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ArribaAbajoEl Regreso

1823-1824


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ArribaAbajo- 1 -

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   Fulguró en mi vida oscura
imagen de excelsa prez;
pero huyó esa imagen pura,
y a ciegas voy otra vez.

   El niño, cuando camina
por tenebroso lugar,
el terror que le domina
vence a fuerza de cantar.

   Niño soy, que a oscuras canto:
poco vale mi canción;
pero nada alivia tanto
mi doliente corazón.




ArribaAbajo- 2 -

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Estoy triste, muy triste, sin que entienda
      la razón ni el por qué:
fija tengo en la mente una leyenda
      que en la infancia escuché.

Era frío el crepúsculo; rodaba
      tranquilo el Rhin; el sol
las cúspides remotas alumbraba
      con su último arrebol.

Allá, en la cima, en trono diamantino,
      en fúlgido sitial,
peinaba sus cabellos de oro fino
      doncella celestial.

Peinábalos con peine también de oro,
      cantando una canción,
cuyo eco singular, triste y sonoro,
      turbaba el corazón.

Surcó un barquero la corriente undosa;
      oyó el dulce cantar:
y contemplando a la doncella hermosa,
      fue en el escollo a dar.

Tragó el río la barca y el barquero:
      y esa tirana ley
sufre siempre quien oye el lisonjero
      cantar de Loreley.




ArribaAbajo- 3 -

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   Mi corazón está triste;
Abril alegre y florido:
al pie de los viejos muros,
sobre un tronco me reclino.
   Encerrado en cauce estrecho,
corre silencioso el río;
pasa, en ligera barquilla,
cantando y silbando un niño.
   A lo lejos se dibujan
en risueño laberinto,
quintas, huertos, labradores,
vacas, prados, selvas, riscos.
   Lavan las mozas y tienden
en la yerba el blanco lino;
suena el batán, y las aguas
trueca en espumosos rizos.
   Hay una estrecha garita
sobre el torreón sombrío;
va y viene el fiel centinela,
todo de rojo vestido.
   Con el fusil, que al sol brilla,
haciendo está el ejercicio:
apunta bien, centinela,
y descerrájame un tiro!




ArribaAbajo- 4 -



Voy por la selva, y lloro sin sentirlo:
      ¡Y así pasan las horas!
Salta de rama en rama el negro mirlo,
      y dice: «¿Por qué lloras?»

-La golondrina azul, tu tierna hermana,
      decírtelo pudiera,
pues tiene puesto el nido en la ventana
      de mi niña hechicera.




ArribaAbajo- 5 -

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   La noche está borrascosa;
no hay en el cielo una estrella;
todos los árboles silban
cuando cruzo por la selva.
   Una luz en la cabaña
del cazador centellea;
pero no llama a los ojos
su claridad macilenta.
   Sentada en sillón de cuero
está la abuelita ciega,
inmóvil y silenciosa,
como una imagen de piedra.
   El hijo del guarda-bosque
viene y va con planta inquieta;
cuelga el arcabuz al muro,
y una carcajada suelta.
   Baña el lino con sus lágrimas
la bellísima hilandera;
gruñe el mastín de su padre,
gruñe y a sus pies se acuesta.




ArribaAbajo- 6 -


   Si encuentro en mis excursiones
la familia de mi amada,
padre, madre y hermanitas
me reconocen y abrazan.
   Me saludan, me interrogan,
y todos a un tiempo charlan;
dícenme que estoy lo mismo,
aunque más flaco de cara.
    Pregunto a mi vez por tías,
por sobrinas y cuñadas,
y hasta por aquel cachorro
que tan juguetón ladraba.
   Pregunto también por ella,
con otro -¡ay cielos!- casada,
y me dicen, muy gozosos,
que recién parida se halla.
   Les doy mil enhorabuenas
con la sonrisa más grata,
y les digo balbuceando
que me pongan a sus plantas.
   La hermanita, de repente,
dice: «Al perro le entró rabia,
y lo llevaron al río,
y lo arrojaron al agua».
   La pequeña cuando ríe
es retrato de su hermana,
y tiene los mismos ojos
causantes de mis desgracias.




ArribaAbajo- 7 -


   En la choza del barquero,
contemplábamos el mar;
las neblinas de la tarde
llenábanlo todo ya.
   Encendió el próximo faro
su antorcha providencial;
allá a lo lejos, muy lejos,
un buque vimos pasar.
   Hablábamos del marino
y de su incesante afán,
siempre en continua borrasca,
siempre en incierta ansiedad.
   De lueñas tierras, del Polo
Austral y del Boreal;
de pueblos de extraña raza
y de vida singular.
   En el Ganges todo ríe;
selvas perfumadas hay,
y adora la flor del loto,
gente dichosa y jovial.
   En Laponia, grey escuálida
de ancha boca y sucia faz,
cuece arenques, y temblando
se acurruca en pobre hogar.
   Escuchaban las doncellas;
nadie dijo nada más;
y la nave que pasaba
se perdió en la oscuridad.




ArribaAbajo- 8 -



   Graciosa pescadorcilla,
tu barca de audaces remos,
atraca a esta mansa orilla,
y mano a mano, hablaremos
sin temor y sin mancilla.

    En mi pecho reclinar
bien puedes tú la cabeza:
¿No fías, sin vacilar,
en la bonanza o fiereza
del alborotado mar?

   Mi corazón, dulce bien,
es un mar, inmenso y hondo;
tiene su eterno vaivén,
sus escollos, y también
blancas perlas en el fondo.




ArribaAbajo- 9 -



Arde la luna, lámpara bendita,
      y al mar da su fulgor;
abrazo a mi adorada, y fiel palpita
      en nuestro pecho amor.

Solo estoy, en los brazos de mi hermosa:
      -«¿Qué es lo que escuchas, di,
en la voz de los vientos misteriosa?
      ¿Por qué tiemblas así?

-No es el viento, es la voz de mis hermanas,
      hoy vírgenes del mar,
que en cavernas profundas y lejanas
      suspiran sin cesar».




ArribaAbajo- 10 -



   La luna, colosal manzana de oro,
rasga el nublado en la celeste cumbre
y derrama en el piélago sonor o
      su brilladora lumbre.

   Por la extendida playa, do refrenan
su furor las corrientes, voy a solas;
y oigo las voces que incesantes suenan
      en las revueltas olas.

   Con grave lentitud la noche avanza
y el pecho estalla con pujante brío:
venid, ondinas, y en alegre danza
girad en torno mío.

   Reciban vuestros brazos palpitantes
mi frente moribunda y dolorida;
y halle yo en vuestros ósculos amantes
      raudal de eterna vida.




ArribaAbajo- 11 -



   ¡Cuánta nube! En sus mullidos
pliegues duermen las deidades;
y en los orbes conmovidos,
al compás de sus ronquidos,
estallan las tempestades.

   El huracán turbulento
estrella al frágil bajel:
¿quién el ímpetu violento
podrá detener del viento
y del loco mar infiel?

   Pues nadie puede enfrenar
de los vientos y del mar
las furiosas tempestades,
me echo a dormir y a roncar,
lo mismo que las deidades.




ArribaAbajo- 12 -


   Suena el huracán la trompa;
corren sobre el mar sus ráfagas;
y al son de los latigazos
rugen las olas y saltan.
   Abre el firmamento lóbrego
sus inmensas cataratas:
el Océano y la Noche
riñen su mayor batalla.
   Detiénese una gaviota
en el palo de mesana:
las plumas bate y da un grito
que mil desastres presagia.




ArribaAbajo- 13 -



   Crece la borrasca: brilla
el lampo en la oscuridad;
brama el viento, ruge y chilla.
¡Cómo danza la barquilla!
¡Qué noche! ¡Qué tempestad!
   La mar, a cada momento,
forma un monte turbulento;
húndese luego a mis pies,
y hasta el alto firmamento
encabrítase después.

   En la bodega sombría
suenan el rezo apocado
o la maldición bravía;
y al mástil bien agarrado
sueño en ti, casita mía!




ArribaAbajo- 14 -

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   Anochece; las pálidas neblina
cubren el vasto piélago: siniestras
gimen las ondas, y visión gallarda
      miro surgir entre ellas.

   El hada es de los mares, que a la orilla
viene, y callada junto a mí se sienta,
dejando ver su seno alabastrino
      la túnica entreabierta.

   Los brazos abre, y me los echa al cuello
con tal empuje, que respiro apenas:
-«Muy fuertes son, exclamo, tus abrazos,
      bellísima Sirena!

   -Si mis brazos te oprimen tan ansiosos,
si a mi seno te estrecho con tal fuerza,
es porque sopla congelado el cierzo
      y el frío me penetra».

   Entre las nubes lóbregas asoma
la luna, siempre triste y macilenta:
-«Tus ojos se humedecen y se enturbian,
       bellísima Sirena!

   -No se enturbian mis ojos ni humedecen:
salgo del mar, que protector me alberga;
de sus olas amargas una gota
      en mis pupilas queda».

   Lanza un grito agorero la gaviota;
bate el mar espumoso la ribera:
-«¡Cuál tu agitado corazón palpita,
      bellísima Sirena!

   -Si así palpita mi azorado pecho,
si salta el corazón y arden mis venas,
es, gallardo mortal, porque te adoro
      con ansiedad frenética!»

