Emperatriz. Díxele que no. Díxome: «¡Santa María! ¡mal casso es ése!» Díxele: «Yo lo voy a hazer». Y fuy a Palaçio por miedo que no me prendiessen por ello y no por gana que lo avía.

Y enbié a dezir a Su Magestad que estava yo allí, y Su Magestad, que entrase. Y ansý en la entrada, porque estava retraýda, como en la salida, porque me habló muy bien, quedé contento y aýna diré que pagado, segund la umilldad con que me dixo: «Don Alonso, ¿por qué estáys mal conmigo?», y otras palabras muy de compañía, tanto que dixo una Fulana de Melo, creo que camarera mayor: «Dezid, don Alonso, ¿por qué recresçentáis cosas de las que os pasaron en Portugal con Su Magestad, quexándoos?». Dixe yo: «Señora, no se puede dexar de añadir con enojo e con razón». Dixo la Enperatriz: «Dize verdad». Quedé con Su Magestad que, quando se ofresçiese en qué, me haría merçed. De manera que creo y cree que lo que en su perjuizio é dicho á sydo acresçentando -como dixo la Melo, o mal mirado- no embargante -que no se puede escusar algund descuydo, la qual dirá: «él quiso dezir tan de golpe lo que en mi serviçio avía hecho que se descoltró».

De allí me fuý a despedir de los dichos marqués e marquesa de Lonbay. Y el marqués me dixo: «Yos, señor don Alonso, a Sevilla, pues estáys de camino y vays tan bien con Su Magestad, que es lo que yo mucho deseava, porque un cavallero tan onrrado como vos no era bien que estubiese mal con tanto bien como ay en Su Magestad, que es tanto que quien no lo conosçiere, no terná conosçimiento de onbre de razón. Y pues Su Majestad os á cometido de hazer merçedes, yo fiador, enbiáme desde Sevilla el aviso dellas con un vuestro, el qual estará en mi casa como en la vuestra, hasta que vaya bien despachado. Yo os doy mi fee como cavallero y por vida de la Emperatriz y de mi muger de soliçitallo como si me fuese la vida en ello». Con esto me partí luego con determinaçión de enbiar al dicho criado en llegando a Sevilla, que no faltará que se pida. Y lo que subçediere se porná adelante, aunque aya otras cosas en medio que me acaesçieron.




ArribaAbajoDe cómo salí de la Corte de la Emperatriz esta vez

Fuý quartanario y muy congojado de la prolixidad y desganamientos desta enfermedad, porque después que se fue el Enperador, no salí desta Corte syno preso o mal herido y desagradesçido. Y por olvidar la dolençia y sustentar mi alegría, a Castrocalvón, donde el señor prior de San Juan y conde de Alva estavan vallestando. Y en el camino supe como estos mis señores y amigos, que grande amor me tenían y buenas obras me hazían, eran ydos a una enfermedad que dió al duque d'Alva, de que murió, padre del prior y suegro del conde. Y fuéme, que estava çerca, a Astorga, porque el marqués della me tenía buena voluntad e yo le era servidor. Al qual, en determinando mi yda, que fué desde quatro leguas y de noche, screví una carta que dezía así:

«Muy illustre señor: Yo vengo por estas partes quartanario y con yntençión de estarme en este lugar syete o ocho días. Vuestra Señoría mande aposentar a mí e a los míos, y fuera de palaçio, porque no quiero ser como el conde de Miranda, que no sabe lo que come ni lo que beve, porque no le dan syno unos entresuelos muy escuros».

Esta carta le dieron otro día de mañana, calçándose las botas para yr a ver a su hermana que estava parida quinze leguas de allí. Y respondióme otra asý:

«Señor: Yo é holgado mucho de la venida de Vuestra Merçed a esta nuestra tierra y casa y, por çierto, más que con la del señor conde de Miranda, aunque es mi tío. Y porque voy de mucha priesa, porque me esperan, a una mi hermana que está parida y a Juan de Vega, su marido, que está preñado, me devéys de dar liçençia; que el lunes, que será pasando mañana, seré con Vuestra Merçed. A la marquesa queda el cargo de serviros y agradaros, que segund sabe que lo deseo, yo creo que nadie le hará ventaja. Y por vida de mi señora doña María de Mendoça, no sea la salida deste lugar hasta que yo venga».

