Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo- 33 -

Letra para el almirante don Fadrique Enrríquez, en la cual se declara una auctoridad de la sagrada escriptura muy bien tocada.


Muy ilustre archimarino:

Delante el alcalde Ronquillo estoy determinado de emplazar a Vuestra Señoría para que, llamadas y oídas las partes, juzgue y sentencie entre nosotros si, siendo, como soy, hidalgo y cortesano, tengo obligación de responder luego a todas sus cartas y exponer y declararle todas sus dudas. Como sois, señor, tan contino en me escrebir y vuestro solicitador no es perezoso en me solicitar, yo confieso que muchas veces doy al demonio al criado y aun a la sazón que no ruego a Dios por el amo. Quexándome yo ayer a vuestro solicitador, porque tanto me importunaba, y porque tan a menudo me molía, respondióme él con muy buena gracia: «Mirad, señor maestro: hago os saber que el Almirante, mi señor, quiere a vuestra reverencia para que le escriba como amigo, le envíe nuevas como chronista, le declare sus dudas como theólogo y le conseje su consciencia como religioso». A esto le torné yo a replicar: «Si vuestro amo, el Almirante, quiere ser bien servido, también quiero ser yo muy bien pagado, y la paga ha de ser por oficio de chronista, de theólogo, de amigo y consejero, que pues no puedo ganar de comer con la lança, lo tengo de ganar con la pluma». Todo este fiero hice, no porque me déis, señor, de comer, sino porque me dexéis de importunar, porque gracias a Nuestro Señor, el Emperador, mi señor y amo que es, no sólo me ha dado lo que he menester, mas aún para que tenga a otros que dar. El bien que tenemos con los príncipes es que, si somos obligados a servirlos, tenemos siempre licencia de pedirles. Será, pues, la conclusión que con la intención que yo dixe aquellas palabras acá, las tome Vuestra Señoría allá, que al fin, al fin, por más que riñamos y nos enojemos, habéis de hacer lo que os rogare, y yo tengo de hacer lo que me mandardes.

Escrebísme, señor, que os escriba, cómo se entiende aquella palabra de Esaías a do dice: «Ve tibi, Hierusalem, quia bibisti calicem ire dei, usque ad feces». Quieren decir estas palabras: «¡Ay de ti, Hierusalem, porque bebiste el cálice de la ira de Dios hasta las heces!». Pedís, señor, una materia tan alta y una cosa tan profunda, que querría yo más sentirla que no decirla, gustarla que no escrebirla, porque saben más della los que se dan a la contemplación que no los que se ocupan en la lection. Es, pues, agora la duda que pues Dios Padre envió a Christo, su Hijo, un cálice que bebiese de amargura, porque Hierusalem es reprehendida por el cálice que bebió de ira. Cálice era el uno y cálice era el otro; de amargura el uno, y de ira el otro; a la Sinagoga cupo el uno, y a la Iglesia cupo el otro; Christo bebió del uno y Hierusalem bebió del otro; Dios envió el uno y Dios envió el otro. Pues si esto es así, ¿por qué loan tanto al cálice que Christo gustó y condenan al que la triste de Hierusalem bebió?

Para entender esta profundidad de escriptura hemos de presuponer que hay dos maneras de cálices; es a saber; cálice que se dice simplemente de solo Dios, y cálice que se dice con aditamento que es de la ira de Dios; y hay entre los dos cálices tanta diferencia, que en el uno bebemos el cielo y en el otro sorbemos el infierno. No es otra cosa el cálice sancto de Dios, sino las tentaciones, hambre, frío, sed, persecuciones, destierros, pobreza, tentaciones y martirio, de las cuales cosas da Dios a beber y gustar a los que Él ha elegido que le sirvan, y tiene predestinados a que se salven. Aquel a quien Dios da deste cálice a beber es señal que está empadronado con los que se han de salvar, por manera que no podemos escapar de los infiernos, si no fuere a costa de muy grandes trabajos. Profundamente es de mirar que dixo Christo que el cálice no se diese a sola su persona, sino que pasase también a su iglesia, por manera que dél bebió, mas no le acabó, porque si Christo todo el cálice bebiera, sólo Christo en la gloria entrara, y por eso rogó a su Padre que pasase el cálice a los de su iglesia, porque todos entrásemos con Él en la gloria. ¡Oh alto y inaudito misterio, que estando Christo en el huerto a escuras, solo, de rodillas prostrado, sudando, orando y llorando, no pide a su Padre que a los escogidos de su iglesia haya de regalar, sino que del cálice les dé algún sorbo a beber! De aquel cálice de amarguras y trabajos sólo Christo bebió hasta hartar, porque Él solo fué bastante a nos redimir; todos los que venimos después de Christo, si no podemos beber hasta hartar, oxalá bebamos lo que abaste a nos salvar. La cruz de Sant Pedro, el aspa de Sant Andrés, el cuchillo de Sant Bartholomé, las parrillas de Sant Llorente y los guijaros de Santiesteban, ¿qué otra cosa son sino unas arras que de Christo rescibieron y unos sorbos que de su cálice bebieron? Tantos más grados terná uno en el cielo de gloria cuanto más bebió del cálice de Christo en esta vida, y por eso le debemosrogar cada día con lágrimas, que si no pudiéremos todo su cálice beber, a lo menos que nos lo dexe gustar. El cálice de Christo, aunque de beber es acedoso, después de bebido hace muy gran provecho; quiero decir que los trabajos que por ser buenos padescemos, nos dan tanta pena cuando los pasamos, como dan placer después de haberlos pasado. Provéase cada uno de vinos de Illana, de candiotas de Candía, y de fondones de Rivadavia, que para mi consolación y salvación no pido a Dios sino que todos los días que me quedan de vida me dexe beber siquiera una gota.

Hay otro cálice que se llama el cálice de la ira de Dios, del cual hablar las entrañas se me abren, el coraçón se me parte, las carnes me tiemblan y aun los ojos me lloran. Con éste nos amenaza Dios, déste es el que habla el propheta, déste bebió la triste de Hierusalem, déste se emborrachó la infelice Sinagoga y por la borrachez de éste fué la casa de Israel desterrada de Judea y trasladada en Babilonia. Aquél bebe del cálice de ira que cae del estado en que estaba de gracia, de lo cual se sigue que muy más muerta está el alma sin gracia que lo suele estar un cuerpo sin alma. Entonces se dice tener Dios ira, cuando de nosotros Él se descuida, y el día que nos descuidaremos de le tener, y Él se olvidare de nos amar, al fin de la jornada nos condenaremos, y a cada paso tropeçaremos. ¡Oh cuánto va de la ira que muestran los hombres a la ira que llaman de Dios! Porque los hombres, citando están airados, castigan; mas Dios, cuando tiene ira, dexa de castigar, por manera que más castiga Dios a un malo cuando con Él disimula, que no cuando luego le castiga. No hay mayor tentación que no ser tentado; no hay mayor tribulación que no ser atribulado; no hay mayor castigo que no ser castigado, ni aun mayor açote que no ser de Dios açotado. Del enfermo que el médico desafiuzia, poca esperança hay de vida; quiero decir que del pecador que Dios no castiga, tengo de su salvación gran sospecha.

Es mucho de notar que no sólo amenaza el propheta a Hierusalen porque bebió del cálice de la ira, sino porque también bebió las heces dél, hasta no dejar nada; por manera, que si más hubiera, más bebiera. Beber el cálice hasta las heces es en que habiendo ofendido a Dios con los cinco sentidos, habiendo cometido los siete pecados mortales, habiendo delinquido en algunos artículos y habiendo pecado con todos los miembros, si como son los mandamientos diez, fuesen diez mil, poder podríamos morir, mas no dejar de en todos pecar. Beber el cálice hasta las heces es que no nos contentaremos con quebrantar un mandamiento, ni quebrantar dos, ni aun quebrantar tres, sino que por fuerça se han de quebrantar todos diez. Beber el cálice hasta las heces es que si cometemos un pecado al día, cometemos con el pensamiento dos mil cada hora. Beber el cálice hasta las heces es que si dexamos de cometer algunos pecados, no es por no querer, sino por no poder, o por no saber. Beber el cálice hasta las heces es que no nos contentamos con solamente pecar, sino que nos presciamos y alabamos haber pecado. Beber el cálice hasta las heces es que, cometiendo, como cometemos, todas las maneras de pecados, no podemos sufrir a que nos llamen pecadores. Beber el cálice hasta las heces es tener ya tanta desvergüença en el pecar, que osamos convidar y importunar a otros que pequen. Beber el cálice hasta las heces es tener los deseos de sancto y en las obras ser un demonio.

He aquí, pues, señor Almirante, lo que yo siento de aquellas palabras del Propheta, y he aquí lo que me paresce de vuestra duda, y ruego a Dios Nuestro Señor sea Él servido merezcamos beber del cálice que bebió Christo, y no del cálice que escribió Hieremías.

No escribo a Vuestra Señoría nuevas desta Corte, como le suelo escribir, porque me paresce cometer traición a la Sagrada Escriptura, si al pie de tan sancta materia pusiese alguna cosa profana.

No más, sino que el Señor nos dé su gracia.

De Madrid, a XXV de março.




ArribaAbajo- 34 -

Letra para el gobernador Luis Bravo, porque se enamoró siendo viejo. Es letra que conviene que lean los viejos antes que emprendan amores.


Noble y descuidado señor:

Intitularos noble o muy noble, virtuoso o muy virtuoso, magnífico o muy magnífico, es levantaros un falso testimonio; porque averiguada la edad que tenéis y sabida la vida que hacéis, ni en vos hay nobleza ni en vuestra vida limpieza. La carta que me escrebistes agora bien parescía ser del ordimbre de vuestro juicio y de la estofa de vuestra mano, porque en ella se conoscía muy claro cuán poco caso hacéis de la honra y cuánto menos de la vergüença. Si vos no me engañastes, y si vuestro hermano no me mintió, para cumplir sesenta y cuatro años no os faltaban entonces sino dos meses, y esto se entiende con haber pagado el diezmo dellos al obispo de Córdoba y todas las primicias al cura de la Magdalena. En siglo tan largo, en edad tan prolixa y en años tan antiguos como los vuestros razón fuera de haber cobrado seso y de haber sobre vos tornado; mas tal es la propiedad de los obstinados en vicios, como vos, que primero se les acaba la vida, que veamos en ellos alguna enmienda. Esto digo, señor compadre, porque no me pesa tanto de lo que en vuestra carta me decís cuanto de la ocasión que me dais a no sabrosamente os responder, que pues vos me escrebís materia de liviandad, libre quedo yo de responderos con gravedad.

