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Libro y sociedad en la España moderna

Jaime Moll1





La législation en matière de librairie, même lorsqu'elle devient répressive, montre l'importance de l'imprimé non seulement dans les milieux lettrés, mais dans l'ensemble de la société. Or les inventaires de bibliothèques privées reflètent très insuffisamment cette extraordinaire imprégnation. Par exemple, ils font peu de place aux œuvres littéraires récentes dont l'audience est pourtant attestée par les rééditions. L'étude de la production, méthodiquement menée, est bien plus riche d'enseignements. Quelques observations sur les questions que certains documents notariaux incitent à se poser.

La legislación sobre la imprenta, aun cuando se hace represiva, demuestra la importancia del impreso no sólo en los ámbitos letrados sino en toda la sociedad, y esta extraordinaria impregnación queda mal reflejada en los inventarios de bibliotecas privadas. Estos, por ejemplo, suelen dar muy poca cabida a las obras literarias recientes, aun cuando su éxito viene demostrado por varias reediciones. Hecho con método, el estudio de la producción será más aleccionador. Varias observaciones sobre unas preguntas que surgen al manejar ciertos documentos notariales.

The legislation, in matters of bookshops, even when it turns repressive, shows the importance of the printed document not only in learned circles but for the bulk of society. Now, inventories of private libraries mirror very imperfectly this extraordinary impregnation. For instance, they give scant importance to the recent literary works, the success of which is nevertheless testified by re-issues. The study of production, when carried out methodically is far richer in informations. A few remarks on the questions which certain notarial documents invite to raise.

Mots-clés : Livre - Lecture - Librairie - Édition - Siècle d'or.

«Considerando los reyes de gloriosa memoria quanto era provechoso e honroso a estos sus reynos se traxiesen libros de otras partes, para que con ellos se fiziesen los hombres letrados, quisieron e ordenaron que de los libros no se pagase alcavala, e porque de pocos dias a esta parte algunos mercaderes nuestros naturales e estrangeros han traydo e de cada día traen libros muchos buenos, lo qual paresce que redunda en provecho universal de todos e ennoblescimiento de nuestros reynos; por ende, ordenamos e mandamos que allende de la dicha franqueza, que de aquí adelante de todos los libros que se traxesen a estos nuestros reynos, así por mar como por tierra, no se pida ni se pague ni lieve almoxarifadgo ni diezmo ni portadgo ni otros derechos algunos...»2, se promulga en las Cortes de Toledo de 1480.

En la pragmática de Toledo, de 8 de julio de 1502, se dice : «Sepades que porque nos avemos seydo ynformados que vos los dichos libreros e ymprimidores de los dichos moldes e mercaderes e fatores dellos aveys acostumbrado e acostumbrays de ymprimir e traer a vender a estos nuestros reynos muchos libros de molde de muchas materias, assy en latín como en romançe, e que muchos dellos vienen faltos en las leturas de que tratan e otros viciosos, e otros de materias apócrifas e reprovadas, e otros nuevamente fechos de cosas vanas e supersticiosas, e que a causa dello han nascido algunos daños e ynconvenientes en nuestros reynos [...] mandamos e defendemos [...] que de aquí adelante, por vía direta ni yndireta, no seays osados de fazer ni ymprimir de molde ningund libro de ninguna facultad o letura o obra, que sea pequeña o grande, en latín ni en romançe, sin que primeramente ayays para ello nuestra licencia e especial mandado o de las personas que para ello nuestro poder ovieren»3.

Los procuradores asistentes a las Cortes de Valladolid, de 1555, preocupados por las consecuencias de ciertas lecturas en sus hijas e hijos, expusieron en su Petición CVII:

