Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo- 21 -

Letra para doña Francisca de Guevara, dama y hermana del auctor, en la cual se expone las letras de una su medalla, las cuales eran de la Sagrada Escriptura. Es letra de muy alto estilo.


Señora hermana y atrevida dama:

Si yo fuera vuestro galán como soy vuestro hermano, o si quisiera casarme con vos como procuro de os ver casada, tuviérades ocasión, aunque no razón, para osarme decir lo que queréis y para pedirme lo que deseáis. Hame caído en mucha gracia de cuando os vi doncella y de veros agora dama: es a saber, que las promesas que hacíades a nuestra Señora de Melque, las romerías al Cubilete, los ayunos a Sant Miguel, las misas a Sancta Catherina, el buscar de confesores y el frecuentar de communiones, haya todo parado en oír requiebros y mofar de galanes. La casa del señor don Alonso Téllez, a do vos fuistes criada, dubdo yo haya en Hespaña otra más sancta república ni más bendicta compañía, y por eso me paresce cosa mostruosa salir vos de la Puebla a ser publicana. Al fin, pues, sois mi hermana, y la hermana mi más querida, no podré dexar de condescender a lo que queréis y hacer lo que me rogáis, aunque es verdad que el responder a requiebros, y el hablar en amores es muy ageno de mi condición, y muy estraño de mi profesión. Antes de todas cosas protesto y pido por testimonio que todo lo que escribo en esta carta es por vos me lo pedir, y por las damas vuestras compañeras me lo rogar, y si, esto no obstante, quisiere alguno murmurar de la carta y poner en mí la lengua, será por presciarse de nescio y no por presciarse de cortesano. No me cae a mí en poca gracia la mucha desgracia de algunos cortesanos moços, y aun viejos, que no siguen, sino que persiguen a vosotras las damas, los cuales, metidos en cosas de Palacio, ni saben decir primores, ni aun hablar en caso de amores, y, por otra parte, quieren encubrir sus faltas a poder decir malicias. El cortesano que fuere cortés, sabio, cuerdo, aprobará y aun notará esta mi carta, y ansimismo el que fuere simple, bobo y desavisado, yo le perdono el pecado, pues no sabe labrar sino de maço y escoplo.

Viniendo, pues, al caso, escrebisme, señora hermana, que un vuestro servidor y amigo os sirvió con una medalla rica, y que éstas eran las palabras que están escriptas en ella: «Vivo yo, mas ya no yo, vive en mí, la que quiero más que a mí». Querríades agora vos saber qué es el misterio de estas palabras y qué es lo que yo siento de ellas, a lo cual respondiendo, digo que pues no sé quién es el que os sirvió con la medalla ni tampoco sé quién es el que halló la invención della, ¿cómo queréis que atine en lo que un desatinado hace? Mandadme vos, señora hermana, regar, confesar, estudiar, leer y predicar; mas no me mandéis adevinar, porque ya podría ser decir yo en este caso alguna simplicidad o bobedad, que Pedrarias, el galán, me notase de enamorado, y el alcalde Ronquillo me diese cien açotes por adevino. Todavía me determino de deciros al propósito una palabra, aunque sea de los maliciosos notada y murmurada, y esto será, no tanto para os satisfacer, cuanto para os responder; por eso tened cargo de mirar allá por mi honra, pues por vuestro servicio yo la pongo en la almoneda.

Cuanto a lo primero, decís, señora hermana, que el que os sirvió con aquella medalla era mucho vuestro servidor y amigo, lo cual yo niego y aun reniego, porque habéis de saber que hay mucha diferencia del hombre que ama al que es amigo, y la razón es que el amigo siempre ama, mas el que ama no siempre es amigo. A vos y a las otras damas vuestras compañeras, muchos son en la corte los que os sirven, y aun os siguen, a los cuales todos llamaremos vuestros enamorados, mas no vuestros amigos, porque si bien lo queréis mirar, todos los más que allá van huelgan de holgarse en un sarao, y mofan cuando les hablan en casamiento. He aquí, pues, cómo son muchos los enamorados y muy pocos los amigos; porque si fuesen vuestros verdaderos amigos, holgarían de ser vuestros maridos; mas como no hay en ellos sino aquella vana parola, sálense os al tiempo del menester afuera. Este nombre de amigo, habéis de saber que en mucho se estima, y muy caro cuesta, y en muy pocos se halla, porque entre los verdaderos amigos ni peligra la honra, ni aun se niega la hacienda. Miedo tengo, hermana mía, de que ese que os dió la medalla sea vuestro enamorado, y no vuestro amigo, lo cual vos podéis conoscer en que si promete mucho, y da poco, y en que si abre la boca y añuda la bolsa, y en tal caso sed cierta y no dubdéis, que finge el traidor amaros, y no es por más de por engañaros. Mirad señora hermana, quién sois, adónde estáis y qué es lo que esperáis; que si se os acuerda, sois hija de don Beltrán de Guevara, y descendéis de la más limpia sangre de Castilla, y tenéis muchos deudos de que os presciar y ninguno de que os afrentar.

Pensadlo bien, señora, que estáis en la casa real, adonde todos los buenos se crían y a do todos los que sirven medran, y si allí alguno no sale augmentado, o sale de allí desmedrado, no es por culpa del príncipe, que sea desagradescido, sino del criado, que en su servicio ha sido descuidado. Pensad también que si os llevamos al palacio del rey, fué para más os honrar y para mejor os poder casar, porque las hijas de los buenos, como vos sois, más se han de casar con el favor que les da el rey que no con el patrimonio que les dexó su padre. Pues sois moça, sois castiça, sois hermosa y sois en la corte bien favorida, parésceme que son partes para ser bien casada, si por otra parte no os perdéis por ser vana y liviana, que, como otras veces os he escripto, y aun dicho, en el monesterio se salvan las mugeres por la buena conciencia, y en palacio se casan las damas por la buena fama. No os fiéis en la hermosura que tenéis, ni en la sangre de do venís, porque a fe de hermano, y aun de cristiano, os juro que si hay en la corte diez galanes que requesten vuestras personas, hay otros quinientos que el más de su tiempo gastan en juzgar vuestras vidas.

También decís en vuestra carta que todas las damas os rogaron me rogásedes mucho les quisiese decir y declarar qué cosa es amor, en qué consiste el amor y cuál es la señal del verdadero amor, pues presumo de muy leído y me prescio de gran cortesano. Siendo vosotras las queridas, las polidas, las amadas, las seguidas, y aun no poco requestadas, yo os había de preguntar qué cosa son amores, y vosotras a mí qué cosa son dolores, porque el oficio del religioso como yo es ayunar y llorar, y el oficio de la dama es dançar y holgar y amar.

Pues dixe qué cosa era amigo, también quiero deciros qué cosa es amor, y mirad, hermana, que lo digo para desengañaros y no para avisaros, porque más quiero que améis como cristiana que no améis como dama. Presciaos, hermana mía, de ser cuerda, callada, honesta y recogida, y sobre todo tened más cuenta con vos, que no con todos, porque al fin al fin sólo Dios es el que os ha de casar, y el rey no más de dotar. Guardaos de ser vana liviana, ventanera, habladora y chocarrera, porque con las damas desta estofa y librea huélganse todos en palacio de hablar y huyen de se casar. Grandes dotes son en una dama ser grave en su cara, medida en su habla, honesta en su vida y recatada en su persona, porque por vano y liviano que sea un hombre, dado caso que huelgue de servir a la que es hermosa, no quiere después casarse sino con la que es virtuosa.

Tornando, pues, al propósito de lo que preguntáis y de mí queréis saber, digo que pensáis vosotras las damas que no consiste el amor y ser enamorado, sino en andar polido, estar pensativo, ruar calles, ogear ventanas, dar sospiros y decir requiebros, lo cual todo es una gran vanidad y aun diría que liviandad. El amor bueno y verdadero es de tal calidad, que al que fallesce: fortaleça se la da, al que la tiene se la confirma, al que desmaya esfuerça, al torpe aviva, al desmemoriado acuerda, al encogido desovilla y aun al bobo desasna. Su condición del amor es que en el coraçón a do entra ni sabe estar ocioso ni consiente tener reposo, y lo que es más de todo, y aun desatina a todos, que buscando lo que ama, no siente lo que padesce. Cuando ponéis los ojos en una cosa, macho va del loarla al amarla; porque la cosa que loamos y no amamos, en siendo loada, es olvidada; mas la que de verdad amamos, en el pensamiento la ponemos, en la voluntad la tenemos, en la memoria la traemos, ante los ojos la representamos, siempre della nos acordamos y aun en el coraçón la sellamos. Conóscese mucho el amor y el coraçón enamorado en que él mismo de sí mismo anda desgraciado y sospechoso, contento y descontento, triste y risueño, esforçado y desmayado, alegre y desesperado, cobarde y determinado, pagado y arrepentido, y, lo que es peor de todo, que si sabe lo que quiere, no sabe si le conviene. Si al que ama queréis conoscer, en apartarse de lo que ama se lo habéis de sentir, pues no es más apartarse un amigo de otro amigo que partirse un coraçón por medio, porque al tiempo que se despiden y abraçan, en el uno faltan las palabras y en el otro sobran las lágrimas. Conóscese también el amor en que si uno de coraçón ama por ninguna cosa dexa de amar, y si el tal jura que ama y por otra parte dexa de amar, al tal no le han de llamar enamorado, sino vecino o conoscido, porque en la casa del amor, ni las manos se cansan de dar, ni el coraçón cesa de amar. Conóscese también el amor en emprender cosas arduas y en no hacer cuenta de menudencias, porque el coraçón enamorado, ni ha de tener réplica a lo que le mandan, ni poner excusa a lo que le piden. El que da poco, ama poco, y el que a pedaços da, a pedaços ama, y el que de verdad ama, ninguna cosa niega, porque ha de pensar el que es cofrade del amor, que pues dió el querer, lo menos es dar el tener. Es también previlegio del amor que sea cuerdo, paciente, çufrido y disimulado, porque en casa de los que se aman, ni injuria se ha de hacer, ni palabra lastimosa decir. Es también capítulo de cortes entre dos cortesanos que sean callados, mudos, y discretos y secretos, porque el pregonero del amor no es la lengua que habla, sino el coraçón cuando sospira. Creed, señora hermana, y no dudéis, que los desamorados hablan con las lenguas, que los verdaderos enamorados no hablan sino con los coraçones; de manera que las lenguas están mohosas de callar, y no las entrañas de amar. Si queréis saber que es lo que más amáis, digo que es lo en que más pensáis y lo de quien más y mejor habláis, porque el amor verdadero puédese algún día disimular, mas al fin fin no se puede encubrir.

Y porque ya ha vergüença mi pluma de hablar más en esta materia, desde agora digo y adevino que dirán muchos de los que leyeren esta carta: «¡Rabia que le mate al fraile capilludo, y cómo debía ser enamorado, pues también habla en amores y en las penas de enamorados!» A esto respondiendo, digo que pues nascí en el mundo, me crié en el mundo y anduve por el mundo, no es mucho conosciese y aun tropeçase en cosas del mundo, del cual mal mundo doy immensas gracias a mi Dios por haberme dél sacado y a la perfección de la religión traído, en la cual estoy retraído y de mis males arrepentido. Si de amores escribo y en amores hablo, Dios nuestro Señor me condenne si es por mostrarme curioso, ni por enseñar a nadie a ser enamorado, sino para avisar a los que no saben ansias de amores miren mucho si les conviene ser enamorados, porque si una vez se engarçan en ellos, mil veces se arrepentirán y ninguna se emmendarán.

Prosigue el auctor la materia, y declara las palabras de la medalla.

Pues volviendo a vuestra medalla y a las palabras escriptas en ella, digo que yo las aprendí de Sant Pablo y vos de vuestro servidor y amigo, las cuales quiero exponeros y declararos, no como él os las envió, sino como Sant Pablo las predicó. Ante todas cosas, maldigo, descomulgo y anathematiço al traidor profano que tan santas palabras retorció y a cosas tan profanas aplicó, porque no se inventaron ellas para ponerse en las medallas, sino para escrebirse en las entrañas. Sepamos lo que mi señor Sant Pablo dixo y lo que vuestro servidor dixo, y veréis cuánto va de Pedro a Pedro.

Dice, pues, vuestra medalla: «Vivo yo, mas ya no yo, vive en mí la que quiero más que a mí». Dice el apóstol Sant Pablo: «Vivo yo, mas ya no yo; vive Cristo solamente en mí». Otras y otras mil veces torno a decir que en malos infiernos arda el traidor que hizo tal traición a la Sagrada Escriptura, pues al propósito de sus vanidades y locuras retorció y salió e falló las palabras divinas. ¡O quién dixera al divino Paulo que las palabras que él decía hablando con Cristo habían de servir de requiebros en palacio! Imagino para mí que nunca las dixera, ni menos las escribiera. Ante todas cosas os ruego y amonesto, señora hermana, desatéis luego esta medalla o borréis aquellas palabras della, porque de otra manera, ternéis al Apóstol por enemigo y a mí no por hermano. Dice, pues, el buen Apóstol: «Vivo yo, mas ya no yo; vive solamente Cristo en mí». A los que son curiosos en la Sagrada Escriptura parescerles han estas palabras ser de algarabía o geringonça, pues dice el Apóstol que no tiene más vida de cuanto vive en él aquello que él ama. Obscuro y obscurísimo, delicado y requebrado habla aquí el Apóstol con Cristo, pues quiere que moren en una casa, y coman a una mesa, el ser y no ser, la muerte y la vida, y el vivir y no vivir, y por eso es menester cortar bien la pluma y el favor de la gracia divina, para estas palabras exponer y darlas bien a entender.

No immérito digo que es obscuro, y obscurísimo, este lenguaje del Apóstol, pues dice que vive y luego dice que ya no vive, y luego torna a decir que si vive, no vive en sí mismo, sino que vive en él Cristo, de manera que se prescia de haber trocado su vida con aquel que es dador de la vida. «Estos tus requiebros con Cristo, lo glorioso Apóstol, yo confieso que los sé leer, mas también confieso que no los sé entender, y mucho menos gustar, porque para entender a ti, había yo de estar ageno de mí». En quien vive Cristo y el que vive en Cristo, ni vive en sí ni aún sabe de sí, porque es tan delicado el amor divino, que no admite consigo otro amor estraño. El egregio Augustino, exponiendo estas palabras del Apóstol, dice: «In eo quo quisque diligit, in eo vivit», como si, más claro, dixese: «Tanta fuerça tiene el amor en el coraçón a do mora, que de sí mismo se enagena, y se pasa en aquello que ama; de manera que tal es la vida del que ama como aquello que ama». Si tú, ¡o enamorado!, amas a ti, vives en ti; si amas a mí, vives en mí; si amas al amigo, vives en el amigo, y si amas a Cristo, vives en Cristo; de manera que todos los que se aman, en un coraçón tienen harto, y con sólo un querer tienen contento. ¡O, cuánto debe mirar el que ama qué tal es lo que ama, antes que se arroje a lo amar!, porque cual es el amor que tengo, tal es la vida que hago, y si mal amo, mal vivo, y si bien vivo, bien amo; de manera que si mi amor está mal empleado, mi vida está mal empleada.

No dice el Apóstol «veo a Cristo», «oyo a Cristo», «huelo a Cristo» o «toco a Cristo», sino «vivo en Cristo», porque la vida no está en los ojos con que vemos, ni en las manos con que tocamos, sino en el coraçón con que amamos, de manera que el amor de Cristo y el coraçón de San Pablo, aunque no eran de un ser, tenían un solo querer. El que de todo su coraçón ama siempre piensa en lo que ama, mira lo que ama, habla de lo que ama, sirve a lo que ama y aun pena por lo que ama; de manera que no da poco el que su coraçón da a otro. Mimo, el filósofo, dice: «Quod amans iratus multa mentitur sibi». Como si, más claro, dixese: «El coraçón enoxado y turbado, muchas cosas jura, que después no guarda, promete y no cumple, dice y no hace, amaga y no hiere, acomete y se retrae, y aun sospecha y no acierta, porque el coraçón vano y mundano sabe lo que ama, mas no siente lo que dice». También decía el mismo filósofo: «Amoris vulnus idem qui facti sanat». Como si dixese: «Es tan peligrosa la herida del amor, que en las manos del que da la saetada está la yerba con que se cura, de manera que en la cofradía del amor, el que mata, cura, y el que cura, mata».

Todos estos chistes y todas estas vanidades, y liviandades, pasan por el hombre vano y enamorado, el cual no puede con verdad decir «vivo yo, mas ya no yo»,sino decir «muero yo, mas ya no yo», porque el tal ni goça del vivir, ni se acaba de morir. El coraçón enamorado de Cristo ni siente a sí, ni piensa en sí, ni quiere a sí, ni aún anda en sí, sino que estraño de toda conversación y enagenado de su condición, dice con el apóstol: «Vivo yo, mas ya no yo». Cuando un hombre es agudo y entremetido y solícito, solemos decir dél: «Verdaderamente este hombre es un gran vividor». ¡Oh, con cuanta más raçón podremos decir del tal que es un allegador, un bebedor o un pecador, que no que es vividor, porque no podemos decir que vive el hombre que bien no vive. Muy contrarios son el vivir en Cristo al vivir del mundo, porque para ganar la vida hemos de perder la vida, para vivir hemos de morir y para Cristo nuestro Dios seguir, hemos a nosotros de perseguir, de manera que para cumplir con lo que debemos no hemos de hacer cosa de las que queremos. Nunca Cristo en el coraçón del Apóstol hiciera morada si el Apóstol en sí mismo viviera; de lo cual se puede inferir que es necesario alexarme yo de mí para que Cristo se allegue a mí. ¡Oh buen Jesú, oh amores de mi alma! «Vivo yo, mas ya no yo». Es a saber, que vivo en Ti cuando soy manso, vivo en mí cuando soy soberbio; vivo en Ti cuando te alabo, vivo en mí cuando soy vorace; vivo en Ti cuando te amo, vivo en mí cuando te olvido. De manera que vivo en Ti muriendo en mí, y muero en mí viviendo en Ti.

Por esto que he dicho podéis ver, señora hermana, cuánta diferencia va de lo que Sant Pablo dixo en su epístola, a lo que vuestro servidor os envío en la medalla, la cual os torno a rogar que deshagáis, o se la tornéis, porque no es raçón se anegue vuestra cordura en su locura. Encomendáme a las señoras damas vuestras compañeras, a las cuales suplico miren y consideren que si la primera parte de esta carta escrebí como cortesano, que en la segunda hablo como cristiano, y que más justo es alaben lo que expuse como predicador, que no lo que dixe como pecador.

Ahí os envío un poco de holanda, un estuche, unas escribanías y unas Horas, y desde agora adevino que os parescerá poco todo lo que envío y mucho lo que digo, de manera que vos y vuestras compañeras, antes que recéis en las Horas, murmuraréis de mis palabras. No más, sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda y a él plega os vea yo bien casada.

De Burgos a tres de enero. Año de MDXIX.




ArribaAbajo- 22 -

Letra para el comendador Aguilera, en la cual se quexa el auctor de no le haber respondido, ni condescendido a un ruego


Muy noble señor y inhumano comendador:

Cinco días ha que están peleando entre sí vuestro descuido con mi juicio, y mi condición con vuestra obstinación, sobre si respondería o no respondería a vuestra carta, porque me han dicho acá que estáis tan vanaglorioso de lo que me negastes cuanto yo estoy corrido de lo que os pedí. El hombre que hace mal no es más de malo; mas el que se alaba del mal que ha hecho es hombre diabólico, porque la condición del demonio es darse a pecar, y la del mal hombre a nunca se emmendar. Roguéos y importunéos que fuésedes amigo con mi amigo Juan Pamo, lo cual no quisistes hacer, ni amastes oír, ni aun a mi letra responder; la cual injuria yo sentí harto más que mostré, porque las atroces afrentas y graves injurias, o se han bien de vengar, o del todo disimular. De la letra que allá os envié, miré y remiré la minuta que acá me quedó, y como no hallase en ella cosa que fuese digna de reprehender y mucho menos de castigar, a ella di por libre y a vos por condennado. Otra y otras dos mil veces digo que ni miento ni me arrepiento del consejo que os daba ni del perdón por que os rogaba, que, como sabéis y sabemos acontesce a muchos muchas veces, que buscando cómo se venguen hallan cómo se pierden.

