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ArribaAbajoEsto de adelante es el acusación que ante el Consejo Real presenté el autor, por las razones que avéis oýdo en el metro, contra Hernando Piçarro

«Muy poderosos señores: Don Alonso Enrríquez de Guzmán, cavallero de la horden de Santiago e gentilhombre de vuestra casa real y capitán de Vuestra Alteza, vezino de la çiudad de Sevilla, ante Vuestra Alteza parezco e por lo que a su real serviçio toca e mi propio ynterese e bien, e como procurador, albaçea e testamentario de don Diego de Almagro, -que aya gloria,- e por poder que tengo de don Diego su hijo, e como uno del pueblo e por aquella vía e forma que mejor de derecho lugar aya, acuso criminalmente a Hernando Piçarro, preso que al presente está en esta Corte.

E contando el caso desta mi querella por verdadera relaçión, digo que, premisas las solegnidades del derecho, etc., siendo el adelantado don Diego de Almagro governador de Vuestra Alteza e theniente de capitán general en vuestro real nombre en el nuevo reyno de Toledo en las Yndias del mar del Sur en las provinçias del Perú e andando en vuestro real serviçio, abiendo conquistado e tomado y poblado muchos reynos e probinçias de la dicha tierra y convertídolas al serviçio de Dios Nuestro Señor y a nuestra muy santa fee cathólica, y sometiéndolas a vuestra corona real, y todavía continuando y proçediendo en vuestro real serviçio, el dicho Hernando Piçarro por envidia e hodio e mala voluntad que teñía al dicho adelantado, movido por cobdiçia y por su propio ynterese, tubo formas y maneras de hazer que se alçase e revelase de vuestro real serviçio Mangoyuga e Ynpanguy, grande rey e señor que hera de aquella tierra e quel dicho adelantado avía sojuzgado e reduzido y hecho estar de paz en serviçio de Dios e de Vuestra Alteza, juntamente con don Françisco Piçarro, también adelantado y governador en las dichas probinçias y compañeros en el descubrimiento y conquista dellas.

Lo qual hizo el dicho Hernando Piçarro ansí por la enemistad que tenía al dicho adelantado, escuresçiéndole su fama, como por pedir, como pidió, al dicho Mangoyuga Ynpanguy muy grand cantidad de oro y plata, más de la que le podía dar. E a esta causa e por otros muchos malos tratamientos que le hizo y consintió que se hiziesen, así a él como a sus prençipales e naturales, el dicho rey Mango se reveló y alçó. Y a esta causa se perdió y asoló la tierra, y Vuestra Alteza perdió más de quatro millones de oro de sus rentas e quintos e yntereses reales. E fué causa que matasen los dichos naturales más de seysçientos hombres espagnoles, yendo seguros por los caminos y en los lugares y estançias donde stavan, y otros que yvan a socorrernos a mí y al dicho Hernando Piçarro que stavamos cercados en la gran çiudad del Cuzco dell dicho rey y naturales della, e que muriesen ansimismo en la dicha guerra çient mill yndios que murieron, así de los que los cristianos mataron como de los quel mismo Yuga mandó matar.

Y no contento el dicho Hernando Piçarro con aver hecho estos daños e delitos tan feos e graves contra Dios e contra Vuestra Alteza e bien universal destos reynos, avaxando e biniendo a socorrernos el dicho adelantado don Diego de Almagro con quinientos hombres españoles que avía ydo a descubrir otros muchos reynos adelante, e bolbiendo a desçercarnos, como nos desçercó a cabo de un año que avía que estávamos çercados, e biniendo a presentar las probisiones reales de Vuestra Alteza que allá le abían llevado para que bolviese a tomar la governaçión, e que entrava en la dicha çiudad del Cuzco, el dicho adelantado enbió a dezir al dicho Hernando Piçarro e a los que allí estávamos con él como venía a desçercarnos y a ponernos en libertad e a presentar las provisiones que de Vuestra Alteza tenía.

A lo qual el dicho Hernando Piçarro respondió que sy pensava entrar como compañero del governador don Françisco Piçarro su hermano e como vezino de la dicha çiudad, que sería bien resçebido; e que si pensava aprovecharse de las dichas provisiones reales, que apretase los puños. A lo qual el dicho adelantado respondió quél avía de usar de las dichas provisiones y le embió a requerir con ellas. Y el dicho Hernando Piçarro respondió que las obedesçía; y en quanto al cumplimiento dellas, que no hablavan con él sino con la justiçia e regimiento, que a ellos las remitía. E ansý fueron presentadas en el cabildo de la dicha çiudad.

Los quales, biendo que heran vastantes e que de nesçesario se debían de cumplir, acordaron enbiar a llamar al thesorero Alonso Riquelme de la governaçión del dicho Piçarro y al liçençiado Françisco de Prado, letrado del dicho Hernando Piçarro, y al capitán Hernand Ponçe de León e a mí, como a criados de Vuestra Alteza y que abíamos de mirar lo que convenía a vuestro real serviçio y a la honrra de los dichos Piçarros, para tomar la horden y paresçer que más en este caso convenía. Lo qual fué que se resçibiese el dicho adelantado por governador, con tanto que se conçertase primero con el governador don Françisco Piçarro su compañero, y fuese a su plazer. A lo qual el dicho adelantado respondió que donde avía mandado de Vuestra Alteza, no avía de aver conçierto de particulares; que pues la justiçia e regidores le davan por resçebido, que quería entrar a tomar la posesyón en nombre de Vuestra Alteza.

A lo qual el dicho Hernando Piçarro le embió a dezir con el capitán Graviel de Rojas que le pedía por merçed que dentro de tres días no entrase, porque en este tiempo se diese medio como fuese menos en perjuyzio de su honrra e que dello hiziese pleito omenaje el dicho adelantado. A lo qual el dicho adelantado respondió que hera muy contento dello, con tanto que hiziese el dicho Hernando Piçarro pleito omenaje que no fuese para más fortalesçer la çiudad para resistirlo, que no hubiese efetto lo que Vuestra Alteza mandava por sus provisiones reales. E así hizieron el dicho pleito omenaje ambos a dos en manos del dicho capitán Graviel de Rojas, de mantener y cumplir ambas cosas.

Otro día luego siguiente en la noche el dicho Hernando Piçarro mandó secretamente romper las puentes de un río que pasava por medio del dicho adelantado y la çiudad, y lo mandó a un mayordomo de su hermano don Françisco Piçarro, que se llama Çisneros, con dos negros. El qual lo efettuó e se rompieron las dichas puentes. Y estando yo aquella noche con el dicho Hernando Piçarro, vino el dicho capitán Graviel de Rojas a le pedir el pleitomenaje que le avía hecho. A lo qual soberviamente respondió que se fuese y que no hera verdad; y que en caso quél lo hubiese hecho, quél sabía lo que hazía. E me dixo a mí: «Señor don Alonso, a un traydor, dos alevosos, que seremos vos e yo. Defendamos nuestra çiudad como mejor pudiéremos».

E ansí, antes que amanesçiese, o por aviso del dicho capitán o por sus espías, lo supo el dicho adelantado e por virtud de las dichas provisiones reales, porque estava resçevido, como dicho tengo, e por escusar que no hubiese muertes de hombres, con las fuerças quel dicho Hernando Piçarro hazía y en aver quebrantado el dicho pleitomenaje, entró dentro de la dicha çiudad. Y el dicho Hernando Piçarro se le pusso, en defensa con obra de çinquenta hombres de su tierra e criados en çierta parte de la çiudad, do fué convatido y preso. E luego el dicho Hernando Piçarro fué suelto con muchos pleitomenajes y penas y seguridades de fianças que se vernía a presentar ante Vuestra Alteza, como reo criminoso, con lo proçesado.

Lo qual todo quebró y no cumplió. Y no contento con esto, contra el tenor e forma susodicha, hizo gente y bolviós contra el dicho adelantado e le dió vatalla junto a las paredes de la dicha çiudad del Cuzco, en que le mató dozientos y veynte e dos hombres, después de rendidos y desarmados, y algunos dellos en las camas curándose de sus llagas y heridas que abían avido en la dicha vatalla. Y a otros muchos hizo dar cuchilladas por las caras y manos y pies, diciendo: «De los enemigos, los menos,» y apellidando: «¡Piçarro, Piçarro!», syn acordarse del nombre de Dios e de Vuestra Alteza.

Y con esta vitoria entró en la dicha çiudad con su gente y la saqueó y rovó y Vuestra real hazienda questava em poder del thesorero Manuel de Espinar. E olvidando tan grand benefiçio como resçibió del dicho adelantado en soltarle quand o le tenía preso, avilitada e ynominosamente ahorcó al dicho adelantado don Diego de Almagro, deshonrrándolo y afrontándolo, diziendo que no hera él adelantado ni governador, syno moro retajado. E por más le deshonrrar, mandó que un negro fuese el verdugo, diziendo: «No piense hese morisco que le tengo de dar la muerte que él me quería dar a mí, que hera degollarme». Y acavando de hazer lo susodicho, dixo: «Si el repostero estubiera tendido y el verdugo con el cuchillo en la mano para cortarme la cabeça y las puertas del ynfierno abiertas para meterme el ánima y los diablos dentro para me resçibir, no dexara de hazer lo que é hecho».

Estando tendido cabe la picota el dicho adelantado con el garrote y soga al pescueço, por más deshonrrarlo lo tubo asý por espaçio de dos oras syn tener acatamiento ni atençión a que Vuestra Magestad lo avía querido honrrar e que hera su lugartheniente y que hera mal enxemplo para los naturales de aquellas probinçias que lo tenían e obe desçían e amavan, como a theniente de Vuestra Alteza y en vuestro nombre. Lo qual hizo en figura de juyzio, syendo reo sujeto y persona privada dentro del terrytorio y governaçión del dicho adelantado e governador, como a vuestra misma persona.

E yo fuý sacado al campo a media noche y me sacaron çinco arcabuzeros e me dieron tormento de cordel, atándome las manos atrás y los pies hasta hazerme saltar la sangre por las uñas. E yo, mirando que lo que hazía hazer al dicho Hernando Piçarro e a los que con él venían semejantes delitos hera la cobdiçia, por salvar mi vida me conçerté con los que así me atormentavan e les dí e pagué, porque me dexasen, dos mill castellanos. E asymismo me saquearon mí posada, de la qual me llevaron y robaron seys mill castellanos en oro y plata y ropas de mi persona. El qual tormento e ynjuria que así se me hizo por los dichos çinco arcabuzeros fué por mandado del dicho Hernando Piçarro e asý es de creer, o por lo meno; fué él causa que la dicha ynjuria e rovos se me hiziesen por ser, como fuý, de voto e paresçer que se obedesçiesen las provisiones de Vuestra Alteza y quel dicho adelantado don Diego de Almagro fuese resçebido por tal governador, e por ser capitán e autor prinçipal de los dichos daños e delitos e promovedor dellos.

E ansí después el dicho Hernando Piçarro me lo dixo, hablando en el tormento que se me dió, que debían burlar comigo e que harta burla hera no me aver llevado más de dos mill castellanos, teniendo veynte mill e abiendo sydo su contrario. La qual ynjuria que asý se me hizo fué bíspera de Sant Lázaro del año de mill e quinientos e treynta e ocho años, que fué el mismo día quel dicho Hernando Piçarro dió la vatalla al dicho adelantado don Diego de Almagro. E por averme el dicho Hernando Piçarro mandado dar el dicho tormento, o fué causa que se me diese, como fué, syendo como soi cavallero e honbre hijodalgo de solar conosçido y vengo de illustres. Y no contento con lo susodicho, entendiendo el dicho Hernando Piçarro que yo, como leal criado y hechura de Vuestra Alteza, le avía de escrevir y dezir todos los dichos delitos y cosas por él perpetradas, mandó a un soldado de su compañía que se dezía Bosque, para lo escusar, que me matase, doquiera que me hallase. Y el dicho Bosque, cumpliendo su mandado, con otros quatro de sus compañeros, escaló la casa de Felipe Gutiérrez, donde yo estava, e me dieron tantas heridas e cuchilladas que me dexaron por muerto, de las quales estube a mucho peligro de muerte. E dado casso que me querellé al dicho Hernando Piçarro e prendió al dicho delinquente, lo desymuló e lo soltó e no hizo diligençia ninguna, como persona que lo avía mandado hazer. En lo qual gasté más de mill ducados e resçibí de daño de mi persona e salud mucha estimaçión e quantía de pesos de oro.

E allende desto, en la dicha vatalla quel dicho Hernando Piçarro dió al dicho adelantado, mató él y su gente a Juan Fernández de Silva, que me devía por esta obligaçión que presento dos mill e quinientos castellanos de un cavallo que le vendí que le robaron en la dicha vatalla, después de le aver muerto. Y demás desto yo perdí catorze mill castellanos, los syete mill que di a guardar al dicho adelantado que le robaron en su casa, de que me hizo escritura de que hago presentaçión, e los otros de hombres que mataron en la dicha vatalla que me los devían e cosas que me robaron de mi casa. Y lo quel dicho adelantado me devía, m'es obligado a pagar, así por le aver muerto contra toda justiçia e sin tener poder ni autoridad para ello y estar protestadas las deudas contra el dicho Hernando Piçarro, como por razón de le aver saqueado e rovado su hazienda e fechos e perpetrados los dichos delitos.

Siendo él camino para España por Tierra Firme, llamada Castilla del Oro, se vino huyendo por la Nueva España con mala intynción e propósito. Do a mi pedimiento se dió mandamiento para le prender por vuestro virrey don Antonio de Mendoça. E por yr yo en seguimiento suyo para pedir e procurar el serviçio de Vuestra Alteza e mi justiçia resçebí de daño más de dos mill castellanos. E por los dichos delitos tan atroçes e nefandos, demás de aver cometido crimen lese magestatis, yncurrió en graves e grandes penas çeviles e criminales e capitales que han de ser executadas en su persona e bienes para su castigo y exemplo de otros.

E ansí lo pido e ynçidenter de vuestro real oficio, que para ello ynploro, pido le condegne en todos los daños por mí desuso recontados e resçebidos, e más en çiento mill ducados que estimo la ynjuria de la fuerça e tormento que se me dió por causa y mandado del dicho Hernando Piçarro. Y juro a esta cruz , en forma de derecho, que esta acusaçión no la pongo de maliçia, salvo porque pasa así e por alcançar cumplimiento de justiçia. La qual pido y el real ofiçio de Vuestra Alteza ymploro y las costas pido e protesto.

