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Lima satirizada (1598-1698): Mateo Rosa de Oquendo y Juan del Valle y Caviedes

Lasarte, Pedro



Para mi hijo Diego






ArribaAbajoIntroducción

El libro que el lector tiene en las manos ofrece una aproximación crítica a la obra de dos de los satíricos más significativos del período colonial peruano: Mateo Rosas de Oquendo (1559?-?) y Juan del Valle y Caviedes (1645-1698)1. Ambos escritores -que no solo escribieron sátira- vivieron en épocas y sociedades virreinales en las cuales la actividad poética no era únicamente una práctica estética o individual, sino que también tenía una función social y política importante. Se sabe, por ejemplo, que se escribió mucho verso para la celebración de fiestas religiosas o para la visita de algún dignatario, como eran, entre otras, las procesiones del Corpus Christi o las recepciones de los nuevos virreyes2. Estas versificaciones a menudo se hallaban también ligadas a concursos, academias y justas literarias, de las cuales Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes habrían sido partícipes3.

A lo largo de este estudio será importante reconocer que las obras de estos dos autores, ambos nacidos en España, hacen suyos un variado número de tópicos de la tradición literaria europea y se adhieren de cierto modo a lo que se podría llamar un discurso de orientación barroca, orientación para la cual nos atendremos parcialmente a las conocidas preocupaciones estético-sociales sobre la época tal como las ha expuesto José Antonio Maravall. Lo haremos, sin embargo, con ciertos reparos y reservas sobre la transferencia al Nuevo Mundo de sus conceptos de cultura dirigida y conservaduría estamental, y también sobre una fácil identificación entre la crisis económica de España y la situación en sus colonias americanas.

Carlos García Bedoya, quien nos recuerda que el historiador español no toca a América, resume claramente sus ideas. Según Maravall, nos dice:

«[...] la época del barroco es una época de crisis, inicialmente económica, pero sobre todo social y también de valores, crisis que además es percibida como tal [...] De otra parte, se caracteriza el barroco por ser una época de reacción señorial, de ofensiva de los intereses aristocrático-terratenientes en pos de rigidizar la estructura social, cortando los que juzgaban efectos disolventes del individualismo del XVI. En España, donde el fenómeno de la reacción señorial alcanzó su mayor ímpetu, el absolutismo monárquico se sustentó en y favoreció a esos intereses señoriales. Para Maravall, la cultura barroca es una cultura dirigida, orientada a la legitimización del poder y a la sujeción de las masas, sobre todo urbanas»4.


(García Bedoya 2000: 72-73)                


Tratándose de un libro que desea llevar a cabo una interpretación que no se encamine solo por la filología o por la valorización puramente estética, sino también por recuperar el valor de las obras de Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes como expresión cultural, cabe reparar primero, aunque brevemente, en ciertas diferencias que existían entre las realidades socio-económicas de los virreinatos y la metrópoli peninsular. Un conocimiento consumado de la situación económica del siglo XVII en el virreinato del Perú, sin embargo, es algo que todavía se halla en proceso de elaboración. Guillermo Lohmann Villena, por ejemplo, opina que las tres décadas del virreinato del Perú que le tocaron vivir a Valle y Caviedes fueron época de «quebrantos» y padecimientos «amargos y aun lúgubres». Años, según él, en los cuales «parecería como si una horrenda pesadilla abrumase y aturdiera la vida entera del antes próspero país y sus confiados habitantes, sumiéndolos en una irremediable congoja» (Valle y Caviedes 1990: 3-4). Aún más, los ataques de piratas y corsarios, y las desgracias naturales, como el terremoto de 1687, irían acompañados de un marcado descenso en el remanente enviado a la metrópoli desde 1681 hasta 1697 (Valle y Caviedes 1990: 9)5. Para Lohmann Villena, entonces, ese contexto de infortunios se percibe como resorte para generar en el poeta una visión que se conforma al pesimismo barroco de la época (Valle y Caviedes 1990: 11-12).

Hay, sin embargo, otros historiadores que sugieren que en momentos en que la economía española sufría una depresión, en el Nuevo Mundo se lograba un crecimiento, sobre todo para el caso de la Nueva España. El mismo Carlos García Bedoya, aunque reconoce las crisis que se dieron en el virreinato del Perú a mediados del siglo XVII y reafirma el control mercantilista que allí operaba, concluye que:

«[...] ya desde la primera mitad del siglo [...] se hizo evidente una creciente tendencia a que una parte importante de los excedentes económicos producidos en la Sudamérica española se quedara en el propio Virreinato, bajo control de las oligarquías económicas locales, en especial criollas. De modo tal que el Virreinato del Perú, y más aún el de México, vivió una situación de relativa bonanza cuando España se debatía en las simas de la crisis económica, empeñada en sostener su rango de gran potencia [...] de tal modo que cuando la nueva dinastía borbónica se propuso reestablecer la economía española apoyándose en una captación de excedentes coloniales, sus proyectos de reforma chocaron con poderosos intereses muy arraigados en las élites criollas, abriendo uno de los conflictos que conducirían al orden colonial hacia su crisis final».


(2000: 36)                


Ya en 1985, Kenneth Andrien había reconocido una polarización entre historiadores que veían en la economía colonial una depresión paralela a la europea y otros que descubrían una prosperidad diferenciadora, y abogaba más bien por el reconocimiento de la existencia de posibles ciclos de prosperidad y recesión, ciclos que causaban adversidades en algunos grupos y regiones, pero que también lograban el bienestar en otros (Andrien 1985: 3)6.

Sin duda, tales posibles diferencias entre los problemas económicos del Nuevo Mundo y los de la metrópoli española obstaculizan en cierto grado la fácil utilización del concepto de crisis económica elaborado por Maravall7. Por otro lado, cabe notar que Fernando de la Flor sugiere cierta univocidad generalizadora en el esquema de Maravall:

«[...] creo -nos dice- que la peculiaridad de esta cultura barroca hispana reside, precisamente, en lo que Maravall de entrada niega: es decir, en la capacidad manifiesta de su sistema expresivo para marchar en la dirección contraria a cualquier fin establecido; en su habilidad para deconstruir y pervertir, en primer lugar, aquello que podemos pensar son los intereses de clase, que al cabo lo gobiernan y a los que paradójicamente se sujeta, proclamando una adhesión dúplice».


(2002: 19)                


Por su lado, para el continente americano, Mabel Moraña también relee a Maravall y matiza sus ideas, abriendo campo a las contradicciones inherentes a un barroco transportado al Nuevo Mundo. En este surgirían, nos dice, «nuevas agendas, a veces mimetizadas, a veces antagónicas, con respecto al Poder» (1998: 13) y añade que en la ciudad virreinal:

«[...] las batallas discursivas, el entrelazamiento de visiones y versiones que registran la actuación y proyectos de diversos sectores de la sociedad de la época, así como las estrategias a través de las cuales los actores del período colonial definen e implementan sus agendas en el contexto de la dominación imperial, revelan tanto la fuerza del aparato hegemónico sobre las formaciones sociales americanas como la tremenda dinámica que éstas despliegan para consolidar su identidad e ir definiendo un sujeto social multifacético y progresivamente diferenciado de los modelos metropolitanos».