E yo fuý allá y fuý tan bien onrrado e tratado, asý de la señora marquesa como de sus ofiçiales, que no lo pongo aquí porque no lo sabré screvir tan bien. El marqués vino el martes siguiente y dióme tan buena vida diez días que quise estar allí; que el menor de los pasatiempos y estimaçiones fue sacarme tres vezes a caça en cavallos blancos y overos de grand presçio, con jaezes de oro y caparaçones de brocado.

Y de allí me vine a Çamora, que era mi camino derecho para Sevilla. Y allí me vine a posar en casa de don Enrrique Enrríquez de Guzmán, hijo del conde d'Alva de Lista, primogénito de su casa, el qual es casado con doña María de Toledo, nieta del duque d'Alva, hija de don Garçía, primogénito de la casa, la qual, demás de ser la mayor de sus hermanas era la mejor. Y no les haría agravio, porque así era de las del mundo -afuera doña María de Mendoça, dicha en este libro- pero era tal como ella. Los quales, marido e muger, me hizieron tantos amores y buen tratamiento, asý en camas de seda como en viandas delicadas y suaves y sustançiales, y visitaçiones de su quarto al mío, que no hizieron más a sus padres:

Curávanme allí dos físicos que tube ocho días. Diéronme una reçeta estos físicos de cosas que por el camino podía comer que no me hiziesen daño a la quartana. Lo qual acordé poner aquí, así por vello e usallo, porque del camino voy escribiendo este libro, como porque me paresce que es bien que no solamente sepáys mi vida syno cómo avéys de bivir e tratar a esta mala savandija, sudosa, aftuosa, desgañosa, congoxosa. Dizen que el melón no es malo en ynvierno ni en verano; que cardo es bueno, y alcaparras y camuesas, y toda cossa de monte: perdiz, conejo, puerco, venado, y lobo mejor que todo.

Tanbién os quiero dezir un razonamiento que me hizo un frayle françisco, confesor del dicho señor prior de San Juan, y lo que le respondí. Dixome: «Señor, yo é sabido, pocos días á, que estáys malo, que fué ayer, que antes oviera venido, y que vuestra enfermedad es quartana, que os ahogan flemones. Lo qual podéys creer que es sentençia divina, porque soys maldiziente. Devéysos de emendar, sy queréys sanar. Y no sé qué provecho o pasatiempo halláys en dezir mal de vuestro próximo, al qual manda Cristo nuestro Redentor améys como a vos mismo. Y no solamente no lo amáys pero desamáyslo y desdeñáyslo y desonrráyslo. De lo qual, sy quisiéredes proseguir en ello, gustaréys dello, gozaréys poco en esta vida de travajos y pagarlo-éys en la otra perpetua, para syenpre syn fin, de gloria y de pena».

Respuesta, que no se fué syn ella: «Reverendo padre, segund oléys a ello, pensé que el mal de mis flemones, era por miseraçión de vino y no divina. Y çufríme desto, pues os sufro que me digáys maldimente. De lo qual no me pesaría sy me lo dixésedes, como lo soy, y desta manera no sería reprehensión. Porque Dios, quando hizo próximos, él no quisiera que ninguno fuera malo. Y pues después lo consyntió, no le pesará porque los apunte onbre. Y si en ello se á hierro, grande es su misericordia. Y no tengáys por mal, padre, que el honbre diga mal del malo, porque de otra manera no se podría dezir bien del bueno, ni sería onbre tan querido ni tan agradesçido, porque el que dize syenpre bien de todos da crédito a su buena condiçión, y aun no dexar de juzgar unos que es de miedo, y otros que es de enpacho; otros de que le falta saver para dezirlo o sentirlo; otros, que ay tanto mal en él que, por no darse en el ojo, no da en la onrra del otro. Espeçialmente, padre, que sy no oviese ponçoña, no avría de menester atriaca. Si no se dixese mal de unos, no era menester dezir bien de otros, sino como el labrador, que le preguntava el confesor por sus pecados, y dezía: 'Como antaño'. Quanto más que es mi opinión que muchos se hazen buenos con el miedo que no digan mal dellos ni los tengan en esa reputaçión, tiniendo acusadores. Ésta es mi respuesta y si queréys saver más, pues me lo preguntáys qué es el provecho que se me sygue, que unos me tratan bien, porque digo bien dellos, y otros, porque no digo mal, sabiendo que soy onbre que lo sé dezir y hazerlo».