La letra que en este caso os escrebí sé os decir que si no iba muy polida, iba a lo menos sobre muy pensado escrita, porque todo mi fin en ella fué rogaros mucho tuviésedes más respecto a la amistad que teníades conmigo, que no a la injuria que os había hecho Juan Pamo. La pena que él mostraba y el ruego que yo os hacía, raçón fuera que hiciera en vos alguna eficacia, porque hablando la verdad, y aun con libertad, muy tirano coraçón es el que no se amansa con palabras discretas y con lágrimas piadosas. Al pequeño es le honra el se vengar; mas al poderoso es le honra el perdonar; porque no hay en el mundo tan alto género de vengança como es perdonar por sola virtud la injuria. Bien confieso yo que en el castigar y en el perdonar la culpa no se puede dar a todos regla cierta, porque algunas veces es de tal calidad la culpa, que sin cometer nueva culpa, no puede ser perdonada aquélla, de manera que a sí mismo condenna el que al condenado condenan. La injuria porque yo os rogué y la ofensa que Juan Pamo os hiço no era de esta complexión ni aun desta condición, sino que en perdonarla como cristiano y en disimularla como discreto, ni el braço os quedara quebrado ni el tobillo desencasado.

Dexad, señor, que os rueguen, admitid que os importunen, holgad que os visiten y agradesced que os aconsegen, porque de otra manera, si queréis ser áspero o riguroso, brioso y extremado, ternéis muchos por vecinos y a muy pocos por amigos. Mucho, señor, os ruego no os acontezca otra semejante desgracia y que toméis ésta por primilla, porque soy de tal condición con mis amigos, que pues ellos hallan en mí las entrañas abiertas, no es justo que yo halle sus puertas cerradas. Y porque en materia tan enojosa no es justo que la pluma sea pesada, yo quiero acabarme de quexar, con tal que vos os comencéis a emmendar.

No más, sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda y a mí dé gracia que le sirva.

De Arévalo, a VI de mayo, MDXXIII.




ArribaAbajo- 23 -

Letra para un judío de Nápoles sobre una disputa que hubo con el auctor, y expónese la auctoridad de la escriptura, que dice: «non abominaberis Egiptum neque idumeum»


Honrado y obstinado judío:

Muchas horas antes que esta letra te escribiese, estuve conmigo imaginando y mi juicio fatigando qué título te pondría y con qué sobrescripto te escribiría, el cual en ti bien cupiese. Dando, pues, y tomando en el negocio, hallé por mi cuenta que si te llamo «señor», no cabe en ti, porque eres pobre miserable. Si te llamo «vecino», tampoco acierto en ello, porque moras muy lexos de do yo moro. Si te llamo «pariente», no consentirán mis parientes, pues yo soy de los de Guevara y tú de los de Judea. Si te llamo «virtuoso», es levantarte falso testimonio, pues no quieres ser cristiano y te prescias de ser judío. Si te llamo «generoso» y «valeroso», más mentiría en esto que en todo lo otro, pues nunca fuiste a la guerra, ni aun sabes ceñir espada. Si te llamo «docto» y «sabio», dirán todos que no sé lo que digo, pues no tienes a escriptura fidelidad, ni tractas en las disputas verdad. Si te llamo «grave» y «cuerdo», a fe de cristiano que te lo levanto, porque en todo lo que arguyes eres cabeçudo y en todo lo que defiendes muy obstinado. Determínome, pues, de llamarte por tu nombre proprio, que es Baruch Japheo, y sobre escribirte conforme a tu condición natural, llamándote «judío porfiado».

Pues soy cierto que de ser judío tú te prescias, mira que de llamarte porfiado no te corras, que para el Dios de Israel nunca vi judío tan amigo de su opinión y tan estraño de la razón.

Bien te acordarás que en esa Sinagoga de Nápoles disputamos y nos barajamos hartas veces tú y yo sobre querer tú defender la letra seca del Testamento viejo, y yo querer tornar por los misterios del Testamento nuevo, y si no fuera por los padrinos, llegáramos muchas veces a las manos. No estoy desacordado que en una gran disputa que tuvimos el sábado todos los rabís contra mí y yo contra ellos, sobre si eran cumplidas o no cumplidas las setenta hebdómadas del Daniel, me dixiste que yo hablaba falsedad y impugnaba la verdad; mas al fin doy gracias a Dios, que si yo salí de tu palabra corrido, te escapaste de la disputa vencido.

Acuérdome también que disputando otra vez el gran rabí Cucurri y yo sobre el sacerdocio de Melchisedech y de Aarán, y de Cristo, alegaste tú aquella actoridad que dice: «non abominaberis egyptum et idumeum», diciendo y jurando que era tan oscura y tan misteriosa, que ningún cristiano la sabría entender, y menos exponer. A la hora que dixiste aquella blasfemia, yo confieso mi culpa y mi grave culpa, que se me subió tan de súbito la cólera, que quisiera darte una cuchillada o una bofetada, porque si somos obligados a defender nuestro rey, también somos obligados a tornar por nuestra ley. Ya que el señor obispo de Turpía amansé mi ira y afeó tu palabra, bien te acordarás que sobre si sabría o no sabría yo exponer aquella palabra de la Escriptura, apostamos entre ti y mí una hojaldre judieça y una pinta de vino de Soma, por manera que en la apuesta el uno se mostró borracho y el otro goloso. De haberme contigo enojado, pésame; mas de haber contigo apostado, pláceme, porque espero en mi buen Cristo más que tú en tu acabado Moisén, que a mí alumbrará y a ti confundirá. Como nuestra disputa fué sábado en la tarde y luego, el lunes siguiente, se partió César desde ahí, de Nápoles, para venirse aquí, a Roma, no he podido hasta agora responder a tu dubda ni cumplir con mi apuesta. Ante todas cosas, para declarar bien esta tu dubda, me será necesario recontar aquí por orden todo el origen de vuestra Sinagoga; es a saber, a do nasció, cómo se crió, por do peregrinó y aun a donde murió y se enterró; porque si fe tenemos, del sepulcro de la Sinagoga nasció la madre sancta Iglesia.

Prosigue el auctor y cuenta muy por extenso el origen de la sinagoga.

Es, pues, de saber que desde la creación del mundo, más pasaron de tres mil años en los cuales nunca Dios tuvo pueblo señalado a do todos le creyesen, ni templo consagrado a do todos le adorasen, sino que en diversas partes tenía diversas personas en las cuales ponía el su temor y conservaba el su amor. En aquellos antiguos siglos, a la parte de aquilón, sobre el polo antártico, bien a la parte del norte, más allá del río Eufrates y más acá de los montes Adoninos, nascieron y murieron los padres y abuelos del patriarca Abraham, varones que fueron más ricos que católicos, porque se daban más a la idolatría que no a la fe católica. De esta parte del río Eufrates poblaron y moraron el padre y la madre de Abraham, el cual, siendo ya casado, y aun de Dios alumbrado, se salió de allí de entre los caldeos, por no adorar, con ellos, los ídolos. Vínose de aquella hecha Abraham a tierra de Canaan, a do él y sus hijos y nietos moraron muchos años, rescibiendo de los señores de la tierra grandes injurias y de los vecinos comarcanos muchas afrentas. Muerto el patriarca Abraham y su hijo Isaac, sucedió en su lugar el patriarca Jacob, el cual, en edad de ciento y treinta años, se fué con sus doce hijos a tierra de Egipto, a do era rey Faraón y su visorrey el buen Josef. Residieron y moraron en Egipto los descendientes de Abraham y Isaac y Jacob por espacio de cuatrocientos y quince años, en los cuales ellos fueron tractados y gobernados por los reyes de Egipto, no como buenos vecinos, sino como malos esclavos. Viendo, pues, Dios la paciencia de los hebreos y la crueldad de los egipcios, envió allá a Moisén y a Aarón, su hermano, los cuales les quitaron la servidumbre que tenían y los pusieron en la libertad que deseaban. Sacó, pues, Dios por manos de Moisén y Aarón seiscientos mil hebreos del poder de los egipcios, el rey Faraón lo resistiendo y todo el reino los persiguiendo; mas al fin de sus contiendas los egipcios se ahogaron y los israelitas escaparon. Ya que los hijos de Israel estaban en salvo y caminaban por el desierto, salióles de través a tomar el paso y a estorbarles el camino el rey de los amalechitas, Amalech, el cual no sólo fué desbaratado, mas aun se tornó huyendo. Yendo más adelante por su camino, salieron también a pelear con ellos los cananeos, hombres que eran muy ferocísimos y que moraban en unos montes muy ásperos; mas al fin también fueron éstos vencidos, como los primeros. Los terceros que pelearon con los hebreos fueron los idumeos, al rey de los cuales llaman Seona, y con éste y con los de su reino pelearon muchas veces y aun rescibieron más reveses. Ya que los israelitas iban al cabo del desierto de Arán, acordaron los idumeos y moabitas de enviar a los reales de los hebreos muchas mugeres hermosas y desonestas, que los convidasen a pecar y incitasen a adulterar, y así fué que a todos los que no pudieron matar con armas, vencieron con vicios. Ya que los tristes hebreos habían vencido a todas las naciones y gentes sobredichas a fuerça de armas, salieron de refresco a pelear con ellos otros bárbaros que llamaban los fereçeos, jebuseos, ethcos y amorreos, los cuales todos, no sólo fueron vencidos, más de sus tierras alançados y tomados por captivos.

He aquí, pues, honrado judío, cómo te he declarado a do tu madre la Sinagoga nasció, de dónde descendió, por do peregrinó, adónde murió, con quiénes pelcó y las victorias que alcançó. Será, pues, agora la dubda mía y pregunta tuya por qué habiendo ella sido captiva y perseguida de los caldeos, egipcios, malechitas, idumeos y amonitas, moabitas, fereceos, gebuseos, etheos, y amorreos, a solos los idumeos, egipcios, Dios perdona y a todos los otros condenna y manda echar de su república. Pues para entendimiento desto has de saber, judío honrado, que nunca cosa hace y promete nuestro Dios en este mundo, las cuales, aunque a los hombres son ocultas en el abismo de su sabiduría, son a Él manifiestas, porque nosotros, los mortales, solamente vemos lo que Dios hace, mas no alcançamos por qué lo hace. Si yo alcançase lo que Dios alcança y supiese lo que Dios sabe, y pudiese lo que Dios puede, y hiciese lo que Dios hace, o Dios sería yo, o yo sería Dios. Pues es imposible que sea yo Dios, como es imposible que Dios sea yo, no nos metamos a escudriñar sus juicios, porque las obras que Dios hace, más seguro nos es loarlas que no disputarlas. Perdonar nuestro Dios a éste y condennar a aquél, sublimar a unos y abatir a otros, prosperar a los malos y abatir a los buenos, afligir a los pobres y consolar a los ricos, obras son éstas que las vemos, mas no las entendemos, y por eso nos es sano consejo remitir el secreto dellas al que las hace, pues sabe muy bien lo que hace. Hémonos de consolar, y aun firmemente creer, que es tan bueno en lo que hace y tan justo en lo que manda, que todas las cosas mide con su clemencia y las pesa con su justicia, porque si es Dios absoluto, no es juez exrupto.

No quiero tampoco pienses tú, judío, que yo me quiero evadir y escusar, con decir que son juicios de Dios el perdonar a los egipcios y idumeos y condennar a todos los otros que fueron nuestros enemigos, porque tú y yo no disputamos de cómo se entiende este paso en el sensu espiritual, sino literal. Cuanto a lo que toca a los egipcios, no podemos negar que no oprimieron y afligieron a los hebreos cuando en Egipto estaban ellos captivos, mas junto con esto socorriéronlos en tiempo de la hambre, rescibiéronlos en su reino, partieron con ellos sus tierras y aun en casa del rey Faraón asentaron algunas de sus personas. Mandó, pues, Dios a los hebreos que no aborresciesen a los egipcios, porque los beneficios que habían rescebido dellos en Egipto no quiso que los olvidasen, ni menos que los desagradesciesen. Deste tan notable exemplo se puede colligir cómo nos hemos de haber con los que una vez nos sirvieron y después nos ofendieron: es a saber, que quiere Dios y manda tengamos en más los servicios que nos hicieron en un día, que no los enojos que nos dieron en un año. La diferencia que va de servir a Dios a servir al mundo es que en la casa del mundo se olvidan muchos servicios por una ofensa, y en la casa de Dios se perdonan muchas ofensas por un servicio. ¡Oh alto y muy alto misterio, digno, por cierto, de saber y no menos de immitar, ver que manda Dios a los israelitas tuviesen en más un año que los egipcios los socorrieron habiendo hambre, que no cuatrocientos y quince que los mataron de hambre! La razón humana y la ley divina lo quiere que por malo y ingrato que sea uno, ante todas cosas le seamos grato del bien que dél rescebimos, y después desto nos asentemos con Él a cuenta en lo que dél nos quexamos.

Los hijos y nietos del rey David enormes pecados cometieron y muchas ofensas a su Dios hicieron; mas al fin fin todavía tuvo Dios más respecto a lo que el buen rey David le había servido, que no a lo que ellos le ofendieron. «Deus meus es tu, qui bonorum meorum non eges», decía el profeta David; en lo cual se nos da a entender que no quiere Dios más de nosotros, sino que a Él seamos gratos y con nuestros hermanos piadosos.

Mandó también Dios a los hebreos que no aborresciesen a los idumeos, no obstante que habían sido mortales enemigos, y la causa deste mandamiento fué porque los idumeos descendían del linage de Esaú, hermano que fué de Jacob, de manera que en las opiniones eran contrarios y en el parentesco muy propincuos. Deste tan notable exemplo podemos, tú como judío y yo como cristiano, colligir que no hemos de tomar las ofensas y injurias que nos hacen nuestros deudos como las que nos hacen los que son estraños, porque el mal que me hace el estraño es de pensar que lo hace de malicioso; mas el mal que me hace mi pariente no es de creer sino que lo hace de descuidado. Con el que es hueso de mis huesos y carne de mis carnes no es justo, ni aun tolerable, que por una palabra que diga o alguna negligencia que haga, luego nos atufemos y dél nos apartemos, porque pariente con pariente, y aun hermano con hermano, no es menos sino que algunas veces se enogen; mas no se sufre que para siempre se eneisten. El pariente y el amigo que en el mal que hace no nos creyere y en nuestros trabajos no nos socorriere, justa cosa es que le avisemos y aun corrijamos; mas no cae, so ley de bondad que le desamparemos ni desechemos, porque de la rencilla que pasa entre pariente y pariente no puede ir el uno lastimado, sin quedar el otro afrentado. Los hebreos y los idumeos, en la ley eran contrarios y en las opiniones muy enemigos, y sólo por ser entre sí deudos les manda Dios que sean amigos, para darnos a entender cuánto habemos de amar a los parientes buenos, pues manda Dios que no aborrescan aun a los que son malos. A muchos muchas veces he visto en este mundo, los cuales por una muy ligera negligencia echan luego al pariente de su casa; lo cual ellos hacen, no porque tenían razón, sino por tener alguna ocasión de no darles de lo que tienen o no pagarles lo que les deben.

Sea, pues, la conclusión de esta mi letra, que te digo y te torno a decir, judío honrado, que el vedar Dios a los hebreos que no aborresciesen a los egipcios fué por los beneficios que dellos en Egipto habían rescebido y el mandar que tampoco aborresciesen a los idumeos fué que quiere Dios que con los deudos seamos gratos, y con los enemigos no seamos ingratos.

He aquí, pues, judío, absuelta tu dubda, confusa tu porfía, acabada nuestra disputa y aun salido con mi empresa, de manera que yo quedo libre de enviarte la hojaldre y tú estás obligado a enviarme el vino de Soma. Hágote también saber que el oficio que tenía en Nápoles, tengo agora aquí, en Roma es a saber, irme a disputar cada sábado con los rabís en la Sinagoga, y hablar y altercar en cosas de la Escriptura, y para decirte la verdad, tan poco fructo hago yo en ellos para tornarlos cristianos, como ellos hacen en mí para tornarme judío.

No más sino que Dios sea en tu guarda y a Él plega de te traer a la sancta fe católica.

De Roma, a XXV de março, MDXXXVII.




ArribaAbajo- 24 -

Letra para don Francisco Manrique, en la cual el auctor toca por delicado estilo de cuán peligrosa cosa es osar el hombre casado ser amigado.


Muy magnífico caballero y muy travieso mancebo:

No sé si lo hacía ser el papel grueso, o la tinta tener poca goma, o estar la pluma mal cortada, o estar yo con alguna desgracia, que a fe de cristiano le juro comencé esta letra a escrebir tres veces y tantas la hube de borrar y aun rasgar. Acontésceme muchas veces que tengo la memoria tan facunda y la elocuencia tan prompta, que con gran facilidad hallo lo que busco y digo lo que quiero, y, por el contrario, estoy otras veces conmigo tan amohinado y tengo el juicio tan remontado, que ni me agrada cosa que diga, ni es digna de leer cosa que escriba. Visto esto, echando, pues, seso a montón, he hallado por mi cuenta que el turbarse mi pluma y el estar yo con tanta desgracia, ha sido la mala vida que pasa vuestra muger y mi sobrina doña Teresa, la cual me dice que tiene tanta necesidad de consolación como vuestra merced la tiene de corrección. Yo he querido muy por extenso informarme en cuál de vosotros está el yerro y sea el más culpado, y, si no me engaño, o me engañan, hallo en vos, señor, la ocasión, y en ella la razón, porque de otra manera, si en ella estuviese toda la culpa, yo sólo sería el verdugo de su pena.

Los delictos y excesos que hacen las mugeres generosas y castizas como ella, muy poco castigo les sería el reprehenderlas, ni aun el avisarlas, sino que las habían de tapiar vivas, o enterrarlas muertas, porque al hombre no le pedimos más de que sea bueno, mas a la muger honrada no le abasta que lo sea, sino que lo parezca. Y pues vuestra muger y mi sobrina, en caso de bondad y gravedad, es buena y paresce buena, habéisme, señor don Francisco, de perdonar si en esta mi letra defendiere su innocencia y no agraviare vuestra culpa, porque de los amigos y deudos ha se de tomar el consejo y esperar el remedio.

Veniendo, pues, al caso, ha de saber que un antiguo tirano llamado Corinto, antes que fuese casado, dixo un día al filósofo Demóstenes: «Pues eres filósofo y te alabas de ser mi amigo, dime, así los dioses sean en tu guarda, ¿qué condiciones ha de tener la muger con quien yo me hubiese de casar?» A esta pregunta le respondió el filósofo Demóstenes: «La muger con quien tú te has de casar, ¡o Corinto!, ha de ser rica, por que tengas con que vivir; ha de ser generosa y por que tengas con que te honrrar; ha de ser moça, por que te pueda servir; ha de ser hermosa, por que no tengas que desear, y ha de ser virtuosa, por que no tengas que guardar». Y dixo más Demóstenes: «Al hombre que fuera destas condiciones eligiere muger, más sano consejo le sería celebrarle las obsequias, que no llevarle a las bodas, porque con verdad ninguno se puede llamar tan desdichado como el que erró en su casamiento». No obstante esto que dixo el filósofo Demóstenes, dice por otra parte el buen Boecio Severino, en el libro de Consolación. «Nil in mortalibus ex omni parte beatum». Como si, más claro, dixese: «No hay en esta vida mortal cosa tan perfecta ni persona tan acabada en la cual no haya que emmendar y se halla que mejorar». Muy gran verdad dice en lo que dice Boecio; porque si hablamos en las cosas naturales, vemos por experiencia que nos aplace el fuego cuando nos escalienta y nos enoja cuando nos quema. También vemos que el aire, por una parte, nos recrea y, por otra, nos destempla. También loamos la tierra, a causa que nos cría y que nos sustenta, y, por otra parte, también nos enojamos con ella, por ser infructuosa para sembrar y enojosa de andar. También nos aplacen las aguas de las fuentes y las de los ríos, por la sed que matan y por los pescados que crían, y por otra, nos enojan y importunan por los hombres que ahogan y por las avenidas que traen. También nos aplacen los animales, a causa que andamos en ellos y nos aran los campos; mas, por otra parte, también son enojosos de gobernar y costosos de sustentar.