(1998: 13-14)                


Y concluye Moraña que:

«[...] la cultura barroca [en la Colonia] es [...] mucho más que el modelo que reproducen en ultramar, en versiones subalternas, los principios de orden y los mecanismos de celebración del Estado imperial. Debe ser vista [...] como un paradigma dinámico y mutante, permeable no sólo a los influjos que incorpora la materialidad americana sino vulnerable también a los efectos de las prácticas de apropiación y producción cultural del letrado criollo, que redefine el alcance y funcionalidad de los modelos recibidos de acuerdo con sus propias urgencias y conflictos».


(1998: 14)                


En este estudio se verá que las obras de Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes muestran precisamente una ambivalencia entre el apego y la subversión hacia la ideología dominante (mimesis o antagonismo según las ideas de Moraña), algo que sin duda también responde en parte al género satírico en sí, ya que este tiene como modus operandi el desmantelar y el desenmascarar. A diferencia de otras formas de representación, la sátira logra una mayor compenetración con las múltiples contradicciones de la sociedad colonial, plurivalencia que se visualiza no solo en sus diversos niveles formales, sino también, con gran intensidad, en el carácter polisémico de sus lenguajes.

Ahora habría que aclarar que utilizamos el sustantivo «discurso» y sus formas relacionadas, como «tipo discursivo», «formas discursivas», en el sentido más amplio y vigente en la crítica moderna. Para el caso nos adscribimos en parte a algunas de las propuestas de Michel Foucault. Es decir, por discurso nos referimos no meramente a una producción lingüística, sino también a las variadas formas por medio de las cuales se produce el conocimiento dentro de una sociedad. En este sentido, la producción discursiva se halla estrechamente ligada al poder como ejercicio interactivo dentro de la ideología virreinal peruana. Son procesos discursivos que compiten y negocian cierta centralidad hegemónica, entre los cuales se hallan discursos tanto disciplinarios o de control, como contestatarios y subversivos. No estaría de más apuntar también que nuestro concepto general de discurso tiene a su vez puntos de contacto con lo que se ha llamado «discurso colonial», o, más recientemente, bajo la apropiación de expresiones no gráficas, «semiosis colonial»8. Aunque el término y concepto «discurso colonial» ha sido visto preferiblemente para aquellos textos que, se piensa, reflejan directamente un diálogo cultural entre conquistador y conquistado (es decir, para el Nuevo Mundo la relación de poder establecida entre las poblaciones europeas y amerindias), el discurso colonial debe a su vez interpelar las encontradas relaciones -también de poder- que existían entre las múltiples voces españolas que competían por una posición de hegemonía social y política en las sociedades coloniales (por ejemplo, los españoles peninsulares, los arraigados a su nueva tierra y los llamados criollos). Luis Miguel Glave nos recuerda que el período no consistía en una sociedad homogénea, ya que «las tensiones se daban diariamente: entre las corporaciones (civiles y religiosas), entre los «chapetones» o "gachupines" y los "baqueanos" (conocedores, habituados) junto con los criollos» (1998: 228). Esta pluralidad es la que se visualiza a través de la obra de nuestros autores. Reparamos, sin embargo, que si bien las voces indígenas, o también las de las denominadas castas, no tienen gran presencia directa en los textos de estos dos autores, sí se hallan presentes, de diversos modos, en el diálogo cultural que de rigor resulta de una escritura llevada a cabo en el Perú y cuyo referente es la sociedad peruana de la época.

Finalmente, en enlace con ciertas discusiones contemporáneas de orden teórico, cabría señalar que para nosotros el concepto de discurso colonial no tiene por qué asociarse directamente con los llamados estudios «postcoloniales». Lo usamos más bien como noción que nos permite eludir viejas polarizaciones entre «opresores» y «oprimidos», y visualizar más claramente las complicaciones del momento. A la vez, aunque reconocemos que la situación del Perú y México de los siglos XVI y XVII no es equivalente a lo que ocurriría siglos después en las colonias inglesas o francesas, los virreinatos americanos no dejaron de ser espacios súbditos a la metrópoli, con sus propios y diversos contextos sociales, económicos y raciales. Hay que ver que si bien el Perú, como Nueva España, no eran, en la época, oficial y jurídicamente colonias, sino más bien naciones de la llamada Monarquía Universal Española, sus formaciones discursivas y subjetividades distaban mucho de otras «patrias» del Imperio, como fueron, por ejemplo, Vizcaya o Galicia. Es también importante reconocer que la comprensión del virreinato americano como colonia alcanza un debate de interés en la crítica literaria contemporánea; pero nuestra posición, como se verá a lo largo de las páginas de este libro, no se compromete con el campo -emotivo muchas veces que denuncia el carácter represivo del poder virreinal hacia diversos sectores sociales, entre ellos el de los criollos. Tampoco, sin embargo, estamos de acuerdo con ciertas revisiones contemporáneas que, al hablar de anacronismos provenientes de un ideario nacionalista, desean rescatar la «grandeza» del reino del Perú9. Nuestra interpretación de la obra de Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes intenta más bien recuperar las complejidades sociales del virreinato tal como se tematizan en sus sátiras, suerte de crónicas de la vida diaria de sus contornos.

Entre las obras de los dos autores hay unos setenta años de diferencia: fines del siglo XVI el primero, segunda mitad del XVII el segundo10, y ambos escriben bajo coyunturas sociopolíticas similares, es decir, dentro de lo que se ha llegado a denominar el período de la «estabilización colonial», cuño este último de Raimundo Lazo y Hernán Vidal, y que ha sido adoptado por varios críticos e historiadores de la literatura colonial. Recientemente, por ejemplo, para el caso del Perú, Luis García Bedoya hace suyo el concepto y palabra, aunque advierte que faltan todavía mayores indagaciones para lograr una visión más específica del período, el que -igualmente reconozco yo- no debe verse como un bloque cultural homogéneo11. Como se observará a lo largo de este libro, las obras de Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes, aunque se sitúan dentro de la «estabilización colonial», a la vez traslucen dos momentos algo diferenciados de la ideología que operaba en la capital virreinal.