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ArribaAbajo- 15 -



   Paso por tu casa y miro,
cuando brilla la mañana:
¡cuán dulcemente suspiro
niña hermosa, si te admiro
asomada a la ventana!

    En mí clavas complacientes
los ojos, negros y ardientes,
y que preguntas infiero:
-«¿Quién eres? ¿Qué es lo que sientes,
melancólico extranjero?»

   ¿Quién soy?... Un vate alemán;
y allí me conocen bien:
si citan con noble afán
nombres que gloria les dan,
citan el mío también.

   ¿Qué siento?... Lo que yo siento
lo sienten muchos allí;
cuando citan un portento
de infortunio y sufrimiento,
también me citan a mí.




ArribaAbajo- 16 -



   El mar brillaba con la luz extraña
que da el ocaso a las dormidas olas:
los dos, del pescador en la cabaña,
silenciosos estábamos y a solas.

   Remontábase lenta nube oscura;
audaz tendía la gaviota el vuelo;
y una lágrima hermosa, tibia y pura,
bañó tus ojos y nubló su cielo.

   Miré, ansioso, rodar por tu mejilla
y caer en tu mano aquella perla;
y doblé conmovido la rodilla,
y con ardiente labio fui a beberla.

   Desde entonces la frente doblo triste,
y sufre el corazón rudo quebranto:
mira, desventurada, lo que hiciste;
envenenóme el corazón tu llanto.




ArribaAbajo- 17 -



   Hay en las cumbres aquellas
un castillo encantador,
y en el castillo tres bellas:
me han probado todas ellas,
me han probado bien su amor.

   Gocé el lunes los abrazos
de Amalia; en los mismos lazos
me estrechó el martes María,
y el miércoles Rosalía
me descoyuntó en sus brazos.

   El jueves, gran recepción
tuvieron: ¡soberbia noche!
¡Qué lujo! ¡Qué ostentación!
Iba en larga procesión
gente a caballo y en coche.

   No me invitaron; y a fe
que el ardid inútil fue:
mi ausencia se hizo notar,
y hubo la que yo me sé
de reír y murmurar.




ArribaAbajo- 18 -

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   Cual nube confusa y vaga,
la ciudad se ve a lo lejos,
entre sombras y reflejos
de la tarde que se apaga.

   Riza el agua el viento leve;
mi barquero, acompasados,
alza los remos pesados
y la negra lancha mueve.

   Y el sol su postrer fulgor
aún lanza para alumbrar
el malhadado lugar
que fue tumba de mi amor.




ArribaAbajo- 19 -



   ¡Bien hayas, oh bulliciosa
inexcrutable ciudad!
Entre la turba afanosa
guardaste un día a la hermosa
que era mi felicidad.

   Torres y puertas, ¿qué fue
de la bella a quien adoro?
En prenda os la confié,
y cuentas os pediré,
de mi perdido tesoro.

   Mas, no sois culpables, no,
viejas torres, de sus tretas;
pues hubisteis de estar quietas
cuando la loquilla huyó
con sus cofres y maletas.

   Tú, que la debiste ver,
negro portal, ¿qué me dices?
Que nunca sabes qué hacer
cuando nos da una mujer
con la puerta en las narices32.




ArribaAbajo- 20 -



Sigo la antigua senda acostumbrada,
      la calle que solía;
y me llevan los pies a su morada,
      hoy lóbrega y vacía.

¡Cuán angosta es la calle! El pavimento
      ¡cuán escabroso y duro!
Las paredes caer sobre mí siento,
      y la marcha apresuro.




ArribaAbajo- 21 -


   Entré en la estancia do la hermosa mía
juróme amor con lágrimas fervientes:
do cayeron sus lágrimas, bullía
      enjambre de serpientes.




ArribaAbajo- 22 -



   Tranquila está la noche; silenciosa
la calle; éste es el sitio; aquí vivía.
Ha mucho tiempo huyó la niña hermosa:
la casa aún está allí, triste y vacía.

¡Y un hombre miro al pie, sombra importuna
que los brazos levanta delirante!...
¡Santos cielos! Al rayo de la luna
descubro en su semblante mi semblante!

   Pálido espectro de mis penas propias,
¿por qué, dándome inútiles reproches,
el loco afán en las tinieblas copias,
que así llenó mis anhelantes noches?




ArribaAbajo- 23 -



   ¿Y puedes dormir en calma
sabiendo que aún vivo yo?
¡Renace la ira en el alma
que su yugo sacudió!

   ¿Recuerdas lo que decía
la canción? Murió un doncel,
volvió, y a la tumba fría
llevóse a su amada infiel.

   Niña hermosísima, advierte
lo que a recordarte voy:
aún vivo, aún vivo, y más fuerte
que todos los muertos soy.




ArribaAbajo- 24 -

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   La hermosa duerme en su cuarto:
entra en él la luna pálida;
dulce música de valses
oye sonar en la plaza.
   «¿Quién turba mi sueño?» dice,
y se asoma a la ventana:
es un horrible esqueleto
que toca a la vez y canta!
   -«Un vals tú me prometiste,
y has faltado a la palabra:
ven conmigo al Campo santo:
esta noche, allí es la danza».
   La hermosa salta del lecho,
la hermosa sale de casa,
la hermosa sigue al espectro,
que al par toca, brinca y marcha.
   Marcha, brinca, toca y hace
con su horrenda frente calva
al resplandor de la luna
mil reverencias extrañas.




ArribaAbajo- 25 -



Yo contemplaba su retrato en sueños,
      su imagen bendecida,
y vi brotar de súbito, halagüeños,
      los signos de la vida.

Dulce sonrisa, de indecible encanto,
      abrió sus labios rojos;
gota feliz de cariñoso llanto
      apareció en sus ojos.

Y corría también por mi semblante
      lloro mal contenido;
y «no puedo, exclamaba delirante,
      creer que la he perdido!»




ArribaAbajo- 26 -

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   ¡Atlante soy, cansado y dolorido!
A cuestas llevo un mundo, el del dolor.
Llevo lo que llevar nadie ha podido;
y ya sucumbo al peso abrumador.

   ¡Soberbio corazón, tú lo quisiste!
Pedías todo el bien o todo el mal;
no puedes pretender sino más triste;
cumplida está tu aspiración fatal.




ArribaAbajo- 27 -



   Los años vienen y van
se abre y se cierra la tumba,
y no logro que sucumba
este apasionado afán.

   Y no querrá nunca Dios
que feliz llegue a su lado,
y exclame, a sus pies postrado:
«Señora, muero por vos».




ArribaAbajo- 28 -

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¡Oh dulce ensueño! Brilla desmayada
la luna, y me conducen sus reflejos
a la ciudad do vive mi adorada
      allá, lejos, muy lejos.

Contemplo su morada embebecido,
y un beso en el umbral mi labio sella,
en el umbral que roza su vestido
      y su breve pie huella.

Larga es la noche y fría cual ninguna
frío el umbral, do extático me postro;
y en la ventana, al rayo de la luna,
      resplandece su rostro.




ArribaAbajo- 29 -



Oh solitaria lágrima ¿qué quieres?
      ¿Por qué enturbias mis ojos?
Último resto y único tú eres
      de pasados enojos.

¡Muchas hermanas, lágrima, tuviste!
      ¡Todas se evaporaron!
Con mi breve ilusión y mi afan triste,
      cayeron y pasaron.

Pasaron los fantásticos reflejos
      que en larga noche oscura
alumbraban falaces a lo lejos
      mi soñada ventura.

Pasó el ansiado amor, cual soplo leve
      de la fortuna varia:
pasa, cual ellos, silenciosa y breve,
      lágrima solitaria!




ArribaAbajo- 30 -


   Brilla la menguante luna
entre nubarrones pardos;
solitaria la abadía
está junto al Campo santo.
   La Biblia estudia la madre;
mira la luz el muchacho;
la hermana mayor dormita;
dice la otra bostezando:
   «¡Todos los días lo mismo!
Qué fastidio y qué cansancio!
han de enterrar algún muerto
para ver nosotros algo».
   Sin dejar la madre el libro,
dice: «Ya trajeron cuatro
desde el día en que a tu padre,
que en paz descanse, enterraron».
    La hermana mayor exclama:
«De pasar hambre me canso:
iréme a casa del conde,
que es rico y enamorado».
   Y el mozo: «Tres cazadores
vi en la venta, echando un trago:
van esparciendo doblones,
y han de enseñarme a buscarlos».
   La Biblia le arroja al rostro
la madre, y con grito amargo,
prorrumpe: ¡Facineroso
quieres ser, hijo malvado!!»
   Y llaman a la ventana,
y signos hace una mano,
y está allí el padre difunto
envuelto en sus negros hábitos.

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ArribaAbajo- 31 -



   ¡Cuánta nieve! ¡Cuánto frío!
¡Qué noche! ¡Qué tempestad!
Ruge el huracán bravío,
y en la ventana, sombrío,
contemplo la oscuridad.

   ¿Qué es aquel fulgor lejano
que pálida luz refleja?
Una pobrecilla vieja,
con la linterna en la mano,
pausadamente se aleja.

Va a comprar regocijada
manteca, huevos y miel;
y a su niña idolatrada
le hará el que tanto le agrada
jugoso y dulce pastel.

