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Letra para el jurado Nuño Tello, en la qual toca el autor por muy buen estilo las condiciones del buen amigo.


Honrado señor, y desavisado mancebo:

Después de leída y releída vuestra carta, hallé por mi cuenta que hay en ella algunas cosas a que responder y aun otras que reprehender, porque mirado lo que dize y como lo dize, es imposible, sino que debéis escrebir, hasta que la razón se agota y aun hasta que la pluma se cansa. No sólo habéis de mirar lo que escrebís, mas aun a quien lo escrebís, que, para deziros la verdad, cosa es muy honesta, al que habla con persona de alta estofa, mostrar un poco de turbación en la plática, porque en semejantes razonamientos, el mucho desempacho, es tenido por desacato. Teneos, señor, por dicho, que se desautoriza mucho, la autoridad del que oye, con la desvergüença del que propone. Tomad este consejo de mí, y es, que nunca toméis en la mano la pluma, hasta que deis dos o tres bueltas a vuestra memoria, tanteando lo que habéis de dezir, y aun cómo lo habéis de dezir, porque una bonedad, nescedad, si es malo dezirla, mirad quán malo es firmarla. Nunca escribáis carta de importancia, sin que primero hagáis della minuta, porque de otra manera, burlarán de lo que dezís, y no harán lo que pedís. Y pues entendéis lo que digo, y por qué lo digo, emendad de aquí adelante el avieso, y desta manera seréis respondido de buena gana, y nadie os acusará la rebeldía.

Escrebísme en vuestra letra, que querríades tenerme por señor, y escogerme por amigo, y si supiésedes quánto va de lo uno a lo otro, ni lo pediríades, ni aun lo pensaríades, porque escoger amigos y tomar señores son entre sí muy diferentes oficios, pues el amigo se toma por voluntad, y el señor por necesidad. El amigo sirve, el señor quiere ser servido: el amigo da, y el señor quiere que le den: el amigo sufre, y el señor enójase: el amigo calla y el señor riñe: el amigo perdona, y el señor véngase, y si esto es así como es verdad, tengo por cosa imposible, que se compadezcan juntos, el tenerme vos por señor, y el terneros yo por amigo. Tomandome por vuestro señor, habéisme de servir, y habéisme de seguir, y habéisme de obedecer, y aun habéisme de temer, las quales cosas todas son en perjuizio de la libertad que el coraçón tiene, y del reposo que el hombre quiere, y desta manera no podría ser menos, sino que algunas vezes en vos sintiésedes cansancio y en mí causásedes algún enojo. Ya podría también ser, que si os mandase yo como señor vuestro algo, que me dixésedes que os lo rogase como a amigo mío, y sobre si lo habíades de hazer como siervo, o despacharlo como amigo, anduviésemos un rato al pelo.

Pedirme también como me pedís, que sea vuestro amigo, es pedirme la mayor presea que yo tengo en este mundo: es a saber, obligarme toda mi vida a os amar, y de vuestro coraçón y del mío una sola cosa hazer, porque no se puede llamar verdadera amicicia, si el que ama no se transporta en lo que ama. El que ama, y lo que se ama, si verdaderamente se aman, con unos pies han de andar, con una lengua han de hablar, y con un coraçón solo se han de querer: por manera, que una vida los sustente, y una muerte los acabe. Muy estraña cosa ha de ser de amigo a amigo, osarse dezir no quiero, ni aun dezirle no puedo, porque entre los altos previlegios que tiene la amistad es, que el verdadero enamorado ha de dar hasta más no tener, y ha de amar hasta más no poder. En casa de los que se aman no ha de haber celemín con que midan el trigo, ni açumbre con que midan el vino, ni vara con que vareen el paño, ni aun obligación de haber recebido dinero, porque en las casas de nuestros verdaderos amigos, ni hemos de entrar llamando, ni hemos de pedir algo rogando.

A mucho se obliga el que a ser amigo de otro se obliga, pues no tiene licencia de negar cosa que se piden, ni de poner escusa a cosa que le manden. No terné yo por amigo, ni aun por buen vezino, al que me da algo por peso y medida, y al que pido algo y me pone en ello escusa, porque no es justo se ponga comigo en miserias el que yo amo con todas mis entrañas. Séneca en el libro De ira, dize que el hombre grave y prudente no había de tener más de un amigo, y por otra parte guardarse debe mucho de tener ningún enemigo, y en verdad, que él dize verdad, pues si son los enemigos peligrosos, también nos son los muchos amigos pesados, porque es en sí tan estrecha la regla de la amistad, que son muchos los que la prometen, y muy poquitos los que la guardan. La devisa de los verdaderos amigos es, que antes eligirán su pena con nuestra honra, que no su remedio con nuestra culpa. Mimo el filósofo dezía, que en igual grado sentía él el mal que tenía en los calcañares su amigo, que el dolor que tenía él en su coraçón proprio.