Contando, pues, el caso, digo que me ha caído en mucha gracia en que siendo yo christiano theólogo, predicador, sacerdote, religioso, y aun de los muy observantes, de Sant Francisco, me metáis agora en chistes de amores y me empadronéis con los muy enamorados. En este caso yo confieso que nascí en el mundo, anduve por el mundo y aun fuí sólo uno de los muy vanos del mundo. También confieso que gasté mucho tiempo en ruar calles, ojear ventanas, escrebir cartas, requestar damas, hacer promesas y enviar ofertas, y aun en dar muchas dádivas; las cuales cosas todas las digo, para mayor mi confusión y menos condenación. Doy gracias al inmenso Dios que en el mayor hervor de mi juventud y en lo más peligroso de mi edad me sacó del siglo y me encaminó a ser religioso, en el cual estado tengo mucho lugar para le servir, y ninguna ocasión para le ofender. En el estado que Dios me llamó y en hábito que para mí elegí, muy más culpado sería yo si fuese malo que lo sería ninguno de los que estáis en el mundo, porque allá, en el mundo, algunos dexan de ser buenos, porque no pueden, mas acá, en la religión, no, sino porque no quiere. Tener en la religión las paredes altas, la clausura estrecha, cerrar las puertas del monesterio, huir la conversación del mundo, comer manjares gruesos, vestir hábitos muy ásperos, no es por que en aquellas cerimonias ponemos la perfección, sino por huir de la ocasión. No dexo de confesar que allá en el mundo muchos son buenos; mas junto con esto digo que en la religión estamos menos ocasionados, que a la verdad, entre mil, apenas hay uno que se abstenga del pecado, cuando le viene a la mano el vicio. Esto digo, señor compadre, para que sepáis, si no lo sabéis, que a otros de vuestro oficio, y a otros que están muy çahondados en el mundo pudiérades descubrir vuestros amores y escrebir vuestros dolores, porque mi oficio más es enseñaros a confesar que mostraros a requebrar. Escrebísme una cosa, la cual habíades de tener vergüença de la escrebir, pues la tengo yo agora de os responder; conviene a saber, que al cabo de sesenta y cuatro años, andáis agora muy metido en amores. Enviáisme también a rogar en vuestra letra que os escriba una carta de amores para vuestra amiga, en la cual persuada a que cumpla con vos, aunque olvide un poco a Dios. Pues yo no sé quién es, ni conozco a vuestra amiga, mucho querría que le mostrásedes esta mi carta, porque si es bien leída y entendida, hallaréis a mí vengado de vuestra desvergüença y a vos avisado de vuestra porfía, y a ella desengañada de vuestra locura. Y porque no parezca hablar de gracia, tiempo es que demos licencia a que diga en esto lo que siente mi pluma.

A tal edad como la vuestra, falso testimonio os levantéis en decir que padescéis dolores y morís de amores, porque a los semejantes viejos que vos no los llamamos requebrados, sino resquebrajados; no enamorados, sino malhadados; no servidores de damas, sino pobladores de sepulturas; no de los que regocijan al mundo, sino de los que ya pierden el seso.

En tal edad como la vuestra, más os habéis de regir por la campana que tañe a las diez a queda, que no por la que tañe de mañana a prima.

En tal edad como la vuestra, puede ser que vos améis, mas es mentira que seáis amado; porque la triste enamorada que os quiere escuchar, no es por el contento que tiene de vuestra persona, sino por el apetito que tiene de vuestra hacienda.

En tal edad como la vuestra, ninguna cosa les escuchan de veras, sino que todo para en burlas; porque las mugeres taimadas y enamoradas de este tiempo a los mancebos admiten para se holgar y a los viejos oyen para dellos burlar.

En tal edad como la vuestra, no sois ya para pintar motes, tañer guitarras, escalar paredes, aguardar cantones, y ruar calles; como sea verdad que las mugeres vanas y mundanas no se contentan con ser solamente servidas y pagadas en secreto, sino que también quieren ser requestadas y festejadas en lo público.

En tal edad como la vuestra, no se sufre traer çapatos picados de seda, media gorra toledana, sayo corto hasta la rodilla, polainas labradas a la muñeca, gorjal de aljófar a la garganta, medalla de oro en la cabeça y de las colores de su amiga la librea, como sea verdad que las mugeres tales y cuales, no sólo quieren que sus enamorados sean cuerdos en lo que escriben, mas aún muy polidos y galanes en lo que visten.

En tal edad como la vuestra, en ninguna manera podéis sufrir, y menos disimular, la importunidad dellas en cada día pedir y la frecuentación que tienen en cada hora escrebir, mayormente que las mugeres cuercas y enamoradas luego paran sus amores y comiençan a dar sus quexas, si no les dan todo lo que piden, y no les responden a todo lo que quieren.

En tal edad como la vuestra, no se sufren tristezas fingidas, gemidos mundanos, no sospiros livianos, como sea verdad que las mugeres requestadas y mundanas luego se amotinan y desgracian con sus servidores, si no les escriben como lastimados y no les rondan las puertas con sospiros.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya andar a buscar nuevos manjares que presentar, ni nuevas joyas y preseas que dar, porque son las mugeres tan antojadizas, y tan mal contentadizas, que a la hora aborrescen a los que quieren y burlan de los que aman, si no les dan cada semana un dix que traer, y no les envían cada día un regalo que comer.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya dar cuenta de lo que hacéis, ni descubrir a nadie los negocios, que tratáis, lo cual vuestra enamorada no podrá sufrir ni menos disimular, porque si cada noche no le dais cuenta de los pasos en que andáis y de los pensamientos que tenéis, teneos por dicho que os ha de volver las espaldas en la cama, y aún estar muy rostrituerta a la mesa.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya estar atado y andar amedrentado, para que no oséis ir a donde quisiéredes y entrar a donde os plugiere, lo cual vuestra amiga no os sufrirá ni menos disimulará, porque el día que supiere en cómo rondáis la puerta de otra, a vos os dexará y a ella infamará.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya que tengáis veedores sobre vuestra hacienda, ni quien mande más que vos en vuestra casa, lo cual, aunque os pese, habéis de sufrir, pues os determinastes de enamorar, porque es de tal condición la muger amigada, que le habéis de dar todo lo que quisiese y dexar hurtar todo lo que pudiese.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya gastar algo demasiado, ni emplear mal vuestro dinero, el cual el enamorado no puede hacer, ni con su amiga lo puede acabar, porque el día que tomáredes a cargo una muger, no os ha de agradescer el ordinario que le dais para sus alimentos, sino, que cada día os ha de pelar para sus apetitos.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya suspender los negocios graves y provechosos por seguir los inútiles y cumplir con los vanos y livianos, de lo cual apelará, y aun reñegará, vuestra amiga, porque la condición de las tales es pensar que todos vuestros negocios son de voluntad, y el servir y contentar a ella es de necesidad.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya cerrar las puertas a vuestros amigos ni dexar de visitar a vuestras conoscidas, de lo cual murmura, y aun malamente os reñirá vuestra querida amiga, porque lo primero que las tales mandan a sus enamorados es que se aparten de toda agena conversación y se hagan a sola su condición.

En tal edad como la vuestra, no se sufre aún casar, cuanto más osarse enamorar, porque, por vana y mundana que sea una muger, a los hombres de sesenta y cuatro años, como vos, más os quieren ya para que les deis buenos consejos que no para tener de vos hijos.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya dejar de decir las verdades ni servir a nadie con lisonjas, la cual condición no cabe en hombre que tracta en amores, ni se la sufrirá ninguna muger enamorada, porque el día que loardes a otra de más hermosa y mejor acondicionada, desde entonces os negará la persona, cerrará la puerta, no saldrá a la ventana y pondrá en vos muy recio la lengua.

En tal edad como la vuestra, si los amores van adelante, o vos quedaréis burlado, o ella se hallará engañada, porque si la triste hace lo que queréis, doyla por mal empleada, y si hace lo que con los tales viejos como vos suelen hacer, vos os hallaréis burlado y de sus manos muy bien pelado.

En tal edad como la vuestra, no se sufre ya esperar el sereno de la noche, ni cobrar el frío de la mañana, lo cual no podéis escusar de sufrir, si queréis de vuestros amores gozar, porque muchas veces es necesario que entréis de noche, porque no os vean, y salgáis antes que amanezca, porque no os sientan.

No quiero, señor compadre, escrebiros más en esta carta hasta ver cómo tomáis lo que va en ésta; porque si os entosica presto la yerba, no faltará en otra un poco de atríaca.

No más, sino que Nuestro Señor os dé su gracia.

De Toledo, a VII de agosto MDXXIX.




ArribaAbajo- 35 -

Letra para el mismo comendador don Luis Bravo, en la cual se ponen las condiciones que han de tener los viejos honrados, y que el amor tarde o nunca sale del coraçón do entra.


Muy noble señor y enamorado caballero:

En las palabras de vuestra carta conoscí cuán presto llegó a vuestro coraçón el tósico de mi letra, y huelgo mucho de haberos tirado con tan buena yerba que abastó para os derrocar y no para haceros caer. Aunque en otra letra que os escrebí me arrepentí de llamaros «noble», agora doy por bien empleado el llamaros en ésta «muy noble», porque habéis respondido a vuestra nobleza y habéis enmendado el avieso de vuestra vida. Decís, señor, que las palabras de mi carta os penetraron el coraçón y os lastimaron hasta lo vivo; para deciros la verdad, he holgado dello mucho, porque yo no las escrebí para que solamente las leyésedes, sino para que cordialmente las sintiésedes. Junto con esto os prometo, como caballero, y os juro, como christiano, que no fué mi intención, cuando os escrebí, a fin de quereros lastimar, sino con intención de haceros emendar. Decís, señor, que a la hora que leistes mi carta quemastes la empresa de vuestra enamorada, rasgastes las cartas de amores, despedistes el paje de los mensajes, quitastes la habla a vuestra amiga y distes finiquito a la alcahueta. No puedo sino loar lo que habéis hecho, y mucho más loaré cuando os viere continuar y en ello perseverar; porque son tan malos de desarraigar los vicios de donde una vez están entablados, que, cuando pensamos ser ya idos, remanescen en casa escondidos. Yo, señor, os doy gracias por lo que hecistes y también os pido perdón por lo que os dixe, aunque es verdad que con veros enmendado tengo en poco el estar vos enojado, porque más presto se pierde el enojo que no se despide el vicio.