Otrosí, dezimos que está muy notorio el daño que en estos reynos ha hecho y haze a hombres moços y donzellas, e a otros géneros de gentes leer libros de mentiras y vanidades como son Amadís y todos los libros que después dél se han fingido de su calidad y letura, y coplas y farsas de amores y otras vanidades: porque como los mancebos y donzellas por su ociosidad principalmente se ocupan en aquello, desvanécense y aficiónanse en cierta manera a los casos que leen en aquellos libros haver acontescido, ansí de amores como de armas y otras vanidades, y aficionados quando se ofrece algún caso semejante danse a él más a rienda suelta que si no lo oviesen leydo: e muchas vezes la madre dexa encerrada a su hija en casa, creyendo la dexa recogida, y queda leyendo en estos semejantes libros, que valdría más la llevase consigo, y esto no solamente redunda en daño y afrenta de las personas, pero en gran detrimento de las conciencias, porque quanto más se aficionan a estas vanidades tanto más se apartan y desgustan de la doctrina sancta verdadera y christiana, y quedan envelesados en aquellas vanas maneras de hablar e aficionados como dicho es a aquellos casos. Y para el remedio de lo susodicho suplicamos a V.M. mande que ningún libro destos ni otros semejantes se lea ni imprima so graves penas: y los que agora ay los mande recoger y quemar, y que de aquí adelante ninguno pueda imprimir libro ninguno, ni coplas ni farsas sin que primero sean vistos y examinados por los del vuestro real consejo de justicia...4



Finalmente, en la Pragmática de 1558, la que regulará el libro en los Reinos de Castilla a lo largo del Antiguo Régimen, se expone:

ay en estos reynos muchos libros, assí impressos en ellos como traydos de fuera, en latín y en romance y otras lenguas, en que ay heregías, errores y falsas doctrinas sospechosas y escandalosas y de muchas novedades contra nuestra sancta fee cathólica y religión, y que los hereges [...] procuran con gran astucia por medio de los dichos libros, sembrando con cautela y disimulación en ellos sus errores, derramar e imprimir en los coraçones de los subditos y naturales destos reynos [...] sus heregías y falsas opiniones.5



Son cuatro textos, que pueden parecer a primera vista contradictorios, pero son el reflejo de la importancia que para la sociedad española tiene el libro, manifiestan la consideración del poder del libro, positivo y negativo, que se tiene en cuenta a la hora de tomar decisiones sobre el mismo. «Redunda en provecho universal de todos e ennoblescimiento de nuestros reynos», por lo que no deben ser «faltos en las lecturas de que tratan» ni «viciosos» ni «de cosas vanas e supersticiosas». Este poder negativo, que aumentará con la escisión de la cristiandad, es reconocido por todos los estados europeos, aunque varíe el factor considerado negativo, y todos ellos se creen obligados a su control. Aunque parezca paradójico, este control -en el sentido que sea- es la mejor prueba de la consideración social del libro, de su fuerza cultural e ideológica. Se le necesita, se le quiere, se le admira, pero, precisamente por ello, se le teme en todas partes y con más prevención cuando desde su reproducción mecánica, que multiplica los ejemplares y los abarata, su difusión es imparable.

No es mi intención seguir por el camino de las constricciones que marcan las distintas y variadas censuras europeas. Sólo añadiré que, de hecho, es mayor el porcentaje de libros sin problemas, al ser considerado en los distintos ámbitos religiosos e ideológicos, que aquellos que los sufren. Ello permite un fuerte comercio internacional, con la consecuencia de una amplia difusión del saber y de los movimientos culturales.

Podríamos seguir con una pregunta: ¿cómo se ha instalado el libro en la sociedad española? Nos interesa adentrarnos en la realidad de la presencia del libro en la España de los tiempos modernos, en la amplitud de su adopción y su difusión. No creemos que sea exageración afirmar que el libro está presente en todos, los letrados y los iletrados. Presente de una manera directa y constante. Para unos, el contacto es material y la posibilidad de desciframiento de su contenido es algo normal, mientras que para los iletrados está presente en el mundo que les rodea, en el que están inmersos, pero no sólo presente visualmente, también reciben indirectamente su influencia, sus enseñanzas, la traslación mediática de su contenido. No pretendemos un análisis globalizador del libro en la sociedad española; nos limitaremos tan sólo a considerar algunos de los problemas que se presentan al intentar captar los distintos niveles y características de su posesión.