Son también obligados los verdaderos amigos, de sentir los agenos infortunios, en el grado que sienten los suyos y proprios, y esto se entiende, con que no se contenten con solamente sentirlos, sino que también ayuden a remediarlos: porque de otra manera, si les agradesciesen lo mucho que han llorado, también se quexarían de lo poco que por ellos han hecho. Preguntado Eschines el Filósofo, que quál era el mayor trabajo desta vida, respondió: No hay en el mundo otro mayor trabajo, que es perder el hombre lo que gana, y apartarse de lo que ama, y en verdad él dezía una muy alta sentencia, porque en lo uno pierde hombre los sudores, y en lo otro los amores. Es también previlegio de la amistad, que en igual grado sintamos las injurias que hazen a nuestros amigos, que las que nosotros mismos recebimos, porque a la hora que dan a ellos alguna pena, quitan de nuestros coraçones toda la alegría. Consejo es saludable que el amigo que tomáremos sea discreto para aconsejarnos, y sea poderoso para remediarnos, porque si le falta la discreción, no tenemos quien nos aconseje en la prosperidad, y si le falta el poder, no habrá quien nos remedie en la adversidad, de lo qual se podría seguir, que entre los plazeres nos perdiésemos, y con los enojos desesperásemos. Immensa es la necesidad que tiene el coraçón humano de tener cabe sí algún buen amigo, que le tenga amistad en presencia, y le guarde lealtad en absencia: porque al coraçón triste y apasionado no hay para él tan cruel muerte, porque quando desea la muerte, porque más tormento pasa el que de enojo se desea morir, que no el que de enfermo se vee morir. El que ha topado con amigo verdadero, ha topado con el mayor tesoro del mundo, la condición del qual ha de ser que nos alegre con su vista, nos remedie con su hazienda, nos aconseje con su palabra, nos defienda con su potencia, y aun nos corrija de nuestra culpa, porque el oficio del buen amigo es tenernos a que no cayamos, y darnos la mano para que nos levantemos.

También es condición del buen amigo, que sea muy discreto y que sea muy secreto: porque de otra manera, si nos cabe en suerte amigo nescio, no le podremos sufrir, y si es boquirroto, es para echarnos a perder. La hazienda, y la persona, y la consciencia, y la vida, puedense fiar del pariente, del conoscido, y del vezino, mas el secreto no, sino del amigo, porque si en este caso se toma mi consejo, nunca nadie descubrirá su coraçón sino al que le ama de coraçón. Cabe también debaxo de la ley de amigo, guardar lo que oyere, y callar lo que viere, pues a todo género de hombre le está bien el preciarse de callar, y el arrepentirse del hablar, porque infalible regla es se pague con vergüença lo que se yerra con rudeza.

Nunca por nunca debe el buen amigo ser lisongero de su amigo, porque tanto quanto más a una persona amamos, hémosla de favorescer como señores, defenderla como amigos, aconsejarla como padres, y corregirla como discretos. Deben también guardar los amigos a que no se çahieran lo que hizieren unos por otros, sino que el contentamiento del amigo se tome por premio del trabajo, porque jamás el coraçón se halla tan contento, como quando ha hecho lo que era obligado. También es regla, de amistad, que quando el amigo viere a su amigo puesto en algún grave peligro, no ha de esperar a que el otro le pida socorro, pues acontesce muchas vezes a los hombres afrentados y lastimados, que comiençan muy temprano a dolerse, y muy tarde a quexarse.

La virtud suele tener amigos, y la buena fortuna no suele estar sin ellos, y quales sean los unos, y quales sean los otros: al partir de la fortuna son conoscidos, porque a la virtud siguen los mejores, y a la fortuna los más y mayores. No todos los que son conoscidos son hábiles para ser amigos, y la causa dello es que aunque son muy honestos, son poco discretos, y a los talen y a los quales es muy más sano consejo amarlos, que no conversarlos: porque si merescen que amemos a sus personas, no son capaces para que les descubramos nuestras entrañas.