Pedísme, señor, por vuestra carta que pues os escrebí las condiciones del viejo enamorado, que os escriba también las condiciones que ha de tener el viejo cuerdo, porque sepan los unos del barranco de que se han de guardar, y atinen los otros al camino que han de seguir. Yo, señor, huelgo en cumplir con lo que pedís, y escrebiros lo que queréis, aunque es verdad que no sé si mi juicio tendrá tan delicada vena, y mi pluma tan buena gracia en el consejar como en el reprehender, porque hay, muchos que en dar consejos son muy fríos, y en decir malicias son muy sabrosos. Yo, señor, cumplo con lo que diré lo que mejor pudiere y lo escribiré lo menos mal que supiere, con apercibimiento que hago ante todas cosas al que esto oyere, o leyere, que no tomará tanto gusto en leer estos consejos, cuanto provecho le hará en el obrarlos.

Los viejos de vuestra edad han de ser tan corregidos en lo que dicen y tan exemplares en lo que hacen, que no sólo no les han de ver hacer obras malas, mas ni aun decir palabras inhonestas, porque abastará a perder todo un pueblo el viejo que es absoluto y disoluto.

Los viejos de vuestra edad han de dar, no sólo buenos exemplos, mas aún buenos consejos, porque la inclinación del mancebo es a errar y desviar, y la condición del viejo ha de ser acertar y aconsejar.

Los viejos de vuestra edad han de ser mansos, modestos y pacíficos, porque si en algún tiempo fueron caudillos de discordia, agora sean medianeros de paz.

Los viejos de vuestra edad han de ser maestros de los que poco saben y defensores de los que poco tienen, y si no los pudieren remediar, no los dexen de consolar, porque el coraçón afrentado y lastimado a las veces se consuela más con lo que le dicen que no con lo que le dan.

Los viejos de vuestra edad no es tiempo ya que se ocupen sino en visitar hospitales y en andar sanctuarios, porque no puede ser cosa más justa ni justísima que cuantos pasos distes en ramerías, andéis agora en romerías.

Los viejos de vuestra edad no se han ya de ocupar sino en hacer sus descargos, cuando están en su casa, y en llorar sus pecados, cuando van a la iglesia, porque muy segura tiene su salvación el que en la vida hace lo que debe y en la muerte lo que puede.

Los viejos de vuestra edad deben ser muy medidos en lo que hablaren y no prolixos en lo que contaren, y aun también se deben guardar de no contar novelas y mucho menos de relatar farsas, porque en tal caso, si a los mancebos llaman livianos y locos, a ellos llamarán locos y chocarreros.

Los viejos de vuestra edad débense de quitar de contiendas y de pleitos, y, si le fuese posible, debrían de remediar todos los pleitos a dineros a causa de ahorrar de infinitos trabajos, porque los mancebos no sienten más de los trabajos, mas los viejos sienten los trabajos y lloran los enojos.

Los viejos de vuestra edad deben tener sus comunicaciones con personas bien complexionadas y no mal acondicionadas, con las cuales puedan seguramente descansar y apaciblemente conversar, porque no hay en esta vida mortal cosa en que tanto se recree el coraçón como es la dulce conversaçión.

Los viejos de vuestra edad deben buscar hombres y eligir amigos honestos, y deben mucho mirar que los amigos que escogieren y los hombres con quien conversaren no sean hombres pesados en el hablar y muy importunos en el pedir, porque amistad y importunidad nunca en un plato comieron ni de un bando se llamaron.

Los viejos de vuestra edad no han de tener ya otros vanos ni livianos pasatiempos más de grangear sus haciendas y mirar por sus casas, porque el viejo que no mira por su hacienda no tendrá qué comer, y el que no velare su casa, no le faltará que llorar.

Los viejos de vuestra edad tienen obligación de andar muy limpios y bien adereçados; mas no tienen licencia de andar curiosos, ni vestirse como livianos, porque en los mancebos la polideza es buena curiosidad, mas en los viejos es gran liviandad.

Los viejos de vuestra edad debéis mucho huir de no reñir con vuestros émulos, ni atravesar palabras con vuestros vecinos, porque si os replican alguna desacatada palabra o os dicen alguna lastimosa injuria, es el daño que tenéis corazón para sentirla y no tenéis ya fuerças para vengarla.

Los vicios de vuestra edad deben ser caritativos, piadosos y limosneros, porque los mancebos sin experiencia, como andan tan abovados en las cosas del mundo, paresce a cada uno que es harto llamarse cristiano; mas los viejos, que el tiempo los ha avisado y la edad desengañado, ténganse por dicho que nunca habrá Dios dellos piedad si no tuvieren caridad.

Los viejos de vuestra edad deben tener algunos libros buenos para aprovechar el tiempo y otros historiales para pasatiempo, que como ya su edad no sufre caminar, ni menos trabajar, y es forçoso que todo el día se estén ociosos y pensativos, más vale que se harten de leer en los libros que no que se cansen en pensar en los tiempos pasados.

Los viejos de vuestra edad deben huir de entrar en junta, ir a cabildo, ni hallarse en regimiento, y la causa de esto es que como allí no se tracta sino cosas de república y intereses de hacienda, y esto por manos de mancebos atrevidos y hombres apasionados, nunca allí creen a los hombres cuerdos, ni oyen a los viejos experimentados.

Los viejos de vuestra edad, cuando se hallaren en concejo, o los llamaren a consejo, no deben ser temerarios, vocingleros, ni porfiados, porque a los mancebos pertenesce seguir la opinión, mas a los viejos no, sino la razón.

Los viejos de vuestra edad han de ser sobrios, pacíficos y castos, y presciarse más de ser virtuosos que no de llamarse viejos, porque en este tiempo, y aun en el tiempo pasado, más respeto tienen a uno por la vida que hace que no por las canas que tiene.

Los viejos de vuestra edad deben tener por principal empresa ir todos los días a misa y oír vísperas el día de la fiesta, y si esto se le hiciere grave y pesado a alguno, yo le doy licencia que no vaya más veces a misa, siendo viejo, que iba a visitar a su amiga, cuando era moço.

Los vicios de vuestra edad, proveídas muy bien todas las cosas de sus ánimas, deben también entender en la salud de sus personas, que, como dice Galieno, la vejez es de tan monstruosa condición, que ni es enfermedad acabada ni es sanidad perfecta.

Los viejos de vuestra edad, ante todas cosas, deben procurar de tener una casa que la coja el aire, y la bañe el sol, la cual esté afamada de sana, y tenga en sí mucha alegría; porque soy de opinión que no hay hacienda tan bien empleada como la que el viejo emplea en una casa buena.

Los viejos de vuestra edad deben procurar no sólo de morar en buena casa, mas aún de dormir en buena cama, y miren que la cama sea blanda y la cámara esté bien abrigada; porque el viejo, como es delicado y anda siempre achacoso, más daño le hace un poquito de aire que entra por un resquicio que le hacía el sereno de la noche cuando era moço.

Los viejos de vuestra edad deben mucho procurar de comer buen pan y de beber buen vino, y el pan que esté bien cocido, y el vino que sea añejo; que como la vejez esté rodeada de enfermedades y cargada de tristezas, el buen mantenimiento los tendrá sanos y el buen vino los traerá alegres.

Los viejos de vuestra edad deben mucho mirar en que los manjares que comieron sean pocos, sean tiernos y sean bien sazonados, y si comen mucho y de muchos manjares, siempre andan enfermos; cuanto más que, si tienen dineros para comprarlos, no tienen ya calor para digerirlos.

Los viejos de vuestra edad deben mucho procurar de tener una cama entoldada, una cámara entapiçada, la lumbre que sea manga y la chimenea que no sea humosa; porque la vida de los viejos consiste en traerse limpios, andar abrigados y en estar desenojados.

Los viejos de vuestra edad deben estar muy sobre aviso de no morar sobre río, no negociar en portal húmedo ni dormir en lugar airoso; porque los viejos, siendo, como son, delicados como niños, y naturalmente enfermos, el aire les penetrará los poros y la humedad se les meterá en los huesos.

Los viejos de vuestra edad, so pena de la vida, se deben templar en las comidas y irse a la mano en las cenas, porque, como los viejos tienen ya estómagos flacos y resfriados, no pueden digerir al día dos pastos, y el vicio goloso y glotón que lo contrario hiciere regoldará mucho y dormirá poco.

Los viejos de vuestra edad, para que no estén enfermos, no se hagan pesados ni se tornen gordos; deben aliviarse un poco, salir al campo, hacer algún ejercicio o ocuparse en algún oficio, porque de otra manera ya podrá ser que les diese un asma y se mancasen de tal manera que dejasen de resollar y los oyésemos soplar.

Los viejos de vuestra edad deben tener muy gran cuidado de que a sus moços y moças no digan malas palabras, les sufran algunas negligencias y les paguen sus soldadas, a causa que anden contentos y no estén desabridos, porque de otra manera serán negligentes en el servir y muy astutos en el hurtar.

Sea, pues, la conclusión: que los viejos de vuestra edad deben mucho trabajar de traer la ropa no grasienta, la camisa bien lavada, la casa tener barrida y la cama que esté muy limpia, porque el hombre que es viejo y presume de cuerdo, si quiere vivir sano y andar contento, hade tener el cuerpo sin piojos y el coraçón sin enojos.

Al cabo de vuestra letra me escribís que, habiendo vos dexado los amores, no quieren dexaros a vos los dolores que ellos dan a los enamorados, y que me rogáis mucho os dé algún remedio o os envíe algún consuelo; porque, dado caso que los echastes de casa, no dexan de cuando en cuando tocar a la puerta. En este caso, señor, yo os remito a Hermógenes, a Thesiphonte, a Dorcacio, a Plutarco y a Ovidio, los cuales gastaron mucho tiempo, y escribieron muchos libros, para dar orden en cómo los enamorados habían de amar y de los remedios que para sus amores habían de tener. Escriba Ovidio lo que quisiere, y diga Dorcacio lo que le plugiere, que al fin no hay otro mayor remedio para el amor que es nunca començar a amar, porque es una tan mala bestia el amor que se dexa con un hilo prender y a lançadas no se quiere ir. Mire cada uno lo que intenta; mire lo que hace, mire lo que emprende, mire a donde entra y mire a do se prenda, porque si fuere en su mano entablar el juego, no le será alçarse a su mano. Hay en los amores, después de començados, infinitos barrancos, inmensos atolladeros, peligrosos reventones y no pensados ventisqueros, en los cuales unos quedan destrozados, otros encenagados, otros enlodados y aun otros anegados, por manera que al mejor librado dellos yo le doy por mal librado. ¡Oh, cuántas veces deseó Hércules apartarse de su amiga Mithida, Menalao de Dortha, Pirro de Helena, Alcibiades de Dorbeta, Demophón de Philis, Hanníbal de Sabina y Marco Antonio de Cleopatra! De las cuales, no sólo nunca se pudieron apartar, mas aún, al fin, por ellas se hubieron de perder. En caso de amar, nadie se fíe de nadie y mucho menos de sí mesmo; porque es tan natural al hombre y a la muger el amor y el querer ser amados, que a do una vez entre ellos el amor afierra, es betún que nunca abre y liga que nunca suelta. Es el amor un metal tan delicado, un cáncer tan oculto, que no se pone en el rostro a do se vea, ni en el pulso a do se sienta, sino en el triste coraçón, a do, aunque se hace servir, no le osan descubrir.