Son varios los aspectos que es preciso tener en cuenta si pretendemos analizar la significación del libro para una sociedad. Alfabetización, industria editorial, comercio librero, posesión del libro, tipos de lectores, sin olvidar al autor, son algunos de los que deben considerarse conjuntamente. Pasemos por alto los problemas de la alfabetización y su medición, aunque sea mucho lo que falta por hacer en este campo, especialmente en su relación con el libro. ¿Cuántas personas pueden leer aunque no sepan escribir? Sólo señalaremos un caso que puede parecer asombroso: si bien es frecuente que viudas de impresores y libreros no sepan firmar, ¿podemos imaginarnos a un librero madrileño de mediados del siglo XVII, que declara en diferentes documentos que no sabe firmar? Uno de ellos es el inventario de su librería -una tienda, no un puesto callejero- con libros de todas las materias6. Es de suponer que debía saber leer, pues no es posible imaginarse otra cosa.

Ya lo hemos dicho otras veces: la industria editorial española no está a la altura de la eclosión de autores, cuyas obras se difunden en Europa, por la Europa sabia -vía textos en latín- o la menos sabia -en traducciones. No voy a insistir en ello ni en sus causas7. Pero este libro de autor español, buscado por los editores transpirenaicos, se vende en Europa. También se vende en España, como los libros de autores de otros países, los libros clásicos, etc. Un erudito, un profesional, una biblioteca -pensemos en las bibliotecas de los conventos- tienen posibilidad de acceder a los libros que les interesa poseer. Puede, y tenemos casos documentados, encargarlos directamente al extranjero, cosa quizás más frecuente en el siglo XVIII, siglo en España de mayores trabas para el libro. Pero no es necesario, pues existe un número suficiente de libreros españoles y extranjeros establecidos en el país que importan libros. Las mayores casas editoriales de libros internacionales tienen sus distribuidores en España, en delegaciones propias o a través de acuerdos con libreros españoles. Sería necesario estudiar la evolución de la distribución del libro internacional, de la Medina del Campo del siglo XVI al Madrid del XVII, del librero extranjero enviado por su casa editora al librero español que posteriormente la representa. La librería española está desarrollada y puede hacer frente a las necesidades de sus clientes.

El jurista, el médico latino, el humanista pueden encontrar los libros que les interesan. Es natural que no figuren en sus bibliotecas obras religiosas o teológicas de los grandes heresiarcas. No les interesaban. En cambio es fácil que tengan obras prohibidas o expurgables de otras materias. Es conocido el interés de la Inquisición, en determinados momentos del siglo XVII, hacia las grandes bibliotecas particulares en venta, en un intento de controlar su contenido y, en su caso, expurgar o prohibir algunos de sus libros para evitar su difusión8. Es una señal de que no era difícil su circulación en España.

La posesión del libro requiere un acto previo: su adquisición, en las distintas modalidades que presenta. La más habitual se basa en la oferta que pueden hacer los libreros. ¿Qué fondos tienen en sus tiendas? Como es natural, hay mucha diferencia entre una gran librería y un puesto de libros en una plazuela o instalado en una portería, aunque no tanta entre grandes librerías y librerías medianas. Ante todo, es necesario tener en cuenta que los libros que tienen son nuevos y usados o viejos. Los libreros compran bibliotecas particulares y estos libros se incorporan a su fondo, uniéndose a los libros publicados recientemente que tengan encuadernados. Ello nos explica la diferencia, que encontramos habitualmente en los inventarios, entre los libros encuadernados y los libros en papel, tanto si el librero es editor como si no lo es. Por lo general, los libros en papel son más actuales y permiten un mayor acercamiento a la realidad del momento. Analizando globalmente el inventario de los fondos podemos obtener una visión distorsionada.