Y asý quedamos amigos, con otras muchas cosas que entrevinieron después. Por lo qual y por dezir verdad, el olor del vino fué por aplicarlo al consonante y propósito de su razonamiento y mi respuesta, y no porque olía a ello porque es un muy onrrado y devoto padre. Dixo el padre: «Señor, tanbién é sabido que en Sevilla, donde soys natural, dezís mal de onbres sin razón». Respondíle: «Padre, perdonáme por ello; no devéys de conosçer la razón, por lo menos no tan bién como yo, porque sy uno no es mi amigo y no me ayuda, aunque no lo sea de mi enemigo ni le ayude contra mí, no devo de dexar de quexarme dél, y aun tratalle muy aýna tan mal como sy lo hiziese».

Dixo él: «¿Cómo, señor? Porque un onbre no os syrva, ¿avéys de estar mal con él? ¿Qué obligaçión me da Vuestra Merçed en su razón para que lo aya de hazer, y vos tratalle mal, sy no lo haze?» «Yo os lo diré, padre. No se entiende para los que no me conosçen ni aun para los que no me tienen ninguna obligaçión, como lo an ofresçido, que con éstos, quando no hazen lo que yo quiero y quieren tenerme contento a mí y a mi enemigo, como ay algunos en mi tierra que lo hazen, visitando ambas las partes, parésçeme que es buena razón en dicho y aun en hecho, porque demás de quererme engañar, dévese de presumir que van a avisar y que vienen a oýr para parlar». -El frayle: «Pues ¿cómo, señor? ¿Por qué juzgaréys vos lo peor? ¿No es mejor que yendo a visitar vuestro contrario, lo haga a vos que no a el otro y no a vos?»- -«No. padre, porque desa manera... guardarme-ýa dél, como del enemigo, y destotra, fíome como de amigo. Dios dixo en el Evangelio: 'El que no es conmigo contra mí es'. Y porque los dolientes tenemos libertad de despedir los visitadores, váyase Vuestra Reverençia con Dios, hasta otro día».

De allí me partí dél y llegué otro día a Salamanca, do fuý a posar a un mesón. Aunque llevava buena cama y una arcas de todas conservas, no pasé tan bien el día de mi quartana como en Çamora con la dicha compañía. Ado bolvió el dicho frayle a visitarme, y díxome: «Muy magnífico señor» -y noble auditorio pudiera dezir, porque me avían traydo media arroba de vino blanco para darme unos vaños a las piernas- «no quiero» -dixo- «entrar con Vuestra Merçed en cosas del mundo, porque soys muy mundano, y conçedo que en las cosas dél me satisfezistes en Çamora, a lo menos conçeder que teníades alguna razón; syno, sy Vuestra Merçed me da liçençia, deziros-é en lo que herráys açerca desta murmuraçión y lo que perdéys en el mundo que esperamos de perpetua gloria o pena. Porque éste es un poco de viento, en espeçial agora que son más cortas las vidas de los onbres que nunca. Cristo nuestro Redentor tiene por bueno, y aun en vuestra orden tal qual lo tenéys ordenado, que roguéys a Dios por los que os hazen mal como por los que os hazen bien. Y desta manera alcançaréys el siglo, y no de la que, señor, usáys.

Yo le respondí: «Ya os entiendo: yo dixe stotro día mal de los de vuestra horden. Y a lo que dezís de mi horden, que es tal qual digo, que querría tanto morir vestido un arnés, syendo buen cristiano por my ley y por my Rey, como en vuestro ábito y aver bivido en él çinquenta años. A lo que dezís que quiere Dios que le rueguen por bienechores y malechores, al Evangelio que ya alegué me remito: que el que no es conmigo contra mí es». Replicó el padre: «Luego el poder de Dios queréis tener».