Después de todo esto, digo que el remedio que doy para el amor es que no le den lugar a que entre en las entrañas, no se desmanden los ojos a mirar ventanas, no anden alcahuetas a las orejas, no vayan ni vengan tractos de damas; si viniere alguna a casa, cierren las puertas, y no ande nadie después de las Ave Marías; que con estas condiciones, si el amor del todo no se pudiere remediar, a lo menos podrá se remendar.

Si de todas estas cosas, señor compadre, os queréis aprovechar, y en ellas bien mirar, escusaréis muchos enojos y aun ahorraréis hartos dineros, porque a vuestra edad y a mi gravedad más les conviene ya saber las buenas tabernas que no ojear las ventanas de las enamoradas. Tomad, señor, exemplo, y aun castigo, en el licenciado Burgos, vuestro conocido y mi grande amigo, el cual, siendo viejo como vos, y enamorado como vos, murió este sábado una muerte tan desastrada que a todos espantó y sus deudos lastimó.

No más, sino que Nuestro Señor sea en vuestra guarda y a mí dé su gracia para que le sirva. Amén.

De Burgos, a XXIIII de hebrero MDXXIII.




ArribaAbajo- 36 -

Letra para don Diego de Guevara, tío del autor, en la cual le consuela de haber estado malo y de habérsele apedreado el término.


Magnífico señor y muy honrado tío:

Quéxase vuestra merced, por su carta, de mí, que ya ni le sirvo como a señor, ni le requiero como a padre, ni le visito como a tío, ni aun le escribo como amigo. Yo no puedo negar sino que sois hermano de mi padre en cuanto deudo, sois mi señor en merescimiento, sois mi padre en criança y sois mi primogenitor en mercedes, las cuales yo he rescebido de su mano, no como sobrino, sino como hijo, y aun hijo muy regalado. Pues he confesado el deudo que tengo, y la deuda que debo, tampoco quiero negar la culpa en que he caído en no le haber visitado, ni tan poco escrito, porque con los amigos hemos de cumplir hasta más no poder, y gastar hasta más no tener. Valga cuanto valiere y pueda cuanto pudiere mi escusa, que la verdad es que yo ando en esta Corte con mis oficios tan ocupado y en negocios que no me dexan tan destraído que apenas ya nadie conozco, ni aun de mí mesmo me acuerdo, y esto no lo digo tanto por escusar mi culpa quanto es por acusar mi vida. Cuando yo era vivo y estaba en mi monesterio, levantábame a maytines, madrugaba a decir misa, estudiaba en mis libros, predicaba mis sermones, ayunaba los advientos, hacía mis disciplinas, lloraba mis pecados y rogaba por los pecadores, por manera que cada noche hacía cuenta con mi vida, y cada día renovaba mi consciencia. Después que yo morí, después que me enterraron y después que a la Corte me truxeron, afloxo en los ayunos, quebranto las fiestas, olvido las disciplinas, no hago limosnas, rezo poco, predico raro, hablo mucho, sufro poco, rezo con tibieza, celebro con pereza, presumo mucho y como demasiado; y lo peor de todo es que me doy a conversaciones inútiles, las cuales me acarrean algunas pasiones pesadas, y aun afectiones bien escusadas. He aquí, pues, señor tío, por donde los que andamos en la Corte ni conoscemos deudos ni hablamos a amigo, ni sentimos el daño, ni aprovechamos el tiempo, ni buscamos reposo, ni aun tenemos seso, sino que nos andamos acá y acullá, como unos hombres abobados, cargados de mil pensamientos. Sea, pues, el caso que pues en lo advenidero habrá enmienda, de lo pasado yo alcance perdón, que por ésta le prometo, a fe de buen sobrino, que en pasando la Corte los puertos, de le ir a ver, y cada vez que haya mensagero, de le escrebir.

Don Ladrón, vuestro hijo y mi primo, me dixo, aquí, en Madrid, que os escribiese el pésame del mal que, señor, tío, hablades tenido, y de la enfermedad larga que habíades pasado. Pésame del exceso que hecistes, pésame de la calentura que tuvistes, pésame de los dolores que pasastes, pésame de los xaropes que recebistes, pésame de la purga que tomastes, pésame de las unciones que experimentastes, pésame de los baños que probastes, pésame de los lavatorios que gustastes y aun de los dineros que gastastes. Viendo el enfermo lo mucho que ha gastado y lo poco que medicinas le han aprovechado, muchas veces siente más lo que da al médico y boticario que no el mal que ha padescido. He aquí, señor tío, en cómo yo no soy hombre que doy un pésame, sino ciento, si son menester, aunque es verdad que no valen tanto mil pésames cuanto un pláceme. Ligurguio, en las leyes que dió a los lacedemonios, mandó que nadie diese malas nuevas a nadie, sino que el paciente lo adevinase o por discurso de tiempo lo supiese. El divino Platón, en los libros de su República, aconsejaba a los athenienses que a nadie de sus vecinos fuesen a visitar ni consolar sin que le pudiesen en algo remediar, porque decía él, y decía bien, que frío y insípido es el consuelo cuando no va envuelto en algún remedio. A la verdad, el remediar y el consejar oficios son distinctos y que pocas veces caben en uno ambos, porque el consejo ha de dar el que sabe y el remedio el que tiene. Pluguiera a Dios, señor tío, que estuviera en mi mano su remedio como está el desearlo, que antes yo le diera el pláceme de la salud que no el pésame de la enfermedad.

Mucha envidia, señor, os tengo, no a Paradilla, donde moráis, no al majuelo que tenéis, no al molino que hacéis, ni a noventa años que habéis, sino al concierto de vuestra vida que tenéis, porque vuestra casa es en la criança un palacio y en la honestidad un monesterio. Cathon Censorino retráxose en la vejez a vivir en una heredad suya, que es entre Nola y Gayeta, y todos los romanos que por allí pasaban decían: «Iste solus scit vivere». Quieren decir estas palabras: «Éste solo sabe vivir»; lo cual ellos decían porque se había retraído allí con tiempo y se había apartado del bullicio del mundo. La mayor merced que Dios hace a un viejo es darle a conocer que es ya viejo; porque, si esto de sí conosce, hallará por verdad que el viejo no tiene ya otra cosa más cierta que es esperar que agora más agora se ha de morir. Platón decía: «Juvenes cito moriuntur, senes autem diu vivere non possunt». Como si dixese: «Los moços es verdad que mueren presto, mas los viejos no pueden vivir mucho». Gastado el acero, no puede cortar el cuchillo; acabado el sebo, mal alumbra la vela; puesto ya el sol, no puede tardar la noche; caída del árbol la flor, no se espera ya fruta: quiero por lo dicho decir que desde que el viejo pasa de los ochenta años, más aparejos ha de hacer para se morir que provisiones para vivir. Diodoro Sículo dice que era ley entre los egipcios que ningún rey, después que le nasciesen hijos, ni ningún viejo, después que pasase de sesenta años, fuese osado de edificar casa sin que primero tuviese hecha para si sepultura. Esto digo, Señor tío, porque, no como egipcio, sino como buen christiano, habéis en el monesterio de Cuenca hecho sepultura y dotado capellanía a do vuestros huesos descansen y de que vuestros deudos se prescien.

Pedro de Reinoso, vuestro vecino y muy grande amigo mío, me dixo que en ese Páramo de Paradilla se habían apedreado los panes, y que en lo baxo se habían helado las viñas, en el cual desastrado caso, aunque sintáis mucha pena, debéis, señor, mostrar buen ánimo, y tener gran paciencia, pues estáis ya en edad que antes os faltarán años para vivir que no graneros para comer. Los que compran el vino a renuevo y guardan el pan para el mes de mayo, sobre éstos ha de caer la tristeza y en éstos está bien empleada la pérdida, porque no hay cosa más justa y justísima que el hombre que desea mal año a la República nunca vea buen año entrar por su casa. Propriedad es de los muy codiciosos y poco virtuosos mormurar de lo que naturaleza hace y Dios permite, por manera que quieren antes a Dios enmendar que a sí mesmos corregir. Cáiganse las casas, yélense las viñas, apedréense las mieses, muéranse los ganados y váyanse los renteros, y nosotros demos gracias a Dios por lo que dexa y no nos quexemos por lo que lleva, que, si no afloxamos en le servir, nunca Él se descuidará de nos proveer.

Dícenme que estáis, señor, congoxado, estáis triste y aun desabrido; previlegios son éstos de vicios, mas no de viejos cuerdos; porque muy mayor mal sería habérsele helado la cord ura que no habérsele apedreado toda su tierra. Bien sabéis, señor tío, que en todos los mercados de Villada y Palencia se halla pan a vender, y en ninguna feria de Medina se halla cordura a comprar; por cuya causa deben los hombres dar más gracias a Nuestro Señor porque los crió cuerdos, que no porque los hizo ricos. Más sana hacienda es preciarse uno de sabio que no presumir de rico, porque con el saber adquieren el tener, mas con el tener se vienen a perder. El oficio de la humanidad es sentir los trabajos y el oficio de la razón es disimularlos; que según los sobresaltos que nos vienen y los infortunios que a nuestra puerta tocan, si a todos ellos quieren el coraçón rescebir, y de todos ellos se quexa, siempre tendrá que contar y nunca le faltará que llorar. Promotheo, el que dió las leyes a los egipcios, decía «que por ninguna cosa ha de llorar el philósopho, si no es por la pérdida del amigo, porque todas las otras cosas están en las arcas y sólo el amigo mora en las entrañas». Si Promotheo no permite mostrar sentimiento sino por el amigo, no es de creer que llorara él por las mieses del campo, y él tuviera en ello razón, porque, dado caso que el daño de los bienes temporales es el que más sentimos, por otra parte, es el en que menos perdemos. Vista la incertinidad desta vida y las continuas mudanças que hay en ella, y que tan poca seguridad tienen los hombres que están en casa como los panes que están en la hera, osaría yo decir que tenemos muy poco en qué esperar y hay mucho que temer.