Cabría ahora también reparar sobre este término de escurridiza y polivalente utilización, el de «ideología». En concurrencia con ciertas teorías recientes lo pensamos como el diálogo de aquellas prácticas discursivas en competencia que generan -o crean- los valores y prácticas culturales de los autores y sus realidades. Algunas palabras de William Clamurro en torno de la obra de Francisco de Quevedo quizás sirvan para aclarar nuestra posición. Dice Clamurro que prefiere hablar de «ideología» en vez de conceptos más tradicionales como la «visión de Quevedo», ya que se acerca a la obra de este escritor en términos de una «política de la intertextualidad» al sugerir que los elementos externos de la historia y la cultura funcionan a través de Quevedo y se materializan en su texto (Clamurro 1991: 28 y passim)12.

El interés, tanto literario como cultural, que entregan las obras de Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes es múltiple. Una meta principal de este libro, aunque no la única, es mostrar cómo sus textos satíricos, al recontextualizar conocidos -y manoseados- tópicos literarios, generan visiones críticas de variados asuntos de sus contextos sociopolíticos, y se desplazan, en ambos casos, sobre la capital virreinal. La sátira de Rosas de Oquendo se sitúa en una Lima en la cual se escuchaban las quejas de los conquistadores y sus descendientes, que sentían que sus esfuerzos no habían sido recompensados debidamente. Su largo romance, Sátira hecha a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598, en el cual se centra nuestro estudio, entrega una visión denigratoria de la vida límense, en múltiples niveles sociales, pero su crítica a la vez se halla relativizada por la comicidad regeneradora del discurso carnavalesco con que se entronca. La sátira de Valle y Caviedes, por otro lado, responde más a un contexto en el cual el comercio y la vida urbana habían adquirido ya una posición dominante en el orden social y económico, Su visión crítica de Lima, igualmente burlesca, asume, sin embargo, a comparación de la de Rosas de Oquendo, una tonalidad más tendenciosa o moralizante hacia su contorno, dejando traslucir con más convicción algunos de los vaivenes sociales y económicos por los cuales pasaría la ya mencionada «estabilidad» del período colonial, sobre todo en lo tocante a las complejas y a veces encontradas relaciones entre criollos y peninsulares.

Al repasar los estudios que se han llevado a cabo sobre estos dos autores son notorias tres tendencias críticas. Por un lado, hay trabajos importantes de orientación filológica, por lo general destinados a estudiar o valorizar sus obras en relación directa con una tradición española o europea, muchas veces alabando o relativizando sus valores estéticos. Luego, dada la rica y nutrida referencia histórica del género satírico, hay ensayos que utilizan estos textos como fuentes de documentación para el estudio sociológico del virreinato del Perú13, Y, finalmente, las lecturas más recientes, de orientación ideológico-cultural, se fijan en cómo estas obras comentan críticamente sobre la conflictiva realidad política y social del momento colonial peruano14. Cabe añadir que casi inequívocamente estos textos satíricos se han concebido como expresión directa de ciertas ideas morales o políticas de sus autores, y se les ha pensado muchas veces como discurso autobiográfico. Esto último, que sin duda obedece a la predilección de la sátira por la narración poética en función de la llamada primera persona, es asunto que, como se verá a lo largo de nuestro estudio, ha ofuscado una mejor comprensión del sentido de las obras.

No debe sorprendernos ver que las lecturas de orden autobiográfico, sobre todo en los estudios de orientación cultural o ideológica, han desembocado en interpretaciones encontradas: por un lado se ha sugerido que las obras satíricas de estos autores entregan una crítica negativa o subversiva del sistema colonial; pero, por otro, también se ha visto que estas ostentan una marcada disposición conservadora y defensora del mismo sistema. Julie Greer Johnson, no sin reconocer la complejidad de la obra de Rosas de Oquendo, señala que en última instancia su rasgo dominante es el de parodiar y traer abajo la visión hegemónica e idealizada del virreinato presentada por la literatura oficial (1993: 48). De modo opuesto, en 1953, por ejemplo, Glen Kolb aseveraba que la obra de Rosas de Oquendo servía como ejemplo de una actitud antiamericanista (1953: 16). Para el caso de Valle y Caviedes, sobre el cual hay más análisis literario, también se destacan posiciones encontradas. Leemos, por ejemplo, que su sátira «supone una crítica social [...] consciente y dirigida a destruir la sacralidad con que el sistema social intenta reproducirse a través de las tipificaciones que sanciona positivamente [...] [como] por ejemplo, autoridades, profesiones, posiciones de notoriedad, [y] normas válidas de comportamiento» (Vidal 1985: 126). De modo semejante, Mario Hernández Sánchez-Barba agrupa a Valle y Caviedes entre los autores que él asocia con el «inconformismo» de una primera generación criolla, y lo relaciona con Espinosa Medrano, Sigüenza y Góngora, y sor Juana; y añade que esa generación se plantea la realidad vital e intelectual «desde una instancia básicamente crítica, que protesta contra la aceptación de los valores convenidos y que, en constante tensión, señala ideas propiamente hispanoamericanas respecto a la literatura, la ciencia, la religión y la sociedad» (1978: 259). Estas dos posiciones se perciben, entonces, como de orden «subversivo», pero nuevamente hay otros lectores que expresan ideas opuestas. Se conjetura, por ejemplo -y traduzco-, que «la poesía de Valle y Caviedes conlleva una base ideológica conservadora que refleja la clase dominante de la sociedad estatal española» (Costigan 1994: 89). Tales desencuentros críticos provienen -sugiero- del deseo de solucionar contradicciones a través de una visión autorial homogénea y esencializada. Estas obras no resuelven los conflictos del sistema ideológico desde el cual se escriben y en el cual se inscriben las propias subjetividades de los escritores. Sus sátiras, como ellos mismos, no se sitúan fuera de la ideología virreinal, sino que forman parte de ella, y dicha ideología se percibe -como hemos dicho- en términos de un diálogo de diversas prácticas discursivas, algunas en armonía, otras en tensión, y siempre en proceso de negociación15.

Parte del propósito de este libro es, entonces, poner en evidencia algunas de estas prácticas del discurso virreinal, sin ajustarlas a una visión homogénea acerca de la Colonia e, igualmente, sin reducirlas a cierta voluntad -o visión- personal y esencializada del autor. Finalmente, cabría aclarar que aunque nuestra interpretación asume que las subjetividades autoriales son prácticas discursivas generadas por los discursos satíricos mismos, no negamos el deseo y posibilidad agencial de los escritores a través de sus obras. Solo reparamos sobre el hecho de que estas agencias se hallan problematizadas por el carácter contradictorio, mutante y variado de las negociaciones de la ideología virreinal, y, como veremos, por la naturaleza polivalente del género.