Dixe yo: «No quiero resuçitar muertos ni salvar ánimas ni governar los çielos y la tierra, mas quiero dezir mal syquiera de quatro o çinco que se traen por flor en Sevilla, en ryñendo yo y otro, o otro y yo, o yr a ver a entranbas las partes y no dezir mal de nadie ni nadie dellos. Y por lo uno ni por lo otro no me daría dos maravedís, que dixo el gallo a la gallina en Ytalia -que paresçe que allí deven de hablar- 'Mal aya la casa donde no ay patrón', y ella dixo: 'Mal aya la casa donde no ay farina'. De manera, padre reverendo, que si la olla no lleva toçino, no hallo que tiene buen savor ni se puede llamar, a lo menos, olla podrida, porque éstas con razón son las buenas. Y sy el onbre no sabe dezir un poco de mal -no apruevo que sea mucho- no lleva sustançia ni crédito el bien que puede dezir, porque se atribuyrá a la condiçión del que lo dize y no de quien se dize, como en la pasada plática de Çamora a lo que os dixe». Dixo el frayle: «Syendo poco, como dezís, no lo tengo por malo, que de rejalgar dicen que no es malo un bocado». Y miró a su compañero, en el qual, como vió que lo tenía convençido, dixo: «Señor, syendo poco o mucho, os yréys al ynfierno». Díxeles: «¿Conosçeréys que el Evangelio es mejor que vosotros y más verdadero?» Dixeron: «Sý». -«Y Cristo nuestro Redentor?» Dixeron: «Sý, por çierto». «Pues dize, sy no lo sabéys, 'Maldito el onbre que fía en el onbre'. Y andý con Dios, que me viene el frio». Y bolvíme dél a otra parte. Y fuéronse.

Otro día bolvieron, pero no bolvieron otro, porque concluymos la plática desta manera. El reverendo padre me dixo: «Téngoos por tan sabio y tan buen cristiano que me paresçe que es pecado y poca diligençia mía dexar de senbrar en tan buena tierra, porque, como yo quitase a Vuestra Merçed unas duresçidas pedrezuelas que ay en vos, creo verdaderamente que dariades çiento por uno y vos quedaríades bien ynformado para en este mundo y rico para en el otro. Yo tengo a Vuestra Merçed por onbre muy libre y muy hecho a su voluntad. Pues hágoos saver que, por onrrado y valeroso que seáys, no dexáys de tener dueño, que es el Señor de los Señores y Rey de los Reyes, Dios Todopoderoso encarnado en el vientre virginal de Santa María Virgen; el qual por nuestra redençión pasó muerte y pasión nos á de dar pena y gloria. Y quiero que sepáys que quando un señor save que en su casa ay un onbre maldiziente y reboltoso, le aborresçe y echa de casa. Pues no queráys que sea menos virtuoso Dios, syendo el sumo Señor, ni penséys que os á de dexar de castigar ni que vuestro esfuerço ni fuerças ni saber ni mañas os an de poder defender dello, syendo su voluntad, como estoy yo çierto que lo será, sy usáys estos vuestros menospreçios y este murmurar y mal dezir».

Yo le dixe: «Padre, quiero començar el rávano por las hojas, porque dizen que son más sanas, respondiéndoos a vuestro razonamiento por lo postrero y acavar en lo primero, como missa moçárave. Está Vuestra Reverençia engañado conmigo, y aun con vos, y ynformado de algunos que no me entienden o quieren mal. Yo, verdad es, como tengo dicho a Vuestra Reverençia, que digo mal de algunos, pero con razón y justa, porque doy traslado a la parte. Nunca dixe mal de nadie que no holgué que lo supiese, o para que me enmendase o para que alegase de su derecho. Y las cosas que se dizen públicas o son dichas con razón o con verdad: con razón, aviendo hecho por qué y meresçiéndomelo; con verdad, syendo asý y meresçiéndolo él. De manera que antes creo que por esto me á de dar Dios gloria que pena, pues, como creo que os tengo dicho, es castigo y enmienda para él y espantajo para los otros; quanto más que no soy tan maldiziente como devéys de ser ynformado.