Hase de enmendar aquí do dize que mató al adelantado don Diego de Almagro, que si no lo matara, como lo mató yndevidamente, que pudiera y quisiera pagarme catorze mill castellanos que me devía, como paresçe por las obligaçiones que me tiene hechas. Y ado dize que yo, como su albaçea y testamentario, que pido quinientos mill castellanos que él robó quando le mató, para descargar su testamento y consçiençia y deudas, espeçialmente que le fué fecho requerimiento, el qual tengo signado y autorizado, y estoy presto de lo presentar con todo lo demás que a mi derecho convenga; que hablé con el governador don Françisco Piçarro su hermano y el dicho Hernando Piçarro por parte del adelantado don Diego de Almagro, requiriéndoles no fuesen ni viniesen contra él, protestándoles los deserviçios que contra Dios y Su Magestad se hiziesen y deudas que él y los suyos deviesen y todos los otros daños, como más largamente dize en el dicho requerimiento, al qual me remito.

Yten: tengo otra fee como, queriendo yo, como albaçea, despender en cosas de su consçiençia del adelantado sus bienes y hazienda, me fué a la mano y me lo ympidió el dicho governador don Francisco Piçarro, diçiendo que eran suyos por parte de la compañía; y asimismo como, si no me matara a Juan Fernández de Silva y a mi cavallo, ellos ganaran o hovieran en la tierra por lo que avían servido, y podían servir con que me pudieran pagar. Y asimismo se ha de poner los previlegios del adelantado y las penas que tiene el que le prende o mata».




ArribaAbajoCómo, venido el Emperador de Italia en el año de MDXLII años, no me quiso ver ni oýr

Dévese se atribuir, según es cathólico Su Magestad, no averme querido ver ni hablar pareçelle que con prisiones y molestias me avía agraviado sin culpa con mala ynformaçión, como ello fué. Yo dexé al Emperador visitase sus hijos y grandes y hiziese sus Cortes en estos reynos de Castilla. Y fué tan presto su buelta para embarcarse em Barçelona para Ytalia que por priesa que me dí, ya estava en el puerto. Y como supo Su Magestad que yo estava en Madrid para yr donde él estava, con el sereníssimo y muy exçelente prínçipe don Felipe su hijo, nuestro natural señor, hizo a don Hernand Álvarez de Toledo, duque d'Alva, mayordomo mayor de su real casa y grande mi señor y amigo, como lo fué su ahuelo de gloriosa memoria, don Fadrique de Toledo, de quien he tratado en este libro, y él es primogénito heredero, que me escriviese, como me escrivió, una carta que el Emperador le avía dicho que me escriviese, que no fuese donde Su Magestad estava.

Bien creo que lo hizo por no oyrme la cuenta de los agravios susodichos, aunque viéndome penado desta carta y mensajería, el sereníssímo Prínçipe su hijo me consoló con dezirme: «No tengáis pena, don Alonso, desso, que el Emperador mi padre no os quiere mal ny os embía a dezir eso por vuestro daño, como vos pensáis, sino porque tiene mucho que proveer y hazer en su embarcaçión, y por no ocuparse con vuestra conversaçión». Con lo que me consolé en gran manera. Y así pareçió ser, porque luego escrivió el comendador mayor de León a mi señora doña María de Mendoça su muger, la exçelente, como el Emperador le avía dicho que me estuviese con su hijo; por do pareçe no tenerme mala voluntad ni mala reputaçión.




ArribaAbajoCapítulo de mi quedada

El prínçipe de Hespaña, don Felipe, desque huvo diez y seis años, que fue en el de MDXLII años, afirmóse en ser el que avíamos menester en estos sus reynos y aver Dios oýdo a sus vasallos, porque es el más lindo de gesto, blancura y hermosura de gesto y manos y buena dispusiçión que criatura á hecho Dios: de muy gentil entendimiento, cordura y sagazidad, piadoso, honesto, y regoçijado, cada cosa en su tiempo y lugar, sobre todo cristianíssimo, que es lo prinçipal. El qual, viéndome desmanparado y desagradado del Emperador su padre, en mis prisiones y molestias, siendo de catorçe años, de piadoso y generoso y cristianíssimo me favoresçió y abrigó, estando el Emperador su padre fuera de los reynos d'España, porque fué ynformado del tuerto que se me hazía y de lo que yo avía servido al Emperador su padre y aprovechado en su corona real contra moros y françeses con cargos de capitán.

E en siendo avisado por la buena compaña que tenía, que son el muy illustre don Juan de Zúñiga, comendador mayor de Castilla, que fue hijo segundo del conde de Miranda, el qual tenía a cargo al sereníssimo Prínçipe; y tras éste, don Alonso de Rojas, camarero de Su Alteza, y don Alvaro de Córdova, su cavalleriço mayor. Fué hijo menor del conde de Cabra que le fuera mejor ser aquí mayor, porque fuera conde de Cabra y duque de Sesa, aunque en verdad os puedo çertificar que es tal el Prínçipe que está casi tan contento con su privança como estuviera con esotro; yten: don Manrique de Silva, su mastresala, y Ruy Gómez, su trinchante, un cavallero portugués de gran sangre. Los quales todos me ayudaron y favoreçieron con su Prínçipe en tanta manera que, desque huvo XVI años, que es quando esto se escrive, me amó y favoresçió el Prínçipe en tal manera que me tienen por privado.

A Dios doy las graçias y después a él y a ellos, espeçialmente al dicho comendador mayor de Castilla, aunque le obligó mucho a ello su gran nobleça, porque es uno de los honrrados señores que ay en estos reynos y más basteçido de bondad. Es muy sabio y muy honrrado en verdad, y como tal le fué encargado tan prinçipal cargo. En el qual se governó tam bien que sin pesadumbre ni desacato; tuvo al Prínçipe bien doctrinado graçiosa y agradablemente. Verdad es que el Prínçipe le ayudó mucho con su buen seso y gratitud, quitando las causas, como dize el filósofo, que an de ser los hombres para escusar los efectos y defetos; porque entranbos andavan a porfía sobre quál agradaría más al otro, el comendador mayor con el bonete en la mano, dando a entender a Su Alteza y a todos que no se avía de hazer más de lo quél quisiese, y Su Alteza, dándole a entender a él y a todos que avía de hazer lo quel comendador quisiese. Por do pareçe que Dios á proveído, así en el naçimiento deste Prínçipe para su conservaçión destos reynos como en su vida, la qual sea tan larga como él desea y nosotros hemos menester. Amén. Amén.




ArribaAbajoCapítulo


ArribaAbajoCómo fué el Prínçipe a ver a las señoras Ynfantas sus hermanas de Madrid Alcalá y cómo me llevó consigo y me favoreçió

Sabía Su Alteza en el gran cargo que yo soy al comendador mayor de León, don Françisco de los Cobos, y a la exçelente su muger, y que yo avía de ir con Su Señoría a Çaragoça al desposorio de don Diego de los Cobos, marqués de Camarasa, adelantado de Caçorla, su hijo. Y díxome: «Don Alonso, yo he por bien que vais con doña María de Mendoça la excelente, porque es razón. Mas pues no á de partir tan aýna, ýos a Alcalá comigo ocho días que tengo de estar con mis hermanas. Y esto quiero que sea con su liçençia y voluntad». Lo qual se efectuó, y fué con Su Alteza y todos estos ocho días estube con él y con sus hermanas y sus damas, holgando y jugando a muchos juegos, yo solo con ellas. Hallé en la señora ynfanta doña María, la mayor, otro prínçipe su hermano en persona e condiçiones. De la qual no quiero dezir más, porque por lo que tengo dicho en su hermano lo entenderéis, sino que será bienaventurado aquel rey, aunque lo sea de todo el mundo, que la llevare por muger. Y así doy fin a este capítulo.

Apartándose del sereníssimo Prínçipe en el Colmenar, que yva Su Alteza para Valladolid y yo bolvía a Madrid para yr con la exçelente a Çaragoça, apartéme de Su Alteza con gran pena suya y mía, aunque me fué gran socorro venir a la exçelente y aver de bolver presto al casamiento de Su Alteza. Del qual y del que agora voy os daré cuenta suçesivamente por sus capítulos exçesivamente en este libro y lo que me acaesçió en ello. Porque no estamos aguardando sino que se embarque Su Magestad y luego partirá de allí el muy illustre señor don Françisco de los Covos, comendador mayor de León, contador mayor de Castilla, y del Consejo Supremo del Emperador, rey nuestro señor, don Carlos de Austria, y su secretario general. Y luego partirá de aquí su muger la exçelente.

Yrse-án a juntar a la çibdad de Caragoça en el reyno de Aragón, do se celebrará el casamiento del dicho su hijo, con la voluntad de Dios, sin la qual no se puede hazer nada. Aunque por algunas palabras malsonantes que dixe me mandó un inquisidor en Sevilla que estuviese XXX días en un monesterio o en mi casa y me dió por penitençia que diese diez ducados al hospital de las Bubas y otros diez al del Amor de Dios, creyendo yo en Dios tam bien como él y no aviendo en mi linaje raza de confeso. Lo qual fué muy bien hecho, porque em burlas ny em beras no se á de descuidar nayde con Dios. Y acabando este capítulo, lo çierro con creer que si algún bien tengo de aver con Dios o con el Emperador o con el Prínçipe nuestro señor, el prinçipal fundamento, después de quien ellos son, son el muy illustre señor don Françisco de los Cobos, comendador mayor de León, y la illustríssima y exçelente su muger, a los quales Dios los dé buen galardón.




ArribaAbajoEsta es una carta que luego que llegué a Madrid, antes quél partiese para Çaragoça, escreví al Prínçipe nuestro señor, porque me lo mandó que le escriviese y me encomendó el negoçio en ella contenido

«Muy poderoso señor: No es mal encomendar negoçios a hombres sospechosos de firme juiçio y buen seso, quando no le tienen perdido, espeçialmente de los que exçeden de bibeça y eloquençia, que éstos, muy poderoso señor, no se pueden contar por locos ni descontar por cuerdos. Porque en las armas, que son manparo de la honrra, se suelen estimar más las espadas quando se rompen por fuertes y agudas que no quando se doblan por blandas y botas. Por donde se puede colegir que porque mi seso tenga más azero quel de don Gómez Manrrique y don Sancho de Córdova, tam bien podía ser mastresala de Vuestra Alteza yo como ellos.

«Y porque este hablar en seso conturba y ocupa el pasatiempo de la vida humana, que sin perjuiçio de nuestras conçiençias es líçito pasalle alegremente, pues Dios hizo las cosas deste mundo para goçallas, quiero ocupar poco a Vuestra Alteza en este capítulo primero y no fatigarme yo mucho, como hace Françisco Osorio, vuestro limosnero mayor, por ser obispo, y como hize yo en un tiempo que se me contó yo ser tan neçio y tan reverendo como él y hazerme corregidor. Y anduve seis meses en parte del estío con un capuz frisado de terçiepelo hasta el tobillo, que me ahogava, y un pantuflazo de terçiepelo de dos dedos en alto, con un corcho muy callente que me asava hasta las entrañas. Y no me aprovechó poco, aunque no me hizieron corregidor, porque alargándome la cura, me vino la locura, para lo qual fué menester espiriençia demás de mi buen natural, según me tenía engañado la neçedad y gravedad del mundo.

«Por lo qual no veo la ora de acabar este mi razonamiento para venir a lo que haze al caso, para no datos, señor, pena con neçedades, pues ay tantos que no os dexaré posar con ellos ni reçebillas yo. Y doy fin a él con aquel dicho que dixo San Gerónimo sobre las debotíssimas contemplaçiones suyas y de otros sanctos cathólicos: que era bien no dezillas por algunos ratos, comparándolo al tiro de la vallesta, que con más furia y mejor tira quando está poco armada que mucho. Por lo qual quiero desarmar presto en esto que Vuestra Alteza me mandó que hiziese en seso, y embío aquí la medida bien y fielmente sacada, la qual dará el ligençiado Herrera, que va con ésta. El qual encomiendo a Vuestra Alteza le favorezca y no le digáis agora lo que quesistes dezir, que fuera la mejor cosa del mundo, aunque no para mí, porque me ahorcara según lo tengo por gran amigo, y tengo pocos, porque no hallo muchos que merezcan mi amistad, que aviéndolo yo encomendado a Vuestra Alteza en el monte, representándoselo en el pueblo de Colmenar, con dezir que era en su presençia el que yo avía hablado a Vuestra Alteza en su ausençia, que estuvo por responderme, que lo oyese él: «No me acuerdo tal don Alonso». ¡O qué gran mal fuera!

»Y así çeso en esto, sudando, congoxado. Por lo qual quiero venir a hablar en el alcaide del Pardo y en otros desvaríos apetitosos y sin pesadumbre. Luego que Vuestra Alteza se apartó del dicho alcaide y de mí, que yo nunca me aparto ny apartaré de vos, aunque este vellaco ladrón deste alcalde luego os olvidó, venimos al Pardo, do hallamos a su viejo casero medio derrengado de una piedra de las que derriban de la torre. Lo qual no apruevo ny repruevo, porque Su Magestad sabe lo que haze. Esto digo porque el alcaide Castilla dixo, -o se me antoja: «Si Su Magestad avía de hazer otras torres, ¿para qué hazía derribar éstas?» Y díxome la comparaçión del moro, reprobando el pasear del cristiano: «Si as de yr allí, ¿para qué vienes aquí? Y si as de venir aquí, ¿para qué vas allí?» Y luego tras esto cantamos él y yo una cançión que dize: «Muger, muger, dame acá un cuchillo», con otras cosas desonestas que no son para nonbrar ante Vuestra Alteza. Y por esto quiero más quedar corto y que no las sepa, que no largo y desonesto con hazérselas saber.

»Y porque es muy largo el nonbre del alcaide del Pardo y pienso nombralle muchas veçes, por evitar prolixidad llamalle-emos aquí «Ladrón», que es muy breve y muy justo, pues en la verdad musiur de Hurreas es alcaide y no mi amor. Y el Ladrón me dió a comer dos quesillos asaderos y muchas açeitunas, por no aver otra cosa y túvome com palabras y no con manjares. Hasta echó mi cavallo a dos yeguas suyas. Y de rato en rato dezía el Ladrón: «Curen mucho aquel cavallo de mi señor don Alonso». Y en algo dezía verdad, que era lo postrero. Y preguntava muchas vezes si le avían echado de comer; [...] respondíanle: «Ya le echan». Yo pensava que «comida» y ellos dezían «hechallo a las yeguas», porque vea Vuestra Alteza quién es este Ladrón. Sobre todo me rogó que me acordase dél, quando escriviese a Vuestra Alteza, y no lo dixo a sordo ni lo dexo de hazer.