Ya sabéis, señor tío, que en esta vida no hay cosa segura, pues vemos que las mieses se apedrean, los árboles se yelan, las flores se caen, la madera se carcome, la ropa se apolilla, los animales se acaban y los hombres se mueren, y que, bien mirado todo, al fin todo ha fin. Tienen por previlegio los hombres que pasan de sesenta años ver por sus casas muy grandes infortunios; es a saber: absencia de amigos, muertes de hijos, pérdidas de hacienda, enfermedades de la persona, pestilencias en la República y muchas novedades en la fortuna, y por eso osó decir Plinio que el hombre no debiera de nascer, y ya que nasciera, luego se hubiera de morir. ¡Oh cuán bien decía el divino Platón, es a saber: «que no debrían fatigarse los hombres por mucho vivir, sino por muy bien vivir»!

He querido escrebir esto para que os sepáis aprovechar de la vejez, pues supisteis gozar de la mocedad, porque en edad de ochenta años tiempo es de tener en muy poco la vida y hacer gran caudal de la muerte. Todas estas cosas os he escripto, señor tío, no porque las habéis menester, sino porque tengáis en qué leer, y aun porque sepáis que si ando por esta Corte derramado, no dexó de reconoscer lo bueno.

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda.

De Madrid, a XI de março, MDXXXIII años.




ArribaAbajo- 37 -

Letra para el maestro Gonçalo Gil, en la cual se expone aquello que dice el psalmista: «inclinavi cor meum ad faciendas justificationes tuas in eternum».


Reverendo señor y facundo Maestro:

«Ad ea que mihi scripsti quid tibi sim responsurus ignoro». Aunque digo que a tantas cosas no le responder, mejor digera que ninguna cosa le oso escribir, porque son llegadas las cosas de nuestra república a tal estado, que si tenemos obligación de las sentir, no tenemos licencia de en ellas hablar. Grave cosa se le hace a la nuestra humanidad sufrir las injurias; mas muy más grave cosa se le hace al triste coraçón callarlas y porque el remedio del coraçón triste es descubrir su ponçoña y descansar con quien él ama. Es mucho, vale mucho y puede mucho el coraçón que siente las cosas como hombre y las disimula como discreto, porque la lástima que una vez hizo asiento en el coraçón, de mayor ánimo es olvidarla que vengarla. Si mi memoria revelase lo que en sí retiene, y mi lengua dixese lo que sabe, y mi pluma osase escribir lo que quiere, soy cierto que los presentes se espantarían y los absentes se escandalizarían, porque ya arde el pavilo sin sebo y de rondón se va todo a lo hondo.

El ejército de los caballeros está aquí, en Medina de Ríoseco, y el de las comunidades está en Villa Bráxima; de maneraque a los unos deseamos victoria, y de los otros tenemos compasión, porque los unos son nuestros señores, y los otros nuestros amigos. Deseo que venga la parte de los caballeros, y pésame de que veo muertos y tropellados a los pobres, mayormente que ni saben lo que piden, ni sienten lo que hacen. Si el trabajo de la guerra y el peligro de la batalla cayese a cuestas de los que esto inventaron y que a los pueblos, alteraron, aún sería cosa tolerable de ver y injusta de padescer; mas ¡ay, dolor! que ellos repican en salvo y corren desde la talanquera el toro. Tenemos el monesterio lleno de soldados y las celdas ocupadas con caballeros, en que ni hay lugar do hombre se retraer, ni una hora de quietud para estudiar; de manera que si están derramados mis libros, también están destruídos mis pensamientos. ¿Qué quietud, ni contentamiento queréis que tenga viendo al Rey fuera del reino, la república en guerra y los del Consejo huídos, los caballeros perseguidos, los plebeyos alterados, los gobernadores atónitos y los pueblos saqueados? Cada hora entra gente de guerra, cada hora hacen alardes, cada hora tocan al arma, cada hora ordenan caracoles, cada hora hay escaramuzas, cada hora entienden en repares y aun cada hora veo traer heridos. El cardenal y los gobernadores me mandan aquí predicar y en los negocios de la paz entender; lo que le podré decir es que voy del un exército al otro al tercero día, y los de la comunidad, ni me quieren creer ni se quieren convertir, de manera que tienen la voz de Jacob y las manos de Esaú. En esta guerra cevil, oye de por allá decir tantas cosas, que me desplacen, y veo acá tantas que me descontentan, que «posui custodiam ori meo ut non delinquam in lingua mea». Si topan por allá mis cartas y parescen por acá las vuestras, ora por no las entender, ora por mal las interpretar, podría ser que corriese yo peligro, y vos, señor, perdiésedes crédito. «Ignosce mi, dómine: tum brevitati literarum, tum etiam quod non liceat hic nostra tempestati, apertius loqui».

Expone el autor la auctoridad del propheta.

Cuando este otro día, que fué la fiesta de Sancto Thomé, prediqué a los gobernadores, decís, señor, por vuestra carta, que me oistes exponer aquella palabra del Propheta que dice: «inclinavi cor meum ad faciendas iustificationes tuas in eternum, propter retributionem». Y que me rogáis os la dé por escrito en la forma y manera que la blasoné en el púlpito. Yo, señor, lo quiero hacer, aunque no lo suelo hacer, porque os quiero mucho y aun os debo mucho, pues el amigo a su amigo ni secreto que sepa le debe absconder, ni cosa que tenga le debe negar.

Viniendo, pues, al caso, cosa es de notar, y no menos de espantar, quererse obligar el Propheta a servir a Dios para siempre sin fin, sabiendo él que había de morir y haber fin. Para entender esta palabra de David es menester exponer aquello de Christo que dice: «Ibunt in suplicium, boni autem in vitam eternam», porque declarada la una es entendida la otra. Siendo como es Christo summa verdad y summa justicia, parece cosa desproporcionada dar a los buenos gloria infinita por méritos finitos y a dar a los malos pena eterna por culpa temporal, pues se manda en el Apocalipsi que al peso de los deméritos sean los malos atormentados. Si no hubiese parescer divino, parescería al parescer humano ser cosa justa diesen al justo que sirvió a Dios cient años en este mundo, otros tantos de gloria en el otro, y al malo que ofendió cincuenta años acá siendo vivo, le atormenten otros tantos en el infierno, de manera que se diese la pena por peso y la gloria por medida. No querer dar Dios premio finito por servicios finitos, ni dar pena finita por ofensas finitas, algún muy alto misterio debe estar en este caso, el cual, si es fácil de preguntar, es muy difícil de absolver.

Para entendimiento de esto es de saber que la pena que en el otro mundo nos han de dar, y el premio que en la gloria hemos de rescebir, no corresponde a las muchas o pocas obras que hacemos, sino a la mucha o poca caridad con que las obramos, porque Dios no mira lo que agora hacemos, sino lo que querríamos nosotros hacer. Ya puede ser que meresca uno mucho con pocas obras, y otro merezca poco pasando muchos trabajos, porque el mérito o demérito nuestro no consiste en los trabajos que pasamos, sino en la paciencia que en ellos tenemos. No sin alto y muy notable misterio dixo Christo «in pacientia vestra», y no dixo «in labore vestro possidebitis animas vestras»; porque, según dice Augustino, no hace a uno mártir la pena que padesce, sino la causa por qué la padesce. Respondiendo a vuestra demanda y a mi duda, digo y afirmo: que por eso en el otro mundo se da premio eterno a los buenos; porque si para siempre Dios los dexara vivir, siempre y para siempre nunca cesaran ellos a Dios de servir. Por semejante manera dará en el otro mundo a los malos pena infinita, siendo sus pecados finitos, porque si para siempre les dexase Dios acá vivir, nunca cesarían ellos a Dios de ofender. Decir el Propheta: «Inclinavi cor meum in eternum», es como si dixese: «Yo, señor, me obligo de servirte tanto cuanto tú te quisieres de mí servir, en que si me perpetuares la vida, será en tu servicio siempre empleada». ¿Qué más quieres que te diga, ¡oh mi Dios! sino que si fueres servido que mis días sean finitos, a lo menos mis buenos deseos serán infinitos? «Quia in eternum inclinabi cor meum». ¡Oh, con quántagana hemos a Dios de servir, y oh, cuánta esperança hemos de tener de nos salvar, pues tenemos señor tan bien acondicionado, y Dios tan poderoso, que sin escrúpulo ninguno podemos asentar a su cuenta, no sólo lo que hacemos, mas aún lo que deseamos hacer!

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda.

De Medina de Rioseco, a XXII de enero MDXXIII.




ArribaAbajo- 38 -

Letra para el abad de Sant Pedro de Cardeña, en la cual se alaba la tierra de la montaña.


Reverendo abad y monástico religioso:

«Regi seculorum immortali sit gloria quia te ex literis tuis bene valere audito, et ipse bene habeo» La salud corporal en todo tiempo se ha de tener en mucho, y mucho más en este presente año, porque la guerra tenemos en casa y la pestilencia está llamando a la puerta. No dixe mucho en decir que la pestilencia llama a la puerta, pues está Ávila dañada, Madrigal despoblada y Medina escandalizada, Valladolid asombrada y Dueñas yerma. En lo demás, doy a vuestra paternidad muchas gracias por los Diálogos de Ocham que me prestó, y no menos se las doy por las cecinas que me embió, que como nascí en Asturias de Santillana, y no en el potro de Córdoba, ninguna cosa pudiera enviarme a mí más acepta que aquella carne salada, por manera «quod cognovisti cogitationes meas de longe». Desde Asia a Roma envió la hermosa Cleopatra a su buen amigo Marco Antonio una grulla salada, la cual la tuvo en tanto que sólo una hebra comía cada día de aquella cecina. Desde el Illirico, que es en los confines de Pannonia, truxeron presentadas al gobernador Augusto seis lampreas trechadas, el cual manjar fué cosa tan nueva en Roma, que sola una de ellas comió, y las otras cinco entre los senadores y embaxadores repartió. Macrobio, en sus Saturnales, contando, o, por mejor decir, reprehendiendo a Lúculo, el romano, de una muy solemne y costosa cena que hizo a unos embaxadores de Asia, dice que, entre otras cosas, comieron un grifo adobado y un ansarón cecinado. En una invectiva que hace Crispo Salustio contra su émulo Cicerón, entre las cosas más graves que le acusó es que hacía traer por sus regalos cecinas de Cerdeña y vinos de España. El divino Platón, cuando fué a ver a Dionisio el Tirano, de ninguna cosa tanto de él se escandalizó como fué verle comer dos veces al día, y que por mejor beber, comía carne salada. Grandes tiempos se pasaron en Roma en los cuales, aunque comían carne fresca y salada, no sabían sazonar aún la cecina, y el primero que se dice haber inventado esta golosina fué el regalado Miscenas, el cual daba en sus banquetes asnicos asados y cabrones cecinados.