Aunque nuestra aproximación elude una reconstrucción autorial, sí nos interesa, sin embargo, ver de cerca lo que la obra de estos autores entrega en torno a la subjetividad o subjetividades que se generaban en sus contornos virreinales. Desde el inicio del proceso de conquista de América hasta el período que hemos visto denominado como el de la «estabilización colonial», el pasaje al Nuevo Mundo se hacía por una variedad de razones, muchas de ellas entrecruzadas o simultáneas. Algunos pasajeros se aventuraban en busca de fortuna y fama, otros llegaban como miembros de la burocracia española, otros huían, y aun otros, cruz en mano, hacían la travesía para salvar almas. Es lógico que muchos de los nuevos pobladores llegaran a sentir un fuerte apego a sus nuevas tierras, mientras que otros vivían en constante añoranza por regresar a España. Algunos lograron el éxito que los había lanzado a la travesía, otros no. Sea cual fuese la razón para el viaje, es indudable que todos estos navegantes experimentaron un cambio o transformación psíquico y social al establecer contacto con el Nuevo Mundo, y sus vidas se vieron afectadas por las contradicciones individuales y sociales generadas por sus procesos de adaptación a un mundo nuevo. Como nos recuerda Georges Baudot,

«[...] si bien los españoles en su conjunto eran el grupo dominante característico, no se presentaban como un grupo homogéneo, sino por el contrario, fuertemente diversificado. Muy temprano, desde la primera generación española nacida en América, esos hombres empezaron por no ser del todo españoles, por no reconocerse ya en los valores, el estilo y los intereses de los europeos».


(1983: 111)                


Estos sujetos complejos y sus ideas, también complejas, si no contradictorias, son precisamente lo que se ve reflejado en las obras de Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes16.

En América, la práctica satírica hispana se remonta a los orígenes del virreinato. Solo habría que voltear la mirada hacia el muy conocido episodio de los pasquines que aparecían en las paredes en contra de Hernán Cortés, a los cuales él contestó sarcásticamente también con un pasquín: «pared blanca, pared de necios». Respuesta esta que a su vez tuvo una conocida réplica: «aun de sabios y verdades, y Su Majestad lo sabrá muy presto» (Johnson 1993: 23). En situaciones como estas, la diatriba era, sin duda, portadora de un propósito inmediato, tendencioso e inequívoco, aunque cabría notar que ni aun en estos casos se hallaba exenta de provocar una sonrisa, aunque fuese resultado del sarcasmo. Aclaro aquí que no es mi intención en este estudio encararme con una definición de la sátira, tanto en sus aspectos formales como temáticos: esta es una discusión -irresuelta, creo- de ya larga antigüedad en los vaivenes entre la prescripción poética y la práctica de los satíricos, y que se escapa de las posibilidades de una fijación transhistórica o descontextualizada. Cabrían, sin embargo, en esta introducción, algunas palabras escuetas y preliminares sobre el llamado género.

Primero, a lo largo de nuestro libro nos aproximamos a la sátira de estos poetas teniendo en mente lo que se viene llamando literatura «satírico-burlesca», término que, hay que reconocer, también ha suscitado más de una discusión17. No obstante, hacemos nuestra la comprensión elaborada por Ignacio Arellano, para quien en el poema satírico-burlesco coexisten la intención de censura moral y el estilo burlesco, es decir, el que se orienta hacia la «diversión risible que procede del alarde estilístico» (1984: 37). A esta definición añadimos -como lo mencionamos- nuestra interpretación de la obra de Rosas de Oquendo como partícipe, todavía, de una vertiente carnavalesca de tradición medieval, mientras que la de Valle y Caviedes la pensamos como parte de un contexto colonial más tardío en el cual la risa relativizante del carnaval habría perdido parcialmente su vigencia vital y popular. Por otro lado, un aspecto formal importante del género -sobre todo en el caso de Rosas de Oquendo- es el de una permeabilidad que le permite absorber una variedad de prácticas discursivas: suerte de composición heteroglósica, plural y contradictoria, algo muy bien estudiado por Mikhail Bakhtin y por un sinnúmero de sus lectores. Tal intertextualidad inherente a los poemas genera a su vez variadas posiciones o máscaras desde las cuales se narra el contenido satírico, con lo que se crean múltiples subjetividades narrativas, contradictorias muchas de ellas. Se sugiere, pues, que el carácter encontrado o irresuelto de las supuestas posiciones ideológicas de los autores responde no solo a las complejas ideologías coloniales en las cuales se sitúan, algo que ya mencionamos, sino también al género literario en que escriben, el de la sátira burlesca, tipo discursivo reconocido por su persistente descentralización y relativización semántica18. En última instancia, sin embargo, ha de quedar claro que nuestro propósito involucra ir más allá de una reflexión sobre aspectos formales, estilísticos, o genéricos. Reiteramos que no creemos fructífero elaborar un modelo para la «sátira» desde el cual se interpreten sus diversas expresiones literarias, camisa de fuerza que nos remontaría a la llamada interpretación genérica que limita el carácter multifacético de tales obras. No debemos olvidarnos que la relación entre prescripción poética y creación literaria, bien mirada, siempre fue problemática; en muchos casos detectándose que la prescripción le seguía los pasos a la creación y no viceversa19.

Debo advertir que estas últimas palabras, de orientación general, y quizás demasiado apresuradas sobre el género satírico en Mateo Rosas de Oquendo y Juan del Valle y Caviedes, obedecen solo a mi deseo de contextualizar de manera muy esquemática a las obras en la tradición literaria. Mi propósito no es resaltar en qué sentido son satíricos sus poemas. Que lo son es algo obvio para sus lectores, tanto para los de la época como para nosotros. Lo que quiero es más bien llevar a cabo un análisis algo diferente de lo ya conocido sobre estos autores, un análisis que logre exponer los valores literarios (o estético-satíricos) de las obras en estrecha trabazón con sus contextos ideológicos y sociales en el virreinato del Perú. Sus obras, utilizando diversas prácticas reconocibles en la escritura satírica -como, por ejemplo, la parodia, la hipérbole, lo grotesco, la referencia escatológica o la invectiva directa-, se acercan críticamente a la realidad social peruana, y atacan muy directamente a ciertas personas o a ciertos grupos y profesiones, como mujeres, cortesanos, médicos, abogados, jueces, comerciantes, etc.; pero el referente histórico-social, por más directo que parezca, se halla mediatizado por otros discursos culturales que entran en juego en la composición del texto, entre ellos la tradición literaria o estética y sus figuras y tópicos. En las páginas que siguen se observarán numerosas coyunturas en las cuales la tradición literaria europea conversa con la realidad histórica colonial, evidenciándose complejidades y contradicciones sociales como, por ejemplo, las rencillas entre españoles y criollos20. En toda instancia se intentará rescatar cierta comprensión que surge del diálogo entre la tradición cultural -como, entre otras, la amatoria, la misógina o la religiosa- y el momento colonial. Finalmente, cabe añadir que, como será evidente, muchas veces el diálogo entre tradición y realidad histórica no se ofrece a primera vista, sino que resulta de una lectura detenida de las obras literarias en sus complicaciones semánticas y estructurales.