«Agora quiero hazer saber a Vuestra Alteza el falleçimiento y dicha de mi mula y desdicha mía, que ella por dichosa se tenía, viendo como se pasava toda la flor de su vida, bibiendo muy descontenta de la vida que tenía, como yo no la dexava descansar y la prestava a todo el mundo. En llegando aquí dióle un toroçón de que murió. Y no va nada en ello, porque no la he menester, aunque más me á consolado que yo traýa mi cama en ella, porque era creçida y de edad y para casar y no sabía si llamalla mula, si azémila. Siempre provee Dios, al qual encomiendo a Vuestra Alteza guarde y salve como el comendador de Castilla desea y yo querría. A don Álvaro de Córdova, vuestro cavallerizo mayor, y a mi conpañero paje de Vuestra Alteza dé Dios salud. A mi señora doña María dí el recaudo de Vuestra Alteza. Lo que ella os desea, eso os venga. Dios sea con todos. De Madrid, del vasallo leal de Vuestra Alteza, que sus reales pies besa. Don Alonso Enrríquez».




ArribaAbajoEsta es una carta que escreví a una señora en la villa de Madrid, sobrina del cardenal fray Françisco Ximénez, rica y hermosa y casada con un pariente suyo a quien ella menospreçia. Y tiene razón. Y llámase doña María Çisneros. Y por la carta se verá el propósito y lo demás; que es esta que se sigue

«Señora: Dixéronme que Vuestra Merçed avía dicho a mi señora doña María de Mendoça, aunque Su Señoría me lo niega, que quando yo dixe a la señora doña María Çapata que era muerta su hija, que me avía de responder: «si otro me lo dixera, pesárame». Quiero que sepa Vuestra Merçed que no se lo pudiera dezir otro mejor que yo ni más cuerdo, aunque fuera el cardenal don frai Françisco Ximénez. Y pésame porque yo era muy servidor de Vuestra Merçed y no lo seré de aquí adelante. Y tanbién diz que dixo Vuestra Merçed quando entré: «¡Jesús, aquí está éste!» Quando yo soy «éste», ¿qué hará otro que, porque no tiene culpa, no lo señalo aquí? Y así acabo, al cabo, besando las manos de Vuestra Merçed. Don Alonso Enrríquez. Fué fecha esta epístola a dos días de mayo de MDXLIII años. Dios sea con todos».




ArribaAbajoLo que me pasó con una dama en Madrid en el año de MDXLIII, mes de mayo. Y porque es caso de admiraçión y endiscreçión, está prohibido contarlo a los bibos. Y doy por testigo a la illustríssima señora doña María de Mendoça y a la illustre señora doña Françisca de Sarmiento su hermana y al señor don Álvaro de Mendoça

Tené atençión al caso de admiraçión, porque representándolo el auctor, que es al mismo que le acaesçió, le tiemblan las carnes. Avéis de saber que en el mismo lugar está una señora de gran linaje y no menos fama de honrrada y cristianíssima que se llama doña María de Ulloa, biuda madre del señor conde de Salinas. La qual tiene en su casa tres nietas muy honrradas y hermosas de tierna edad, aunque no tan niñas que no se podrían ya casar. La una es hija del conde de Ribagorça en Aragón; llámase doña María de Aragón. Es una dama que fué de la Emperatriz nuestra señora, -que está en gloria,- tan discreta y valerosa que en verdad yo no hallo a que la pueda comparar, si no es a la illustríssima señora doña María de Mendoça.

Yendo yo a ver a su agüela y a estas señoras en Santo Domingo el Real, do real y santamente tiene hecha su casa y morada, ya que era noche, me dixo esta doña María, ángel o diablo o quienquier que es: «Señor don Alonso, ¿avéis visto los altares de mi señora doña María de Ulloa en esta su casa?» Yo le dixe: «No, señora. Respondióme: «¿Queréis que os los muestre;» Yo le dixe: «Quando Vuestra Merçed fuere servida», creyendo que fuera otro día. Luego se levantó ligera y esparçida y dixo a un paje: «Toma ese candelero», y mandóle pasar delante y luego a mí y a ella no más. Y pasamos por muchas cámaras y recámaras y muchos corredores y ventanas por muy gran rato, andando cabe la lumbre muy gran viento, y en mi pensamiento, tormento, y la casa como encantada, sola y grande, considerando: «¡Pecador de mí! ¿qué es esto? ¿O, qué á de ser, si la vela se apaga? Porque si me desvío della, déxola sola y quedo neçio y apocado, si me llego a ella, desacátome y desvergüénzome». Yo dezía al paje: «¡Mira no se te mate la vela!» Ella respondió: «No va nada en ello, señor don Alonso». Yo, entre mí: «¡O pecador de mí! ¿qué es esto?»

Y así como llegamos a los altares, que son tres, fuýme al de medio que me pareçió más devoto y reçé una avemaría, como oraçión más breve. Y dixe a una ymagen de la Madre de Dios: «Señora, por aquel goço que sentiste quando el ángel te traxo la nueva como el Señor era contigo, que me socorras en este trabajo y me des gozo y alegría». Y entonçes pareçió una dueña, que juro por Dios que me pareçio que baxava del çielo y que no lo dexo de crer ansí, porque he mirado por todas las dueñas de la señora doña María de Ulloa y no ví aquélla otro día que fuí con mi señora doña María a comer y estuve todo el día con ellas. Entonçes dixe: «O señora dueña, seáis muy bienvenida, que a fee que estávamos muy solos sin vos, como el diablo no duerme...». Respondió la señora doña Marina, que como discreta conoçió mi temor y como valerosa y generosa quiso gustar dél: «Mirá, señor don Alonso, hagôs saber que nunca se hizo mal recaudo sino con dueña». ¡Contemplá, hombres humanos de carne y de hueso, qué tormento tan estraño, qué miedo tan grande, qué vergüença, qué corrimiento pasó por el pobre hombre!

Y luego dí mucha priesa para bolverme do estava su ahuela y primas y el señor don Álvaro de Mendoça. E no fué menester poca priesa, según era lexos y yo estava penado y congoxado. De lo qual dimos luego cuenta a los dichos y después otro día a mi señora doña María y a la señora doña Françisca, tornándole a dezir esta malvada esforçada que entraría otra vez y otras çiento comigo tan sola y más. De lo qual me guarde Dios. Amén. Amén.




ArribaAbajoCapítulo en que se tratarán tres cosas: llegada y estada de Alcalá; y un razonamiento que me hizo en Corte el arçobispo de Toledo; y una protestaçión que açerca dello yo hize al Príncipe nuestro señor

Jueves XVII de mayo de MDXLIII años, en el viaje que os tengo apuntado de la exçelente doña María de Mendoça que yva a casar su hijo, llegué con Su Señoría a Alcalá de Henares, do las señoras ynfantas doña María y doña Juana, hijas del Emperador, rey de Hespaña, estavan. Hallamos a Sus Altezas muy hermosas y deseosas de ver a la exçelente, la qual se fué a apear este día, a puesta del sol, a su real palacio. Y allí fué bien reçebida de las señoras Ynfantas y muy acatada desa compaña, do avía hermosas y generosas damas, conviene a saber: el conde de Zifuentes, que las tenía a su cargo, y la condesa de Faro con las damas que son siguientes: doña Ana de Zúñiga, doña Beatriz de Melo, doña Leonor Mascarena, doña Ysabel Osorio, doña Luisa de Viamonte, doña Catalina de Robles, doña María de Castro, doña Ana de Guzmán, doña Guiomar, hija de la condesa de Faro.

Y después de un par de oras, se retiró la exçelente a una posada que Sus Altezas le tenían muy adereçada. Estuvimos hasta el lunes siguiente que partimos, prosiguiendo en nuestro viaje. Estuvimos todo este tiempo en mucho regoçixo. Y por amor del Prínçipe su hermano y por el favor de la exçelente y por la buena consideraçión del conde de Zifuentes para mí, no huvo puerta çerrada do Sus Altezas estavan, aunque no las avía abiertas para ningún hombre humano, si no era al comer o al çenar de Sus Altezas. Y lo demás de los días entré con la exçelente y jugamos Su Señoría y yo con Sus Altezas a los bolos y a otros juegos con mucha y amorosa y favorable conversaçión.

Aora os quiero dezir como la privança que tengo con este prínçipe don Felipe y sus hermanas es por amor que les tengo y no por ynterese que les codiçio, por lo qual me á favoreçido el Prínçipe. Y viendo este favor, don Juan Tavera, cardenal y arçobispo de Toledo, el qual me ama, así por su ynfinita bondad como porque me crió un arçobispo de Sevilla de gloriosa y santa memoria que está en el çielo, fraile dominico que se llamó don Diego de Desa, con quien él también se crió, me dixo y apartó:

«Señor don Alonso, ya sabéis la obligaçión que tengo a vos y a vuestras cosas. É holgado mucho de ver que Su Alteza os tiene mucha y buena voluntad. Quiéroos acordar y avisar como es más sustentar que ganar, y que esto que tenéis entre manos es bien que salgáis con ello y miréis que bibirnos en mal mundo y que ay muchos embidiosos. No les deis armas para contra vos ny razón para que os quiten deste lugar donde estáis por desagradallos y murmurallos. Quered y tratad bien a todos. Espeçialmente con Su Alteza bibí muy recatado en tratar cosas líçitas y honestas», y otras cosas muchas me dixo, que por evitar prolixidad çeso.

Y respondíle: «Señor, beso las manos de Vuestra Señoría Reverendíssima por ese favor y voluntad, pero en verdad no pienso tener tanto cuidado en cosa que tan poco va». Díxome: «¿Poco va en estar bien con el Prínçipe nuestro señor, espeçialmente estando mal con su padre, pues que me hazéis hablar?» Yo le dixe: «Señor, es tan corta la vida humana que ni el uno me puede hazer largo bien ni el otro luengo mal, aunque me quite todo lo que avía de bibir en nuestra edad acostumbrada».

Y luego me fué al Prínçipe y le dixe: «Señor, el arçobispo de Toledo me dixo esto y esto; yo le respondí estotro y estotro. Y quiero que sepáis de mí que os quiero mucho y que mientra me pagáredes en esta moneda y manera, os tendré por buen pagador. Y en otra, aunque sea en piedras y encomiendas, villas y castillos fuertes, ni otros ricos y codiçiosos yntereses, ofiçios ni cargos, ponpas ni honores, tendré por mala paga, como si fuese em paja, y a Vuestra Alteza por mal pagador. Y apartarme-hé de vos con alegre voluntad, diziendo este cantar y tañendo castañetas: 'A mi casa me voy, buen amor, do tengo una huerta y para el campo un açor, con quinientas mill de renta, chapacarta, Dios mantenga.' Mirá que os aviso, si queréis que esté con vos, que os tengo de ser traidor, si me hazéis otra merçed ni otro favor, sino quererme bien, mi amor, como yo y mi bien, os quiero, pues a ser otro yo y vuestro padre otro don Garçía como el mío, me contentaría con otro tanto. Mejor lo devo de hazer, haziendo tan gran ventaja vuestro padre al mío y vos a todos los que naçieron de Adán y de Eva». Su Alteza me abraçó y dixo: «E quum spiritu tuo».




ArribaAbajoLo que suçedió en el viaje y casamiento del marqués de Camarasa, hijo del comendador mayor de León y de la exçelente su muger, en la çibdad de Çaragoça, reyno de Aragón

Fuí de Madrid con la exçelente. Estuvo XX días en el camino con muchos vanquetes y buenas comidas, así de ordinaria despensa y cocina como del duque del Ynfantazgo, como del duque de Medina-Çeli, que estavan en el camino. Y en la entrada de la çibdad de Çaragoça hovo gran reçebimiento çinco leguas antes. Salió el comendador su marido y el duque de Alva y después el birrey, el conde de Aranda, y el conde de Nieva y el conde de Luna y el arçobispo de Zaragoça y otras muchas personas prinçipales, sin los que salían a ver, que era toda la çibdad. Y entrando en la plaça y mercado, avía tres arcos triunfales y debaxo una tela para justar. Tomóles el arçobispo las manos al marqués y marquesa de Camarasa aquella noche que llegamos. Ovo buena conpaña de cavalleros, damas hermosas, y seraos y danças, comidas y çenas, justas y juegos de cañas y toros por tiempo de seis días. Velólos el mismo arçobispo. En todo lo qual les serví y acompañé como pude, devo y soy obligado.

E así los dichos comendador mayor y duque d'Alva y la exçelente con su gran conpaña venimos a la villa de Valladolid, do hallamos el muy mejor Prínçipe que nos dió Dios ni que lo supimos pedir, de quien tengo tratado en este libro y tractaré adelante. Del qual yo fuí muy bien reçebido. Y por un cavallero que se llama don Juan de Mendoça, hermano de la exçelente, fué desafiado para un juego de cañas, diez a diez y que de su parte avía de ser el duque d'Alva y que yo combidase al Prínçipe nuestro señor para que lo fuese de la mía. El qual me respondió que no estava ensayado ni diestro para ello, pero que lo açeptava y quél sería uno de los de mi compañía; mas que en tanto, yo le respondiese con este cartel que deyuso yrá aquí puesto suçesivamente.

El qual se açepto por el dicho don Juan y sus consortes y se effectuó. En el qual ganó el Prínçipe nuestro señor la joya, de averlo hecho mejor que todos, lo qual fué tan justo que, aunque fuera hijo de un çapatero, la mereçía. Fué yo su padrino, vestido de sus colores quél me dió, morado y blanco; e Gutierre López de Padilla de la quadrilla contraria, porque de la una parte era el padrino él, y de la otra yo, porque no huvo más padrinos. El qual y su quadrilla yvan vestidos de azul y colorado. No fuý yo uno de los del torneo, que a my escoger lo dexó Su Alteza, porue no hallé arnés que me armasen. Y en lo demás me remito al dicho cartel, que es este que se sigue:

«Yo, don Alonso Enrríquez de Guzmán, digo que un cartel de desafío me fué presentado de parte de don Juan de Mendoça, quél con otros nueve cavalleros a mí y a otros tantos jugarían a las cañas. Y como mi costumbre no sea rehusar cosas semejantes ny la valentía de mi corazón me da lugar para ello, quanto al açeptallo yo y mis compañeros que serán, lo açeptamos con las condiçiones por él y por los suyos puestas.

Pues el campo y el día queda a mi señalar, seis antes del plaço para quando huviere de ser les mandaré avisar, porque se tengan por aperçebidos y no puedan dezir que no se les da tiempo y lugar para ello. Y porque entre tanto los unos ni los otros no estén ociosos, para el domingo que viene les terné el campo seguro a los cavalleros que yo nonbraré, para que uno a uno y después a la folla, de la manera que yo señalaré, se combatan de picas y espadas con las condiçiones que abaxo diré, do cada uno dellos podrán mostrar el valor de sus personas para que, quando vengan las damas por ello, sean conoçidos dellas y estimados y tenidos en lo que mereçen. Y porque en esta Corte ay muchos y muy honrrados y todos podrían y querrían entrar en este torneo, por ser el campo pequeño y allí no podrían ser muchos, por esto sello-án estos que yo aquí señalo de mi voluntad. Y los demás perdonen esta vez.