Como los tiempos cada día van más cosas descubriendo y los ingenios de los hombres se van más adelgazando, ha venido la cosa en que las cecinas que para los reyes en otro tiempo se buscaban, con ella ahora los rústicos se ahitan. Por más sazonadas y aún más sabrosas tengo yo las cecinas de la Montaña, que no las de Castilla, porque en la Montaña son las yerbas más delicadas, las aguas más delgadas, las tierras más frías y los animales más sanos, y los aires más sutiles. Que sea mejor tierra la Montaña, que no Castilla, paresce claro, en que los vinosque van de acá allá son más finos y los hombres que vienen de allá se tornan más maliciosos; de manera que allá les mejoramos los vinos y ellos acá nos empeoran los hombres. Bien estoy yo con lo que decía Diego López de Haro: es a saber, que para ser uno buen hombre, había de ser nascido en la Montaña y traspuesto en Castilla; mas pésame a mí mucho que aquellos de mi tierra se les apega poco de la criança que tenemos y mucho de la malicia que usamos. Cuando preguntamos a un vecino del Potro de Córdoba, del Çocadover de Toledo, del Corrillo de Valladolid, o del Azoguejo de Segovia, que de dónde es natural, luego dice que es verdad haber él nascido en aquella tierra, mas sus abuelos vinieron de la Montaña; por manera que en el tener quieren ser castellanos, y en el linaje quieren ser vizcaínos.

Si Roderico Toletano no nos engaña, siete naciones enseñorearon nueve provincias de España; es a saber: los griegos, a Carpentania, los vándalos, a Andalucía; los suevos, a Carthagena; los alanos, a Galizia; los hunnos, a Tarragona; los godos, a Lusitania, y los romanos, a Pirenea, mas de todas estas nueve naciones, de ninguna leemos que pasase la Peña de Orduña, ni osase llegar a la Peña Horadada. A los que somos montañeses no nos pueden negar los castellanos que cuando España se perdió, no se hayan salvado en solas las montañas todos los hombres buenos, y que después acá no hayan salido de allí todos los nobles. Decía el buen Íñigo López de Santillana que en esta nuestra España que era peregrino, o muy nuevo, el linage que en la Montaña no tenía solar conoscido.

He querido, padre Abad, deciros todo esto para que veáis en cuánto tengo lo que me enviastes: lo uno, porque era cecina, y lo otro, porque era sazonada en mi tierra. No es mucho me sepan a mí bien las cecinas de mi tierra, pues el emperador Severo nunca se vestía camisa sino de lino de África, que era su natural tierra. De Aurelio el emperador, cuentan sus chronistas que decía muchas veces que todos los manjares que comíamos de otras tierras los comíamos con sabor, mas los que eran de nuestra tierra los comíamos con amor y sabor.

En lo demás que vuestra paternidad me escribió y encomendó, Fray Benito, su súbdito y mi amigo, le dirá cómo hablé en ello a Su Magestad y lo que me respondió y al presente se despachó.

No más, sino que «gratia Domini nostri Iesu Christi sit tecum et rnecum».

De Madrid, a XII de marzo de MDXXII.




ArribaAbajo- 39 -

Letra para el doctor Manso, presidente de Valladolid, en la cual se declara que en el negocio ajeno puede hombre ser importuno.


Muy magnífico y muy reverendo Procónsul Cesáreo:

«Quanto timore ad vos seribam: novit ipse quem timemus in vobis». Con mucho temor y no poca vergüença escribo esta letra a Vuestra Señoría, porque le tengo cada día con mis letras tan importunado. Creedme, señor, que es muy estraña cosa para mí ir a importunar, ni aun querer ser importunado, porque el hombre importuno téngole por hermano del nescio. Al negociante sufrido, callado y bien criado holgamos de oirle, responderle y despacharle, y, por el contrario, al que es bullicioso, reagudo, entremetido y importuno, cerrámosle la puerta, atajámosle la plática, volvémosle la cara y aun dámosle entre dientes un «vengáis en hora mala». Cicerón, en el libro De amicicia, dice que en los negocios que solamente tocan a nosotros, no hemos sino de rogar; mas por lo que toca a nuestros antiguos amigos, debemos rogar y podemos importunar. En el negociar debe se mucho considerar quién es el que negocia, con quién negocia, qué es lo que negocia y aun a qué tiempo negocia, porque querer despachar un negocio fuera de tiempo es cortar por los huesos el pavo. Negocios hay de tal calidad que aun hablar en ellos es fealdad, y si se procuran para otros es muy gran caridad. El magno Alexandro, la cosa que él más loava en el su gran philósopho Calistenes era que para otros le pedía muchas cosas y para sí ninguna. Mortales enemigos eran Julio César y Cicerón; mas al fin dixo un día, en el Senado, Julio César a Cicerón: «No puedo negarte, oh Cicerón, sino que en las cosas que tocan a ti eres muy remiso, y en las que tocan a la república muy importuno». Ley era entre los romanos muy usada y muy guardada que, sopena de la cabeça, ninguno fuese osado de llegar a la tienda do el emperador comía y dormía, excepto los que de día le servían y de noche le guardaban. Fué, pues, el caso, que estando el emperador Aureliano en la guerra de Asia contra Cenobia, entró de noche un escudero greciano en la tienda del emperador, el cual, como fuese preso y luego a muerte condenado, dixo a grandes voces desde la cama Aureliano: «Si ese hombre venía a pedir algo para sí, muera; y si venía a negociar algo de otros, viva». Hallóse, pues, por verdad que venía a rogar aquel pobre hombre por tres compañeros suyos que se habían dormido siendo cintinelas, a los cuales mandaba su capitán açotar y a los enemigos entrar. ¡Oh ejemplo digno de notar, y de a la memoria encomendar, pues de un mesmo caso y infortunio sacó el escudero la vida, los compañeros escaparon de la afrenta y el buen príncipe alcançó para sí renombre de clemencia!

He querido traer estos ejemplos antiguos, para avisar a los que sois supremos jueces y estáis constituídos en altos estados a que, si no quísierdes hacer todo lo que os pedimos, a lo menos no nos riñáis cuando algo os rogáremos, porque la obligación que tiene un juez de ser justo en lo que juzga, aquella misma tiene un bueno de ser importuno, cuando por otro ruega. El oficio del hombre bueno es rogar y importunar, no sólo por los buenos mas aún por los malos; es a saber: por los buenos, que los mejoren, y por los malos, que los mejoren y perdonen, pues no hay en el mundo ley tan rigurosa que en buena o mala parte no puede ser interpretada. Han de presuponer los jueces que no les rogamos que sus leyes quebranten, sino que las moderen. Muchas veces se quexa el pleiteante, no de la sentencia en que fué condenado, sino del deseo que mostraba el juez de le condenar. Vicio intolerable es en el juez condescender a todo lo que le piden, mas también es gran estremo no hacer nada de lo que le ruegan; porque el buen jaez ha de ser siempre en lo que sentencia justo, y en lo que le ruegan alguna vez, humano.

Como se preciase el cónsul Ascanio de que nunca en el oficio de censor había admitido, ni aún oído, ruegos de amigos, díxole un día, en el Senado, el buen Cathón Censorino: «No está el daño, ¡oh Ascanio!, en dexarse el juez rogar, sino en consentirse de alguno mandar». No de pocos, sino de muchos jueces, podríamos con mucha verdad decir que lo que no hacen por ruego de un caballero lo hacen después por consejo de algún su privado o amigo. Miento sino rogué a una muger de un juez que hiziese ver el pleito de un amigo mío, la cual me respondió: «¿Rogar o qué?No penséis, señor Guevara, que tiene mi marido muger que le ha de rogar, sino de mandar». Y así fué como lo dixo, que lo que no se pudo alcançar en medio año despachó ella en una noche. En los libros de la República avisa Plutarco a Trajano que, pues en las leyes humanas hay más cosas arbitrarias que no forçosas, devría avisar a sus jueces se allegasen más a la razón que no a la opinión. Los jueces desabridos y inexorables es imposible sino que sean a todos odiosos, y por eso soy yo de parescer que, una por una, oyan a todos con buena criança, y después determinen lo que hallaren por justicia. Tienen muchos jueces por pundonor de honrra oír a los pleiteantes de mala gana, y de lo que les ruegan no hacer cosa, lo cual ellos hacen, no porque son en sus oficios justos, sino que de su natural son mal acondicionados. El buen juez no ha de torcer las leyes a su condición, si no torcer su condición conforme a las leyes, porque de otra manera no habríamos de buscar jueces justos, sino hombres bien acondicionados. Pues se dexó Dios rogar de los de Nínive que estaban condenados; de Exechías, que estaba oleado; de David, que cometió el adulterio; de Achab, que había idolatrado; de Josué, que no había vencido; de Anna, que no había parido, y de Susanna, por el falso testimonio, no es, por cierto, mucho que los hombres se dexen rogar de otros hombres.

He querido, señor presidente, escrebiros todas estas cosas, no para enseñároslas, sino para acordároslas. El abad de Sant Ysidro es mi conoscido y grande amigo, porque nos criamos en Palacio juntos y fuimos en un colegio compañeros; de manera que somos hermanos, no en armas, sino en las letras. Agora de nuevo se le ha ofrescido un pleito en esa vuestra audiencia, para el cual quiso presentar allá su presencía y llevar de camino una carta mía, por la cual yo ruego mucho a Vuestra Señoría que el Padre Abad y sus religiosos «sentiant si placet, quod non sit amor ociosus, sive vester ad nos, sive noster ad illos, salua tamen in omnibus iusticia contra quam neque patrem respicere fas est».

De Toledo, a XX de agosto de MDXXII.




ArribaAbajo- 40 -

Letra para el conde de Benavente, don Alonso Pimentel, en la cual se trata la orden y regla que tenían los antiguos caballeros de la banda. Es letra notable.


Muy illustre señor y mayor Conde de España:

Muy grata fué a mi coraçón la carta que me escribió con el comendador Aguilera, porque no había en estos reynos señor ni perlado que no me hubiese escrito, y a quien yo no hubiese rescripto, si no era Vuestra Señoría y el señor conde de Cabra. Pues ya se pasa el puerto, se marea el golfo, se roçó el camino y venimos en conoscimiento; conosciendo yo la limpieza de vuestra sangre, la generosidad de vuestra persona, la autoridad de vuestra casa y la fama de vuestra fama, no os dexaré ya de requerir, tú me dexaré de os escribir. Con algunos señores tengo conoscimiento, con otros deudo, con otros amistad, con otros conversación y aun de otros aparto la comunicación y huyo la condición, porque en el ingenio son botos y en la comunicación muy pesados. Más trabajo es sufrir a un señor pesado que a un labrador nescio, porque el caballero hace os rabiar, y el bobo labrador provoca os a reír, y más y allende de esto al uno podéisle mandar que no hable, y al otro habéisle de esperar a que acabe. Pues Vuestra Señoría es tan buena estofa y salió de tan buena turquesa, no habrá lugar en él mi sacudimiento, pues es de tan delicado juicio, sino que de aquí adelante me presciaré de su conversación y me loaré de su condición.