   Reclinada en sillón blando
la hija, con plácido hechizo,
la luz mira dormitando,
y un dorado y suelto rizo
baja, sus hombros rozando.




ArribaAbajo- 32 -



   Dicen que amor inclemente
abrió a mis pies un abismo;
tanto lo dice la gente,
que acabaré, finalmente,
por creérmelo yo mismo.

   Muchas veces te juré
amor y constante fe,
niña de rasgados ojos,
y te dije mis enojos,
y que por ti moriré.

   Mas no, solo, en tu aposento
te declaré lo que siento;
cuando en tu presencia me hallo,
cuanto más decir intento,
más vacilo, tiemblo y callo.

   Ángeles malos mi boca
cerraron -¡aprensión loca!-
y por ello sufro así:
¡Ángeles malos, cuán poca
piedad hubisteis de mí!




ArribaAbajo- 33 -



¡Pudiera yo tu mano de azucena
      besar sólo una vez!
¡Llevarla al corazón, que por ti pena,
   y morir de amorosa languidez!

Tus ojos de violeta ruborosa
fulguran día y noche para mí:
ese problema azul, que así me acosa,
   ¿qué significa? Di.




ArribaAbajo- 34 -


   -«¿Y tu amorosa dolencia
no habrá llegado a entender?
¡No pudiste en ella ver
señal de correspondencia!
¿Cuando estás en su presencia,
nada del fuego interior
te revela el resplandor
de sus pupilas hermosas,
a ti, que en tan dulces cosas
eres mäestro y doctor?»




ArribaAbajo- 35 -



Ambos se amaban, y ninguno quiso
      confesar su pasión;
cual si enemigos fueran, se miraban,
      muriéndose de amor!

Separáronse al fin; no más en sueños
      el uno al otro vio:
estaban ambos muertos, sin saberlo
      ninguno de los dos.




ArribaAbajo- 36 -


   Cuando con hondos lamentos
les dije mis sufrimientos,
nadie los quiso escuchar:
hoy cuento los mismos males
en renglones desiguales;
y me aplauden a rabiar.




ArribaAbajo- 37 -

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   Llamé al diablo, y vino al punto.
¡No fue pequeño mi asombro!
no es, como dice la gente,
feo, cornudo ni cojo.
   Es simpático, elegante,
bastante joven, buen mozo,
muy cortés, hombre de mundo,
complaciente y obsequioso.
Es, además, consumado
político, y en sus ocios
sobre el Estado y la Iglesia
diserta con gran aplomo.
Tiene la color quebrada,
mas no es extraño tampoco,
pues ahora estudia el sanscrito
y a los modernos filósofos.
Su poeta predilecto
siempre es Fouquè33. Gusta poco
de los críticos, y evita
debates contradictorios.
   Alegróse cuando supo
que estudié en años remotos
jurisprudencia, y me dijo
que él cursó los prolegómenos.
Añadióme que estimaba
mi trato, como un tesoro;
e inclinándose repuso:
«Os vi, si no me equivoco,
en la embajada española».
Y, mirando bien su rostro,
caí al fin en que hace tiempo
conocía yo al demonio.




ArribaAbajo- 38 -



Acuérdate del diablo y de sus cuernos;
   la humana vida es breve;
y la caldera que arde en los infiernos,
   no es cuento de la plebe.

Paga las deudas, y el Señor te asista;
   larga es la vida humana,
y tendrás que acudir al prestamista
   quizá otra vez mañana.




ArribaAbajo- 39 -



   Preguntan los Magos venidos de Oriente
a todos aquellos que encuentran y ven;
«Decid, gente honrada, decid, buena gente,
¿cuál es el camino que va hacia Belén?»

   Si nadie contesta, si nadie lo sabe,
no el séquito regio su marcha paró:
estrella divina de luz pura y suave
les marca la ruta que el cielo trazó.

   Detiénese el astro de luz bienhechora
encima del santo y humilde portal;
el buey allí muge, y el Niño-Dios llora,
y entonan los Magos el himno triunfal.




ArribaAbajo- 40 -

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   Inocentes niños éramos34,
inocentes niños ambos;
solíamos en la paja
del gallinero ocultarnos.
   Al gallo y a las gallinas
tanto y tan bien remedábamos,
que oír la gente pensaba
a las gallinas y al gallo.
   Con unos tapices rotos
y unos cajones del patio,
para vivir los dos juntos,
fingíamos un palacio.
   Una gata vieja y flaca
venía de vez en cuando:
¡cuántos saludos le hicimos,
reverencias y agasajos!
   ¡Cuántas afables preguntas
sobre su salud y estado!
¡Ay! ¡con cuántas gatas viejas
habremos hecho otro tanto!
   Como personas formales
hablábamos algún rato,
echando siempre de menos
los buenos tiempos de antaño.
   «Amor, buena fe, constancia,
se van, como por ensalmo;
está el café por las nubes;
¿y el dinero?.. ¡no hay un cuarto!»
   Pasaron aquellos juegos,
y también -¡ay Dios!- pasaron
amor, buena fe, constancia
ilusión, vida y encanto!

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ArribaAbajo- 41 -



   Me oprime anhelo profundo,
si pienso en la antigua edad:
¡cuán deleitoso era el mundo!
¡Qué manantial tan fecundo
de amor y felicidad!

Hoy, un mal va de otro en pos;
y por rendir testimonio
de su impotencia los dos,
muerto, allá arriba, está Dios;
muerto, allá abajo, el demonio.

   ¿Qué de nosotros sería
en esta Babel sombría,
do lucha todo sin calma,
a no guardar, vida mía,
un poco de amor el alma?




ArribaAbajo- 42 -



   Como en el negro cielo encapotado
surge la luna plácida y serena,
así del fondo oscuro del pasado
brota imagen de amor que me enajena.

   Surcábamos el Rhin: pausadamente
empujaba la barca el patrio río:
brillaba en la ribera floreciente
tarde feliz del luminoso estío.
   A las plantas sentado de mi amante,
el bien gozaba que perdido lloro;
el sol, arrebolando su semblante,
daba a su blanca frente nimbo de oro.

   Coro de bellas vírgenes cantaba:
todo era amor y encanto y alegría:
el pecho ¡cuán feliz se dilataba!
el cielo ¡cuán azul resplandecía!

   Aldeas y castillos, selva y prados,
pasaban en visión esplendorosa,
y yo los contemplaba retratados
en las claras pupilas de mi hermosa.




ArribaAbajo- 43 -


   Hallé en sueños a mi amada:
¡cuán desdichada criatura!
Encorvado está su cuerpo
y todas sus gracias mustias.
   Lleva un niño de la mano,
otro en los brazos, y anuncian
mirada, ademán y traje
flaquezas y desventuras.
   Por la plaza del mercado
va errante y meditabunda;
me mira, y así le digo
con voz pausada y convulsa:
   «Enferma estás y abatida;
ven, mujer, mi casa es tuya;
con mi auxilio y mi trabajo
no ha de faltarte pan nunca.
   De esos dos niños que llevas,
curaré, si Dios me ayuda;
y de ti, más que de todos,
¡desventurada criatura!
   Para contar que te quise
ha de ser mi boca muda,
y una lágrima piadosa
verteré en tu sepultura.




ArribaAbajo- 44 -

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¿Siempre repetirás, oh caro amigo,
   una misma canción?
¿Siempre estarás inmóvil empollando
los huevos rancios de tu añejo amor?

Los polluelos la cáscara quebrantan;
pían, brincan después, corren al sol;
y atrapándoles tú -¡pobres polluelos!-
en tus libros les das jaula y prisión.




ArribaAbajo- 45 -



No te impacientes, cariñoso amigo,
      porque al añejo afán
responda con monótonos acentos
      cada nuevo cantar.

Aguarda, aguarda a que se pierda el eco
      de mi pasión fatal,
y los trinos de nueva primavera
      del alma brotarán.




ArribaAbajo- 46 -



   Ya es hora, sí, ya es sazón
de apartar del corazón
la locura que lo asedia;
bastante, cual pobre histrión,
representé la comedia.

   Eran góticos salones
bambalinas y telones;
purpúreo manto mi traje;
novelescas mis pasiones;
romántico mi lenguaje.

   Di fin a tal fingimiento;
pero el mal no se remedia:
las mismas angustias siento:
parece que represento
todavía la comedia.

   Es que, burlando, decía
mi afán secreto y profundo:
la muerte en el alma mía
llevaba, cuando fingía
al luchador moribundo.




ArribaAbajo- 47 -



Reza, suspira, ayuna y se flagela
      Wiswamitra, el gran rey35,
porque la vaca de Wasista anhela
      ganar en buena ley.

Pues de ese modo atormentarte quieres,
      Wiswamitra, gran rey,
por una vaca mísera, no eres
      más que un solemne buey.




ArribaAbajo- 48 -



Corazón, corazón, calla y espera;
sufre sin quejas el destino eterno:
renacerá otra vez la primavera
      tras el áspero invierno.

Aún no agotó la vida sus mercedes:
¡Bello es el mundo, luminoso el día!
y todo aquello que te plazca, puedes
amarlo todavía.




ArribaAbajo- 49 -



   Hermosa, sencilla y pura
eres tú, como una flor;
cuando admiro tu hermosura
mi pobre pecho tortura
indefinible dolor.