El 11 de agosto de 1614, el librero madrileño Simón de Vadillo recibe en depósito del gran librero y editor Alonso Pérez un lote de libros, por valor de 12.326 reales, para que los administre y venda en el plazo de cuatro años9. Cada seis meses liquidará los libros que haya vendido, pagándolos al precio previamente señalado y quedándose con una comisión del seis por ciento. A los cuatro años devolverá los libros que no haya vendido. Se trata probablemente del lote inicial de su instalación como librero, que de esta manera puede realizar sin disponer de capital. La «Memoria de los libros que yo Alonso Pérez e dado en administración a Simón de Vadillo» los divide en cuatro apartados: «theólogos», «libros scolásticos», «libros de leyes» y «libros de romance de todas suertes». Los libros que se incluyen son, en sus respectivas materias, casi todos de surtido. En la lista encontramos una característica muy frecuente en los inventarios de los fondos de librería: la escasez de obras literarias, que no sean novedades. Sólo figuran tres obras de Lope de Vega, editadas por Alonso Pérez, Pastores de Belén (1613, 16 ejemplares), la Arcadia (1611, 12 ej.) y San Isidro (1613, 12 ej.), a las que se añaden cuatro ejemplares de la primera parte del Quijote (Madrid, 1608) y ocho de las Rimas ylustradas de Camoes en portugués (Lisboa, 1607).

El análisis de inventarios de libreros y bibliotecas nos permite señalar la imposibilidad de estudiar la difusión del libro en la sociedad española sin tener en cuenta su producción editorial. Hay muchos libros, de los que conservamos ejemplares, que raramente se reflejan en los inventarios de libreros y de bibliotecas, como, por el contrario, existen otros de los que conocemos su existencia gracias a los inventarios u otros documentos. Si, como hemos ya señalado, el librero español no aprovecha la expansión internacional de los autores españoles, no edita, por lo general, las obras que necesitan de un mercado internacional para la obtención de un beneficio, sí, en cambio, atiende el mercado interior -y el de las Indias- del que conoce sus gustos y sus necesidades. Y son precisamente las obras de mayor difusión -y no nos referimos sólo a las coplas, historias y demás papeles- las que más escapan al control bibliográfico. Si a ello añadimos el gran número de ediciones contrahechas, coetáneas a sus ediciones auténticas o reeditadas bastantes años después, deduciremos la fragilidad de las curvas de producción de libros hechas hasta el momento, dejando al margen la inexactitud que ofrece el considerar cada libro, independiente de su extensión, como una unidad, lo que desvirtúa el conocimiento tanto de la actividad impresora como editorial.

Si un texto es reeditado sucesivamente, es señal de que se vende, que los lectores lo demandan10. Es necesario estudiar el fenómeno de las reediciones, que mucho contribuirá al conocimiento de la lectura y de la vigencia de las obras, en especial de las que, usando terminología moderna, llamaríamos de referencia. ¿Qué obras se presentan de una manera continuada a lo largo de decenios o siglos? Sería también interesante estudiar la evolución editorial de las obras que hoy consideramos puramente literarias, establecer los períodos de vigencia de géneros y autores, fijar las variadas consideraciones que recibían coetáneamente. Es preciso analizar la criba de autores y títulos que se va estableciendo a lo largo del tiempo y ver qué obras literarias se van incorporando al surtido de librería. Por otra parte, no debemos extrapolar nuestro concepto y preferencia de la lectura no profesional a siglos anteriores. Hay que ahondar en el concepto de libros de entretenimiento y, al mismo tiempo, penetrar en lo que representa la lectura de ciertos libros religiosos, por ejemplo, los hagiográficos, con su componente maravilloso. Y no hay que olvidar los libros devocionales. Es frecuente recordar las prohibiciones inquisitoriales de los libros de horas, que en realidad sólo son prohibiciones de los que contienen elementos supersticiosos o mágicos. El libro de horas se sigue editando en el siglo XVI y principios del XVII, aunque desde mediados del primero vaya siendo desplazado por el manual de oraciones, el devocionario, que en los siglos siguientes se implantará definitivamente, con numerosas reediciones. Libros de entretenimiento, libros religiosos y de devoción y también libros de referencia son los grandes desconocidos en el campo de estudio de la lectura. Y son precisamente -con las debidas diferenciaciones- los libros que se encuentran en todos los niveles culturales y económicos de los letrados.