Mandáisme, señor, que os escriba si he leído en alguna escriptura antigua quiénes fueron en España los caballeros de la Vanda, y también queréis saber en tiempo de qué príncipe esta Orden se levantó, y quién fué el que la inventó, y porqué la inventó, y qué regla de vivir les dió, y qué tanto duró, y porqué se perdió. Aunque yo fuera algún testigo sospechoso, y Vuestra Señoría fuera el alcalde Ronquillo, no me tomara el dicho por interrogatorio más delicado; que, a ley de bueno le juro, que, si es tan cumplida mi respuesta como lo fué su pregunta, él quede bien satisfecho y yo no quede poco cansado. Después que vi las casas superbas que hecistes en Valladolid, más os alababa de buen edificador que no de curioso lector, y por eso huelgo mucho de lo que pide y me escribe, porque al buen caballero también le parece tener un libro so la almohada como la espada a la cabecera. El gran Julio César, en mitad de sus reales tenía los Comentarios en el seno, la lança en la mano izquierda y la pluma en la derecha, por manera que todo el tiempo que ahorraba de pelear, le expendía en leer y escrebir. El Magno Alexandro, que con sólo el temor sojuzgó a Poniente, y con las armas al Oriente, la espada de Achiles trahía siempre ceñida y con la Illiada de Homero se dormía en la cama. No quiero tan poco, señor Conde, que el leer y escrebir toméis por principal oficio como yo que soy letrado, sino que el diezmo de las horas que gastáis en parlar y perdéis en jugar, lo empleéis y gastéis en leer.

Viniendo, pues, al propósito, es de saber que en la era de mil y trezientos y sesenta y ocho, estando en la ciudad de Burgos el rey don Alonso, hijo que fué del rey don Hernando y de la reyna doña Costanza, hiço este buen rey una nueva Orden de caballería, a la cual llamó la Orden de la Vanda, en la cual entró el mesmo rey, y sus hijos y hermanos, y los hijos de los ricos hombres y caballeros. Desde a cuatro años que ordenó esta Orden de la Vanda, estando el rey don Alonso en Palencia, tornó a reformar la regla que había hecho, y a poner penas a los transgresores della, de manera que conforme a la regla postrera, que fué la mejor y más caballerosa, os escribiré, señor, esta carta.

Llámanse caballeros de la Vanda, porque traían sobre sí una correa colorada, ancha de tres dedos, la cual a manera de estola la echaban sobre el hombro izquierdo, y la annudaban sobre el braço derecho. No podía dar la vanda sino sólo el rey, ni podía ninguno rescebirla si no fuese hijo de algún caballero, o hijo de algún notable hidalgo, y que por lo menos hubiese en la Corte diez años residido, o al rey en las guerras de moros servido. En esta Orden de la Vanda no podían entrar los primogénitos de caballeros que tenían mayorazgos, sino los que eran hijos segundos o terceros y que no tenían patrimonios, porque la intención del buen rey don Alonso fué de honrrar a los hijosdalgo de su Corte que poco podían y poco tenían. El día que rescebían la vanda hacían en manos del rey pleito homenage de guardar la regla, y digo que no hacían algún voto estrecho o algún juramento riguroso, porque si después alguno quebrantase algo de la regla estubiese subjeto al castigo, mas no obligado al pecado.

Mandaba su regla que el caballero de la Vanda fuese obligado de hablar al rey, siendo requerido en pro de los naturales de su tieraa y por el defendimiento de la república, sopena que, siendo de esto notado, fuese del patrimonio privado, y de la tierra desterrado.

Mandaba su regla que el caballero de la Vanda fuese y, sobre todas cosas, dixese al rey siempre verdad y a su corona y persona guardase fidelidad, y que si en su presencia alguno del rey murmurase, y él lo disimulase y aprobase, le echasen de la Corte con infamia y le privasen para siempre de la vanda.

Mandaba su regla que todos los de aquella Orden hablasen poco y lo que hablasen fuese muy verdadero, y que si por caso algún caballero de la Vanda dijese alguna notable mentira, anduviese un mes sin espada.

Mandaba su regla que se acompañasen con hombres sabios de quienes aprendiesen a bien vivir, y con hombres de guerra que los enseñasen a pelear, sopena que el caballero de la Vanda que le dexare acompañar, o le viere pasear con algún merchante, o oficial, o plebeyo, o rústico, sea del maestro gravemente reprehendido y un mes entero en su posada encarcelado.

Mandaba su regla que todos los caballeros de, esta Orden mantuviesen sus palabras y guardasen fidelidad a sus amigos, y en caso que se probase contra algún caballero de la Vanda que no había cumplido su palabra, aunque fuese dada a persona baxa, y sobre cosa muy pequeña, que el tal se anduviese por la Corte solo y desacompañado, sin osar a nadie hablar ni a ningún caballero se allegar.

Mandaba su regla que fuese obligado el caballero de la Vanda a tener buenas armas en su cámara, buenos caballos en su caballeriza, buena lanza en su puerta y buena espada en su cinta, sopena que si en algo de esto fuere defectuoso, le llamen en la Corte, por espacio de un mes, escudero, y pierda el nombre de caballero.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de andar en la Corte a mula, sino a caballo, ni fuese osado de andar sin la vanda en lo público, ni se atreviese, sin llevar espada, entrar en Palacio, ni aun osase en su posada comer solo, sopena que para hacer la tela de la justa pagase un marco de plata.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda sirviese de lisonjero ni se presciase de chocarrero, sopena que si alguno dellos se pusiese en Palacio a contar donayres, o a decir al rey algunas lisonjas, anduviese por la Corte un mes a pie y estuviese restado en su posada otro.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda se quexase de alguna herida que tuviese, ni se alabase de alguna hazaña que hiziese, que el que dixese ¡ay! al tiempo de la cura y el que relatase muchas veces su proeza, fuese del maestre gravemente reprehendido y de los otros caballeros de la Vanda no visitado.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de jugar ningún juego, en especial juego de dados secos, sopena que, si alguno los jugase, o en su posada los consintiese jugar, le quitasen el sueldo de un mes y no entrase en Palacio mes y medio.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de empeñar sus armas ni jugar las ropas de su persona, y esto a ningún juego que fuese, sopena que el que las jugase y aun sobre ellas apostase, anduviese dos meses sin vanda y estuviese otro mes preso en su posada.

Mandaba su regla que el caballero de la Vanda entre ni semana se vistiese de paño fino y las fiestas sacase sobre sí alguna seda, y las pascuas algún poco de oro, y e medias calças y truxese botas, fuese obligado el maestre de se las tomar, y a los pobres dellas limosna hacer.

Mandaba su regla que si el caballero de la Vanda quisiese en palacio, o por la Corte, pasearse a pie, que no anduviese muy a prisa ni hablase a grandes voces, sino que hablase baxo, y se pasease despacio, sopena que de los otros fuese reprehendido y del maestre castigado.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado, ora en burlas, ora de veras, decir a otro caballero alguna palabra maliciosa ni sospechosa de que el otro caballero quedase afrentado o lastimado, sopena que después pidiese perdón al injuriado y le diesen de la Corte tres meses de destierro.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda tomase contienda con ninguna doncella en cabello, ni levantase pleito a muger hijadalgo, sopena que el tal caballero no pudiese acompañar a ninguna señora por el pueblo, ni osar servir alguna dama en Palacio.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda topase en la calle con alguna señora que fuese generosa y valerosa, fuese obligado de se apear, y de la ir acompañar, sopena que perdiese un mes de sueldo y fuese de las damas desamado.

Mandaba su regla que sí alguna muger noble o doncella en cabello rogase que hiciese alguna cosa por ella a algún caballero de la Vanda, y pudiendo la hacer no la hiciese, que al tal le llamasen en Palacio las damas «el caballero mal mandado y no bien comedido».

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de comer cosas torpes y sucias, es a saber: puerros, ajos, cebollas, ni otras semejantes vascosidades, sopena que el tal no entrase aquella semana en Palacio ni se asentase a mesa de caballero.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de comer estando en pie, ni comer solo, ni de comer sin manteles, sino que comiesen asentados y acompañados y los manteles tendidos, sopena que el caballero que así no lo hiciere comiese un mes sin espada y pagase un marco de plata para la tela.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda bebiese vino en vasija de barro ni bebiese agua en cántaro, y que al tiempo del beber se santiguase con la mano y no con el vaso, sopena que el caballero que hiciese lo contrario desto fuese un mes desterrado del Palacio y otro mes que no bebiese vino.

Mandaba su regla que si dos caballeros de la Vanda riñesen y se desafiasen, los otros caballeros trabaxasen de los poner en paz, y si no quisiesen ser amigos, que de nadie fuesen ayudados, sopena que si alguno los vandeare, ande un mes sin vanda y pague un marco de plata para la justa.

Mandaba su regla que si alguno truxese vanda sin habérsela dado el rey, le desafiasen dos caballeros de la Vanda, y si ellos le venciesen a él, que no pudiese traer vanda, y si él venciese a ellos, pudiese dende adelante la vanda traer y caballero de la Vanda se llamar.

Mandaba su regla que cuando en la Corte se hiciesen justas y torneos, el caballero que ganase la joya de la justa, y la presea del torneo, ganase también la vanda, aunque no fuese caballero de la Vanda, la cual el rey allí luego le había de dar, y todos los caballeros en la Orden y compañía suya rescebir.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda echase mano a su espada para otro caballero compañero suyo, que en tal caso no paresciese delante el rey dos meses, y que no truxese más de media vanda otros dos.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda hiriese a otro caballero de la Vanda sobre enojo y rencilla, que no entrase en Palacio en un año y estuviese preso el medio de aquel tiempo.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda fuese justicia por el rey, ora en la Corte, ora fuera della, que no pudiese justiciar a ningún caballero de la Vanda, sino que en tomándole en cosa no bien hecha, solamente le pueda prender y después al rey remitir.

Mandaba su regla que yendo el rey a la guerra, fuesen con él todos los caballeros de la Vanda, y que puestos en el campo se juntasen todos so una vandera, y estuviesen y peleasen a una, sopena que el caballero que en la guerra fuera de su vandera pelease, y a otro caballero estraño se allegase, perdiese un año de sueldo y anduviese con media vanda otro año.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de ir a guerra si no fuese de moros, y que si en alguna otra guerra se hallase con el rey, que se quitase por entonces la vanda, y que sí pelease en favor de otro que el rey, perdiese la vanda.