    Y mi diestra cariñosa
sobre tus sienes se posa,
y a Dios pido, para ti,
que siempre seas así:
pura, sencilla y hermosa.




ArribaAbajo- 50 -



   Niña, por tu salvación
pido al ángel de tu guarda
que tu puro corazón
en la insensata pasión
que abrasa el mío, no arda.

   Y de tan cumplido modo
acoge Dios mi querella,
que a tanto no me acomodo,
y a veces exclamo: ¡si ella
me amase, a pesar de todo!




ArribaAbajo- 51 -



   Siempre que en la noche oscura
el lecho tranquilo y blando
sosiego y paz me procura,
pasa, mis sienes rozando,
una imagen bella y pura.

   El sueño con su beleño
cierra mis ojos risueño;
y esa imagen, pura y bella,
en lo mejor de mi sueño
su apacible luz destella.

    Y cuando el alba tardía
borra de la fantasía
toda nocturna visión,
aún la llevo todo el día
dentro de mi corazón.




ArribaAbajo- 52 -



¡Niña de las pupilas brilladoras
      y el labio de rubí!
¡Niña, niñita mía! a todas horas,
      estoy pensando en ti.

La luenga noche del invierno helado
      me retiene en tu hogar,
y feliz puedo, junto a ti sentado,
      charlar y más charlar.

Si pudiera rozar con labio ardiente
      tu mano ¡oh dulce bien!
y derramar en ella juntamente
      mis lágrimas también!




ArribaAbajo- 53 -


   Caiga la nieve a montones,
llueva y granice sin fin,
haga el viento en mis ventanas
todos los vidrios crujir:
poco el temporal me importa,
llevando dentro de mí
la imagen de mi adorada
y los céfiros de abril.




ArribaAbajo- 54 -



   A San Pedro o San Pablo rezan unos:
otros, devotos de la Virgen son;
yo solo a ti consagro mis plegarias,
      a ti, plácido sol!

   Sé para mí benéfica y piadosa;
dame besos y abrazos, dame amor,
entre dorados soles, virgen bella,
entre vírgenes bellas, áureo sol!

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ArribaAbajo- 55 -



   ¿No te basta que pálido el semblante
te revele mi afán y mi dolor?
¿Quieres tú que mendigue suplicante
mi propio labio tu altanero amor?

   Altanero es también el labio mío:
sólo sabe besar o sonreír;
y fingirá quizás mofa o desvío
cuando estaré sintiéndome morir.




ArribaAbajo- 56 -



   «¡Ay! amigo, nuevamente
ama tu espíritu ardiente
con insensata pasión;
no la define aún tu mente,
mas late en tu corazón.

   «Tú protestas: ¡Dios me guarde!
¡Yo enamorado!... ¡Embeleco!
Y tu corazón tal arde,
cuando eso dices cobarde,
que te se quema el chaleco».




ArribaAbajo- 57 -



   Mi corazón anhelante
buscó reposo y placer
a tu lado; tú, inconstante,
te separaste al instante:
¡Tenías mucho que hacer!

   Te dije, prenda adorada,
que era tuya el alma mía;
y tú, esquiva y asombrada,
soltando la carcajada,
me hiciste una cortesía.

   La herida que me abre el pecho
después más profunda has hecho;
y un agravio de otro en pos,
me ha negado tu despecho
hasta el beso del adiós.

   ¿Piensas que una bala cruel
fin a mis ansias dará?
Cuesta tragar tanta hiel;
pero eso, mi hermosa infiel,
me ha pasado otra vez ya.




ArribaAbajo- 58 -



      Espléndidos zafiros
son tus azules, celestiales ojos:
      ¡Feliz, feliz el hombre
a quien miren extáticos y absortos!

      Purísimo diamante,
es tu fiel corazón, como no hay otro:
      ¡Feliz, feliz el hombre
por quien irradie sus destellos todos!

      Son fúlgidos rubíes
tus dulces labios, que me vuelven loco:
      ¡Feliz, feliz el hombre
a quien sonrían tiernos y amorosos!

      Si en apartada selva
yo, frente a frente, le encontrara, y solo,
      ¡Cuán poco sus venturas
      duráranle, cuán poco!




ArribaAbajo- 59 -

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   Tu corazón perseguí
con vanas galanterías
pero en mis redes caí,
trocándose para mí
en veras las burlas mías.
   Tú, con faz galante y leda,
puedes en igual moneda
pagar mi tardo suspiro;
y a mí un recurso me queda
radical... ¡pegarme un tiro!




ArribaAbajo- 60 -


   El mundo, el alma, la vida,
son descosidos fragmentos:
buscando voy un filósofo,
germánico, por supuesto,
que un buen sistema me hilvane
atando esos cabos sueltos.
Con su bata y con su gorro,
ya, orondo y grave, le veo
tapando todas las grietas
y fallas del Universo.




ArribaAbajo- 61 -



Quebréme la cabeza noche y día
con mil problemas de áridos enojos;
y descubrí la incógnita, alma mía,
      al contemplar tus ojos.

Todo mi ser del resplandor brillante
de tu dulce pupila está suspenso:
desde que soy tu afortunado amante,
      en nada más ya pienso.




ArribaAbajo- 62 -



Está toda la casa iluminada:
      gran fiesta tienes hoy:
pasar veo una sombra por el claro
       del abierto balcón.

Tú no ves que abismado en las tinieblas,
      aquí, a tus pies, estoy;
y menos podrás ver lo que escondido
      guardo en el corazón.

Mi corazón palpita y se destroza,
      loco por ti de amor;
mi corazón te adora y se desangra
      mas tú, no lo ves, no.




ArribaAbajo- 63 -

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   Para dárselas al viento,
y que el viento las llevara,
quisiera encerrar mis penas
en una sola palabra.
   A ti te la llevaría,
hermosísima tirana,
para que a cada momento
la oyeras y la escucharas.
   Y cuando cierra la noche
tus pupilas adoradas,
aún la estarías oyendo
en los ensueños del alma.




ArribaAbajo- 64 -

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Tienes perlas, diamantes, todo cuanto
      vosotras anheláis;
tienes ojos hermosos cual ningunos:
       mi amor, ¿qué quieres más?

Millares dediqué de dulces versos,
      que nunca morirán,
a tus ojos, hermosos cual ningunos:
      mi amor, ¿qué quieres más?

Y esos ojos, hermosos cual ningunos;
      pagáronme tan mal,
que a tus plantas exánime fallezco:
      mi amor, ¿qué quieres más?




ArribaAbajo- 65 -



   El que ama por vez primera,
aunque amado ser no espera,
es grande, cual Dios, quizá;
pero el que así otra vez quiera
un majadero será.

   Yo soy ese majadero,
que otra vez amo y no espero:
sol, luna y estrellas, todo
se ríe de mí a su modo;
yo río también... y muero!




ArribaAbajo- 66 -



   Diéronme con insistencia
consejos -¡aún los escucho!-
y con gran benevolencia
inculcáronme paciencia:
¡Oh, me protegieron mucho!

   Mas, protegiéndome así,
en la tumba dan conmigo,
si al verme cerca de allí,
un valiente, un buen amigo,
no se interesa por mí.

   Él me sostuvo y salvó;
jamás habré de olvidarlo:
una cosa me afligió;
no poder nunca abrazarlo,
porque ese amigo... era yo.




ArribaAbajo- 67 -


   Este gentil mozalbete
me encanta y hace feliz:
a veces toma conmigo
ostras, licores y Rhin.
   Temprano, en paños menores,
bata y gorro de dormir,
viene todas las mañanas,
y se interesa por mí.
   Me habla de mi excelsa gloria,
de mi ingenio y de mi vis,
pronto siempre a complacerme
en cuanto pueda servir.
   Por la noche, en la tertulia,
con sonoro retintín
mis versos a las señoras
hace escuchar y aplaudir.
   ¡Qué fortuna haber hallado
un mozo de tanto esprit,
en el tiempo que corremos
tan envidioso y tan ruin!

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ArribaAbajo- 68 -


   Soñé que era el señor Dios,
y que estaba allá en el cielo
circundábanme los ángeles
cantando a coro mis versos.
   Hartábame a todas horas
de merengues y buñuelos;
bebía Jerez y Málaga,
y a nadie adeudaba un céntimo.
   Era feliz: ¡me aburría!
A la tierra hubiera vuelto;
y a no ser Dios en persona,
a los demonios me entrego.
   «Gabriel, ángel zanquilargo,
ponte las botas corriendo;
busca a mi amigo Perico;
tráemelo sin perder tiempo.
   »No lo busques en las aulas,
ni en la iglesia mucho menos,
en casa de Juana búscalo,
en la taberna o el juego».
   Abre sus alas de gallo
el ángel, y emprende el vuelo;
dentro de pocos minutos
vuelve con mi amigo Pedro.
    «Dios soy, amigo Perico:
factotum del Universo:
¿No te dije muchas veces
que era mozo de provecho?
   »Cada día hago un milagro;
y ahora, para tu recreo,
voy a convertir en Jauja
a Berlín, por un momento.
   »Se abrirán los adoquines,
y al abrirse todos ellos,
una ostra, fresca y sabrosa,
aparecerá allí dentro.
   »Lloverá cidra y cerveza;
e irá manando y fluyendo
el mejor vino del Rhin
por todos los sumideros».
   »¡Cuál corren los berlineses!
¡Cómo doblan el pescuezo
y en el arroyo se abrevan
los áulicos consejeros!
   »Cuánto deleita a los vates
el celestial refrigerio!
Alféreces y tenientes
chupan y lamen los suelos.
   »Alféreces y tenientes
piensan, cual gente de seso,
que no se repiten todos
los jueves estos portentos».