El Prínçipe nuestro señor.
Don Hernando de Castro.
El prínçipe d'Asculi.
Don Antonio de Toledo.
Don Antonio de Rojas.
Don Diego de Açebedo.
Ruy Gómez.

Duque d'Alva.
Don Luis Manrrique.
El conde de Altamira.
Don Íñigo de Guevara.
El marqués de Camarasa.
Don Juan Benavides.
Don Juan de Mendoça.

De la manera que aquí van señalados se conbatirán uno a uno, dándose quatro golpes de pica y dos de espada. Y después por la misma horden en la folla se darán otros tantos golpes de pica y diez de espada con las condiçiones siguientes:

El cavallero que, uno a uno, se le cayere el espada no ganará preçio della.

El que de golpe de pica cayere, uno a uno, no ganará della. En la folla se guardan las mismas condiçiones.

El que diere golpes de pica por debaxo de la balla, no ganará preçio della.

El cavallero que mejor combatiere, uno a uno, del espada, ganará una espada.

El que mejor, uno a uno, de la pica, ganará una doçena de pares de guantes.

El que en la folla con el espada en la mano mejor se mantuviere, ganará una adarga.

El que en la pica mejor se mantuviere, ganará un ventalle.

Yo señalo a los señores comendadores mayores de León y de Castilla y de Alcántara y de Calatrava y a don Sancho de Córdova para que con estas condiciones sean juezes, juzguen y guarden su derecho a cada uno según lo hiziere. Y los unos y los otros piden a los señores juezes que juzguen y determinen quál de las partidas mejor y más bien combatieren, y manden que los de la otra les den sendas plumas en señal de averlo hecho mejor que ellos».

Quiero deziros, discreto y curioso lector, sabidor de lo que aquí escrivo, si lo sois, unas discretas y sustançiales palabras que oy, que son a XV días de julio de mill y quinientos y XLIII años, en su tierna edad dixo el sereníssimo y exçelente Prínçipe nuestro señor, -que Dios nos mantenga,- al duque d'Alva, don Hernán Alvarez de Toledo, pidiéndole liçençia y suplicándole me mandase Su Alteza fuese con él a Alva, que yva a ver a la duquesa su muger para bolverse luego. El duque dixo: «Suplico a Vuestra Alteza mande a don Alonso vaya comigo». Su Alteza respondió: «No, duque, antes será para que os estéis más allá». Respondió el duque: «Antes él me hará bolver más aýna». Dixo Su Alteza: «Pues desa manera, yd, don Alonso, y mirad que sea ansí». Actor: «¡O cómo avéis de ser discretos los que esto entendierdes! ¡O bibas, o sabias, o sustançiales, o amorosas, o profundas palabras! A Dios muchas graçias por tanto bien como nos hizo. Amén. Amén.




ArribaAbajoEsta es una carta de don Alonso Enrríquez, actor deste libro, que escrivió a Juan Vázquez de Molina, secretario del Emperador don Carlos y Rey nuestro señor, estando Su Majestad, y él con él, en Flandes, sobre la muerte y vacante del conde de Jelves, de contraria opinión del auctor y en su patria

«Muy magnífico señor: Renegá del honbre que os escrive e ymportuna sin gran causa, porque el que lo haze, lisongea y no confía del hombre. Y no entiendo yo que sois vos el hombre de quien no se á de confiar, sino el conde de Jelves, de quien pienso tratar en esta carta. El qual es falleçido desta presente vida y aunque lo huviera hecho antes, no hiziera mucha falta, que era un hombre que prestava poco en ella, a lo menos al señor don Hernando de Castro su sobrino, hijo de su primo hermano, que me dixo ayer: «Perdónele Dios, que doçientos ducados le pedí prestados en una muy gran neçessidad». Y respondióle que si le quería bien, no le demandase dineros prestados, pues no era el señor conde de los españoles que dezía Jufre, que quando le pedían diez ducados prestados, respondía: «Mandáme morir por vos, y no me pidáis dineros prestados», porque no era nada valiente.

»Y piden agora para su hijo la tenençia del alcáçar de Sevilla quél tenía, con quinientas mill de salario y otras tantas para la obra y dos casas reales y dos botos en el ayuntamiento de la çibdad, como veynteyquatro, uno para él y otro para su teniente, aunque esté presente el uno y el otro. Y porque no se le deve de dar por las razones siguientes, suplico a Vuestra Merçed la pida para sí; y vos, mi amor, seréis alcalde y el señor don Garçía mi hermano vuestro teniente. Primeramente porque, quando las comunidades, le tomó el alcáçar, no le defendió poco ni mucho; y en lo segundo, porque todas las cosas que tocavan al serviçio de Su Magestad, él y su teniente eran contrarios, como el señor marqués de Cortes su asistente en la dicha çibdad á ynformado al Emperador: y en lo otro, que es lo postrero, bueno y verdadero, porque no es bien ny apruevo que estos ofiçios y merçedes que Su Magestad haze de por vida por serviçios y mereçimientos de personas sean perpetuas ni patrimoniales, dándolos a los muchachos que están comiendo rosquillas de alfeñique en las cuñas o poco más, quitándolo a los pobres viejos que están comiendo tasajos de cavallo, con las armas que se les meten por los costados, aventurando las vidas y las almas y otras cosas singulares y trabajosas.

»Y si alguno de vosotros ante Su Magestad aprueva esto que yo repruevo, no le deve de dar crédito porque, como dize el sabio filósofo, no se le á de dar al que se le sigue pro ni ynterese. Y los que pueden mucho con Su Magestad querrían hazer sus bienes patrimoniales para el suçeso de sus casas, y a los otros que los ahorquen. Y si me dixeren que los mismos sirven tanto que por sus méritos pueden gozar sus hijos, a esto os respondo esto: que sirven menos, sin trabaxo, porque tienen más servidores y más regalos y favores para pederlos soportar, y por mucho que sirvan, no es tanto como lo que gozan. Y no es éste daño solamente para nosotros en general, sino propiamente para Su Magestad, que le ymportunan con este propio ynterese, diziendo que es justo aya el hijo lo que tuvo el padre, sin mirar otros ynconvenientes para que la costumbre se convierta en ley.

»Y porque aunque tendría más que dezir, doy fin a esto, suplicando a Vuestra Merçed, me aya de Su Magestad y desta vacante para mí un bosque con una casa siete leguas de Sevilla que se llama el Palaçio, que tenía el dicho conde de Jelves sin salario, miembro apartado de la dicha su tenençia, porque después de aver mucho que la tenía, compró estotra tenençia en quinientos ducados. Y atrévome a pedirla por dos cosas: la una, porque los del Consejo de las Yndias ynforman agora a Su Magestad que ansí en lo que yo he servido en el Perú como padeçido sin culpa en las prisiones y molestias acá, merezco muchas merçedes de Su Magestad; y lo otro, porque os tengo por señor. Y si no basta todo esto, pídala Vuestra Merçed para sí y renúnçiela en mí, y servirle-é con mill ducados para ayuda a su costa. Y reçebiré muy gran merçed de Vuestra Merçed. Por cuya muy magnífica persona y estado acreçiente quedo rogando a Nuestro Señor. En Valladolid y en otubre, seis días, de MDXLIII años, y del muy servidor de Vuestra Merçed. Don Alonso Enrríquez».

Esta es una carta que embía un cavallero que se llama Pero Mexía, muy hidalgo y muy primo y muy sabio, al autor deste libro, don Alonso Enrríquez, en respuesta de otras que le á escripto. De las quales no os haze mençión por dos cosas: la una, porque no quiere poner en disputa la mejoría según viene de buena la de Pero Mexía; y la otra, porque ella misma va respondiendo a las que yo, el auctor, le tengo escriptas.

«Señor: Házeme Vuestra Merçed tanta merçed con sus cartas y vienen tan bien aconpañadas que me hallo confuso de ver que no merezco tanta merced ni puedo satisfaçer a tan gran cargo. Pero pues lo hazéis tan liberalmente, contentaos con que agradezco y conozco el bien y favor que me hazéis. Ví las cartas del señor don Pedro de Córdova y la que Vuestra Merçed escrivió a la señora Ynfanta y la que os escrivió la señora doña Graida; y en verlas y leerlas reçebí gran deletaçión. La de Vuestra Merced me parece muy aguda y discreta y con la sal de donaire que era menester. La de doña Graida, muy avisada y de muger del Palaçio, con desemboltura, grave y onesta. La de don Pedro, muy de amigo y que burla muy cuerdamente.

»Y de todas saco yo que Vuestra Merçed es tenido y preçiado como es razón, y que lo mereçéis ansí, aunque esto postrero gran tiempo á que yo me lo sé; pero agora sé que lo saben los otros. Vuestra Merçed se acuerde de agradeçerlo mucho a Dios; catá que se lo devéis muy devido. A lo que Vuestra Merçed dize que os glosan acá vuestra privança, digo que mal me haga Dios si no os mienten, porque acá no la entienden los que entienden sino verdadera y que careçe de todo herror y falsedad. Que diga alguno que el Príncipe nuestro señor començó a tomar gusto de vuestra conversación por vuestros donayres, el mismo se dirá que sois muy avisado, muy honrrado cavallero de persona y linaje y tenéis las otras partes que un cavallero deve tener, con las quales sin donayres suelen ser los hombres aceptos a los prínçipes. Pero porque se juntaron éstos con ser graçiosos, os hizieron privado, que suena más que açepçión. Y la graçia y desemboltura no bastaran, si faltara lo demás.

»Y más digo yo que, pues Dios os la dió e ývades a la Corte, no hérades obligado a dexarla en Sevilla, pues no está prohibida por premática, quanto más que de la discreçión y claro entendimiento que todos afirman del Prínçipe nuestro señor, presumo yo que á tirado a lo mejor y más sustançial y que de aquello se sirve y agrada, no deshechando lo demás, pues todo es de comer. Y en esto no más, porque acá no ay más, y házenlo mal los que escriven a Vuestra Merçed estas cosas, porque si dizen verdad y son amigos, como dizen, devrían entonçes de responder. Y pues no lo hazen, hazen muy mal en dezíroslo. Y si mienten, muy peor. A mí me haga mal Dios, si é oýdo hablar mal en la privança de Vuestra Merçed.

»Yo he escripto dos vezes a Vuestra Merçed después de otras muchas, de lo qual no me hazéis memoria en vuestras cartas. Temo no se pierdan las mías, lo qual no creo, porque las doy al contador Çárate. Lo que Vuestra Merçed manda que escriva al marqués de su soliçitador no quiero yo hazer, porque sin nos aver visto, por cartas somos amigos Rodrigo de Baeça y yo. Y qualquier que él sea, que a lo menos yo téngolo por ábil, bastará donde el marqués tiene tales amigos como el señor Gutierre López y Vuestra Merçed que le daréys el favor y calor.

»En lo de la venida del señor marqués de Cortes y del liçençiado Juan de Herrera, que Vuestra Merçed dize que será presto, digo que sea muy enbuenora y quando Vuestra Merçed mandare, porque desta manera cumplirse-ýan los deseos de Pero Pónçe y de muchos de los jurados más presto que ellos aun piensan. De la venida del alcalde no ay por que a mí pese porque, como otra vez tengo dicho, nunca me hizo pesar, antes me tenía por amigo. De la del marqués estoy dudoso, porque nunca se agradó de mis cosas, antes mostró alguna vez descontento. Pero si ellos an de governar bien, plega a Dios que traiga luego al uno y al otro; si no, que nunca acá vengan con salud y prosperidad que Dios les dé. En lo que Vuestra Merçed dize de Cardona, digo que no me pareçe mal lo que haze en zerrarse temprano y salir tarde, porque desa manera no le hará mal el sereno, que en Valladolid dizen que ay muy espeso, pues ago yo otro tanto con el calor de Sevilla. Lo que yo suplico a Vuestra Merçed es que, aunque le seáis contrario en sus negoçios, que su persona en ausençia ni en presençia no sea ofendida. Y si no queréis o no açeptáis otra razón, sea porque es mi amigo.

»Nuevas de acá no ay sino la muerte del conde de Jelves, que será allá ya viejo, pero acá es aun nuevo todavía el pesar que dello se á reçibido, porque era muy honrrado, muy virtuoso. Aquí esperamos cada día al almirante de Aragón que viene a casar con la otra hija de la virreyna, porque así es la vida que la una á de abrir las piernas y la otra çerrallas. Y por esto se dize «Do una puerta se çierra, otra se abre». El duque parte de oy en çinco o seis días de Sevilla. No va sino Hernand Arias y sus hermanos y Luis de Monsalve y los de su casa, pero de Xerez y de otras partes le viene gran compañía que no será menester contarlo yo, porque allá se sabrá mejor. No tengo más que dezir y aun temo que se á hablado demasiado. Nuestro Señor la muy magnífica persona de Vuestra Merçed guarde y ponga en aquel estado que desea y el Prínçipe de Hespaña le podría dar. De Sevilla, XXVIII de setiembre de MDXLIII. Besa las manos de Vuestra Merçed. Pero Mexía».




ArribaAbajoEsta es una respuesta de don Alonso Enrríquez, autor deste libro, a esta carta suprascripta del sobredicho Pero Mexía, como en ella veréis

«Señor: Aunque tengo respondido a una carta que Vuestra Merçed me hizo merced de consuelo y de favor, la qual leyó el Prínçipe nuestro Señor y con su pareçer puse en el libro de mi vida, por mi vida y honrra no dexaré de screvir estotra, porque sería yerro perderse y no que vayan entrambas a las manos de Vuestra Merçed ésta y la otra y otras çiento, como meresçedera de çiento por una. Y asimismo avía reçebido otras dos o tres de Vuuestra Merçed que me dió Antonio de Eguino, secretario del señor comendador mayor de León, que le embió el contador Çárate. Al qual beso las manos, y a las quales tengo respondido a Vuestra Merçed y a esta postrera, no tan largo ni tan sabio como ella, porque no me atreví ny quiero dexar de conoçer que sois más sabio que yo, pues el que más lo es en esta vida lo devría conoçer.