Mandaba su regla que todos los caballeros de la Vanda se juntasen tres veces en el año, do el rey mandase, y que estas juntas fuesen para que hiciesen alarde de sus armas y caballos y para platicar en cosas de su Orden, y éstas fuesen por abril, y setiembre, y navidad.

Mandaba la regla que todos los caballeros de la Vanda por lo menos torneasen dos veces en el año y justasen otras cuatro, y jugasen cañas seis, y fuesen a la carrera cada semana, sopena que el caballero que a estos exercicios militares fuese negligente en venir y fuese mal enseñado en los exercitar, anduviese un mes sin vanda y otro mes sin espada.

Mandaba su regla que todos los caballeros de la Vanda fuesen obligados dentro de ocho días que llegase el rey a algún lugar de poner tela para justar y carteles para tornear, y más allende de esto, tuviesen maestro y escuela a do fuesen a esgremir y a jugar de puñal y espada, sopena que el negligente en esto le restasen en su posada y le quitasen media vanda.

Mandaba la regla que ningún caballero de la Vanda estuviese en Corte sin servir alguna dama, no para la deshonrrar, sino para la festejar, o con ella se casar, y cuando ella saliese fuera la acompañase, como ella quisiese, a pie o a caballo, llevando quitada la caperuza y faciendo su mesura con la rodilla.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda supiese que en torno de diez leguas de la Corte se hacían justas o torneos, fuese obligado de ir allá a justar y a tornear, sopena de andar un mes sin espada y otro tanto sin vanda.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda se casase veinte leguas en torno de la Corte, todos los otros caballeros fuesen con él al rey a pedirle para él alguna merced, y que después le acompañasen todos hasta do se había de casar, para que allí hiciesen algún honrroso exercicio de caballería y para que ofresciesen alguna presea a su esposa.

Mandaba su regla que todos los primeros domingos de cada mes fuesen los caballeros de la Vanda a Palacio juntos, y muy bien ataviados y armados, y que allí, en el patio, en la sala real, delante el rey y toda su Corte, jugasen de todas armas, dos a dos, de manera que no se lisiasen, pues el fin de hacer esta Orden fué para que se presciasen de los hechos más que de los nombres de caballeros, en que por esto fuesen del rey muy honrrados.

Mandaba su regla que no torneasen más de treinta con treinta, y esto con espadas romas y sin filos, y que tocando las trompetas arremetiesen juntos, y en sonando el añafil, se retirasen todos, sopena de no entrar más en torneo y de no ir un mes a Palacio.

Mandaba su regla que en la justa no corriesen más de cada cuatro carreras y tuviesen por jueces cuatro caballeros, y el que en cuatro carreras no quebrantase la lança, pagase todo lo que costó la tela.

Mandaba su regla que al tiempo que falleciese algún caballero de la Vanda, le fuesen todos a ayudar a bien morir, y después le fuesen a enterrar, y que por haber sido hermano y compañero de la Vanda, se vistiesen todos de negro un mes, y no justasen dende a otros tres.

Mandaba su regla que dos días después de enterrado el caballero de la Vanda se juntasen todos los otros caballeros de la Orden y fuesen al rey; lo uno, a le dar la vanda que dejó el muerto, y lo otro, para le suplicar tenga memoria rescebir en su lugar algún hijo grande, si dexó, y haga alguna merced a la muger que tenía, para se sustentar y sus hijas casar.

He aquí, señor, la regla y orden de los caballeros de la Vanda, que hizo el buen rey don Hernando, junto de la cual os quiero poner a todos los caballeros que primero en esta Orden entraron, el título de los quales dice así:

ESTOS SON LOS MUY CORTESES, Y MUY PRECIADOS, Y MUY NOMBRADOS, Y MUY ESCOGIDOS CABALLEROS Y INFANÇONES DE LA FIDALGA ORDEN DE LA VANDA, QUE MANDÓ FACER NUESTRO SEÑOR EL REY DON ALFONSO, QUE DIOS MANTENGA.

  • EL REY DON ALFONSO, QUE HIZO LA ORDEN.
  • El Infante don Pedro.
  • Don Enrique.
  • Don Fernando.
  • Don Tello.
  • Don Juan el Bueno.
  • Don Juan Núñez.
  • Enrrique Enrríquez.
  • Alfonso Fernández Coronel.
  • Lope Díaz de Almaçán.
  • Fernán Pérez Puerto Carrero.
  • Fernán Pérez Ponce.
  • Carlos de Guevara.
  • Fernán Enrríquez.
  • Alvar García de Albornoz.
  • Pero Fernández.
  • Garci Jofre Tenorio.
  • Juan Estévanez.
  • Diego García de Toledo.
  • Martín Alfonso de Córdoba.
  • Gonçalo Ruiz de la Vega.
  • Juan Alfonso de Benavides.
  • Garcilaso de la Vega.
  • Fernán García Duque.
  • Garci Fernández Tello.
  • Pero Gonçález de Agüero.
  • Juan Alfonso Carriello.
  • Íñigo López de Orozco.
  • Garci Gutiérrez de Grajalba.
  • Gutierre Fernández de Toledo.
  • Diego Fernández Castriello.
  • Pero Ruiz de Villegas.
  • Alfonso Fernández Alcayde.
  • Ruy González de Castañeda.
  • Ruy Ramírez de Guzmán.
  • Sancho Martínez de Leiva.
  • Juan González de Bazán.
  • Pero Trillo.
  • Suero Pérez de Quiñones.
  • Gonzalo Mexía.
  • Fernán Carriello.
  • Juan de Rojas.
  • Perálbarez Osorio.
  • Pero Pérez de Padilla.
  • Don Gil de Quintana.
  • Juan Rodríguez de Villegas.
  • Diego Pérez Sarmiento.
  • Mendo Rodríguez de Viezma.
  • Juan Fernández Coronel.
  • Juan de Cerejuela.
  • Juan Rodríguez de Cisneros.
  • Orejón de Liébana.
  • Juan Fernández Delgadillo.
  • Gómez Capiello.
  • Beltrán de Guevara, único.
  • Juan Tenorio.
  • Umbrete de Torrellas.
  • Juan Fernández de Bahamón.
  • Alfonso Tenorio.

En toda esta letra lo que se ha de notar es cuán en orden andaban los caballeros en aquel tiempo y cómo se exercitaban en las armas y se preciaban de hacer proezas y que los hijos de los buenos eran en la casa del rey muy bien criados y que no los dexaban ser viciosos, ni andar perdidos. Es también de notar en esta letra en cuán poco tiempo hace tantas mudanzas el mundo, es a saber: deshaciendo a unos, y levantando del polvo a otros, porque la fortuna nunca descarga sus tiros sino contra los que están muy adelante puestos. Digo esto, señor Conde, porque hallará aquí en esta Orden de la Vanda algunos antiguos linages que en aquel tiempo eran bien generosos y afamados, los cuales todos, no sólo son ya acabados, mas un del todo olvidados. ¿Qué casas ni mayorazgos hay hoy en España de los Albornoces, de los Tenorios, de los Villegas, de los Trillos, de los Quintanas, de los Biezmas, de los Cerejuelas, de los Bahamondes, de los Coroneles, de los Cisneros, de los Grajalbas y de los Orozcos? De todos estos linages había caballeros muy honrados en aquellos tiempos, como parece en la lista de los que entraron primero en la Orden de la Vanda, de los cuales todos agora, no sólo se hallan generosos mayorazgos, mas aun los solares proprios. Hay agora en España otros linajes, que son: Velascos, Manrriques, Enrríquez, Pimenteles, Mendozas, Córdovas, Pachecos, Zúñigas, Faxardos, Aguilares, Manueles, Arellanos, Tendillas, Cuevas, Andrades, Fonsecas, Lunas, Villandrandos, Carvajales, Soto Mayores y Benavides.

Cosa por cierto es de notar, y no menos de espantar, que ningún linaje de todos estos sobredichos están entre los caballeros de la Vanda nombrados; los cuales todos son agora en estos nuestros tiempos ilustres, generosos, ricos y muy nombrados. Bien es de creer que algunos de estos ilustres linajes eran ya levantados en aquellos tiempos, y si no los pusieron entre los caballeros de la Vanda fué, no porque les faltaba gravedad, sino por no tener entonces tanta autoridad, y aun porque si les sobraba la nobleza, les faltaba la riqueza. También es de creer que de aquellos linajes antiguos y olvidados hay agora hartos descendientes que son nobles y virtuosos, a los cuales, como les vemos tener poco y poder poco, tenemos por mejor callarlos que nombrarlos.

Los hijosdalgo, y caballeros, por más de ilustre sangre que sean, si tienen poco y pueden poco, ténganse por dicho que los han de tener en poco, y por eso les sería muy saludable consejo que antes se quedasen en sus tierras a ser escuderos ricos, que no venir a las cortes de los reyes a ser caballeros pobres, porque de esta manera serían en sus tierras honrrados, y así andan por las cortes corridos. Al propósito de esto, acontesció en Roma que como Cicerón fuese tan valeroso en su persona, y tuviese tanto mando en la república, teníanle todos tanta envidia y mirábanle con muy sobrada malicia, y por esto le dijo un patricio romano, como si dixésemos un hidalgo español: «Dime, Cicerón, ¿por qué te quieres tú igualar comigo en el Senado, pues sabes tú, y lo saben todos, en cómo desciendo yo de romanos ilustres y tú de rústicos labradores?» A esto le respondió Cicerón con muy buena gracia: «Yo te quiero confesar que tú desciendes de romanos patricios, y yo procedo de labradores pobres; mas junto con esto, no me puedes tú negar que todo tu linaje se acaba en ti, y todo el mío comienza en mí». De este exemplo podéis, señor Conde, colligir cuánto va de un tiempo a otro, de un lugar a otro y aun de una persona a otra, pues sabemos que en Gayo començaron los Augustos y en Nero se acabaron los Césares. Quiero, por todo lo dicho, decir que la poquedad de muchos dió fin a muchos linajes de los caballeros de la Vanda, y la valerosidad de otros dió principio a otros ilustres linajes que hoy hay en España, porque las casas de los grandes señores nunca se pierden por mengua de riqueza, sino por falta de personas.

Yo me he alargado en esta letra mucho más de lo que había prometido, y aún en mi presupuesto; mas todo lo doy por bien empleado, pues soy cierto que si yo quedo cansado de la escrebir, Vuestra Señoría no tomará fastidio en la leer, porque van en ella tantas y tan buenas cosas que para caballeros viejos son dignas de saber y para caballeros mozos necesarias de imitar.

De Toledo, a XII de deziembre de MDXXVI.