Estas y otras muchas más condiciones ha de tener el amigo, para que sea buen amigo, las quales hallaréis en mi boca, mas no en mi persona, y por eso os aconsejo, que ni por señor me tengáis, ni por amigo me elijáis porque para lo uno soy poco poderoso, y para lo otro menos virtuoso. No más sino que nuestro señor Iesu Christo sea en vuestra guarda, y a mí dé gracia que le sirva. De Logroño, a tres de mayo. Año M.D.XXVI.




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Letra para Micer Pere Pollastre, italiano, amigo del auctor, en la qual se toca quán infame cosa es andar los hombres cargados de olores y por más risas. Es letra para personas avisadas.


Especial señor y sospechoso amigo:

En los tiempos de Quinto Fabio, maestro que fué de los caballeros, como se combatiesen dos Romanos en un aplazado desafío, y el uno hubiese cortado el braço al otro, dixo el vencedor al caído: Desdízete de lo que dixiste y retráctate de lo que me levantaste, por que mi cruel espada no dé mal fin a tu infelice lengua. A estas palabras le respondió el herido. No hablas como caballero Romano, sino como mi muy mortal enemigo, pues hazes más cuenta de mi vida que no de mi honra, lo qual yo no quiero, ni aun tu consejo acepto, porque si me falta la mano para pelear, no me falta el coraçón para morir.

He querido contar aquí este tan antiguo exemplo, para traeros, señor, a la memoria, lo que yo he aun vergüença de relatar en esta carta: es a saber, que juráis y perjuráis, habérseos olvidado una poma olorosa en mi cámara, y que yo he sido el encubridor del que la hurtó, o que yo mismo la hurté. No os contentastes con embiarmelo a dezir una y dos y tres vezes, sino que para añadir error a error, me embiastes agora una infame carta de vuestro juicio escripta, y de vuestra mano firmada, y la sentencia de ella era venir llena de cólera, y muy vazía de criança. Algunos amigos míos y vezinos vuestros me escriben también de allá que os andáis quexando, y con todos, de la negra poma murmurando, afirmando que en mi cámara quedó, y en mi poder se perdió: por manera, que con la carta me desafiáis, y con la lengua me infamáis. Como dixo el Romano, de quien arriba conté, ni habláis como amigo, ni me tratáis como a Cristiano, pues tenéis en más vuestra poma, que no tenéis a mi honra. Yo, señor, estoy determinado de no hazer cuenta de mi injuria, ni responder con cólera a vuestra carta, porque mucho más me precio del hábito santo que traigo, que no de la sangre limpia do desciendo, pues soy cierto que a la hora de la muerte no me pedirán cuenta si anduve como caballero, sino si viví como cristiano. Las armas con que yo peleo, o a lo menos querría pelear, son éstas: es a saber, que el arnés es la paciencia, la celada la esperança, la lança la abstinencia, los braçaletes la caridad, y las grevas la humildad, con las quales yo me osaría morir, y sin las quáles yo no querría vivir. Dado caso que yo no quiera vengar esta injuria, no es justo que en este caso os dexe de dezir lo que me paresce, y aun lo que siento, y esto dirélo yo lo mejor que supiere, y lo menos mal que pudiere.

Las cosas que en este triste de mundo los hombres hazen con un grande ímpetu acelerado, y con un consejo demasiadamente cabeçudo, todas ellas proceden de poca prudencia, y de una superflua esperança, lo qual no debría nadie pensar, ni mucho menos hazer, porque los hombres apasionados y más sufridos, no han de hazer lo que la ira les persuade, sino lo que la razón les aconseja. Si de cada infortunio que la adversa fortuna nos embía, desmayamos y nos quexamos, no es menos sino que cada hora desesperemos y muy en breve nos acabemos, lo qual no es de hombres vergonçosos, ni tan poco de animosos, porque en casa del hombre sabio, no ha de derrocar tanta la impaciencia y pasión, que no edifique más la paciencia y razón.