ArribaAbajo- 69 -


   En Agosto os dejé, señora mía,
y en el glacial Enero os vuelvo a ver;
en vuestro pecho es hoy ceniza fría
lo que era lava de volcán ayer.
   Os dejo: cuando vuelva nuevamente
ni frío ni calor sentiréis ya;
hollaré vuestra tumba indiferente:
muerto también mi espíritu estará.




ArribaAbajo- 70 -



   ¡Arrancado a tus labios de ambrosía!
¡A tus abrazos, que tan dulces son!
      Detenerme quería;
pero impaciente el látigo esgrimía
      el fiero postillón!

   ¡Esa es la vida, sí! ¡Continuo llanto,
continuo adiós, continuo padecer!
      ¿Por qué, si me amas tanto,
no tuvieron tus ojos más encanto,
no tuvieron tus brazos más poder?




ArribaAbajo- 71 -

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   Era noche bien oscura
la que en la posta pasamos;
abrazaba tu cintura,
y con alegre locura,
reímos y bromeamos.

   Cuando el matinal albor
brilló alegre y placentero,
vimos con mudo estupor
sentado otro pasajero
entre los dos: el Amor.




ArribaAbajo- 72 -


   ¡Dios sabe dónde esa loca
chiquilla se habrá hospedado!
Toda la ciudad, lloviendo,
he corrido, y renegando.
   Pregunté de fonda en fonda;
y en todas me desahuciaron
mayordomos desabridos
y camareros zanguangos.
   De pronto, al balcón la veo,
y suelta a la risa el trapo:
¡quién pensara que vivieras,
niña, en tan regio palacio!




ArribaAbajo- 73 -



   Cual fantásticas figuras,
a un lado y al otro lado
se extienden casas oscuras:
en negra capa embozado
marcho tras dulces venturas.

   Doce campanadas toca
la vieja torre sombría:
con mil besos en la boca,
me aguarda, de amores loca,
la querida niña mía.

   La luna brilla oportuna,
y sus pálidos raudales
iluminan mi fortuna;
llego a los gratos umbrales
y exclamo: ¡Propicia luna!

   ¡Astro piadoso y bendito!
yo tu constancia acredito,
pues no me engaña jamás;
ahora, no te necesito;
brilla para los demás.

   Y si al recorrer los cielos,
ves algún amante triste
llorando amargos anhelos,
dale los dulces consuelos
que en otros tiempos me diste.




ArribaAbajo- 74 -



Y cuando seas mi feliz esposa,
      amada niña mía,
tu vida será cielo de oro y rosa,
      de amor y de alegría.

Sufriré tus caprichos más perversos
      con cachazudo aguante;
mas, si no elogias tú todos mis versos,
      divórciome al instante.




ArribaAbajo- 75 -



   La sien ardorosa inclino
sobre tus hombros de nieve,
y sorprendo y adivino
otro cambio repentino
en tu corazón aleve.

   Suena trompeta cercana,
y se acerca presurosa
tropa de húsares galana;
ya sé, niña veleidosa,
que me dejarás mañana.

   Mañana me dejarás;
pero aún eres hoy mi encanto:
y te estrecho más y más,
y en tus brazos gozo tanto
como no gocé jamás.




ArribaAbajo- 76 -



   Suena trompeta cercana;
¡Cuál trota la compañía
de los húsares galana!
Toma esta rosa temprana:
tómala, querida mía.

   ¡Qué estruendo! ¡Qué confusión!
¡Qué animado movimiento!
¡Gallardos mancebos son!
¡Cuántos en tu corazón
tendrán ya su alojamiento!




ArribaAbajo- 77 -



   También en mis dulces años
placeres y desengaños
del amor, niña, sentí.
Hoy la hoguera está apagada:
no arde la leña mojada;
y ¡pardiez! más vale así.

   Enjuga, pues, niña bella,
esa lágrima, y con ella
borra un recuerdo a la vez.
Deja cerrarse la herida,
el antiguo amor olvida
entre mis brazos ¡pardiez!




ArribaAbajo- 78 -



   ¿Por qué tan duro rigor?
¿Cómo mudanza tan breve?
Todos, oh mujer aleve,
han de escuchar mi clamor!

   Tus labios, amante impía,
¿qué quejas pueden tener
del que con tanto placer
los besaba noche y día?




ArribaAbajo- 79 -



   Esos son, esos son los claros ojos
que me daban la alegre bienvenida;
esos son, esos son los labios rojos
      que endulzaban mi vida.

   Esa es la blanda voz que el alma absorta
oyó en sueños de vago idëalismo;
pero ¿qué importa ¡ay mísero! qué importa,
      si yo no soy el mismo?

   Aún son dulces y tiernos sus abrazos,
aún me encadena su flexible nudo;
pero yo estoy inmóvil en sus brazos,
      inmóvil, hosco y mudo.




ArribaAbajo- 80 -


    Ni pudisteis comprenderme,
ni os pude yo comprender;
cuando en el fango caímos
nos comprendimos muy bien.




ArribaAbajo- 81 -



   ¡Cuánto se alarmaron, cuánto
los eunucos, ¡cielo santo!
cuando levanté la voz!
Dijeron que era mi canto
grosero, incivil, atroz!

   Unieron en sutil coro
sus vocecitas de grillo,
y con el mayor decoro
cantaron rancio estribillo,
sentimental y sonoro!

   Era amorosa canción,
llena de tiernas querellas,
y la escuchaban las bellas
con tan sensible emoción,
que lloraban todas ellas.




ArribaAbajo- 82 -


   Salamanca, en tus afueras
es el aire puro y fresco;
allí, en las tardes de estío,
con mi dama me paseo.
   Su deliciosa cintura
con brazo atrevido estrecho;
y mi diestra feliz siente
el palpitar de sus pechos.
   Pero suena en la arboleda
murmurio vago y siniestro;
ronco molino repite
fatales presentimientos.
   ¡Mal presagio, hermosa mía!
Próximo miro el encierro:
afueras de Salamanca,
dieron fin nuestros paseos.




ArribaAbajo- 83 -


   El gallardo caballero
le llaman a don Enríquez;
junto al mío está su cuarto;
sólo hay por medio un tabique.
   Las damas de Salamanca
por mirarlo se desviven
cuando cruza calle abajo,
con sus galgos y mastines.
   Mas él la tranquila noche
pasa, solitario y triste,
los dedos en la vihuela,
y el alma en los imposibles.
   Sus ensueños y canciones
llevan los vientos sutiles:
¡compasión me das y grima,
don Enríquez, don Enríquez!




ArribaAbajo- 84 -



   Nos vimos, y en tus ojos al instante
comprendí que a mi afán correspondías,
si tu madre crüel no está delante,
estallan, sí, tus ansias y las mías
      en beso delirante.

   Tu hogar tranquilo dejaré mañana;
seguiré solitario mi sendero;
saldrás, hermosa rubia, a la ventana;
y yo te mandaré desde lejana
      cumbre mi adiós postrero.




ArribaAbajo- 85 -



   En la lejana cúspide el sol brilla
despertando al aprisco balador:
¡si antes de abandonar la hermosa villa,
pudiera verte, dulce corderilla,
sol matutino, idolatrado amor!

   Alzo los ojos: ¡esperanza vana!
¡Adiós! Marcho, mi bien, lejos de ti!
Quieta está la cortina en la ventana:
aún duerme mi querida soberana:
¡quién sabe si estará soñando en mí!




ArribaAbajo- 86 -


   Hay en Halle, en la plaza del Mercado,
dos lëones gigantes y soberbios:
¡lëones ferocísimos del Halle,
cómo os domaron ya! ¡cómo os pusieron!
   Hay en Halle, en la plaza del Mercado,
un figurón fornido y corpulento;
espada empuña pero no la esgrime:
inmoble está; petrificólo el miedo.
   Hay en Halle, en la plaza del Mercado,
una iglesia tan grande, que allí dentro
todas las cofradías y hermandades
tienen sitio y lugar para sus rezos36.




ArribaAbajo- 87 -



   Inunda bosque y pradera
la noche de primavera,
hermosa como ninguna;
brilla en Oriente la luna
dorada en la azul esfera.

   Junto a la mansa corriente
el grillo chilla estridente;
y en la tranquila extensión
algo el pasajero siente,
cual vaga palpitación.

   Allá, en fuente cristalina,
báñase la hermosa ondina:
y con plácidos asombros,
la tibia luna ilumina
su blanca espalda y sus hombros.




ArribaAbajo- 88 -



   La noche cubre campos y senderos;
lacio está el cuerpo, enfermo el corazón.
Vierte, oh luna, tus rayos placenteros,
      como una bendición.

   Calmen tus luces puras y tranquilas
de las tinieblas el pavor fatal,
y derramen en mi alma y mis pupilas
      rocío celestial.