Nos hemos referido a las obras consideradas hoy día como literarias y a que es bastante general que su presencia en los inventarios de libreros casi se limite a las editadas unos años antes de su redacción, a no ser que hayan pasado a ser obras de surtido. Desgraciadamente, no tenemos registros de entrada y salida de libros, lo que nos permitiría una visión diacrónica de las existencias de una librería. Los inventarios se hacen habitualmente a la muerte del librero o si le interesa hacer constar el capital de que dispone, lo que muchas veces hacía al contraer nuevo matrimonio, para salvaguardar los derechos de los hijos del anterior. Los ejemplares de la mayoría de las obras literarias no «hacen la rueda» para volver usados al librero. Una persona interesada en su adquisición no lo tiene fácil. Recordemos lo que nos dice, a principios del siglo XVII, César Oudin de su búsqueda de la Galatea11. ¿Dónde estaban los ejemplares vendidos? La mayor parte estaba, seguramente, en poder del anónimo lector, del que no ha dejado reflejo en los protocolos notariales, pues sus bienes, parcos, podían repartirse entre sus herederos sin necesidad de alguaciles, escribanos ni tasadores. Pero los libros se poseían, se transmitían, se leían con afán, se deshacían, como nos lo atestiguan muchos de los ejemplares conservados, tan manoseados, en contraste con los salidos coetáneamente al extranjero, leídos sólo por la persona que los había adquirido.

¿Cómo llegar al anónimo poseedor de unos pocos libros? Es este uno de los principales problemas con que nos enfrentamos, que nos impide avanzar considerablemente en el conocimiento de la relación lector-libro. Todo letrado ha tenido libros en su mano, aunque se haya limitado a la cartilla o a los pliegos en verso o prosa con los que desarrollaba su aprendizaje. Si ha seguido estudios ha tenido que poseer libros -¿los ha conservado?-, aunque en este caso podemos reconstruir sus necesidades. La cuestión está en conocer los libros de lectura, de entretenimiento o religiosos, de las capas sociales que saben leer pero que no necesitan profesionalmente del libro y también de los que lo necesitan. No es fácil que nos sirvan los protocolos, por lo menos cuando el libro impreso se ha impuesto y su valor ha descendido en relación con el que antes tenía el manuscrito. La documentación inquisitorial ha demostrado ser una fuente, parcial aunque indicativa, muy importante, desgraciadamente poco explorada. La obra de Francisco Fernández del Castillo12 y, principalmente, el interesante trabajo de Sara T. Nalle13 lo confirman.

El libro se posee, al margen de los casos de alquiler para su lectura, cosa que hacían algunos libreros, o del préstamo entre amigos o de la lectura furtiva de un libro durante varios días en una librería. Un libro, pocos o muchos libros, su posesión obedece a distintos motivos y presenta variadas características. Se posee como un objeto, por ansia de posesión -no reñido con el amor al libro- como se poseen otros objetos: pinturas, esculturas, armas, joyas, objetos curiosos naturales o artificiosos, instrumentos matemáticos, etc. Es el gran coleccionista, ante el que es difícil decidirse a afirmar si lo hace como demostración de su poder o más bien como consecuencia de su posición en la sociedad, de sus posibilidades económicas, siguiendo una tradición europea que arranca del Renacimiento. Son bibliotecas para ser poseídas, lo que no descarta que sus propietarios sean también lectores. Las hay en España. Citemos sólo un nombre, aunque se podría dar una lista bastante extensa: Juan José de Austria.

No creo que deban situarse en esta «casilla» otras grandes colecciones de libros. Citemos también un nombre: Lorenzo Ramírez de Prado. Es la colección de un humanista, que está en un círculo de estudiosos, con los que comparte sus aficiones y estudios, aunque no puedan desarrollar su propia colección en tan alta manera. Es de notar la preocupación que sienten estos estudiosos por estar al día de lo que se publica y para lograr, a veces con dificultades, el libro no tan actual que necesitan para su trabajo, que, como hemos dicho, no era fácil encontrar en las librerías. La correspondencia recibida por Juan Francisco Andrés de Uztarroz es una buena muestra de ello14.