Dezía Séneca en el primero libro De ira, que al hombre turbado infructuosa cosa era dezir le palabras fructuosas, pues sabemos que no tiene gusto para gustarlas, ni cordura para sentirlas, y lo que es peor de todo, que muchas vezes con lo que pensamos de la amansar, le vemos más enojar, porque reverdecemos en su memoria lo que fué causa de su pena. Todo esto digo para deziros, señor, que los hombres de bien como vos se deben guardar de caer en casos feos, ni de ser a otros penosos, pues sabéis y sabemos que una sola culpa suele infamar a una generación toda. La culpa de un rústico en él se acaba, mas la del hidalgo redunda en su generación toda, porque amanzilla la fama de los pasados, desentierra las vidas de los muertos, pone escrúpulo en los que agora viven y corrompe la sangre de los que están por venir. De llamarme vos ladrón no me corro, mas dezir que yo hize algún hurto, esto es de lo que yo me siento, que como señor sabéis, por especial blasón tienen en España llamarse los Guevaras ladrones, como tienen los Mendoça llamarse hurtados.

El abad Casiano dize que como a un santo monje de Scithia le dixesen y aun hiziesen muchas injurias y denuestos hombres malos y paganos, y después sobre todo ello le preguntasen que qué fructo sacava de su Cristo, respondióles el buen varón: ¿No os parece que es harto gran fructo el no me alterar de las palabras feas que me habéis dicho, y fácilmente perdonaros las atroces injurias que me habéis hecho? ¡Oh palabras altas y muy dignas de ser en los coraçones de los hombres escriptas, pues en ellas se nos da a entender, quán altísimo don es el de la paciencia, y quán necesario para la vida humana! ¿Qué vale el que paciencia no tiene? ¿Qué tiene el que sufrimiento no tiene? ¿Cómo vive el que sin paciencia vive? De todas las virtudes morales usamos de quando en quando, excepto de la paciencia, que hemos menester cada hora y momento, porque son tantos y tan súbitos los infortunios que arropel nos vienen y los desastres que por nosotros pasan que no nos vale vivir si no nos abezamos a sufrir y padescer, como estarnos abezados a comer y dormir. Si yo no estuviera abezado de otros semejantes que vos, a sufrir injurias, y a disimular palabras a la hora que tales lastimes me escrebistes, y tal testimonio me levantastes, había de embiaros a desafiar, o mandaros descalabrar, en pena de vuestra culpa, y en fe de mi innocencia.

Las cosas que tocan a la guerra, halas de determinar el rey; las que tocan a la república, la ley; las que tocan a la conciencia, el confesor; las que toca a la hazienda, la justicia; mas las que tocan a la honra, no otro sino la lança, porque si es justo que los pecados se lloran, no será injusto que los testimonios se castiguen. Acordandome que soy cristiano y no pagano, que soy religioso y no secular, que soy hidalgo y no rústico, quiero antes esta injuria olvidarla, que no vengarla, porque como dezía el magno Alexandro, mayor coraçón ha menester el hombre que está injuriado para su enemigo perdonar, que no para le matar. Si me infamárades que yo había hurtado algún papagayo hermoso, alguna gata muy linda, algún tordo que habla, o algún xerguerito que canta, ya pudiera ser que ni yo quedara corrido, ni vos saliérades mentiroso, porque los semejantes diges y coxixos, pidolos a mis amigos, y si no me los quieren dar, trabajo de los hurtar. Quererme vos levantar, y sobre ello porfiar, que yo os hurté la poma, o que fuí encubridor del hurto della, es dezirme lo que jamás intenté, ni en mi vida pensé, mayormente que una poma rica, como la vuestra, aunque la osara hurtar, no la osara traer, ni menos a nadie dar, lo uno por la consciencia, y lo otro por la vergüença.

El traer olores, y el preciarse de ungüentos preciosos, aunque no es gran pecado, es a lo menos sobrado regalo, y aun vicio bien escusado, porque al caballero mancebo, y generoso como vos, más honesto le es preciarse de la sangre que derramó en la guerra de África, que no de la algalia y almizcle que compró en Medina. Como naturalmente tengan todas las mugeres algunas ordinarias immundicias, y aun otras flaquezas caseras, a ellas solas se les permite el bien oler, mas no el mal bivir, porque la muger ilustre, y generosa, mucho más ha de oler a buena que no a algalia. Por rica y por bien conficionada que esté una poma, y por más y más que huela, no olerá un tiro de piedra, mas la buena fama huele por todo el reyno y la mala por todo el mundo.