El comer mucho ahita, y el comer poco enflaquesce. El poco exercicio es enfermo, y el mucho caminar es trabajoso. La soledad entristesce, y la mucha conversación importuna. La riqueza es cuidadosa, y la pobreza enojosa. El de alto ingenio tiene una punta de locura, y el de baxo juicio es del todo nescio. El descasarse quita autoridad, y el que se casa no le falta harto cuidado ni aun necesidad. El que no tiene hijos no caresce de cuidados, y al que Dios nuestro Señor es contento de se los dar, no le faltan con ellos siempre trabajos. Trabajar siempre, cansa, y el holgar mucho, empalaga.

Dexadas, pues, las costumbres a una parte, si queremos hablar de los varones ilustres y muy nombrados que hubo en el mundo, bien hallaremos en ellos por una parte que loar y por otra que desechar. Loan los griegos a su Hércules de muchas fuerças, y nótanle de grandes tiranías. Loan los thebanos al su Alcamenes de sobrio, y nótanle de deslenguado. Loan los lacedemonios a su Ligurjio de gobernador celoso, y nótanle de juez apasionado. Loan los egipcios a su Isis de muy paciente, y nótanle de impúdico. Loan los athenienses al divino Platón de muy docto, y nótanle de grande avaro. Loan los troyanos a su Eneas de muy piadoso, y nótanle de pérfido. Loan los romanos al su gran Julio César de piadoso, y nótanle de muy superbo. Loan los carthagineses al su capitán Hanníbal de belicoso, y nótanle de muy versuto. Loan los godos al su rey Randagaísmo de magnánimo, y nótanle de no verdadero. Loan los longobardos a su gran duque Valdoyno de dadivoso, y nótanle de vinolento. Loan los agrigentinos a su señor Phalaris de elocuente, y nótanle de impaciente. Loan los godos a Eschines de buen repúblico, y nótanle de muy bullicioso.

He aquí, pues, cómo en varones tan nobles hubo tan notables defectos; de lo cual se puede bien colligir que no hay harina sin salvado, ni nuez sin cáscara, ni árbol sin corteza, ni grano sin paja, ni aun hombre sin tacha. Si estas faltas se hallan en los hombres, de creer es que se hallarán algunas en las mugeres, las cuales de su condición son flacas para resistir y muy fáciles de engañar. Desde que nascí oigo quexarse a los hombres de las mugeres y a las mugeres de los hombres, y ansí Dios a mí me salve ellos tienen razón en lo que dicen y ellas también en lo de que se quexan; porque el hombre y la muger, cuan diferentes fueron en la creación, tan contrarios son en la condición. Fuera de Cristo nuestro Dios y de su bendicta Madre, escusado es pensar que nadie en esta vida puede escaparse de tropeçar y aun de caer; de manera que si yo fuese creído, nadie se había de escandalizar cuando les yerran, sino espantarse de cómo aciertan.

He querido, señor don Francisco, tomar de lexos esta correndilla para traeros a la memoria el casamiento que hecistes con la señora doña Teresa, mi sobrina, la cual con vos y vos con ella os casastes más por voluntad que por necesidad, porque ella era dama y tenía con que se remediar, y vos érades mayorazgo y teníades con qué os casar. Pues sabéis que vos la mirastes, vos la servistes, vos la escogistes, vos la seguistes, vos la requestastes, y aun vos la importunastes a que a otros dexase y con vos se casase, no es, por cierto, justo, sino muy injusto, que pues ella por os hacer placer se hiço vuestra, que vos a su despesar sirváis a otra. Mancebo de vuestra nación y condición dubdo yo que haya casado con las calidades que vos casastes, es a saber, con muger generosa, rica, moça, hermosa y virtuosa, de manera que en la corte os tienen muchos envidia y ninguno mancilla. ¡O cuántas y cuántas vemos cada día, las cuales, si son ricas, no son hermosas, y si son hermosas, no son generosas, y si son generosas, no son virtuosas, y si son virtuosas no son moças, y si son moças, no son bien afamadas, a cuya causa tienen sus maridos asaz que llorar y sus parientes bien que remenar. Casamientos hay tan buenos y tan santos, que paresce bien haberlos juntado Dios, y también hay otros tan perversos, que no dirán sino que los pareó el demonio, de manera que osaríamos afirmar que es gran felicidad en el hombre acertarse bien a casar y saberse enteramente confesar. Al marido que le cupo en suerte muger generosa, rica, moça, hermosa y virtuosa, si al tal le vieren buscar otra y andar tras otra, será porque le faltará cordura o le sobrará locura.

Declarándome más, digo que se me ha quexado mucho doña Teresa, mi sobrina, diciendo que andáis, señor, de noche, dormís fuera de casa, visitáis enamoradas, tractáis con alcahuetas, ruáis calles, ogeáis ventanas, dais músicas y, lo que es peor de todo, que gastáis mal la hacienda y traéis en peligro vuestra persona. Después de haber andado por Francia, Portugal, Aragón, Italia, Flandes y Alemania, tiempo era, señor don Francisco, que os madurásedes y aun asosegásedes, pues tenéis casa que gobernar y parientes con quien cumplir. Las travesuras que hacen los moros, todas se les atribuyen a mocedades; mas ya que el hombre es casado y junto con esto es vano y liviano, todos son a le condennar y ninguno a te escusar. Osaré decir con verdad, y aun con libertad, que el hombre que con su muger y casa no tiene cuenta, no se debe dél hacer cuenta, porque el tal malaventurado, o no tiene ser, o del todo se ha de perder. Andar en los pasos que andáis y ir a las romerías, o ramerías, que is, no puede redundar sino en daño de vuestra honrra, en condennación de vuestra ánima, en escándalo de vuestra casa y aun en perdición de vuestra hacienda, porque a la hora que una muger con vos no se puede casar, es cosa muy cierta que os ha de robar, y aun pelar.

Si no habéis piedad de vuestra ánima, habedla de vuestra hacienda, pues desde el día que tornastes muger, y os nascieron hijos, habéis de teneros por dicho que en caso de vuestra hacienda, no sois ya della señor, sino tutor, porque también es culpado el que la pierde como el que la roba. Si no habéis piedad de vuestra hacienda, habedla de vuestra honra, que pues queréis que en la preheminencia de palacio y en los oficios de la república seáis mirado y reputado, no como moço soltero, sino como caballero casado, justa cosa es que seáis, no el que sois, sino el que presumís ser. Si no habéis piedad de vuestra honra, habedla de vuestra ánima; porque es tan delicada la ley de Cristo y es tan estrecho el mandamiento de Dios, que a las mugeres agenas no sólo prohibe el requestarlas, mas aun el desearlas. Si no habéis piedad de vuestra ánima, habedla de vuestra casa propria, porque el día que os determináredes de servir y seguir alguna muger, casada o soltera, aquel día ponéis fuego a vuestra honra y casa. Si no habéis piedad de vuestra casa, habedla siquiera de vuestra salud y persona; porque, si yo no me engaño, todo hombre que se prescia de beber de todas aguas y de andar rondando puertas agenas, no es menos sino que algún día le quite la vida el que por él perdió la honrra. Sufriros ha vuestra muger que la matéis de hambre, la trayáis rota, tengáis retraída, le digáis injurias y aun pongáis en ella las manos, con tal que a ella sola améis y aun con otra no andéis; porque para una muger casada no hay mayor desesperación que venir el marido a quebrar en ella los enojos y guardar para otra sus pasatiempos. No sé cuál tiene mayor coraçón: el marido en hacerlo, o la muger en çufrirlo; es a saber, que se ría él fuera y riña en casa, hurte a ella para dar a la amiga, regale a otra y maltracte a ella, falte para los hijos y sobre para los vecinos. En la ley de bondad, y aun de cristiandad, la fidelidad que debe la muger al marido, aquélla debe el marido a la muger, y de aquí es que si como ellos pueden acusar a ellas, ellas pudiesen castigar a ellos, yo juro a mi pecador que ni las mugeres casadas viviesen tan quexosas, ni los maridos fuesen tan traviesos. Desde la hora que entre marido y muger se contrae el santo matrimonio, tienen ambos a dos tan poca jurisdicción sobre sí, que sería especie de hurto él a otra o ella a otro dar el cuerpo.

Catad, señor don Francisco, que vuestra muger es moça, es hermosa, es aseada y aun deseada, y que le dais muy grande ocasión a que, si fuese otra de la que es, pues tantos ponen en ella los ojos, emplease ella en alguno su coraçón. Ella es de los Guevaras, de los Baçanes y de los Robles, en cuyos tres linages no se halla muger que haya sido aviesa, ni hombre que dexase de ser travieso; de manera que todos seremos contentos con que le seáis vos tan amigable marido, como ella os es fiel muger. Si no quisiéredes ser bueno por lo que toca a vuestra ánima y a vuestra honrra y a vuestra hacienda, sedlo siquiera por tener paz con vuestra muger y familia; porque yo os doy mi fe que todos los placeres que tomárades con vuestra amiga los paguéis con las septenas de que tornéis a casa. Por más que una muger sea sabia, cuerda, discreta, callada y aun santa, poder, podrá ella morir, mas sus celos no los ha de dexar de pedir y aun de reñir; de manera que si ella padesce por lo que dice, él también anda asombrado por lo que hace. En este caso, no os fiéis de la alcahueta, que no lo dirá, ni os fiéis del paje de amores, que no lo descubrirá, porque en cosas de celos son las mugeres tan agudas y aun tan dadivosas, que por saber a do su marido entra y quién es la con quien habla, corromperán a los vivos con dinero y llamarán a los muertos con conjuros. Y porque en materia tan odiosa no es razón que la pluma ande ya desmandada, concluyo esta letra con deciros y rogaros que si os quisiéredes avisar y de aquí adelante emmendar, yo seré el dichoso y vos, señor, el mejor librado, y donde no, oblígome a teneros por deudo, mas no por amigo.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y a mí dé gracia que le sirva.

De Ávila, a VIII de enero MDXXVII.




ArribaAbajo- 25 -

Letra para el comendador Rodrigo Enrríquez, en la cual se expone la auctoridad del sancto Job, que dice, «factus sum mihi metipsi gravis»


Magnífico señor y vecino honrado:

Ni vuestra merced sería notado de importuno, ni yo sería acusado de mal criado, si guardásedes el consejo que os di una vez en Toledo: es a saber, que con muy gran atención oyésedes los sermones y confesásedes los pecados porque, del sermón no se os pasase alguna palabra y de la confesión no se os olvidase alguna circunstancia. Quince días antes que prediqué a César en palacio traigo los ojos desvelados, la memoria ocupada, el juicio fatigado, y a mí de mí mismo enagenado, y después de todo esto, el tiempo que comienço a predicar echáis os vos, señor, a dormir, y lo que es mejor de todo, que como jugáis de cabeça con el sueño, pienso que aprobáis todo lo que digo, y no es sino que, señor, estáis cabeceando. Si os desabejásedes acostar a las dos de la noche y quisiésedes olvidar de levantaros a las once del día, y de no dar tantas vueltas por la calle empedrada, no andaríades tan acosado, ni estaríades tan desvelado; mas, ¡ay, dolor!, que vos, y todos los otros como vos, guardáis el parlar para la iglesia y el dormir para el sermón.

Pedísme por vuestra carta que os diga lo que dixe estotro día en el sermón que prediqué en palacio a César sobre aquella palabra de Job que dice «factus sum mihi metipsi gravis», acerca de la cual soy cierto que daréis mejores señas de lo que vos señastes, que no de lo que yo predicaba. Yo quiero hacer lo que agora me encomendáis, con tal condición que de aquí adelante vos os emmendéis, y la emmienda ha de ser que no seáis tan absoluto en el vivir, ni tan pesado en el dormir, porque lo uno acarrea torpedad y lo otro liviandad.

Dice, pues, el sancto Job: «Factus sum mihi metipsi gravis», como si, más claro, dixese: «De nadie tanto como de mí yo estoy quexoso y agraviado, porque yo mismo a mí mismo soy enojoso y pesado». Cosa nunca oída y quexa nunca vista es ésta, porque por más que sea un hombre culpado y aun de la culpa convencido, siempre trabaja de a sí esculpar y a otros acusar. No hay cosa más común en el mundo que es el tropeçar, el caer, el se derrostrar y el muy poco se emmendar, y con todas estas faltas y ofensas, no queremos perdonar la injuria que rescebimos, y muy menos confesar culpa que tenemos. Quéxanse los hombres de la tierra, que no da fructo; del mar, que es peligroso; del aire, que es corrupto; de la fortuna, que es inconstante; del amigo, que es doblado, y del tiempo, que es muy presuroso. Mas a nadie veo quexarse de sí mismo, de manera que, como bisoño tahur, no echa la culpa a saber él poco del juego, sino a decirle mal el dado.

Y porque esta palabra es muy delicada y misteriosa, se quexa el sancto Job que nadie sino él mismo se hace la guerra, serános necesario contar aquí por orden cuántas maneras hay en el mundo de guerras, con las cuales los hombres guerrean a otros y son de otros guerreados.

Hay, pues, un género de guerra que se llama real; otra se llama guerra cevil; otra se llama más que cevil; otra se llama personal, y aun otra se llama cordial. De las cuales todas y de cada una dellas diremos lo que leímos, y aun lo que sentimos.

Llámase la primera guerra «guerra real», y ésta es la que se hace de rey a rey, o de reino a reino, ansí como las guerras que hubo entre el rey Darío y el Magno Alexandro, y las que hubo entre la ciudad de Roma y la de Cartago, las cuales, aunque no tenían reyes, eran por sí cabeças de reinos. El primero que inventó este género de guerra dicen que fué el rey Bello, hijo que fué del rey Nino, y deste rey Bello vino este nombre bellum, que quiere decir guerra o batalla, la cual se començó en Asiria, que agora se llama Suria. Otros dicen que el primero príncipe que tornó armas en el mundo fué el tirano Membroth, hijo que fué de Bello y nieto de Nino, y a éste llama la Escriptura sacra opresor hominum, que quiere decir hombre que tornaba por fuerça lo que no le daban de grado. Otros dicen que fué el primero que sacó gente en campo Codorloamor, rey de Sodoma y de las tierras salinarias, contra el cual salió al camino el buen patriarca Abraham, por causa de a su sobrino Loth favorescer y aun defender. Todo esto contradicen y de todo esto apelan los egipcios, los cuales se tienen por dicho que el su gran rey Promotheo fué el primero que inventó la manera de guerra en el mundo, y esta guerra fué contra el rey de los siciomios Orestes sobre cual dellos se casaría con la hija del rey de Salamina, que era de todo el reino única heredera. Ora sea Bello, ora sea Membroth, ora sea Codorloamor, ora sea Promotheo, el primero que levantó guerras en el mundo, en malos fuegos arda y nunca de allá salga, pues pervertió la orden del vivir y abezó a los hombres a se matar.

Después que se levantaron los tiranos y se inventaron las guerras en el mundo, se començaron los hombres a juntarse unos con otros y a edificar torres y hacer repúblicas, para se saber gobernar y se poder defender. Antes que hubiese guerras en el mundo, moraban los hombres en los campos, comían solamente fructas, vivían con sus manos, dormían en las cuevas, vestíanse de pellejos, andaban todos descalços, nadie tenía nada proprio, sino que a todos era todo común, y aquel fué el siglo que llamaron dorado, como a este nuestro llaman de hierro.

Hay otra guerra, que se llama guerra cevil, la cual no es entre reinos y reinos, sino entre vecinos y vecinos, y ésta es cuando una ciudad se parte en dos bandos y salen a pelear los unos contra otros. Esta guerra cevil anduvo dentro de Cartago mucho tiempo, entre los Hannones y Asdrúbales, y anduvo en Roma entre los silanos y marianos, y después anduvo entre cesarinos y pompeyanos, los cuales todos primeros perdieron las vidas que se acabasen sus contiendas.

Hay otra que se llama no cevil, sino más que cevil, y ésta no es entre reino y reino, ni entre pueblo y pueblo, sino entre primo y primo, entre padre y hijo, y entre tío y sobrino. Tal fué la guerra que pasó entre César y Pompeo en la gran Farsalia, en la cual, después de rota y vencida la batalla, andaban por el campo amojonando y señalando las estaciones, y diciéndose unos a otros estas palabras: «Aquí se mataron los dos hermanos, aquí se combatieron los dos primos, aquí pelearon los dos cuñados y aquí cayeron los tíos y sobrinos». Guerra que más cevil fué la que anduvo entre Herodes Ascalonita y sus hijos Arquelao y Chilipo, en la cual guerra los hijos intentaron de matar al padre, y el padre al fin mató a ellos. Guerra más que cevil fué la que anduvo entro el buen rey David y su desdichado hijo Absalón, el cual, a fuerça de armas, intentó de quitar a su padre el reino, y al fin, no sólo no salió con la empresa, mas aun murió ahorcado de una encina. Guerra más que cevil fué la de los Ayaces griegos, la de los Thelemones argibos, la de los Brías licaonios, la de los Anteos troyanos, la de los Amilcares carthaginenses y la de los Fabricios romanos. Esta guerra más que cevil es la más cevil y más peligrosa guerra de todas, porque las pasiones y enemistades que entran entre parientes y propincuos, tanto son entre sí más crueles enemigos cuanto en sangre son ellos más deudos.

Hay otra guerra que se llama particular, o singular, y ésta es cuando dos muy valientes hombres hacen campo, sobre averiguar algún grave negocio. Desta manera de guerra pelearon entre sí el Magno Alexandro y el muy esforçado rey Poro sobre el señorío de la gran India, a do el triste rey Poro quedó vencido y el buen Alexandro por vencedor. Desta manera de guerra pelearon Eneas, el troyano, y el rey Turno, latino, sobre el casamiento de la princesa Lavinia, la cual era única heredera de todo el reino de Albania, a do Turno murió y Eneas venció. Desta manera de guerra pelearon el rey David y el superbo gigante Golias en medio del exército de los hebreos y del de los filisteos, a do el uno fué armado y el otro desarmado, y al fin el buen mancebo David mató a Golias con una honda y le degolló con una espada. Desta manera de guerra pelearon el emperador Constantino y el emperador Maxencio, sobre la puente del río Danubio, a do el uno hubo la victoria y el otro perdió la vida. Desta manera de guerra pelearon entre sí el gran Viriato hispano y el capitán romano Macrino, y este desafío fué entre las barcas de Alconeta y el Casar de Cáceres, que es el camino de la plata, por do van de Valladolid a Sevilla, a do Macrino fué vencido y el buen Viriato quedó vencedor.

Aplica el auctor lo dicho a lo que quiere decir, es a saber, de la guerra que hace el hombre a sí mismo.