Puntualicemos algunos aspectos. Si repasamos inventarios publicados o inéditos, nos encontramos con buenas bibliotecas profesionales, principalmente de especialistas en derecho y medicina. No olvidemos las bibliotecas de los escritores, de los sacerdotes ni las de los conventos, al servicio de sus religiosos, ni tampoco las nobiliarias, que pueden plantear otros problemas e interés, especialmente si están vinculadas a mayorazgo. Los profesionales del derecho quizás fueron los que, considerados en grupo, reunieron mejores biliotecas especializadas. A medida que los juristas que sirven a la administración suben de escalón jerárquico, va aumentando su biblioteca, que adquiere personalidad propia. Si son trasladados de audiencia o destinados al Consejo de Castilla, acostumbran a solicitar al rey una ayuda de costa para los gastos del traslado: en sus peticiones siempre distinguen las cosas de la casa de la biblioteca15. Son dos conjuntos distintos.

¿Cómo se han constituido estas bibliotecas? Una base puede ser la compra global de la colección de un profesional fallecido, que su viuda o herederos deciden vender. O creando un núcleo inicial con la compra de una selección de libros a un librero, como la que realizó el licenciado Diego Bermúdez de Castro, abogado de los Consejos, al librero Martín de Córdoba, el 19 de mayo de 162116.

Estas series de tomos de Decisiones, Consilia, Practicae, tratados generales o especializados, etc. ¿son utilizados o sólo sirven para dar prestigio a su poseedor? Si leemos las alegaciones y memoriales en derecho, fácilmente concluiremos en la realidad de su aprovechamiento, lo que no impide que sean también una señal prestigiosa.

Pero estas bibliotecas profesionales suelen ser, casi siempre, exclusivamente profesionales, sean las grandes colecciones o los pocos libros que tienen otros profesionales menos «librescos», como es el caso, por ejemplo, de los maestros de obras que poseen un reducido número de libros de arquitectura. ¿Es que sus propietarios no leían otros libros? El principal problema de los inventarios post mortem es que responden a las necesidades de la valoración y partición de la herencia. La biblioteca profesional era un conjunto, con un valor por su volumen y su especialización. ¿Y los otros libros, pues se nos hace difícil creer que no los tenían? No estarían entre los profesionales, quizás se encontraban en otra estancia, en una papelera o un escritorio, o bien en su dormitorio, y no merecían llenar más hojas de inventario, dado su reducido valor, hojas por las que se pagaba al escribano. O ya se los habían repartido los herederos, al margen de las particiones oficiales. Como he dicho, es este uno de los enigmas que ofrecen los inventarios: la escasez de obras literarias, de obras de entretenimiento, de lectura religiosa, que sin embargo se vendían y se leían. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que no es lo mismo un inventario post mortem para una partición de bienes que un catálogo. Si se trata de una biblioteca profesional, su especialización es lo que le da valor, como ya hemos señalado. También es necesario recordar que una cosa es la colección de libros y otra los libros que podríamos llamar de cabecera, que incluso en un catálogo de la colección pueden no estar representados. Y un caso, cuando menos, «curioso». En el inventario publicado por K. L. Selig, de la Biblioteca de Vincencio Juan de Lastanosa17, figura sólo una obra de Gracián, la primera parte de El Criticón, Zaragoza, 1651. ¿Dónde estaban los «libros enanos» de su buen amigo, que él publicó en parte?

Se estudian los libros de las colecciones particulares. Es también necesario intentar conocer su ubicación en las casas, el mobiliario que los contenía, el espacio destinado a la lectura.

Y una observación. Es frecuente usar métodos cuantitativos para analizar inventarios de librerías y también de bibliotecas. Habitualmente se dividen los libros en determinadas materias, sin tener en cuenta su nivel de especialización. ¿Es lo mismo una obra médica en latín que en romance o un libro de divulgación médica para profanos de la medicina? Lo mismo podríamos decir de obras de derecho, teológicas o religiosas. ¿Tienen todas el mismo público lector, considerado este en grandes conjuntos? Es un problema que se debe plantear al analizar un inventario. Además, teniendo en cuenta lo dicho anteriormente de la conjunción de librero de nuevo y anticuario, sólo un análisis del contenido -en muchos casos será necesario separar los libros encuadernados de los en papel- nos podrá revelar los cambios producidos por las modas de lectura, la introducción de cambios ideológicos, lo que unos porcentajes no nos podrán nunca señalar. Y este análisis será muchas veces más indicativo si lo hacemos sobre inventarios de colecciones privadas que sobre los de librerías.