En el primer capítulo de este libro, «Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes: complejidades biográficas e incertidumbres textuales», se pasa revista, aunque sumaria, a algunos problemas que se han dado en torno de estos dos autores y sus obras. Los estudios críticos sobre la poesía de Rosas de Oquendo se hallan descaminados al haberse aceptado una atribución de textos de poca confianza. Para el caso de Valle y Caviedes, la compleja tradición manuscrita de su obra ha sido objeto de varias ediciones, pero, como se ha mostrado recientemente, todavía con conjeturas críticas a ratos de poca fidelidad21. Sobre las vidas de estos escritores, con la excepción de muy escasos documentos que tocan a Rosas de Oquendo, y algunos más -pero pocos sobre Valle y Caviedes, en realidad no se puede afirmar casi nada. Las aproximaciones biográficas que se han llevado a cabo hasta la fecha se han basado, por lo general y, claro está, muy equívocamente, en sus obras literarias, confundiéndose muchas veces el múltiple y contradictorio coro de voces que acompaña al género satírico con los autores o personas históricas Rosas de Oquendo y Valle y Caviedes22.

En los cuatro capítulos que siguen se ventilan varios asuntos de naturaleza literaria e histórica. Estos, aunque pueden leerse como elaboraciones completas, a la vez han de pensarse como capítulos que se nutren mutuamente. El segundo capítulo, «La sátira y el discurso oficial», se aproxima a las obras de estos satíricos buscando rescatar algunas de las muchas expresiones paródicas que hay de la práctica escritural o burocrática del virreinato, actividades y discursos que a ratos han sido vistos como formas de regulación política y social, entre ellos las llamadas relaciones de méritos y servicios, y también los memoriales. El tercer capítulo, «Fiestas, procesiones y sátiras misóginas», se centra en la representación satírica de las conocidas procesiones limeñas y sus posibles significaciones sociopolíticas, y también en la tradición misógina del género. En el cuarto capítulo, «Mateo Rosas de Oquendo: una Lima carnavalizada», nos acercamos a la obra de Rosas de Oquendo con énfasis especial en su relativización carnavalesca del discurso autobiográfico, al que relaciona en términos satíricos con un número de prácticas sociales y literarias de la Lima virreinal. En el quinto capítulo, «Juan del Valle y Caviedes: crónicas satíricas de la Lima virreinal», se estudian algunos de los usos satíricos (y referentes sociales) más resaltantes de la obra de Valle y Caviedes, con detenimiento en lo que se percibe como las encontradas relaciones entre criollos y peninsulares, y la emergencia de subjetividades virreinales contradictorias y fragmentadas.

Finalmente, no estaría de más añadir que este libro es producto de años de lectura y estudio en torno a estos dos autores, cuya sátira, como lo indica nuestro título, cubre un siglo virreinal, desde la redacción en 1598 del poema de Rosas de Oquedo hasta la muerte de Valle y Caviedes en 1698. Cabe también reconocer que algunas de mis ideas y aproximaciones críticas aquí presentadas se hallan en artículos ya publicados, pero recontextualizadas, en conjunto, con un propósito diferente23. Por lo general, mis primeras interpretaciones se orientaban a aspectos más bien formales o a la comprensión de la sátira peruana en su apego a la tradición peninsular. Ahora, sin embargo, mi preocupación, como ya he dicho, se centra en el diálogo, complejo y fértil, entre la tradición literaria y las ideologías virreinales. Habría también que añadir que mucha poesía y muchos temas quedarán fuera de nuestro estudio. Me imagino a la vez que el lector echará de menos un mayor detenimiento o reflexión sobre quiénes fueron los lectores de estos poemas en su momento virreinal. Sin duda la sátira de ambos autores tuvo varias vías de circulación, entre ellas las academias, las reuniones privadas o los pliegos sueltos en manuscrito, para finalmente -como veremos en el siguiente capítulo- formar parte de algún cartapacio poético. La posible marginalidad de estos textos es un asunto de interés que será abordado en otra ocasión, aunque no debemos olvidarnos que en la época la sátira y la vituperación cómica, aun de personajes conocidos, no eran juzgadas con la gravedad de nuestros días. Como veremos, la polisemia y la risa carnavalizante de Rosas de Oquendo neutraliza, o matiza, la censura tendenciosa. Por otro lado, hay que recordar también la aceptada diversión que ofrecían ciertas prácticas de vituperación jocosa como, por ejemplo, el vejamen universitario, género del cual se escucha más de un eco en Valle y Caviedes. En fin, no obstante sus indudables limitaciones, esperamos que las páginas que siguen sirvan de estímulo hacia una futura lectura y estudios más completos de estos dos satíricos de los primeros siglos virreinales del Perú.






ArribaAbajoCapítulo uno

Complejidades biográficas e incertidumbres textuales



ArribaAbajoMateo Rosas de Oquendo

De la figura histórica de Mateo Rosas de Oquendo se conoce muy poco. Se le ha imaginado como cierto tipo de «pícaro» andariego por las tierras del Nuevo Mundo, creación biográfica que obedece a la identificación entre el poeta y el narrador de su poema más conocido, su Sátira [...] a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598. Tal identificación, como hemos anunciado y como se verá a lo largo de nuestro estudio, solo podría desembocar en ambigüedades y contradicciones, sobre todo por la naturaleza carnavalesca del poema, cuyo narrador proteico se permite asumir una variedad de posturas y gesticulaciones contradictorias y ambivalentes. La identificación entre persona histórica y hablante o narrador satírico es, sin duda, muy difícil ríe establecer, aunque -hay que reconocer- no poco común24; baste recordar que algo semejante ocurrió con autores tan conocidos como Juan Ruiz o Francisco de Quevedo25.

Mateo Rosas de Oquendo fue un soldado conquistador que llegó a ser premiado con algunas encomiendas por sus actividades en la región del Tucumán, en las que llegó a participar en la fundación de la ciudad de la Rioja. Es probable que en cierto momento gozara del favor de la corte de Lima, ya que fue criado del virrey Hurtado de Mendoza. Luego, por razones desconocidas, deja el Perú, muy probablemente en 1598, y rumbo a México. Aunque en realidad es muy poco lo que se conoce de su vida, vale la pena hacer un breve recorrido de los datos existentes en torno al autor y su obra.