Hay otro género de guerra, la cual ni es entre reino y reino, ni entre rey y rey, ni entre vecinos y vecinos, ni entre parientes y parientes, ni entre persona y persona, sino que yo mismo guerreo contra mí mismo, sin que otro me haga guerra, ni ofenda a mi persona. No inmérito hemos querido contar aquí todas las maneras que hay de guerras, para que, cotejada ésta con todas y todas con ésta, se hallara por verdad que es la más peligrosa para emprender y la más dificultosa para vencer de todas ellas, porque en ella el que vence queda vencido, y el vencido queda por vencedor. Llámase esta guerra guerra cordial o entrañal, porque en el coraçón se engendra, en el coraçón se tracta, y aun en el coraçón se acaba, a do las saetas son las lágrimas y los tiros son sospiros, y el darse buena maña en llorar es el saber bien pelear.

En esta guerra pelean entre sí y contra sí el amor y el temor, el regalo y la aspereza, el ayuno y la abstinencia, el callar y el parlar, el robo y la limosna, la razón y la sensualidad, la pereza y la solicitud, el bullicio y el reposo, la ira y la paciencia, la avaricia y la largueza, y aun el perdón y la vengança. En esta infelice guerra no peleamos acompañados, sino solos; no en público, sino en secreto; no en la plaça, sino en la casa; no con hierro, sino con el pensamiento; no con otros, sino con nosotros mismos; no que se vea, sino que se sienta, y, lo que es más grave de todo, hémonos de dexar vencer para que nos alabemos de quedar vencedores. En esta guerra se hallaron y en esta guerra pelearon, y aun en esta guerra acabaron todos los buenos y virtuosos que ha habido en el mundo hasta hoy, los cuales tanto a Dios fueron más aceptos cuanto a sí mismos eran contrarios, porque en vencer o no vencer la sensualidad a la raçón consiste nuestra perdición o nuestra salvación.

Cosa es de espantar que al sancto Job se le cayó la casa, perdió la hacienda, se hinchió de sarna, le molestaban los amigos, le increpaba la muger, le mataron a todos los hijos y le comían en el muladar los gusanos, y entre todos estos trabajos, de ninguno tiene tanta quexa como es de su propria persona, llorando y diciendo: «Factus sum mihi metipsi gravis». Desta guerra y de su propria persona se quexaba el Apóstol cuando decía: «Infelix homo! Quis me liberabit de corpore mortis huius?»; como si, más claro, dixera: «¡O triste y desdichado de mí, y cuándo veré a mí libre de mí, para que pueda lo que quiero, y no como agora, que quiero lo que no puedo?» Desta guerra tan guerreada decía el buen Augustino en sus Confesiones. «¡O cuántas veces me vi ligado y aherroxado, no con hierros y cadenas, sino con mis sensualidades proprias, llorando a voz en grito y quexándome, no de otro, sino de mi mismo, porque di al demonio el mi querer y del mi querer hacia el mi no querer!» Desta guerra decía Anselmo en sus Meditaciones: «¡Ay de mí, ay de mí, ¿qué haré?, ¿a do iré?, pues yo mismo soy contrario a mí mismo, y que viviendo en mí, ando enagenado de mí, y lo que es peor de todo, que me sé mucho quexar y nunca me sé remediar, «quia factus sum mihi metipsi gravis». Desta guerra decía Isidoro, en el libro de Summo bono: «Anda tan ofuscado mi juicio, tan ocupada mi memoria, tan remontado mi entendimiento y tan alterado mi pensamiento, que ni sé lo que quiero, aunque me lo den, ni de qué estoy quexoso, aunque me lo pregunten, de manera que muchas veces deseo saber de mí y aun pregunto a mí por mí». Desta guerra decía el glorioso Bernardo: «¡O buen Jesú, y cómo «factus sum mihi metipsi gravis», pues la hambre me desmaya, el comer me ahita, el frío me encoge, el calor me congoxa, la soledad me entristesce y la compañía me importuna, y lo que es más grave de todo, que con nada estoy contento y de mí estoy muy descontento». Desta nuestra guerra decía el glorioso San Hierónimo: «No puedo negar 'quod factus sum mihi metipsi gravis', pues el demonio lo solicitando y la carne lo queriendo, querría mi sensualidad procurar honras, adquirir riqueças, tener favores, mandar mucho, tener mucho, poder mucho y tener a todos en poco, de manera que querría ser en el mandar único, y de los trabajos estar esento». Desta infelice guerra decía el glorioso Ambrosio: «Conosciendo de mí 'quod factus sum mihi metipsi gravis', me aparto de los hombres porque no me alteren, huyo del demonio, porque no me engañe; retráigome del mundo, porque no me dañe; renuncio las riqueças, porque no me corrompan, y doy de mano a las honras, porque no me ensoberbezcan, y con todos estos retraimientos y encogimientos, cada día me voy en las virtudes más afloxando, y me meto en el mundo más y más a lo hondo».

He querido traer a la memoria los dichos destos varones tan sanctos, para que miremos por nosotros, los que somos pecadores, que pues ellos se quexan de sí mismos, no es justo nos fiemos de nosotros proprios, porque el hombre cuerdo de nadie ha de estar tan sospechoso como es de sí mismo. El buen marqués de Santillana decía, y decía muy bien, en una su copla: «En la guerra que poseo -siendo mi ser contra sí, pues yo mismo me guerreo, - defiéndame Dios de mí».

«Factus sum mihi metipsi gravis», pues si tengo al rey por enemigo, voime de su reino; si al que es caballero, sálgome de su tierra; si al que es justicia, voime de su juridición; si al que es mi vecino, apártome de su barrio; mas si tengo, como tengo, a mí proprio por enemigo, ¿cómo será posible huir de mí mismo? «Factus sum mihi metipsi gravis», pues en un mesmo coraçón, y de unas puertas adentro, tengo de secrestar y guardar el mi amor y desamor, el mi querer y no querer, el mi contento y descontento, la mi prosperidad y adversidad, y aun la esperança y desesperança, de manera que ando muy confiado de mí, que me traigo siempre vendido.

«Factus sum mihi metipsi gravis», pues de día y de noche ando suspenso, y estoy indeterminado sobre qué es lo que eligiré o desecharé, amaré o aborresceré, seguiré o perseguiré, daré o guardaré, diré o callaré, iré o quedaré, çufriré o vengaré, tomaré o dexaré, y al fin al fin en todas las cosas soy desdichado, sino es en las desdichas que soy muy dichoso. «Factus sum mihi metipsi gravis», pues todas las cosas desta triste de vida en que vivo me hartan, todas me cansan, todas me enojan, todas me aburren, todas me desplacen, todas me empalagan y aun todas me ahitan, de manera que por una parte estoy ya cansado de vivir, y por otra no me querría morir. «Factus sum mihi metipsi gravis», pues la soberbia me acocea, la envidia me muele, la pereza me empereza, la gula me regala, y la continencia me despierta, y lo que es peor de todo, que si ceso algún poco de pecar, no es porque no quiero, sino porque del pecar ando cansado. «Factus sum mihi me tipsi gravis», pues si estoy malo, es por lo que comí; si pobre, por lo que jugué; si triste, por lo que amé; si desterrado, por lo que emprendí; si afrentado, por lo que levanté; si castigado, por lo que cometí; si descontento, por lo que eligí; de manera que nadie se puede quexar de nadie como de sí mismo, pues de todos los trabajos que padescemos, por una parte nos quexamos y por otra los buscamos. «Factus sum mihi metipsi gravis», pues doy lugar a mis ojos que miren ventanas, a mi lengua que diga mentiras, a mis orejas que oyan lisonjas, a mis pies que vayan a romerías y a mi coraçón que ame a cosas vanas, de manera que si todos los miembros que hay en mí dexan de pecar, no es porque les voy yo a la mano, sino por miedo de algún castigo.

Siendo verdad, como es verdad, «quod factus sum mihi metipsi gravis», ¿con quién tendré yo verdadera paz, pues comigo mismo tengo tan continua guerra? ¿A quién no seré enojoso, pues yo mismo a mí mismo soy grave y pesado? ¿De quién con verdad daré yo quexa, pues de mí más que de nadie estoy quexoso? ¿Qué bien ni provecho puede esperar nadie de mí, pues yo mismo soy contra mí? ¿Para qué procuro de alargar más la vida, pues yo mismo a mí mismo me doy tan mala vida? ¡O triste de mí! y ¡ay, triste de mí!, cómo y cómo «factus sum mihi metipsi gravis», pues nadie tiene tan crueles enemigos como los tengo yo en mis proprios deseos, los cuales por una parte me traen asombrado y por la otra muy osado. «Factus sum mihi metipsi gravis», de que me paro bien a pensar lo mucho que tengo y lo poco que doy, el tiempo que pierdo y el daño que hago, las mercedes rescebidas y la ingratitud de todas ellas, la solicitud en el pecar, y el descuido de me emmendar, el mal que hago y el bien que estorbo, digo y afirmo que he vergüença de vivir y muy gran temor de morir.

Y porque después de palabras tan sanctas no es razón de hablar en otras cosas que sean conformes a ésta, concluyo esta mi carta con rogar a nuestro Señor me dé gracia para estas palabras sentir como las sé escrebir.

De Ávila, a XXX de agosto, MDXXVIII.




ArribaAbajo- 26 -

Razonamiento hecho a la serenísima reina de Francia, madama Leonor, en el cual el auctor le cuenta muy por estenso quién fué la reina Cenobia


Serenísima Reina y muy alta Princesa:

Hoy se cumplen catorce días que Vuestra Alteza me mandó le predicase el sermón de la bienaventurada Sancta Catherina, le declarase ciertos escrúpulos de conciencia, le buscase las letras para una medalla, y juntamente con esto le trasladase la historia de la famosa reina Cenobia: las cuales cuatro cosas yo prometí y me obligué de cumplirlas, y rescebí muy gran merced de que me fuesen mandadas.

Como yo prediqué en la alabança de la gloriosa sancta Catherina que habían concurrido en ella la fidelidad de Policena, la hermosura de Elena, la generosidad de Migetona, la gravedad de Estratánica, la castidad de Lucrecia, la sciencia de Cornelia y la constancia de Cenobia, dile ocasión de pedirme esta historia y aun púseme en necesidad de declarársela. El sermón ya le prediqué, los escrúpulos ya los declaré, la medalla ya la hallé; réstame agora decir quién fué la reina Cenobia y contar las proezas que hizo en Asia; lo cual hecho quedará Vuestra Alteza satisfecha de lo que me mandó y yo libre de lo que le prometí.

Es Vuestra Alteza tan tierna de condición y tan humana en conversación, que lo que puede mandar como reina, quiere rogar como hermana; lo cual, aunque para sus criados nos es afrenta es para su serenidad muy gran gloria; porque la mayor riqueza de las princesas es presciarse de caridad y ser loadas de humildad. Mucho más quisiera allá ir que no a Vuestra Alteza escrebir, sino que tengo un carrillo hinchado y estoy de la gota tomado; de manera que si de mal comedido fuere acusado, no debo ser condennado, pues para hablar estoy mudo y para andar estoy coxo.

Tres historiadores griegos y dos latinos fueron los que de la reina Cenobia escribieron y que sus grandes hazañas engrandescieron; de los cuales yo saqué una pequeña summa, para en que leyese Vuestra Alteza, lo mejor que yo supe y lo menos mal que pude. Si como fué reina gentil fuera princesa cristiana, tan digna fuera Cenobia de immitar como de loar, porque fueron sus virtudes tan notables y sus hechos tan heroicos, que dió a todos los reyes de Asia que hacer y a todos los de Europa que decir. Y porque a los príncipes y grandes señores hemos de darles las razones por peso y las palabras por medida, no se derramará en otras cosas mi pluma si no fuere en la historia de la gran Cenobia, la cual desde agora adevino que será a Vuestra Alteza grata y a los que la leyeren, acepta.

En la era de docientos y cuarenta, en la olimpiada de docientos y ochenta y cuatro, luego que murió el malvado del emperador Decio, fué electo para el imperio uno que había nombre Valeriano, del cual se escribe y dice haber sido príncipe asaz docto en la sciencia y muy honesto en la vida. Trebellio y Pulión, historiadores que fueron deste buen príncipe, dicen dél estas palabras: «Si todo el mundo se juntara y todo el mundo buscara un príncipe bueno, nunca otro fuera electo sino el buen Valeriano». Fué el emperador Valeriano magnánime en el dar, cierto en el hablar, cauto en lo que decía, atentado en lo que prometía, afable a los amigos y severo con los enemigos, y lo que es más y mejor de todo, que ni servicio sabía olvidar, ni injuria vengar.

Fué, pues, el caso que en el año cuarto décimo de su imperio se le levantó una tan peligrosa guerra en Asia, que le fué forçoso pasar a ella en persona, y esta guerra fué contra el rey de los parthos, que había nombre Sapor, el cual de su condición era muy belicoso y aun en las cosas de la guerra muy bien fortunado. Pasado Valeriano en Asia y encendida entre los dos príncipes la guerra, como un día se trabase entre ellos una escaramuça, acontesció que por culpa del capitán general a quien estaba cometido el exército, fué allí preso el emperador Valeriano y puesto en manos del rey Sapor, su enemigo. Usó tan mal de la victoria aquel maldito tirano, que no sólo no le quiso rescatar, ni menos soltar, sino que todas las veces que había de subir en el caballo, ponía los pies sobre el cuerpo del viejo Valeriano, para que le sirviese de poyo. En aquel infelice captiverio y de aquel infame oficio sirvió y murió el buen emperador Valeriano, no sin gran lástima de los que lo conoscían y gran compasión de los que lo vían.

Como vieron los romanos que ni a poder de ruegos lo podían libertar ni a peso de dineros rescatar, levantaron por emperador a un hijo suyo, que había nombre Galieno, y esto hacían ellos más por el amor que tenían con el padre que no por la habilidad que veían en el hijo. Muy extraño fué el emperador Galieno de la condición de su padre Valeriano, lo cual se paresció bien en que fué cobarde en lo que emprendía, falto en lo que prometía, cruel en lo que castigaba y ingrato a quien le servía, y lo que era peor de todo, que era absoluto en lo que quería y disoluto en lo que hacía. En tiempo deste emperador Galieno fué a do el imperio romano más tierras perdió y más afrentas rescibió, porque de ir a la guerra era enemigo y para gobernar la república era muy flaco. Dábase Galieno por el imperio tan poco y valía su persona tan poco, y era él para tan poco, que juntamente le tenían todos en poco, y por desobedescelle se daban tan poco, que veinte y cinco tiranos se le levantaron con el imperio, cada uno de los cuales se ponía corona y se servía con cetro. Los nombres de aquellos veinte y cinco tiranos son éstos: Criado, Póstumo, otro Póstumo, Loliano, Victoriano, Mario, Encenio, Reciliano, Anoylo, Macrino, Quieto, Marciliano, Obdenato, Herodes, Meonio, Pisón, Emiliano, Saturnino, Tetricón, Trebeliano, Herminiano, Tinolao, Celso y Ireneo. Los diez y ocho destos aquí nombrados fueron todos ellos capitanes y criados del buen emperador Valeriano, de manera que se presciaba de tener tales criados que meresciesen ser emperadores.

En aquellos tiempos tenían los romanos por su capitán general en la conquista de Asia a un caballero que había nombre Obdenato, príncipe y señor de los palmerinos, varón que era en las costumbres muy aprobado y en las cosas de la guerra muy diestro. Este capitán Obdenato casó con una muger que había nombre Cenobia, la cual descendía del antiguo linage de los Tholomeos, reyes que fueron de Egipto, de manera que era rica de hacienda, escogida en sangre, hermosa de rostro, libre en la condición y muy recatada en la conversación.

Si sus escriptores no nos engañan, fué Cenobia la muger más ilustre de todas las mugeres ilustres que hubo en el mundo, porque en ella se hallaba la riqueza de Creso, el ánimo de Alexandro, la presteza de Pirro, el trabajo de Anníbal, la sagacidad de Marcello y la justicia de Trajano. Cuando Cenobia casó con Obdenato ya había tenido otro marido, del cual le quedó un solo hijo, llamado Herodes, y de Obdenato hubo otros dos hijos, que se llamaron Heroniano y Tholomeo, los cuales todos fueron mancebos asaz virtuosos y de su madre muy bien criados. Cuando el emperador Valeriano fué vencido y preso no estaba Obdenato en su campo, porque a dicho y opinión de todos, si él allí se hallara, nunca tal acontesciera. Pues a la hora que el buen Obdenato supo la rota y perdición de Valeriano, dió consigo a do estaba el exército, y, recogidas las huestes que de los romanos quedaban desbaratadas, dióse tan buena mafia y ayudóle tan bien fortuna, que dentro de treinta días recuperó todo lo que Valeriano había perdido, y aún hizo al rey de los partos irse huyendo. De haberse encargado Obdenato del exército romano, en mucho lo tuvieron los romanos, y a la verdad que ellos tuvieron razón, porque si en aquel tiempo no tomara entre manos aquella empresa, acabárase el nombre de los romanos en Asia.

Estando en este estado las cosas en Asia, estábase el emperador Galieno en Mediolano de Lombardía, recreando a su persona y muy descuidado de su república, y lo que era peor de todo, que los dineros que se recogían para pagar los exércitos, los gastaba él todos en sus proprios vicios. De estarse, pues, allí Galieno ocioso y vicioso, se levantaron todos sus capitanes con los exércitos que tenían, y con las provincias que gobernaban, de manera que en ningún reino le tenían obediencia si no era en Italia y Lombardía. Los primeros que se rebelaron contra él fueron Ciriado, en la Galia; Loliano, en Hespaña; Victoriano, en África; Mario, en Bretaña; Nicenio, en Germania; Reciliano, en Dacia; Hermoilo, en Pannonia, Macrino, en Mesopotamia, y Obdenato, en Siria; por manera que para un imperio había nueve emperadores. De rebelarse estos capitanes contra su señor Galieno, ellos no tuvieron razón, aunque es verdad que tuvieron alguna ocasión, porque veían claramente que la grandeza del imperio ellos la sustentaban y Galieno la defructaba.

Antes que Obdenato se rebelase contra Valeriano, se alçó el tirano Macrino con el imperio, es a saber, con toda la Mesopotamia y con la mayor parte de Siria, el cual, dentro de muy breve espacio, fué por Obdenato desbaratado, descompuesto y aun muerto. Muerto el tirano Macrino y sabidas las nuevas de cómo Galieno era tan vicioso, acordaron todos los exércitos que estaban en Asia de elegir a Obdenato por su único señor y universal emperador, la cual elección, aunque el Senado no la osó aprobar en público, túvola por buena en secreto, porque de Obdenato oían grandes haçañas, y en Galieno veían grandes locuras. Fué Obdenato emperador y señor de todos los reinos de Oriente cuasi tres años y medio, en los cuales recuperó todas las tierras y provincias que Galieno había perdido y pagó todo lo que se debía al exército romano.

Tenía Obdenato en su corte y palacio a un sobrino suyo, que había nombre Meonio, mancebo que era asaz belicoso y esforçado, aunque, por otra parte, era asaz envidioso y muy ambicioso. Andando, pues, a caça Obdenato y su sobrino Meonio, como siguiesen y persiguiesen a un puerco montés, fué el triste caso que con el venablo que el mancebo Meonio había de herir al puerco mató a traición a su buen tío Obdenato. Los monteros que iban en seguimiento de su señor y emperador, como le hallasen ya caído y mortalmente herido, en la gran herida que tenía en las espaldas y en el venablo que tenía cabe sí, conoscieron que era de Meonio y que a traición le había muerto, al cual, dentro de una hora, le cortaron la cabeça. Grandes albricias dió el emperador Galieno a los que le certificaron la muerte del buen Obdenato, y, por el contrario, tomaron muy grande pesar todos los romanos de la tración que había hecho Meonio a Obdenato, su tío, porque de gobernar él tan bien los reinos de Asia tenían paz en toda Europa. Muerto Obdenato, levantaron los exércitos a su hijo Herodiano por emperador del Oriente y porque no tenía edad para gobernar, ni fuerças para pelear, dieron a Cenobia, su madre, la tutoría del hijo y la gobernación del imperio. Viendo Cenobia que las cosas de Asia se començaban a turbar, y algunas tierras a levantar, determinóse de abrir su tesoro, reparar su exército y salir en campo, a do ella hizo tales y tan señaladas hazañas, que a los enemigos daba que hacer y a todo el mundo de que se espantar.