Para finalizar, quisiéramos plantear un nuevo problema. ¿Se han analizado las escrituras de recibo de dote para ver si las doncellas casaderas aportan libros al matrimonio? Muchas saben firmar y con letra suelta. Indudablemente los encontramos en las dotes de las viudas de libreros, pero es algo completamente distinto.

Vamos a analizar un caso. El 22 de noviembre de 1600, Juan de San Pedro Aldrete firma la escritura de recibo de dote y promesa de arras con motivo de su matrimonio con Elvira Dulce Forcela18. La dote casi alcanza los ocho cuentos de maravedís. Una partida está compuesta de libros por valor de 2629 reales. Se adjunta en el protocolo un inventario detallado de los libros, con indicación de ciudad, año y formato. En el verso de la última hoja figura el siguiente sobrescrito: «Ymbentº de los libros que dexó Diego González Dulze, mi señor, que sea en gloria», lo que nos indica la procedencia de los libros, pero en las dos últimas líneas del recto de la citada hoja y parte del verso figuran, con otra letra, varias obras, terminando con la declaración del tasador, el librero Juan Berrillo, que, además, ha marcado el precio de todos los libros del inventario. Se trata de la lista de los libros del padre de Elvira, como se comprueba cotejándola con la copia que figura en su testamentaría19, que heredó su hija, a los que se añadieron los que ella tenía.

¿Quién era Diego González Dulze? En todos los documentos que hemos visto no figura ninguna indicación de profesión, puesto en la administración o casa real, título nobiliario ni pertenencia a orden de caballería. Podríamos calificarlo de rentista, dado los bienes que tiene. Falleció el 4 de diciembre de 1599. Casado con Catalina Forcela, que no sabe firmar, dejó una hija, la citada Elvira. Su biblioteca está formada por 98 obras, dos de ellas manuscritas: «El quadripartito de Tolomeo en romance» y el «Espejo del alma», y sólo dos impresos en latín, las Vitae patrum, incunable veneciano de Octaviano Scoto y un Psalterium romanum, Sevilla, Cromberger, 1540. Impresas en distintas ciudades españolas, en Amberes y en Venecia, su ámbito cronológico se sitúa entre 1483 -hay tres incunables sevillanos- y el año de su muerte, 1599. Es una colección viva, como lo demuestra que en los últimos diez años adquiriese quince obras20. Abundan las traducciones de autores latinos, las historias generales y particulares y los libros de lectura religiosa y de devoción. Antonio de Guevara está muy bien representado y lo puramente literario se reduce a las Trescientas, de Juan de Mena, la traducción de la Arcadia, de Sannazaro (Estella, 1562), y la Celestina, en edición de Barcelona, 1566. Otras materias también están representadas, y queremos hacer notar la existencia de dos libros de tablatura: El Parnaso, de Esteban Daza (Valladolid, 1576) y la Intavolatura di lauto, de Pietro Paolo Borrono (Venecia, 1548).

A la colección paterna se añaden quince libros, que pertenecerían a Elvira Dulce. La mayoría son Horas y obras de devoción, bien encuadernadas, destacando «unas Oras de 8º, ynluminadas, en pergamino, que están tasadas por pintor en cien ducados». Figuran también Los experimentos médicos, de Jerónimo Soriano (Zaragoza, 1598 ; 2ª edición, Madrid, 1599), un libro de cocina, sin especificar, y el Libro de música para vihuela, intitulado Orphenica lyra, de Miguel de Fuenllana (Sevilla, 1554), que con las dos tablaturas procedentes de la biblioteca de su padre, usaría Elvira para tañer sus instrumentos, «una bigüela de ébano», «un clabicordio» y «una arpa con su funda», que el organista del rey, Andrés de Ortega, tasó en 440 reales, instrumentos que no figuran en el inventario de los bienes de su padre.

El libro -su producción, circulación, posesión, lectura- todavía requiere una profunda labor investigadora. Sin ella múltiples aspectos del pasado, no sólo cultural, nos serán ajenos.





 
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