»Mas a lo que Vuestra Merçed dize de ser el conde de Jelves, -que aya gloria-, muy honrrado y virtuoso, no quiero dexar de responder, porque es materia clara y verdadera ser el dicho conde muy honrrado y virtuoso, como Vuestra Merçed dize. Señor, vuestra carta reçebí, etc. Lo que sé dezir a Vuestra Merçed de su alcaidía es que la an pedido muchos a Su Magestad y a ninguno darán sino con la mitad del salario, que serán C. mill, porque diz que no eran sino doçientas mill, y para la labor poco o no nada, y en cabildo un boto o no ninguno, porque no ha faltado quien lo diga acá al Prínçipe nuestro señor y lo escriva allá a su padre, el qual tiene tantas y tan justas neçesidades en serviçio de Dios Nuestro Señor y reparo y manparo destos sus reynos contra el rey de Françia y Gran Turco y otros herejes que está más para vender que para dar.

»El Prínçipe nuestro señor me dixo que avía suplicado el cabildo y ayuntamiento desa çibdad de la provisión que se hizo en el mariscal Diego Cavallero de una de las veinteyquatrías acresçentadas, y no le pareçió mal, aunque no tienen mucha razón, pues ay otros regidores como él, y aun Dios y ayuda. El qual sea con todos y guarde y acresçiente la magnífica persona de Vuestra Merçed, como desea y mereçe y yo querría. De Valladolid y de otubre XII, del servidor de Vuestra Merçed. Don Alonso Enrríquez».

Esta carta suçesiva me scrive el illustrísimo señor don Pero Afán de Ribera, marqués de Tarifa, de quien yo tengo tratado mucho en este libro, que antes que heredase se llamava don Pero Enrríquez de Ribera. La qual y su repuesta que yo le embié pongo aquí juntamente, lo uno tras lo otro, porque sepáis la obligaçión que tengo con este señor en deudo y deuda y lo que me pasa con Su Señoría.

«Magnífico señor: Reçebí una carta vuestra de dos de septiembre y con ella la merçed que siempre reçibo con todas las que me screvís. La carta que os scrivió don Alonso de Cárdenas, e el treslado de lo que vos, señor, le respondistes he visto y he holgado con ellas. Y ansí lo haré con todas las demás que me enibiáredes. Yo salí de Sevilla avrá quinçe días, porque me davan mucha priesa que fuese a Granada a hallarme presente en la determinaçión del pleito del marqués de Montemayor. He parado en este lugar y danme todavía tanta priesa que seré allá dentro de doze días o quinçe. Acabado allí, yré a besar las manos al Prínçipe nuestro señor, que es cosa que deseo harto.

»Si vuestra venida fuere antes que mi yda, y quisierdes, señor, hazer vuestro camino por aquel lugar, haréisme mucha merçed en ello y no faltará en que pasar algunos buenos ratos. Y así la reçebiré con vuestros mandamientos; cumplirse-án con entera voluntad. Guarde Nuestro Señor vuestra magnífica persona y casa como deseáis. De Cañete, 3 de otubre de 1543 años».

De su mano y letra del dicho marqués yva scripto y dezía lo que se sigue:

«Espantarme-ýa mucho de Pero Mexía no os respondiese, señor, a vuestras cartas. No he sabido nada de la que aora le escrevistes. Deve querer callarla a los amigos, y enemigos, si ay algunos, que en verdad yo no le conozco sino que todos os quieren mucho en aquel lugar y os desean ver en él. Y yo en el que estuviere, a lo que, señor, mandardes. El marqués».

«Illustrísimo señor: Rezebí una carta de Vuestra Señoría de tres del presente. Y a lo que Vuestra Señoría dize que conozco de la voluntad que tiene de hazerme merçedes, no me quiero detener, pues Vuestra Señoría conoçe la mía para serville. Ya la mostré al Prínçipe nuestro señor, y á holgado en la venida de Vuestra Señoría a esta su Corte. Yo no podré yr por Granada, porque tengo de yr por Guadalupe a cumplir la penitençia que estos señores me comutaron en que pasase por allí, quando fuese a mi casa, y dixese un avemaría con un a ti soli pecavi, y no al liçençiado del Corro, que fué el que dió la sentençia. Y de allí yré a mi casa, donde obedesçeré y cumpliré vuestros mandamientos, sin que sea menester perder la tina, como hizo el señor duque de Medina-Çidonia con Pero Hortiz de Sandobal.

»Pero Mexía me scrive que no diga lo que me dize en sus cartas, sin que las muestre por las añadiduras que de mano en mano o de boca en boca se hazen. Yo le respondo que así lo haré yo; que no lo haga él con las mías ansí, porque no se puede añadir tanto. Yo scrivo, Dios sea con todos. Guarde y acreçiente la illustrísima persona de Vuestra Señoría, etc. De Valladolid y de otubre, días XV, de MDXLIII años. Del muy servidor de Vuestra Señoría. Don Alonso Enrríquez».

Aquí acabamos lo que hasta aquí y començaremos a tratar en el casamiento del Prínçipe nuestro señor con la prinçesa de Portugal, que Dios nos mantenga. Lo qual, mediante Él, se efectuará en el fin deste mes de otubre o en el prinçipio del otro, porque ya an ydo a reçebir, a la raya destos dos reynos, a la prinçesa el illustrísimo señor duque de Medina-Çidonia, con gran compaña, y el señor obispo de Cartajena, no menos aconpañado. Y será la velaçión en Salamanca de Sus Altezas y serán los padrinos el illustrísimo duque d'Alva, capitán general destos reynos de Hespaña por el Emperador su padre, etc., y la illustrísima duquesa su muger.




ArribaAbajoDe cómo partí de la villa de Valladolid a la çibdad de Salamanca con el Príncipe nuestro señor, do se casó

Salió Su Alteza de Valladolid viernes, a dos días del mes de noviembre, año de mill y quinientos y quarenta y tres años, y fuimos a Tordesillas, do estava la reyna doña Juana su ahuela, nuestra señora, para tomar su bendiçión. Y luego que llegó, entró y los que ýbamos con Su Alteza, que de grandes señores era el reverendíssimo y honrradíssimo cardenal arçobispo de Toledo, don Juan Tavera, y el almirante de Castilla y don Juan de Zúñiga, comendador mayor de Castilla.

Hallamos a la Reyna en pie, vestida con una ropa de buriel redonda que llegaba al suelo y unas mangas a manera de ropa de fraile benito, con un tocado flamenco, con una mantellina del mismo paño buriel por çima de la cabeça, con un nudo debaxo de la barba. Y llegó el Prínçipe a besalle la mano, con la rodilla en el suelo, y no se la quiso dar y díxole dos o tres vezes que se levantase. Y ansí se levantó sin besalla, porque nunca la da a nayde. Y luego llegó el cardenal y el almirante; y reçibiólos y honrrólos muy bien. Y asentóse y mandó ponellos sillas y sentarse el Prínçipe y cardenal y almirante.

Y luego preguntó al Prínçipe qué tal estava Y qué sabía de su padre. Y el Prínçipe respondió que de su padre tenía buenas nuevas. E preguntóle que dónde yva, si yva a casarse. Dixo el Prínçipe que sí y que venía a Salamanca. Dixo el truhán que llevava el Prínçipe consigo: «Señora, y es muy hermosa la Prinçesa». La Reyna, mirando al Prínçipe: «Más que burlado os hallaréis, desque la veáis, si no os pareçe hermosa». Y bolvió la cabeça, reyéndose de lo que avía dicho. Y preguntóle qué tal estava. El qual quitó su bonete y ella no se lo consintió tener quitado aquella vez ni otras dos o tres que le habló. Y respondióle que muy bueno, a serviçio de Su Alteza. Y así se dió fin por este día en esta conversaçión y visitaçión.

E otro día que tornó el Prínçipe a despedirse, la hallamos asimismo en pie. Y hízolos sentar a los dichos y preguntó al Prínçipe si avía de bolver por allí con su muger. Respondió que sí. Y estuvieron un poco, de buena conversaçión. Y porque el truhán le avía dicho el día pasado: «Señora, éste es don Alonso Ennrríquez, privado del Prínçipe», por mí, el auctor, preguntó la Reyna al Prínçipe, que se le acordó, aunque no de mi nombre por entero: «Este Enrríquez anda siempre con vos». Y ansí nos despedimos aquel día y fuimos a dormir a Medina del Campo, do también vinieron de Valladolid el duque y duquesa d'Alva y el comendador mayor de León, don Françisco de los Cobos, aconpañando y sirviendo a la duquesa, lo que así acompaña y sirve el duque a su muger, la exçelente doña María de Mendoça, por ýntima amistad que entrambos tienen y el Emperador les dexó encomendado.

Y de allí venimos a dormir todos a un lugar que se llama Cantalapiedra. Y de allí el Prínçipe escojó doze señores y cavalleros, quedando otros muchos desta su Corte, y tomó la posta para yr encubiertamente al camino a ver a su muger, conviene a saber: fueron el duque d'Alva y el conde de Benavente y el almirante de Castilla y el prínçipe d'Ascoll y don Alvaro de Córdova, cavalleroriço mayor de Su Alteza, y don Pero de Córdova su hermano, mastresala de Su Alteza y don Manrrique de Silva, maestresala de Su Alteza, y don Antonio de Rojas, camarero de Su Alteza, y don Antonio de Toledo, primo hermano y cuñado del duque d'Alva, y don Juan de Acuña, maestresala de Su Alteza, y Ruy Gómez de Silva, trinchante de Su Alteza, y yo, el auctor. E fuemos a dormir a Alva de Tormes, do el dicho duque nos hizo gran hospedaje y muchos regalos y serviçios a Su Alteça y por todo el camino a su costa con sus ofiçiales. Fuimos al Abadía, un lugar y hermosa casa con un gran bosque del dicho duque. Passado el puerto do acabaron de hospedarnos, su alcaide murió súpitamente, porque se acostó a las doze de la noche y amaneçió muerto.

Y por allí pasó la Prinçesa y la vió su marido y nosotros emboçados. Y ansí nos venimos tras ella hasta que entró en Salamanca ella, donde se le hizo gran reçebimiento. Y el Prínçipe entró otro día de camino. Y entró en su aposento y vistióse rica y luçidamente de sedas blancas y oro y se fué ado estava la Prinçesa con muchos cortesanos rica y luçidamente vestidos. El dicho cardenal los desposó luego. Y huvo serao y dançaron algunos galanes con las damas que Su Alteza traýa, moscateles porque pareçiesen moscas. Y al deshazer del serao, hecharon el sello en bien dançar y hermosura al Prínçipe y la Prinçesa. Retiráronse cada uno a su aposento y çenaron y descansaron hasta poco antes que amaneçiese, que los veló el dicho cardenal. Y fué padrino y la madrina el duque y duquesa d'Alva. Y luego se acostaron los novios y no estuvieron más de una ora o dos echados, por do se presume quél fué para mucho o para poco, pues tan presto concluyó.

La çibdad hizo muy grandes fiestas. No pongo aquí más, porque lo dexo para los que sobre ello scriven más largo, porque, como os tengo dicho, en este mi libro no pongo más de lo que me acaesçe a mí propio. Y para dallo bien a entender no puedo dexar de dezir lo a ella anexo y conçerniente y en suma, digno de saber, porque sin ello yría solo y sin propósito. Y porque soy obligado a dezir lo bueno y lo malo, conviene a saber, apetitosos lectores, mis duelos y privanças, que yo dixe al Prínçipe nuestro señor si quería que besase las manos a su muger en su presençia o en su ausençia... Y ella me dixo como yo era cuñado del ama que la avía criado e mandó que me llamase. E yo le respondí que yo llegaría con su marido, porque así me lo avía mandado Su Alteza. E como estuvieron los dos junctos en un alto estrado en dos sillas, yo le embié a dezir al Prínçipe con un su paje y privado, que se llama don Rodrigo Manuel, que si quería que llegase luego; y que mirase no dixese mal de mí a la Prinçesa su muger, porque también tenía yo que dezir dél. Y mandóme responder que ni yo tenía que dezir dél ni él de mí de mal, y que le aguardase: para en acabando el serao. Y yo, desque se huvo acabado, llegué; y acudióme tan mal que no habló más de la boca que del colodrillo. Por lo que devemos de confiar sólo en Dios, porque Éste es solo Señor, sin mácula y nuestro sumo bien. Amén.

Después de lo susodicho y hecho, vinieron Sus Altezas a Medina del Campo, do fueron bien reçebidos, y de allí a Tordesillas, do estava la reyna doña Juana, ahuela del Prínçipe. Y desque le huvieron besado las manos Prínçipe yPrinçesa, vinieron aValladolid, do fueron muy bien reçebidos. Y allí me dixo el Prínçipe nuestro señor que si algún descuido avía avido en Su Alteza, como no avía sido por falta de amor sino porque avía sido todo casamientos y fiestas y caminos, y que no habló a la Prinçesa quando llegué a besalle las manos, por hazello en ausençia, como lo avía hecho, porque las palabras en presençia eran cumplimientos, las quales no avía de tener conmigo. Y entonçes, como, estávamos solos, no quiso dar lugar a la razón sino a la sensualidad y abraçóme muy reçiamente.




ArribaAbajoCapítulo cómo salí desta Corte para yrme a Sevilla, mi propia naturaleça, en cabo de un año que salí della. Y no me dexara Su Alteza, si no dierala palabra de bolver a su serviçio y conversaçión

En el año de MDXLIII, por las guerras que movieron y hizieron el rey de Françia y Gran Turco, enemigo de nuestra santa fe cathólica, confederándose contra el cristianíssimo Carlos, Emperador, Rey d'España, etc., así para hazelles rostro en Italia y Flandes y Alemaña con su propia persona y exérçito como en reparar y preparar las fronteras y puertos de mar contra los françeses y turcos, entre otras muchas cosas que el Emperador tuvo neçesidad de vender y enpeñar para cumplir los grandes gastos y defender sus reynos y vasallos como buen rey, fué menester vender çiertos ofiçios en Castilla y tres veinteyquatrías que se avían de vender en Sevilla, donde yo soi natural. Dixe al comendador mayor de León, que después del Prínçípe nuestro señor era el prinçipal que tenía cargo desto, como de todo lo demás, que yo quería una destas veinteyquatrías, que en otras partes se llaman regimientos, por el tanto que otro diese. Y él me respondió que yo pedía poco y él haría menos en hazello.

Y quando no me caté, supe que estavan proveídos los ofiçios en otros. Y preguntéle que cómo avía sido aquello. Y respondióme que yo me avía descuidado y él también, porque uno se avía dado al duque de Sesa su yerno para don Pero López Puertocarrero y otro al cardenal de Toledo para Bernaldino de Saavedra y otro al cardenal de Sevilla para el mariscal Diego Cavallero. Y agraviándome yo desto, enojado, y apartándome de su conversaçión, sabido por el Prínçipe nuestro señor, le embió a dezir que cómo avía sido esto. El comendador le embió a suplicar que me hiziese su amigo con el propio mensajero, que otra cosa avría en que Su Alteza me hiziese merçed y él la soliçitaçe.