La biografía de Rosas de Oquendo empieza a forjarse en 1906 con la transcripción hecha por Antonio Paz y Meliá de algunos de los poemas del manuscrito 19381 de la Biblioteca Nacional de Madrid, que él atribuye al autor. El manuscrito -que es un cancionero con letra probablemente de fines del siglo XVI o principios del XVII- no lleva título, aunque en el tejuelo de una encuadernación muy posterior se lee «Sátira de Oquendo». En la anteportada se halla una anotación que dice: «Cartapacio de diferentes versos a diferentes asuntos por el año de 1598», anotación anónima, pero que Antonio Paz y Meliá conjeturó era del conde de Guimerá -a quien, según Paz y Meliá, supuestamente habría pertenecido el manuscrito-. Nosotros, sin embargo, no hemos podido hallar ninguna documentación que nos lleve al conde de Guimerá. Asimismo, el título que lleva el artículo-edición de Paz y Meliá modifica la anotación original del manuscrito, llamándolo: «Cartapacio de diferentes versos a diversos asuntos compuestos ó recogidos por Mateo Rosas de Oquendo» (1906: 154, el énfasis es mío). Este título ha creado más de una confusión. Mi impresión es que tanto ese nuevo rótulo de la encuadernación, impuesto e imaginado por Paz y Meliá, como las conjeturas de que Rosas fuese el compilador del manuscrito en su totalidad, obedecen a que el cancionero empieza precisamente con el poema más largo e importante del poeta, el de Sátira hecha por Mateo Rosas de Oquendo a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598, palabras que aparecen incluso en letras más grandes que las del resto del manuscrito y ocupan casi todo el primer folio. No es ilógico, entonces, pensar que el manuscrito hubiese sido compuesto o reunido por el poeta, y que el encabezamiento genérico, el de «Sátira hecha por Mateo Rosas de Oquendo», pudiese abarcar otros poemas del autor, aunque anónimos, que se hallan en el cancionero. Esto podría ser cierto, pero en el terreno de la crítica textual es mejor tomar una postura conservadora y no apresurarse a conjeturas imposibles de probar. Como ya he señalado en otro lugar, hay en el manuscrito una serie de indicios que muestran que este fue copia de otro, u otros manuscritos, e incluso que en la encuadernación hay inserciones de páginas procedentes de varios lugares26. Quién, o quiénes fueron los compiladores del cancionero, no se sabe. Además, no hay indicios internos o externos que nos lleven a aseverar que fue Rosas de Oquendo.

El primer poema del manuscrito 19381, que ocupa los folios 1r. a 26v. es, como ya dijimos, la Sátira hecha por Mateo Rosas de Oquendo a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598, romance de 2120 versos que será objeto principal de nuestro estudio. Paz y Meliá, su primer editor, en el artículo ya mencionado, también transcribe y publica otro poema que lleva el nombre del poeta (la «Conversión de Mateo Rosas de Oquendo») e igualmente otros textos que le llaman la atención; es decir, obras que, en sus palabras, «ofrecen alguna curiosidad, y por lo menos son muestra de lo al parecer inédito en el manuscrito» (Paz y Meliá 1906: 162)27. Luego, en ese mismo ensayo, de inmediato añade que -en relación con la autoría de lo reproducido, y sin contar los dos poemas ya mencionados (es decir, la «Sátira» y la «Conversión»)- «las demás composiciones no tengo certeza que sean de su pluma. En unas se llama pastor Andronio, en otras Lucinio, amante de Rosilla»; y luego, modestamente, concluye el mismo Paz y Meliá que «con más erudición que la mía, acaso podrán señalarse sus verdaderos autores», Asimismo, en otro momento también añade que «por alguna semejanza que se me antoja ver en el estilo, por hablarse de Méjico -y otras partes de América que recorrió Oquendo, puede atribuírselas sin temeridad quien no se precie de erudito-» (Paz y Meliá 1906: 162).

Once años más tarde Alfonso Reyes escribe: «Paz y Meliá distingue conjeturalmente unos de otros los poemas y publica lo que le parece atribuible a Oquendo» (1917: 342). Hay que recordar, como hemos visto, que Paz y Meliá lo hace con bastante cautela. Reyes maneja el manuscrito y nos dice que «además de lo que transcribe Paz y Meliá, considero atribuible a Oquendo alguna otra obra» (1917: 342). Así, por ejemplo, «entre las poesías [...] que [...] no publicó se encuentra en los folios 42-45 un romance en "Respuesta de una carta que un amigo escribió a otro (Felisio tu carta vide)", en el que si lo hemos de atribuir al poeta y darle completo crédito, tenemos el relato de su venida a América» (1917: 344, el énfasis es mío). Luego Reyes reproduce un fragmento del poema en el cual se narraría la salida del satírico de España: en palabras del poeta, «en el berdor de mis años / y el abril de mi esperanza» (1917: 344). Es posible que Rosas haya compuesto ese poema, pero en realidad no hay ninguna evidencia que lo substancie, y Reyes no ofrece ninguna justificación para expresar esa opinión. No obstante, lo que sin duda fue mera conjetura para Alfonso Reyes pasa a convertirse en verdad histórica para los críticos posteriores. Hemos visto que ni Paz y Meliá ni Reyes aseveran nada en realidad, pero la opinión de este último pasa por una suerte de refundición y validación en un número de ensayos. En 1953, Glen Kolb, por ejemplo, aunque quejándose de que existan pocos datos biográficos sobre el poeta, afirma que «lo que parece seguro es que salió de España muy intempestivamente en 1583 a la edad de veinticuatro años, en un barco rumbo a las Indias» (1953: 29, la traducción es mía), y luego de explicar las que habrían sido varias aventuras del autor durante su travesía hacia América, en una nota nos dice que sus «detalles biográficos proceden del romance de Rosas, "Felicio tu carta vide"» (1953: 30, n. 1, la traducción es mía). Es decir, lo que hemos visto como conjetura de Reyes se ha convertido en certidumbre sin mayor verificación o estudio crítico. Cabe añadir que, además de la posible llegada a América, a raíz de otras obras atribuidas a Rosas, también se ha complementado su biografía con un viaje a México, un posible regreso a España, un retorno a América, su muerte en México, un probable regreso final a Sevilla, un viaje por Italia y una vuelta al mundo28. Aunque sospecho que algunas de estas atribuciones y conjeturas biográficas podrían resultar ser ciertas, hasta que no aparezcan más evidencias, han de quedar solo como conjeturas.