En edad de treinta y cinco años se halló Cenobia viuda de Obdenato, tutora de su hijo, capitana del exército y gobernadora del imperio, en lo cual todo se dió ella tan buena maña, que alcançó para sí tan ilustre nombre en Asia cuanto la reina Semíramis en la India. Era Cenobia constante en lo que emprendía, cierta en lo que decía, larga en lo que daba, justa en lo que sentenciaba, severa en lo que castigaba, discreta en lo que decía, grave en lo que determinaba y muy secreta en lo que hacía. Era, junto con esto, ambiciosa y presumptuosa, y a esta causa, no contenta con el título de gobernadora, se firmaba y se intitulaba, y aun coronaba, como emperatriz, y esto hacía ella todas las veces que se ponía a juzgar y se asentaba a comer. No era amiga de andar en mula, y mucho menos de pasearse en litera, sino que siempre se presciaba de tener muy buenos caballos, así para caminar como para pelear. Todas las veces que salía en campo a ver sus exércitos o a hablar a sus capitanes, siempre salía armada y muy bien acompañada, porque de muger no quería tener más de solo el nombre, y los hechos de varón. Cuando Cenobia estaba en la guerra, en ninguna cosa se regalaba, sino que se le pasaba una semana entera sin acostarse en cama, y si por caso le cargaba mucho el sueño, arrimada a una lança dormía un poco. Nunca los capitanes de su exército salieron en campo, aplazaron batalla, dieron combate o entraron en escaramuça en que Cenobia no se hallase y más que todos no se señalase.

De su proprio natural, era Cenobia, de cuerpo, alta; la cara, aguileña; los ojos, grandes, la frente, ancha, los pechos, altos; el rostro, blanco; las mexillas, coloradas; la boca, pequeña, los dientes menudos; de manera que todos la temían por ser recia y la amaban por ser hermosa. Con ser Cenobia la más rica, la más hermosa, la más libre, la más poderosa, la más mirada y aun la más deseada muger de toda Asia, jamás se dixo della alguna desonestidad, ni se vió en ella alguna liviandad. Fué Cenobia tan casta y tan honesta, que decía della Obdenato, su marido, que jamás después que estaba preñada le consentía llegar más a ella, diciendo que la buena muger no había de tomar marido para se regalar, sino solamente para parir. Dicen sus historiadores que comía una vez al día, y esto era a la noche, y que comía mucho, y en el comer hablaba poco, y de los manjares que más comía eran cabeças de jabalín, postas de ciervo y piernas de camero. Al vino ni lo podía beber ni tampoco oler; mas junto con esto era tan curiosa, y aun costosa en el beber del agua, que valía más un cántaro que ella bebía, que cuanto vino otros bebían.

Luego que Cenobia enviudó, le enviaron sus embaxadores el rey de los egipcios, y el de los parthos, y el de los ireneos, y el de los griegos, para la visitar y consolar, y aun con ella se confederar, porque ninguno la osaba ofender y dos la deseaban servir. Y porque en todas las cosas fuese Cenobia perfecta y acabada, no sólo fué rica, generosa, hermosa y valerosa, mas aun también fué docta en la lengua griega y latina; en especial tuvo por sus familiares libros y amigos la Ilíada de Homero y el Thimeo de Platón.

Estando, pues, en este estado las cosas de Cenobia en Asia, murió el emperador Galieno en Lombardía, y los romanos eligieron por su emperador a uno que había nombre Aurelia no, varón que era de linage obscuro, aunque en el arte militar le tenían por muy diestro. A la hora que Aureliano fué emperador electo, aparejó muy grandes huestes, a fin de pasar con ellas en Asia y hacer guerra a la reina Cenobia, porque a la saçón no había guerra en el mundo más famosa, ni para Roma más peligrosa.

Llegado, pues, el emperador Aureliano en Asia y començada la guerra entre él y la reina Cenobia, cada uno de los dos príncipes hacían lo que mejor podían y aun todo lo que debían. Cada día había entre ellos debates y rebatos, escaramuças, combates y desafíos; mas como la gente de la reina Cenobia estaba más descansada y aun sabía mejor la tierra, todavía hacían en los del emperador Aureliano más daño y rescebían menos peligro. Pues visto por el emperador Aureliano que no podía vencer a la reina Cenobia con armas, quísola atraer a su servicio con palabras y promesas, y para esto determinóse de escrebille una carta en esta forma y manera:

Letra del emperador Aureliano para la reina Cenobia.

«Aureliano, emperador de Roma y señor de toda Asia, a ti, la honrada Cenobia, salud te desea. Aunque con las mugeres rebeldes, como tú, paresce cosa indigna que sean rogadas, sino mandadas, todavía, si quisieres aprovecharte de mi clemencia y darme la obediencia sey cierta que a ti honraré y juntamente a los tuyos perdonaré. La plata, el oro, las joyas y todas las riquezas que agora tienes y posees en tu palacio yo soy contento que lo hayas todo por tuyo, y que también junto con esto a tu reino Palmerino puedas tener en vida y testar dél en la muerte; mas con tal condición que dexes todos los otros reinos y señoríos de Asia y reconoscas por señora a Roma. A los palmerinos, tus vasallos, no les pedimos que nos den la obediencia como esclavos, sino que seamos confederados y amigos. Con tal condición que deshagas luego el exército con que guerreas a Asia y desobedesces a Roma, tendremos por bueno que tengas alguna gente de guerra para la defensa de tu tierra y para la guarda de tu persona. De dos hijos que tienes de Obdenato, tu marido, quedarse ha el que dellos quisieres contigo acá, en Asia, y al otro llevaré conmigo a Roma, no como prisionero, sino como hombre depositado. Los presos nuestros que tienes allá y los presos tuyos que tenemos acá, sin que entrevenga en ello dineros, trocaremos los unos por los otros, y de esta manera quedarás tú honrada en Asia y yo no tornaré a Roma de ti quexoso. Los dioses sean en tu guarda y guarden de todo mal a nuestra madre Roma».

Respuesta de la reina Cenobia al emperador Aureliano.

Habiendo leído la reina Cenobia la carta del emperador Aureliano, ni se espantó de verla, ni de oír lo que en ella venía, sino que luego respondió en esta manera: «Cenobia, reina de los palmerinos y señora de toda Asia y sus reinos, a ti, Aureliano, emperador, salud y consolación. Intitularte, como te intitulas, emperador de los romanos, digo que aciertas; mas en osarte llamar señor de los reinos de Oriente, digo que yerras, porque bien sabes tú que yo sola soy de todos ellos la universal gobernadora y la única señora, pues los unos heredé de mis pasados y los otros adquirí con mis exércitos. Dices que si te doy la obediencia, me harás mucha honra; a esto respondiendo, digo que no sería cosa honesta, ni aun justa, que habiendo los dioses criado a Cenobia para mandar a Asia, començase agora a servir a Roma. Dices también que la plata, oro y joyas que tengo me las dexarás y confirmarás, a lo cual respondiendo, digo que me ha caído en mucha gracia querer disponer de la hacienda agena como si ya fuese tuya propria; lo cual tus ojos no verán, ni tus manos tocarán, porque yo espero en los altos dioses que primero haré yo mercedes de los que tú tienes en Roma, que no tú de lo que yo poseo en Asia. La guerra que tú, Aureliano, me haces es muy injusta delante los altos dioses y muy agraviada al parescer de los hombres, porque yo, si tomo armas, es por defender lo que es mío; mas tú, si veniste a Asia, es por tomar lo ageno. No pienses que me espanta el nombre de príncipe romano, ni aun he miedo a la grandeza de tu exército, porque si es en tu mano el darme la batalla, será en la de los dioses dar a ti o a mí la victoria. Bien sabes tú que de esperarte yo en el campo será para mí mucha gloria, y de tomarte tú con una viuda habías de haber vergüença, porque en vencerme tú a mí, ganarás muy poco, y a ser de mí vencido, aventuras mucho. Son en mi ayuda los persas, los medos, los agarenos, los yreneos, y los sirios, y con ellos todos los inmortales dioses, los cuales tienen por oficio de castigar a los superbos como tú y amparar a las viudas como yo. Ya puede ser que, queriéndolo los dioses y permitiendo los mis tristes hados, tú me quites la vida y me robes la hacienda; mas junto con esto se dirá en Roma y se publicará en Asia que si la triste de Cenobia se perdió y murió, fué por defender su patrimonio y por conservar la honra de su marido. No trabajes, Aureliano, en me rogar, ni halagar, ni amenazar para que con esos miedos haya de llamarme tuya, y entregarte mi tierra, porque haciendo lo que puedo, cumplo con lo que debo, y más y allende desto, podrán decir en todo el mundo que la emperatriz Cenobia, si fué captiva, no fué vencida. El hijo que me pides para llevar contigo a Roma, cosa es que ni la amo oír ni la entiendo hacer, porque en tu casa andará cargado de vicios y en la mía andará arreado de filósofos. Sé te decir, Aureliano, que si a mis hijos dexaré poca hacienda, los dexaré a lo menos puestos en buena criança, porque la mitad del día los hago ocupar en las letras y la otra mitad exercitarse en las armas. Sea, pues, la conclusión de tu demanda y mi respuesta, que no cures de más me escrebir, ni menos conmigo más tractos tener, porque este negocio de entre ti y mí no lo han de averiguar tus palabras, sino mis armas. Los dioses sean en tu guarda, ec».

Rescebida esta letra por Aureliano, dicen dél los escriptores que se alegró de verla y se enojó de leerla, y conosciósele bien esto en que luego mandó tocar al arma y combatir la ciudad a do estaba Cenobia. Como estaba Aureliano afrentado de la carta y como estaba su exército fatigado de la larga guerra, diéronse tanta priesa en atajar a Cenobia que no le entrase bastimentos y en combatir y derrocarle los muros, que dentro de treinta días la ciudad fué asolada y la reina Cenobia presa.

Presa la triste Cenobia, luego cesó la guerra de Asia, y aun luego se partió el emperador Aureliano con ella para Roma, no con intención de la matar, sino con intención de triunfar de ella. Ver a la reina Cenobia ir delante el carro de Aureliano descalça y a pie, cargada de hierros y acompañada de dos hijos, gran espanto puso a los romanos y muy gran lástima a las romanas, porque sabían todos y todas que en hazañas y proezas ningún hombre la había sobrepujado, y en virtudes y limpieza ninguna muger la había igualado. Pasado el día del triunfo, juntáronse todas las nobles romanas y hicieron a Cenobia grandes fiestas y diéronle muchas y muy grandes preseas, con las cuales y entre las cuales ella vivió otros diez años tan estimada como Lucrecia y tan acatada como Cornelia.

Esta, pues, es la historia de la reina Cenobia, que prometí de contar a Vuestra Alteça.




ArribaAbajo- 27 -

Letra para don Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque y conde de Ledesma, en la cual el auctor le consuela de la muerte de su nuera, doña Constança de Leiva


Muy ilustre señor y cristiano verdadero:

El buen Tito Livio, escribiendo el bello cartaginense, dice que dos años antes que pasase Anníbal en Italia, se encendió, sin nadie le poner fuego, el templo del dios Júpiter, sin quedar en él cosa que mirar y menos que aprovechar. Lucano también dice que no tres meses antes que Julio César y el gran Pompeyo diesen contra sí la batalla de la Farsalia, se ardió y quemó el templo del dios Apolo, el cual estaba arrimado a las casas a do vivía Pompeyo. Josefo, el hebreo, dice que cuarenta días antes que Nabuzardán, capitán de los asirios, cercase y tomase a Salem, que agora se llama Hierusalem, se ardió y quemó más de la mitad del templo santo de Salomón, no sin gran culpa de los que lo hicieron y gran lástima de los que lo vieron. Marco Ancio, capitán romano, teniendo cercada a la gran Numancia, que agora es Soria, como le dixesen que la crita a do él oraba era quemada, dijo, sospirando: «Séanme todos testigos desto que digo y de lo que ha acontescido, que pues hoy se ha quemado mi oratorio, seré yo mañana de los numantinos vencido». Lo cual fué así verdad, porque otro día que pasó esto fué el infelice de Marco Ancio, no sólo vencido, mas aun muerto. Fabio Cecilio, cónsul y dictador que fué romano y capitán contra los bruscos, como le avisasen allá a do estaba que a las espaldas de la casa de un su hijo se había quemado el templo del dios Mars, escribióle estas palabras: «Mira por mi hijo mío Quincio para que aplaques con sacrificios a los dioses y te reconcilies con los hombres, que pues ellos no han perdonado su casa a do les servían, menos pienso perdonarán la tuya a do los oferiden». Plutarco, contando esta historia, dice que dos días antes que llegase la carta del padre al hijo, ya su casa era caída y él y toda su familia muerta. El egregio Augustino dice que Alarico, rey de los godos, antes que entrase y entregase a Roma, llovió leche y sangre en muchas partes de Italia. El glorioso Gregorio dice que en su tiempo acostesció, y con sus proprios ojos lo vió, pelear hombres de fuego con hombres de fuego, en el aire, en aquella forma y manera que pocos meses después pelearon los longobardos con los romanos cabe el Thesin de Lombardía. Sant Isidoro dice que en su tiempo, y casi en su presencia, se dió la gran batalla en los Campos Tolosanos entre Randagaysmo, rey de los godos, y entre Atila, rey de los hunnos, diez días antes de la cual se vió manar olio de la imagen de Randagaysmo y llorar sangre de los ojos otra imagen de Atila.

Veniendo, pues, al propósito, quiero, por lo dicho, decir, muy ilustre señor, que si como vuestra señoría es católico, fuera agorero, y si como es caballero cristiano fuera capitán romano, con muy gran sobresalto viviera y por sospechoso aguero tuviera el ver a su casa caer y a Sant Francisco y a Sancta Clara de Cuéllar quemar. En las divinas y humanas letras es cosa muy antigua y de inmemorable tiempo muy probada que a los grandes hechos les precedan grandes prodigios, así por no tomarnos Dios de sobresalto, como porque esté cada uno apercebido. Para mí tengo creído que cuando Dios nuestro Señor permite que algunos prodigios o portentos vengan y acontezcan a do los veamos o los oyamos, no quiere que los tomemos por mal agüero, como gentiles, sino por buen aviso, como cristianos, porque Él no anda por espantarnos, sino por avisarnos, pues que querría Él antes vernos emmendados que no castigados. A este propósito decía el buen profeta David: «Castigans castigavit me Dominus; sed morti non tradidit me»; como si, más claro, dixese: «Es tan benigno y compasivo mi Dios y redemptor, que amagó para herirme y después no quiso aun tocarme».

Hablando más en particular, aquella competencia que tuvistes, señor, tan prolixa, tan costosa y tan enojosa, sobre el casar a vuestra hermana; aquel caerse os vuestra casa y fortaleça; aquel encenderse os tantos y tan ricos pinares; aquel desastre de quemarse Sancta Clara, aquella desdicha de arderse el monesterio de Sant Francisco, aquella nueva desgracia que tenéis entre vosotros los hermanos y aquella lamentable muerte de la señora marquesa, si yo he bien contado, siete plagas, y no menos, son éstas muy dignas de sentir, muy graves de çufrir y asaz lastimosas de oír. Más compasión me ponen las siete plagas que a vuestras puertas han tocado, que todas las diez con que fué castigada Egipto, porque aquéllas fueron hechas en un rey tirano, y éstas en un caballero cristiano, y lo que es más de todo, que aquéllas se derramaron por sus tierras, y éstas están juntas en vuestras entrañas. Yo, señor duque, teníaos por bueno, mas no por tan bueno, teníaos por cristiano, mas no por tan buen cristiano; teníaos por en el número de los confesores, mas no de los mártires, y digo, señor, que seréis mártir si los trabajos que padescéis tomáis en paciencia como bueno y no como hombre mal fortunado.

No fueron mártires los mártires, por los trabajos que padescieron, sino por la paciencia que en ellos tuvieron, porque Cristo no dixo «in laboribus sed in paciencia vestra possidebitis animas vestras». Que seáis, señor duque, perseguido, con Abel, de Caín; con Noé, de los idólatras; con Abraham, de los caldeos; con Jacob, de Esaú; con Josef, de sus hermanos, y con Job, de sus amigos, téngolo por cosa enojosa, mas no por peligrosa, porque en el palacio real tienen por privado al que el rey regala, y en la casa de Dios, al que él castiga. Permitir nuestro Señor que cegase Tobías, condennasen a Susanna, aserrasen a Esaías, empojasen a Hieremías, captivasen a Daniel y abofeteasen a Micheas, no fué porque eran ellos malos, sino porque eran de Dios privados. Si fee tenemos y si a Cristo creemos, no hay mayor tentación que no ser tentados, y no hay mayor castigo que no ser de Dios castigados, porque los trabajos y aflictiones que nos vienen de las manos de Dios, no es justo decir que con ellos nos castiga, sino que nos avisa. Muy diferente es, ilustre señor, el lenguaje del cielo al lenguaje del suelo, porque acá llaman al castigar afrentar, y allá llaman al castigar regalar, de manera que los más castigados son los más regalados. En la casa del buen cristiano, el levantarse pleitos, el caerle edificios, el nascer enemistades, el haber enfermedades, el sobrevenir pérdidas y el morírsele los hijos, no es otra cosa sino una librea que da Dios a sus escogidos y un almagre con que señala a los suyos muy privados. No quexándose como perseguido, sino presciándose de privado, decía el sancto David: «Omnes fluctus tuos, induxisti super me», como si dixese: «Todos los trabajos y peligros que das a otros a pedaços, me los diste a mí, Señor, enteros». No contento el sancto Job con que había perdido siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientos pares de bueyes, mil asnos y siete hijos, decía y pedía a Dios: «Hec sit mihi consolatio, ut afligens me dolore, non parcas», como si dixese: «No puedes, Señor, hacerme a mí mayor merced y consolación que afligirme con açotes y corregirme de mis aviesos». No estaba fuera desta opinión el buen apóstol Sant Pablo, cuando decía: «Mihi autem absit gloriari, nisi in cruce domini nostri Jesu Christi». ¡O altas y muy altas palabras, las cuales, aunque son de muchos leídas, son de muy pocos entendidas y de muchos menos sentidas, porque trasciende la capacidad humana, y requiere otra angélica, poner el Apóstol toda su buenaventurança, no en el monte Tabor, a do Cristo mostró su gloria, sino en la áspera cruz, a do Él perdió su vida! El que pone su vida en la cruz ha de vivir como en la cruz, en la cual bendicto Jesu fué despojado de los sayones, injuriado de los hebreos, acompañado de los ladrones y alanceado de los caballeros, y todo esto, se obliga el Apóstol de çufrir y en ello se gloriar, porque sólo aquello tenía él por gloria que le encaminaba ir a la gloria. En esta cuenta estaba y deste parescer era su alteza el rey David, cuando decía: «Bonum mihi, quia humiliasti me, ut discam justificationes tuas», como si, más claro, dixera: «¡O cuánto bien, Señor, me has hecho en haberme de tu mano humillado, porque a la hora que posiste las manos en mí, luego torné sobre mí». No estaba con pensamiento de quexarse de Dios el profeta, que hablando con Dios, decía: «Tribulatio et angustia invenerunt me, quoniam mandata tua dilexi»; como si, más claro, dixera: «El galardón que Tú, mi Dios y Señor, me das por haberte seguido y haberte servido es traerme siempre atribulado y dexarme ser perseguido».