Y así tractaron Su Alteza y Su Señoría y el reverendíssimo cardenal de Toledo de darme un corregimiento en una çibdad çerca de Sevilla. Y estándose para efectuar, contractamos Hernand Arias de Saavedra, primogénito hijo del conde de Castellar, que es alguazil mayor de Sevilla, offiçio muy preminente y el primer boto de cabildo, y la misma honrra y nombre de alguazil mayor y poderes tiene su lugarteniente quel prinçipal, que me diese este ofiçio y que tornase el corregimiento que a mí me davan para Melchior Maldonado de Saavedra, su primo hermano, que tenía el dicho ofiçio de su lugarteniente de alguazil mayor.

Porque como he yo andado fuera de Sevilla por el mundo, tenía deseo de acabar en ella y goçar de mi muger y madre y parientes y de unas muy buenas casas que tengo en la dicha çibdad y otras en el campo ençima de la ribera de Guadalquiví; lo qual no se podía llevar al dicho corregimiento ni goçar. Y así fuimos conçertados y avenidos por mano e ynterçesión del reverendíssimo cardenal arçobispo de Toledo. Lo qual plega a Dios sea para su serviçio y para mi descanso y me dé seso y entendimiento y paçiençia para que yo exerçite el dicho offiçio y cargo sin hazer cosa que no devo, de manera que yo goze honrrada y sabrosamente desta vida humana y después vaya a la que es sin fin para siempre, que es en el çielo. Amén.

De la villa de Valladolid, do a esta sazón estava la Corte, fué en el mes de hebrero del dicho año de MDXLIIII a Nuestra Señora de Guadalupe, que está casi en medio del camino, y me confesé y comulgué y me encomendé a Élla para que fuese ynterçesora con Cristo su Hijo precioso y me diese graçia de bibir y morir en su sancto serviçio y me alcançase perdón de mis pecados, los de hasta allí, y me diese graçia que no cayese en ellos ni en otros, como fiel y buen cristiano. Y de allí me fuí a Sévilla donde fuí muy bien reçebido de mis parientes y amigos.




ArribaAbajoEsta es una carta que screví yo, el auctor deste libro, a un amigo mío, consolándole de la muerte de dos hijos suyos que se le murieron en dos meses

«Como supe que los trabajos de Vuestra Merçed proçedan de causa tan justa, no renunçio con mi carta el dolor quel tiempo avía començado a floxar. Y así estoi confiado que Vuestra Merçed con su cristiana prudençia lo avía antiçipado, aunque no se puede justamente reprehender la tristeza que Vuestra Merçed aya tenido por el fallesçimiento de sus dos hijos, pues a varones de Dios, ynspirados de Spíritu Sancto, les pareçió que la causa de la gran tristeça de Job no fué la pérdida de toda su hazienda sino la muerte de sus hijos. Ca entonçes rasgó sus vestiduras y, prostrado en tierra, lloró al Señor.

»Y así es costumbre humana y antigua llorar a los muertos. Abrahán de CXVII años lloró a su muger Sara, y Jacob a su hijo, Josepfe lloró a su padre Jacob; y quando Arón, hermano de Moisén, murió, todo el pueblo le lloró por término de XXX días. Y a Moisés, siervo de Dios por cuyo mandado fué sepultado, también le lloró todo el pueblo de Israel. Y David lloró a su hijo Anión; y así lloraron la muerte del rey Josías y del profeta Samuel. Y el mismo profeta David, quando supo que Saúl, era muerto, aunque avía sido su adversario, rasgó las vestiduras y hizo gran llanto. Y María Madalena y Nuestro Redentor lloraron la muerte de Lázaro. Y quando el protomártir Santistevan fué muerto y apedreado, los varones religiosos hizieron gran llanto por él.

»Esto he querido dezir porque no le quede a Vuestra Merçed escrúpulo, creyendo que ofendió a Dios por averse entristeçido de la muerte de sus dos hijos. Piedad es, por çierto, y muy grande llorar los muertos, con tanto que en ello aya moderaçión, como la guardaron antiguamente no sólo los que tuvieron lumbre y conoçimiento de Dios, pero algunos filósofos usaron della. Scrívese, como Vuestra Merçed sabe, de Foçión orador, que viniéndole a dezir la muerte de su hijo, respondió: «Ninguna cosa nueva me dezís, porque en la ora que naçió supe que avía de morir, y ninguno se deve maravillar quando le acaesçe lo que vee acaesçer a muchos. Y si esto mirásemos, gran fuerça gastaríamos a los travajos. ¿Y para qué entristeçernos de cada adversidad? Pues toda la vida es de llorar y vemos muchas vezes naçer nuevos dolores antes que los antiguos se quiten».

»Y por más que Vuestra Merçed quiera guardar en sí este dolor, se le quitará, y tanto más presto quanto fuere mayor. Por cosa fea tuvieron los sabios antiguos el cansançio del dolor para el remedio dél, diçiendo que era mejor dejar el dolor que no aguardar quél nos dexase. Y no sin causa nuestros mayores señalaron término a las mugeres para llorar por su flaqueza, no porque llorasen todo aquel tiempo, mas para que no exçediesen dél. Pero a los hombres ningún término se les señaló, porque ninguno les era más honesto.

»El profeta Daavid gran doctrina y exemplos nos dexó, que quando enfermó un hijo suyo que avía ávido en la muger de Urrías, ayunó y echado en tierra orava a Dios por su salud; y no se quiso levantar del suelo a ruego de los ançianos de su casa ny comer con ellos. Y muerto el hijo, al septeno día venían sus criados a se lo hazer saber y deçían entre sí: «¿Cómo le diremos la muerte del hijo, pues no nos quiso oýr quando estava rnalo?» Y como David los oyó, entendía que su hijo era muerto y se lo preguntó. Y le respondieron que muerto era. Y luego David se levantó del suelo y mudó la vestidura y se lavó y entró en el templo del Señor y le adoró; y fué después a su casa y pidió pan y comió. Y los criados que vieron tanta novedad le preguntaron la causa della. Y les respondió: «Quando el ynfante aún era bibo, ayuné y lloré, porque no sabía la voluntad de Dios, si era dexármele bibo. Pero ya que es muerto, ¿para qué tengo de ayunar? ¿Podrélo yo por ventura resuçitar? Más çierta será mi yda a él que no su tornada a mí».

»Éste fué, señor, moderado y cathólico sentimiento y qual se deve tener por los muertos. Y esto es lo que nos amonestó San Pablo, que no nos entristeçiésemos de los que duermen, y Nuestro Redemtor por la muchacha y Lázaro verdaderamente muertos dixo que dormían. Y si cristianamente quiere Vuestra Merçed mirar el falleçimiento destos sus hijos, demás de la misericordia que Dios usó con ellos en llevarlos a su gloria en edad que no le avían ofendido, considere Vuestra Merçed quántos benefiçios reçibe y qué tan consolado y alegre deve estar, porque averle Dios dado este trabaxo confórmese con el profeta David que deçía: «Alegramos, Señor, por los días en que nos humillaste y años en que Vimos males».

»Desta vexación con que Dios Nuestro Señor os á visitado os disporná a grandes bienes, Testimonio da desto el Apóstol quando dize: «Castíganos Dios en este mundo porque no perezcamos con el mundo». Y esto sentía el mismo profeta David quando dezía: «Corregi-me-á el justo en misericordia». Y Salamón afirma quél açota y corrige al que ama, y al hijo que quiere disponer para la vida eterna le castiga. Y sabiendo el profeta David que los trabajos desta vida le avían de aprovechar para la gloria, pedía al Señor que le probase y tentase. Y en otro Salmo confiesa que antes que Dios le abaxase avía pecado, y que por avello humillado, guardó sus mandamientos. Y en otra parte pedía a Dios ayuda de la tribulaçión: ca vana es la salud de los hombres; la salud verdadera y de los justos prende Dios.

»Y pues Vuestra Merçed, como Ysac, á reçebido ayuda desta tribulaçión, alégrese y consuélese con el Señor y bendígale por ello, como lo hizo el profeta: «Bien es para mí, Señor, que me humillaste para que aprendiese tus mandamientos». Y en otra parte dize: «Tu vara y tu palo me an consolado». Mirad, señor, que quando Dios azota a sus ovejas escogidas con verdasca, dándoles adversidades y tribulaçiones, no dexa de socorrer y sostenerlos con el palo, que es dándoles en ellas paçiençia. Ésta suplico yo a Vuestra Merçed tenga, y pueda con verdad dezir las mismas palabras del profeta, porque aver sentido sola la tribulaçión con la vardasca y no la paçiençia con el palo sería de temer, porque Faraón y Çenachirido en el castigo de Dios sintieron el açote pero faltóles el palo; y así dexaron de ser consolados. No fué ansí en David, que quando mandó contar el pueblo, le castigó Dios, y sostenido con el palo, se emendó y íué consolado en la tribulaçión.

»Y aunque algunas vezes da Dios tribulaçiones en esta vida, como las dió a nuestros primeros padres por su desobediençia, y quando se vieron los gigantes en la tierra y quando, creçida la maliçia de los hombres, embió Dios las aguas de los diluvios y quando embió fuego del çielo sobre Sodoma y Gomorra por sus abominables pecados, no dexa Dios otras vezes de nos dar trabajos para provar nuestra perseverançia y nos tienta para más bien y perfiçión nuestra.

»Y así fueron las persecuçiones del paçientíssimo y justíssimo Job y la tentaçión de Habrahán, que no aviendo cometido pecado, oyó la boz del Señor y le dixo: «Toma tu hijo unigénito que amas, Ysac, y llévale a la tierra de Visión y allí le ofreçerás en olocausto sobre un monte que te mostraré». ¡O secretos grandes de Dios! ¿Por ventura no bastara que oyera: «Toma tu hijo,» sin que añadiera, por más le lastimar «unigénito»? Y porque más le atravesase las entrañas, dixo: 'unigénito que amas,' y espeçificando su propio nombre de Ysac. Y porquel dolor no fuese breve sino prolongado, mandóle Dios que hiziese olocausto, no luego ni en lugar do estava sino sobre un monte que le demostraría.

»Pues si estos y otros muchos justos varones sintieron tan grandes angustias, y tribulaçiones, ¿por qué nosotros hemos de maravillar ni entristeçer, nosotros pecadores, de las que Dios nos da? Y pues Vuestra Merçed tantos bienes á reçebido de la mano de Dios, ¿por qué no sufrirá este trabajo con paçiençia? Y pues, quiera o no, la á de sufrir, haga Vuestra Merçed de la neçesidad virtud y no tenga más tristeza ni llore por los hijos que están en gloria. El verdadero y provechoso llorar es el que dize David; «Mis ojos echaron abundantes lágrimas del corazón, doliéndose porque guardaron mal tus mandamientos, dando lugar con su vana vista que entrasen en el alma deseos y afiçiones contrarias a tu voluntad». Y quando él se veía en medio de alguna tribulaçión, no temía de salir, della y confiava en el socorro de Dios y que con su mano derecha le libraría del peligro de la prosperidad y con la izquierda, de la adversidad. Y así confío yo que consolará y prosperará a Vuestra Merçed en esta vida y después de largos y feliçes días, en la otra. De Sevilla, en prinçipio del mes de março del año de MDXLIIII, y del servidor de Vuestra Merçed. Don Alonso Enrríquez de Guzmán».

Quiero daros cuenta y razón, como en todas las cosas se deve hazer e hago, de cómo dexé de ser alguazil mayor de Sevilla, según vos tengo contado que tractó el Prínçipe nuestro Señor y el reverendíssimo cardenal de Toledo y el illustre comendador mayor de León.

No se efectuó lo contenido en escripto en este libro antes de esta mi carta de consuelo al dicho mi amigo, porque se agravió Melchior Maldonado, primo de Hernand Arias, alguazil mayor, que era su lugarteniente, porque trató con el conde del Castellar, padre del dicho Hernand Arias y tío del dicho Melchior Maldonado, hermano de su madre, que scriviese a Fernand Arias, su hijo, que no quitase este ofiçio de su lugarteniente a Melchior Maldonado, su primo hermano, porque era mançebo y por casar y quería casarse con el dicho ofiçio que, en la verdad, es cosa de gran authoridad, en cabildo el primer boto y más prinçipal, y en la çibdad ansimismo y en su tierra.

Verdad es que haze mucho en este caso estar ausente el prinçipal, como lo está siempre con cargos de corregimientos, no dexando en su presençia de ser mucha cosa y su igual. Solamente le escusa la entrada de cabildo, porque teniendo este ofiçio, como dicho tengo, pensava casarse muy bien en Sevilla, su propia naturaleza, lo que no pudiera con el corregimiento en otra çibdad que le dávamos. Y porque en esto al presente por esto se pone impedimento y silençio, lo pongo en este libro en que os he dado cuenta dello, hasta que otra cosa aya sobre ello. De lo qual tarde que temprano se porná aquí, si algo huviere. Sin el dicho cargo en verdad estoy muy contento, aunque bien creo lo estaría más con él. Mas como hombre, aunque sea rey, va adonde puede e no donde quiere, es menester reçebir la paçiençia y buscar contentamiento. Ventiquatro no le he querido ser hasta agora. No sé lo que será adelante, -porque es poca honrra para quien tiene alguna ser uno de muchos, y menos provecho, si es cristiano; muy gran trabajo, levantándose de mañana a los cabildos y contentando a unos y descontentando a otros, y otros muchos peligros y enconvenientes, que por ser notorios yo, no prolixo, çeso.




ArribaAbajoEsta carta screví al Prínçipe d'España nuestro señor verdadero y natural señor, dende ocho o diez días que llegué de su real corte a esta çibdad de Sevilla, según veréis por ella; que es esta que se sigue

«Muy poderoso señor de todos y más mío: Ya Vuestra Alteza sabrá lo que me acaeçió hasta Madrid y en Madrid con las señoras ynfantas y familia suya, porque allí dexé una carta scripta para Vuestra Alteza a la señora doña María, vuestra propia y verdadera hermana, traslado bien y fielmente sacado en hermosura y en figura y condiçión. Y Su Señoría me dixo que por su parte le scriviría largo de mi llegada y estada allí.