Algunos documentos oficiales de la época, aunque no sin cierta incertidumbre, sí entregan varios datos sobre el poeta. Se ve, por ejemplo, que en mayo de 1591 Rosas se hallaba entre los fundadores de la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja y que allí fue nombrado Contador de la Hacienda Real por el gobernador Juan Ramírez de Velasco29. Luego, semanas más tarde, el 21 de junio de 1591, el poeta, con otros residentes de la ciudad de Velasco, firma un documento enviado a la Corona real, en el que se da a conocer la fundación de la ciudad y a la vez se solicitan las recompensas debidas30. Unos años después, en Córdoba, el 17 de abril de 1593, Rosas se acerca a la oficina del notario Juan Nieto y certifica haber escrito un largo texto de trescientas páginas acerca de la conquista de Tucumán, titulado Famatina, y asegura habérselo entregado al gobernador Juan Ramírez de Velasco para que procurase su impresión en España. Desafortunadamente, este manuscrito, que Pablo Cabrera sugiere, o se imagina, fue un poema épico, ha desaparecido31. Pensamos que quizás se quedase entre las posesiones de Ramírez de Velasco, ya que este, luego de haber terminado su juicio de residencia, se alistaba para regresar a España, pero en esos momentos -en 1596- fue nombrado Gobernador Interino del Río de la Plata y muere, en la ciudad de Santa Fe, en 1597, sin llevar a cabo su retorno a España (Jaimes Freyre 1915: 102). Finalmente, se sabe que Rosas de Oquendo llegó a ser encomendero de indios en dos lugares denominados Canchanga y Camiquín, hecho que se colige de un documento, firmado por el poeta el 18 de abril de 1593, en el que como «vecino de Santiago del Estero», le vende a un Bartolomé Naharro «ciento ocho fanegas de comida de maíz y trigo y otras cosas de su encomienda» (Cabrera 1917: 95-96)32. Parece que, algún tiempo después, Rosas de Oquendo debió trasladarse a Lima, quizás a causa del término del gobierno de Juan Ramírez de Velasco, quien fue reemplazado, a mediados de 1593, por Fernando de Zarate (Jaimes Freyre 1915: 101).

Según Baltasar Dorantes de Carranza, en su Sumaria relación de las cosas de la Nueva España ([c. 1602-1604] 1987), en Lima Rosas de Oquendo, como ya mencionamos, había sido criado del virrey Hurtado de Mendoza ([c. 1602-1604] 1987: 135); y es en esa ciudad -suponemos- que habría compuesto su interesante Sátira de 1598. Lamentablemente, nada más se sabe con certeza de sus actividades en la capital virreinal33. Es muy probable que algún tiempo después pasara a México, conjetura que se basa principalmente en dos datos: la impresión de un poema suyo en la capital novohispana, en 1600, en unas exequias a la muerte de Felipe II; y el contenido de un poema, de tono burlesco, titulado «Carta de las damas de Lima a las de México», en el cual las damas de Lima le piden a las novohispanas que reciban bien al poeta34. Es interesante que en este poema se menciona la posible adopción de un seudónimo por parte del autor, el de Juan Sánchez, algo que anunciaba en su Sátira de 1598. Allí decía: «Sepan cuantos esta carta / de declaraciones graves / y descargos de conciencia / vieren, cómo el otorgante, / Mateo Rosas de Oquendo, / que otro tiempo fue Juan Sánchez / vecino de Tucumán» (vv. 1-7). En la carta de las «damas de Lima a las de México» se lee que las primeras le aseguran a las segundas que no han de preocuparse por la nueva residencia del poeta, porque todo lo malo que han podido oír hablar de él habrían sido palabras de algún «secretario ignorante» quien desconoce la verdad. Por el contrario, estas damas de Lima alaban a su persona y clarifican el error: «Nunca fue nuestro enemigo, / ni es su apellido Juan Sánchez, / sino que por causas justas / le convino disfrazarse / [...] / al fin es Mateo de Oquendo / en hábito de Juan Sánchez» (Paz y Meliá 1907: 167). Pareciese que el poema -quizás escrito burlescamente por el mismo Rosas- explicara la necesidad de esconderse de una posible censura hacia su sátira; pero como veremos más adelante, es también probable que fuese otro juego del poeta en torno a su identidad -incluso la referencia al «secretario ignorante» bien podría ser una alusión autoparódica al Mateo Rosas de Oquendo histórico, criado del virrey Hurtado de Mendoza-. Este poema «de las damas» parece verificar, entonces, que el poeta se traslada a México, dato que, sin embargo, en última instancia no se salva de un posible juego carnavalesco35. A causa de la reiterada descentralización relativizante de la obra de Rosas de Oquendo y los escasos datos biográficos, no hay, pues, mucho a qué atenerse para elaborar un esbozo biográfico. Es de esperar que algún hallazgo futuro nos permita conocer algo más de este interesante personaje del virreinato del Perú.

En torno a su poesía, con bastante escepticismo, aunque quizás no con demasiada cautela, por el momento preferimos presentar las siguientes fuentes como las únicas que con certeza se pueden relacionar al autor. Primero, en el manuscrito 19387 de la Biblioteca Nacional de Madrid, además de la ya mencionada «Carta de las damas», hay otros dos poemas anónimos que refieren directamente a Rosas de Oquendo. Uno de ellos, que ataca a Rosas, dice ser escrito por un «estudiante», y otro es una respuesta a este. Recientemente, en otro manuscrito, el «Ms. Codex 193» de la Universidad de Pensilvania, descubrimos también dos textos anónimos: un breve diálogo poético, «Discreto y necio. Soneto sobre la dubda que tenyan algunos de Oquendo», y una petición al poeta, «Letra de Tribyño a Oquendo / para que glosara el pie de arriba». Se ha pensado que los dos primeros anónimos son del poeta, algo que podría ser cierto por su predilección hacia los juegos de orden autobiográfico; en último caso, sin embargo, la autoría no se puede verificar y debe quedar pendiente36.

Los poemas que con bastante certeza se puede decir que sí fueron producto de la pluma de Rosas de Oquendo son cinco: el más importante, su Sátira [...] a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598, luego la Conversión de Mateo Rosas de Oquendo -probablemente escrita en México después de la Sátira-, la elegía a Felipe II ya mencionada y dos textos más que descubrimos en el «Ms. Codex 193» de la Universidad de Pensilvania: «Respuesta de Oquendo a un poeta que dudaua si era él» (f. 9v.) y «Es porque si fuera, no. Glosa de Oquendo» (ff. 10r.-10v.)37. Hay también otra atribución a Mateo Rosas de Oquendo que debe ser mencionada. Se trata de la llamada Victoria naval peruntina, largo poema endecasílabo (de 711 versos), que satiriza la derrota del corsario Hawkins, hacia 1594, en las afueras del puerto del Callao. El poema, del cual se conocen cuatro variantes manuscritas, fue inicialmente publicado por Rubén Vargas Ugarte en 1955, quien transcribió uno de los dos códices que conocía, el 3912 de la Biblioteca Nacional de Madrid. En otro de ellos, el 3560 de la Biblioteca de Palacio, se lee, en letra muy posterior, que el poema había sido compuesto por Rosas de Oquendo. Tal identificación, sin embargo, es anónima y su certeza no se puede comprobar. Desde la transcripción hecha por Vargas Ugarte, el poema ha sido aceptado como composición de Rosas de Oquendo, incluso por el autor de este libro, pero hoy día reconozco que no hay, verdaderamente, ninguna prueba textual de su autoría. Recientemente, David Harms, en una tesis doctoral, lleva a cabo una edición del poema, que incorpora dos manuscritos más de los que conoció Vargas Ugarte y conjetura que el autor posiblemente no es Rosas de Oquendo. Harms se basa en las diferencias de estilo que existen entre este poema y la Sátira al Perú: según él mucho más culta la llamada Peruntina, mucho más popular la Sátira (Harms 1995: 39-40, n. 55). La tesis doctoral de Harms es importante, sobre todo debido al hallazgo de dos variantes más del poema, pero las conjeturas sobre la autoría basadas en diferencias de estilo nunca son convincentes. Para poner en tela de juicio su hipótesis solo cabría recordar el carácter proteico de la pluma del autor; y, no está de más decirlo, la práctica tan común de escritores áureos de escribir en más de un estilo -baste pensar en Góngora, entre muchos otros-. Mi impresión es que bien podría ser composición de Rosas de Oquendo, pero reconozco que hasta el momento no hay manera de comprobarlo. De todos modos, ese texto queda fuera de nuestro estudio38. Estos son, entonces, muy sumariamente, los datos que se conocen sobre el autor y su poesía.