ArribaAbajo- 89 -



   Dura jornada es la vida,
noche fresca, bendecida
lo que el mundo muerte nombra;
duerme, duerme, alma rendida:
lo llena todo la sombra.

   Árbol de eterno verdor
crece ya sobre mi tumba;
trina en él un ruiseñor,
y en mis sueños aún retumba
un postrer canto de amor.




ArribaAbajo- 90 -



   «Dime, dime ¿qué fue de aquella hermos
que inspiró tu dulcísimo cantar?
¿Qué fue de aquella hoguera esplendorosa
donde tu corazón iba a estallar?

   Murió la hoguera, tan voraz un día;
cansado late el pecho y sin calor;
y este mísero libro es la urna fría
que guarda las cenizas de mi amor.

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ArribaAbajoOcaso de los dioses

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   Mayo llegó, con sus doradas lumbres,
sus tibios soplos y perfumes suaves;
y abriendo de las pálidas violetas
las azules pupilas, nos saluda.
De hebras de luz y perlas de rocío
teje verde tapiz, bordando flores,
la Primavera, y a los hombres llama,
que al llamamiento dóciles acuden.
Calzón de dril y chupa dominguera
el galán viste, con botones de oro;
traje ostenta de cándida blancura
la dama; el boquirrubio mozalbete
se atusa el bozo; y la doncella, libre
deja ondular el oprimido seno.
Mete en la faltriquera el vate urbano
los espejuelos, el papel y el lápiz;
y al abierto portal lánzanse todos.
Sobre el césped acampan; los renuevos
admiran de los árboles; arrancan
pintadas flores; los gorjeos oyen
de las alegres aves, y gozosos
lanzan su grito a la cerúlea esfera.
   Mayo llegó: ¡también para mí vino!
llamó tres veces a la puerta, y-«Abre:
Mayo soy, dijo; acariciarte quiero,
pálido soñador». Pasé el cerrojo,
rodé la llave, y contestéle: -«En vano,
en vano llamarás, pérfido huésped;
te conozco: conozco el artificio
del mundo; he visto tanto, que ya el alma
perdió toda ilusión y la atormenta
dolor eterno. Los cerrados muros
pasa mi vista del hogar humano
y del humano corazón, y dentro
hallo farsa y ardid, miseria y dolo.
Leo los pensamientos en las frentes;
¡pensamientos infames! El rosado
rubor de la doncella esconde el ansia
secreta del placer; y en la orgullosa
sien del mancebo audaz miro el birrete
multicolor de la locura; sólo
mamarrachos deformes o enfermizas
sombras veo en la tierra, y me pregunto
si es manicomio u hospital. Penetro
la corteza terrestre, cual si fuera
de transparente vidrio; en hoyo estrecho
veo los muertos, con las manos juntas,
las pupilas abiertas, blanco el rostro,
blanco el sudario, y en los secos labios
amarillentas larvas. ¡Y contemplo
sentado al hijo, con su alegre amante
en coloquio trivial, sobre la tumba
de su padre infeliz! Los ruiseñores
cantan mordaces; maliciosas ríen
las flores doctas; tiembla el padre muerto
en su féretro oscuro, y dolorida
se estremece también la madre Tierra.
   ¡Mísera Tierra! ¡tu dolor comprendo!
Arder el fuego en tus entrañas miro,
abrirse tus arterias, y a torrentes
ilamaradas lanzar y verter sangre.
Veo salir, a los soberbios hijos
de los Titanes, de las negras simas,
rojas antorchas agitando; yerguen
su escala férrea, y a la eterna cumbre
trepan con sordo estrépito; tras ellos
negros enanos van, y al rudo choque
caen hechas trizas las estrellas de oro.
Con mano audaz desgarran del divino
tabernáculo el velo, y acometen
con feroces aullidos a la santa
angélica legión. Pálido y mudo
está Dios en su trono: la corona
arranca de las sienes, y se mesa
la cabellera augusta. Los titanes
avanzan; las antorchas encendidas
dentro del reino celestial arrojan;
y los enanos negros, con azotes
flamígeros, castigan las espaldas
de los vencidos ángeles, que ruedan,
se encorvan, se retuercen, y arrastrados
por las guedejas son. ¡Y estaba entre ellos
mi ángel también; el de dorados bucles
y dulce rostro; el que el amor eterno
lleva en los labios, y en la azul pupila
la dicha celestial! Y un duende negro,
hediondo y espantable, álzalo en brazos,
contempla ansioso su gentil belleza
y con muelle deleite lo acaricia.
Y suena entonces pavoroso grito,
que agita al Universo; sus pilastras
rechinan y se tuercen; cielo y tierra
húndense juntos, y lo llenan todo
la antigua noche y la perpetua sombra.




ArribaAbajoDoña Clara



   En el jardín, al declinar la tarde,
pasea la hija del alcaide a solas;
música suena, fuera del alcázar,
      de atabales y trompas.

   -«¡Cuál me fatigan las insulsas danzas!
¡Cómo me aburre la trivial lisonja,
y ese tropel de insípidos donceles
que al sol me parangonan!

   «¡Cómo me aburre y me fatiga todo
desde que, al rayo de la luna, absorta,
al galán vi, cuyo laúd en la alta
      ventana me aprisiona!

   »Gallardo, altivo, pálido el semblante,
y ardiendo en él pupilas luminosas,
Juzgué, cuando le vi, ver a San Jorge
      bajando de la gloria».

   Así, clavando en tierra la mirada,
piensa la bella; cuando en sí retorna,
el gallardo galán desconocido
      a sus plantas se postra.

   A la luz de la luna, de las manos
cogidos van en plática amorosa;
el céfiro los besa y acaricia;
      les saludan las rosas.

   Las rosas les saludan, cual si fueran
mensajeros de amor, y se arrebolan.
-¿Por qué, mi bien, tu seductor semblante
      vivo carmín colora?

   -Picáronme mosquitos, dulce dueño,
y en verano me irritan y trastornan,
cual si fuesen de hebreos narigudos
      abominable tropa.

   -Déjate de mosquitos y de hebreos,
dice el galán que tierno la enamora:
en blanquísimos copos los almendros
      sus pétalos deshojan.

   En blanquísimos copos los almendros
te dan, mi bien, su delicioso aroma:
dime, tu corazón ¿es todo mío?
      ¿Es mi a tu alma toda?

   -¡Toda, sí! Te lo juro, dulce dueño,
por el Dios Redentor que mi alma adora,
por aquel a quien pérfidos judíos
      dieron muerte afrentosa.

   -Deja al Dios Redentor y a los judíos,
dice el galán que tierno la enamora:
mira los lirios, que en fulgor bañados,
      columpian sus corolas.

   Mira los lirios, que en fulgor bañados,
contemplan las estrellas brilladoras.
Di, mi bien, en tus tiernos juramentos,
       ¿De falsedad no hay sombra?

   -No hay en mi falsedad, oh dulce dueño,
como en mi sangre, que mi estirpe abona,
de sangre de judíos ni de moros
      no hay siquiera una gota.

   -Déjate de judíos y de moros,
dice el galán que tierno la enamora;
y a un bosquecillo de frondosos mirtos
      en brazos la transporta.

   En las redes de amor ya está prendida:
largos los besos, las palabras cortas;
con fuerza igual en ambos corazones
      la pasión se desborda.

   El ruiseñor amante, en la enramada
ya los nupciales cánticos entona;
las luciérnagas saltan y en el césped
      fingen danzas de antorchas.

   Escúchase, no más, en el silencio,
como apagadas y furtivas notas,
el susurro discreto de los mirtos
      y el beso de las rosas.

   Suena de pronto en el vecino alcázar
música de atabales y de trompas;
despierta la doncella, y de los brazos
      huye que la aprisionan.

   -Las músicas me llaman, dulce dueño:
pero no marches, sin que el labio rompa
del nombre tuyo el pertinaz secreto,
      que a tu amante ya enoja.

   Apacible sonríe el caballero;
besa después la mano de la hermosa;
besa después su nacarada frente;
      besa después su boca.

    Y dice: -Yo, tu amante, noble dama,
el hijo soy de quien las gentes honran;
del docto y venerable gran Rabino,
      Jacob de Zaragoza.

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ArribaAbajoAlmanzor

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ArribaAbajo- I -


   Hay mil trescientas columnas
en la catedral de Córdoba,
hay mil trescientas columnas
que la cúpula soportan.
   Muros, columnas y cúpula
versos del Korán decoran,
grabados entre arabescos
de guirnaldas caprichosas.
   Reyes moros levantaron
ese templo, de Alá en honra;
las mudanzas de los tiempos
a otros usos lo acomodan.
   En la torre do vibraba
la voz del muecín sonora,
hoy tañen tristes y lúgubres
las campanas melancólicas.
   En las gradas do se oyeron
las palabras de Mahoma,
hacen tonsurados prestes
sus extrañas ceremonias.
   Ante imágenes pintadas
se arrodillan y se postran;
humo de tristes candelas
mancha las bruñidas bóvedas.
   Está Almanzor-ben-Abdala
en la catedral de Córdoba,
y las columnas contempla,
y de este modo razona:
   -«Para el gran Alá os labraron,
columnas firmes y sólidas,
y al culto odiado de Cristo
dais vuestro homenaje ahora.
   »Si así aceptáis la mudanza
que os humilla y os deshonra,
¿qué ha de hacer el hombre débil,
columnas firmes y sólidas?»
   Y con semblante sereno
la gallarda frente dobla
en las pilas bautismales
de la catedral de Córdoba.