»Do vine a Talavera, un lugar del buen arçobispo de Toledo, que oy bibe y biba muchos años, porque sé que Vuestra Alteza le quiere como yo le quiero y que en esto os lisongeo, según él y vos sois buenos. Y tengo entendido de Vuestra Alteza, entre las otras cosas muy virtuosas y santas, amar a este hombre, al qual conoçen pocos, porque ay pocos buenos. Y no agradezco a Platón filósofo ser tan nombrado y alabado y a otros que en su tiempo lo fueron, porque fué en el siglo dorado. Mas éste, que lo es en este barniçado, do biben y reynan aquel que pareçe molina de viento y el otro que pide para Sant Antón y el otro, hombre de madera en casa del sastre para demoldar los vestidos, que con el liçençiado Vernal no esté ni bien ni mal, es mucho de agradezelle.

»Y en este lugar llegué adelante de mis criados en la mi mula ruzia, que Vuestra Alteza bien conoçe, por espaçio de dos oras solo, porque como anda mucho y yo soy bulliçioso, no puede aturar ninguno comigo. Y pasé por la plaça y entré en un mesón, donde dexé la mula y fuéme a la yglesia, do hablé a don Cristóval de Toledo, hermano del conde de Oropesa, tío del que oy bibe, que salía della. Y santiguóse de mí como del diablo y yo dél por la misma razón. «¡O! -díxome- ¿dónde vais, hombre?» Y yo dixe: «A Guadalupe». Y me dixo mucho bien del duque d'Alva y de algunos otros; no sé si lo hizo saber de mi condiçión que no es oýr dezir mal de naide. También me dixo mucho bien de Vuestra Alteza. Téngolo por mayor milagro que hazer hablar los mudos porque dicen que [...] de muerte. Y estos pecadores que están vezados a ser maldiçientes es maravilla velles dezir bien. No quisiera ser dellos por quanto tengo.

»Y bolviendo a mi arzobispo de Toledo, en este tiempo su corregidor en el dicho lugar fué al mesón a buscarme, y como no me halló, sacó la mula y llevóla a su posada. Y todos pensaron que era para matalla, conforme a la ley y premática, y yo también quando me lo dixeron. Y después que huvimos comido el don Cristóval y yo, entró el corregidor bien acompañado y hallónos sobre mesa, y no de seda peor que de guadamaçí, porque yo ya pensava que mi mula estava en la picota. Y díxome: «Yo he prendado lo mula de Vuestra Merçed y he mandado salir al camino las más bestias que trae, porque no es pequeño delito el que á hecho, siendo tan amigo del cardenal mi señor, venirse a otra posada sino a la mía». Y yo le rendí graçias y fuéme con él, do hallé bien hospedadas mis bestias y criados. Y desque no pude detenerme allí aquella noche, allí dióme muy buena colaçión.

»De do me vine a Nuestra Señora de Guadalupe y allí me confesé y comulgué, aunque bien sé no faltará quien diga que á sido más milagro éste que los dichos, Y aquí y en otras partes deste camino he sido precursor de Vuestra Alteza, desculpándole de aver hecho el torneo el primer domingo de cuaresma, diçiéndoles y predicándoles y convertiéndoles a frailes y legos como ésta fué una fiesta que Vuestra Alteza hizo a su muger, aunquel ynventor y mantenedor fué el almirante de Castilla, tam buena que por ella se dexaron de hazer otras muchas y sin ella se aviar, hubo pocas. La qual se dilató por la henfermedad de Vuestra Alteza y no sufría más dilataçión por lo mucho que avían sperado y gastado los que en ella entraron y porque, demás de poderse recreçer enconviniente en la tardança con el poco sosiego que da el rey de Françia, fuera mejor reçebimiento a la Prinçesa, etc.

»En este sancto monesterio topé con un fraile bendito, el qual me dió dos ymágenes redondas de plomo, de la una parte Nuestra Señora de Guadalupe y de la otra San Gerónimo. Y díxome que trayendo éstas siempre y rezando nueve avemarías, a los nueve meses que truxo en su vientre virginal la Madre de Dios a su Hijo preçioso, por la mañana, y a la noche un paternoster y una avemaría al sancto Gerónimo, que en este mundo ternían vida larga y en el de para siempre, gloria. Y yo, como quiero al alma de Vuestra Alteza tanto como a la mía y al cuerpo más que al mío, enbíole la una que va metida en esta carta, tocada en todas las reliquias de la dicha casa. Aquí hallé al conde de Miranda y no supe dél hasta que me quise partir. Bien pensava el comendador mayor de Castilla, su tío, que no pudiese aver en que yo pudiese murmurar dél. Pues mándole yo que solo Dios es sin esta sospecha, aunque no dexo de confesar que ya he hechado el resto en todo lo que dél puedo dezir. Y pues quedo sin caudal, ya no tengo por do dezille, ni hallo -maldígale Vuestra Alteza- que quiero su amistad e que se vaya, esto por no averme embiado a visitar en mi prisión, aunque más mereçía según me lo devía.

»Y de aquí vine prosiguiendo mi camino a un lugar que se dize el Campanario. Çerca dél avía una barca que pasa en un río fondo. Y tuve mala nueva de los que topávamos, que por no dever aver allí varca sino en tiempo de avenidas, le dexavan llevar quanto quería a los que pasavan. Y yo le dixe a un criado mío que estava: «Si éste os pidiere más de a medio real por cada uno, no se lo deis». Respondióme el moço: «No lo mande Vuestra Merçed, que no se lo daré yo». Yo le dixe: «Si yo mandare dar más, entenderéis por palos». Y hallamos en la dicha barca un zagal de veinte años, sim barbas, gesto redondo y ojos grandes, de cuerpo creçido con un sayo de burel anesgado y sin çinto y em piernas con unas zaragüeles, mayordomeando la varca y mandando a dos criados que la remavan, que diz que hera hijo del señor de la barca.

Y desque huve pasado, paresçe que pidió al dicho mi criado un real por cada uno. Y no queriéndoselo dar, me dixo: «Señor, mandad a este vuestro criado que me pague». Y yo bolví la cabeça y dixe: «Dalde aý». Él dixo: «Acabá, ya que lo manda vuestro amo que me deis lo que os pido». Dixo el moço: «Mirá que son palos». Él dixo: «Pues andá con Dios, que no quiero vuestro dinero ni vuestros palos».

»Y desque huvimos andado media legua y holgádonos de no aver pagado barca el mucho ni el poco, vimos venir el dicho zagal en una yegua alaçana frontina con una lança que me pareçió de çiento y çinquenta palmos. E díxome: «Señor, ¿a quién mandávades vos dar palos?,» E dixe yo: «A vos, por cierto, ni a naide». Y dixo al moço: «Pues, ¿qué deçíades vos?» Dixe yo: «Hermano, ¿queréis vuestro dinero? Daroslo hemos». Y dixo él: «Sí que lo quiero». Pregunté yo al moço: «¿Quánto le davas?» Y dixo él: «Quatro reales por nueve que somos hombres y bestias». Dixo el zagal: «No me avéis de dar sino nueve reales». Yo dixe: «Dáselos, que tiene razón». Él tomó sus dineros e díxome: «Mirá lo que habláis y agradeçedme que me contento con ellos». Yo le dixe: «Mas que os lo tengo en merçed». E ansí se fué. Y yo quedé muy corrido e mis criados pasmados; y no nos osávamos mirar ni hablar.

»Y de aý a un poco de trecho yo me entré en un xaral y me apeé. Y tomé tres de mis criados, los más sueltos y esforçados, con espadas y puñales, y a pie bolví a la barca, do lo hallé contando con salud su buena andança. E salté dentro en la barca y púsele el spada a los pechos desnuda. Y él me dixo: «¿Qué manda el señor? Ca aquí son sus dineros». Dixe: «No quiero sino daros unas pocas de bofetadas». Y díle una muy grande y hize a cada uno de mis moços que le diesen dos no pequeñas, que fueron siete. Y hize salir de la barca, que junto a la bera estava, él y un moço que remava, quel otro ya no estava aý, que me mostrasen la yegua y la lança; si no, que los mataría. Y mostráronmela debaxo de un árvol. Y medí la lança y no tenía más de veinte y tres palmos, porque la miré con mejores ojos. E hízela hazer de pedazos y fízele matar la yegua. Y trúxelos comigo, al zagal atadas las manos, hasta un lugar más adelante dos o tres leguas.

»Y allí los dexé en el campo y entré en el lugar y dixe a un alcalde lo quel zagal me avía fecho y no lo que yo le avía fecho al zagal; y que avía estado em puntos de bolver y traérselo preso, por ver qué me dixera. Díxome: «Él hizo bien en cobrar su haçienda e vos hiziérades mal en hazeros justiçia». E yo le dixe: «Pues por eso hize bien, que no lo fize». Y bolví do estava el zagal com mi gente e pasé a otro lugar y torné a tentar otro alcalde, el qual pareçió que me conoçió. Y díxele: «¿Conoçéisme, señor?» «Sí, que he visto a Vuestra Merçed en casa del señor Cobos y sé que es muy querido de nuestro señor el Prínçipe». Apeé y díxele: «Pláceme que sois hombre de razón y discreto. Áme pasado esto y esto y llevo preso este çagal a Sevilla. Mas pues hallo tam buen juez aquí, os lo quiero dexar». Díxome: «Señor, reçebiré merçed; e á sido muy bien fecho lo que avéis fecho».

»Fuemos un tiro de ballestra donde estava y traxímoslo a la cárçel. E allí le hize con juramento dezir lo que pasó. El alcalde se consoló mucho e dixo que mereçía muerte como salteador de caminos, que para eso estava la justiçia del Rey, donde se pudiese quexar, sin por su autoridad averse entrado y entregado y atrevido a un hombre como yo. Pero quél quería hazerme perder la quexa y que le pagase su yegua. Y se lo agradeçió y dixo que le avía costado ocho ducados. E yo díle doze, los quatro por la lança, y fuimos amigos. Y aconsejé al alcalde que le aconsejase que, porque no se entremetiese otra justiçia en algún tiempo en esto, consintiese sentençia suya; la qual fuese tres días en la dicha cárçel con una cadena, como quedó él y su criado, fasta que yo estuviese en Sevilla, por sí o por no.

»Y de aý en otro río adelante, alcanço un fraile de San Françisco, y al pasar del río toméle a las ancas de la dicha mula y díxele que no apretase las piernas. Y él entendió al revés y apretó tan reçiamente que dava el salto la mula hasta el çielo. E yo le dixe que abriese las piernas y entendióme que no deviera y cae en el agua y llévame tras él, por dezir entera verdad, en medio del río. Yo salí presto, aunque bien mojado. El fraile se fué río abaxo. Creo que no se ahogaría, aunque no le he visto más, porque yo no soi obligado a dar cuenta dél. Opinión ay entre mis criados, unos que le vieron salir, otros que no le vieron salir. El negro es el que porfía que le vió salir; de creer es, porque es mayor de cuerpo que los otros.

»Aquí topé un correo que me traýa esta carta de Pero Mexía con estas copias que se hizieron sobre la creçiente y avenida del río. Pareçióme embiallas a Vuestra Alteza. Daquí entré en Sevilla. Y hallé a mi muger buena de salud y no de gesto, porque pareçía pan casero. Y de allí al convento a cumplir mi penetençia, en la qual estoy y quedo. Y hallé a don Antonio Tavera en aprobaçión para hazer profesión. Y porque sobre esto que aquí estará avrá bien que escrevir, según veo los prinçipios, porque he hallado una prima muy gran bellaca y desabrida que me haze levantar en amaneçiendo, que ya otra parienta que se llama Noroña es más amorosa, porque no me haze madrugar tanto y déxame dormir más, porque me llama la conpaña más tarde con más de dos oras. Y ansí le niego el cuerpo a la primera muchas vezes, diziendo que soy emfermo.

»Çeso en esto por no ser más prolixo, suplicando a Vuestra Alteza me haga merçed de despacharme muy presto a mi amigo y vuestro muy gran servidor el liçençiado Juan de Herrera, alcalde de la justiçia desta çiudad, que está en residençia en esa vuestra real Corte, que á dado mis cartas desde Çaragoça a Vuestra Alteza y dará ésta i las demás; porque acá le desea toda la çibdad como a buen juez, y los que an tenido pasión con él, que le pidieron residençia, están muy repentidos. Y Dios guarde y contente y acreçiente a Vuestra Alteza sobre todas las cosas.

»E a último de março yo he sido ynformado de un gran físico que, tomando cada mañana Vuestra Alteza un poco de conserva de hostiguilla y un poco de agua de palomina, no terná sarna ni comezón y que la sangre se caleficará y será sanidad para todo lo demás. Suplico a Vuestra Alteza que, ansí en lo que arriba digo para el alma como esto para el cuerpo, no lo heche en olvido. Fecha ut supra».




ArribaAbajoDe lo que me acaesció en Sevilla, mi propia naturaleza, después desto en los meses de agosto y setiembre en el año de MDXLIIII con mi propio señor y amigo, juez asistente en ella

Conviene a saber como -don Pero de Navarra, mariscal del reyno de Navarra, marqués de Cortes, asistente de Sevilla, después de avello sido una temporada y por el ayuntamiento y regimiento de la çiudad pedídole residençia e conçedídolo por el emperador don Carlos, rey d'España, etc., nuestro señor, fuéle acusada parçialidad, la qual en la verdad, si en algo della ovo -en lo qual no me determino- fué por adquirir y traer a sí regidores para que pasase en el cabildo lo que convenía al serviçio de Su Magestad y a sus yntereses reales, a causa de los grandes y justos gastos que tenía, con grandes e muchos exérçitos y otras guarniçiones de guerra que en este tiempo tenía en defensión de la cristiandad, de sus reynos e señoríos contra el rey de Françia y Gran Turco, enemigo de nuestra santa fee cathólica, los quales contra él y contra ella se avían alçado y confederado.

Entre estos que fué acusado de parçial fué yo nombrado uno entre ellos, aunque entonçes no hera regidor sino grande su servidor y amigo y él mucho mi señor, porque demás de creérselo, servía a Dios y al Rey, él era de sangre real, muy sabio y sabroso, muy gran governador, justo y justiçiero, honrador de cavalleros, manparo de república, trabaxava y oýa mucho, tanto que pareçía demasiado. Y por ser yo tan su amigo y servidor y pareçerme tal como os tengo dicho y él tenerme buena voluntad en la çiudad, quando él se fué a la Corte y residençia, amorosamente rogó a mi muger visitase y aconpañase, sirviese y agradase la suya, que en la çibdad quedava, y ansí lo hizo. Verdad es que ella lo mereçía, porque asimismo era de sangre real, bien hermosa y generosa y bien honrrada, tanto que ella se contentó de lo que mi muger la visitó, sirvió y agradó, e no menos contenta quedó mi muger de avello hecho.