Sea casada, sea biuda, sea doncella, o sea soltera, mucho debe la muger de bien vivir recatada, y hazer gran caudal de su honra, porque muy gran lástima y aun locura sería que nos oliese a perfumes su ropa, y nos hediese a ramera su vida. Por muchos reynos he andado, y en las cortes de los príncipes me he criado, mas hasta hoy por ver tengo a alguna muger que no se casase por no tener ricos olores, y a muchas oí repudiar por ser de malas costumbres, y paresce esto claro, en que nadie pregunta por una muger si huele bien, sino si vive bien. Preguntando yo a una muger de bien por una hija suya, que si tenía edad para se casar, y si tenía edad para regir casa, porque se quería casar un hombre de bien con ella, respondióme la madre estas palabras: Sepa vuestra merced, señor Guevara, que mi hija ha veinte y dos años no más, y si tiene buena edad, también tiene buena abilidad, porque yo no la enseñé a labrar, ni a hilar, ni a amasar, mas enseñéla a muy lindas pasticas de olores hazer, de manera que el que la llevare llevará con ella una muger que sabrá adobar para su marido guantes, y perfumar para sí las ropas: oída esta respuesta, ni supe si me reiría, o si me enojaría, porque aquel que se quería casar con la moça tenía oficio de herrero, andaba lleno de cisco, y dezirle al tal que su muger le adobaría unos guantes con algalia, no era más que echarle en la plaça una pulla. Que una muger sepa escoger olores, hazer pomas, adobar guantes, rociar camisas, estilar aguas, y amasar pasticas, no lo condeno, mas que no sepa otro oficio, desto reniego: porque no se ha de preciar de muger la que dentro de sus puertas no sabe hazer todo lo que hazen sus moças.

Dexemos ya las mugeres, y tornemos a hablar de los hombres, a los quales todos los filósofos, y aun Aristóteles con ellos, les prohibieron so graves penas, y les aconsejaron con dulces palabras, que no truxesen ricos olores, ni se arreasen con ungüentos odoríficos, condennando al que lo contrario hiziese, no sólo por vano, mas aun por liviano. Bien trezientos años estuvo Roma sin que en ella entrasen especias para comer, ni perfumes para oler, más después que fueron las guerras afloxando, se fueron también della los vicios apoderando: de lo qual podemos inferir que si no hubiese en el mundo varones ociosos, tampoco habría hombres viciosos.

Tito Livio, Macrobio, Salustio y Tulio comiençan y nunca acaban de maldezir, y aun de llorar, la conquista que tuvo Asia con Roma, y las victorias que Roma alcançó en Asia, porque si los Persas y Medos fueron vencidos con las armas de los Romanos, los Romanos fueron vencidos con vicios y deleites dellos. Hazer sepulturas, traer anillos de oro, echar especias en el manjar, enfriar con nieve el beber, y traer aromatas para oler, dize Cicerón escribiendo a Ático, que estos cinco vicios embiaron los Asianos presentados a los Romanos, en vengança de las ciudades que les habían tomado, y de la sangre que dellos habían derramado. Mayor daño recibió Roma de Asia que no Asia de Roma, porque las tierras que tenían los Romanos en Asia luego se perdieron, mas los vicios que Asia embió a Roma, nunca della salieron. Escauro, grave censor que fué en Roma, dixo un día en el Senado: De mi parecer y voto, no se hará más exército marino, pues sabéis, padres conscriptos, que con las armas de Roma matamos algunos en Asia, y que con los vicios de Asia perescen todos en Roma.

El que anda en la guerra peleando y el que trabaja en la tierra arando, más cuidado tienen de mantener a sus hijos que no de andar oliendo a ungüentos preciosos, de lo qual podemos inferir que los hombres mal ocupados, y que presumen de muy regalados, son los que se precian de bien oler, y se descuidan de bien vivir. En el año de trezientos y veynte de la fundación de Roma, prohibió el gran Senado de Roma que ninguna muger fuese osada de beber vino, ni ningún Romano fuese osado de comprar algalia, ni ámbar, ni estoraque alguno, por manera, que en la antigua Roma, en igual grado castigavan a los hombres que andaban oliendo, que a las mugeres que tomaban bebiendo. Si esta ley hoy se guardase, y a debida execución se llebase, tengo para mí creído que no se pasase día en el qual alguna muger no fuese justiciada, porque en caso de beber, yo no digo que beben vino, mas digo que tan bien muerde la perra como el perro.