«É dicho mal de los frayles françiscos por lo que os tengo dicho, bolviendo por los dominicos porque me paresçen que tienen razón en çiertas opiniones. Digo mal de los que me quieren mal por dezir bien de los que me quieren bien, porque sy un manjar, como tengo dicho, no va mesclado de dulçe y agrio, no lleva sabor ni sazón. Y sy el conejo no lleva salmorejo, no le comen tan bien. Ni paresçe tan bueno el biendezir sy no ay un poco de maldezir. Yo os conçedo que á de ser poco lo malo y mucho lo bueno, como la sal en el guisado, aunque aya de ser dulçe. Y ansý lo é hecho y prometo hazer».

«A lo que dezís de lo que devo a Dios, como es razón de tenelle por Señor, en verdad que aunque no oviese de darme pena ni gloria perpetua, como desespero, por sólo aver pasado lo que por nosotros pasó y la parte que me cabe, yo lo tubiese por Señor y muriese por su serviçio, quanto más que le tengo amor y temor. Para lo qual bien creo no basta discreçión ni consideraçión ni fuerça ni esfuerço, syno guardar sus mandamientos y creer en Él bien y verdaderamente y en lo que manda nuestra madre santa yglesya. Con esto puede yr Vuestra Reverençia muy descansado, que como cosa que tanto me toca, miraré en ello, lo qual es tan claro que si fuese más ciego, no dexaría de vello». Él me dixo: «Señor, ansý lo creo y ansý lo quiero, y con Vuestra Merçed».

De allí vine a Alva de Tormes, do hallé muerto al duque viejo, donde murió santísimamente, y heredado su nieto don Hernand Álvarez de Toledo, el qual, ansý en lo espiritual como en lo temporal, creo no le yva en çaga. Resçivióme muy bien, porque de antes me tenía muy buena voluntad e yo a él gana de serville. Aposentóme luego en su propia cámara, muy mi cama a la pareja de la suya, con mucho amor y voluntad y onrra. Y al quarto día prosyguió mi enfermedad. Me hizo aderesçar un quarto en otro más alto que el suyo, do me subía a ver y visitar. Y ansymismo la duquesa su muger lo hazía, con muchos pajes enbiándome regalos. El día que yo me abaxava a vella, lo me bazía echar asý vestido en su propia cama y ella a la caveçera como sy yo fuera su hermano.

Y quando me partí, que fué a cabo de veynte días para Sevilla, ni faltó mula de andar llano ni dineros, los quales fueron çient mill maravedís, con estas palabras: «Hermano, pues avéys conosçido mi voluntad, razón es que conozcáys mi obra, y sy no fuere tal ésta como estotra, es porque el duque mi señor, para cunplir su ánimas y descargar su conçiençia, á ocupado el dinero que dexó. Y estos maravedís é buscado prestados, por que creeréys que quando los tenga de míos, os daré más». Y plega a Dios que como yo dél fué tratado y resçivido, sea mi ánima ante Dios. Y como esto es verdad, lo qual en verdad todo el libro podéys creer, porque sy no es algunas circunstançias, toda la sustançia es verdad y passó asý.

Fuyme por Medellín, do el conde dél estava. Es muy grande mi señor, y amigo y ospedóme como tal. Y porque se yva a caçar e yo a curar, no estube con él más de un día y una noche. Y de alli víneme a Sevilla.