ArribaAbajo- II -


   De la catedral ya sale,
y al punto que sale, monta
en un selvático potro,
que rozagante galopa.
   Camino va de Alcolea,
y sueltas al viento flotan
sus guedejas aún mojadas
y las plumas de su gorra.
   Camino va de Alcolea,
do al Guadalquivir coronan
almendros de flor nevada,
naranjos de dulce aroma.
   El venturoso jinete
canta y ríe, triunfa y goza;
trinos de aves le acompañan
y murmurios de las ondas.
   En Alcolea reside
doña Clara de Mendoza;
mientras su padre guerrea,
vive alegre y sin zozobras.
   Almanzor oye lejanos
sonar timbales y trompas;
ve al través de la arboleda
resplandecer las antorchas.
   ¡Oh castillo de Alcolea!
¡Gran baile esta noche logras!
Bailan doce caballeros
con otras tantas hermosas.
   Apuestos son los galanes,
son las damas seductoras;
Almanzor, el más gallardo
entre todos y entre todas.
   Feliz va de dama en dama
con la sonrisa en la boca;
para todas cuantas mira
tiene a punto una lisonja.
   A Isabel la mano besa;
la deja luego por otra;
se sienta a los pies de Elvira
y en sus pupilas se arroba.
   Si hoy merece sus bondades,
le pregunta a Leonora,
y le muestra la cruz de oro
que su capotillo adorna.
   A fe de cristiano viejo
les jura que las adora,
y el juramento repite
treinta veces en tres horas.

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ArribaAbajo- III -


   El castillo de Alcolea
envuelven silencio y sombra;
ya no hay damas ni galanes,
ya no hay músicas ni antorchas,
   Almanzor y doña Clara
están callados y a solas;
el último candelabro
su último fulgor arroja.
   Ella, en el sitial sentada;
él, a sus plantas, apoya
en sus trémulas rodillas
la cabeza soñadora.
   En sus oscuras guedejas
un frasco de agua de rosas
ella solicita vierte;
él, dormitando, solloza.
   En sus oscuras guedejas
los labios amantes posa
ella, y un ósculo imprime
nublada la sien él dobla.
   En sus oscuras guedejas
ella, las que tierna llora
dulces lágrimas, derrama;
él, se estremece de cólera.
   Sueña: está, la sien rendida,
en la catedral de Córdoba,
y sus guedejas gotean,
y oye voces que le asombran.
   Las colosales columnas
su carga ya no soportan;
se agitan y bambolean,
se tuercen y se desploman.
   Los clérigos palidecen,
se hunde con fragor la bóveda,
y los sonantes escombros
las imágenes destrozan.

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ArribaAbajoLa Romería


ArribaAbajo- I -



   El hijo en el lecho está;
la madre, junto al balcón:
-«Hijo, levántate ya;
ahora mismo pasará
la sagrada procesión».

   -«¡Ay, madre, madre bendita!
crecen mi mal y mi cuita;
ni oigo ya, ni puedo ver:
en la pobre Margarita
pienso, y lloro sin querer».

   -«Torna el libro y el rosario;
vendrás conmigo al santuario
de la Virgen pura y bella;
y quizás obtengas de ella
el alivio necesario».

   Y avanzan al grave son
de triste lamentación,
cruces, banderas sin fin;
y a Colonia sobre el Rhin
va la santa procesión.

   La madre amorosa y pía
marcha en pos, y con afán
al hijo sostiene y guía;
y todos cantando van:
«¡Gloria a vos, Santa María!»

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ArribaAbajo- II -



   Hoy la Madre del Señor
viste su manto mejor,
y largo trabajo tiene:
un tropel conmovedor
de enfermos al templo viene.

   Y con devoción sincera
la multitud lastimera
se acerca a depositar
brazos y piernas de cera
en el milagroso altar.

   No la implora nadie en vano:
quien le consagra una mano,
la suya curada ve;
y si es un pie, bueno y sano
se va por su propio pie.

   Alguien con muletas vino
que en la cuerda brinca ya;
y hay manco -¡poder divino!-
que tañendo en el camino
la vihuela volverá.

   La madre, de blanca cera
labró un tierno corazón:
-«¡Hijo, la Virgen te espera!
llévale esta ofrenda, y quiera
tener de ti compasión».

   El hijo suspira en tanto;
toma el ex-voto, y sin calma
penetra en el templo santo;
de sus ojos brota el llanto,
y esta oración de su alma:

   -«¡María! ¡Reina y Señora
de los cielos! ¡Bienhechora
madre de Dios! escuchad
a un desdichado, que implora
vuestra infinita piedad.

   »Con mi madre, que aún contemplo,
vivía, de dicha ejemplo,
en Colonia, ciudad santa,
donde a cada paso un templo
en vuestro honor se levanta.

   »Nuestra vecina ¡ay Dios! era
Margarita, y muerte fiera
hirióla sin compasión:
traigo un corazón de cera;
¡Curad vos mi corazón!

   »Curad vos el alma mía,
y con religiosa fe,
sollozando noche y día,
¡Gloria a vos! repetiré,
¡Gloria a vos, Santa María!»




ArribaAbajo- III -



   El hijo y la madre amante
en su cuarto se han dormido;
y la Virgen al instante
aparece deslumbrante
y entra sin hacer ruido.

   Inclínase sobre el lecho;
al enfermo infeliz mira;
pónele la mano al pecho,
y su intento satisfecho,
dulce y lenta se retira.

   Todo, en visión transparente,
lo ve la madre, y más ve;
y despierta de repente:
¡Ay! ¿Por qué ladran, por qué
los perros lúgubremente?

   Pálido, rígido, yerto,
está el hijo, ¡el hijo muerto!
y la renaciente aurora
con su fulgor aún incierto
su blanca frente colora.

   Y ambas las manos juntando
la madre amorosa y pía,
con acento triste y blando,
cae de hinojos, exclamando:
«¡Gloria a vos, Santa María!»

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ArribaAbajoEn las montañas del Harz

1824



ArribaAbajoPrólogo

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   Elegancia, distinción,
muchas flores, muchos lazos,
muy dulce conversación,
muchas sonrisas y abrazos...
¡Si tuvieran corazón!

   ¡Corazón dentro del pecho,
y amor verdadero en él!
cáusame grima y despecho
el canto falso y contrahecho
de una pasión de oropel.

   Subir quiero a la montaña,
do la virtud inocente
vive en humilde cabaña;
do libre corre el ambiente
que mi libre frente baña.

   Trepar a la sierra quiero
do el raudal fluye ligero,
el abeto al cielo sube,
canta el pájaro parlero
y altiva flota la nube.

   ¡Adiós, salones brillantes!
¡Adiós, damas rozagantes!
¡Adiós, sociedad cortés!
Desde estas cumbres gigantes
os contemplaré a mis pies.




ArribaAbajoEn el Hardenberge


   ¡Despertad, antiguos sueños!
¡Corazón, abre tus puertas!
¡Sonad de nuevo, cantares!
¡Corred, lágrimas deshechas!
   Vagar quiero entre los árboles,
do manan fuentes risueñas,
do el ufano ciervo trisca,
y el vivaz mirlo gorjea.
   Trepar quiero a la montaña
en cuyas rocas enhiestas
su roto muro el castillo
a la luz del sol aún muestra.
   Allí pensaré tranquilo
en generaciones muertas,
en extinguidas estirpes,
en apagadas grandezas.
   El humilde jaramago
cubre la liza soberbia
do el paladín victorioso
ganó la ansiada presea.
   La yedra esconde la ojiva
donde la hermosa doncella
venció con una mirada
a aquel que a todos venciera.
   El vencedor poderoso
y la vencedora espléndida
entrambos fueron vencidos
por campeón de mas fuerza:
   Que siempre en la humana justa
nos hace medir la arena
el pálido caballero
de la guadaña siniestra.




ArribaAbajoIdilio en la montaña

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ArribaAbajo- 1 -


   Hay una choza en el monte:
viejo montañés la ocupa:
allí silban los abetos
y resplandece la luna.
   Un sillón hay en la choza
tallado en la encina dura:
¡Feliz quien en él se sienta!
Hoy gozo yo esa fortuna.
   En el escaño, a mis plantas,
descansa la niña rubia;
los brazos alabastrinos
sobre mis rodillas cruza.
   Cual dos estrellas azules
brillan sus pupilas fúlgidas;
como el botón de la rosa
su boca, fresca y menuda.
   Y las estrellas azules
clava en mí, cándida y pura;
y al labio el dedo de nieve
lleva con pueril astucia.
   Pero la madre está hilando;
ni nos ve, ni nos escucha;
tañe el padre la vihuela
y vieja canción modula.
   La doncella, en voz muy baja,
charla, gozosa y confusa,
revelándome los graves
secretos que la atribulan.
   «Desde que murió la abuela
no vamos al pueblo nunca;
ni a las fiestas del mosquete,
que son las que más me gustan.
   »Aquí estamos, siempre solos,
en estas cumbres adustas
donde entre nieves y escarchas
el invierno nos sepulta.
   »Niña soy y tengo miedo
a la noche negra y muda,
y a los espíritus malos
que en sus tinieblas se ocultan».
   Calla la niña: sus propias
revelaciones la asustan,
y extiende sobre sus ojos
las manecitas ebúrneas.
   El torno rueda y rechina;
el viento en las ramas zumba;
tañe el viejo la vihuela
y canta al son de la música:
   «¡Oh niña, no tengas-miedo
a duendes, trasgos ni brujas:
un angelito del cielo
de día y noche te escuda».