Al propósito del oler, dize Suetonio en el libro décimo De Cesaribus, que como el Emperador Vespasiano tuviese la pluma en la mano para firmar una merced que había hecho a un caballero Romano criado suyo y de súbito le oliesen las ropas dél a un olor suavísimo, arrojó la pluma y rasgó la carta, y con cara sañuda le dixo: Revocote la gracia y vete de mi casa, que yo te juro por los immortales dioses, holgara más que me olieras a ajos que a estos feminiles ungüentos. Plucio, varón que fué Romano, y no de linaje obscuro, quando por la conjuración de los Triumvirates le buscaban para matar, cosa es notoria que le sacaron de las cuevas de Salerno, no por las pisadas que por el camino hazía, sino por el rastro de los olores que por las sendas dexaba, de manera, que habiendose escapado de los enemigos, le entregaron los ungüentos. Del gran Hanníbal Cartaginense cuentan sus historiadores antiguos, que habiendo él sido en su mocedad príncipe muy robusto, y capitán muy regalado, fué el caso, que a la vejez las damas de Capua, y los ungüentos de Asia, le afloxaron tanto las fuerças del cuerpo y le enternecieron el vigor de su ánima, que dende en adelante nunca acertó en cosa que hiziese, ni venció batalla que emprendiese. Aulo Gelio cuenta, que como en el Senado Romano debatiesen sobre qual de dos capitanes embiarían a la guerra de Panonia, llegando el voto a Catón Censorino, dixo: De los dos que dizes, yo quito el voto a Pulio el moço, aunque es mi deudo, porque nunca le he visto venir descalabrado de la guerra, y veolo andar oliendo por Roma. Catorze años había que tenían los Romanos cercada a la gran Numancia en España, y no la podían tomar, y como el buen Scipión viniese de refresco y mandase de los reales Romanos echar las golosinas, y desterrar las rameras, y quemar los ungüentos, a la hora la tomó, y aun asoló. El filósofo Ligurguio en las leyes que dió a los Lacedemonios les mandó, so gravísimas penas, que nadie fuese osado de comprar ni vender cosas odoríferas, ni ungüentos preciosos, si no fuese para ofrecer en los templos, o para medicina a los enfermos.

De todos estos exemplos, y de más y más que podríamos contar, se puede bien coligir quán prohibido ha sido siempre al hombre de bien el buscar olores, y el andar siempre oliendo, porque hablando la verdad, es de tal calidad este infame vicio, que causa al coraçón muy poco plazer, y a las gentes da mucho que dezir. Torno a dezir que aun para vicio es cevil vicio el preciarse hombre de andar oliendo, porque es dañoso, y aun muy costoso, lo qual parece claro, en que el traer de muchos olores, se siente en el gasto de la bolsa, y en el dolor de la cabeça. Rociar una camisa con un poco de agua rosada, aprúebolo; rociar un pañizuelo de narizes con agua de trébol, admitolo; roziar unas almohadas con un poco de agua de azahaar, lóolo; mas comprar unos guantes adobados por seis ducados maldígolo, porque guantes de tres reales arriba, nadie los compra por necesidad, sino para curiosidad o liviandad. Lo que a mí me haze reir, y aun por mejor dezir rabiar, es que hay muchos vanos y livianos que tienen ánimo de comprar unos guantes de diez ducados para su amiga, y no tiene coraçón para dar a su hermana una cofia o gorguera, de lo qual podemos inferir que en casa del hombre loco más hazienda gasta la opinión que no la razón. Et erit pro suavissimo odore fetor, dezía el profeta, y es como si dixese: Tiempo vendrá en el qual andarán penando los que anduvieron acá oliendo, y en el lugar de los ungüentos preciosos, olerán a hedores muy horrendos. Destas palabras del profeta podemos coligir que el darse los hombres a los olores es cosa abominable delante Dios, escandalosa en la república y peligrosa para la consciencia, y aun muy costosa para la bolsa, y que esto pase ansí, téngolo por permisión de Dios: es a saber, que los muchos olores les cuesten muchos sudores, y que el verdugo de su locura sea la falta de su bolsa.