E yo, sustentando lo susodicho de su marido, perdí muchos señores y amigos que sus contrarios fueron, speçialmente don Pero Puertocarrero, persona muy prinçipal en la çibdad, como quien tenía veinte mill ducados de renta, y alcalde mayor de Sevilla, primogénito heredero del marquesado de Villanueva, y él e yo de la horden de Santiago, muy honrrado señor. El marqués de Tarifa, su primo hermano, no pude perder por dos cosas: la una, porquél es tan valeroso, junto con gran señor, que no haze caso prinçipal sino de muy pocas cosas, e désta, por el parentesco dicho, mostrava afiçión de ver contento el primo y desposeído al marqués asistente del asistentazgo de Sevilla, e no mostrava determinada pública voluntad; la otra es porque yo lo tengo a él por tan señor y él a mí por tan amigo y servidor que desimulava con él y el conmigo, no queriéndonos entender en este negoçio por zifras ni por aparençias. Otrosí perdí Alonso de las Roelas, veinteyquatro de Sevilla y a Diego López de las Roelas su hermano, mis ýntimos amigos, con toda su parentela, que es mucha y muy honrrada en la dicha çibdad. Los quales se apartaron de mí y se juntaron y aliaron con los otros mis contrarios que pidieron residençia al dicho marqués.

Al qual el Emperador combidó y dió a escoger con esa villa otros mayores cargos en calidad y en cantidad. Y él no quiso sino bolver a Sevilla, porque se hallava bien en ella y dexava aý a su muger, como os tengo dicho, y porque viesen que no le avían hallado en residentia falta por do oviese de dexar de bolver. Y bolvió para estar otra temporada, como la voluntad del Emperador fuese e suya. Para lo qual no fuí yo poca parte con el Prínçipe su hijo que quedó por governador en España, que a la sazón el Emperador estava en Alemania, porque luego fué yo a la Corte de Su Alteza y le ynformé y prediqué y a los de su Consejo lo que en el prinçipio en este capítulo os he contado del dicho marques y marquesa su muger. Verdad es que la dexava en buena tierra, porque el Prínçipc nuestro señor y los demás estavan llenos y enpapados de la buena y justa y sancta governaçión del dicho marqués, y la residençia que le avían pedido avía sido por pasión, etc.

Entonçes el dicho marqués estava en Navarra, así sirviendo a Su Magestad en la guerra que por allí le podía hazer el rey de Françia como esperando lo que negoçiava un criado suyo en la residençia y yo que le ayudava, según dicho he. Y desque se proveyó para que viniese por asistente de Sevilla, podréis oýr lo que me acaesçió con él, si no os parezco prolixo.

Yo determiné de no dalle causa para que me pagase en paja lo que me devía, en tan subido preçio como os tengo dicho. Y como el diablo no duerme ni tanpoco se ocupa en cosas livianas sino donde vee que puede hazer mayor daño, ofreçióseme çierta cosa que sería larga de contar, de lo qual se emprendió tan gran cosa en conparaçión de lo que tenía determinado, como con una pequeña ascua se podría ençender e derribar una gran fortaleza, por do no me pude escusar palabras a uno con quien las tuve, e pudieron levantar que avía dicho blasfemias en ellas. E atrevióseme uno a quien dizen que dixe: «¡Matálo!» a mis criados. E con ser mentiras las blasfemias, como pareçió, pues fué asolvido dellas, e no aver matado al hombre, que era un ofiçial mecánico, me tuvo preso en las Ataraçanas XXIX días muy doliente, sin aver de mí manzilla. Hizo a su teniente que me sentençiase en diez mill maravedís y diez meses de destierro de Sevilla. Y aunque lo pudiera e deviera escusar y no lo tuve yo por bien, tomélo en paçiencia, porque en la verdad pareçía que hazerme mal pareçia bien y mostrava parçialidad conmigo como en la primera vez fué acusado, por que yo tomé por más bien el de mi amigo que no el mío.

Y dende pocos días antes de cumplir el dicho destierro, por sacarme de las Atarazanas, do yo estava, y estallo en mi casa, una trapaça que se nombra el jurado Alfaro, hombre vil y de baxa suerte, hizo una carta en mi nombre, a su pareçer aguda y buena, -y después que la vimos y se publicó, al mío y al de todos fué neçia y mala-, tocando en libelo disfamatorio contra la justiçia e algunas personas desta çibdad, dando a entender que todavía avía parçialidad. Por la qual carta sin ynformaçión alguna más de dezir el dañador que lo era yo e ser en mi nombre, mandóme el dicho marqués asistente prender por un liçençiado gordo, su lugarteniente, y llevarme desde mi casa a pie y doliente, flaco y amarillo y no galán, porque llevava una turca vieja de por casa e una capa de un carpintero que labrando estava en mi casa y un paño de lienço en la cabeça, que carpintero pareçía más que don Alonso, aunque la gente de la çibdad no me desconoçió, que todos salían a mirarme como cosa de admiraçión, hasta la torre de la puerta de Carmona, do suelen prender a los malhechores por una poca de más honrra que en la cárcel pública, no embargante que ay otra cárçel más honrrada que la una y que la otra, que se llama las Ataraçanas. Do medexó preso en la dicha torre que es lo más lexos que en la çibdad se podría dezir desde mi casa a ella, do ývamos con mucho lodo y tres alguaziles e ocho o diez hombres, yo muy espantado, que no sabía la causa y vía este alboroto. Y no menos lo estavan los que nos vían yr, fasta saberse la verdad, do se supo la verdad.

Desta manera fasta agora lo é pasado, e no creo que pasaré más en esta guisa porque ya veo que este hombre quiere ganar honrra comigo e castigar a otros, metiéndoles comigo en la cárçel carneçería, façiéndome buey manso para metellos o para que, matándome a mí, se justifique la muerte de los otros. E quiérome salir de la çiudad, alçándome, aunque sea con pérdida, por no perder más, que mas vale perder poco que no mucho, aunque sea a los naypes. Ansí lo haría yo, si fuese jugador. Solamente se juega hazienda, y en estotro, demás désta, la vida y la honrra, etc. Todo lo qual e la dicha carta o libelo aprovechará para la buena governaçión de Sevilla, porquel marqués asistente, demás de su gran rectitud, terná aviso que le cuentan los bocados, porque no comerá más ni menos de lo que le an de menester los que le pidieron residençia. Él mucho guardará sus viñas, los que se la defendimos el miedo y lo que comigo se á hecho. E andarán todos derechos. Amén.

Esta cuenta os é dado de beras, sosegado en mi seso. E agora de burlas quiero dexallo retocar un poco, diziendôs lo que pasó con el dicho teniente e desto que os tengo contado, lo qual será verdad en verdad.

Este dicho teniente que, según vos tengo dicho, me prendió por el señor marqués de Cortes, asistente de Sevilla, se llamava el liçençiado Palaçios. Y avía tan poco que era reçebido por teniente prinçipal de cabildo e de lo demás en la dicha çibdad, e como yo estava enfermo que no salía de casa, que no le avía visto ni conoçía. Víle entrar por mis puertas con tanto alguazil e gente como os tengo contado en las veras. E aquí os diré la verdad, sino que será muy regoçijadamente. Húvele miedo, aunque no tanto como después. Y díxome un alguazil que venía adelante: «Señor, aquí viene el señor tiniente a vos hablar». Y le respondí: «Plega a Dios, señor, que no sea a más». El qual tornó a dezir: «Pues, ¿de qué á miedo Vuestra Merçed? ¿de la justiçia?» Yo le torné a responder: «No le é miedo sino a la sinjustiçia,» y esto riendo sin maliçia ni sospecha por mi parte. No sé si el alguazil incurrió en alguna cosa déstas, porque para solo Dios perteneçe saber lo ynvisible.

Y luego llegó el dicho teniente e me dixo que fuese bien, fablando con nueva cortesía, que nos sentásemos. Yo le respondí que sería muy bien ansí y que se hiziese lo que Su Merçed mandase. Y entonçes mandó apartar toda la gente e quedamos el scrivano e yo y él solos. E fízome poner la mano en la cruz e fízome tomar juramento en forma de derecho y que yría con él donde me llevase. E desque lo ovo asentado, el scrivano me tomó pleitoomenaje a uso e fuero d'España e que fuese con él donde me llevase. E yo dixe que sí faría. E mandó al escrivano: «Asentaldo luego suçesivamente». Y me puso pena de diez mill ducados, los çinco mill para la cámara e fisco de Su Magestad e los otros çinco para gastos de justiçia, los quales desde entonçes da por condenados, si no fuese con él donde me llevase. E mandólo asentar al scrivano y a mí que lo firmase.

E yo firmé, como os tengo dicho en el capítulo antes déste, para yr con él, bien alborotado e con algún miedo, porque me pareçían términos no usados en justiçia ni en razón. Esto que os tengo dicho como yo tengo muchas personas que me quieren mal y otras que me quieren bien, temí lo que me podían levantar, porque en la verdad ansí an de ser los hombres, porque no se deve de agradesçer al hombre que amigo de todos es el amistad, ni al que dize bien de todos, que lo diga de vos. Áse de agradeçer a su costumbre que es buena o a su bestialidad y generalidad, no teniendo abilidad ni esfuerço para particularidad en esta vida humana.

Y díxele al salir de la posada al dicho teniente: «Entrambos vamos fuera de horden, porque Vuestra Merçed me tomó juramento que fuese donde me llevase, e luego pleitoomenaje, e luego puso pena de diez mill ducados. Y estas tres cosas no se permiten de derecho ni en razón, porque cada cosa solamente fuerça y liga, e todas tres cosas por sí contradiçen la una a la otra. Y aun pareçe falta de fee, porque sobre juramento no á de aver añadidura ni con pleitoomenaje compañía, porque trahe consigo tanta presumptión de cavallería que no sufre mezcla su fortaleza, porque qualquiera que le pongan pareçe defecto e desconfiança que hazen dél. Y por el mismo caso no lo deve mantener el que lo fiçiere. Y la pena pecunial también á de ser sola. E yo voy fuera de horden porque voy sin ábito de Santiago, so cuya religión bibo».

E luego fuimos por el barrio del duque de Medina-Çidonia e muchas calles a ora de nona, antes que se pusiese el sol, fasta una yglesia que se llama San Alifonso, ado arremetieron los alguaziles, nome entrase dentro, como malfechor y hombre que no podía pagar con menos de la vida. Y entonçes la carne sintiólo muy reçiamente y el cuerpo se me cansó y el espíritu se me conturbó. Y paréme y dixe al tiniente: «Ya no puedo ser yo más cavallero de lo que he sido hasta agora, y no pienso que he hecho poco, según á gran rato que me avéis dado lugar con vuestra flaqueza y baxeça. Es menester que me digáis por qué me lleváis preso, porque soy un hombre sospechoso y no puede ser tanto quanto me pueden levantar los que me quieren mal e yo no quiero bien. Porque en verdad fasta agora yo no tengo entendido porqué me lleváis, si por espía del rey de Françia o del Gran Turco. Yo os ruego, señor, que me digáis el por qué. Si avéis miedo que me huyga, que me asgan bien estos hombres destos braços, aunque çierto me aprovechará más para que no cayga que no me huiga, según estoy de doliente e cansado e medroso».

Y entonçes me respondió el teniente: «No es nada». Y yo le dixe: «No puede ser sino mucho, pues no lo puede pagar mi hazienda, que no es poca, según el recaudo que ponéis en mi persona y poca autoridad que dais a mi linaxe». Entonçes miré al scrivano Martín de Morales, una persona muy honrrada a quien yo soy mucho en cargo, el qual algó la cabeça y hincó los ojos en el çielo; por donde entendí quel teniente hazía mal o yo. Y por qualquiera destas dos cosas acordé d'esforçarme y caminar.

Y desque llegamos cabe la yglesia de San Sebastián, hizieron lo mismo que en Sant Alifonso, para que no me entrase dentro. Llegó un escudero mío a mí, ançiano fidalgo que se á visto en mucha honrra, que se llama Rodrigo de Montemayor, y díxome: «Señor, están mirando en la flaqueça que Vuestra Merçed muestra, que pareçe ser más de poco esfuerço que de poca salud». E yo le dixe que se lo agradezía. Y pasarnos adelante a la torre de la puerta Carmona, ado nos sentamos en un poyo el teniente y el scrivano y yo. Y hizo apartar la gente. E llegó un cavallero a verme, al qual mandó que so pena de mill ducados que se fuese e que no me bolviese a ver sin su liçençia y mandado.

Luego sacó una carta -que es el dicho libelo- y mostrómela, con juramento si lo avía hecho. Entonçes le respondí, ayrado y confiado de la vida: «Pues, ¿cómo, señor? Aunque esto fuera verdad que yo lo huviera fecho, ¿no sabéis que a toda crueldad pudiérades juzgarme en seis meses de destierro y doçientos ducados de pena; y a no sello, como no es, porque yo no suelo hazer estas vellaquerías e neçedades, que hazerme preguntas en mi casa sobre ello me hazíades agravio y deshonor, quanto más aquí? Juro a Dios y a esta cruz, si el asistente no os castiga, de no entrar en esta çibdad mientra él fuere. E dádmelo por testimonio vos el scrivano que presente estáis».

Y al tiempo que dixe mi dicho sobre ello, entre las otras cosas dixe que si yva a dezilla en latín, que me desculpava porque yo no lo sabía pronunçiar. Me dixo: Señor, ¿yndiçio es ése para un hombre tan discreto y sabio como siempre e oýdo que Vuestra Merçed es?» Yo le respondí: «Señor, en romançe más sé que vos en latín, y aunque aya otros que saben más que vos, yo sé menos». Y así me dexó allí preso, debaxo de mi palabra, e ya casi noche con mucha tempestad de agua e viento. Por lo que embié a suplicar al marqués asistente su amo, si avía de pasar adelante la prisión, me dexase venir a dormir a mi casa aquella noche, que estotro día bolvería donde me fuese mandado, aunque no avía por qué ni sobre qué; porque mi muger quedava desconsolada e sobresaltada y el tiempo era lleno de agua e ynvierno y la cama no se me podía traer enjuta y la çena callente. E acabada esta carta que escrivo al Prínçipe nuestro señor en respuesta, se dará fin a este capítulo.

Yo tenía determinado de no poner más cartas aquí scriptas de mí ni respondidas de otro, espeçialmente siendo de mal en mejor y en estas cartas se os da quenta de lo para que es fecho este libro, que es los acaesçimientos de mi persona e vida. Comello-éis cozido e asado e como os lo dieren, porque refrán verdadero que «Al que dan no escoge,» porque aunquel stilo dellas no sea tal que se deva gustar, sello-á la sustançia, para que sepáis mis acaesçimientos y lo a ello anexo e conçerniente, sabiendo de los con quien he tenido conversaçión, no embargante que tras las epístolas de San Gerónimo no avía de aver otras.