ArribaAbajoJuan del Valle y Caviedes

A comparación de Mateo Rosas de Oquendo, sobre este otro poeta se conoce mucho más, aunque no lo suficiente para elaborar una trayectoria vital. Los ya bien conocidos hallazgos documentales de, entre otros, Guillermo Lohmann Villena, han puesto punto final a una biografía folclórica ya mencionada, que, basada en parte en lecturas autobiográficas de su sátira, había generado -de modo semejante a lo que ocurrió con Rosas de Oquendo- un Valle y Caviedes pícaro o, para algunos, enfermo mental. Al contrario, se ha visto, más bien, que el poeta, lejos de llevar una existencia disoluta, participó activamente en la vida social y económica de la segunda mitad del siglo XVII virreinal39. Al haber ya varios esbozos biográficos extensos, uno de ellos por Lohmann Villena (Valle y Caviedes 1990: 15-80), aquí nos limitamos a unos pocos datos sumarios40. El poeta nació en Porcuna, Jaén, en 1649, y probablemente viajó a América bastante joven, acompañando a su tío Tomás Berjón de Caviedes, quien llega al Nuevo Mundo en 1653. El poeta tendría entonces unos cuatro años de edad. El mismo Lohmann Villena, sin embargo, quien es el que aporta estos datos y esa conjetura, a la vez nota que no hay ninguna prueba documental de la existencia de Valle y Caviedes en el Perú hasta 1669, cuando su nombre aparece en un documento notarial (1990: 22).

A diferencia de Rosas de Oquendo, quien aparentemente viene a América como conquistador, Valle y Caviedes se dedica al comercio y a la minería. Sabemos que entre sus parientes se hallan dos oidores de la Audiencia de Lima, el ya mencionado don Berjón de Cabiedes y el doctor Juan González de Santiago (Valle y Caviedes 1990: 39), y se sabe que el poeta logra entrar en estrecha relación comercial con un miembro importante de la corte del conde de la Monclova, el general Juan Bautista de la Rigada y Atiero (1990: 68). Valle contrae matrimonio con Beatriz de Godoy, hija de don Antonio de Godoy Ponce de León, hombre, según Lohmann Villena, «espectable», «solvente» y de «alcurnia» (1990: 28, 29). En cierto momento lo vemos también ofreciendo consejos a la Corona en calidad de arbitrista (1990: 35-36). No obstante estas relaciones cercanas a ciertos personajes de importancia en la capital virreinal, la vida del poeta se vislumbra como proceso marcado por una serie de altibajos. Su esposa no debió pertenecer a una familia adinerada, ya que se hallaba acogida como colegiala de dotación en el Hospital de la Caridad de Lima, el que aportó una dote de 500 pesos para su matrimonio (1990: 27). Sí recibió, sin embargo, como dote por parte del padre «el trapiche de triturar mineral "Nuestra Señora de Copacabana" en Tincomayo (Huarochirí), del que se deshizo en 1681, y un esclavo, que se enajenó en 1688» (1990: 28), Se sabe también que el padre de su esposa murió en situación económica precaria, en 1694, ya que «para hacer frente a los gastos del sepelio y funeral los albaceas [su esposa y su yerno, el poeta] tuvieron que recurrir a un préstamo de 500 pesos que les facilitó el Gobernador Álvaro Antonio de Monroy y de Dexa» (1990: 31). Asimismo, un sumario oteo a la documentación recopilada por Lohmann Villena nos muestra al poeta en varias dificultades económicas, e incluso, en más de una ocasión, acusado de llevar a cabo transacciones financieras poco respetables, «discretas picardías que le remuerden», como las llama Lohmann Villena (1990: 53). No obstante sus relaciones con la corte, corno con el caso de Rosas de Oquendo, parece que Valle y Caviedes tampoco logra satisfacer sus ambiciones económicas. Sus intentos en el comercio y la minería acaban en frustración, y su último testamento muestra que no tenía casi nada para legar a sus herederos. Esto hacia 1698 (1990: 79).

La obra poética de Juan del Valle y Caviedes se centra sobre la vida de la capital del virreinato peruano, y el corpus de su producción es bastante extenso: se compone no solo de sátira sino, también, de una variedad de poemas de tonos y temáticas religiosos, morales y amatorios; y también de varios «bayles» o entremeses poéticos. Valle y Caviedes es más conocido, sin embargo, por su poesía satírica, género al cual nos ceñimos en este estudio. Entre los blancos favoritos de su pluma se hallan los médicos, pero no deja de haber una serie de referencias a otras figuras tópicas del género, entre ellas poetas, actores, pintores, borrachos, pordioseros, abogados, escribanos, alcahuetas, prostitutas y doncellas. Asimismo, algo de interés que veremos en cierto detalle más adelante, es la reiterada referencia, dentro de su poesía satírica, a personajes históricos de su contorno virreinal, entre ellos no solo algunos médicos sino, también, funcionarios burocráticos, incluso el virrey mismo.

Su poesía, o al menos lo que se conoce de ella, se halla dispersa en diez manuscritos en varias bibliotecas europeas, americanas y estadounidenses, y ha sido objeto de varias ediciones de diversos grados de elaboración crítica y algunas de cuestionada fidelidad41. Como para el caso de Rosas de Oquendo, todavía quedan muchos cabos sueltos en torno a las atribuciones de su poesía, asunto que será difícil de resolver y que merece una aproximación crítica detallada. Aunque a diferencia de Rosas de Oquendo no hemos manejado los manuscritos originales, y estamos conscientes de la precariedad de avanzar opiniones sobre la base de textos aún no definitivos, utilizamos la edición de María Leticia Cáceres, Guillermo Lohmann Villena y Luis Jaime Cisneros por parecemos la más completa, pero también, como notará el lector, hacemos consultas a alguna de las otras ediciones. Damos, pues, punto final a este primer capítulo, cuyo propósito ha sido, mayormente, el de mirar el estado de la crítica textual y biográfica sobre estos autores.





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