Si los hombres a mí me creyesen y los mancebos conmigo se aconsejasen, ellos trabajarían por bien oler, y no andarían buscando que oliesen: porque no hay so el cielo cosa que tan bien huela como es la buena y limpia fama. El que es bueno, de todos es amado: de lo qual se colige que huele mucho el que huele a bueno, y hiede mucho el que hiede a malo. Sea, pues, la conclusión, que el buen cristiano es el suave ungüento, la buena consciencia es la rica algalia, y la buena vida es la buena poma, y esta poma es la que yo quería hurtar, y toda mi vida comigo traer. No más sino que nuestro Señor Dios sea en vuestra guarda, y a mí me quiera dar gracia para que le sirva. De Çaragoça a VI. del mes de octubre. Año M.D.XXIX.




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Letra para el abad de Compluto, en la qual se declara por qué dios da tribulaciones a los justos


Antonius de Guevara predicator & chronista Imperialis, domino Abbati Complutensis Ecclesiae salutem impartitur plurimam. Binas tuas recepi literas, quibus dicis: te omnibus in rebus, erga me vivere amicitiae officio functum. Ter, quaterque fateor quod dicis, & immensas ago gratias pro eo quod facis. Nec ego amicum habuisse unquam scio, qui verior aut fincerior fuerit, nam ersi solent res fecundae immutare homines, te tamen erga me nulla amplitudo fortunae mutavit. Tu quidem mihi, & ego tibia cunabulis semper fuimas idem. Tu alter ego, & ego alter tu, unaque anima incolens duobus corporibus. Nescio qui de re alii sentiant, ego te alterum Scipionem alterum Peladem, alterum Ioanathm, alterum Simicium, alterum Prometheum sum expertus: Que cunque volui, te adiuvante semper sum consecutus.

Quaeris a me, cur Deus Optimus & Maximus patiatur, ut tot adversa aveniant bonis viris. Ad hoc tibi respondeo, quod nil accidere bono viro mali potest quia non miscentur contraria, ut inquit philosophus. Adversarum rerum impetus, viri fortis conturbat sed non vertit animum, quia semper in eodem statu permanet. Vir bonus & iustus omnibus externis laboribus et patientior, sentit illa, & non victus, sed victor evadit. Tunc apparet qualis & quantus sit, & quibus polleat virtutibus, cum ostendit quid eius possit patientia. Omnia ad exercitationes putat, quia virtus sine adversario marcet. Non expedit heroico viro ut dura ac difficilia formidet, & de facto conqueratur, quia equo animo ferenda sum omnia ut inquit divus Plato, non quid, sed quemadmodum feras interest. Deus Optimus & Maximus, habet adversus bonos viros, paternum animum, nam castigat omnem filium quem recipit, ut verum colligat roborem. Languent per inertiam faginata, ne labore tantum, sed etiam mole & ipso suo onere defici, ut inquit Seneca, non fert ullum ictum illaesa felicitas. At ubi assidua rixa fuit cum fuis incommodis, callum per iniurias duxit, nec ulli malo cedit, sed etiam si succederit, de genu pugnat. Est enim Deus amantissimus bonorum, & illis ferocem fortunam, cum qua exerceantur assignat. Ne unquam boni viri miserearis, potest enim miser dici, sed non potest esse. Saepe, immo saepissime, sonat & vibrat in auribus meis vox illa Demetrii dicentis. Nil mihi videtur infelicius, cocusnil unquam cucnit adversi. Saepe adversa fortuna, fortissimos viros & sibipares querit. Contumacissimum & fortissimum quemque aggreditur, adversus quem vin suam exerceat, quid ultra dicam de fortuna: Ignem experitur in Mucio, paupertatem in Fabricio, exilium in Rutilio, tormenta in Regulo, venenum in Socrate, ingratitudinem in Scipione, gladium in Caesare, sanguinem in Cathilina, & mortem in Cathone. Non invenit magnum virum, nisi mala fortuna. Infelix est Mutius, quia sua dextera ignes hostium premit? Infelix est Fabricius, qui agrum suum quantum a republica vacavit manu propria fodit? Infelix es Torcatus, qui bellum gessit, non solum cum Pirro, sed etiam cum divitiis oblatis ab eo? Infelix est Lucius Irreneus, cum ad focum coenaret illas radices, quas bonus fenex in agro triumphali emulsit? Infelix est Regulus, quem adversa fortuna duxit in crucem, & quem documentum fidei, & exemplum pacientiae fecit? Qui talia patiuntur, absit ut infelices eos vocemus, sunt enim felices, non parva, sed felicitate magna. De hoc hactemus sufficit. Vale, interrumque vale. Ex Pincia, die xij, Maij, millesimi, quingentesimi duodecimi anni.