Yo, señor duque, no soy profeta ni aun hijo de profeta; mas desde agora digo y afirmo que después acá que por el estado de vuestra señoría han pasado tan atroces trabajos, y a su coraçón han lastimado tantos enojos, si estáis, señor, arrepiso de los delictos pasados y con buenos propósitos para los tiempos futuros, es señal que os habéis de salvar, porque no es otra cosa la tribulación en el justo, sino un despertador de lo en que erramos y un mullidor para lo que hagamos. Y pues esto es así, como tengo creído que es así, teneos, señor, por muy dichoso de veros con los amigos de Dios perseguido, y esto será verdadero, si de las persecuciones escapáis emmendado.

Tocando, pues, el negocio más en lo vivo, digo, y dello no me desdigo, que la séptima y última plaga que agora vino por vuestra casa, es a saber, la muerte de la señora doña Constança de Leiva, vuestra nuera, no podemos negar sino que, muriendo, como murió, moça, hermosa, generosa, rica, bien acondicionada, recién casada y recién parida, no sea lástima digna de sentir y muy dificultosa de olvidar. No ha cuatro años que vi a su hermana morir en Génova y vi a su padre morir en Asaes, y agora se nos murió ella acá, de manera que para mayor lástima nuestra, en torno de tres años se murieron padres y hijos. El señor Antonio de Leiva, su padre, no cuatro horas antes que muriese, me dixo estas palabras: «Para el paso en que estoy, señor obispo, os juro que no llevo deste mundo otra lástima que es ver al Emperador, mi señor, en esta jornada, y no dexar a mi hija doña Constança casada». ¡O, qué placer tomara su padre si fuera vivo, de dexarla bien casada, verla contenta, verla preñada y verla parida, y qué lástima le tomaría al pobre viejo de verla agora muerta, verla enterrada y verla de aquí a poco olvidada, porque al muerto que no nos toca en algo, dádole el Dios te perdone y díchole cuán buena persona era, no hay dél más memoria, si acaso no viene sobre plática.

A mí me pesa de todo coraçón enviaros a dar el pésame de la muerte desta señora y porque veo lo que vuestro coraçón siente, lo que la señora duquesa llora, lo que el marqués su marido hace, la lástima que a todos pone y lo mucho que muchos pierden; mas al fin hémonos de consolar con que se fué a descansar, aunque nos dexó que llorar. Como mi casa de Guevara tenía tomado parentesco con la de Leiva, conoscí mucho a la señora doña Constança, y lo que conoscí della fué ser cristiana en su vivir, recatada en su hablar, honesta en lo que hacía y discreta en lo que quería; de manera que con mucha razón ha sido bien llorada, y la llamaremos la mal lograda. Bien veo que la señora doña Constança era de muchos amada, mirada, servida, envidiada, alabada y requestada; mas entre todos y más que todos era de vuestra señoría querida y regalada, y por eso no es de maravillar que tanto la sintáis y aun tanto la lloréis, porque sólo aquello que el coraçón ama, aquello sólo el coraçón de coraçón siente.

Ley fué, ilustre señor, entre unos bárbaros que llamaron los lidos, que en caso de muerte nadie fuese a consolar al padre, dentro del año que se le había muerto su hijo, porque si le pesó mucho de verle morir, era muy temprano para le consolar. Aunque estos lidos tenían nombres de bárbaros, a mi parescer eran en esto cuerdos y discretos, porque el coraçón recién lastimado y lloroso, como está atónito y espantado, con ninguna cosa le pueden más consolar que con ayudarle su tristeza a llorar. Todo esto digo, señor duque, para que si os paresce que escribo tarde esta letra consolatoria, me creáis que sentí muy temprano vuestra pérdida y lástima, y que de pura industria, y no de pereza, he estado hasta agora aguardando que se os enxugasen un poco las lágrimas y se vadease algo vuestro coraçón. Consolando un tebano al filósofo Chilo, dixo: «¿Por qué, siendo tú filósofo, lloras tanto la muerte de tu hijo, pues vees que ya no lleva remedio?» A esto le respondió él:«E aun por eso yo lo lloro, porque ya no lleva su muerte ningún remedio».

Tráigoos este exemplo, ilustre señor, para que, pues ya no lleva remedio la muerte de la señora marquesa, la sintáis como hombre y la disimuléis como discreto. Los antiguos filósofos llamaban al haciendado, rico; al sabio, elocuente; al dadivoso, magnánimo, al recatado, agudo, al proveído, prudente, y al çufrido, heroico, es a saber, hombre divino; en lo cual ellos decían mucha verdad, porque muy mayor coraçón es menester para disimular los trabajos, que no para romper con los enemigos. Plutarco y Quinto Curcio, cronistas que fueron del magno Alexandro, no se saben determinar cuál fué mayor en aquel tan ilustre príncipe, es a saber, su alta fortuna o su muy gran cordura, porque con la fortuna vencía y con la cordura çufría.

No estoy desacordado, pues en las crónicas de César lo tengo escrito, del tiempo que vuestra señoría fué capitán general en Fuenterrabía, cuán cuerdo fué en el gobernar el campo, cuán cuidadoso de guardar la frontera, cuán animoso en pelear con Francia y cuán denodado en arriscar su persona. Y pues esto es así, pídole, señor, por merced, que pues en aquellos tan grandes peligros se mostró caballero, que en estos trabajos se muestre cristiano. Entonces, señor, os presciaréis de cristiano, cuando tantos y tan grandes sobresaltos como os ha dado fortuna en poco tiempo los tomáis de la mano de Cristo, no para dellos quexar, sino para gracias por ellos le dar, de manera que rescibáis en merced lo que pensáis que os dió por castigo. No plega a la divina Magestad se diga por vuestra señoría lo que nuestro Dios dixo en el Ecechiel, quexándose de la Sinagoga: «Fili hominis, conversa est mihi domus Israel in es ferrum et stanum plumbum et scoriam»; como si, más claro, dixera: «Metí a la casa de Israel en el horno de la captividad de Babilonia, pensando que en el fuego de la tribulación se me tornaría puro oro o fina plata y hase tornado en cobre, plomo, estaño, hierro y escoria».

Para persona de tan delicado juicio, como es vuestra señoría, bien siento que alcançara lo que quiso nuestro Dios sentir en esta figura, dado caso que es palabra digna de notar y muy delicada de entender. Aquél se torna escoria, el cual, puesto en el horno de la tribulación, no sólo no se emmienda, sino que de día en día más se empeora; aquél se torna cobre, el cual por los açotes y castigos que Dios le da, en lugar de se emmendar, no cesa de se quexar; aquél se torna hierro, el cual en las adversidades que le acarrea fortuna y permite la Providencia divina, no sólo no quiere hacer emmienda del mal que ha hecho, sino que cada día se va más y más a lo hondo. Pues con verdad se puede decir que aquel se torna estaño, el cual en lo exterior paresce de sancta vida y en tocándole alguna tribulación, luego muestra ser hipócrita. Aquél se torna plomo, el cual en la condición es pesado y en la conciencia desalmado. Y de aquí es que con justa causa podamos decir que sin comparación son más los que de las tribulaciones escapan ser cobre, o hierro, o estaño, o plomo, o escoria, que no los que se tornan en ellas oro o plata; en la cual infame capitanía nos libre Dios de asentar alguna lança, porque al fin al fin más vale ser de Dios castigados que del mundo regalados.

Yo, señor, no os aconsejo que tantos y tan grandes trabajos los dexéis de sentir, sino que dellos os sepáis aprovechar, y esto será cuando a Dios los agradesciéredes y con los hombres los disimuláredes. Al sancto Job, por la paciencia que tuvo, le tornó Dios todo llo que le había quitado, doblado, y así piense vuestra señoría que lo hará con su estado y persona, pues es de creer que ni a él ha de faltar hija, ni a la señora duquesa nuera, ni al señor marqués muger, ni a la señora doña Constança gloria, ni a vuestros vasallos señora, ni a todos vuestros servidores alegría, la cual ruego a nuestro Señor dé a su ánima y envíe a su casa. Amén.

De Valladolid, a XXVI de enero. MDXI.




ArribaAbajo- 28 -

Disputa muy famosa que el auctor hiço con los judíos de Nápoles, en la cual les declara los altos misterios de la Trinidad


Honrados rabís y obstinados judíos:

A la última disputa que yo y vosotros, honrados rabís, hecimos el sábado pasado me quisistes sacar los ojos y poner en mí las manos, por razón que alegué aquello que dixo Cristo, es a saber: «Ego principium qui et loquor vobis», diciendo que ni Cristo supo lo que decía, ni yo lo que defendía. Motejarme a mí de nescio, ya puede ser verdad; mas notar a mi Cristo de falso es muy gran falsedad, porque repugna a su bondad el engañar y a su divinidad el mentir. Si como yo creo vosotros creyésedes que su humanidad fué unida al Verbo, también creeríades que era imposible que el bendicto Jesú podía errar en lo que mandaba, pecar en lo que hacía, ni mentir en lo que decía; mas como estáis con vuestro Moisén obstinados, no merescéis alcançar tan altos misterios. La ley de Moisén yo no la niego; mas junto con esto digo que no la creo, porque allende. Ve me prescio de ser cristiano y no creo más de en el Evangelio, creo fiel y católicamente que al punto que Cristo espiró, vuestra ley se acabó. Por aquella palabra que el buen Jesú dixo en la cruz, es a saber, «Consumatum est», nos dió a entender que ya eran acabados los holocaustos, los sacrificios, las oblaciones, los similágines, las cerimonias y aun el cetro real y la dignidad pontifical, de manera que en el momento que començó nuestra Iglesia, enterraron a vuestra Sinagoga.

Más ha y a de mil y quinientos años que no tenéis rey a quien obedescer, sacerdote a quien os encomendar, templo a do orar, sacrificios que ofrescer, profetas a quien creer, ni aun ciudad a do os amparar; de manera que a la triste de vuestra Sinagoga la vieron todos morir y ninguno la ha visto resuscitar. Dixo Cristo que os quitaría el reino, dixo Cristo que os derrocaría el templo, dixo Cristo que os derramaría por todo el mundo, dixo Cristo que Hierusalem se asolaría y vuestra ley se, perdería, dixo Cristo que moriríades en vuestro pecado y que andaríades así perdidos hasta la fin del mundo, lo cual todo lo oyeron vuestros padres y se cumple en vosotros sus hijos. En las dos grandes captividades que tuvistes entre los egipcios y caldeos siempre os quedó algún rastro del sacerdocio o de profetas, o de rey, o de ley; mas después de Cristo acá, todo se perdió, todo se acabó y todo desaparesció, de manera que sólo el nombre tenéis de judíos y la libertad de esclavos. No hay gente en el mundo, por bárbara que sea, que no tenga algún lugar a do se acoja y algún caudillo que los defienda, como lo tenían los garamantas en Asia, los masagetas cabe la India y aun los negros en Etiopía, si no sois vosotros, tristes, cuytados, que a doquiera sois captivos y por doquiera is corridos. Cinco meses ha que estoy aquí con vosotros disputando y cada uno predicando, y aunque me pesa del mucho tiempo que he gastado y de lo poco que he aprovechado, todavía me consuelo con una cosa, y es que también mirará Dios a mi intención, como a vuestra obstinación. No me maravillo de no hacer en cinco meses ningún fructo, pues tampoco lo hizo en vosotros en treinta y tres años Cristo, porque tantas y tan grandes doctrinas como Él os predicó y tantos milagros como en vosotros obró, no sólo no se lo agradescistes, mas aun por ellos le crucificastes. Todo el daño de vosotros está en que al Testamento nuevo no creéis, y al Testamento viejo no le entendéis, y porque así Dios a mí me salve, si no nunca, que si vosotros entendiésedes de raíz la Sagrada Escriptura, vosotros mismos pusiésedes fuego a la Sinagoga.

Y porque todos en general y cada uno en particular me habéis rogado os diga lo que los cristianos sienten y lo que los doctores nuestros dicen en el misterio de la Trinidad, a mí me place de lo hacer, y decir lo mejor que supiere y lo menos mal que pudiere. A todos los honrados rabís que aquí estáis en esta Sinagoga ruego y amonesto que estéis atentos a lo que propusiere, y miréis mucho lo que determinare, porque son tan altos los misterios de la Trinidad, que los ha de creer el entendimiento y no los puede mostrar la razón. Y pues todos los rabís y judíos que aquí estáis entendéis la lengua latina y española, y yo también entiendo la lengua hebraica y italiana, será el caso que este misterio de la Trinidad declararé con palabras de latín y otras veces de romance; porque es la materia tan subida, que no abastaría una lengua para declararla.

Materia muy subtil para solos letrados.

Es, pues, de saber «quod nostri sacri doctores pontint divinis notiones, proprietates y relationes», y hace la Iglesia tan gran caudal destos tres nombres dichos, que debaxo dellos ponen y declaran todos los altos y profundos misterios. Hase también de presuponer «quod in divinis notiones sunt quinque, videlicet, innascibilitas, paternitas, spiratio, filliatio y processio», el conoscimiento de las cuales nociones trascienden la capacidad humana y sobrepujan la angélica. Dado caso que las personas divinas no son más de tres y las nociones que della dependen son cinco, de tal manera las hemos de repartir, que entre ellas ha de caber en esta forma y manera: «Due prime notiones, scilicet innascibilitas et paternitas», se atribuyan a sólo el Padre, porque sólo Él engendra. La tercera noción, que se llama «spiratio», conviene juntamente al Padre y al Hijo, mas no en ninguna manera al Espíritu Sancto, porque ellos dos espiran y sólo el Espíritu Sancto es espirado. La cuarta noción, que se dice «filiatio», conviene a solo el Hijo, y no conviene al Padre, ni al Espíritu Sancto, porque en el misterio de la Trinidad, como no hay más de un Padre, así no se çufre haber más de un Hijo. La quinta noción, que se dice «processio», de tal manera conviene al Espíritu Sancto que no puede convenir al Padre tú tampoco al Hijo, porque así como de solo el Padre se verifica este nombre «paternitas», y de solo el Hijo este nombre «filiatio», así del Espíritu Santo se verifica este nombre «processio». Es también de saber que estas noticiones tomándolas en otro sentido se llaman «relationes», en esta manera: «Paternitas est relatio», porque todo aquel que es padre, presupone tener hijo. «Filiatio est relatio, quia presuponit patrem»; lo cual es así verdad, porque todo aquel que es hijo presupone tener padre. «Processio est relatio, quia presuponit spiritum sanctum, qui a patre filioque procedit», como nosotros, los cristianos, lo tenemos por artículo de fe. «Spiratio est relatio, quia presuponit patrem et filium. Innascibilitas non est relatio in divinis, quia nullam, aliam personam presuponit». Es también de presuponer que así como en un sentido hecimos a las «notiones, relationes», así, en otro sentido, las tornaremos «propriedades», y esto es cuando tan estrechamente convienen a una persona que por ninguna manera pueden convenir a otra. Pasa, pues, el caso desta manera: es a saber, «quod paternitas convenit soli patri, filiatio soli filio, processio spiritu Sancto, innascibilitas soli patri, filiatio processio spiritui Sancto, innascibilitas soli patri. Spirattio non est proprietas, quia simul pertinet ad patrem et filium». Resumiendo, pues, todo lo que he dicho en una palabra, digo y afirmo «quod in divinis sunt notiones et proprietates et relationes, nam notiones sunt quinque, proprietates quatuor et relationes quatuor».

Hay otro muy gran secreto en el misterio de la Trinidad, y es que este nombre «principio» se toma en tres maneras: «Primo modo, pater dicitur principium filii per eternam generationem. Secundo modo, acipitur in quantum pater cum, filio sunt unum principium per spirationem. Tertio modo, accipitur pro patre et filio et spiritu sancto per generalem creationem totius creature, quia opera trinitatis ad extra sunt indivisa». En este nombre «principio» es también de presuponer que tenemos los latinos tres adverbios comunes, es a saber: «prius», «ante» y «principium», los cuales, aunque cerca de nosotros fueran una misma cosa, en los misterios divinos no suponen de una manera, porque de sólo uno dellos nos aprovechamos y los otros dos no los admitimos. Los dos adverbios que no rescebimos nosotros son «prius» y «ante», y el que admitimos y de que nos aprovechamos es el adverbio «principium, quia in divinis prius et ante dicunt ordinem temporis, principium autem non ordinem temporis, sed nature».

Sea, pues, la resolución deste tan alto secreto, «quod in divinis hec est vera propositio, scilicet pater est principium filii, ad tamen hec est falsa scilicet, pater prius vel ante est quam filius».

Habéis también de saber, honrados rabís, que en el misterio de la Trinidad ponemos tres personas, y no creemos más de una esencia, la cual es incommutable y incomprehensible, «non enim mutatur loco quia unique est, non mutatur tempore quia eterna est, non mutatur forma quia semper actus est; non mutatur alteratione, quia semper eadem est». Cuanto a las personas divinas, es de ponderar «quod ad esse persona requiritur triplex distinctio, scilicet singularitatis, inconmutabilitatis et dignitatis». Quiero por lo dicho decir que para una persona ser persona divina, se requiere que tenga tres cosas, es a saber, que haya en ella alguna singularidad, que no se halle en otra, alguna incomunicabilidad que a ella y no a otra se comunique, y alguna dignidad que en ella y no en otra se halle. Por todas estas tres razones, la persona de Cristo nuestro Dios es persona divina, aunque está enforrada de carne humana. Lo primero, que es algún previlegio de singularidad, se halló en el ánima de Cristo, la cual, sola y por especial gracia en el punto que fué criada, fué unida a la divina esencia. El segundo previlegio, que es de inconmunicabilidad, se halló en el sagrado cuerpo de Cristo, el cual, en el vientre de su bendicta Madre, juntamente fué por el Espíritu Sancto formado, y fué del Verbo asumpto. El tercero previlegio, que es «dignitatis», se halló también en el ánima y cuerpo de Cristo, quedando en Él naturaleza divina y naturaleza humana, y no más de una persona, que fué la persona divina. Más y allende desto, habéis de saber, honrados rabís, que hay unos términos que se llaman «actos esenciales» y «actos personales», la definición de los cuales conviene mucho saber a los que de la Sagrada Escriptura quisieren entender algo.

Pongamos exemplos de todo esto, para que se entienda mejor lo que digo. En el Génesis, primero capítulo, se dice: «in principio creavit Deus celum, et terram». Allí, este nombre, «Deus accipitur esencialiter et non personaliter, quia creare est actus esencialis et non personalis, et convenit toti trinitati in quantum Deus». Item, en el psalmo segundo dice: «Dominus dixit ad me: filius meus es tu», a do aquel nombre «Deus accipitur personaliter et nom esencialiter, quia pro persona patris precise supponit, et in divinis generare est actus personalis et nom esencialis et est notio ipsius patris».

Habéis también de saber, honrados rabís, que como en Cristo hay una sola persona divina, hay también naturaleza divina, naturaleza humana y naturaleza mística. La primera naturaleça «est eterna; secunda est a verbo assumpta; tercia est in Adan corupta, que licet non sit altera specie ab humanitate Christi, tamen est altera secundum condicionem nature sauciate». En las divinas letras, algunas veces se introduce Cristo y habla según la naturaleza divina y eterna, así como cuando dice: «Dominus dixit ad me: filius meus es tu». Otras veces se introduce Cristo y habla según la naturaleza humana, así como cuando dice: «in capite libri scriptum est de me, et illud domine non est exaltatum cor meum». Otras veces se introduce Cristo y habla según la naturaleza mística y corrupta, así como cuando dice: «longe a salute mea verba delictorum meorum, et illud delicta labiorum meorum, a te non sunt abscondita».