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ArribaAbajo- 2 -


   El abeto a la vidriera
llama con trémulas manos;
la luna, mudo testigo,
la traspasa con sus rayos.
   En la alcoba, padre y madre
durmiendo están y roncando;
en delicioso coloquio
los dos a solas velamos.
   -«Creer que a menudo rezas
me cuesta mucho trabajo;
aunque tus labios se mueven,
no mueve el rezo tus labios.
   »Ese mudo movimiento
me causa miedo y espanto;
mas después me tranquilizan
tus ojos dulces y claros.
   »Pero aún dudo que tú creas,
como todo fiel cristiano,
en el Padre y en el Hijo
y en el Espíritu Santo».
   «-Cuando, niño, aún reposaba
en el materno regazo,
creí también en Dios-Padre,
infinito, bueno y sabio;
   »El que creó cielo y tierra,
y al noble linaje humano;
el que dio luz a los soles;
el que dio rumbo a los astros.
   »Después crecí; fue mi mente
más perspicaz, vi más claro:
y entonces creí en el Hijo,
el hijo amante y amado;
   »El que con amor inmenso
amó a los hombres, que ingratos
le dieron, según costumbre,
por recompensa el Calvario.
   »Crecí más, crecí del todo:
mucho he visto y he observado,
y hoy, con toda el alma, creo
en el Espíritu Santo.
   «Él es quién obró y aún obra
los más pasmosos milagros;
rompe todas las cadenas
vence a todos los tiranos;
    »Cura todas las heridas;
da a las leyes fin más alto;
y hace, de los hombres todos,
una familia de hermanos.
   »Él rasgó nieblas y brumas,
y ahuyentó duendes y trasgos,
que traidores nos persiguen,
al bien y al amor contrarios.
   »Un millar de caballeros
armó ese Espíritu Santo,
y les dio tesón y bríos
para cumplir sus mandatos.
   »Su estandarte al viento ondea,
su espada lanza relámpagos:
¡Cuánto dieras, niña mía,
por verlos y contemplarlos!
   »Contémplame, pues, y bésame,
porque yo soy, dueño amado,
uno de esos caballeros
que armó el Espíritu Santo».




ArribaAbajo- 3 -


   La luna tras los abetos
se ha escondido, y melancólica
la lámpara en nuestro cuarto
el campo cede a las sombras.
   Pero aún mis astros azules,
aún la purpurina rosa
resplandecen, y así dice
la niña que me enamora:
   «-Diminutos duendecillos
nos cercan y nos acosan;
aunque cerrada esté el arca,
el pan, del arca, nos roban.
   »De la azucarada leche
sorben la nata sabrosa,
y en el destapado cazo
la gata apura las sobras.
   »Está embrujada la gata,
y de noche corre loca
al torreón demolido
de la montaña diabólica.
   »Hubo allí soberbio alcázar
do, a la luz de las antorchas,
con gallardos caballeros
bailaban damas hermosas.
   »Maldíjolo una hechicera;
y hoy son sus hundidas bóvedas
montón de escombros, do el búho
se guarece y arrincona.
    »Pero contaba la abuela
que si en cierto sitio y hora,
alguien pronuncia y repite
cierta palabra simbólica,
   «Júntanse otra vez las piedras,
resplandecen las antorchas,
con sus gallardos galanes
bailan las damas hermosas;
   »Y es todo para el que dijo
la palabra exacta y propia,
y pífanos y atambores
su señorío pregonan».
   Así, encantadas imágenes
sus dulces labios evocan,
mientras sus ojos azules
celestes fulgores copian.
   Trenza en mis manos sus bucles;
mis dedos cuenta y los nombra;
Juega y charla, canta y ríe;
calla al fin, grave y absorta.
   Todo, en el mudo aposento,
dulcemente me impresiona;
miro cual viejos amigos
la mesa y las sillas toscas.
   Me habla el reloj; la vihuela
vibra y suena por sí sola,
y entre sueños vagarosos
mi espíritu incierto flota.
   Sin duda, niña querida,
éstos son el sitio y la hora,
y ésta, que en mis labios tiembla
la palabra exacta y propia.
   Porque suena medianoche
y todo late en las sombras,
y el viejo bosque despierta
y el negro abeto solloza.
   Sones de cítara salen
de las quiebras de las rocas;
cantos de gnomos y enanos
llenan las cavernas lóbregas.
   Y cual florescencia extraña
de una primavera loca,
maravillosos jardines
por arte mágico brotan.
   Flores de inflamadas tintas,
de embriagadores aromas,
resplandecen y fulguran
en las palpitantes frondas.
   Entre ellas, cual llamaradas,
arden encendidas rosas;
y el cáliz yerguen los lirios
como cristalinas copas.
   Estrellas grandes cual soles
los contemplan amorosas,
y un raudal de luces vierten
en sus abiertas corolas.
   También a nosotros llega
el prodigio, y nos transforma:
todo en torno es oro y seda,
todo lámparas y antorchas.
   Imperial princesa tú eres;
regio alcázar esta choza,
do con sus bellos galanes,
danzan las damas hermosas;
   Y para mí es la princesa,
y el alcázar, y sus pompas;
y pífanos y atambores
mi señorío pregonan.




ArribaAbajoEl Zagal

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   Rey es el zagal errante:
verde colina es su trono;
a su frente ruda y libre
da el sol su corona de oro.
   Tiene en los mansos corderos
cortesanos meritorios;
arrogantes adalides
en los becerros indómitos.
   Comediantes de su corte
son los juguetones chotos;
música le dan las aves
y los esquilones broncos.
   Los árboles le acompañan,
las cascadas le hacen coro;
y con tan dulce concierto,
se duerme el rey poco a poco.
   Gobierna entre tanto el reino,
ministro fiel y celoso,
un mastín, cuyos ladridos
llenan aquellos contornos.
   «¡Oh! ¡cuán pesado es el cetro!»
dice el rey con un sollozo:
estar quisiera ya en casa
con la reina a quien adoro.
   »En sus brazos mi cabeza
encuentra el mejor apoyo,
y mi vasta monarquía
está encerrada en sus ojos».




ArribaAbajoEn el Brocken



   La naciente luz del día
rasgó triunfal las tinieblas;
pero aún, opaca y sombría,
inunda la serranía
la avalancha de las nieblas.

   ¡Ah! Si las alas del viento
me diera un encantador,
veloz como el pensamiento
volara al grato aposento
donde reposa mi amor!

   Apartando suavemente
la cortina transparente
de su lecho virginal,
le besaría la frente
y los labios de coral.

    Y acercándome a su oído,
con aliento reprimido,
le dijera luego así:
«Sueña que no te he perdido,
y que aún vives para mí».

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ArribaAbajoLa Princesa Ilsa37

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Soy Ilsa, la princesa que hechizada
guarda el río en sus antros misteriosos;
ven conmigo a mi espléndida morada,
y seremos felices y dichosos.

   Ven a bañar en mi raudal fecundo
tu frente atribulada y abatida;
y olvidarás, oh joven moribundo,
todas las amarguras de la vida.

   Ven a dormir entre mis blancos brazos,
ven a yacer sobre mi blanco seno;
y soñarás, prendido en estos lazos,
otro mundo mejor, de hechizos lleno.

   Al goce y al placer roto ya el dique,
te abrazaré, te besaré anhelante,
como al glorioso emperador Enrique,
que fue mi fiel y apasionado amante.

   Pero la muerte su sepulcro sella,
e inmóvil yace en el sombrío lecho;
yo antojadiza soy, joven y bella,
y aún, ansioso de amor, late mi pecho.

   Ven a mi oculto alcázar cristalino:
allí, galanes, que el amor engríe,
bailan con damas de esplendor divino;
y el tropel de los pajes canta y ríe.

   Allí crujen las túnicas de seda,
allí rechinan las espuelas de oro;
y tocan los pigmeos de faz leda
la trompa grave y el timbal sonoro.

   Como al glorioso emperador un día
te estrecharán mis brazos encendidos:
cuando el marcial clarín le estremecía,
con besos le tapaba los oídos.

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ArribaEpílogo

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   Como en fértil campiña mies lozana,
así brotan en haces apretados
los pensamientos en la mente humana;
y aquellos que inspiraron los amores
son como las que veis en los sembrados
rojas o azules flores.

   ¡Flores rojas o azules! displicente
os deja el segador; el campesino
sin piedad os destroza;
y el mismo pasajero indiferente,
aunque alegráis su vista en el camino,
os llama «estéril broza».
Mas la doncella del lugar, que goza
tejiendo su guirnalda,
ávida os busca con sus ojos bellos;
os recoge en su falda;
os coloca después en sus cabellos;
y, así adornada, vuela
a la plaza, do en ecos repetidos
resuenan el rabel y la vihuela;
o al matorral espeso, que ella sabe,
donde escucha otra voz, a sus oídos
más que el rabel y la vihuela suave.

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