Y no quiero dexaros de contar la gloriosa muerte del muy valeroso y umano y cristiano del dicho duque d'Alva, don Fadrique de Toledo, ahuelo deste dicho suçesor suyo, don Hernand Álvarez, que aunque no me hallé a ella, vine dentro de ocho días y súpelo de muchos y mucho bien. Y no pongo de su vida porque fué tal y tan subida, no haziéndole ventaja nadie en lo espiritual y haziéndola él a todos en lo temporal, tiniendo a los reyes por señores y ellos a él por conpañero y amigo, syendo tan afable con ellos y leal como conversable con cuerdos, con locos, con frailes, con nyños, con grandes, con chicos, porque para todos tenía su medida ygual segund cada qual, en lo qual, como digo, no quiero más largo hablar, porque sería estorvar y ocupar mi juizio. Y porque es menester muy mayor, acuerdo remitillo a quien lo tenga y más desocupado esté, que segund sus cosas fueron grandes y de grand sustançia y muy dignas de saver y de notar, muchos, creo, avra que le hagan. Por lo que digo sólo su muerte, la qual fué estando veynte días en la cama de terçianas, sobre aver bivido setenta e çinco años de la manera que dicho tengo -o por mejor dezir-, dirá la corónica que dello creo que se hará; a la qual me remito sy es hecha con buena voluntad.

Y en su enfermedad nunca dexó de levantarse a hazer sus nesçesidades, ni ovo en su cama que paresçiese ni oliese mal. Y un día antes que diese el alma a Dios, sentado en el servidor, mandó llamar al obispo de Córdova, don Juan de Toledo, y prior de San Juan, don Diego de Toledo, sus hijos, y conde de Alva de Lista, su yerno, y don Bernaldino de Toledo, su nieto, hermano segundo del heredero, y díxoles: «Hijos, ya savéys que en sanidad no soy onbre de largos razonamientos, por que no lo devo de hazer agora. Yo creo que moriré mañana, mediante la voluntad de Dios. Lo qual no sé por graçia de Spíritu Santo syno por discurso de mediçina, porque yo é entrado bueno en el seteno y catorzeno y salido mal dellos, y estoy flaco e syn pulso. Quiéroos acordar y hazer saver que esta casa y estado de Alva os á dado lo que tenéys e ayudado lo que á podido. Encárgoos mucho por lo que la devéys y por mi bendiçión la honrréys e acatéys e sirváys y sygáys mejor que hasta aquí, que bien creo que don Hernando que subçede en ella lo meresçerá. Y quando él no lo hiziese, el nonbre, casa y estado os lo tiene meresçido».

Los quales començaron a llorar y él a consolar, con dezir: «¡Cómo! ¿pensávades que avía de bivir para syempre? ¿No me haze Dios harto bien, que çinco o seys años que es costumbre de bivir más en este mundo me aparte de pecar? Juro por su santo nonbre: no me sé determinar de qué holgara más, de morir o de bivir». A los quales llamó y abraçó y hechó la bendiçión. Y echado en su cama, pidió estremaunçión, la qual le dió el obispo su hijo, señalando él mismo muchas partes donde no se acostumbra poner, diziendo muchas palabras muy esforçadas y santas. Y estavan veynte e quatro frayles gerónimos y françiscos. Avía muchas vezes confesado y resçivido el Santísimo Sacramento, hasta que dió el alma a Dios, que fué otro día, segund nuestra fee y lo que en la misericordia de Dios esperamos. Ni dexó de hablar con teólogos cosas de su conçiençia ni de dezir esforçados y donosos dichos, burlando y reyendo, ni de oýr a los físicos para su salud.

Y estando en artículos mortales, llamó al dicho eredero de su casa y estado y díxole: «Vos heredáys, hijo, esta casa, que yo eredé con syete quentos y dexo con veynte de renta, e syn perjuizio de la onrra della e mía y de mi alma, que es la prinçipal. Porque syenpre é catado y amado y temido a Dios Todopoderoso y agradesçido lo que por redimirnos quiso pasar. Y é servido bien e fielmente a mi Rey. Ansý os lo encargo lo hagáis y alçéys pendón e vandera por la santa fe católica y syrváys a vuestro Rey, asý en seguir su Corte real como en todo lo demás, mirando lo que conviene a la honrra de vuestra casa». Y besóle luego la mano el dicho nieto, el qual, con eredallo, mostró tanto sentimiento de su fallesçimiento que verdaderamente se deve creer que no lo deseó ni lo quysiera. Y ansý dió el alma a Dios el viejo. Y el moço partió a Flandes, donde al presente el Rey estava, cunpliendo los consejos y mandamientos de su agüelo, como discreto y obediente.