Hase de advertir en esto mucho, y es que cuando Cristo dice «delicta labiorum meorum a te non sunt abscondita», lo dice cuanto a la pena, y no cuanto a la culpa, porque el cuerpo místico lo cometió, y su verdadero cuerpo lo pagó. Es entre nosotros tan poca la amistad, que los pecados nuestros echamos a otros, y es en Cristo tan grande la caridad, que los pecados agenos toma por suyos, de manera que confiesa tener muchos pecados, porque fué redemptor de muchos pecadores.

He aquí, pues, honrados rabís, lo que los cristianos sentimos de su divinidad y confesamos de su humanidad, so cuya fe yo me prescio vivir y protesto morir. Y porque yo he dicho más que pensé decir, ni aun vosotros quisiérades oír, dexemos para otra disputa vuestras dubdas y mis respuestas, porque tantos señores y perlados como están aquí, ya es hora que se vayan a comer y a retraer.




ArribaAbajo- 29 -

Disputa y razonamiento del auctor hecho con los judíos de Roma, en el cual se declaran dos muy notables auctoridades de la Sacra Escriptura


Aljama honrada y nobles judíos:

Yo quedé de la disputa pasada tan cansado, de lo mucho que nos detuvimos, y quedé tan atronado de las voces que allí dimos, que si no me fuera por el servicio de mi Cristo y por el celo de vuestras ánimas, y por la honra de mi ley, y por la profesión que hice de teólogo, estad seguros que ni más con vosotros disputara, ni jamás en esta Sinagoga entrara, porque para convertiros, estáis muy obstinados y para disputar con vosotros, sois muy porfiados. Ni a vuestra autoridad ni a mi gravedad pertenesce que los debates que tenemos y las opiniones que defendemos las averigüemos con armas ofensivas, ni aun con palabras injuriosas, porque en las escuelas a do yo me crié, y entre los maestros de quien yo aprendí, no tenían por varón sabio al que voceaba mucho, sino al que probaba bien. Pues vosotros no debatís conmigo sobre cosas de honra, ni yo vengo aquí por pediros alguna hacienda, sino solamente por averiguar la verdad de la Sagrada Escriptura, por amor de Dios os ruego no me atagéis a lo que dixe re, y me oyáis hasta que acabe, porque tenéis de costumbre todos los de esta sinagoga de que si os alegan una palabra que no os sepa bien de la Escriptura, luego dais voces y lo metéis todo a barato. Oídme y oíros he, hablad y hablaré, escuchadme y escucharos he, çufridme y çufriros he; que pues hablamos de cosas tan altas y no disputamos sino de cosas divinas, justa cosa es que las disputemos como sabios, y no que las voceemos como locos, por que la sciencia del sabio se conosce en lo que dice y la prudencia en como lo dice.

Todo esto digo, honrados judíos, a causa que en la disputa de hoy a ocho días, no sólo me resististes y impugnastes las dos auctoridades que alegué del profeta Esaías, y del rey David, mas aun me dixistes a boca llena, y aun a puño cerrado, que mentía y que no entendía lo que decía; de manera que no sólo me injuriastes, mas aun me amenazastes. Que digáis vosotros de mí que soy gran pecador, que soy muy remiso, que soy muy bobo y aun que soy muy nescio, digo que lo consiento y aun que lo confieso; mas decirme aquí delante de todos que es falso lo que alego y irróneo lo que defiendo, apelo dello todo, porque si en mí no hay que escoger, tampoco hay en la ley de Cristo que desechar, pues es de tal condición el mi buen Jesú que la hizo, que aunque quiera, no puede pecar ni sabe errar.

Veniendo, pues, al caso, no me paresce que os hago injuria en alegaros los testos de la Biblia, en especial los de David, que fué el rey a quien vosotros más quesistes, y los de Esaías, que fué el profeta a quien en más tuvistes, los cuales dixeron y profetizaron la ignorancia que teníades, de la cual plega al redemptor del mundo sacaros y con la lumbre de su gracia alumbraros, porque me pone muy gran lástima de veros agora tan abatidos habiendo sido de Dios tan regalados. «Scrutati sunt iniquitates, et defecerunt scrutantes scrutinio», dice David hablando de los doctores de vuestra ley, y es como si dixese: «Asentáronse los maestros de la ley a escrudriñar las Escripturas sacras y no sacaron dellas sino falsedades y malicias».

Por vida vuestra, que me digáis, honrados judíos, de quiénes habla aquí vuestro profeta, y quiénes fueron los que osaron falsar la Escriptura sacra, para que dellos nos guardemos, y aun como a hereges los quememos; porque conforme al precepto de Platón, crimen «lese magestatis» es poner la lengua en el rey y interpretar mal la ley. Si decís que los gentiles «scrutati sunt iniquitates», a esto os respondo que es falso y que les levantáis un gran falso testimonio, porque los príncipes gentiles mucho más se presciaban de pelear en el campo que no de leer en los libros. Si decís que aquellos que agora llamamos moros son de quien dice el profeta «scrutati sunt iniquitates», a esto os respondo que es tan falso lo uno como lo otro, porque si cotejamos el tiempo en que reinó David, que esto profetizó, hasta el año en que Mahoma nasció, pasaron menos de dos mil y más de mil y ochocientos años. Pues si decís que por nosotros los cristianos dixo el profeta «scrutati sunt iniquitates», es gran falsedad y repugna a toda verdad, porque dado caso que la cristiandad fué seiscientos años antes que la morisma, y más de tres mil años después que començó la gentilidad desde que esta profecía se escribió en Hierusalem hasta que començaron a llamarse cristianos en Antioquía, pasaron más de mil años y aun otros trescientos sobre ellos. Resta, pues, por verdad, que pues la profecía no se puede averiguar de los gentiles, ni de los moros, ni de los cristianos, que debe hablar con vosotros y se debe entender de vosotros, mayormente que no dice el profeta «escudriñarán», sino «escudriñaron», para darnos a entender que mucho antes del rey David que esto dixo habían ya vuestros pasados començado a corromper las Escripturas sacras y a poner en ellas glosas heréticas. Ni miento ni me arrepiento en decir que vuestros antiguos padres «scrutati sunt iniquitates», pues no entienden la profecía de Hieremías, que dice: «post dies multos dicit Dominus: dabo legem meam in visceribus illorum et in corde corum ascribam eam», y es como si dixese: «Después de muchos días y pasados muchos años yo criaré una nueva gente, y les daré una nueva ley, la cual yo mismo escribiré en sus entrañas, y la sellaré en sus coraçones, para que nadie la pueda falsar, ni ellos olvidar».

Así como la profecía de «scrutati sunt iniquitates» habla con vosotros y no con nosotros, así esta de Hieremías que dice «dabo legem meara in visceribus illorum», habla con nosotros y no con vosotros, pues nuestra saneta fee católica más consiste en lo que tenemos arraigado en los coraçones, que no en lo que está escripto en, los libros; de manera que todo el bien del cristiano está, no en lo que lee, sino en lo que cree. Las maravillas que Cristo hizo y las doctrinas que al mundo dió, bien es que las sepamos y bien es que las leamos; mas muy mejor es que las creamos, porque son infinitos los que se salvan sin saber leer, y ninguno sin bien creer. Las pregmáticas que ordenaron y las leyes que hicieron Moisén y Promotheo, y Solón, y Ligurgtúo, y Numina Pompilio, todas las escribieron con sus plumas y las dexaron puestas en sus librerías; mas de Cristo, mi Dios y Señor, aunque sabemos dél que predicaba cada día, no se lee dél haber escripto ni una sola palabra, y la causa desto fué que como Él no nos daba ley sino de amor, y el amor no podía estar sino en el coraçón, quiso más que le buscásemos en los coraçones amando que no en los libros leyendo.

No sin alto misterio dixo Dios por boca de vuestro profeta que la ley que nos diese su Hijo nos la escribiría primero en los coraçones que no los evangelistas en los libros, porque desta manera ni se puede olvidar, ni mucho menos quemar. Si vuestros antiguos padres tuvieran la ley de Moisén escripta en los coraçones como la tenían en los pergaminos viejos, nunca ellos adoraran a los ídolos Belo, Behelfigor, Astaro y Bahalim, por el cual pecado fuistes muchas veces en tierras estrañas captivos y en manos de vuestros enemigos puestos.

Prosigue el auctor su intento y declárase de do descendió y cómo se perdió la lengua hebraica.

Mostrastes también contra mí muy grande enojo, porque en medio de mi disputa alegué a vuestro Esaías, cap. XLIX, a do dice Dios Padre, hablando con su proprio Hijo estas palabras: «Parum est mihi ut suscites tribus Jacob, et feces Israel, dedi te in lucem gentium, ut sis salus mea usque ad extremum terre», y es como si, más claro, dixese:«Para ser tú mi hijo, y para presciarte de tener en mí tal Padre, no debrías contentarte y satisfacerte con restaurar solamente los tribus de Jacob y convertir a las heces de Israel, porque el fin para que yo te mandé tomar carne es para que a toda la gentilidad alumbres y a todo el mundo redimas». A todos los que algo leemos nos es notorio que el profeta Esaías fué de nación hebreo, en oficio profeta, en condición noble, en sangre ilustre y en el escrebir muy elegante, a cuya causa debéis quexaros dél, porque os llamó heces de Israel, y escurriduras de Jacob, que no quexaros de mí, pues cuanto ha que con vosotros disputo, nunca os menté doctor cristiano, sino solamente al que es profeta y hebreo. Llamaros Esaías heces de Israel y escurriduras de Jacob, tan poca razón tenéis de quexaros dél como la tenéis de mí, pues otro profeta os llamó escoria; otro, carcoma; otro, polilla; otro, labrusca; otro, sentina; otro, orujo; otro, humo, y aun otro, hollín; de manera que como vosotros no os cansábades de pecar, tampoco cesaban ellos de os motejar. ¿Negarme heis vosotros, honrados judíos, que no tenéis ya del vuestro, sacerdocio, ni del vuestro cetro, ni del vuestro templo, ni del vuestro reino, ni de vuestra ley, ni de vuestra lengua, ni aun de vuestra Escriptura, sino las heces que huelen y las escurriduras que hieden? Lo que de vuestra ley era claro, era limpio, era prescioso y era oloroso, mucho antes de la encarnación se consumía, y lo poco que quedó, en Cristo se acabó. El summo sacerdocio, que había siempre de estar en el tribu de Leví, bien sabéis que no tenéis ya dél sino las heces, pues en tiempo de los buenos Machabeos no se daba a los levitas que tuviesen más méritos, sino a quien daba por él más dineros; de manera que el sacerdocio se compraba y se vendía como se compra y vende una ropa en el almoneda.

Del vuestro cetro real tampoco tenéis ya sino las heces, pues Herodes ascalonita no sólo usurpó vuestro reino, mas aun de industria hiço ahogar al príncipe Antígono, hijo de Alexandro, vuestro rey, en el cual mancebo se acabó el reino de Judea y la corona de Israel. Del vuestro antiguo templo que fué curioso en edificios y sancto en sacrificios, no tenéis dél sino las heces y escurreduras, pues sabéis vosotros muy bien que cuarenta años no más después que matastes a Cristo, los emperadores Tito y Vespasiano le quemaron, le robaron y le asolaron, de manera que dende en adelante no decían «este es el templo», sino «aquí fué el templo».

De la monarquía y señorío de vuestro reino tampoco tenéis ya sino las heces, pues sabéis que desde el tiempo que el gran Pompeyo pasó en Asia y os tomó el reino de Palestina, nunca más se fió de hombre judío guarda de fortaleça ni llaves de ciudad, ni gobernación de pueblo, ni título de señor, sino que para siempre quedastes subjectos a los romanos, no como súbditos, sino como esclavos. De la antigua lengua de vuestro hablar y de los antiguos caracteres de vuestro escrebir, tampoco tenéis ya sino las escurreduras y las heces, y que sea esto verdad pregunto a todos los de esta aljama, si sabe alguno de vosotros hablar la lengua de vuestros antepasados, y si sabe leer, ni menos entender ninguno de los libros hebreos, para en prueba de lo cual yo entiendo aquí relatar todo el origen de vuestra lengua hebrea; es a saber, dónde nasció y de cómo poco a poco se perdió.

Para entendimiento desto es de saber que el patriarca Noé, con sus hijos y nietos, luego que escapó del diluvio, se fué a tierra de Caldea, que está sita en el cuarto clima, y aquella fué la primera región que se pobló en todo el mundo, y de allí se poblaron los egipcios, y luego los fenices, y luego los etíopes, luego los sármatas, luego los griegos, y luego los latinos, que somos nosotros. En aquella tierra de Caldea nasció el patriarca Abraham: es a saber, de la otra parte del río Eufrates, junto a la Mesopotamia, y cuando Dios le llamó para que fuese su siervo y adorase a un Dios solo, vínose a morar a tierra de Canaán, que después se llamó Siria la Menor, y allí fué a do el buen viejo de Abraham hiço más su habitación y a do después de sus días dexó su generación. En tierra de Canaam tenían otra lengua que llamaban lengua sira, muy diferente de la que llamaban caldea, y como Abraham y sus descendientes morasen allí muchos años, como él y los suyos no pudiesen aprender del todo la lengua de aquella tierra, ni los de aquella tierra la de Abraham, fuéronse poco a poco corrompiendo las dos lenguas: es, a saber, la sita y la caldea, y hiço de ambas a dos una lengua que después llamaron la hebrea. Este nombre, «hebreo», quiere decir «hombre peregrino» o «hombre de la otra parte del río», y como Abraham había venido de allende de Eufrates, llamábanle todos el hombre hebreo, como quien dice hombre de allende los puertos; de manera que de llamarle a él hebreo se llamó su lengua hebrea, y no caldea, aunque él era caldeo.

Muchos doctores latinos y griegos quieren sentir que la lengua hebrea desciende de Heber y que es la lengua que se hablaba antes del diluvio; mas Rabialhaçer y Mosén Abudach, y Aphesruta, y Zimibi Sadoch, que son los más famosos y más antiguos doctores hebreos que vosotros tenéis, juran y afirman que la primera lengua del mundo se perdió en la confusión de Babilonia, sin quedar della ni sola una palabra. Ya que la lengua de Noé se perdió, y la lengua caldea se tornó sira, y la sira paró en hebrea, sobrevino irse Jacob y sus doce hijos a morar a Egipto, en la cual captividad como estuviesen muchos años olvidaron la lengua hebrea y no aprendieron a hablar bien la lengua egipcia, por manera que todo lo que hablaban era corrupto y aun muy mal pronunciado. Después de la destruyción del segundo templo, y de la total perdición de la tierra sancta, como todos vuestros padres fuesen por todo el mundo derramados y dados perpetuamente por captivos, y viendo nuestro Dios que no quedaba ya de vosotros sino las heces de Jacob, y la orrura de Israel, tuvo por bien que juntamente se acabase la orden de vuestro vivir, y la manera de vuestro hablar.

He aquí, pues, honrados judíos, probado por vuestros doctores proprios, en cómo de vuestra tierra, de vuestra lengua, de vuestra fama, de vuestra gloria y de vuestra antigua Sinagoga no tenéis ya sino las heces que dixo el profeta, y las escurreduras de la cuba, por manera que ni tenéis ya ley que guardar, ni rey que obedescer, ni ceptro de que os presciar, ni sacerdocio que honrar, ni templo a do orar, ni ciudad a do morar, ni aun lengua que hablar.

En todo lo que hemos dicho hasta aquí, solamente hemos dado en los broqueles, sin haber llegado a las manos, pues lo principal de nuestra disputa se queda aún de averiguar y aclarar: es a saber, probaros muy claramente en cómo habéis venido ya en tanta demencia y locura, que no tenéis sino las puras heces de la Escriptura sacra, porque no está en más toda vuestra perdición, sino en tenerla corrompida, y muy mal entendida. Y porque en ser verdadera la Escriptura que nosotros rescebimos y ser falsa la que vosotros confesáis, está el fundamento de vuestra obstinación y nuestra redempción, seráme aquí necesario de contar algo por estenso el principio de perderse vuestra Escriptura, como conté, adónde y cómo se perdió vuestra lengua.

Es, pues, de saber que salidos vuestros padres de Egipto, y antes que entrasen en la tierra de promisión los cinco libros de la ley que escribió el vuestro gran duque Moisén, y los que después escribió el profeta Samuel y Esdras, todos los escribieron en lengua hebrea, sin poner allí algún vocablo de la lengua egipcia. Como el vuestro Moisén era alumbrado de Dios en todo lo que hacía y no menos en todo lo que escrebía, quiso el Espíritu Sancto que aquella Escriptura sacra se escribiese en la antiquísima lengua hebraica, es a saber, en la que Abraham sacó de Caldea; en lo cual os daba Dios a entender que habíades de imitar a vuestro padre Abraham, no sólo en el vivir, mas aun en el hablar. En cuanto Moisén y Aarón, y Josué, y Ecechiel, y Caleph, y Gedeón, y los otros catorce duques de Israel que gobernaron vuestra aljama hasta la muerte del sancto rey David, siempre la ley de Moisén fué bien entendida y razonablemente guardada; mas después que aquellos buenos hombres se acabaron y los sucesores de David reinaron, nunca más anduvo la Sinagoga bien regida, ni aun la Escriptura sacra fué bien entendida. Quiero decir que no fué bien entendida de todos los doce tribus en común, porque algunas personas particulares hubo después en la casa de Israel, las cuales fueron a Dios nuestro Señor muy aceptas y que para su república fueron muy provechosas. Que vuestra ley no fuese bien entendida, paresce claro en que teníades prohibido en vuestra aljama que las visiones del Ecechiel, el sexto cap. de Esaías, el libro de los Cantares de Salomón, el libro del sancto Job y las Lamentaciones de Hieremías no fuesen leídas, ni menos glosadas de nadie, y esto no porque no eran libros sanctos y aprobados, sino porque no eran del todo bien entendidos.

Tampoco me podéis negar que vuestro rabí Salmón, rabí Salomón y rabí Fatuel, y rabí Alduhac, y rabí Baruch no dicen y afirman en sus escriptos y por ellos que después que salistes de la segunda captividad de Babilonia nunca más supistes hacer las cerimonias del templo, ni hablar la lengua hebrea, ni entender la sagrada Escriptura, ni cantar los psalmos de David, ni aun conoscer los lenguages antiguos. Tampoco me podéis negar que no hayan ido los de vuestro pueblo judayco en tiempo del gran sacerdote Mathatias a la corte del rey Antíocho, a le vender el reino y a se tornar gentiles, y lo que es peor de todo, que consentistes quemar públicamente todos los libros de Moisén, y poner estudio en Hierusalem a do se leyesen las leyes de los gentiles, y poner un ídolo en el templo sancto a do le ofresciesen encienso, como si fuera el Dios verdadero; las cuales cosas todas no osara yo deciros, si no las hallara escriptas en los libros de los Machabeos. Viendo pues, la summa verdad de Dios nuestro Señor que el vino de la ley se iba acabando y las heces y escurreduras descubriendo, y que se llegaba ya el tiempo en que los gentiles se habían de convertir y que en ellos se había la Iglesia de començar, permitió, y aun dió orden, en como todas las Escripturas santas se trasladasen en lengua griega, pues se había de perder la lengua hebraica.

Contando, pues, el caso de cómo esto pasó, es a saber, que siendo rey de Egipto Tholomeo Filadelfo, como presumía, y aun de hecho lo era, muy docto en la filosofía y muy sabio en la astrología, queriendo añadir saber sobre saber, procuraba este buen rey de tener consigo a hombres muy doctos y de buscar por todo el mundo todos los mejores libros, y de aquí es que daba cada día ración en su casa a más de docientos filósofos, y tenía en su librería sobre más de cinco mil libros. Oyendo el buen rey Tholemeo que entre los hebreos había varones sabios y que tenían libros antiguos, envió sus embaxadores al gran sacerdote Eleáçaro, rogándole y pidiéndole por especial gracia quisiese enviar algunos varones doctos, y que en la ley de Moisén estuviesen muy instructos, los cuales fuesen bastantes para trasladar de hebraico en griego toda la ley musaica, con todos los más libros que hubiese en su sagrada Escriptura. Luego condescendió el sacerdote Eleáçaro a lo que le envió a rogar el buen rey Tholomeo, y para cumplimiento dello escogió de cada tribu seis varones doctísimos, que por todos fueron setenta y dos varones, por cierto que debían ellos ser muy recogidos en las costumbres y muy doctos en las sciencias, pues merescieron ser tan altamente alumbrados del Espíritu Sancto que tuvieron nombres de intérpretes y renombres de profetas. Estos setenta y dos intérpretes son los más nombrados y los muy afamados en todas las historias antiguas y auténticas, los cuales transladaron de lengua hebrea en lengua griega todo lo que hasta allí estaba escripto del Testamento viejo, lo cual hicieron ellos con tanta verdad y fidelidad, que como a doctrina cathólica la tiene rescebida la Iglesia.

Fueron estos setenta intérpretes tan avisados, que doquiera que en la translación se tocaba algún misterio de la Trinidad o del Mexías que había de venir al mundo, como eran misterios tan altos y tan obscuros, y que era necesaria la fee para entenderlos, o ponían allí un signo, o dexaban por declarar el misterio, de manera que la Escriptura dellos, aunque no es falsa, es a lo menos en algunas partes obscura y en otras corta. He aquí, pues, honrados judíos, en como dixo verdad Esaías, en decir que érades heces de Israel y escurreduras de Jacob, pues hiço Dios merced al pueblo gentílico, no sólo de vuestro sacerdocio y de vuestro templo, mas aun de su Iglesia y de vuestra Escriptura sacra.

Prosigue el auctor la materia y declara cómo los hebreos falsaron las escripturas sacras.

Quédanos aún aquí de decir qué haya sido la ocasión de haber entre vosotros tantas glosas falsas y de estar vuestras Escripturas tan corrompidas, que, como nos enseña la experiencia, ninguno puede hacer buena cura, si primero no es la enfermedad bien conoscida. Es a saber, que (Numeri XI cap.) mandó Dios a Moisén que eligiese setenta hombres del pueblo que fuesen viejos y sabios, los cuales le ayudasen a gobernar y a llevar la carga del pueblo israelítico, que como Moisén era uno solo, no podía oír los pleitos todos del pueblo, y fueron tales y tan buenos todos los que Moisén escogió, que en el mismo día cada uno dellos ya profetizaba. Lo que entonces mandó Dios a Moisén que hiciese por descanso de su persona, tomó, después de él muerto la Sinagoga en costumbre perpetua, es a saber: que continuamente residían en la sancta ciudad de Hierusalem setenta hombres viejos y doctos, los cuales juntamente con el summo sacerdote tenían cargo de declarar todas las dubdas que nascían de la ley, y de oír y de sentenciar todos los pleitos que había en el pueblo. Tenían también estos setenta viejos cargo de hacer pregmáticas para la república, y aun se estendían a ordenar lo que había de hacer cada uno en su casa, y así es que éstos fueron los que ordenaron y mandaron que, antes que se asentasen a la mesa los hebreos, se lavasen muy bien las manos, de la transgresión de la cual cerimonia fueron los Apóstoles acusados y por Cristo defendidos. Si no se estendieran a más estos viejos de hacer pregmáticas en la república, y oír pleitos en la plaça, aún fuera cosa tolerable; mas aun estendiéronse a glosar la Biblia y a meter la mano en la Sagrada Escriptura.

Los principales glosadores vuestros fueron rabí Salmón, rabí Salomón, rabí Enoch, rabí Limudar, rabí Adán, rabí Elchana y rabí Jojade; las glosas de los cuáles tuvistes vosotros en tanto prescio y estima como si el mismo Dios las ordenara y Moisén las escribiera, de lo cual se siguió engendrarse grandes errores en vuestras aliamas y poner muchas falsedades en las Escripturas divinas. En tiempo de nuestro Cristo no acusaron los hebreos a sus discípulos de que habían quebrantado los mandamientos de Dios, sino de haber traspasado las ordenanças de los viejos; y, por el contrario, Cristo nuestro Dios no arguyó a los hebreos que quebrantaban las ordenanças de los vicios, sino que por qué quebrantaban los mandamientos de Dios. De lo cual se puede inferir que en más teníades vosotros lo que decía la glosa, que no lo que mandaba la Sancta Escriptura.

Tampoco me podéis vosotros negar que por las declaraciones falsas y entendimientos erróneos que dieron vuestros antepasados a la Biblia, no se levantaron en vuestra Sinagoga aquellas tres malditas sectas de hereges, es a saber, los aseos, los saduceos y los fariseos, los cuales pusieron en vuestra república gran escándalo y en vuestra ley mucho escrúpulo. Y porque sepáis que sé todos vuestros secretos, bien sabéis y sabemos que cuarenta años antes de la encarnación de Cristo hubo un judío en Babilonia que se llamaba Jonathán Abenuziel, el cuál fué tan estimado de vosotros, y en tanto tenidos sus libros, que dicen dél vuestros auctores haberse renovado en él la fe de Abraham, la paciencia de Job, el celo de Elías y el espíritu de Esaías. Este rabí Abenuziel fué el primero que trasladó la Biblia de lengua hebraica en la lengua caldea, lo cual hiço él con tanta verdad y fidelidad, que luego se dió a su glosa tanto crédito como si la escribiera el Espíritu Sancto. Este buen judío Abenuziel es el que a do dice el psalmista «dixit dominus domino meo», dixo él: «dixit dominus verbo meo». Y a do dice, en otro psalmo, «ego mortificor», dice él: «ego mortificor». Y a do dice «percutiam et ego sanabo», dice él: «percutiar et ego sanabo». Y a do dice «adversus dominum et adversus Christum eius», dixo «adversus dominum et adversus Mexiam eius». Y a do dice Salomón «viam viri in adolescencia», dixo él: «viam viri adolescentula». De manera que en sus palabras más parescía profetiçar que no glosar. La transtación de este judío Abenuziel es la que llamamos agora caldea, y de la que más usan en las iglesias orientales; es a saber, los armenios, los caldeos y los egipcios, y aun muchos de los griegos.

En el año sexto del imperio de Trajano, viendo los doctores de vuestra ley que muchos judíos se tornaban a la ley de Cristo, viendo que conforme a la translación de Abenuziel, era Cristo el verdadero Mexías que esperaban ellos, juntáronse todos en la ciudad de Babilonia, y allí mandaron, so graves penas, que más no fuese aquella glosa leída, sino a do quiera que la hallasen, fuese quemada. Condennada la glosa de Abenuziel por su Aljama, fué el caso que en el año cuarto del emperador Trajano se convertió de los gentiles a la ley de Moisén un sacerdote dellos, natural de la isla de Ponto, que había nombre Aquila, y la conversión deste Aquila al judaísmo fué, no por salvar en aquella ley su ánima, sino por poderse casar con una judía hermosa. Hecho, pues, judío Aquila, como era hombre docto y agudo, púsose a trasladar toda la Sagrada Escriptura: es a saber, de hebreo en griego, y ésta fué la primera translación que se hiço después que Cristo encarnó, que fué en el año centésimo cuarto después que nasció: la cual translación tuvistes en poco los judíos, por ser hecha del que había sido gentil, y los cristianos la tuvieron en menos, por haberla hecho el que se tornó judío. Cincuenta y dos años después que murió el judío Aquila, es a saber, en el año octavo del mal emperador Cómodo, hiço otra translación de hebraico en griego otro judío, que después se tornó cristiano, que se llamaba Theodocio, en la cual corrigió todas las faltas en que había sido Aquila defectuoso y aun no muy católico. Treinta y siete años después que murió Theodocio, es a saber, en el año nono del emperador Severo, hiço otra translación de la Biblia de hebraico en griego otro varón docto y virtuoso que había nombre Símaco, la cual fué por todo el Oriente muy bien rescebida, y dende a poco tiempo fué de todos reprobada.

En aquellos tiempos florescía en toda la mayor parte de Asia la heregía de los ebionatas, de la cual hace mención Sant Juan en el Apocalipsi, y dado caso que Theodocio y Símaco fueron fieles en sus glosas y ciertos en sus palabras, no quiso nuestra Iglesia sancta rescebir sus Escripturas, pues no tenía confiança de sus personas. Catorce años después que Símaco murió, que fué en el quinto año del emperador Helio Gábalo, acontesció que un patriarca de Hierusalem, que había nombre Johannes Budeos, halló en un soterraño de Hiericó todo el Testamento viejo y nuevo, transladado de griego en latín, el cual estaba fielmente escripto y católicamente transladado. Esta, pues, es la translación de que ahora comúnmente usa la Iglesia latina, y ésta es la que llaman por otro nombre «quinta edictio», y aun otros la llaman la translación hiericontina, que quiere decir la que se halló en Hiericó; el auctor de la cual hasta hoy ni se escribe quién haya sido, ni aun se presume quién podía ser. No diez años que esto pasó, es a saber, en el octavo año del emperador Alexandro, hijo de Mamea, un doctor nuestro, llamado Orígenes, corrigió la translación de los Setenta intérpretes, es a saber, añadiendo todo lo que en ellos fueron diminutos y aclarando los misterios en que fueron obscuros, poniendo a do algo declaraba una estrella y a do algo quitaba, una saeta.

Todas estas seis translaciones que arriba hemos contado, es a saber, de los setenta intérpretes, de Aquila, de Símaco, Theodocio y la de Hiericó, y la de Orígenes, las solían los antiguos poner en un libro, es a saber, escribiendo en cada plana seis columnas, y llamábase aquel libro «Hexapla, ab hex qui sex latine quasi sex translaciones in se continens». Bien cuatrocientos años después que esto pasó, un doctor nuestro, que se llama Sant Hierónimo, varón que fué en su edad muy docto en la Sagrada Escriptura, y aun también en la sciencia humana, y no menos diestro en la lengua griega, hebraica, caldea y latina, el cual también corrigió la translación de los Setenta intérpretes y después hizo él otra muy solenne translación por sí, de griego en latín, así del Testamento viejo como del nuevo, de la cual comúnmente usa agora nuestra Iglesia romana, aunque no en todos los libros, de manera que ésta es de la que más usamos y que en más tenemos.

También quiero que sepáis, honrados judíos, en cómo en el año de trecientos y catorce después que Cristo encarnó, se levantó entre vosotros un judío, de nación idumeo, que había nombre Maír, varón muy astuto y que en el arte de nigromancia era muy diestro, el cual tuvo tanto crédito con vosotros y entre vosotros, que os hizo entender que había, dado Dios dos leyes a Moisén en el monte Sinaí, la una en escripto y la otra de palabra; lo cual decía él que había hecho Dios porque al cabo de mucho tiempo se había de perder la ley escripta, y que entonces se publicaría la ley que había dado de palabra. Esta ley, decía el maldito judío de Maír que la reveló Dios a Moisén de solo a solo, y Moisén la reveló a Josué y Josué a su sucesor, y que desta manera vino de uno en otro hasta el mismo Maír y que a él le mandó Dios que la pusiese por escripto, y la revelase al pueblo judaico, porque ya la ley de Moisén se acababa y el pueblo se perdía. A esta ley segunda que hizo y inventó el vuestro judío Maír se llama en hebreo Misna, que quiere decir «ley secreta», la cual ley misna glosaron después muchos doctores vuestros, especial rabí Monoa, y rabí Andasi, y rabí Buthaora, y rabí Samuel, los cuales, juntamente con él y él con ellos, pusieron grandes maldades y no pequeñas mentiras, todas las más en perjuicio de la ley que Cristo os predicó, y aun de la que Moisén os dió. Esta ley misma es la que por otro nombre llaman vuestros rabís el libro del Talmud, en el cual dicen vuestros doctores que cuando Dios dió la ley a Moisén en el monte de Sinaí, que se hallaron allí las ánimas de David y de Esaías y Hieremías, y de Ecechiel, y de Daniel, y de todos los otros profetas, y se hallaron también allí las ánimas de todos los rabís de la Sinagoga, que habían de declarar las dos leyes de Moisén; y que después, andando el tiempo, crió Dios los cuerpos, y en fin dió en ellos aquellas ánimas. Bien sabéis vosotros que por ver los de vuestra Aljama, que según las profecías y ley de Moisén, era ya el verdadero Mexías venido, que fué Cristo, y que todo vuestro judaísmo era acabado, que por eso levantastes la ley que llamáis Misna y la glosa, que es el Talmud, con la cual tenéis engañada a la gente común de vuestro pueblo, y tenéis perdido a todo el judaísmo.

Concluyo, pues, todo lo sobredicho y digo que muy bien y muy rebién alegué contra vosotros la auctoridad de David, que dice «scrutati sunt iniquitates», y la otra de Esaías, que dice: «parum est mihi, ut suscites feces Israel», pues habéis falsado las Escripturas y habéis inventado otras leyes nuevas, y en esto no os hago injuria, porque más tornáis ya por la ley de Maír que no por la de Moisén. Y porque me he estendido a más de lo que pensé en esta plática, quédese todo lo demás para otra disputa.




ArribaAbajo- 30 -

Carta del filósofo Plutarcho al emperador Trajano, en la cual se toca que los gobernadores de repúblicas deben ser pródigos de obras y escasos de palabras. Intérprete, don Antonio de Guevara.


Soberano señor:

Muchos días ha que conozco ser de tan gran estima tu templança que el imperio romano, que es de todos deseado y de muchos procurado, ninguno de los mortales conosció de ti que le deseasses, y mucho menos que le procurasses. Refrenarse el hombre de no procurar honra sale de prudencia, mas no dar licencia al coraçón a que la desee: esta es obra divina y no humana, porque harto hace el hombre en ir a la mano a las manos, sin que haga represa de sus proprios deseos. Con raçón podremos decir ser bienaventurado tu imperio, pues heciste obras para merescerle y no buscaste mañas para alcançarle. A muchos conoscí yo en Roma asaz generosos y poderosos, los cuales no fueron tan honrados por los oficios que tuvieron, cuanto deshonrados por los infames medios que a ellos vinieron.

Hágote saber, serenísimo príncipe, que no consiste la honra del bueno en el oficio que agora tiene, sino en los méritos que antes tuvo; por manera que al oficio es a quien dan de nuevo la honra, que a él no le dan si no penosa carga. Acordándome que te crié desde moço y que exercité en las sciencias tu ingenio, no puedo dexarme de alegrar, lo uno con tu suprema virtud, y lo otro con mi buena fortuna, porque no es para mi pequeña fortuna que en mis días tenga Roma por señor al que en otro tiempo tuve yo por discípulo. Los principados tiránicos, por fuerça se alcançan y con armas se sustentan, lo cual ni tú has de hacer ni nosotros de ti tal pensar, sino que el imperio que alcançaste siendo a todos grato, le conserves siendo con todos justo. Si fueres grato a los dioses, paciente en los trabajos, cauto en los peligros, afable a los tuyos, benigno con los estraños, no cobdicioso de tesoros, ni amador de tus proprios deseos, perpetuarás para los siglos venideros tu fama y gobernarás en soberana paz la república.

No inconsiderablemente digo que no seas amador de tus proprios deseos, porque no hay gobierno tan mal acertado como el del que gobierna por su solo juicio. El que gobierna repúblicas, de todos ha de vivir recatado, y mucho más de sí mismo, porque cotejados yerros con yerros, más yerran los hombres por hacer lo que ellos quieren, que no por admitir lo que otros les dicen. Ni a ti empescerás, ni a nosotros dañarás, si ordenares a ti antes que ordenes a los otros, porque el más alto género de gobernación es ser propriamente pródigo de obras y escaso de palabras. Trabaja ser tal mandando cual eras siendo mandado, porque de otra manera, poco te aprovecharía haber hecho obras por las cuales el imperio te diesen, y después fueses tal porque te lo quitasen. Alcançar la honra, obra es humana; mas conservarla tengo por cosa divina. Guarte, Trajano, y no pienses que por ser príncipe supremo has de ser en todas las cosas señor absoluto, porque no hay auctoridad entre los mortales tan absoluta, que no tenga sobre sí a los dioses por jueces de lo que piensan y a los hombres por veedores de lo que hacen. Más obligación a ser bueno y menos lugar a ser malo ternás agora, que eres poderoso, que no cuando eras uno de los del pueblo, porque si andas solo, andarás apocado, y si acompañado, serás de todos mirado, por manera que con el imperio cobraste más auctoridad para mandar y menos libertad para holgar.

Si no fueres cual el pueblo romano piensa, y cual desea ques eas tu maestro Plutarcho, a ti pondrás en grandes peligros y de mí se vengarán las lenguas de mis émulos: porque la culpa de los discípulos siempre redunda en daño de los maestros. Habiendo sido yo tu maestro y siendo, como fuiste, tú mi discípulo, forçado es que del bien que hicieres me quepa a mí mucha gloria, y del mal que obrares se me siga a mí gran infamia. Las crueldades que hiço Nero en Roma la culpa dellas echan a su maestro Séneca, por no le haber castigado en la infancia, y de lo mismo notan al filósofo Esquilo, el cual fué muy floxo en la criança de su discípulo Leandro, y en el mismo yerro cayó Quintiliano, del cual se aprovechaban sus discípulos tanto para que los encubriese como para que les enseñase. Séneca y Chilo, y Quintiliano, varones fueron por cierto muy famosos y de quien se fió la criança de muy altos príncipes; mas por no los querer doctrinar, y menos castigar, macularon para siempre sus famas y echaron a perder sus repúblicas.

Pues mi pluma no perdona a los pasados, sey cierto, Trajano, que no perdonarán a ti, ni a mí los venideros, porque no puede ser cosa más justa que los que fueron deudos en la culpa sean herederos en la pena. Tú sabes lo que siendo moço te enseñé y lo que siendo ya hombre te aconsejé, y lo que después de príncipe te escrebí, y aun lo que a solas ha pasado entre ti y mí, en los cuales tiempos todos, si te acuerdas, nunca cosa te persuadí que no fuese en servicio de los dioses, o en provecho de la república, o en augmento de tu fama.

Sé te decir, Trajano, que por negocio que te haya escrito o dicho, o persuadido, o aconsejado, ni temo castigo de los dioses en la muerte, ni habría vergüença que lo supiesen todos los hombres en esta vida, porque siempre me tuve por dicho de nunca decirte palabra a la oreja que no la pudiese decir en la plaça de Roma.

Antes que te escribiese esta carta, hice muy grande examen sobre mi vida, para ver si en el tiempo que te tuve en cargo, si hice, o dixe ante ti cosa que te provocase a mal exemplo, y hallé por mi cuenta que nunca hice obra que no fuese de buen romano, ni jamás dixe palabra que no fuese de corregido filósofo. Mucho querría que te acordases de cómo te tuve en mi casa, te asentaba a mi mesa, doctrinaba tu adolescencia y te enseñaba mi filosofía; y esto no lo digo para que me lo hayas de agradescer, sino para que de ello te hayas de aprovechar, porque a mí no se me puede hacer mayor bien que decirme todos que eres bueno. Ten siempre en la memoria que si te dieron el imperio, no fué porque eras ciudadano romano, ni porque eras magnánimo, ni en sangre generoso, ni aun rico, ni poderoso, sino sólo porque eras virtuoso, y lo que es más de todo, que no te pide el pueblo que te mejores, sino que no te empeores. Yo te he escripto unos libros de república antigua; si quisieres aprovecharte de lo que en ellos he escripto y de lo que en otro tiempo te hube dicho, a mí ternás por pregonero de tus famosas obras y por cronista de tus grandes hazañas. Si por caso quisieres seguir tu parescer proprio y ser otro del que hasta aquí has sido, a los dioses immortales invoco y a esta carta pongo por testigo que si daño viniere a ti y al imperio, no fué por consejo de tu maestro Plutarcho.